lunes, 12 de agosto de 2024

Del gobierno de los jueces

 









La influencia de los jueces en la democracia no hará más que crecer

JUAN JOSÉ SOLOZÁBAL

09 AGO 2024 - El País - harendt.blogspot.com


Todo son críticas para los jueces. En un sistema constitucional bien ordenado, parecería que están sobrepasando su papel ordinario, como garantes de los derechos de los ciudadanos y de la regularidad de la actuación de las instituciones, respetando su ámbito propio y observando los procedimientos establecidos. Se llega a hablar de judiciocracia, remedando aquella expresión de Lambert que hablaba del Gobierno de los jueces para denunciar, refiriéndose a Estados Unidos, su protagonismo excesivo. A veces son los mismos jueces los que, un tanto artificiosamente, parecen reclamar que se ponga el foco sobre ellos. Por ejemplo, en la sentencia sobre los ERE el Tribunal Constitucional emplea una especial dureza para referirse a la posición de los tribunales de instancia, sin deferencia alguna para ellos, en términos descalificadores, posición que la mayoría reitera para los votos discrepantes de su fallo. El Tribunal Supremo, en su resolución sobre la amnistía, acoge una acepción del enriquecimiento para excluir de la misma a los condenados en su día por su participación en el procés francamente rebuscada y contraria a los propios cánones de entendimiento gramatical común. A muchos también nos ha sorprendido el lenguaje desenvuelto del Tribunal Supremo al plantear la cuestión de inconstitucionalidad sobre la ley de amnistía, en la que adopta una calificación global del procés como golpe de Estado y se extiende en consideraciones políticas que la sentencia del Supremo en su día prudentemente eludió.

Digamos que estas expresiones que nosotros consideramos desafortunadas no rebajan la trascendencia de la necesidad de los jueces y tribunales en el ordenamiento constitucional español: el aseguramiento de los derechos de los ciudadanos de manera plena y el carácter complejo de la organización territorial estimulan una conflictividad que hace imprescindible la actuación jurisdiccional, como decíamos, en el nivel individual e institucional.

Sin lugar a dudas, la influencia de los jueces no hará más que crecer, como ya fue anticipado por Tocqueville. Ocurre, primero, que la democracia constitucional exige a las ramas políticas asumir un tipo de actuación que comparte en cierto modo el nivel de razonabilidad mínimo del principio de proporcionalidad, esencia de la actuación jurisdiccional; y, en segundo lugar, que en el futuro, si no se atacan los defectos de la partitocracia, la influencia judicial irá necesariamente en aumento. Es, en efecto, aguda la observación de Sumption: en la medida en que los políticos han perdido su prestigio, los jueces están prestos a ocupar su sitio. “Los jueces son generalmente inteligentes: gente reflexiva y coherente además de intelectualmente honestos. Contrariamente al cliché acostumbrado, saben mucho de la vida real. El mismo proceso judicial consiste en una combinación de razonamiento abstracto, observación social y valoración ética, que para mucha gente, racionaliza y moraliza el proceso de la toma pública de decisiones”. Naturalmente, no estoy ignorando que el principio de proporcionalidad rija en el mismo sentido en el ámbito jurisdiccional que en el político. En el nivel jurisdiccional, se trata de un criterio técnico: habrá de verse si la limitación de los derechos a que procede el juez ha respetado la justificación, estudiando su adecuación, necesidad y daño mínimo. En el nivel político, la aplicación del principio no elimina la discrecionalidad de la decisión, pero exige una ponderación de las alternativas que excluya la arbitrariedad, proscrita de nuestro sistema constitucional. La impregnación jurisdiccional es inevitable. El legislador ha de incorporar a la norma precisiones que pueden seguirse de la aplicación jurisdiccional del derecho, esto es, lecciones que se derivan del law in action. Como fundadamente sostiene la profesora Marian Ahumada, la democracia constitucional sin ser una judiciocracia, esto es, un gobierno de los jueces, si es una forma política obligada a tomar la opinión judicial en cuestiones fundamentales.

A mi juicio, la negativa a reconocer a los jueces su papel nodal en nuestro sistema jurídico-político, en el que incurren no pocos, se debe esencialmente a la deficiente comprensión de nuestra Constitución, a desconocer el significado en la misma del principio democrático y, asimismo, su ineludible condición normativa. En los sistemas políticos de nuestro tiempo, el principio democrático no equivale a la actuación omnímoda o irrestricta del legislador, pues no sería razonable haber sustituido al monarca absoluto por el legislador omnipotente. Los sistemas políticos, así el establecido en nuestra Ley Fundamental, son Estados de derecho en los que los poderes, empezando por el legislativo y comprendiendo, desde luego, a los gobiernos, se encuentran sujetos a la Constitución. La sujeción a derecho implica el entendimiento de la Constitución, en última instancia, según su interpretación por el Tribunal Constitucional. Así, el tribunal es un elemento imprescindible en el sistema político, una instancia de seguridad y reflexividad que completa con las administraciones independientes el diseño institucional de la democracia. En esta, sin duda, el principio democrático adopta un ropaje que va más allá de la representatividad. De este modo, los tribunales constitucionales tendrían una función depurativa, anulando el derecho anticonstitucional, actuando como legislador negativo, pero también, en positivo, una tarea integradora, al cuidar en su función interpretativa de los valores del sistema y procurar su renovación constante.

De otro lado, como comentábamos, el menosprecio de la función jurisdiccional tiene que ver con la erosión de la normatividad constitucional, pues los jueces son los garantes en último término del pleno reconocimiento en la comunidad de la supremacía constitucional. Los sistemas constitucionales solo se explican como órdenes positivos vinculantes y supremos o sin superior. Las constituciones no son un elemento más de los sistemas políticos, sujetos a un parámetro exterior (derecho natural o excelencia filosófica, o un modelo concreto reconocido como referencia que necesitase de la adhesión individual de cada ciudadano). La Constitución es una regulación completa, democrática, aunque solo fundamental, de la vida política de un pueblo. Pero se trata de una norma, como verdadero derecho que es, obligatoria e ineludible, mientras no se cambie. Su interpretación última, esto es, la determinación de su significado verdadero para los ciudadanos y poderes públicos, corresponde al Tribunal Constitucional. No deberíamos dejarnos engañar por el sentido de las críticas a la justicia constitucional, fuera de los casos en los que esta pueda haber olvidado las ventajas de la autocontención y la deferencia institucional, en sus vertientes internas, en su propio seno, y externas, respecto de los tribunales de instancia o las demás ramas del Estado. En efecto, lo que puede estar detrás de las pegas a la jurisdicción constitucional es la problematización de la propia idea de Constitución. Bien como sucede en Estados Unidos porque se cree que la Constitución es un texto superado, instrumento de la dominación de la generación que la hizo sobre la actual: un libro, como dice el constitucionalista Louis Michael Seidman en Constitutional disobedience, “viejo y arcaico, consistente en palabras secas, escritas por gente muerta”, o porque, como ocurre entre nosotros, en plena crisis del independentismo, se rechaza la unidad del pueblo que la sustenta con su soberanía. Juan José Solozábal es catedrático emérito de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid.


















[ARCHIVO DEL BLOG] El pecado del musgo. [Publicada el 25/12/2019]










Se dejó de hacer cuando la sociedad se dio cuenta de que era una barbaridad -comienza diciendo el escritor Miguel-Anxo Murado en el A vuelapluma de este día de Navidad que hoy celebramos-. Me alegro por eso, añade, pero lo razonable no quita lo nostálgico. Sin una pizca de culpa, los recuerdos serían insípidos. Así que yo recuerdo con cariño aquellos tiempos en que nuestro padre nos llevaba a buscar el musgo para el belén. Nos subíamos al Simca 1000 e íbamos a nuestra patria, que es Meira de Lugo y sus alrededores. En el silencio frío y húmedo del viento de la sierra buscábamos el musgo en los muros de piedra que separan las fincas, en las cortezas de los árboles desprovistos de hojas, en las rocas grises y grandes que brotan en los márgenes de la suave, mullida Terra Chá, la douce France gallega. Sabíamos que teníamos que procurarlo en la cara norte de los troncos y los muros, donde da menos el sol, salvo en las fragas tupidas y oscuras, donde el laberinto de luces hace que crezca por todas partes. Niños de ciudad pequeña, pero sangre rural, esta era una oportunidad única para tocar físicamente el paisaje, para rasparse las manos en las piedras y acariciar el terciopelo verde del musgo, la moqueta antigua de la tierra. Al pelar las piedras, delicadamente, como quien levanta una tirita de una herida viva, notábamos en las pequeñas manos desnudas la humedad y la tierra. Lo que sentíamos, pienso ahora, era el contacto perdido con el paisaje que, en ese momento, se nos hacía de repente un tacto conocido, como un ciego que, palpando, reconoce a su perro o a su sillón. Recuerdo mirar hechizado cómo los bichos me recorrían las manos sucias y heladas mientras depositaba la frágil hoja de musgo en el maletero del coche. 
Lo recuerdo con afecto, pero lo lamento enormemente, porque el musgo es una criatura extraordinaria. Estaba en este mundo antes que el ser humano. Tiene cientos de millones de años. Lo pisaron los dinosaurios. Es un superviviente, un ser vivo que ha acertado en su estrategia para resistir: apostando por la simplicidad evolutiva y aprovechando los lugares que no quieren otras plantas. Como nosotros, está en gran parte hecho de agua. Como nosotros, es un agricultor que no solo se adapta a su entorno, sino que lo modifica y lo cultiva, regándolo y sembrándolo de sales minerales. Son casi un centenar las naciones que forma el musgo en Galicia, algunas tan extrañas como el oro de duende, que brilla con un verde fosforescente en la oscuridad de las cuevas. Hace que las fachadas de granito de los palacios y las iglesias no sean tan duras a la vista. Es una de las primeras señales de la vida que vuelve después de que un incendio destruya un bosque. Es místico: puede incluso revivir después de que una sequía lo agoste. Creo que no he visto jardín más hermoso en mi vida que aquel que visité una vez en un templo en Japón y que estaba hecho con distintos tipos de musgo de tonalidades y texturas diferentes. El caso es que, con aquel musgo que recogíamos, le poníamos un césped al Nacimiento. Mi padre había hecho una instalación eléctrica para que se iluminase el Portal y las cabañas de los pastores, y el musgo, húmedo, arreaba unos calambrazos de la leche. De vez en cuando, una oruga oscura y brillante aparecía entre el pelaje verde del musgo, y se arrastraba lenta e inquietante entre los pastores de plástico, los reyes y los soldados romanos. Y entonces los niños, instruidos en las ilustraciones del catecismo de la preparación para la Primera Comunión, la señalábamos y decíamos, listillos: «¡El Pecado Original! ¡El Pecado Original!. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Sueño, de Cesare Pavese (1908-1950)

 






SUEÑO


¿Aún ríe tu cuerpo con la intensa caricia
de la mano o del aire y en ocasiones reencuentra
en el aire otros cuerpos? Muchos de ellos retornan
con un temblor de la sangre, con una nada. También
el cuerpo
que se tendió a tu flanco te busca en esta nada.

Era un juego liviano pensar que un día
la caricia del alba emergería de nuevo
cual inesperado recuerdo en la nada. Tu cuerpo
despertaría una mañana, enamorado
de su propia tibieza, bajo el alba desierta.
Un intenso recuerdo te atravesaría
y una intensa sonrisa. ¿No regresa aquel alba?

Aquella fresca caricia se habría apretado a tu cuerpo
en el aire, en la íntima sangre,
y habrías sabido que el tibio instante
respondía en el alba a un temblor distinto,
un temblor de la nada. Lo habrías sabido
igual que, un día lejano, supiste que un cuerpo
se tendía a tu lado.
Dormías con ligereza
bajo un aire risueño de efímeros cuerpos,
enamorada de una nada. Y la intensa sonrisa
te atravesó abriéndote los ojos asombrados.
¿Nunca más regresó, de la nada, aquel alba?

Cesare Pavese (1908-1950)

Poeta italiano











Las viñetas de hoy lunes, 12 de agosto de 2024

 










































domingo, 11 de agosto de 2024

Sobre la saga y fuga de Puigdemont: Especial 3 de hoy domingo, 11 de agosto

 







De cómo el ‘tifa’ Puigdemont cayó en su propia trampa

JORDI IBÁÑEZ

11 AGO 2024 - El País - harendt.blogspot.com

No es difícil de suponer que una parte de la sociedad catalana y española deseaba que el pasado 8 de agosto se pudiera celebrar la sesión de investidura de Salvador Illa como president de Cataluña sin percances, y que otra parte deseaba sobre todo poner al señor Puigdemont a disposición de la justicia, aunque el precio fuese dejar en el aire la investidura. A este reparto de prioridades puede incluso añadírsele otro subgrupo: los que querían que se celebrara la investidura pero tampoco necesitaban ni deseaban ver a Puigdemont entre rejas, o los que, siendo completamente partidarios de lo que este hombre representa, deseaban verlo mártir y de paso sabotear la investidura de un españolista. El hecho es que Puigdemont no se arriesgó ni tan siquiera a un martirio light —comparado con Companys, por si alguien jugaba a establecer paralelismos—, engañó a sus propios seguidores e hizo —las comparaciones reflejan también todo un repertorio de sensibilidades— de Houdini, de Jimmy Jump, de mago o, simplemente, y como se dice en catalán, el tifa. Fer el tifa no es muy honorable, que digamos. Es ser pura fachada, un ser sin sustancia y nada más. Pero hace tiempo que a este hombre le trae sin cuidado la honorabilidad del cargo que ostentó. Sus partidarios —sus fans— pueden dar y quitar al albur de sus devociones la honorabilidad a quien les parezca. El hecho es que, sin entrar en mayores especulaciones, ha jugado a ridiculizar al cuerpo de policía de Cataluña abusando aparentemente de un pacto entre caballeros —craso error: Puigdemont no lo es, ni es evidente que los suyos esperen de él que se comporte como tal—, y ha demostrado que la investidura le importaba un bledo. Él venía a tener cinco minutos de protagonismo y luego a echar a correr. Hay quien no entiende que el hombre suscite tanta animadversión. Yo confieso que no entiendo cómo todavía hay quien intenta reconocerle unos restos de mérito o decencia política.

El jueves 8 de agosto fue interesante seguir debates y tertulias. Un ejemplo: en Catalunya Ràdio, el señor Vicent Sanchis se esforzaba en aclarar, una y otra vez, que la noticia del día era Puigdemont y que nadie hacía caso de la investidura. Llegó a comparar lo que ya se ha dado en llamar su tocata y fuga —pobre Bach— con un pastel de chocolate, y la investidura con una peladilla. Más gráfico imposible. Infatigable también, Pere Rusiñol le respondía que lo de Puigdemont era el trueno o la traca final de unos fuegos de artificio, y que el hecho realmente importante era que el día acabaría con un nuevo presidente de la Generalitat. Mientras tanto, los relatos sobre la escapada del expresidente se volvían más y más novelescos. Que si coches persiguiéndolo, que si tramos recorridos en contradirección, que si un solo mosso corriendo a pie detrás y obstaculizado por los fans del fugitivo. Un mosso, por cierto, que según las últimas versiones habrá batido, sin ser consciente de ello, el récord mundial de los 1.500 metros, corridos a la velocidad propia de un automóvil en fuga. Puesto que conozco muy bien la zona, lo llamativo de este recorrido es que era el normal, dadas las circunstancias, para llegar a la única entrada habilitada en el Parque de la Ciudadela y poder así acceder al Parlament. Por tanto, al emprenderlo, ¿cómo sabían que huía? Pues porque no era lo pactado, es evidente. Este camino también lo llevaba en pocos minutos a la Ronda Litoral, da igual si hacia el norte (Francia) o hacia el sur (gran rodeo y cruzar la frontera por quién sabe dónde).

Si me fijo en la cuestión del recorrido es porque es muy posible que los Mossos hubiesen creído en lo presumiblemente acordado con Puigdemont —doy mi discurso, bajo a pie por el passeig Lluís Companys y en la Ciudadela me entrego—. Pero a partir de aquí el cúmulo de errores —¿cómo dejan aparecer un coche detrás del escenario sin controlarlo?, ¿cómo no revisan la estructura del escenario y la carpa tan bien pensada para el juego del doble fondo?, ¿cómo no estaba aquello lleno de agentes de paisano atentos a cualquier maniobra extraña?— resulta difícil de aceptar. Aunque tampoco es creíble que, presuntos traidores al cuerpo aparte, la policía catalana se expusiera a sabiendas a semejante ridículo. Tampoco descartaría que otro cuerpo de seguridad, o de inteligencia, interviniese en la operación de facilitar la huida al expresidente. Algún analista político ha hablado de “cohecho de libro”. Muy bien. Que lo demuestre. Yo por mi parte imagino posibilidades y estoy muy lejos de defender nada que no sea, lo admito, una presunción extraordinariamente imaginativa para hacer racional lo que acaso fue nada más y nada menos que un pasarse por el forro la palabra dada. Viniendo de Puigdemont me parece extraordinariamente insensato que esta palabra se diera por buena.

El hecho es que el hombre se esfuma. Da igual cómo. ¿Qué consecuencias tiene esto? La primera, importantísima, que la sesión de investidura pudo celebrarse sin mayores contratiempos. Segunda: la sociedad catalana —y la imagen pública de España en el extranjero, no se confundan con eso— se ahorra un Puigdemont seguramente encarcelado en prisión preventiva a pesar de haberse entregado él mismo y con una ley de amnistía sometida a todo tipo de tensiones interpretativas. Tercero, y esta es la que a mí más me impresiona: si Puigdemont pedía una cuerda para saltar a la comba, se la dieron para que se ahorcara. En realidad, Puigdemont es un Houdini al revés: si el gran escapista se desataba de todo tipo de cadenas y cuerdas, Puigdemont ha salido atado a su miedo, a su falta de palabra y de seriedad, y en definitiva a su histórica inanidad. Sus devotos dirán lo que quieran. Más tarde o más temprano la realidad les enseñará la lección exacta de lo sucedido este histórico 8 de agosto. Si le ayudaron a huir —una mezcla prodigiosa de inteligencia, ingenuidad y traición—, la trampa era perfecta, y el hombre se metió en ella pésimamente aconsejado, o dominado por el miedo, que tampoco es buen consejero. El video de más de ocho minutos que desde ningún lugar Puigdemont colgó el sábado 10 de agosto demuestra hasta qué punto él mismo y su entorno ya deben de ser conscientes de la dimensión del error. Es un video muy melancólico para justificarse y apostar voluntariosamente por un futuro lleno de vaguedades.

Por último, lo interesante y desolador es la sorprendente comunión de intereses. En denostar a los mossos coinciden con el mismo ahínco Puigdemont, sus adeptos, los portavoces del Partido Popular, Vox y cuantos columnistas y comentaristas ansiaban ver a ese hombre por fin sentado ante Llarena, a poder ser esposado, y de paso a Illa compuesto y sin investidura. La jugada les salió mal. Y si Puigdemont quizá ya intuye que ha saltado al vacío de la irrelevancia política, los comulgantes antagonistas seguramente nunca sabrán que las posiciones justicieras no engrandecen a un país, que el deseo del cuanto peor mejor no es patriótico, y que su incapacidad para comprender que lo que importa es lo que empieza y así dejar atrás el procés sólo demuestra mala fe e impotencia política.

Ignoro qué acabará sucediendo con la ley de amnistía. Vuelva o no amnistiado por fin, o simplemente harto y anciano ante un juez Llarena harto ya y anciano también —Kafka habría podido escribir una hermosa parábola sobre ese encuentro muy tardío, muy crepuscular—, el gran trabajo que le espera a ese hombre es que algún día alguien pueda volver a tomárselo en serio en términos políticos e incluso civiles, por mucho que los comulgantes antagónicos lo echen de menos para su triste manera de entender la política. El video colgado from nowhere es una buena demostración de ello. Jordi Ibáñez Fanés es escritor y profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra.








Sobre la clase política: Especial 2 de hoy domingo, 11 de agosto

 




La peor clase política

JAVIER CERCAS

11 AGO 2024 - El País Semanal - harendt.blogspot.com


Hace unos meses, Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, declaró: “Tenemos la peor clase política de la democracia”. ¿Es verdad? Mi primera respuesta a esa pregunta es la siguiente. En 1971, durante un viaje de Estado a Pekín, Henry Kissinger le preguntó a Zhou Enlai qué pensaba sobre la Revolución Francesa. El primer ministro chino contestó: “Es demasiado pronto para opinar”. (La historia tiene truco: Enlai confundió la revolución de 1789 con la de 1968). El primer gobierno de Adolfo Suárez se formó en julio de 1976, cuando España todavía era una dictadura; la prensa lo bautizó como “El gobierno de los penenes”: los penenes eran los Profesores No Numerarios, la clase más baja del escalafón docente en la universidad; pues bien, en menos de un año esa panda de mindundis, capitaneados por el mindundi máximo, llevó a cabo una operación inverosímil: desmontó una dictadura, montó una democracia o los fundamentos de una democracia y convocó las primeras elecciones libres en 40 años. Así que estoy de acuerdo con Zhou Enlai: es demasiado pronto para opinar que tenemos la peor clase política de la democracia.

Pero esa es sólo mi primera respuesta; la segunda es otra pregunta. En 1982, un año después de su dimisión como presidente del Gobierno y del golpe de Estado del 23 de febrero, Adolfo Suárez se ha refugiado con sus últimos fieles en un despacho de abogados. El presidente se lame las heridas de su paso por el Gobierno; piensa en su futuro. Por fin decide: funda un nuevo partido (el CDS) y anuncia que regresa a la política y que se presenta a las próximas elecciones, previstas para octubre de ese mismo año. Un día, en pleno zafarrancho preelectoral, le aconsejan que reciba a uno de los estrategas que el año anterior elevó a Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos. Suárez acepta. Los testimonios de la escena difieren en los detalles, pero no en lo esencial. “¿Quiere usted ganar las elecciones?”, le preguntó el estratega a Suárez. “Por supuesto”, contestó el presidente. “Entonces, nómbreme director de su campaña electoral y permítame usar la grabación del golpe del 23 de febrero”, dijo el estratega. “Si machacamos a los españoles con la imagen de usted ese día en el Congreso, le prometo que en las elecciones no sacará menos de 100 diputados”. Todos recordamos la imagen: Suárez, inmóvil en su escaño azul de presidente del Gobierno, solo en medio de un rojo desierto de escaños vacíos mientras las balas de los golpistas zumban a su alrededor y todos los demás parlamentarios presentes en el hemiciclo —todos menos dos: el vicepresidente del Gobierno, el general Gutiérrez Mellado, y el secretario general del PCE, Santiago Carrillo— obedecen las órdenes de los golpistas y se tiran al suelo, buscando refugio bajo sus asientos… Es fácil imaginar que, tras escuchar aquella propuesta, Suárez blandiera por un segundo su eterna sonrisa de chulito de Ávila; lo seguro es que le alargó la mano al estratega, le dio las gracias y le dijo que ya podía marcharse. También es fácil entender por qué ese día Suárez obró como obró: la imagen del 23 de febrero, en manos de la propaganda electoral, era demoledora para sus adversarios políticos (todos ellos presentes aquella tarde en el hemiciclo), pero letal para la democracia naciente de su país, un recordatorio irrefutable de que sólo él y sus dos viejos compinches habían demostrado estar dispuestos a jugarse el tipo por la democracia. En otras palabras, entre el beneficio personal y el bien común, Suárez eligió el bien común. Resultado: el arquitecto de la democracia y héroe del 23 febrero obtuvo dos diputados en las elecciones de 1982, al año siguiente del golpe. La gratitud de la patria.

Y ahora díganme: ¿piensan ustedes que algún líder político actual sería capaz de un gesto semejante? ¿Creen que eso está al alcance de algún representante de una clase política cuyo único artículo de fe conocido sostiene que hay que hacer de la necesidad virtud, una forma eufemística de decir que el fin justifica los medios y que el interés personal y el del propio partido equivalen sin excepciones al bien común? Esa es mi pregunta. Javier Cercas es escritor y académico de la RAE












Sobre la sinfonía de los cielos. Especial 1 de hoy domingo, 11 de agosto

 






Rebauticemos las estrellas
LÍDIA JORGE
11 AGO 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Los hombres, volando a través del espacio, infectarán el cosmos. (José Saramago)
1. Si regresamos por un momento al siglo XVIII, bien pudiera ocurrir que yo fuese esa campesina que se levantaba de madrugada para ordeñar las vacas y, al admirar el cielo estrellado, daba gracias a Dios por haber envuelto la Tierra con su manto de joyas celestiales para proteger a los animales y a los seres humanos. Para ella, el principio de la Tierra provenía del corazón de la divinidad, y su fin, que ella no podía imaginar, se produciría en el mismo lugar sagrado. Luego, llenaba las tinajas de leche y las distribuía por toda la aldea.
El caso es que también podría haber sido otra persona, aunque las probabilidades fueran algo menores. Una aristócrata de un condado austríaco, por ejemplo, y vestiría de seda, me empolvaría el pelo y bien podría haber asistido a la primera representación de La Creación de Haydn en el palacio de Carlos Felipe de Schwarzenberg en Viena, la noche del 30 de abril de 1798. Con una peca falsa en el rostro, y una bolsita de encaje en las manos, en el momento en el que la música abandonara los acordes irregulares que imitan el caos de los orígenes y los sonidos cambiaran de repente para vibrar con fuerza anunciando la aparición de la luz, yo también me levantaría de mi silla y estallaría en aplausos de conmoción en medio de la radiante sala. A fin de cuentas, la música era capaz de demostrar la armonía del mundo.
2. En lo que a la armonía del mundo se refiere, la campesina, el aristócrata y el compositor bebían en el siglo XVIII de la misma fuente. Kepler había profundizado en la ley de armonía de las esferas, que se basaban en el mismo principio divino. Casi dos siglos después, Haydn contaba que, mientras componía La Creación, cuando la inspiración le fallaba, se detenía, se arrodillaba, rezaba y el Todopoderoso le enviaba la solución más adecuada para seguir escribiendo la partitura. Cada una de sus composiciones aparece coronada por la fórmula de alabanza In nomine Deo y finaliza con una pareja declaración votiva, Laus Deo. Lo cierto es que, desde el propio Génesis, la teoría del caos inicial se daba por supuesto, pero se estaba muy lejos de imaginar el Big Bang, ese principio de creación espontánea conforme a una energía inmanente, autónoma, acaso surgida de la nada.
Aún no se había puesto en marcha la teoría de la selección de las especies, mediante la cual nos situaría para siempre Darwin en el orden de los primates, por más que, al principio, el concepto de selección natural lo concibiera el propio científico como una ley de la naturaleza adaptativa en obediencia al proyecto de bondad de Dios. Pero todo indicaba que la duda acababa de instalarse entre nosotros. El golpe final a las creencias de la campesina, de la aristócrata y de Haydn se asestaría unas cuantas décadas más tarde de la mano de los maestros de la sospecha, como los llamó Paul Ricoeur: Marx, Nietzsche y Freud.
A partir de entonces, el vínculo entre lo humano y el espectáculo del firmamento se quebró. Empezamos a vernos como meros tornillos en la máquina de producción, uniendo dos tuercas en tensión, el oprimido y el opresor, de la mano del primer maestro. O como amos de nosotros mismos, únicos dioses imaginables, de la mano del segundo. O como criaturas aferradas a la vida por la ley del placer, en las que la bondad y la compasión no son más que la prolongación de la satisfacción de un animal sometido al poder de Eros, de la mano del tercero. En otras palabras, por fin estábamos como nacimos, magníficamente solos. Y así seguimos.
3. Entre tanto, ajenas al ritmo de La Creación, las estrellas y galaxias empezaron a multiplicarse de tal manera por todo el espacio que cada mañana sabemos que el cosmos se presenta ante nuestros ojos como infinito, mientras que los seres humanos, entidades frágiles, podríamos dejar de tener pronto nuestro propio lugar. Paradójicamente, la misma especie que describe el espacio y está preparada para navegar por él empieza a vislumbrar que, aun teniendo conocimiento, carecerá de hogar y no quedará nadie que disfrute del honor de poder soñar. No sorprende, pues, que hace unos días trascendiera la noticia de que se quiere crear en la Luna una reserva de muestras de especies terrestres para asegurar la supervivencia de la vida animal en la Tierra en caso de extinción. Hay muchos otros parecidos, pero en esta ocasión se trata de un programa del Smithsonian Institute, que gestiona museos y proyectos de investigación en EE UU. A esta reserva, que se presenta claramente como una suerte de memoria de la vida en la Tierra, no han faltado quienes la llamen la caja fuerte del Juicio Final.
4. Si queremos ser menos dramáticos, podríamos llamarla una nueva Arca de Noé. Pero entiendo que los más jóvenes hablen de una caja fuerte, un objeto cuya función es guardar el tesoro bajo siete llaves para evitar el exterminio.
Así, no sorprende que la guardiana de la armonía en la exploración espacial en la ONU, Aarti Holla-Maini, sonriera con cautela al hablar de la más que evidente posibilidad de una ramificación en la política espacial entre Estados Unidos y China, lo que llevaría al exterior de la Tierra la misma tensión, beligerancia y competencia desleal e inhumana que aquí practican sus dirigentes a plena vista. Al tener que lidiar con tan incurable afán por el dominio territorial, ella sabe bien que se corre el riesgo de que se convierta en una carrera por el territorio de los cielos. El concepto de infección del espacio por parte de la especie humana se ha convertido en un problema.
5. Con todo, hay quienes, por oposición, siguen con fervor opiniones que van en dirección contraria. Por ejemplo, las del británico Brian Cox, científico y estrella del rock, para quien todo lo que está sucediendo en el campo de la exploración espacial es apasionantemente hermoso. Para él, una vez que el daño infligido al planeta Tierra es irremediable, se hace necesario encontrar en el espacio los recursos de supervivencia que nos van a faltar. La Tierra bien podría quedar como una reserva habitacional que nos proteja mientras no haya viviendas mejores. Su esperanza es cautelosa pero ilimitada, y la creencia en el papel de la supervivencia de la especie gracias al poder de la ciencia funciona como un bálsamo. A su optimismo científico militante, Brian Cox añade el hecho de haber sido teclista de las bandas Dare y D:Ream de modo que no deja de asociar la investigación con la música, las artes con la cosmología y la astronomía, mpracticándola. Ahora la música y las ciencias exactas viven del juego de los números, son disciplinas pitagóricas. Fueron las palabras de Brian Cox las que me llevaron a pensar de nuevo en los movimientos de La Creación en una época en la que la palabra contraria domina nuestros tristes días.

Lo que más destaca de este oratorio es la descripción musical, casi ingenua, de los distintos momentos del surgimiento de la vida. Sabemos que su valor es alegórico, nada más. Y, por otra parte, escuchando el diálogo entre voces e instrumentos, ¿qué importancia tiene la verdad científica frente a la belleza? ¿No es acaso la belleza el resultado de una ciencia inefable? Por mí, en vísperas de una previsible carrera sin fin, habría que rebautizar el espacio con el nombre de las grandes piezas musicales que la humanidad ha producido en forma de triunfo de la especie. La confianza es un dios humano que hace maravillas. Lídia Jorge es escritora. 










De las entradas del blog de hoy domingo, 11 de agosto


 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Un reciente libro sobre Bertrand Russell, dice en la primera de ellas el historiador Jaume Navarro, constituye un ejercicio de erudición y creatividad para intentar comprender a un intelectual capaz de defender una cosa y su contraria con el mismo énfasis de quien se cree profeta llamado a señalar los peligros y promesas del tiempo que le tocó vivir. La segunda es un archivo del blog de agosto de 2009, de la novelista Alicia Giménez Bartlett, que trata con humor la hipotética historia de un hipotético ataque colectivo de risa provocada por la nimiedad más absurda, en el momento más inoportuno e imprevisible de un funeral. La tercera del día es el famoso poema Oda a Hölderlin del poeta alemán y premio Nobel de Literatura Hermann Hesse. Y para terminar, como siempre también, las viñetas de humor la prensa del día.  Espero que todas ellas les resulten interesantes. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com