domingo, 26 de marzo de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Digresión sobre la soledad. [Publicada el 25/10/2009]











Emocionante y emocionado homenaje el que hoy, domingo, formula el escritor Juan José Millás a Pasqual Maragall en El País Semanal. Un estremecedor reportaje-entrevista realizado al político catalán, ex-alcalde de Barcelona y ex-presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, enfermo de Alzheimer.
Denostado por muchos dentro de su propio partido, el socialista, -que acabó por abandonar-, por su independencia de criterio; admirado por muchos más, dentro y fuera del mismo, de Pasqual Maragall se podría decir cualquier cosa menos la de que dejara indiferente a nadie.
A él no podrán achacársele nunca las duras palabras de denuncia que Michel Montaigne ("Ensayos", Libro I, Capítulo XXXIX: Cátedra, Madrid, 1992), escribiera a finales del siglo XVI sobre los políticos que confunden lo público con lo privado, normalmente en detrimento de lo primero y en favor de lo segundo.
Dice Montaigne: "Dejemos a un lado esa larga comparación de la vida solitaria con la activa y en cuanto a ese hermoso dicho con el que se encubre la ambición y la avaricia: que no hemos nacido para lo privado sino para lo público, remitámonos a los que están en cotarro; y que rebusquen en su conciencia a ver si por el contrario no persiguen las dignidades, los cargos y todo ese ajetreo del mundo, más bien para sacar provecho privado de lo público. [...] ¿Quién no entregará gustoso salud, reposo y vida, a cambio de fama y gloria, la más inútil, falsa y hueca moneda que pueda haber para uso nuestro?".
¿Les suena la música?, porque la letra está clarísima... Algunos deberían aprender, pero no es normal: en España, el verbo dimitir, no tiene conjugación... Les dejo con el enternecedor reportaje de Juan José Millás. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. (HArendt)












sábado, 25 de marzo de 2023

De la cordialidad en política

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Daniel Innerarity, va de la cordialidad en política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









La cordialidad política
DANIEL INNERARITY
23 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La política es una actividad de gran dureza por al menos tres razones: por las condiciones en las que se ejerce, por la severidad del juicio público y por el propio comportamiento de quienes la practican. Son tres factores que explican lo poco atractiva que resulta y lo mal comprendida que suele ser, pese a que nunca había sido tan relevante como ahora.
La primera causa de esa dureza es el entorno de incertidumbre en el que se lleva a cabo. Nadie lo ha dicho mejor que Jerome Ravetz: las condiciones bajo las que se ejerce actualmente la política pueden resumirse diciendo que los hechos son inciertos, los valores están en discusión, lo que está en juego es importante y las decisiones son urgentes. Tomar decisiones en esas circunstancias equivale a exponerse al error como tal vez pocos oficios. Esto explica el hecho de que la política esté funcionando como una cruel trituradora de líderes, a los que no se les perdona con facilidad las equivocaciones, apenas se les concede una segunda oportunidad y con frecuencia abandonan una batalla que les exige demasiados sacrificios personales. La renuncia de Jacinda Arden, la primera ministra de Nueva Zelanda, es uno los casos más sonoros de dimisión debido a que no se sentía capaz de soportar tanta hostilidad.
La segunda causa de esa dureza tiene que ver con el propio comportamiento de los políticos, que tienden a dramatizar su antagonismo, denigran a sus competidores y a lo que más temen es a mostrar alguna debilidad, como por ejemplo a que el entendimiento con los adversarios sea interpretado como falta de lealtad a sus principios. La política es hoy tan brusca porque la competición no es un elemento que se equilibre con la cooperación, sino que se ha convertido en la lógica dominante.
Hay un tercer factor sobre el que se suele llamar menos la atención y que revela hasta qué punto los electores también somos responsables de este estado de cosas premiando un sectarismo que después aseguramos lamentar. La ciudadanía tendemos a jalear estos comportamientos y a gratificar la hostilidad o penalizar la blandura. Con frecuencia esperamos de nuestros representantes cosas contradictorias, como por ejemplo que cumplan sus promesas y luego nos quejamos de que no lleguen a acuerdos (para lo que sería necesario llevar a cabo una transacción que de hecho implica “traicionar” aquellas promesas en alguna medida).
Por supuesto que la sociedad está atravesada de conflictos y la política en mayor medida, a la que hemos confiado la misión de representar nuestros diferentes valores e intereses. La práctica de la amabilidad no significa sustraerse al conflicto, sino aceptarlo, reconducirlo de modo que sirva para avanzar y no se convierta en un evento de destrucción. La cuestión es transformar el conflicto en energía positiva cuando resulte posible, evitarlo cuando se pueda y hacerlo siempre más breve y menos dañino.
Para esto necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no consista en “matar” al adversario. ¿Estamos tan seguros de que no hay otro procedimiento que sea recompensado en términos electorales? ¿Cómo explicamos entonces que los líderes más valorados (ahora, por ejemplo, Yolanda Díaz) no suelan ser los más agresivos? Alguien podría objetar que en un entorno tan competitivo como el de la política mostrar algún tipo de cordialidad es ofrecer un flanco que será rápidamente aprovechado por los adversarios para debilitar la propia posición. Pese a todo, tengo muchas dudas de que el liderazgo únicamente pueda conseguirse y mantenerse mediante una dura confrontación con el adversario político.
Un liderazgo cordial es posible y debería recoger algunas propiedades que requieren más inteligencia y sofisticación que la rudeza del choque con el adversario. De entrada, aceptar que el mundo es complejo requiere más coraje que simular la fortaleza de quien se sabe en el lado correcto de la historia, previamente simplificada entre buenos y malos. Nuestros representantes deberían reconocer la incertidumbre en la que se encuentran, no mostrar una seguridad de la que carecen y estar dispuestos a admitir los errores. Si no lo hacen es porque piensan que los representados no lo aceptaríamos. De ahí que estén aterrorizados por los propios errores y por el hecho de que otros puedan apoyarse en ellos para obtener ventajas en términos de competencia. Pero los errores nos hacen amables, como decía Goethe. La capacidad de equivocarse con elegancia —y de admitirlo cuando sea necesario— es una parte fundamental del éxito en política o en cualquier otra actividad.
Tal vez eso sea lo que permita salir de la jaula del ego y dotar al nuevo liderazgo de un sentido del humor del que las actuales autoridades políticas suelen carecer, incapaces de reírse de sí mismos, presas de una insufrible seriedad. Quien llega al poder suele tomarse terriblemente en serio a sí mismo y a lo que hace, aunque a veces sea insignificante. El humor es un arma contra el fanatismo, es inteligencia capaz de tratar de manera ligera el material delicado. Funciona cuando somos capaces de gestionar la ambigüedad y cultivar la duda. Comparemos el humor amable o la ironía fina con el modo sarcástico de un Trump, despectivo y violento, al hacer bromas de sus enemigos. No todo el mundo es capaz de adoptar aquella regla que proponía Foucault: ser militante no significa necesariamente ser triste. Pensemos, por el contrario, en la sonrisa de Arden o de algunas lideresas más cercanas.
Los núcleos duros de los partidos suelen menospreciar el prestigio de sus líderes más amables fuera de sus entornos como una forma de seducción para neutralizarlos, pero no tienen ninguna respuesta al problema de cómo crecer con el lenguaje áspero de la resistencia. Algo así le puede estar pasando a Yolanda Díaz, como antes a Íñigo Errejón, que son mejor valorados fuera de sus partidos de origen, lo que les permitiría llegar a nuevos sectores de la sociedad, pero eso mismo inquieta a los militantes más fervorosos. Ocurrió también en el seno del nacionalismo vasco, cuando los más soberanistas acusaban de quererse congraciar con los adversarios a quienes, siendo igual de soberanistas, no le veían ningún futuro al choque institucional y hablaban en términos de pacto e incluso seducción. Y puedo suponer que si el conflicto catalán no se ha resuelto todavía de una manera satisfactoria, es decir, realmente pactada, es porque un entorno político tan polarizado no permitió, en ninguna de las trincheras, el afianzamiento de liderazgos favorables a la cesión mutua y al entendimiento. Dejarse marcar el paso por los más ideologizados entre los propios sirve para mantener unida a la tribu, pero no permite ampliar los apoyos electorales o las posibilidades de construir mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos.
Aquella opinión, erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más compite, era en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese mundo regido por la competición implacable y despiadada que está en el origen de la desigualdad. Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el pensamiento de Darwin hablar de la supervivencia del más amable, ya que la cooperación, más que la competición, es lo que ha hecho posible los éxitos de nuestra especie. Los antepasados de la humanidad que mejor han logrado sobrevivir habitaban en comunidades unidas y solidarias. El prestigio de la lógica combativa es inmerecido y tampoco sirve para la supervivencia política.









































[ARCHIVO DEL BLOG] Bajeza moral y obscenidad política. [Publicada el 12/07/2012]









Hace unos días discutía amablemente con una amiga sobre el sentido que tiene expresar a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, Eskup, Google+, blogs, etc., etc.) opiniones personales que no aportan nada sustancial al asunto en discusión y que otros ya comentan con mucho mejor acierto y estilo. Los dos llegamos al acuerdo tácito de que, efectivamente, carecía de toda lógica y sentido añadir un comentario más a la lista interminable de los que leemos sobre cualquier noticia o asunto en discusión si nuestra opinión no implica un valor suplementario a lo expresado por otros.
¿Lo hacemos, entonces ("¡mea culpa, mea culpa, mea grandisima culpa!") solo por cabreo, por afán de lucimiento, en defensa del legítimo e inalienable derecho democrático a la libre expresión, o hay otras razones que a nosotros mismos se nos escapan cuando decidimos darle más o menos ordenadamente a las teclas del portátil hasta componer una flamígera invectiva contra alguien o algo que no nos agrada?
El profesor Javier Gomá, doctor en Filosofía, licenciado en Filología clásica y Derecho, Letrado del Consejo de Estado y director de la Fundación Juan March, en una entrevista digital reciente con los lectores del diario El País aseguraba que el insulto y desprecio a los políticos era una especie de deporte nacional español. Que sufrimos y buscamos dónde personificar nuestro resentimiento y que despreciar al político nos ayuda a sentirnos moralmente superiores. Ser adultos, añadía, es aceptar la imperfección, no sólo nuestra sino también de los demás, y también de las instituciones.
Bien, es posible que sea así, pero la verdad es que, aun compartiendo en principio su aseveración, no resolvemos el problema: ¿Se merecen realmente nuestros políticos las críticas de sus conciudadanos? Yo diría que sí, pero admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad.
Permítanme reproducir una corta frase de un clásico de la ciencia política: "Mapas del poder. Política Constitucional Comparada" (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1973) del politólogo norteamericano Ivo D. Duchacek. Dice así: "El interés primario del grupo gobernante es el de mantenerse en el poder para gozar del estatus y de los privilegios de su posición. Esté interés está frecuentemente en conflicto con otros intereses especiales y con el interés colectivo de la comunidad nacional." 
¿Se podría aplicar la máxima anterior a la política que viene desarrollando el gobierno del Sr, Rajoy desde hace meses? Yo diría nuevamente que sí, y aunque admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad, la crítica a sus actuaciones, aun aceptando lo dicho por el profesor Gomá, estaría bastante justificada.
No se puede hacer lo que está haciendo el gobierno presidido por el Sr. Rajoy, desmantelando de un plumazo años de conquistas sociales y políticas, en base al argumento de una mayoría parlamentaria obtenida con un programa electoral y de gobierno con el que ganaron las elecciones hace nueve meses completa y radicalmente distinto de las acciones que están acometiendo ahora. Eso es, simple y llanamente, una bajeza política. 
Porque resulta, además, que comienza a estar meridianamente claro que toda esta batería de medidas de desmantelamiento del Estado de bienestar no se prepara sobre la marcha. o lo que es lo mismo, que sus críticos tenemos todo el derecho del mundo a pensar las tenían preparadas desde el principio y que han mentido a la ciudadanía a  propósito para ganar las elecciones y luego hacer lo que querían hacer echando las culpas y la responsablidad del desastre a los demás. Es posible que me equivoque y admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad, pero es como lo veo yo, y por lo que parece, un número cada vez mayor de mis conciudadanos.
La guinda de toda esta bajeza moral de la que hacen gala el Sr. Rajoy, su gobierno y el partido que lo sustenta, es, como critica con dureza y toda justicia el profesor Josep Ramoneda en su artículo de hoy en El País, la de pretender implicar a la persona del Rey en "su" (la del señor Rajoy, su gobierno y el PP) gestión de la crisis, haciéndole presidir mañana viernes el Consejo de Ministros en el que presumiblemente se aprobarán las durísimas medidas de ajuste presupuestario y recortes sociales anunciados ayer en el Congreso por el señor presidente del gobierno.
Como dice Ramoneda, eso es una obscenidad política de gravísimo calado institucional, y más cuando desde los medios de prensa afines al PP y su gobierno se ha dicho sin recato alguno que el Rey le había pedido a Rajoy presidir ese Consejo de Ministros, algo constitucionalmente imposible si no es a petición expresa del presidente del gobierno, según el artículo 62, apartado g, de la Constitución.
Les recomiendo la lectura del repetido artículo del profesor Ramoneda. Dice en él, entre otras cosas:  "El miércoles, 11 de julio de 2012 pasará a la historia como el día en que Mariano Rajoy dio un giro total a su política, se desdijo de sus promesas electorales y se amparó en las exigencias internacionales para eludir su responsabilidad. “Los españoles no podemos elegir si hacemos o no sacrificios. No tenemos esa libertad”, ha dicho el presidente. Unas frases así un gobernante solo debería pronunciarlas un minuto de antes de presentar su dimisión. Si no es capaz de hacerse responsable de las políticas que dicta, un jefe de gobierno no debe continuar."
Continuará, no se preocupen, porque como añade el articulista "eludir las responsabilidades es un vicio crónico en la manera de hacer política de Mariano Rajoy". Ramoneda concluye su artículo recordando al gobierno y al PP que ellos son los únicos responsables de las decisiones que tomen y que de ellas tendrán que responder ante la ciudadanía; que su pretensión de crear un clima de movilización nacional alrededor de unas medidas que el propio presidente negaba hace unos días, es otra vuelta de tuerca más en el juego de las manipulaciones y de los engaños, la cortina del miedo tras la que se parapeta la cobardía del presidente. 
¿Y ahora, se preguntarán ustedes, y yo con ustedes, qué hacemos?: No tengo respuestas, sino más bien más preguntas: ¿Cómo se mide la grandeza de la política? ¿Y la de un político? ¿Qué diferencia a un estadista de un político al uso? Churchill prometió a los británicos sangre sudor y lagrimas para llevarles a la victoria..., pero les llevó. Y no les impuso nada que no se impusiera a sí mismo. Todas las energías y todos los recursos de Gran Bretaña se pusieron al servicio de la victoria. Pero esto de ahora es casi peor que una guerra, porque los sacrificios y los muertos, sin grandeza y con ignominia, solo los van a poner los de siempre, los más débiles...
La democracia son también formas y no solo hechos. Y guardar las formas es algo consustancial al ejercicio de la democracia. Si el Sr. Rajoy no acepta, y bien claro dejó ayer en el Congreso que no lo haría, discutir con la oposición medidas alternativas a las propuestas por él y su gobierno, me parece imprescindible que someta la materialización de dichas medidas y su propia continuidad al frente del gobierno a una previa "cuestión de confianza" parlamentaria, y que de superarla, como parece probable, proponga la constitución de un nuevo gobierno de "unidad nacional" con todos los grupos del arco parlamentario que deseen sumarse al mismo, para que implemente con el respaldo político más amplio posible las medidas de ajuste que resulten necesarias. O eso, o disolución de las Cortes y convocatoria de elecciones anticipadas para que la ciudadanía puede expresar su respaldo o rechazo a tales medidas, ahora ya, sin subterfugios ni mentiras.  
Yo diría que esa es una posible solución a la gravísima crisis económica, social y política a la que nos enfrentamos los españoles, pero admito humildemente la posibilidad de dejarme llevar por mis sentimientos más que por mi racionalidad... 
Les recomiendo vean los tres vídeos que he puesto en el blog relacionados con esta entrada. En todo caso, intenten ser felices, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt













viernes, 24 de marzo de 2023

Del estudio de la Historia

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Josep Maria Fradera, va del estudio de la historia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









La memoria, la historia, la ciudad y el país
JOSEP MARIA FRADERA
20 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La memoria es por definición individual. Evoluciona con la transformación del individuo, que no la puede controlar. La “memoria histórica”, en cambio, es más bien un constructo: un artefacto colectivo que no prospera sin la ayuda de las instituciones públicas, que no lo hacen gratis.
Uno puede imaginar qué sería en Francia el recuerdo de la Primera y la Segunda Guerra Mundial (o la de Argelia) sin el esfuerzo, año tras año, para oscurecer y confundir a los herederos de aquellas gestas gloriosas —es un decir—, de trincheras repletas de senegaleses, deserciones, Vichy y violencia de mercenarios pied noirs. Sin el sacrificio de la verdad histórica. Para aproximarse a la verdad, los historiadores rastrean en los archivos y son capaces de pensar la documentación en los parámetros que justifican la disciplina como ciencia social. La verdad definitiva no existe —por eso ya hay la teología y algunos productos puramente ideológicos que se le parecen—. La verdad es provisional, tentativa, sometida a cambio, mejora y refinamiento.
Hace pocos días, en Madrid, en la presentación de un programa para situar a grandes personajes y acontecimientos del pasado español, en la Real Academia de la Historia, la presidenta de la institución repitió que debemos tener autoestima por el pasado. Habría valido la pena preguntarle por qué. Un pasado impresionante, una parte relevante de la historia del mundo, ciertamente el mundo hispánico lo tiene. Ahora bien, ¿hay que tener autoestima por el hundimiento demográfico de la población americana del siglo XVI o por los indios peruanos bajando a las minas de plata para permanecer allí semanas enteras? ¿Hace falta que “sintamos el orgullo por un pasado que ha trascendido nuestras fronteras”, como afirmó Felipe VI en esa ocasión? Exaltar el pasado no hace ninguna falta, pensarlo sí que vale la pena.
Ocurre lo mismo con el tema que hoy nos ocupa: el tráfico de africanos que practicaron buena parte de las naciones europeas atlánticas con posesiones coloniales. La lectura de The Guardian del 13 de marzo me lleva a escribir sobre la cuestión de la participación de catalanes en el tráfico de esclavos en el siglo XIX. Tarde o temprano iba a ponerse sobre la mesa.
El imperio español entró en el tráfico de esclavos a gran escala y tardíamente, ya que operaba con más consistencia sobre el trabajo de la población indígena. Entró tarde porque salía más a cuenta comprar mano de obra a los que ya disponían de instalaciones en la costa africana y de logística naval adecuada (holandeses, británicos, franceses y portugueses). Ahora bien, contra lo que puede pensar el solvente diario británico y gente poco informada, esta no es una discusión reciente.
Por estos lares aquel negocio infame ya salió del armario en 1974, cuando el clima político presagiaba un cambio decisivo. No fueron las autoridades quienes lo facilitaron, sino una generación de historiadores que revisaban de arriba abajo la pobretona herencia cultural recibida. Aquel año Jordi Maluquer de Motes publicó el artículo La burgesia catalana i l’esclavitud colonial en la revista Recerques. En este trabajo esclarecedor, el comercio del azúcar, la marina mercante, el negocio colonial y la esclavitud se presentaban como partes de un todo, un factor vital para la prosperidad. A muchos aprendices de historiador aquel trabajo pionero nos abrió los ojos a una idea más amplia sobre la génesis del capitalismo autóctono. Nos hizo conscientes de los contextos que relacionaban Cataluña con las corrientes de la economía internacional.
Unos años después, removiendo papeles británicos, localicé los nombres de los barcos y de los capitanes catalanes que habían participado en el negocio tan lucrativo de comprar y vender seres humanos. Lo publiqué en Recerques en 1987. Me parece importante remarcar que buena parte del trabajo colectivo que desde entonces se hizo se expuso en 1995 gracias a la iniciativa del ayuntamiento de la ciudad, con el visionario Pasqual Maragall como alcalde, ayudado en aquella ocasión por el comisario Joan Anton Benach, en el Museu Marítim en las Drassanes. No era un pequeño reducto que pudiera pasar con discreción si no se hubiera querido herir las sensibilidades de la hipocresía local. El catálogo, con textos de Albert Garcia-Balanyà, Martín Rodrigo Alharilla, Juan José Lahuerta, yo mismo y otros, da fe de ello. Rodrigo Alharilla continuó después con más dedicación, inmerso en la tarea de documentar aquel aspecto todavía no lo bastante bien conocido. Los resultados están en las librerías o en la bibliografía universitaria.
Descubrir mediterráneos es siempre interesante. Pero en esta cuestión se trataba de algo más amplio: del Atlántico norte y sur, Europa, África y América, y las facetas de aquellos mundos son inacabables. Trabajando en los archivos, sudando la gota gorda, muchos de los historiadores del país allí seguimos. Por suerte, los historiadores e historiadoras no podemos perder mucho tiempo explicando a la concurrencia qué malos y avariciosos eran nuestros tatarabuelos. Ni podemos perder el tiempo insinuando de rebote que los comportamientos de los antepasados son una especie de cuaderno de bitácora para saber cómo serán sus descendientes. Tenemos que afinar la puntería y la percepción de las cosas hacia lo que de verdad nos ayuda a entender la complejidad del pasado en nuestro país y los que lo rodeaban.
En esta dirección, tres observaciones. La primera es importante: no es cierto que la industrialización catalana fuera el resultado de los beneficios del tráfico de esclavos. Si alguna cosa sabemos ahora es que se originó a través de la acumulación de capitales y la capacidad empresarial interna, a veces modestísima (Vilar, Torras, Nadal). El tráfico de esclavos fue sin duda una pieza decisiva e irrefutable del complejo colonial y de las relaciones exteriores de la economía catalana y española. Ahora bien, las grandes fortunas que todos tenemos en mente cuando se nos recuerda el eje Cataluña-Cuba eran una pieza innegable del gentlemanly capitalism, que dirían Cain y Hopkins si Barcelona fuera Londres, la cima capitalista de las finanzas y las empresas del Ibex de la época, ni más ni menos. No nos podemos confundir y no desviar la investigación histórica de aquello que es productivo para entender las complejidades de una sociedad en proceso de cambio.
Segunda observación. Sería interesante estudiar por qué el catolicismo solariego fue tan displicente, frío y distante hacia el dolor de personas vendidas y explotadas en las colonias españolas, a diferencia de la pérdida de legitimidad para algunos herederos de la Revolución Francesa, protestantes evangélicos, cuáqueros y filántropos en el mundo británico y en el mundo de Abraham Lincoln, que empujaron la esclavitud hacia una extinción inexorable (decretada en Londres en 1833 y en París en 1848).
Tercera observación. Los delitos prescriben. Si no, las guerras del pasado serían inacabables. El conocimiento histórico, en cambio, no. Tiene sentido estudiar la batalla de las Termópilas con ojos nuevos, como también la toma de Granada por los Reyes Católicos o las guerras del opio contra China. El mejor lugar para ganar la batalla del conocimiento son las aulas y la investigación histórica conforme a las reglas que la regulan. ¿El resto? Gesticulaciones.