miércoles, 26 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy miércoles, 26 de marzo de 2025. Día de la UNED, mi "alma mater"

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 26 de marzo de 2025. El pacifismo fue una revolución cultural y debe ser tenido en cuenta, pero no puede convertirse en una plataforma política, porque como dice el escritor Antonio Scurati en la primera de las entradas del blog de hoy, ¿quién librará nuestras próximas guerras?, o mejor dicho, ¿quién librará nuestras próximas guerras en nuestro lugar?. La segunda entrada de hoy es un archivo del blog del 30 de marzo de 2018 que hablaba de la muerte de Dios en un artículo escrito por el teólogo Juan José Tamayo en el que los dioses del Mercado, del Patriarcado y del Fundamentalismo eran las nuevas metamorfosis de la creencia en el Ser Superior. El poema del día, en la tercera entrada es del poeta Alberto Manzano, lleva el título de Dedos, y comienza con estos versos: No pienso discutir con Dios/por una tontería así./No pienso discutir con Él/sobre la utilidad de los dedos de los pies. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














Del nulo espíritu guerrero de los europeos

 







El pacifismo fue una revolución cultural y debe ser tenido en cuenta, pero no puede convertirse en una plataforma política, escribe en El País [¿Dónde están los guerreros de Europa?, 21/03/2025] el escritor Antonio Scurati.

¿Quién librará nuestras próximas guerras? O, mejor dicho, ¿quién librará nuestras próximas guerras en nuestro lugar?, comienza preguntándose Scurati. Hacía tiempo que la cuestión planeaba sobre nosotros —ignorada, descartada, reprimida—, pero se ha vuelto apremiante después de la traición de Donald Trump. Porque sobre este punto no cabe la menor duda: el 47º presidente de los Estados Unidos de América es un traidor a sus amigos, a sus aliados y, sobre todo, a los valores seculares de su nación.

Ahora se discute a diario sobre la necesidad de una “defensa común europea”, sobre el aumento de las inversiones en gasto militar e incluso sobre la posibilidad de desplegar nuestros soldados a lo largo de la ensangrentada frontera entre Rusia y Ucrania. Se debaten los problemas que dificultan la obtención de una autonomía, cuando no de una imposible independencia, en la defensa militar de Europa ante posibles agresiones futuras, por desgracia cada vez más verosímiles (y ya en curso). Los obstáculos son muchos, enormes y variados: son de carácter militar-industrial, económico, tecnológico, estratégico y, sobre todo, de carácter político.

Este debate, aunque necesario, se obstina en hacer caso omiso de la principal deficiencia de Europa a la hora de librar una guerra defensiva de forma autónoma: la falta de guerreros. Como ha demostrado, por desgracia y trágicamente, la reciente carnicería en Ucrania (y en Oriente próximo), incluso las guerras tecnológicamente más avanzadas requieren guerreros. Y nosotros, los europeos occidentales, no los tenemos, no lo somos, no lo somos ya.

No me refiero solo a la escasez de soldados operativos, por grave que sea: según el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, la defensa de la frontera ucrania requeriría el despliegue de 200.000 efectivos, pero la UE apenas podría desplegar 60.000 en tres turnos de 20.000. Me refiero a la desvanecida combatividad de pueblos que llevan ocho décadas en paz, demográficamente envejecidos y profundamente gentrificados. Para librar una guerra, aunque solo sea defensiva, se necesitan armas adecuadas, pero sigue ahí, obstinada, intratable, terrible, también la necesidad de hombres jóvenes (y de mujeres, si se quiere) capaces, preparados y dispuestos a utilizarlas. Es decir, hombres decididos a matar y morir.

El dato más útil para medir nuestra ineptitud ante esta tarea no son los efectivos de nuestros ejércitos. Es el número de muertos: estimaciones fiables calculan que durante los tres años de conflicto en Ucrania han caído aproximadamente 300.000 combatientes y tres veces más resultaron heridos, a menudo de gravedad. Casi toda la población de Milán diezmada por la guerra. ¿Somos capaces de concebirlo? No, no lo somos. Va más allá de nuestra imaginación, precisamente porque ya no somos guerreros. ¿Qué ha sido de todos esos soldados? James Sheehan se lo pregunta en un libro en el que indaga en la transformación de Europa de campo de batalla devastado a sociedad próspera y pacífica que desvió todos sus recursos materiales y morales del warfare [hacer la guerra] al welfare [hacer el bienestar]. La formulación más precisa de la pregunta, sin embargo, es esta: ¿qué ha sido de todos esos guerreros?

En nuestra milenaria trayectoria, la guerra no ha sido, de hecho, solo un oficio, una constante trágica, un instrumento de poder, ha sido el arte (el conjunto de técnicas, métodos, inventos y talentos) que ha impulsado la historia de Europa y, al unísono, la narrativa que ha definido la identidad de los europeos. A lo largo de los siglos, esta tierra nuestra ha sido un promontorio euroasiático poblada por guerreros feroces, formidables, orgullosos y victoriosos. De todas las invenciones europeas que han dado forma al mundo moderno, las de ámbito bélico (tecnológicas, tácticas y culturales) han sido probablemente las más efectivas e influyentes. Pero las guerras de nuestros antepasados europeos no supusieron solo el dominio de la fuerza, fueron también ocasiones de génesis del sentido: desde Maratón hasta el Piave, los europeos combatieron (y vivieron) fieles a cómo esperaban que se narrara su combate (y su vida). Desde Homero hasta Ernst Jünger, nuestra civilización concibió el combate armado frontal, mortífero y decisivo como su fundamento mismo, porque en la guerra heroica radicaba la experiencia plenaria, el acontecimiento fatídico, el momento de la verdad en el que se generaron las formas de la política y los valores de la sociedad, se decidieron los destinos individuales y colectivos.

El apocalipsis en dos partes de las guerras mundiales extirpó esta milenaria tradición. La ruptura con ella fue a su vez radical y violenta. Ya con la devastadora experiencia de las trincheras en la Gran Guerra, por primera vez en milenios de historia, los conceptos de gloria, honor y coraje perdieron todo significado cuando el hombre europeo llegó a la conclusión de que no había nada en el mundo por lo que valiera la pena morir. De repente, como escribió Blaise Cendrars, “Dios estaba ausente de los campos de batalla”.

Nació entonces la novela pacifista, novedad absoluta en el panorama de las creaciones humanas. La hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, desencadenada por el regurgito belicista del fascismo, hizo aún más profunda y definitiva esa zanja que nos separa de nuestra historia ancestral. El resultado fue una profunda mutación, que podemos denominar antropológica, de las estructuras de la experiencia humana y de la organización social. La revelación final del sinsentido de la guerra dejó en nuestra conciencia la marca de una reticencia irónica, de un desencanto melancólico con el mundo.

No fue solo decadencia. Fue un salto en la civilización. Las grandes conquistas europeas, y solo europeas, de la segunda posguerra (el derecho a la salud y a la educación para todos, la superación del racismo y del machismo, el desarrollo de una conciencia pacifista y ecologista, por citar solo algunas) jalonan nuestro avance regresivo hacia formas de vida que extienden a todas las edades los cuidados amorosos reservados a la infancia o incluso los privilegios embrionarios de la protección y la alimentación. Esa es la civilización: el gran útero externo. Así es como nos volvemos humanos: dejando la dureza fuera, pero poniéndola como centinela en la puerta. Al repudiar la guerra, no solo nos hemos vuelto imbeles, nos hemos vuelto mejores. Nos lo recuerda y lo confirma el obsceno espectáculo de despreciable brutalidad exhibida frente el mundo entero por el presidente de los Estados Unidos de América. Ante su presencia vivimos un momento de intensa clarificación existencial, redescubrimos el orgullo de ser europeos, de no ser como él.

El hecho es que ya no somos guerreros. El pacifismo fue una revolución cultural y debe ser meditado y respetado, pero no puede convertirse nunca en una plataforma política. Por todas estas razones, el inminente octogésimo aniversario de la Liberación del nazifascismo, tras habernos hecho asumir de una vez por todas el repudio a toda guerra agresiva, nacionalista e imperialista, debería ser un paso crucial para que Europa redescubra su espíritu combativo y, con él, el sentido de la lucha. Nosotros, los europeos occidentales, fuimos entonces guerreros por última vez. La resistencia antifascista nos recuerda por qué repudiamos la guerra, pero también nos enseña las razones para prepararnos, si es necesario, para librarla. Antonio Scurati es escritor. Autor de la serie de novelas sobre Mussolini M (Alfaguara). Su último libro es el ensayo Fascismo y populismo (Debate).

















[ARCHIVO DEL BLOG] La muerte de Dios. Publicado el 30/03/2018











Los dioses del Mercado, del Patriarcado y del Fundamentalismo son las nuevas metamorfosis de la creencia en el Ser Superior. Este cambio explica las tres violencias ejercidas en su nombre: la estructural, la machista y la religiosa, escribe en El País el teólogo Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.Nietzsche no fue el primero en utilizar la expresión “Dios ha muerto”. Su origen se encuentra en un texto de Lutero: “Cristo ha muerto / Cristo es Dios / Por eso Dios ha muerto”. En él se inspira Hegel en la Fenomenología del espíritu, donde afirma que Dios mismo ha muerto como manifestación del sentimiento doloroso de la conciencia infeliz. En Lecciones sobre filosofía de la religión se refiere a una canción religiosa luterana del siglo XVII en un contexto similar: “Dios mismo yace muerto / Él ha muerto en la cruz”.
Es probable que Nietzsche, hijo y nieto de pastores protestantes, la conociera e incluso la hubiera cantado en el Gottesdienst. Pero ha sido su propia formulación la que ha adquirido relevancia filosófica y ha ejercido mayor influencia en el clima sociorreligioso moderno.
Dos son los textos más significativos en los que Nietzsche hace el anuncio de la muerte de Dios. En Así hablaba Zaratustra, cuando el reformador de la antigua religión irania baja de la montaña, se encuentra con un anciano eremita que se había retirado del mundanal ruido para dedicarse exclusivamente a amar y alabar a Dios, actitud que contrasta con la de Zaratustra, que dice amar solo a los hombres. Tras alejarse de él, comenta para sus adentros: “¡Será posible! Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto”. Al llegar a la primera ciudad, encontró una muchedumbre de personas reunida en el mercado, a quienes habló de esta guisa: “En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también sus delincuentes. Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra”.
En La gaya ciencia Nietzsche relata la muerte de Dios a través de una parábola cargada de patetismo. Un hombre loco va corriendo a la plaza del mercado en pleno día con una linterna gritando sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”. El hombre se convierte en el hazmerreír de la gente allí reunida, que no se toma en serio la búsqueda angustiosa del loco y se mofa de él haciéndole preguntas en tono burlón: “¿Es que se ha perdido? […]¿Es que se ha extraviado como un niño? […]¿O se está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Emigrado?”. A lo que el loco responde: “¡Lo hemos matado nosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!”.
El loco, fuera de sí, entró en varias iglesias donde entonó su requiem aeternam deo. Cada vez que le expulsaban y le pedían explicación de su conducta, respondía: “¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios?”. Nietzsche califica el anuncio de la muerte de Dios como “el más grande de los acontecimientos recientes”, pero el loco reconoce que llega “demasiado pronto”.
¿Se ha hecho realidad el anuncio de Nietzsche? Yo creo que solo en parte. Ciertamente, se está produciendo un avance de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas y se cierne por doquier la ausencia de Dios. Pero, al mismo tiempo, asistimos a otro fenómeno: el de las diferentes metamorfosis de Dios. A modo de ejemplo voy a referirme a tres: el Dios del Mercado, el Dios del Patriarcado y el Dios del Fundamentalismo.
El Dios del Mercado. El Mercado se ha convertido en una religión “monoteísta”, que ha dado lugar al Dios-Mercado. Ya lo advirtió Walter Benjamin con gran lucidez en un artículo titulado El capitalismo como religión, donde afirma que el cristianismo, en tiempos de la Reforma, se convirtió en capitalismo y “este es un fenómeno esencialmente religioso”.
Tocar el capitalismo o simplemente mencionarlo es como tocar o cuestionar los valores más sagrados. Lo que dice Benjamin del capitalismo es aplicable hoy al neoliberalismo, que se configura como un sistema rígido de creencias y funciona como religión del Dios-Mercado, que suplanta al Dios de las religiones monoteístas. Es un Dios celoso que no admite rival, proclama que fuera del Mercado no hay salvación y se apropia de los atributos del Dios de la teodicea: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y providencia. El Dios-Mercado exige el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza y ordena matar a cuantos se resistan a darle culto.
El Dios del Patriarcado. Los atributos aplicados a Dios son en su mayoría varoniles, están vinculados a la masculinidad hegemónica y se relacionan con el poder. La masculinidad de Dios lleva derechamente a la divinización del varón. Así, el patriarcado religioso legitima el patriarcado político y social. La teóloga feminista alemana Dorothee Sölle critica las fantasías falocráticas proyectadas por los varones sobre Dios, cuestiona la adoración al poder convertido en Dios y se pregunta: “¿Por qué los seres humanos adoran a un Dios cuya cualidad más importante es el poder, cuyo interés es la sumisión, cuyo miedo es la igualdad de derechos? ¡Un Ser a quien se dirige la palabra llamándole ‘Señor’, más aún, para quien el poder no es suficiente, y los teólogos tienen que asignarle la omnipotencia! ¿Por qué vamos a adorar y amar a un ser que no sobrepasa el nivel moral de la cultura actual determinada, sino que además la estabiliza?”. En nombre del Dios del patriarcado se practica la violencia de género, que el año pasado causó más de 60.000 feminicidios.
El Dios de los Fundamentalismos. Los fundamentalismos religiosos desembocan con frecuencia en terrorismo, fenómeno que recorre la historia de la humanidad en la modalidad de guerras de religiones que se justifican apelando a un mandato divino. Tiene razón el filósofo judío Martin Buber cuando afirma que Dios es “la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mutilada, tan mancillada. Las generaciones humanas han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen: ‘Lo hacemos en nombre de Dios”. Matar en nombre de Dios es convertir a Dios en un asesino, en certera observación de José Saramago, quien lo demuestra en la novela Caín a través de un recorrido por los textos de la Biblia hebrea.
Dios bajo el asedio del Mercado, bajo el poder del Patriarcado y bajo el fuego cruzado de los Fundamentalismos. El resultado es la violencia estructural del sistema, la violencia machista y la violencia religiosa, las tres ejercidas en nombre de Dios. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







Del poema de cada día. Hoy, Dedos, de Alberto Manzano

 






DEDOS



No pienso discutir con Dios


por una tontería así.


No pienso discutir con Él


sobre la utilidad de los dedos de los pies.


 


Claro que me gusta chuparlos


uno a uno


y a veces


hasta metérmelos todos en la boca,


pero he de estar enamorado


si no, no.


 


Aunque nunca haya entendido su servicio


(salvo para agarrarse a una fuerte bajada)


para mí son la cosa más dulce del mundo.


Son el final del cielo del cuerpo de mi amada


y no pienso moverme de ahí,


por más que sea un amor imposible


voy a quedarme ahí colgado


(como al rabo de una nube)


apretando los dientes.


Es un asunto que se me escapa.



ALBERTO MANZANO (1955)

poeta español


















De las viñetas de humor del blog de hoy miércoles, 26 de marzo de 2025

 

















































martes, 25 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy martes, 25 de marzo de 2025. 68º aniversario del Tratado de Roma

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 25 de marzo de 2025. El presidente Trump se parece más al conductor de un reality que a un político tradicional, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el politólogo Víctor Lapuente, pero el problema no es que sepamos si las amenazas de Trump son serias o una broma infinita, sino que él tampoco lo sabe. La segunda es un archivo del blog del 24 de marzo de 2014 que hablaba del aura de la universidad, de la magia de la vida universitaria, con palabras de una de las personas que más y mejor la ha descrito: George Steiner. El poema del día, en la tercera, es un poema en prosa de la poetisa Aitana Monzón, titulado Tener sed significa no tener ojos, que comienza así: Un dibujo de Toulouse-Lautrec. Costó que entrara por los ojos. Es una mujer elegante, con ese gesto de dignificación que trae la derrota. Unos guantes larguísimos. El rostro apuntando a lo de arriba con los párpados bajados y los brazos dejándose abatir. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt












Del futuro con Trump

 






El presidente Trump se parece más al conductor de un reality que a un político tradicional, escribe en Ethic [¿Qué futuro nos espera con Trump?, 20/03/25], el politólogo Víctor Lapuente, pero el problema no es que sepamos si las amenazas de Trump son serias o una broma infinita, sino que él tampoco lo sabe.

¿Qué futuro nos espera con Trump? ¿Será Trump un tifón para el mundo o una leve brisa?, comienza diciendo Lapuente. En menos de dos meses, ha dicho más que ningún predecesor suyo en el cargo (incluido George Washington), pero ¿cuántas de sus terribles palabras se convertirán en medidas concretas? La interpretación positiva es que, como perro ladrador, es poco mordedor. En política doméstica, la cifra de 11 millones inmigrantes que iba a expulsar mengua semana a semana (afortunadamente). La motosierra de Musk, ahora ya en manos de Trump, se empieza atascar (también afortunadamente). No parece posible, ni deseable, para muchos en la misma administración Trump, echar a tantos trabajadores extranjeros del país y a tantos funcionarios de las agencias gubernamentales.

Pero también hay una lectura negativa y es que da igual que una amenaza se materialice o no. El daño está hecho. Aunque el abusador rectifique, la víctima de los abusos siempre recelará. Es lo que ocurre, por ejemplo, entre las cancillerías europeas, por no hablar de Ucrania. ¿Cómo nos podemos fiar de un tipo que nos ha dicho tales barbaridades? Y aquí reside el gran interrogante de sus primeros días de mandato: ¿por qué  Trump es más hostil con los socios económicos y militares de EE.UU. que con sus rivales? ¿Por qué parece más lejano del mayor enemigo de la OTAN que de sus miembros?

Trump contradice la lógica natural en democracia en dos aspectos cruciales. Primero, tras llegar al poder, ha anunciado unas políticas todavía peores de las que dijo en campaña. Casi todo político se modera en el despacho oficial. Él se radicaliza. Segundo, ha generado expectativas tan elevadas (para la gloria de EE.UU. y la paz mundial) que no puede más que frustrar a su propio electorado.

La cuestión es que no hay que comparar a Trump con los políticos, sino con los influencers. Su modus operandi responde más a los códigos de un presentador de Sálvame o Tómbola que de un político al uso. El presidente Trump se parece más al conductor de un reality, que él mismo fue, que a un político tradicional. Él no busca representar las preferencias de los ciudadanos, sino agitar sus pasiones. Es lo que lo llevó a la Casa Blanca y lo que, según él, lo llevará a la gloria, aunque sea efímera. Pero es que él solo entiende el lenguaje de lo rápido y del ahora. Él no quiere su busto esculpido en un monte imperecedero, sino su nombre en rótulos de neón. Bien brillantes.

Como animal mediático, su vara de medir todas las cosas es la popularidad y el dinero. La única voz que escucha es la de las encuestas y los mercados. Y ambas empiezan a estornudar. Hasta hace unos días, las bolsas mantenían una calma impropia dado el caos que causaba cada declaración de Trump. Pero la tregua de los mercados se ha acabado y la inestabilidad política está haciendo mella en unos agentes que se están poniendo nerviosos y empezando a vender activos. Demoscópicamente, la luna de miel con el presidente se ha acabado y, tras apenas seis semanas en el poder, ya hay más estadounidenses desaprobando que aprobando a Trump.

Cómo responda a estas presiones es la clave del futuro de Trump (y del planeta). Y, como con cualquier estrella mediática, es imprevisible. La historia moderna de las celebrities se resumen en esta simple lógica: ¿será el personaje x capaz de surfear la ola más difícil o se hundirá en el charco más superficial? Por eso seguimos las vidas de los famosos tan al detalle. Así que el problema gordo no es que sepamos si las amenazas de Trump son serias o una broma infinita, sino que él tampoco lo sabe.










[ARCHIVO DEL BLOG] El aura de la universidad. Publicado el 24/03/2014











Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.
El escritor Rafael Argullol declaraba hace unos días en El País, en un artículo titulado "La cultura enclaustrada", que el repliegue de la universidad sobre sí misma es una consecuencia del antiintelectualísmo rampante que impera en la misma que ha renunciado a la creatividad y el riesgo, para centrarse en la publicación de "Papers" que solo leen entre los integrantes del gremio respectivo. 
Detenerse en el análisis de las causas de esta situación sería muy complejo y escapa por completo a la intención de este comentario. No puede ser solo cuestión de dinero, aunque ello sea significativo. Un ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, para un total de 21500 estudiantes (la mitad de ellos de doctorado) tiene un presupuesto de 2208 millones anuales de euros. El conjunto de todas las universidades públicas españolas, para un total de 1561000 estudiantes, alcanzan un presupuesto global de 8730 millones de euros. Otro problema es el incestuoso sistema (incestuoso, sí, más que endogámico) de selección del profesorado en las universidades españolas. En Estados Unidos ninguna universidad contrata como profesor a un graduado o doctorado de la misma sin experiencia académica acreditada en otra universidad distinta. No está escrito en ningún sitio, pero es algo aceptado tácitamente por todas ellas.
Sobre las "claves del fracaso de la universidad y la ciencia en España y sus posibles vías de solución", hay un libro de título homónimo (Madrid, Gadir, 2013) escrito por la profesora de Historia Económica de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y ex directora general de universidades de la comunidad autónoma madrileña Clara Eugenia Núñez. La reseña del mismo, muy crítica con algunos de los planteamientos del libro sobre financiación pública o privada de las universidades, la promoción de la competencia entre ellas por atraerse alumnos o invertir en investigaciones al servicio de intereses privados, puede leerse en el artículo titulado "Crónica de un fracaso", publicado en Revista de Libros por el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña, que puede encontrarse en Internet.
Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.
Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos: que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia". 
Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada a causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos con su familia, obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford. Ha sido profesor en Princeton, en Innsbruck, en Cambridge, en Ginebra, en Oxford y en Harvard. En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Por mi parte hará quince años que leí por vez primera su magnífico "Errata: El examen de una vida" (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente y al que vuelvo a menudo en busca de inspiración. Llegué a él, como en tantas otras ocasiones, a través de un artículo en Revista de Libros, en este caso, el titulado "El pensamiento como vocación", del escritor Ángel García Galiano.
De mi emocionada lectura de "Errata" recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra. 
"Una universidad digna -dice en él- es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."
¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Espero que disfruten con estas lecturas que les propongo.
Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt