domingo, 10 de noviembre de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Poliamor. Publicado el 09/09/2019











Los domingos, por el hecho de ser fiesta, prolongamos las sobremesas hasta media tarde. A veces sustituimos la siesta por una tertulia, pero eso lo determina, además del sueño, la fuerza de la actualidad. Que nos enganchemos o no a la charleta dependerá de la disposición de ánimo de los tertulianos, porque los hay que ni borrachos se apean de Sánchez o la Diada.
Por suerte, afirma la escritora Carmen Rigalt, el domingo pasado hablamos en casa del poliamor. Así, en cursiva, para darle carácter de palabro. La iniciativa la tomó una de mis nueras. Convencidos de que sería una confesión íntima, todos nos quedamos expectantes y alborozados. A mí hasta se me secó la boca antes de empezar. No sé si ustedes saben algo del poliamor que nos invade. No me respondan ahora. Háganlo después de la publicidad.
La palabra poliamor tiene una eufonía técnica, continúa diciendo Rigalt, deshabitada de intención. Dices poliamor y es como si dijeras politraumatismo. Recuerdo estos días a Lady Di, de cuya muerte se han cumplido 22 años. Ella hablaba del poliamor sin nombrarlo. Entrevistada en la BBC, dijo una frase que se convirtió en símbolo dada la situación por la que atravesaba su matrimonio. "Tres son multitud", sentenció Lady Di poniendo ojos de cordero degollado. Ella no hacía referencia a una realidad marcada por dos amores simultáneos, sino a un simple adulterio (su marido le ponía los cuernos con Camila Parker). En catalán decimos "hacer el salto". Te saltas al marido de plantilla para acostarte con "otro". Es un término muy apropiado para jinetes.
Hay bastantes parejas que ponen un poliamor en su vida. Para eso se necesita simultaneidad y consenso. La relación es de tres (o de trescientos) y están de acuerdo todos. La forma de poliamor más común es la de tres: la pareja más un comando de apoyo. Con todo lo que digan sociólogos, psicólogos y antropólogos, el poliamor no es para hablarlo sino para hacerlo.
Una actriz de cuyo nombre no quiero acordarme, confesó públicamente que su matrimonio había pasado un bache del que salió reforzado porque su marido y ella habían incorporado un poliamor a su vida. Hubo un tiempo (años 60 y 70) en que se practicaban las orgías. La orgía difería del poliamor cuantitativa y cualitativamente. Primero, en cantidad, pues si bien no se requería un número concreto de participantes (en esos momentos no estás para echar cuentas) siempre se le podía hacer sitio a otro. Y en calidad, porque la orgía tenía carácter sexual. El poliamor, no. En el poliamor se llega al sexo por cariño. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Postrera invocación, de Walt Whitman (1819-1892)

 






POSTRERA INVOCACIÓN

Al fin, dulcemente,
dejando los muros de la fuerte mansión almenada,
el duro cerco de las cerraduras, tan bien anudado;
la guardia de las puertas seguras,
sea yo liberado en los aires.

Con sigilo sabré deslizarme;
pon tu llave suave en la cerradura y, con un murmullo,
abre las puertas de par en par, ¡alma mía!

Dulcemente -sin prisa-
(carne mortal, ¡oh, qué fuerte es tu abrazo!
¡oh amor! ¡cuán estrechamente abrazado me tienes!)


Walt Whitman (1819-1892)

Poeta estadounidense














De las viñetas de humor de hoy domingo, 10 de noviembre de 2024

 




























sábado, 9 de noviembre de 2024

El caso Errejón, desde el otro lado. Especial 3 de hoy sábado, 9 de noviembre de 2024

 






El otro día leí, en este mismo periódico, un análisis donde se denunciaba un supuesto linchamiento a Íñigo Errejón que, en mi opinión, no ha sucedido, comenta en El País [Lo de Errejón no es linchamiento, 09/11/2024] la escritora Nuria Labari. Un linchamiento es cuando un grupo numeroso de personas se toma la justicia por su mano sin esperar al proceso legal y prescindiendo por tanto de la autoridad legal. La RAE precisa en su definición que linchamiento es “ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un reo”. Por eso digo que Errejón no ha sido linchado. No solo porque no ha sido ejecutado sino porque ninguna de las críticas o testimonios que se han publicado en las redes sociales pretendían sustituir un proceso legal.

Hablaba el análisis de la “muerte civil” de Errejón, pero como tal cosa tampoco ha sucedido, el texto tenía que inventarla. En concreto se afirmaba que “nadie se atreverá a darle trabajo ni a frecuentar su trato, pues su baldón irreparable se contagiará a todo el que se le acerque, como las miasmas de la peste”. Y digo que inventa porque la realidad contradice la profecía. El caso más sonado de acoso sexual en la política española fue el de Nevenka Fernández, y todos sabemos cómo acabó. La que tuvo que irse de España y no encontró nadie que quisiera contratarla fue ella. Ismael Álvarez, el agresor, fue juzgado y condenado: dimitió en 2003 y en 2010 estaba de nuevo en política. Y si quieren uno más reciente, ahí tienen a Donald Trump, que volverá a ser presidente de Estados Unidos después de haber sido condenado a pagar 83 millones de dólares a la columnista E. Jean Carroll por abuso sexual y difamación.

Lo que la realidad nos dice es que debería preocuparnos más el futuro civil de Elisa Mouliaà, la mujer que ha denunciado en la policía a Íñigo Errejón, que el de su supuesto agresor. Ella, igual que todas las víctimas de agresiones sexuales que eligen denunciar, sabe que va a ser duramente juzgada por ello. Es por esta razón por la que muchas víctimas prefieren el testimonio a la denuncia, no porque confundan una cosa con otra sino por lo bien que conocen la diferencia entre una cosa y otra. Durante años, las víctimas de abusos sexuales han sido juzgadas por haber hecho algo mal: llevar la falda demasiado corta, por ejemplo. Ahora, las expertas del texto del linchamiento sugieren que las víctimas, aun no haciendo nada mal, han podido entender algo mal: la diferencia entre mal sexo y violencia sexual. Y sugieren, de paso, que su deficiente comprensión podría dañar la salud democrática de un país. Los argumentos parecen nuevos pero el esquema es viejo: concentrarse en el comportamiento de la víctima y no en el del agresor. Un esquema que es precisamente el que miles de mujeres pretenden desterrar desde que empezaron a contarse (sin cuestionarse) allá por 2017, cuando estalló el #MeToo.

Concentrémonos entonces en el comportamiento del acusado Íñigo Errejón y no en el de las mujeres que lo cuestionan. La policía lo está investigando porque hay indicios de delito y porque el acusado confesó que se estaba pasando de la raya. Quien ha dimitido es él, quien tenía previsto hacerle dimitir era su partido. Y el testimonio que ha despertado tanta indignación ha sido la carta que él mismo escribió. Aun así, un grupo de expertas viene a contarnos que ha sido linchado por un grupo de mujeres feministas confundidas. Venga ya.









De Costas y Lucenas. Especial 2 de hoy sábado, 9 de noviembre de 2024

 






Qué casualidad: apenas había escrito yo que el resultado más pernicioso de que hoy la mentira posea mayor capacidad de difusión que nunca es el descrédito vertiginoso de la verdad y la extensión cancerígena del cinismo en política, cuando vi en internet a un reputado politólogo que, mientras defendía la Unión Europea, abogaba con fervor por el cinismo, se declaraba “enormemente partidario de mentir” y concluía: “Hay que jugar sucio, porque los malos juegan sucio”. ¿Cómo queremos que nuestros políticos  no sean cínicos y mentirosos si quienes susurran a su oído les aconsejan la mentira y el cinismo?, comenta en El País [Cómo acabar de una vez por todas con la antipolítica, 09/11/2024] el escritor y académico de la RAE Javier Cercas. Leyendo con cuidado las encuestas del CIS, uno comprende que, diga lo que diga el propio CIS, el principal problema para los españoles es la clase política; pero no se engañen: quien practica la antipolítica no es esa mayoría palpable de españoles, sino los políticos que abrazan con buena conciencia creciente la mentira y el cinismo.

Nadie es más partidario que yo de una Europa unida –ni siquiera el susodicho politólogo-, pero no todo vale para defenderla. Aquí hay un malentendido: como descriptor del poder, Maquiavelo es brillante -por eso es el padre de la politología-, pero como prescriptor del poder es una calamidad: la historia muestra que no es el fin el que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin, y que el fin más noble se emponzoña si los medios usados para obtenerlo son ponzoñosos. En un discurso pronunciado en la ONU, el presidente Sánchez afirmó: “La democracia libra una batalla por su supervivencia y no puede aspirar a ganar con una mano atada a la espalda”. Discrepo: esa mano atada a la espalda es el estado de derecho, y quienes ponen en riesgo la supervivencia de la democracia son quienes, desatándose la mano, lo violan o socavan. La democracia española tenía derecho a defenderse del terrorismo de ETA, pero no con el terrorismo de estado del GAL: eso es desatarse la mano de la espalda; Israel tiene derecho a defenderse del terrorismo de Hamás, pero no arrasando Gaza: eso es desatarse la mano de la espalda. Cuando la democracia se desata la mano de la espalda, emprende el camino de la autocracia. Si el fin justifica los medios, todo está justificado y se impone la dialéctica schmittiana amigo/enemigo, típica del populismo: contra el enemigo, todo; contra el amigo, nada (aunque mienta o se corrompa). ¿Los jueces imputan a nuestros enemigos? Justicia. ¿Los jueces nos imputan? Lawfare. Las reglas rigen para los enemigos, pero no para nosotros, que somos los buenos y podemos jugar sucio. Pervertidos por ese sectarismo letal, es lógico que, en su fuero interno, tantos políticos se rieran del socialista portugués António Costa cuando dimitió de su cargo de primer ministro -”para preservar la dignidad de la institución”- en cuanto un juez imputó a uno de sus asesores y abrió una investigación sobre él. Una noticia veraz publicada por el digital The Objective ha pasado inadvertida. Poco después del tenebroso encuentro en Barajas entre José Luis Ábalos y Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela, el entonces ministro de Transportes y hoy sospechoso de corrupción citó en su casa al presidente de AENA -empresa encargada de gestionar los aeropuertos- y le exigió que borrase las imágenes grabadas de su presencia en el aeropuerto. El responsable de AENA era Maurici Lucena, economista y militante socialista; sin embargo, y aunque Ábalos era su superior -además de mano derecha del presidente Sánchez y hombre fuerte del gobierno-, Lucena se negó en redondo a acatar la orden. Ábalos montó en cólera, pero Lucena no cedió. “Eso es ilegal y yo no puedo hacerlo”, le dijo al ministro.

¿Por qué nos resulta admirable el gesto de Lucena? ¿Por qué la dimisión de Costa parece casi “angelical” (el calificativo es de un politólogo)? Necesitamos políticos que no nos mientan ni nos engañen, cuya palabra tenga valor, políticos que acepten luchar con una mano atada a la espalda, que jueguen limpio, que respeten las reglas, respeten a sus adversarios y nos respeten. Necesitamos políticos íntegros. Necesitamos Costas y Lucenas. Así se acaba con la antipolítica.















De la toponimia local. Especial 1 de hoy sábado, 9 de noviembre de 2024

 







En el relato de vida de muchos españoles que nacieron antes de los sesenta está la narración del asombro que sintieron la primera vez que pisaron la playa, escribe en El País [Lugar nuevo de la Corona, 09/11/2024] la filóloga Lola Pons Rodríguez. Reconstruye Jorge Carrión en Lo viral (2020) el viaje de su madre desde el pueblo cordobés de Santaella cuando migró a Barcelona a trabajar: en un mismo día conoció la Mezquita, mientras hacía tiempo hasta que saliera el tren de Córdoba, y el mar, cuando por la tarde divisó desde su vagón la costa de Valencia. Hay una memoria adulta del mar propia de una generación que en su niñez no disfrutó de veraneos ni de jornadas domingueras asociadas al autobús o al coche propio.

En cambio, los ríos han sido realidades conocidas para toda la población española, de interior o de costa. No hay mejor previsor de un asentamiento humano que la proximidad del agua. Las sociedades buscaban ríos cerca, y su curso importaba: la fertilidad agrícola, el alimento del ganado, el ciclo que llenaba y vaciaba el pozo estaban ligados al agua que corría, el agua en que bañarse y de la que beber y vivir. Para muchas zonas dialectales del español, el agua que venía del cielo era llamada así: agua, y no lluvia, dando una continuidad lógica al agua dulce que manaba de la tierra y a la que caía de las nubes.

Muchos de los nombres de lugar nacen de la observación cotidiana del terreno con ojos humanos (alturas, colores, texturas...). En los mapas vemos que si hay agua en un territorio, la toponimia siempre la consagra. Por eso, las noticias de estos días nos enfrentaban a una tautología dramática, ya que se hablaba del desastre de las inundaciones en localidades que han convivido históricamente con cauces y juntas de ríos, y que lo mostraban en su nombre. La palabra latina balneum (baño) generó Buñol; en la comarca de Requena-Utiel, Caudete de las Fuentes deriva del latín caput aquae (cabeza de agua, punto de emanación), por lo que el agua está doblemente en la denominación de la localidad, que en su apellido hace mención directa a las fuentes. Estas se invocan también en Fuenterrobles, en la misma comarca. El topónimo Mislata se ha explicado como una posible referencia a las aguas de acequia y río mezcladas en la zona (latín misculata); la convergencia de aguas se expresa en un topónimo transparente como Siete Aguas, igual que es diáfana la mención al río en Riba-roja de Túria; el pueblo de Torrent consagra en su designación la avenida impetuosa de los arroyos... Como en todo el Levante, lo árabe se mezcla con lo latino: dentro del nombre de Chiva, la localidad que registró el máximo de lluvias durante esta trágica gota fría, está el árabe ğibb, que significa pozo, y Guadassuar, junto al río Magro, contiene la mención al árabe wadi, río. Bajo la toponimia de los lugares afectados por esta reciente desgracia siento la etimología del agua que hace siglos motivó las denominaciones de muchos de estos lugares.

Algunos nombres son muy fáciles para nuestro entendimiento lingüístico, otros han quedado ocultos por la evolución fonética de lenguas que ya no hablamos. Pero todos ellos conforman una toponimia de siglos, sedimentada en la observación del terreno, que me resulta congruente y honesta, propia de un tiempo de consumo local, de playas salvajes, de trabajo agrícola demorado, de mirar a la tierra y bautizarla atendiendo a su singularidad. No creo en el buenismo de las sociedades primitivas, pero sin duda esta toponimia vieja expresa una relación con la tierra más realista que la nuestra. Comparo estos nombres con esos otros de urbanizaciones recientes que bautizamos con una hortera obsesión enaltecedora, del tipo Lomas del Vizconde, Cumbres Turdetanas, Torre Sky Gran Vista... Me invento los ejemplos, pero saben a qué aludo: es esa toponimia publicitaria que intenta engatusar al consumidor bautizando un predio con pretenciosos nombres noveleros.

Es evidente: hay dos mecanismos en la forma de nombrar a las cosas: uno desde abajo, y otro desde arriba, y esas dos direcciones se parecen mucho a las dos realidades de esta semana aciaga para Valencia: el trabajo realista de bota de agua con que se ha sacado adelante tanta ruina estos días y el discurso huero que ha circulado desde arriba, en las declaraciones ante los micrófonos que han revelado un decepcionante choque de administraciones.

Cerca de Benetúser y Alfafar, al sur de Sedaví, existió una residencia religiosa filial del convento de la Corona de Jesús de Recoletos de San Francisco. Ese lugar, el municipio más pequeño de España, se llama oficialmente hoy Llocnou de la Corona, en español “Lugar Nuevo de la Corona”. Y viendo la dignidad con que los Reyes mantuvieron la compostura el pasado domingo durante el penoso curso de la visita a Paiporta, me pareció que ese topónimo religioso de la zona hablaba con transparencia de lo ocurrido allí. Fue un escenario nuevo para la Corona real, sin duda, un lugar alejado de los aplausos cálidos con que se suele recibir a los Reyes en inauguraciones y actos oficiales. Pero fue también un lugar nuevo en la percepción que muchos españoles tienen de la Monarquía, que con su firmeza mostró su utilidad en una democracia a la que le sobra (dicho en palabras del Rey) “intoxicación informativa” y sobre cuyo mapa la polarización política está abriendo preocupantes vías de agua.









De las entradas del blog de hoy sábado, 9 de noviembre de 2024

 









Hola, buenos días de nuevo y feliz sábado, 9 de noviembre de 2024. En un mundo en el que la incertidumbre es inevitable, se dice en la primera de las entradas de hoy, ¿cómo deberíamos afrontar lo que no sabemos? ¿Qué papel desempeñan el azar, la suerte y las coincidencias en nuestras vidas? La segunda, un archivo del blog de agosto de 2017, hablaba del feminismo como superpoder  a partir del personaje de cómic de la "Mujer maravilla", creado en 1937 por el estadounidense Charles Moulton. La tercera es un poema de Pedro Salinas que comienza con estos versos: Ayer te besé en los labios./Te besé en los labios. Densos,/rojos. Fue un beso tan corto,/que duró más que un relámpago. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt













De la incertidumbre

 





En un mundo en el que la incertidumbre es inevitable, ¿cómo deberíamos afrontar lo que no sabemos? ¿Qué papel desempeñan el azar, la suerte y las coincidencias en nuestras vidas? Sir David Spiegelhalter, comenta Nueva Revista en un artículo del pasado 23 de octubre de 2024, un maestro de la estadística, ha dedicado su carrera a analizar los datos para comprender los riesgos y evaluar  las probabilidades de los sucesos futuros. En su último libro, El arte de la incertidumbre, explica cómo podemos organizar mejor nuestras vidas teniendo en cuenta lo que nos sugieren los números. Tenía todas las probabilidades en contra, pero consigue hacerlo con un lenguaje sencillo.

The Economist alaba la obra de Spiegelhalter y destaca su habilidad para hacer comprensibles conceptos que la mayoría de lectores detestan desde su infancia, cuando aprendieron matemáticas en el colegio. El arte de la incertidumbre puede ser útil para los lectores en toda suerte de campos, ofrece consejos y explica curiosidades en áreas tan variadas como la medicina, el cambio climático, los juegos de cartas y las competiciones deportivas. Gracias a él, conocemos también el trabajo de departamentos como el Registro Nacional de Riesgos, que evalúa los peligros a los que se enfrenta a corto plazo el Reino Unido.

Uno de los riesgos de enseñar matemáticas en lugar de, por ejemplo, historia, es que los deberes son mucho más difíciles de hacer. Después de todo, «¿Fue Enrique VIII un buen rey?» es una pregunta razonable tanto para un aula de niños de nueve años como para un grupo de posgraduados. En cambio, el enunciado «Resuelve esta ecuación cuadrática» dejaría perpleja a la primera clase y poco impresionada a la sala de conferencias. Las matemáticas se aprenden haciendo, pero plantear un problema que sea lo suficientemente fácil para que resulte accesible y lo suficientemente difícil para ser satisfactorio es un problema en sí mismo.

En parte por esta razón, los libros de matemáticos que comunican con éxito a quienes no pertenecen a la tribu son tan escasos como valiosos. A lo largo de las décadas, muchos estudiantes han devorado The Pleasures of Counting (1996), de Thomas Körner, y Mathematics: A Very Short Introduction (2002), de Sir Timothy Gowers. Ahora, David Spiegelhalter, catedrático emérito de Estadística de la Universidad de Cambridge, se ha sumado al género con The Art of Uncertainty. Su nuevo libro no solo interesará a los aspirantes a matemáticos, dado que su tema es universal: cómo analizar el azar, la ignorancia y el riesgo.

Con la pandemia de covid-19 tan reciente, pocos necesitarán recordar lo vitales que pueden ser estos análisis. Si surge un nuevo virus y la mayoría de las muertes se producen entre quienes han recibido una vacuna aún más reciente, ¿prueba eso que el plan de vacunación es perjudicial? (No, los que corrían mayor riesgo fueron vacunados primero. Con una vacuna vacuna imperfecta, este grupo siempre tuvo probabilidades de sufrir el mayor número de muertes).

Sin embargo, el libro también da cabida a asuntos más ligeros. ¿Cómo Giacomo Casanova, famoso aventurero y amante del siglo XVIII, diseñó una lotería que garantizaba ganancias al gobierno francés? ¿Cómo los mejores equipos de fútbol dependen más de la suerte que de la habilidad? ¿Hasta qué punto están seguros los científicos del valor de constantes físicas como la velocidad de la luz?

La exploración de estas cuestiones por parte del profesor Spiegelhalter es deliciosa por tres razones. En primer lugar, las utiliza para iluminar ideas más amplias sobre el funcionamiento de la probabilidad y la estadística. Así, un debate sobre la seguridad de las vacunas se resuelve con el teorema de Bayes, un procedimiento para refinar el juicio sobre las probabilidades a medida que aparecen nuevas pruebas. El teorema de Bayes es crucial para todo, desde el método científico hasta la evaluación de pruebas jurídicas y el progreso de la inteligencia artificial. La satisfacción que proporciona el enfoque del profesor Spiegelhalter es que llega a esta verdad profunda con la única ayuda de suposiciones intuitivas y unas nociones de álgebra muy sencillas. Este tipo de elegancia es lo que hace que los matemáticos disfruten de las matemáticas.

La segunda razón para leer este libro es el fascinante cuestionamiento filosófico que se hace el autor. ¿Qué significa realmente «probabilidad»? ¿Es una propiedad básica del mundo o una mera expresión de nuestra ignorancia? Cuando hablamos de la probabilidad de sacar un seis en un dado, ¿es el mismo concepto que la probabilidad de que haya vida en Marte? La opinión personal del autor —que la incertidumbre es una relación subjetiva entre el observador y lo observado, y no una magnitud fundamental— es un feliz correctivo a los que consideran las matemáticas una materia en blanco y negro.

Sin embargo, lo más importante de todo es la habilidad del profesor Spiegelhalter para comunicar estas ideas. Una gran parte de la probabilidad y la estadística puede resultar contraintuitiva, y las matemáticas que la sustentan son a menudo temibles. Pero este no es un libro difícil de leer o entender. Solo por esto es un golpe de suerte y, sin duda, un faro para los sucesores del autor. 

Sir David John Spiegelhalter es un estadístico británico nacido en Barnstaple en 1953. Catedrático emérito de Estadística de la Universidad de Cambridge y director no ejecutivo de la UK Statistics Authority, entidad encargada de vigilar la Oficina para las Estadísticas Nacionales, un departamento no ministerial del Gobierno británico. Es autor de libros como Sex by Numbers: What Statistics Can Tell Us About Sexual Behaviour, Teaching Probability y Covid by Numbers: Making Sense of the Pandemic with Data. 













[ARCHIVO DEL BLOG] Sufriente Safo. Publicado el 09/08/2017











Bárbara Ayuso es una periodista y escritora española que acaba de publicar en Revista de Libros una hermosa reseña del libro de Elisa McCausland Wonder Woman. El feminismo como superpoder (Madrid, Errata Naturae, 2017), que profundiza y reflexiona sobre el feminismo como superpoder a partir del personaje de cómic de la "Mujer maravilla", creado en 1937 por el estadounidense Charles Moulton.
«Las mujeres tomarán el control del país, política y económicamente. La era de la Nueva Mujer ha llegado»: el sufragio femenino en Estados Unidos aún no había cumplido las dos décadas y William Moulton Marston (1893-1947) se pronunciaba así en una conferencia de prensa en 1937. Bajo el seudónimo de Charles Moulton crearía, cuatro años después de ese alegato, a Wonder Woman –Mujer Maravilla, para hispanohablantes– con el indisimulado propósito de ser «propaganda psicológica para el nuevo tipo de mujer que debería, en mi opinión, dominar el mundo».
Los setenta y cinco años que han transcurrido desde el alumbramiento del personaje dejan un balance irregular. No sólo en lo que respecta a la utópica voluntad política de su creador, sino también en lo tocante al icono pop en que se convirtió Wonder Woman y que ahora revive gracias a su última aventura cinematográfica. La primera superheroína de la historia, la más longeva y best seller intermitente (superó en ventas a Superman y Batman) ha pasado por cientos de reimaginaciones, usurpaciones y perversiones de ese espíritu que la concibió en la llamada Edad de Oro de los cómics. ¿Es Super Woman un emblema de los derechos de las mujeres o un producto de la épica fetish en molde de superheroína hipersexualizada? ¿Rezuman oportunismo sus proclamas o tuvo razón de ser aquel intento fracasado de erigirla como embajadora de honor de las Naciones Unidas en 2016? ¿Puede ser estereotipo cultural y erótico simultáneamente?
Sobre todo ello profundiza y reflexiona la crítica e investigadora Elisa McCausland (Madrid, 1983) en Wonder Woman. El feminismo como superpoder. A pesar de lo que el título pudiera sugerir, no se trata de un compendio de logros de la heroína, ni tampoco una conjuración o exaltación de sus valores ahora que el éxito de la película de Warner expele toneladas de merchandising con su rostro. Más bien supone una aproximación a Diana Themyscira desde su génesis, un análisis complejo del contexto del nacimiento y de las circunstancias históricas y sociales que fueron erosionando el personaje durante tres cuartos de siglo. A lo largo del volumen, va dibujando un trazado con el que comprender por qué se creó, qué implicaciones (reales) tiene su indumentaria y, por encima de todo, ayuda a discernir el efecto que ha tenido en los lectores, así como las asimilaciones políticas de sus orígenes.
McCausland aspira a analizar(nos) críticamente a través de la ficción desde un interés desprejuiciado por la cultura, el mismo que movió a Marston a vindicar la importancia del cómic como medio expresivo por su potencial educativo y su penetración en la cultura de masas. El volumen arranca con la reconstrucción de la creación de Wonder Woman, un relato fascinante que la autora aborda con minuciosidad y sin concesiones al morbo con que es habitual referirse a los juegos de dominación y sumisión que atraían a su progenitor.
Escritor fracasado, inventor de la «máquina de la verdad» y uno de los primeros psicólogos experimentales estadounidenses, William Moulton Marston insufló un aire revolucionario a su criatura y a la Isla Paraíso de la que procedía. Pero no lo hizo solo. Elizabeth Holloway y Olivia Byrne eran más que su mujer y su amante, y la relación creativa que les unía trascendía la naturaleza poliamorosa del vínculo privado. Ambas configuraron junto a Marston una mujer depositaria de valores, investigaciones y desvelos ligados al feminismo, al pacifismo, la concordia entre razas y naciones, y otras luchas sociales. Holloway, apasionada del mito de Safo, proporcionó a Diana un origen sincrético entre lo amazónico y lo griego, y Byrne volcó en ella su interés por las luchas obreras, cruzando en las misiones de Wonder Woman protestas basadas en hechos reales. Así, la Mujer Maravilla llegó al mundo no sólo como depositaria del feminismo sufragista estadounidense de la primera mitad del siglo XX, sino como un actor fundamental en sus posibilidades a través de la ficción.
Pero la utopía caducó pronto. Con la temprana muerte de Marston, el personaje se sumió en la primera de las muchas derivas que atravesaría, hasta dejarla reducida a una cáscara, a un significante vacío. Diana dejó de ser una apología del feminismo amazónico para entrar en los años cincuenta convertida en una versión depauperada de sí misma. Guionistas, editores y dibujantes le arrebataron sus poderes y la relegaron a puestos progresivamente irrelevantes como espía de pacotilla, secretaria, consejera y, finalmente, mujer sin superpoderes. McCausland inspecciona las circunstancias que precipitaron esta travesía por el desierto, en la que desempeñaron un rol predominante no sólo la regresión de la equidad de género de la posguerra, sino el crucial papel de Fredric Wertham (1895-1981), gran inquisidor y «Richard Nixon» de los cómics. La implantación del código de autocensura Comics Code y la regulación editorial de la propia DC Comics –que obligaba por contrato a reducir a los personajes femeninos a secundarios y apoyos del superhéroe– devino en que las aventuras de la amazona fueran sustituidas por un catálogo de costumbres nupciales a lo ancho del mundo, llamado Marriage à la Mode.
A esta etapa le sucedieron diversos puntos de inflexión, en los que McCausland se introduce con fidelidad casi historiográfica, examinando la época en que la feminista Gloria Steinem se hizo cargo del personaje en los años setenta. El ensayo se nutre además de entrevistas con sujetos involucrados en los diferentes ciclos, como la editora Joanne Edgar y la guionista Trina Robbins. Así, deja que sean los propios «rescatadores» del espíritu de Wonder Woman en los años ochenta, George Pérez y Phil Jiménez, quienes reflexionen sobre cómo se orquestó el relanzamiento del mito desde la literalidad de lo helénico. Una labor que heredó Greg Rucka, actual guionista de la serie, y al que la autora concede no sólo espacio, sino una clara reivindicación de su labor de acoplar a Super Woman al pulso moral del mundo pos-11-S junto con Gail Simone.
Pero, por encima de todo, el ensayo amplifica y sustenta la hipótesis formulada por la investigadora de la Universidad de Harvard, y posiblemente la mayor experta actual en Wonder Woman, Jill Lepore. McCausland hace suyo el postulado que encabeza el primer capítulo: «Wonder Woman es el eslabón perdido de una cadena de eventos que empieza con las campañas de las mujeres sufragistas a principios del siglo XX y termina con el convulso estado del feminismo cien años después», para poner sobre la mesa los desafíos que presenta la posmodernidad para el personaje.
La autora no esconde, sin embargo, su consideración de Wonder Woman como una suerte de «artefacto alienígena», un «virus feminista»; lo relevante es que invita a transitar estas páginas utilizando a la superheroína como un reflejo, más que como mito o icono preñado de significados: «Es un arquetipo idóneo para pensar en las relaciones entre feminismo, cultura y sociedad de consumo, sus estrategias y sus contradicciones», afirma.
El escritor Jim Thompson estaba convencido de que existían treinta y dos maneras de escribir una historia, «pero sólo existe una trama: las cosas no son lo que parecen», una cita que le va como anillo al dedo a Wonder Woman y a sus setenta y cinco años de historia. Diana Themyscira es algo más que una superheroína uniformada con la bandera de Estados Unidos que se deshace en fintas y derechazos para el deleite erótico del respetable. También resulta superficial contemplarla como una feminista de pancarta y tuit facilón, o una «representación de una mujer blanca, con pechos exuberantes, proporciones imposibles y un traje escueto», como afirmaban los detractores de su nombramiento en la ONU. Sus encarnaciones televisivas y cinematográficas (como la setentera de Lynda Carter, inofensiva y ñoña. o la actual de Gal Gadot, presentada como una mujer llamada a salvar los muebles de una franquicia en horas bajas) no favorecen la idea de que Wonder Woman va más allá. Más allá incluso de la consideración del feminismo como un superpoder, signifique eso lo que signifique.
McCausland concluye con una reflexión disfrazada de lección, que, en cierta medida, entona el popular grito de guerra de Wonder Woman: ¡sufriente Safo! «El mito de la amazona, ahora sí, parece haber llegado para quedarse. Está en nuestras manos decidir si vamos a estar a su altura o si vamos a reducirla a la nuestra», dice. La idea que subyace no podría ser más peligrosa: Wonder Woman, al margen de las apariencias, es una máquina de ponerse a pensar.
La sufriente Safo a la que alude el grito de guerra de la Mujer Maravilla y que da título al artículo de Bárbara Ayuso, no es otra que Safo de Mitilene, también conocida como Safo de Lesbos, una poetisa griega que vivió a caballo de los siglos VI y V antes de Cristo, a la que los comentaristas han incluido sin dudar entre los más grandes poetas líricos. Pasó toda su vida en Lesbos, isla griega cercana a la costa de Asia Menor, con la excepción de un corto exilio en Siracusa (en la actual Sicilia) en el año 593 a. C., motivada por las luchas aristocráticas en las que probablemente se encontraba comprometida su familia perteneciente a la oligarquía local. Su poesía la ha convertido en un símbolo del amor lésbico.
Se conserva muy poco de su obra lírica, pero entre lo que se conserva destaca su Oda a Afrodita. El poema se inicia con una invocación en la que Safo llama a la diosa Afrodita y le ruega que acuda en su ayuda. Tras una larga digresión en la que la autora rememora una ocasión anterior en que la diosa descendiendo en un carruaje de oro tirado por gorriones atendió su ruego de que la renegada pronto estaría completamente enamorada de ella, el poema se cierra con una estrofa en la que reitera su solicitud de ayuda en la guerra del amor, concepto antiguo que aún hoy conservamos y que supone que el establecimiento de una relación amorosa es similar a una batalla. Les dejo la versión española y la original en griego clásico de su Oda a Afrodita. Disfruten de ellas.


¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y sexo
Ruégote, Cipria!

Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Zeus
Alta morada.

El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.

Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
—me preguntabas—

¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?

Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.

Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.

***

Ποικιλόθρον᾽ ὰθάνατ᾽ ᾽Αφρόδιτα,
παῖ Δίος, δολόπλοκε, λίσσομαί σε
μή μ᾽ ἄσαισι μήτ᾽ ὀνίαισι δάμνα,
πότνια, θῦμον.

ἀλλά τυίδ᾽ ἔλθ᾽, αἴποτα κἀτέρωτα
τᾶς ἔμας αὔδως αἴοισα πήλγι
ἔκλυες πάτρος δὲ δόμον λίποισα
χρύσιον ἦλθες

ἄρμ᾽ ὐποζεύξαια, κάλοι δέ σ᾽ ἆγον
ὤκεες στροῦθοι περὶ γᾶς μελαίνας
πύκνα δινεῦντες πτέῤ ἀπ᾽ ὠράνω αἴθε
ρος διὰ μέσσω.

αῖψα δ᾽ ἐξίκοντο, σὺ δ᾽, ὦ μάκαιρα
μειδιάσαισ᾽ ἀθανάτῳ προσώπῳ,
ἤρἐ ὄττι δηὖτε πέπονθα κὤττι
δηὖτε κάλημι

κὤττι μοι μάλιστα θέλω γένεσθαι
μαινόλᾳ θύμῳ, τίνα δηὖτε πείθω
μαῖς ἄγην ἐς σὰν φιλότατα τίς τ, ὦ
Ψάπφ᾽, ἀδίκηει;

καὶ γάρ αἰ φεύγει, ταχέως διώξει,
αἰ δὲ δῶρα μὴ δέκετ ἀλλά δώσει,
αἰ δὲ μὴ φίλει ταχέως φιλήσει,
κωὐκ ἐθέλοισα.

ἔλθε μοι καὶ νῦν, χαλεπᾶν δὲ λῦσον
ἐκ μερίμναν ὄσσα δέ μοι τέλεσσαι
θῦμος ἰμμέρρει τέλεσον, σὐ δ᾽ αὔτα
σύμμαχος ἔσσο.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt