martes, 14 de mayo de 2024

De Europa y sus catedrales

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 14 de mayo. Muros que fueron joyas artísticas, dice en El País la escritora Lucía Lijtmaer, son metáfora de elevación y, a su vez, presentimientos de cataclismo, nacionalismo extremo y frontera. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Si Europa fuera una catedral
LUCÍA LIJTMAER
09 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

La iglesia es mastodóntica, no se me ocurre otra manera de describirla. Qué iglesia, se trata de una catedral de arriba a abajo. Los muros oscurecidos por el azufre, los turistas deambulando como murciélagos a la sombra, con las luces de las pantallas de los móviles que apuntan a las gárgolas, brillando como antiguamente lo hacían las pupilas deslumbradas de los bichos, al ser sorprendidos. Ciento cincuenta y siete metros de altura en piedra enhiesta, en el centro exacto de una ciudad alemana, haciéndonos alzar los ojos hasta más allá de lo posible, hasta perder el equilibrio.
Recorro la catedral de Colonia un domingo gris a mediodía. Como todo lugar de peregrinación en el siglo XXI, nunca está vacía. Según los informes mensuales de la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), la demanda de vuelos internacionales registró un aumento del 18,9% en marzo en comparación con el mismo período del año anterior. La mayoría de vuelos europeos van siempre llenos desde que se decretó el final de la pandemia. A mi alrededor, franceses, bielorrusos e italianos pasean bajo un cielo plomizo.
La catedral de Colonia, que atrae entre seis y siete millones de visitantes al año, lleva siendo noticia desde que se descubrió que, pese a su majestuosidad, es más frágil de lo que parece. El edificio no está preparado para las inclemencias del cambio climático y las recurrentes lluvias intensas, tormentas y sequías la están debilitando. Los andamios de la antigua fachada de piedra han comenzado a desmoronarse y, desde hace algún tiempo, si el viento es demasiado fuerte, las autoridades cierran la plaza que está delante de la catedral. En consecuencia, se está importando piedra italiana, de Padua, la más adecuada para reforzar su estructura.
Según un reciente informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente, en la actualidad Europa no está preparada para los crecientes riesgos que el cambio climático produce con cada vez mayor rapidez. “Los riesgos están superando el desarrollo de las políticas”, dijo a The Guardian Blaž Kurnik, jefe del grupo de impacto y adaptación de la agencia. La temperatura de Europa se ha elevado más que cualquier otro continente desde la Revolución Industrial. Y a mayor velocidad: se ha calentado aproximadamente dos veces más rápido que el promedio mundial a medida que el dióxido de carbono obstruye la atmósfera y atrapa la luz solar.
La catedral de Colonia es uno de los más emblemáticos ejemplos de arte gótico, en una ciudad media alemana, de un millón de habitantes, en el corazón del centro de Europa. Estuvo a punto de no sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial. Solo 60 años después de la finalización de la catedral, Colonia fue golpeada por el primero de 262 ataques aéreos aliados con el bombardeo de la RAF del 17 de mayo de 1940. Casi una cuarta parte de los entonces 770.000 residentes de la ciudad huyeron tras esta primera redada devastadora. El éxodo de Colonia continuó con los bombardeos hasta que solo quedaron unos 20.000 residentes, que sobrevivieron en ruinas y sótanos hasta que se produjo el último de los ataques, el 2 de marzo de 1945.
Colonia había sido, desde la fundación del partido liderado por Adolf Hitler, el centro de los nacionalsocialistas en Renania. El enfoque político de los nacionalsocialistas de Colonia se caracterizó por un antisemitismo extremo y una propensión a la violencia hacia los oponentes políticos.
En 2016 tuvo lugar uno de los sucesos más recordados en la historia reciente de Colonia. Una serie de agresiones sexuales aterrorizaron a la población durante la Nochevieja de 2015. Las autoridades alemanas aseguraron que las agresiones sexuales, producidas por 58 hombres a mujeres, tuvieron como únicos protagonistas a refugiados extracomunitarios. Esto contribuyó a que buena parte de la opinión pública alemana reaccionara en contra del colectivo migrante, según sondeos publicados en el país. Tras lo ocurrido en Colonia, un 60% de los encuestados consideró que Alemania no está capacitada para hacer frente a tantos refugiados. Un mes antes, en diciembre de 2015, se trataba del 46%. El exjefe de la policía de Colonia, Wolfgang Albers, fue suspendido del cargo el 8 de enero, debido a las denuncias de desinformación en los días posteriores a los sucesos.
Según el medio de investigación y verificación alemán Correctiv, miembros de partido alemán Alternativa para Alemania (AfD), neonazis y empresarios se reunieron en noviembre de 2023 en Potsdam, ciudad vecina de Berlín —y tan solo a ocho kilómetros de la tristemente célebre localidad de Wannsee, donde se planificó la Solución Final—, para discutir un plan de expulsión de Alemania de personas extranjeras o alemanes de origen extranjero. El cofundador del Movimiento Austríaco de Identidad (IBÖ), Martin Sellner, presentó un proyecto para enviar a África del Norte a hasta dos millones de personas —solicitantes de asilo, extranjeros y ciudadanos alemanes que “no se habrían integrado en el país”.
Los monumentos religiosos del calibre de la catedral de Colonia simbolizaron durante décadas la cumbre del poder eclesiástico. Pero su construcción no se debía únicamente a un ejercicio de ostentación de poder, sino que las iglesias y catedrales cumplían una función muy clara: aglutinar a los fieles y fomentar el desarrollo de las ciudades. Al convertirse en centros de peregrinación y de culto, a su alrededor se desarrollaban comercios, oficios y burgos. Las grandes iglesias a partir del siglo XII dependían exclusivamente de los monarcas y se convierten, en sí, un bastión europeo, emblema de ciudad y constituían una ciudad sagrada en sí misma.
¿Pero qué es Europa ahora? ¿En qué se está convirtiendo? Desde 2015, las fuerzas de extrema derecha están copando un concepto acuñado en 1985 que hasta hace poco parecía únicamente británico: el euroescepticismo. El rechazo a las políticas conjuntas europeas en materia económica y de migración forma parte de la mayoría de programas de sus líderes. Es el caso del Partido de la Libertad en los Países Bajos, ganadores de las elecciones en noviembre de 2023, o de Giorgia Meloni, aunque esta parece dispuesta a consensuar políticas europeas fundamentales.
En la actualidad, muchos monumentos como la catedral de Colonia están siendo declarados biotopos, es decir, que son espacios que acogen biodiversidad por sus condiciones climáticas. Otro caso notable es San Juan de Gaztelugatxe, en plena costa vasca. Muros que fueron joyas artísticas y construcciones de discurso religioso —en muchas ocasiones totalitario— son fuente de biodiversidad y, paradójicamente, emblema de nuestro posible apocalipsis. Son metáfora de elevación y, a su vez, presentimientos de cataclismo, nacionalismo extremo y frontera.
Al dejar atrás el monumento, leo las últimas encuestas en Alemania para las elecciones europeas: los ultraderechistas han experimentado el mayor crecimiento. Pueden ganar en Italia, Francia, Países Bajos, Hungría y Austria. Mientras me alejo definitivamente, las gárgolas de piedra negra parecen chillarnos algo a la multitud sobre el oro y el fuego que ocultan en su interior, pero nadie parece entender su significado. Sí, mientras me alejo, siguen con su chillido sordo. Lucía Lijtmaer es escritora.

























[A VUELAPLUMA] Pesadilla en Barcelona. [Publicada el 16/05/2018]









¿Representa el señor Torra, con su xenofobia salvaje, al independentismo actual? ¿Esto es lo que había detrás del nacionalismo tolerante, transversal, abierto e integrador que el catalanismo predicaba en Cataluña?, se pregunta en el diario El País el escritor catalán Javier Cercas. Me sumo a su petición final: Ya no sé si merece la pena pedir ayuda a un Gobierno español que ni siquiera ha sido capaz de explicar a la opinión pública europea qué es lo que está pasando en Cataluña; se la pido al Estado democrático, a los europeos, a los españoles y a los catalanes de buena fe —incluidos los separatistas catalanes de buena fe—: hay que parar esta pesadilla. 
Repitámoslo una vez más, comienza diciendo Cercas, a ver si repitiéndolo acabamos de creerlo: Joaquim Torra, flamante presidente de la Generalitat, es un entusiasta de Estat Català, un partido fascista o parafascista y separatista que en los años treinta organizó milicias violentas con el fin de lanzarlas a la lucha armada; también es un entusiasta de sus líderes, en particular de los célebres hermanos Badia, dos terroristas y torturadores a quienes, como recordaba Xavier Vidal-Folch en este periódico, el señor Torra calificó como “los mejores ejemplos del independentismo”. La palabra “entusiasta” no es, como se ve, exagerada. Hace apenas cuatro años, en un artículo titulado Pioneros de la independencia y publicado en el diario El Punt Avui, el señor Torra escribía refiriéndose a Estat Català y a Nosaltres Sols!, una corriente de Estat Català nacida en torno a una red paramilitar clandestina: “Y hoy que el país ha abrazado lo que ellos defendían desde hace tantos años, me parece de justicia recordarlos y agradecerles tantos años de lucha solitaria. ¡Qué lección, qué bellísima lección!”.
Todo lo anterior es más o menos conocido; no lo es tanto, en cambio, que el partido venerado por el señor Torra sobrevivió a la Guerra Civil y el franquismo y revivió durante la Transición. Así, la hemeroteca de la Universidad Autónoma de Barcelona conserva un cuaderno firmado por Nosaltres Sols! que, según el historiador Enric Ucelay-Da Cal, se publicó en torno a 1980. Está escrito en catalán,consta de ocho páginas mecanografiadas, se titula Fundamentos científicos del racismo y concluye de esta forma: “Por todo esto tenemos que considerar que la configuración racial catalana es más puramente blanca que la española y por tanto el catalán es superior al español en el aspecto racial”. Cambiando “alemán” por “catalán” y “español” por “judío”, estas palabras las hubiera firmado cualquier ideólogo nazi de pacotilla: ¿son ellas la lección, la bellísima lección que, según el señor Torra, debemos aprender los catalanes de sus admirados pioneros independentistas? La respuesta sólo puede ser sí, al menos a juzgar por los artículos y tuits que el señor Torra ha escrito en los últimos años y que hemos conocido con incredulidad estos últimos días, en los que los españoles aparecen sin falta como seres indeseables, candidatos a ser expulsados de Cataluña (“Aquí no cabe todo el mundo”, escribió en 2010, refiriéndose a dos socialistas catalanes con apellidos españoles).
En su primera entrevista como candidato, el señor Torra declaró sobre esas porquerías xenófobas: “Pido disculpas si alguien las ha entendido como una ofensa”. ¡Pero, hombre de Dios, cómo se le ocurre! ¿Quién en su sano juicio consideraría una ofensa que se le califique de sucio, fascista, violento y expoliador, como hace usted en sus textos con millones de personas? Y ahora la pregunta se impone: ¿representa el señor Torra, con su xenofobia salvaje, al independentismo actual? ¿Esto es lo que había detrás del nacionalismo tolerante, transversal, abierto e integrador que el catalanismo predicaba en Cataluña y que tantos nos creímos durante años (aunque no fuéramos nacionalistas)?
Uno entiende muy bien que el señor Puigdemont y tres o cuatro insensatos como él compartan las ideas del señor Torra, pero ¿las comparte también el PDeCAT, la antigua Convergència de Pujol y Roca y Mas? ¿Las comparten ERC y la CUP, partidos que dicen ser de izquierdas? Y, si no las comparten, ¿cómo es posible que hayan permitido con sus votos que este señor sea presidente de Cataluña? Porque no es que el señor Torra no merezca ser presidente de la Generalitat; es que no merece ser representante político de nadie, y los partidos catalanes que conservan un mínimo de cordura y dignidad hubieran debido exigir su inmediata dimisión como parlamentario. ¿Cuánto hubiera durado en su escaño un diputado de cualquier parlamento español que hubiera escrito sobre los catalanes las brutalidades que ha escrito este señor sobre los españoles y hubiera expresado hace cuatro días su entusiasmo por Falange, el equivalente español de Estat Català?
Hasta aquí, el asco y la vergüenza; ahora viene el miedo. Porque el señor Torra ha prometido en el Parlamento catalán hacer exactamente lo mismo que, en nombre de la democracia y sin el más mínimo respeto por la democracia, hizo su antecesor en la presidencia de la Generalitat, lo mismo que en otoño pasado llevó a Cataluña, tras el golpe desencadenado el 6 y 7 de septiembre, a vivir dos meses de locos durante los cuales el país se partió por la mitad y quedó al borde del enfrentamiento civil y la ruina económica (una ruina que algunos economistas consideran en voz baja difícil de evitar: una muerte lenta). Por supuesto, este xenófobo entusiasta de un partido fascista o parafascista y violento se halla en condiciones de cumplir su ominosa promesa, porque a partir de su toma de posesión tendrá en sus manos un cuerpo armado compuesto por 17.000 hombres, unos medios de comunicación potentísimos, un presupuesto de miles de millones de euros y todos los medios ingentes que la democracia española cedió al Gobierno autónomo catalán, además de cosas como la educación de decenas de miles de niños. Dicho lo anterior, sólo puedo añadir que me sentiría mucho más tranquilo si el presidente de la Generalitat fuera un paciente escapado del manicomio de Sant Boi con una sierra eléctrica en las manos.
A veces la historia no se repite como comedia, según creía Marx, sino como pesadilla; es lo que está ocurriendo ahora mismo en Cataluña. El señor Torra lleva razón en una cosa: de un tiempo a esta parte, todo el nacionalismo catalán y dos millones de catalanes parecen haber abrazado las ideas que en los años treinta defendían Estat Català y Nosaltres Sols!; la mayoría de los separatistas no lo saben, claro está, pero eso explica que nuestro nuevo presidente sea el señor Torra. O dicho de otro modo: ayer tomaron el poder en Cataluña aquellos a quienes la mayor parte del nacionalismo catalán, desde los años treinta hasta hace muy poco, consideraba extremistas peligrosos, cuando no directamente descerebrados. En estas circunstancias, no sé si merece ya la pena pedir ayuda a un Gobierno español que ni siquiera ha sido capaz de explicar a la opinión pública europea qué es lo que está pasando en Cataluña; se la pido al Estado democrático, a los europeos, a los españoles y a los catalanes de buena fe —incluidos los separatistas catalanes de buena fe—: hay que parar esta pesadilla. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












lunes, 13 de mayo de 2024

De los impulsos inútiles

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 13 de mayo. Los gestos simbólicos no sirven de nada, escribe en El País el periodista José Luis Sastre; nada nos indigna para siempre o durante el tiempo suficiente y, quien tiene que saberlo, lo sabe. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









El impulso inútil que nos salvará
JOSÉ LUIS SASTRE
08 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Por quinta vez, Vladímir Putin tomó ayer posesión de su cargo en el Gran Palacio del Kremlin de Moscú, donde seguirá al frente de la presidencia hasta 2030, porque la primera victoria Putin se la quiere cobrar al futuro. Al ver la ceremonia y su solemnidad, me acordé de quienes, al poco de que empezara la invasión de Ucrania, se atrevieron a plantarse en medio de las calles rusas con un folio en blanco del que, como no decía nada, se entendía todo. Tanto, que la policía arrestaba a quien luciera carteles tan subversivos como aquellos, que estaban vacíos.
Nadie se acuerda ya de aquellos gestos porque los gestos simbólicos no sirven de nada. Te queda la multa y quién sabe. Pensé en la ristra de pequeñas y grandes acciones hechas con los mejores propósitos y que ni cambian el mundo ni se guardan en la memoria, si lo más que hacemos es olvidar. La memoria nos dura lo que nos dura la conmoción y nos conmocionan tanto que es difícil saber dónde acudir en cada momento. Nada nos indigna para siempre o para el tiempo suficiente y, quien tiene que saberlo, lo sabe.
Pensé en quienes ponen rosas y quienes pasan algunas noches al raso o en tiendas de campaña. En quienes se quedan en su sitio porque han decidido resistir. En quienes llevan folios en blanco conscientes de que la historia es una corriente inabordable que no se va a alterar ni se va a inmutar por minucias de la gente corriente que echa a perder su tiempo. Pensé en quienes, queriendo ir un poco más allá, le ponen letra a esos carteles e incluso prueban con algún lema o alguna rima. Ellos conocen, como los demás, que su pequeño gesto no bastará y lo más probable es que los folios y las rosas y las pancartas acaben por alimentar la fatigosa rutina de la melancolía.
Pensé, en fin, en que todo esto que escribo todo el mundo lo conoce porque es la historia de la humanidad y, pese a ello, aún existe un impulso que pelea contra esa inercia. Quizá sea por inconsciencia o rebeldía. Quizá sea por un sentido del deber, que te empuja a hacer algo aunque creas —aunque sepas— que no vaya a servir de nada. Es el impulso lo que vale: el impulso del que nadie se acordará. Pero a veces las cosas no se hacen por la memoria. Ni siquiera se hacen por los demás. Se hacen, precisamente, cuando no se puede hacer mucho más o nada más y lo que te queda es una rosa o un folio en blanco o, por lo menos, un tuit.
Quién sabe si la valentía de preservar los gestos que no sirven de nada sea la única forma de decirnos que aún hay algo que podamos hacer. Aunque ocurra lejos. Aunque parezca inevitable. José Luis Sastre es periodista.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Sensualidad a flor de piel [Publicada el 13/05/2008]











La fundación Mapfre abre mañana en Madrid una interesantísima exposición dedicada al gran escultor francés Auguste Rodin. No se si es la misma que yo tuve ocasión de ver, hace justamente seis años por estas fechas en Gran Canaria, organizada en aquella ocasión por la Fundación La Caixa. Supongo que sí. Si no es la misma fue muy parecida, pues casi las mismas obras que recalan ahora en Madrid las vi yo entonces en la Sala de Exposiciones de La Regenta en Las Palmas. Recuerdo que me impresionó en gran manera la reproducción a escala, del mismo Rodin, del impresionante y magnífico grupo escultórico titulado "Los burgueses de Calais". En todo caso, la estrella de la exposición era, como supongo que ocurrirá ahora en Madrid, "El beso". Para mi, sin duda, la más sensual escultura de la historia. La habrá más bellas, mejores, más impresionantes, pero no más sensuales...
Ángeles García, en su artículo de hoy en El País, comenta la apertura de la exposición madrileña y señala al inicio del mismo el erotismo de alto voltaje que sacudía Europa en el último tercio del siglo XIX, desde la psicología del subconsciente de Freud, hasta el arte del mismo Rodín, Klimt o el también pintor realista francés, Gustave Courbet, pintor de campesinos y obreros, pero también autor de una de las obras más provocadoras de la pintura europea: "El origen del mundo", que pueden ver más abajo. Por cierto, que el escritor chileno Jorge Edwards, tomando como eje central de su trama el parecido del torso desnudo de la protagonista de su novela homónima con la pintura de Courbet escribió hace unos años una deliciosa y divertida historia que les recomiendo encarecidamente: "El origen del mundo" (Tusquets, Barcelona, 1996). Disfruten de la exposición, de la novela, de la vida: no tenemos otra... Y sean felices. HArendt











domingo, 12 de mayo de 2024

Especial 1 de hoy domingo, 13 de mayo. Sobre Cataluña y el hecho diferencial

 







Cataluña y el hecho diferencial
FERNANDO VALLESPÍN
12 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

No se entiende muy bien cómo el BBVA ha elegido este momento precisamente para anunciar su opa hostil contra el Sabadell, en plena campaña de las elecciones catalanas. La reacción ha sido la previsible, todo el mundo se ha posicionado en contra, empezando por el Gobierno y la Generalitat, y abarcando a todas las fuerzas políticas sin excepción. Lo más interesante de todo, sin embargo, es que saca a la luz —o vuelve a recordarnos— cómo la lógica de la economía no se deja atrapar fácilmente por identidades particularistas. O, si lo prefieren, que el mundo de la economía no atiende a más razones que las propias de este subsistema, no tiene un corazón patriótico. Prueba de ello es que a la UE esta operación le parece de perlas. Y ella es el regulador en última instancia. Un regulador frío y calculador, muy alejado de los humores y transpiraciones que suelen hacer acto de presencia en unas elecciones como estas, tan cargadas de particularismo.
Aquí es donde me gustaría aterrizar, porque, con independencia de cuál sea el resultado, algo sobre lo que no voy a especular, lo que me parece fuera de toda duda es que estas elecciones, como las vascas, nos introducen en un escenario político muy diferente al que nos encontramos en cualquier otra elección “regional”. En otras palabras, su hecho diferencial se hace más que palpable. No ya solo por el protagonismo que tienen los partidos autóctonos, sino por los discursos y la propia emocionalidad que rebosan. Es posible que la economía viva en un frío mundo paralelo, pero la política no tiene más remedio que hacerse cargo de esa sensibilidad distinta, ciertamente densa. De hecho, es lo que venimos haciendo desde la Transición, tratar de acomodarla al Estado autonómico. A trancas y barrancas, claro. Primero, porque la Constitución establece unos límites claros, pero ha permitido a la vez una gran holgura a la hora de ir incrementando el autogobierno de estas regiones históricas. Y luego, porque los imperativos de la gobernabilidad han hecho de la necesidad virtud, y los dos grandes partidos nacionales se han visto impelidos a ir haciendo concesiones.
El procés rompió con esta homeóstasis o equilibrio inestable con el que veníamos funcionando, pero seguimos navegando por la historia sin un mapa claro. Esta campaña no ha contribuido a clarificarlo porque todavía arrastra la resaca del desaguisado. Quizá por eso mismo la gestión ha pasado al primer plano. Pero el independentismo tiene clara su hoja de ruta. No así nuestros dos grandes partidos. El PSOE sigue prisionero de las demandas que se ve obligado a aceptar para mantenerse en el Gobierno, pero ahora mismo ignoro cuál es su modelo de Estado fuera de las vagas declaraciones sobre el federalismo. Imagino que será lo que vaya quedando después de las distintas concesiones. ¿Y el PP? Hubiera estado bien que nos enteráramos de una vez en esta campaña cómo desea integrar a las dos regiones con hechos diferenciales tan manifiestos. Silencio, fuera de alguna alusión a la Constitución. El marco legal no es, desde luego, algo que se pueda infringir, pero sus resultados electorales en estos territorios deberían ponerles las pilas.
Lo único cierto es que nos falta una reflexión conjunta sobre lo mucho que nos une —y aquí entran también las constricciones económicas que vimos en el caso de los bancos—, pero también sobre aquello en lo que somos diferentes. Fuera de intereses políticos puntuales, poniendo el acento en la convivencia y el respeto mutuo y alejados de soflamas. Puede que sea un ingenuo, pero cualquier otra alternativa siempre será peor. Fernando Vallespín es politólogo.














Del papel de la sociedad civil en la regeneración democrática

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 12 de mayo. En el debate que ha abierto Sánchez sobre la mejora de la democracia, escribe en El País la politóloga Cristina Monge, hay que señalar la importancia de la acción colectiva, que nos construye como ciudadanía. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com













 

El papel de la sociedad civil en la regeneración democrática
CRISTINA MONGE
07 may 2024 - El País - harendt.blogspot.com

España está dividida entre quienes creen que Pedro Sánchez reflexionó cinco días y llegó a la conclusión de que hay que regenerar la democracia y quienes aseguran que todo fue un cuento. Para unos y otros el presidente está ahora obligado a concretar ese plan de regeneración democrática con una ambición a la altura del momento inédito vivido.
La crisis de la democracia y la identificación de medidas de regeneración forman parte de los temas preferidos de las ciencias sociales desde hace décadas. Conscientes de que la historia de la democracia es la historia de sus crisis, nos preguntamos cómo se caracteriza la que está viviendo nuestra generación e intentamos identificar cómo hacerle frente.
El anuncio del presidente Sánchez de impulsar un plan de regeneración democrática que signifique un punto y aparte en esta legislatura ha elevado esta discusión al debate público. ¿En qué debería sustanciarse ese plan? En primer lugar, conviene acotar el ámbito sobre el que se quiere actuar, porque por regeneración democrática pueden considerarse una amplia gama de aspectos, ninguno de los cuales debe ser entendido como un arma para destruir al contrario.
Entre los factores que desafían a los sistemas democráticos uno destaca por su trascendencia. Se trata de la pérdida de confianza de la ciudadanía en las instituciones y actores de intermediación como los medios de comunicación, los partidos políticos, o las organizaciones de la sociedad civil. Recuperar esta confianza debería ser el primer objetivo. Los principios de Gobierno Abierto que en 2009 identificó el presidente Barack Obama siguen siendo una buena guía para ello. Su hipótesis fue que la transparencia debía servir para promover la rendición de cuentas y permitir a la ciudadanía conocer qué hace su Gobierno; que la participación ciudadana mejoraría la efectividad y la calidad de las decisiones; y que la colaboración permitiría que las personas pudieran involucrarse en los asuntos públicos. En líneas similares se han pronunciado otros estudiosos, como Pierre Rosanvallon, con su idea de la democracia de apropiación, o Daniel Innerarity, cuando enfatiza y desarrolla la idea de una democracia compleja y de anticipación. Algunos de estos asuntos ya se abordan desde el Consejo de Transparencia o el Foro de Gobierno Abierto, si bien sería necesario elevar su nivel de importancia, medios y proyección en el conjunto del Estado de forma transversal a todas las administraciones públicas. Se podría comenzar incorporando con mayor diligencia las recomendaciones del Grupo de Estados contra la Corrupción —Greco—, tal como reclaman insistentemente expertos y organizaciones de la sociedad civil, o desarrollando la directiva de protección de alertadores, poniendo en marcha la Autoridad Independiente de Protección al Informante.
No obstante, si, como se desprende del debate suscitado en los últimos días, el proyecto de regeneración apunta más a combatir la crispación, o como reclamaba en estas páginas hace unas semanas el profesor Manuel Villoria, un plan de integridad democrática, el foco habrá de ponerse en el comportamiento de los líderes políticos y en el papel de los medios de comunicación. Ambos pueden convertirse en agentes de crispación en un momento en que el entorno digital facilita que se incrementen la tensión y la desinformación. Organizaciones de la sociedad civil, estudiosos del tema, constructores de rankings de calidad democrática e incluso el Foro Económico Mundial que se da cita anualmente en Davos identifican ahí uno de los mayores riesgos para la democracia y el desarrollo a escala global.
La regulación del comportamiento de los políticos es fácilmente abordable con la reforma de los reglamentos del Congreso y del Senado, el desarrollo de un código de buenas prácticas parlamentarias, el establecimiento de sanciones por incumplimiento del código ético, una revisión de las normas de conflictos de interés, la creación de una agencia anticorrupción o la incorporación en la ley de partidos de sanciones a quienes no cumplan con un sistema de control de integridad de sus representantes, entre otros asuntos.
Para los medios de comunicación existen experiencias de autorregulación, consejos donde se dilucidan los márgenes de actuación, observatorios que analizan qué ocurre exactamente y cómo hacerle frente, etcétera. Una pregunta se impone en este caso: ¿qué entendemos por medio de comunicación? De la respuesta dependerá su acceso a espacios informativos, como ruedas de prensa o instituciones, y por supuesto la consabida financiación institucional. Profesionales y estudiosos del sector llevan tiempo pensando sobre este aspecto.
Junto a estas amenazas, en buena medida consecuencia de cambios tecnológicos y sociales, emergen otras que son fallos de diseño institucional. La más clamorosa, la ausencia de mecanismos eficaces de rendición de cuentas por parte de jueces y fiscales. El derecho comparado ofrece alternativas para abrir un buen debate.
Una vez definido el alcance surge la gran duda. ¿Serán los principales partidos capaces de ponerse de acuerdo para conseguir la transversalidad deseable en un plan de estas características? Como recuerda la politóloga Julia Azari, vivimos tiempos de fuerte partidismo con partidos débiles, una mala combinación. El contexto de crispación que viven las élites impide la construcción de consensos si no existe un incentivo externo. Además, olvidamos que la lógica de los partidos es una lógica de competencia que responde a un juego de suma cero del que difícilmente se puede escapar en momentos de máxima tensión.
Por contra, en el espacio de la sociedad civil, aun con todas sus fricciones y tensiones —que las hay—, se puede operar en una lógica de construcción de consensos. Acuerdos que, de lograrse, son un claro incentivo para el encuentro entre partidos. Hace unas semanas, más de 900 organizaciones sociales de un amplísimo espectro ideológico lanzaron una iniciativa legislativa popular para iniciar un proceso de regularización de personas que, venidas de otros países, trabajan con y para nosotros. Consiguieron reunir más de 600.000 firmas en un proceso farragoso y tremendamente exigente en sus requisitos, y empujar así a todos los grupos políticos, salvo Vox, a admitirla a trámite. Un tiempo antes, las organizaciones de personas con discapacidad consiguieron el consenso —nuevamente, salvo Vox— para reformar el artículo 49 de la Constitución, eliminar el término “disminuidos” y ampliar los derechos de este colectivo. En otro plano, 2.500 mujeres suizas lograron que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminara que Suiza vulneró el artículo 8 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que consagra el derecho al respeto de la vida privada y familiar, al no tomar medidas ambiciosas contra el cambio climático.
Esa acción colectiva nos construye como ciudadanía, nos aleja de las políticas de chivos expiatorios que despejan culpas a terrenos ajenos, nos legitima —más— para ejercer la crítica cuando corresponda, y en definitiva, ayuda a construir mejor calidad democrática.
Desde ámbitos académicos, políticos y de la sociedad civil se han elaborado en las últimas décadas multitud de propuestas que podrían ponerse en marcha para mejorar la calidad de las democracias. Ojalá la pregunta del presidente, “¿merece la pena?”, signifique un impulso para todas ellas. La sociedad civil puede y debe aportar mucho en este debate, si bien deberá ser el Gobierno, que es el que posee la legitimidad democrática, quien habilite los espacios y procedimientos para que así sea. Quizá, así, haya merecido la pena. Cristina Monge es politóloga.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Los Intelectuales y la democracia. [Publicada el 20/05/2013]











Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras y en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero: "En el principio. Pido la paz y la palabra"
(1955)


De los "intelectuales" siempre se ha dicho que constituyen la voz y la conciencia crítica de la sociedad de su tiempo. Claro está que para compartir esa opinión primero deberíamos ponernos de acuerdo sobre que entendemos hoy por "intelectual", sobre cuál sería su función, y a quién podríamos calificar como tal.

En aras de dilucidarlo, Álvaro Delgado-Gal, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y director de Revista de Libros, publica en su blog un denso e irónico artículo, "¿Dónde están los intelectuales", en el que después de un exhaustivo excurso sobre la historia de los mismos en Europa (y España) desde el siglo XVII para acá, llega a la desoladora conclusión de que en el momento actual no solo no juegan papel alguno, sino que ni tan siquiera existen pensadores dignos de tal nombre. 
El también profesor, Andrés Ortega, director del Observatorio de las Ideas y fundador del "Intelligente Unit of Spain" escribe otro artículo en El País, "Transformar el sistema", en el que denuncia el cada vez más acechante peligro de que la democracia española degenere en un simulacro. Para evitarlo, dice, hay que renovar una política gripada, alejada de los ciudadanos e incapaz de generar los proyectos y pactos nacionales necesarios para una nueva transición que cambie la clase dominante por una clase dirigente. ¿Pero quién se hace con el santo y seña de esa función? ¿Es posible una revolución cultural, social y política sin líderes, programa ni objetivos como la que promueven movimientos como el 15-M? El interrogante es mío, no del profesor Ortega.
Otro filósofo, profesor de la Universidad Complutense y director de la Revista Claves de Razón Práctica, Fernando Savater, escribe uno titulado "Artículo 19". Es cierto que se refiere en el mismo a la inútil, estúpida y criminal guerra que sostienen algunos Estados contra la droga. Ello le lleva a la conclusión de que pensar que las decisiones políticas son prioritariamente racionales encuentra escaso apoyo argumental en buena parte de las medidas que adoptan los gobiernos. Lo cual, añado yo, es algo que podía extenderse muy bien a lo que en su lucha contra la crisis en Europa y España están haciendo los gobiernos estatales y la propia Unión Europea. 
Savater termina su artículo con una frase del también escritor filósofo y premio Nobel de Literatura, Bertrand Russell: "Si no podemos evitar los demás crímenes, al menos evitemos el del silencio", porque romper la imposición del silencio -dice el filósofo británico- es el comienzo de la lucha contra el resto de los crímenes. Ese evitar el silencio, denunciar las actuaciones criminales vengan de donde vengan o la irracionalidad de muchas de las actuaciones del poder es labor de los intelectuales. Y para eso es necesaria la palabra, porque la acción anti o contra, sin palabras que la expliquen, no nos lleva a ningún sitio. 
"En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios": Lo dice el Evangelio según San Juan (1, 1-2. Biblia de Jerusalén, Declée de Brower, Bilbao, 1998). Yo no llego tan lejos ni tan alto. A mí me gusta mucho más esa otra frase que dice que a los pueblos solo los mueven los poetas. 
Cuando todo aquello en lo que creíamos cede ante nuestros pies, nos queda la palabra. ¿No es eso a fin de cuentas lo que nos está diciendo Blas de Otero en los versos que encabezan esta entrada? No dejemos pues de usarla. Cada uno a su manera. En la medida de sus posibilidades.
Les animo a una lectura sosegada y crítica de los enlaces reseñados. Estoy seguro de que les resultarán provechosos. Y sean felices, por favor, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt