lunes, 5 de junio de 2023

De lo siniestro y lo bello

 







Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la investigadora cultural Berta Ares, va de lo siniestro y lo bello. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 













Lo siniestro y lo bello
BERTA ARES YÁÑEZ
03 JUN 2023 - El País

Sigmund Freud publicó Lo siniestro en 1919, pero cuando escribía Tótem y tabú (1913) este tema de lo terrorífico, lo que excita angustia y horror, ya le rondaba.
El fundador del psicoanálisis parte de la definición de Schelling: siniestro es aquello que, estando destinado a permanecer oculto, se revela. Eugenio Trías lleva esta idea a su estética del límite: lo siniestro es condición y límite de lo bello, y debe estar presente bajo la forma de ausencia. Es una concepción similar a la de Rilke, para quien lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar.
Lo siniestro se relaciona con lo extrañamente familiar e íntimo, y sin embargo, también con lo extrañamente ajeno, lo inquietante y lúgubre. En la corriente de la filosofía que se ocupa de la estética, lo divino y lo demoniaco encuentran acomodo en lo siniestro.
Hay huellas de este fenómeno en Memoria, película escrita y dirigida por Apichatpong Weerasethakul e interpretada por Tilda Swinton, donde el elemento que activa lo siniestro es una impresión sonora que experimenta la protagonista en su cabeza: un ruido interior, imprevisto, como un bang, un estruendo que parece proceder del núcleo de la tierra. Esta impresión sonora se conoce como síndrome de la cabeza explosiva. Es una espantosa impresión metafísica de alienación y extrañeza, breve, pero tan intensamente siniestra que quien la padece rara vez informa de ello. La produce un movimiento repentino de un componente del oído o un ataque menor en el lóbulo temporal, entre otras causas. Es un fenómeno real, ni psicológico ni paranormal, inofensivo. Raramente se acompaña de dolor, pero sí de una sensación de terror angustioso. La protagonista desconoce el origen del ruido y lo relaciona con lo atávico.
En la película, que se desarrolla entre Medellín y la selva amazónica, el estruendo sonoro es un elemento atávico de extrañeza pero también de lucidez, pues activa la conciencia de una memoria de violencia. Esta recepción de lo siniestro es la que experimenta Edipo al ser consciente de que es el asesino de su padre y de que lleva años cometiendo incesto. Al hacerse conocedor de sus acciones, se arranca los ojos como si así pudiera ocultar o quedar oculto de la tragedia.
Durante siglos, el cuento fue el terreno popular para la reflexión y la exploración de la conciencia en relación con la sexualidad, el instinto de muerte, la represión y la sublimación; elementos habituales en la concepción de lo bello y lo siniestro. El interés de los románticos por esta forma narrativa está relacionado con esa necesidad de búsqueda del límite, de lo sublime, y del vértigo que acompaña su hallazgo.
Los cuentos reunidos por los hermanos Grimm en 1812 muestran esta tendencia popular a escarbar en las profundidades de la psique humana. Sin embargo, es interesante observar cómo estos mismos cuentos fueron posteriormente sometidos a un proceso de reelaboración y moralización para ser comercializados. Una comparativa de versiones (La Oficina, edición de Helena Cortés) demuestra hasta qué punto se introdujeron cambios en relación con la rivalidad sexual y el incesto, entre otras cuestiones, para adaptarse al gusto de la moral familiar burguesa y cristiana.
Buscamos rodearnos de belleza y celebramos el olvido como estrategia para evadirnos y sortear lo oscuro, para quedarnos más acá del dolor y del espanto, pero necesitamos el arte y la ficción para explorar el límite. Sin censura.
Philip Roth buceó en las profundidades de la obscenidad. Se defendió del linchamiento al que fue sometido durante años aduciendo que no se escriben obras de ficción para garantizar la corrección: “Hay que dejar por un momento de ser ciudadanos rectos para penetrar en otra capa de la conciencia humana”. Agota Kristof, quien afirmó no interesarse por la literatura, la necesitó para profundizar en un mundo sin sentimientos. Tras su terrible enfermedad auditiva (¿sufriría el síndrome de la cabeza explosiva?), Francisco de Goya alternó sus encargos de la corte con pinturas negras, donde muestra a los locos, los prisioneros, los asesinos, los violentos, las sombras que oscurecen el alma.
Somos seres finitos, al explorar los límites indagamos en torno a nuestra condición. De eso va la parábola del fruto prohibido. Lo mejor es hacerlo al abrigo de la cultura, de la buena literatura, ante una obra de arte o a la luz de exposiciones como la programada por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona: Sade. La libertad o el mal (para mayores de 18 años), con un pertinente programa público, un espacio, La impropia, para dar cabida a debates sobre el género y las derivas de lo queer, y una serie de visitas excéntricas a la exposición.
En estos tiempos en los que lo bello y lo siniestro se cuela diariamente en nuestras vidas a través de las pantallas, el legado estético, filosófico y político puede ayudarnos a conocer nuestra actual condición y a reflexionar sobre la moral; sin máscaras ni cancelaciones. Berta Ares es periodista e investigadora cultural y doctora en Humanidades.





































[ARCHIVO DE[L BLOG] Inteligencia artificial. [Publicada el 23/06/2017]











El aprendizaje profundo tendrá un efecto revolucionario en la asistencia sanitaria; por ejemplo, una red neuronal entrenada será tan capaz como un dermatólogo de decidir si una lesión cutánea es un cáncer o examinar la retina de un diabético. Lo dice en un artículo en El País el profesor Geoffrey Hinton, Catedrático de Ciencias de la Computación en la Universidad de Toronto y Vicepresidente e Investigador en Ingeniería de Google, que el pasado 15 de junio recibía en Madrid el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Información y la Comunicación.Durante medio siglo, las investigaciones sobre la inteligencia artificial (IA) se basaron en una extraña analogía con la lógica, comienza diciendo. El razonamiento lógico consiste en utilizar reglas de inferencia válidas para deducir conclusiones verdaderas a partir de premisas ciertas. Tanto las premisas como las conclusiones son concatenaciones de símbolos y las reglas de inferencia son meros mecanismos de manipulación de estas concatenaciones. Los investigadores dieron por sentado que esta era la manera en la que debía funcionar toda la inteligencia.
Desde los albores de la IA, añade, existieron apóstatas que afirmaban que, en vez de imitar a la lógica, la IA debía tratar de imitar las redes neuronales del cerebro. En estas redes, los estímulos generan grandes patrones de actividad neuronal. Estos a su vez producen otros grandes patrones de actividad neuronal que acaban originando respuestas motoras. Todo el conocimiento del sistema reside en la manera en que un patrón de actividad da lugar a otro, y este conocimiento se aprende a través de la experiencia más que a través de los datos introducidos por un programador.
En los últimos años, señala, ha quedado patente que conseguir que un ordenador simule ser una red neuronal es una forma muy eficaz de dotar a las máquinas de la clase de inteligencia que se necesita para tareas tales como el reconocimiento de voz, la interpretación de imágenes, la traducción automática y la práctica de juegos como el go, que requieren conocimientos intuitivos. Este planteamiento se denomina “aprendizaje profundo” (deep learning) porque utiliza redes neuronales profundas compuestas por muchas capas de neuronas. En lugar de tratar de poner por escrito todo lo que sabemos mediante expresiones simbólicas, permitimos que el ordenador aprenda todo lo que sabe a partir de ejemplos.
Si deseamos traducir una frase del español al coreano, dice más adelante, entrenamos a un ordenador mediante la introducción de multitud de pares de frases en español con sus traducciones en coreano hasta que asimile el concepto. El ordenador está programado para comportarse como una red de neuronas cerebrales. Dicha red aprende modificando la intensidad de las conexiones entre las células cerebrales artificiales mediante un algoritmo de uso general bastante sencillo denominado propagación hacia atrás o “retropropagación” (backpropagation). Mediante este algoritmo de aprendizaje, la red neuronal artificial aprende a convertir los símbolos introducidos correspondientes a las palabras en español en patrones de actividad en miles de neuronas que captan los significados de esas palabras. Por ejemplo, la palabra “miércoles” generará un patrón de actividad determinado y la palabra “jueves” dará lugar a un patrón muy similar.
Los “vectores de palabras” internos, comenta, aportan la información para otro conjunto de neuronas que van acumulando actividad con el transcurso del tiempo. Para cuando la red alcanza el final de la frase española, estas otras neuronas poseen un patrón de actividad llamado “vector de pensamiento” que representa el significado de la frase en su totalidad. Posteriormente, este vector de pensamiento se puede volver a convertir en símbolos del idioma que deseemos, siempre y cuando dispongamos de datos para entrenar a la red neuronal que descodifica el vector de pensamiento. A diferencia de la IA tradicional basada en la lógica, los símbolos solo aparecen en los datos introducidos y en los resultados.
El aprendizaje profundo, añade, ya ha revolucionado la capacidad que tienen los equipos informáticos para percibir el mundo y está revolucionando su capacidad para moverse con agilidad y realizar la manipulación de objetos con destreza. Está empezando a posibilitar que los ordenadores comprendan el contenido de los documentos y mantengan conversaciones racionales. Lograr que un ordenador realice una tarea específica mediante su programación ha dejado de ser la única opción. A partir de ahora, cuando una tarea sea tan compleja que no sepamos cómo programarla, podremos indicar al ordenador que simule una red neuronal y entrenar a dicha red para que realice la tarea con solo mostrarle multitud de ejemplos de la información de entrada y de la respuesta deseada.
El aprendizaje profundo tendrá un efecto revolucionario en la asistencia sanitaria, dice. Una red neuronal entrenada con 130.000 ejemplos ya es tan capaz como un dermatólogo de decidir si una lesión cutánea es un cáncer y, de ser así, qué tipo de cáncer es. Cuando haya sido entrenada con millones de ejemplos, será mucho mejor que un dermatólogo. Cualquiera podrá obtener un diagnóstico inmediato, fiable y sumamente barato con solo apuntar su teléfono móvil hacia la mancha cutánea que le preocupa. Otra red neuronal puede examinar una imagen de la retina de una persona diabética y determinar el estadio de retinopatía. Esta práctica será muy valiosa para mejorar la eficacia de los tratamientos en aquellos países que no puedan permitirse contar con un gran número de oftalmólogos. Durante la próxima década, las redes neuronales aprenderán a interpretar la mayoría de los tipos de imágenes médicas de manera mucho más fiable, rápida y asequible que los facultativos. Las redes neuronales también serán mejores que los médicos a la hora de predecir qué tratamientos serán eficaces y de adaptarlos a las particularidades específicas de cada paciente, incluyendo su perfil genético.
La idea tradicional, señala, de que la esencia del pensamiento humano consiste en razonar de manera lógica mediante la manipulación de expresiones en una especie de lenguaje simbólico interno está sucumbiendo ante un punto de vista completamente diferente, según el cual un pensamiento es simplemente un gran patrón de actividad neuronal. Podemos hacer referencia a uno de estos patrones haciendo uso de la concatenación de palabras que normalmente lo generaría o de la concatenación de palabras que produciría, pero el pensamiento en sí mismo no tiene nada que ver con una concatenación de palabras. Los pensamientos similares son patrones similares y tienen efectos similares, de modo que el razonamiento por analogía sea la forma básica del pensamiento humano en vez de una desviación ilógica de la racionalidad.
Muchos expertos en este campo, termina diciendo el profesor Hinton, creen que los cerebros son tan solo máquinas extraordinariamente complicadas y que, con el tiempo, el aprendizaje profundo podrá hacer lo mismo que puede hacer el cerebro. Pero también creen que esto tardará mucho tiempo en ocurrir y que requerirá muchos más avances técnicos en la tecnología del aprendizaje profundo. En cualquier sistema político que esté dirigido por personas y para personas, el aprendizaje profundo será una potente fuerza positiva para mejorar la salud, eliminar los trabajos más arduos y liberar a la gente corriente para que disfrute de la vida al máximo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













domingo, 4 de junio de 2023

El gigante de ínfimo tamaño. Cuento infantil



 EL GIGANTE DE ÍNFIMO TAMAÑO. Cuento infantil


Este cuento lo escribí para mi hija Ruth, 

el 28 de febrero de 1983,

el día de su cuarto cumpleaños



Granbrutus era un gigante muy gigante. Era tan grande tan grande que cuando se levantaba de su cama por la mañana no necesitaba lavarse la cara: era suficiente que la acercara a las nubes más próximas y la humedad le lavaba y preparaba la barba, dejándola algodonosa como jabón; luego, frotaba dos nubes entre sí, y cuando surgía, brillantísimo, el rayo, y el trueno hacía retumbar hasta los cimientos de las cuevas más profundas, lo apresaba en su camino hacia tierra y utilizándolo como una navaja, con la cortante hoja al rojo vivo, se rasuraba la barba y el mostacho de raíz.







Granbrutus se jactaba de ser el gigante más grande del país de los grandes gigantes, y se reía de todos los demás seres, a los que apartaba de su camino a puntapiés entre risotadas e insultos.

Un día que Grabrutus se quedó adormilado tras una gran comilona, acertó a pasar por el tronco donde apenas apoyaba su cabezota un humildísimo gusanito de seda que apenas medía tres centímetros. Minigús, que así se llamaba el gusanito, era un pequeñísimo gran filósofo. Su indefensión era tan evidente que Minigús pensaba que no merecía la pena enfadarse con nadie, pues cualquiera podría aplastarlo con tan solo soplar un poco más fuerte del esfuerzo que se necesitaba para respirar.








Minigús iba pensando en cosas muy profundas cuando vio ante sí una cueva enorme y oscura que se encogía y dilataba rítmicamente mientras que un viento enorme surgía de su interior. Avanzó hacia la entrada de la gruta agarrándose con sus patitas a una especie de ramas retorcidas y sedosas que se encontraban como una maraña boscosa de hojas rodeando la entrada. Gracias a ellas podía sostener en pie y así evitar que el periódico resoplido del gigante, pues en realidad estaba asomándose a su nariz, le impulsara violentamente hacia atrás.











Molesto por el picorcillo que le producían sobre la nariz las patitas del gusanito, Granbrutus se despertó, abrió un solo ojo y vio ante sí a Minigús. Desafiante e irritado le gritó: ¡He, bicho asqueroso!, ¿qué haces ante mi nariz?, ¿no sabes que de un solo resoplido puedo enviarte a las estrellas?

Minigús, incorporándose sobre su último par de patitas para parecer más alto, y mirándole fijamente a los ojos, le contestó con su suave vocecita: ¡No me das miedo, pequeño gigante. Ya sé que puedes hacerme volar con un solo resoplido, pero tú no eres mucho más grande que yo!. ¿Has mirado al cielo alguna vez? Deberías hacerlo más a menudo, y pensar. Mira, siguió Minigús, tú no eres más que un insignificante gigante comparado con el país de los gigantes; y el país de los gigantes es pequeño comparado con la Tierra en donde estamos; y la Tierra es solo el tercero de los planetas que giran alrededor de una estrella pequeñísima de una galaxia situada en un extremo de una de las miles de millones de constelaciones del único universo que conocemos, ¿de qué te jactas pues, pequeño gigante?













Terminado su discurso, Minigús, más tranquilo apoyó de nuevo todas sus patitas en la cara del gigante y se alejó barbilla abajo con toda dignidad. 

Granbutus, por su parte, nunca más volvió a insultar a ningún otro ser, pequeño o grande, que se cruzara en su camino.







FIN









De la inteligencia de los humanos y la artificial

 







Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filósofa Carissa Véliz, va de la inteligencia de los humanos y la artificial. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










Perdiendo habilidades ante la inteligencia artificial
CARISSA VÉLIZ
02 JUN 2023 - El País

“Úsalo o piérdelo”, solía decirme mi profesor de latín. Y tenía razón. Décadas después, sería incapaz de declinar verbos en latín aunque me fuera la vida en ello.
Escribo estas palabras en un avión. Hace frío y viento, y el piloto ha mencionado la posibilidad de turbulencia. Si hubiera una emergencia, me pregunto si el piloto tiene suficiente experiencia de vuelo para saber cómo capearla.
Tanto el vuelo 3407 de Continental Connection como el vuelo 214 de Asiana Airlines se estrellaron porque los pilotos no dominaban el aterrizaje sin el uso de automatismos de alto nivel. A medida que el vuelo se ha ido automatizando, los pilotos han ido perdiendo ciertas habilidades necesarias para volar manualmente, como la navegación en base a puntos de referencia y el cálculo de la velocidad y altitud del avión. No tienen suficiente práctica. Las personas se aburren cuando el piloto automático se encarga de la mayoría de las tareas. Cuando la automatización falla o hace necesaria la intervención humana, los pilotos distraídos son menos capaces de superar situaciones de riesgo.
La inteligencia artificial (IA) es la automatización máxima. La aspiración es crear un tipo de herramienta que pueda hacerse cargo del mayor número posible de nuestras tareas. Dado que cada vez dependemos más de la IA en más esferas de la vida, merece la pena preguntarse si una mayor automatización provocará una pérdida de conocimientos especializados, y hasta qué punto eso podría ser un problema.
La preocupación de que la tecnología pueda degradar nuestras capacidades cognitivas no es nueva. En el Fedro de Platón, Sócrates argumentaba que la escritura haría que la gente confiara demasiado en fuentes externas en lugar de en su propio entendimiento.
Sócrates pensaba que la escritura atrofiaría la memoria de las personas, y que no podría proporcionar el mismo nivel de comprensión y diálogo que puede lograrse a partir de la comunicación verbal, donde las ideas pueden ser cuestionadas y refinadas a través de la conversación. En contraste con el diálogo en vivo, la palabra escrita carece de la capacidad de adaptarse a diferentes contextos y, por tanto, puede ser fácilmente malinterpretada o malentendida. La escritura no responde.
¿Tenía razón Sócrates al preocuparse por la escritura? Estoy dividida. Por un lado, defiendo ferozmente a la palabra escrita. Los libros son una de las mejores partes de la vida. Te permiten vivir muchas vidas en una, viajar a lugares lejanos desde la comodidad de tu sofá, explorar ideas que nunca se te habrían ocurrido, conocer gente con quienes nunca te habrían encontrado. La escritura mantuvo vivo a Sócrates durante todos estos siglos. Gracias, Platón.
La palabra en el papel ha facilitado la acumulación y el intercambio de conocimiento. Aunque nuestros antepasados tuvieran una memoria prodigiosa, no podrían memorizar toda la Biblioteca Bodleiana, a la que tengo la suerte de poder acceder.
Escribir mejora el pensamiento. El ritmo del proceso permite la reflexión pausada, y la posibilidad de edición invita al refinamiento. Externalizar las palabras en el papel o en una pantalla permite descargar el procesamiento cognitivo y facilita el manejo de argumentos complicados, de la misma manera que es más fácil hacer una multiplicación larga en papel que en la mente. Escribir no consiste sólo en expresar lo que uno piensa, sino sobre todo en descubrir lo que uno piensa sobre la marcha.
Sin embargo, Sócrates tenía razón en que la escritura probablemente ha dañado nuestra memoria. Hace siglos, la gente memorizaba libros enteros, palabra por palabra. Yo ni siquiera capaz recordar mi número de teléfono actual.
¿Y qué? ¿Es importante la memoria? Si tengo el móvil siempre conmigo, ¿qué importa si no puedo recordar mi propio número? Un elemento clave es la fiabilidad. Si la IA es fiable, no parece muy alarmante que perdamos algunas habilidades. Pero hay al menos cuatro formas en las que la IA puede no ser fiable.
En primer lugar, la IA es (actualmente) cara. Ejecutar sistemas potentes requiere mucha computación, que a su vez necesita mucha energía. Los chips, las baterías y los dispositivos dependen de materias primas como el litio, el cobalto y el níquel, recursos finitos que podrían agotarse.
En segundo lugar, la mayoría de las aplicaciones que utilizan IA están conectadas a internet, y cualquier cosa conectada a internet puede ser hackeada.
El ransomware (cuando un hacker secuestra virtualmente a un ordenador y pide un rescate para su liberación) es un ejemplo de los riesgos. Hace dos décadas, las fábricas, centrales eléctricas, hospitales, aeropuertos y oficinas funcionaban con herramientas analógicas, que son más robustas que los equivalentes digitales. Muchas de las instituciones actuales ya no tienen la opción de operar manualmente, o no han mantenido los conocimientos analógicos necesarios. Cuando la empresa de metales y electricidad Norsk Hydro recibió una demanda de rescate, consiguió evitar el cierre pasando a operar manualmente, pero sólo gracias a los empleados de más edad y a otros trabajadores que volvieron de su jubilación para echar una mano.
Dentro de veinte años, la generación que sabe hacer funcionar las cosas en analógico ya no estará por aquí para ayudarnos. La tarea que tenemos por delante es hacer que lo digital sea mucho más robusto de lo que es actualmente, al tiempo que repasamos nuestras habilidades analógicas para tenerlas como respaldo.
En tercer lugar, la IA puede ser poco fiable porque está gestionada por unos pocos gigantes tecnológicos poderosos. Una empresa como OpenAI podría decidir aumentar sus precios, introducir condiciones de explotación o cambiar su algoritmo a peor, y si hemos llegado a depender de su IA, estaremos a su merced.
En cuarto lugar y más importante aún, la IA actual tiene una relación poco fiable con la verdad. El tipo de IA más popular se basa en redes neuronales. Una IA como ChatGPT funciona analizando estadísticamente los textos que se le han proporcionado y generando respuestas convincentes basadas en sus datos de entrenamiento. Pero no utiliza la lógica ni se basa en pruebas empíricas. No tiene herramientas para rastrear la verdad. Como resultado, a menudo “alucina” o fabrica respuestas convincentes (basadas en su análisis estadístico) que, sin embargo, son falsas. Cuando le pedí que citara diez libros por Carissa Véliz, inventó nueve títulos plausibles pero falsos.
La falta de fiabilidad de la IA debería hacernos pensar dos veces en las habilidades que estamos perdiendo a su favor. Incluso si la IA fuera más fiable, tendríamos motivos para no querer perder ciertas habilidades. Recordemos a Sócrates, la escritura y la memoria.
La memoria y la atención están relacionadas. La clave para recordar algo es ser capaz de prestarle atención. Si la escritura ha debilitado nuestra memoria, nuestra capacidad de atención también se ha deteriorado, y probablemente se esté erosionando aún más con la tecnología digital.
Mientras escribo este artículo, mi atención no para de dar saltos —de la página en blanco a las referencias, a un mensaje de texto de mi madre, a cientos de notificaciones en redes sociales y, media hora más tarde, de nuevo a estas letras—. Esos saltos me impiden alcanzar el placer de la experiencia de flujo (flow state) que puede surgir tras horas de concentración sostenida.
A menudo se asume que una mayor automatización nos permitirá centrarnos en tareas más significativas. Me parece poco probable. La lavadora es un invento fantástico, pero no vino a solas. Gracias a la lavadora, puede que yo no pase tanto tiempo lavando ropa como mi abuela, pero paso más tiempo con el correo electrónico de lo que ella pasaba lavando ropa. Y apuesto a que ella tenía más espacio para tener pensamientos interesantes mientras lavaba la ropa que los que yo puedo tener mientras envío correos electrónicos. La experiencia de lavar la ropa —la sensación del agua corriendo por las manos, por ejemplo— también es más agradable para nuestra experiencia corporal que mirar fijamente una pantalla todo el día.
Cuando se trata de escribir, la automatización podría debilitar o eliminar algunas de las habilidades de pensamiento crítico que adquirimos cuando decidimos ignorar a Sócrates y adoptamos la palabra escrita. Si utilizamos chatbots para que escriban por nosotros, en el mejor de los casos, puede que obtengamos un producto más o menos aceptable con una fracción del tiempo y el esfuerzo que habría supuesto escribir manualmente, pero nos habremos perdido el proceso. Escribir es una manera de afilar nuestras habilidades cognitivas.
Si nuestros alumnos se acostumbran a depender de chatbots para escribir sus tareas, podrían perder habilidades creativas y de pensamiento crítico. Entre las habilidades que mejora la escritura está la empatía. Al escribir tienes que ponerte en el lugar del lector. ¿Entenderá lo que intentas comunicar? ¿Estás segura de que no les vas a aburrir? ¿Estás tomando en cuenta otros puntos de vista? Las habilidades sociales son algunas de las más valiosas que poseemos; haríamos bien en asegurarnos de no perderlas.
Mientras el avión en el que viajo aterriza sin problemas en la pista a pesar de la tormenta, creo que deberíamos prestar atención a mi antiguo profesor y utilizar las habilidades que no queramos perder. Carissa Véliz es Doctora en filosofía por la Universidad de Oxford, es profesora en el Instituto de Ética e Inteligencia Artificial e investigadora en Hertford College en esa misma universidad. Es autora de 'Privacidad es poder. Datos, vigilancia y libertad en la era digital' (Debate).





















[ARCHIVO DEL BLOG] Cambio climático y extinción del pensamiento. [Publicada el 16/06/2019]










Sobrevivir a la crisis climática no es un objetivo irrealizable por naturaleza. Lo que se necesita no es un desarrollo sostenible, sino una "retirada sostenible", escribe en El País el profesor John Gray, catedrático emérito de Pensamiento Europeo en la London School of Economics, que añade que la paradoja de los movimientos ecologistas actuales es que fomentan una religión antropocéntrica que no sirve porque la crisis de la extinción solo se puede mitigar reorientando nuestra mente para que aborde la realidad; algo difícil, dice, ya que el pensamiento realista está prácticamente extinguido en nuestra sociedad. 
La situación del planeta lo está empujando al centro de la mente humana. Para un número cada vez mayor de personas, el cambio climático es un hecho tangible. Las comunidades isleñas y las ciudades costeras sufren los efectos del aumento del nivel del mar, y todos somos testigos de los fenómenos meteorológicos extremos y el dislocamiento de las estaciones. Los políticos moderados han reconocido que se ha hecho urgente alguna clase de acción más radical que cualquiera de las emprendidas hasta el momento. Todo el mundo, excepto los negacionistas más contumaces, se da cuenta de que, en el mundo que los seres humanos han habitado a lo largo de su historia, está teniendo lugar un cambio sin precedentes.
Al mismo tiempo, como escribió Eliot en Cuatro cuartetos, la humanidad no puede soportar mucha realidad, y pensar en el tema resulta cada vez más ilusorio. El cambio, efecto colateral de la industrialización mundial basada en los combustibles fósiles, ha sido desencadenado por los seres humanos. Esto no significa que ellos mismos puedan pararlo. Como han señalado los climatólogos, el calentamiento global se prolongará cientos o miles de años después de que sus causas próximas hayan cesado. El rigor de las exigencias de Extinction Rebellion —unas emisiones netas de CO2 iguales a cero para Reino Unido en 2025, por ejemplo— las convierte en imposibles. Pero incluso si se pudiesen poner en práctica, no tendrían excesiva repercusión sobre las emisiones de gases de efecto invernadero ni evitarían una alteración del clima que ya forma parte inseparable del sistema. Los actuales movimientos ecologistas son expresión de un pensamiento mágico, intentos de ignorar la realidad o evadirse de ella, más que de entenderla y adaptarse.
Una de las realidades que el ideario ecologista pasa por alto es la geopolítica. Pensemos en la idea, tan de moda, de que el mundo —o, por lo menos, el Occidente capitalista— debería dejar de utilizar combustibles fósiles. Desde el punto de vista medioambiental sería algo altamente deseable aunque no detuviese el cambio climático ni las perturbaciones que lo acompañan. Desde el punto de vista geopolítico, la receta provocaría turbulencias en todo el mundo. Algunos de los Estados más importantes necesitan estos combustibles para su existencia. El reino de Arabia Saudí se hundiría sin los ingresos que recibe del mercado del petróleo. Las rentas nacionales de Irán y Rusia dependen en gran medida de que el crudo sea caro. Para todos ellos, el final repentino del consumo de hidrocarburos supondría un descenso brutal del nivel de vida, así como una fractura política a gran escala. Tanto mejor, dirán los ecologistas. No son regímenes demasiado deseables.
Pero sería una estupidez suponer que lo que surgiría a continuación sería mejor. El reino saudí se fragmentaría o sería sustituido por un régimen islamista más radical. Una Rusia empobrecida podría ser más belicosa y temeraria en su política exterior y de defensa. Con Irán privado de los ingresos del petróleo y sin perspectivas de seguir obteniendo beneficios, habría menos, no más posibilidades de un giro democrático en el país. La probabilidad de éxito de los cambios de régimen inducidos por las políticas ecologistas no es mayor que la de los cambios de régimen impuestos por la fuerza militar.
Otra realidad obviada por el pensamiento ecologista es la historia del siglo XX. Las protestas contra el cambio climático, como Extinction Rebellion, son hijas de los movimientos antiglobalización de hace más o menos una década, y al igual que estos, creen que el capitalismo occidental contemporáneo es defectuoso y se dirige hacia el desguace de la historia. En eso tienen razón. El mercado libre mundial ha sido siempre una entelequia, y la estructura tambaleante de los precios de los activos financiados a base de endeudamiento y de las crecientes rivalidades comerciales es frágil. Otra crisis crediticia como la de 2007-2008 probablemente la haría pedazos.
Esto no quiere decir que una economía socialista fuese más beneficiosa para el medio ambiente. Las peores catástrofes ecológicas del siglo pasado sucedieron en la antigua Unión Soviética y en la China maoísta, en las que —bajo la influencia de la ideología marxista, según la cual el mundo natural tiene que ser "humanizado"— la naturaleza sufrió un menoscabo y una degradación peores que en cualquier país occidental.
Las agresiones al medio ambiente incluyen una de las extinciones masivas de otras especies animales más rápidas de la historia. Hace 50 años, alrededor de 180.000 ballenas desaparecieron de las aguas que circundaban la Unión Soviética. En una muestra extraordinaria de vandalismo medioambiental, la industria ballenera soviética acababa con estos mamíferos con la simple finalidad de cumplir los objetivos de producción fijados por los planes quinquenales. Apenas al 30% de las ballenas masacradas se les dio algún uso económico. Era normal que los barcos regresasen con animales en estado de putrefacción inservibles como alimento. Cumplir con el plan quinquenal solo dependía de cuántas se matase. Las tripulaciones que no alcanzaban la cuota eran penalizadas con descensos y despidos, mientras que las que superaban las exigencias del plan recibían gratificaciones. Aparte de los equipos que igualaban o excedían la cuota, nadie obtenía provecho de la matanza. Algunas especies de ballenas quedaron al borde de la extinción, y los efectos del sistema sobre las poblaciones de cetáceos son visibles aún hoy. (Ver Charles Homans, The most senseless environmental crime of the twentieth century [El crimen medioambiental más absurdo del siglo XX], Pacific Standard, 14 de junio de 2017).
Por supuesto, los ecologistas les dirán que quieren un sistema económico diferente de una economía socialista planificada por el Estado, pero nunca han aclarado cómo funcionaría ese nuevo sistema, y en la práctica sus exigencias se resumen en poco más que lo que ellos llaman desarrollo sostenible. El problema es que las propuestas ecologistas implican un descenso del nivel material de vida de gran número de personas, lo cual sería insostenible políticamente. El impuesto de Macron al gasoil impulsó el avance del movimiento de los chalecos amarillos en Francia, y el principal beneficiario de la promesa electoral de Hillary Clinton de clausurar la industria del carbón ha sido Donald Trump. Cuando las políticas ecologistas imponen graves costes a los pobres y a la mayoría trabajadora —como ocurre con frecuencia—, el resultado es una reacción popular.
En teoría, la solución a la crisis ambiental es lo que John Stuart Mill, en sus proféticos Principios de economía política (1848), llamó una economía del Estado estacionario, en la que el progreso técnico no se emplea para expandir la producción y el consumo, sino para aumentar el ocio y la calidad de vida. El problema es que una economía sin crecimiento es políticamente imposible. La reacción de los populismos y la agitación geopolítica darían al traste con cualquier transición a un Estado estacionario. Detrás de estos obstáculos se esconde otra realidad que se ha excluido del pensamiento actual. A pesar de todo lo que se dice del descenso de la fertilidad en buen número de países, el crecimiento de la población humana sigue siendo la causa última de la actual extinción masiva. Las especies desaparecen a gran escala porque sus hábitats están desapareciendo, y la causa principal es la expansión humana. Puede que, efectivamente, entrado el siglo el crecimiento demográfico se estabilice en torno a los 9.000 o 10.000 millones de habitantes. No obstante, la biosfera ya estará arrasada. Si entonces el número de seres humanos desciende, lo hará en un mundo terriblemente depauperado.
Es interesante observar que John Stuart Mill ya predijo este futuro en 1848, cuando concibió la idea del Estado estacionario en sus Principios de economía política. No produce “mucha satisfacción", decía, "... contemplar un mundo en el que nada se deja a la actividad espontánea de la naturaleza; en el que hasta el más minúsculo pedazo de tierra capaz de dar alimento al ser humano se ha puesto en cultivo y el último retazo de pastizal florido ha sido arado; en el que los cuadrúpedos y los pájaros no domesticados por el hombre han sido exterminados como rivales que le disputan los alimentos; cada seto y cada árbol superfluo ha sido arrancado de raíz, y apenas queda sitio en el que una flor o un arbusto silvestre puedan crecer sin ser erradicados como malas hierbas en nombre del progreso agrícola. Si la tierra debe perder la enorme parte de su placidez que debe a las cosas que el aumento ilimitado de la riqueza y la población extirparía de ella con el mero propósito de sostener a una población mayor, pero no mejor o más feliz, espero sinceramente, por el bien de la posteridad, que se contenten con estar estacionarios mucho antes de que la necesidad los obligue a ello".
Más de 170 años después no parece que nadie se contente con estar estacionario. Nada en el actual clima de pensamiento goza de tan poca popularidad como el neomalthusianismo de Mill. Es verdad que él lo vinculaba a la emancipación de la mujer, y que llegó a pasar una noche en la cárcel por el delito de distribuir panfletos a favor del control de la natalidad entre las mujeres de clase trabajadora. Sin embargo, los liberales de hoy en día lo consideran una débil excusa para lo que denuncian como la siniestra misantropía del filósofo y economista, que prefería un mundo con una población reducida y grandes superficies de territorio salvaje a otro asfixiado y desolado por miles de millones de seres humanos luchando por sobrevivir.
Aquí es donde la crisis de la extinción asoma en el horizonte. La economía industrial no aceptará los límites al crecimiento porque la civilización a la que sirve ha rechazado cualquier restricción a su capacidad de logro. Según la mentalidad actual, el hecho de que un objetivo sea imposible de alcanzar no es motivo para no intentarlo. Más bien todo lo contrario. Los sueños imposibles —nos dicen innumerables predicadores laicos— hacen a los seres humanos únicos y especiales. En esta religión moderna, aceptar cualquier límite último al poder humano es el peor de los pecados. En consecuencia, el pensamiento mágico —que descansa sobre la creencia en la omnipotencia de la voluntad humana— es obligatorio.
Sobrevivir a la crisis climática no es un objetivo irrealizable por naturaleza. Lo que se necesita no es un desarrollo sostenible, sino algo más parecido a lo que James Lovelock, en su obra A Rough Ride to the Future [Una dura carrera hacia el futuro] (2014), denominaba una "retirada sostenible". Utilizando las tecnologías más avanzadas, entre ellas la energía nuclear y la solar, y abandonando la agricultura en favor de los medios sintéticos de producción de alimentos, se podría alimentar a la todavía creciente población humana sin seguir haciendo demandas aún más intolerables al planeta. La intensificación de la vida urbana podría permitir la recuperación de territorios salvajes que hubiesen quedado despoblados. Los recursos se podrían concentrar en construir defensas contra el cambio climático, que tendrá lugar hagamos lo que hagamos ahora los seres humanos. Los sueños soberbios de "salvar el planeta" se sustituirían por ideas sobre cómo adaptarnos a vivir en un planeta que nosotros mismos hemos desestabilizado. Si los seres humanos no se amoldan, el planeta los reducirá a un número menor a los condenará a la extinción.
Esta clase de programa es lo contrario de lo que proponen los ecologistas. También es profundamente incompatible con la cultura dominante. Una consecuencia de la decadencia de la religión es el declive simultáneo de la idea de que el mundo natural impone límites a la voluntad humana. En vez de verse a sí mismos como un animal entre tantos, como la especie que domina en el presente, pero que, al igual que todas las demás, no tiene asegurada su permanencia en la Tierra, los seres humanos se han crecido hasta pensar que tienen el poder sobre la naturaleza del Dios en el que ya no creen. Si Dios no hizo el mundo, la humanidad puede —y debe— rehacerlo a su imagen. Esta es la base sobre la que se asienta nuestra civilización supuestamente laica, y también la fuente última de la crisis de la extinción.
En estas circunstancias, cualquier programa fundamentado en el hecho de que los seres humanos se enfrentan a un cambio climático imposible de detener será tachado de fatalismo desesperado. Tratándose de una civilización que se enorgullece de su devoción por la ciencia, es una actitud curiosa. El propósito de la ciencia es la formulación de leyes universales independientes de las creencias y los valores humanos. Si estas leyes debilitan nuestras esperanzas y ambiciones, que así sea. Si el sentido del ejercicio es la verdad objetiva, se deben dejar de lado las emociones subjetivas. Y también la fe, ya sea religiosa o de otra clase. Si creemos a sus ideólogos, la ciencia es una indagación del mundo natural del cual el ser humano es parte consustancial. De hecho, la ciencia se ha convertido en un canal de la creencia ‒heredada del monoteísmo‒de que la humanidad puede trascender el mundo natural.
La paradoja de los movimientos ecologistas actuales es que fomentan esta religión antropocéntrica. La crisis de la extinción solo se puede mitigar reorientando nuestra mente para que aborde la realidad. El pensamiento realista, sin embargo, está prácticamente extinguido. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt