«Si la democracia liberal es el mejor momento de la historia, ¿por qué la gente está tan enfadada?». Esa es la pregunta que plantea el diálogo recogido en ‘Verdades penúltimas’ (Arpa, 2024), donde el filósofo Javier Gomá y el periodista Pedro Vallín debaten sobre la democracia y sus imperfecciones y el descontento que parece haberse propagado en la sociedad de hoy. El hilo conductor de Verdades penúltimas es el malestar en la democracia. ¿Por qué parece haberse generalizado el spleen, ese estado de melancolía sin causa exacta, el teadium vitae?
Javier Gomá: Tu pregunta adquiere mayor dramatismo si lo combinas con el otro dato, si fuera el peor momento de la historia entonces el malestar no necesitaría una explicación; el problema teórico viene cuando afirmamos que es el mejor momento de la historia. ¿Si estamos tan bien, por qué nos sentimos tan mal? Pedro y yo coincidimos en que habría al menos cuatro causas estructurales. Primero, que el malestar es inherente a la condición moderna. La modernidad ha sustituido el concepto de felicidad por el concepto de dignidad y la dignidad es lo más excelente que tenemos, pero al mismo tiempo está más expuesta a la cosificación que nunca. Siempre la modernidad está asociada a una cierta angustia, un cierto nihilismo. La segunda causa de malestar procede, paradójicamente, de que el aumento del reconocimiento de la dignidad produce mucho más escándalo que antes. La tercera es que el descontento es también propio de la actitud general ante la cultura. Por último, tras la caída del muro de Berlín, se ha producido una interiorización del descontento.
«Siempre la modernidad está asociada a una cierta angustia, un cierto nihilismo»
Pedro Vallín: La democracia liberal tiene esta condición de vida de un deportista de élite, en la que va a pasar mucho más tiempo añorando los éxitos que intentando conseguirlos. Desde el 89, somos un deportista retirado que triunfó. Pero, claro, la nostalgia es un activador mucho menos virtuoso de los humores sociales que la aspiración, que genera mucho más entusiasmo y esperanza. En el momento en que ya no externalizamos en el otro bloque, donde teníamos subcontratado el malestar, eso nos asusta. Además, por comparación, nos hacía mejores, porque aquello era un mundo gris y frío y la democracia liberal un mundo de colorines. Pues ahora todo lo que antes eran factores de adhesión de la sociedad cosmopolita, liberal, moderna, tolerante, ahora son estorbos. Y luego creo que hay otra razón de la que no hablo en el libro: el envejecimiento de la población. Somos gente muy mayor. Yo creo que las sociedades pujantes son sociedades jóvenes y que, cuando la pirámide poblacional se invierte, la sociedad se vuelve conservadora como actitud vital, refunfuñona.
Ustedes dicen que la democracia liberal es el sistema de las verdades penúltimas, un sistema para el «mientras tanto», porque dignifica el presente, no idealiza el futuro. ¿Cómo se enfrenta esa verdad penúltima a lo que Moisés Naím llama las «tres P»: polarización, populismo y posverdad, y a las que yo añadiría una cuarta, policrisis?
JG: Esas cuatro P excitan a una sociedad no educada a convertir las verdades penúltimas en últimas. Un hombre o una mujer educada es una persona que se reconcilia con la imperfección del mundo. El mundo es provisional, penúltimo, imperfecto. Y una de las grandes tareas del ciudadano culto es aprender a reconciliarse con la imperfección del mundo. Sin embargo, el corazón no educado de la ciudadanía tiende a mezclar los dos planos, el de la escatología interior y el del mundo exterior, y hacer de las instituciones instrumentos de salvación personal. Aspiras a que te hagan feliz, que te salven, que te rediman, que te hagan sentir bien, que te proporcionen una identidad, que te integren en un grupo. Es decir, convierte el mundo de las verdades penúltimas en verdades últimas.
«El mundo es provisional, penúltimo, imperfecto»
PV: Toda la movida de la posverdad es muy importante, pero yo no creo que se mienta más que antes, simplemente ahora es más fácil darse cuenta. Las mentiras de propaganda vertidas por los gobiernos durante la Segunda Guerra Mundial fueron dilucidándose años después. En la guerra de Irak, el escándalo de las prisiones de Abu Ghraib se conoció cinco meses después de producirse las torturas. Como ahora rápidamente se sabe que algo es mentira, la sensación es de que se miente muchísimo en la información pública. El problema es que necesitamos educarnos en la incertidumbre, en la provisionalidad, en que no hay respuestas definitivas, porque han muerto las grandes ideologías… Hay una frase que dice: «Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo mismo no me encuentro muy bien». La gente se marea un poco con la complejidad, la incapacidad de entender bien los mecanismos con los que funcionan las sociedades sofisticadas. Entonces, ¿qué es el populismo? Pues es una respuesta sencilla, pegar un golpe en la mesa. Y por eso también funcionan las teorías de la conspiración, porque son un relato ordenado y vertical del mundo. Javier decía el otro día que los ciudadanos preferimos pensar que estamos gobernados por el mal a asumir que no hay una dirección de la historia dirigida por nadie. Que debería ser el sentimiento natural porque en las democracias liberales mandamos nosotros.
Precisamente quería que habláramos sobre las ideologías de gran relato, los «relatos de consuelo» que funcionan en un terreno cercano al mito, como la nación, las conspiraciones, el fanatismo…
PV: Si te fijas, las tres religiones abrahámicas hicieron un camino hacia la modernidad entre el siglo XIX y XX y están viviendo ahora una regresión a sus versiones más intransigentes. Responde al mismo fenómeno: esa necesidad de interpretaciones cerradas, verdades definitivas, respuestas totalizadoras que en el fondo son incompatibles con la modernidad y con la democracia.
«Necesitamos educarnos en la provisionalidad, en que no hay respuestas definitivas»
JG: Mariana, has utilizado una palabra muy hermosa, «relatos de consuelo», que no es tan distinta de las «verdades últimas», cuando los ciudadanos esperan de las instituciones políticas cosas como la felicidad, la identidad, la salvación. Si tú le prometes a un ciudadano una administración ordinaria, pues quizá le parezca bien. Pero si le prometes la felicidad, la utopía, la perfección, la realización del idealismo, la creación de una identidad colectiva y personal, eso evidentemente moviliza mucho más. Y crea una adhesión sentimental que para la política es muy importante. Mi tesis es que la política tiende a la dominación absoluta y la economía tiende al lucro infinito y que el momento ético tanto de la política como de la economía viene siempre de la ciudadanía ilustrada, que emite su voto y expresa su opinión en política y somete a las empresas a un referéndum cotidiano a través del mercado.
La imperfección de la democracia es lo que hace que se sostenga, su fragilidad ha superado a la fortaleza del autoritarismo… Pero «solo subsistirá si los ciudadanos demuestran la madurez moral de soportar un régimen imperfecto y se esfuerzan por mejorarlo sin sucumbir a la tentación de cambiarlo por otro supuestamente más perfecto». ¿Esto puede sostenerse en el tiempo? ¿Cómo hablar de madurez moral en tiempos de aceleración, ruido y una pérdida sostenida de la atención?
JG: Tienes razón, ese es un tema. Es lo que hay: una democracia liberal cuya soberanía reside en los ciudadanos depende enteramente de su educación sentimental. Esto significa que cualquier cosa puede ocurrir, incluso que nos vayamos por el sumidero. Para mí, la educación sentimental del ciudadano y la creación de costumbres cívicas es el instrumento más poderoso para la viabilidad de la democracia a largo plazo. Por supuesto, existen amenazas contra esa viabilidad y algunas de ellas son las que tú has mencionado. Pero es cierto que tenemos una cierta tendencia a las fobias, a las angustias. Hay terrores infantiles que subsisten. Y luego hay amenazas reales. Ser culto es tener conciencia histórica, saber que cualquier cosa puede ocurrir porque la materia de lo humano es inestable. En la democracia se hace más visible, porque su gran principio no es obedecer a una élite, sino obedecerte a ti mismo.
«Ser culto es tener conciencia histórica, saber que cualquier cosa puede ocurrir porque la materia de lo humano es inestable»
PV: Yo creo dos cosas. En cuanto al diagnóstico histórico, creo que estamos entrando en un periodo de oscuridad. Estas sociedades de 2024 son infinitamente mejores que las de 1955, no solo en el caso de España, sino en general, más libres, moralmente más sofisticadas. Pero creo que vamos a un periodo de retroceso. Lo que pasa es que no soy excepcionalmente pesimista con esto. De algún modo, el trauma de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto crea unas sociedades mucho más democráticas, más sanas y comprometidas, y además provoca la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No creo que estemos abocados a otro abismo como fue el siglo XX, simplemente creo que en las democracias occidentales vamos a vivir momentos autoritarios, y a largo plazo creo que saldrán sociedades democráticas aún mejores. En cuanto a la atención, voy a decir una cosa que seguramente no mucha gente comparta y menos la gente muy politizada: una de las cosas buenas de la democracia liberal es que te permite no saber quién manda. En un régimen autoritario, si desconoces el sesgo ideológico estás abocado a que te pase cualquier desgracia, no puedes ignorar quién gobierna. En cambio, en una democracia funcional puedes desarrollar tu proyecto de vida totalmente al margen de la conciencia política. Esa es la grandeza de la democracia, que te permite politizarte o despolitizarte si quieres. Ahora hemos convertido la política en agónica. La hemos dramatizado como mandan los códigos de la televisión o del espectáculo. Esta agonía que transmitimos al ciudadano de que siempre nos estamos jugando el destino del mundo a los dados cada tres semanas creo que solo estresa la deliberación democrática.
¿Cómo salir del relato dicotómico de buenos contra malos y nosotros contra ellos? ¿Del espectáculo maniqueísta?
PV: Es muy difícil entender esto con un genocidio en marcha en Oriente Medio y con la guerra abierta en Ucrania, pero estamos viviendo sin lugar a dudas la época con menos conflictos armados en el planeta. Lo que pasa es que hay una transparentación del mundo: ahora tenemos todo el dolor del mundo asomando por todos lados todo el tiempo. En los años 60, nadie estaba viendo niños vietnamitas ardidos de napalm todos los días. Y el día que salió aquella foto famosa cambió las conciencias del mundo. Ahora estamos con las fotos de niños de Palestina viendo el horror todos los días. Entonces nos puede parecer que el mundo ha perdido incluso sus compromisos éticos y morales. Es al revés. No ha habido más conciencia del dolor ajeno que ahora mismo. Dentro de 100 años se va a escribir en los libros de historia el asombroso éxito de las democracias gestionando la pandemia. Es verdad que las buenas noticias no tienen abogados, no tienen prestigio ninguno. Pero las cosas no van tan mal.
«Hay una inteligencia colectiva de la especie humana que tiende a la supervivencia»
Esto me lleva a la pregunta de cierre. A pesar del malestar generalizado, de la amenazas contra la democracia liberal, ambos son bastante optimistas. Aunque a Javier no le gusta llamarlo optimismo… ¿Por qué hay que tener «razonada esperanza»?
JG: Me alegra que lo hayas captado. Es un tema de terminología, pero las palabras tienen connotaciones. Optimismo, para mí, tiene algo de declaración de la voluntad, de disposición interior ante la vida, y también tiene algo de pronóstico respecto al futuro. «Soy optimista» quiere decir que piensas que las cosas van a ir bien para ti o para la sociedad. Sin negarlo, mi argumento es un poco distinto: la condición humana es frágil, mutable, caduca. No hay logro que no sea reversible. Todo puede ocurrir, incluso irnos por el desagüe. No hay una ley histórica que asegure el progreso. Pero si uno echa la vista atrás y ve los últimos 5.000 años, 1.500, 150, 25 años… se ha producido progreso moral y material, y eso te da cierta confianza en que hay una probabilidad de que la línea que se ha observado durante milenios continúe, que hay una inteligencia colectiva, de la especie humana, que tiende a la supervivencia, que quiere vivir y seguir viviendo, aun cuando a veces toma decisiones de enorme peligro que hacen posible la destrucción.