El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
miércoles, 22 de mayo de 2024
De la palabra judío
[ARCHIVO DEL BLOG] El precio de la globalización. [Publicada el 22/05/2008]
martes, 21 de mayo de 2024
De los temas que no interesan
[ARCHIVO DEL BLOG] Y el opio del pueblo se llama... [Publicada el 21/05/2008]
lunes, 20 de mayo de 2024
De la resistencia
[ARCHIVO DEL BLOG] USA, 2016: ¿Hombre, mujer, blanco, negro? [Publicada el 20/05/2015]
¿Saben ustedes en qué fecha se celebra cada año la Pascua cristiana? ¿Y las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América? Son fechas que nunca, o casi, nunca caen en el mismo día de un año para otro, y sin embargo se saben a ciencia cierta cuando se celebran... Estoy seguro que los amables e inteligentes lectores de Desde el trópico de Cáncer lo saben perfectamente, pero como los editores del blog me pagan a tanto por línea, vamos a explicitarlo, por un si acaso...
La Pascua cristiana (el Domingo de Resurrección) se celebra el primer domingo que sigue a la primera Luna llena después del Equinoccio de Primavera. Hay una excepción, pero no viene a cuento ahora; esa es la norma general. Las elecciones presidenciales en USA, sin excepciones, se celebran el primer martes que sigue al primer lunes de noviembre de cada año bisiesto. ¿Sencillo verdad?
Por cierto, lo de cobrar por línea es broma. Lo que me faltaba ahora es que la SGAE y la AEAT me investigaran por el blog... Pero vamos con el asunto de hoy, circunscrito, como reza el título, a las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América previstas para el mes de noviembre del próximo año.
Incursos como estamos en el larguísimo proceso electoral de las primarias norteamericanas para la designación de candidatos a la presidencia de la república, recuerdo que corrió hace siete años un chiste por los mentideros políticos estadounidenses que decía que el reverendo Jesse Jackson, influyente líder negro del partido demócrata, y pastor protestante, había interpelado a Dios para sondearle sobre las posibilidades de que uno de los dos candidatos demócratas llegara a la presidencia.
Al parecer, el reverendo Jackson le preguntó a Dios que si una mujer, Hillary Clinton, que en aquellos momentos luchaba por la nominación demócrata, frente al mulato Barack Obama, podría llegar a presidenta de la gran nación norteamericana. La respuesta de Dios, no excesivamente sibilina, fue: "Eso no lo verás tú". Fue entonces cuando de nuevo Jackson interpeló a Dios, preguntándole, por si las moscas, que si podría llegar a ser presidente un negro, encima mulato, es decir, Barack Obama. Y la respuesta de Dios fue lapidaria: "Eso no lo veré yo".
Como todos saben (a conejo ido, palos a la madriguera), Dios se equivocó a pesar de su omnisciencia, y no solo ganó un mulato la designación demócrata sino que también ganó la presidencia, ¡por dos veces!
En este año y medio que quedan pueden pasar muchas cosas, pero un servidor de ustedes se apunta de nuevo a la opción Hillary, y no solo por llevarle la contraria a Dios, que sí, que también por eso, sino porque uno ha votado "demócrata" desde aquel lejano 1960 en que Kennedy ganó por los pelos a Nixon, y a estas alturas de la vida se me hace muy cansino cambiar de etiqueta.
Les invito a leer este entrañable artículo del profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo, titulado "El tío Tom ante la Casa Blanca", que aunque escrito hace ya bastantes años (el 26 de junio de 2008) con motivo de la disputa Obama-Clinton, no ha perdido un ápice de actualidad. Les dejo con él.
Puede un negro estadounidense blanquearse lo suficiente para dar el salto desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca?, comienza preguntándose Gil Calvo. Esa celebérrima novela (Uncle Tom's Cabin, publicada por Harriet Beecher Stowe en 1852), el libro más vendido del siglo XIX tras la Biblia, representó en su momento el principal manifiesto abolicionista de la esclavitud, a la que contribuyó a erradicar tras la victoria federal en la Guerra Civil. Pero un siglo después, bajo el influjo de la lucha emancipatoria emprendida por el movimiento de los derechos civiles, pasó a simbolizar la domesticación cultural de los afroamericanos, como antiguos esclavos que asumen con docilidad su segregación racial impuesta por la hegemonía de la dominación wasp (blanca, anglosajona y protestante). Una sumisión jerárquica que este mismo año podría pasar a la historia, si Barack Obama es elegido presidente de Estados Unidos.
¿Qué esperanzas cabe albergar acerca de la posible realización de lo que indudablemente sería una conquista histórica, no sólo para los afroamericanos y el conjunto de los estadounidenses sino para toda la humanidad, dada la posición preeminente que ocupan éstos a la cabeza de la sociedad mundial? No demasiadas, aunque haberlas, haylas. La balanza de posibilidades es difícil de calcular, pues los comicios de noviembre cerrarán una campaña que se juega a la vez en varios tableros múltiples, y en la que todo puede pasar. Si estuviéramos tan sólo ante una contienda electoral, a resolver en clave exclusivamente política, la balanza se inclinaría probablemente del lado demócrata por múltiples razones: fracaso absoluto de la Administración Bush en todas sus aventuras imperiales, aguda crisis financiera, hipotecaria y económica, agravamiento de las desigualdades sociales con fuerte empobrecimiento relativo de las clases medias, agotamiento del ciclo político republicano con descrédito de la revolución neoconservadora, mayoría de edad de una nueva generación post-baby-boomer inmersa desde su infancia en la revolución cybercultural...
La comparación entre los candidatos, esencial en un sistema presidencialista muy personalizado, y todavía más en una democracia mediática donde se compite por la imagen y la reputación, ofrece mayor equilibrio, aunque también podría favorecer al demócrata. El senador McCain es demasiado mayor, y su carácter conservador forjado en su historial militar, aunque afín al patriotismo castrense de los estadounidenses, resulta excesivamente continuista respecto al imperialismo de Bush, que ya ha sido aborrecido por la mayoría del electorado. En cambio, el senador Obama ha adquirido el carisma del joven héroe redentor destinado a conducir al pueblo a una futura tierra de promisión, de acuerdo con el espíritu de frontera que anima al progresismo estadounidense con su cultura del cambio innovador. Es verdad que también parece demasiado liviano, vaporoso e inexperto, como un cruce de Fred Astaire y el flautista de Hamelin en versión hip hop: yes, we can. Pero a cambio ha demostrado su predestinación para el éxito, al vencer contra pronóstico en inferioridad de condiciones a la todopoderosa pareja Clinton que partía de favorita en las primarias, reviviendo así la gesta bíblica de David contra Goliat. Y si pudo contra Bill y Hilary, bien podrá quizá contra Bush y McCain.
Pero si bien la balanza política y mediática parece inclinarse a favor de Obama, no sucede lo mismo con la balanza social. Estos comicios presidenciales no van a parecerse a los precedentes, pues no se van a ventilar como una mera competición electoral entre republicanos y demócratas. Por el contrario, todo indica que se van a entablar como una abierta guerra cultural entre los varones blancos dominantes que detentan la hegemonía y una coalición de minorías excluidas (afroamericanos, mujeres, hispanos, etcétera) que reclaman su turno de acceso al poder, bajo el liderazgo del primer candidato negro que aspira a la presidencia de Estados Unidos. Algo excepcional e insólito, pues ocurre por primera vez en la historia, imponiendo al modelo americano una suerte de estado de excepción. Y esto encierra una paradoja, pues es algo que sólo podría suceder en Estados Unidos, de acuerdo con la ideología del American dream, pero a la vez resulta muy difícil que ocurra allí, pues la estructura social estadounidense, caracterizada por la persistente segregación de los afroamericanos, lo hace imposible.
En efecto, el estadounidense es el único sistema político en el que todo ciudadano de cualquier origen social puede llegar a ser presidente, según reza el eslogan del sueño americano. Y esto es así porque desde un comienzo Estados Unidos es el paraíso de la emigración, dada su gran capacidad de acogida y asimilación de sucesivas oleadas de inmigrantes procedentes de todos los puntos cardinales: primero escoceses e irlandeses, después germanos y escandinavos, luego polacos e italianos, más tarde turcos y árabes, y hoy por fin asiáticos e hispanos. Gentes heterogéneas de cualquier raza y religión que, atraídos por el imán de la Estatua de la Libertad (como el armenio protagonista del filme de Kazan América, América), comienzan trabajando en la base de la pirámide laboral para ir ascendiendo socialmente generación tras generación, hasta integrar-se en las amplias clases medias con lo que dejan libre un hueco vacío al pie de la escala social que pronto es rellenado por nuevas oleadas de inmigrantes foráneos.
Es el conocido melting pot, característico de una sociedad abierta donde todos pueden integrarse a través del mercado de trabajo con amplia igualdad de oportunidades, elevada movilidad social y altos niveles de exogamia (matrimonios mixtos): variable esta última que actúa como el mejor test de integración social en el american way of life. Pero no sin excepciones, pues hay dos grupos étnicos excluidos de este paraíso de la inmigración: son los nativos autóctonos, demográficamente irrelevantes a causa del genocidio que padecieron, y los afroamericanos descendientes de esclavos, que no llegaron como emigrantes libres sino como trabajadores forzosos. Y esa lacra histórica heredada de la esclavitud no ha sido superada todavía, perviviendo intacta en la memoria colectiva. De ahí la persistencia de una latente segregación racial que encierra a los afroamericanos en sus ghettos endogámicos, sin que haya podido ser corregida por unas políticas de integración escolar en gran medida fallidas a causa de la segregación residencial y matrimonial, como prueba la ausencia de exogamia.
¿Podrá Barack Obama romper este muro endogámico cruzando la barrera de la segregación racial? Es posible que lo consiga, pues en su persona coinciden dos características extraordinarias que no se dan en los demás afroamericanos. Ante todo, él sí es fruto de la exogamia, pues procede de un matrimonio mixto entre mujer blanca y varón negro. Y además, no es descendiente de esclavos, pues su padre fue un africano (keniano) que emigró libremente a Estados Unidos. De ahí que esté en las mejores condiciones para cumplir por fin el sueño americano, superando la última frontera racial heredada de la esclavitud para unir a todos los estadounidenses de cualquier color en una sola comunidad cívica, tal como él mismo reclamó en su discurso de ruptura con el racista reverendo Wright. Pero para eso habrá de lograr que la mayoría de sus conciudadanos tanto negros como blancos le conduzcan en volandas desde la cabaña del tío Tom hasta la Casa Blanca. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt