lunes, 19 de febrero de 2024

De la soberanía y el Poder Judicial

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Los jueces no pueden elegir directamente el Consejo General del Poder Judicial: La elección directa del CGPJ por los jueces, escribe en El País el jurista Tomás de la Quadra-Salcedo compromete la afirmación constitucional de la justicia como emanación del pueblo. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com






[ARCHIVO DEL BLOG] Un gesto inapropiado. [Publicada el 19/02/2010]
Desde el trópico de Cáncer

Berlusconi cada vez se parece más a Mussolini, ¡hasta imita sus gestos y sus poses!, y José María Aznar cada día se parece más a Silvio Berlusconi: en la chulería, el desplante, la prepotencia, el insulto, la soberbia, y la mala educación. Salvo en los dineros, la promiscuidad sexual y las vinculaciones mafiosas del segundo, parecen hermanos mellizos. Cuestión de talante, supongo. La última del ex presidente, muy gráfica por cierto, el gesto de respuesta a los estudiantes que le imprecaban en la Universidad de Oviedo. Cierto que los insultos de éstos tampoco son de recibo, pero pienso que de un señor que ha sido presidente del gobierno de España cabría esperar un poco más de elegancia. A fin de cuentas, no perder el gesto ante el insulto va incluido en el sueldo de los políticos. No digamos de los que se consideran a sí mismo estadistas en activo... Al señor Aznar no le faltan aplaudidores entusiastas, por ejemplo, el diputado del PP González Pons, o el inefable y esotérico escritor Sánchez Dragó, para quienes José María Aznar ha sido, incuestionablemente, el mejor presidente del gobierno de la Historia de España... "Vivan las caenas!", que decían los enfervorizados súbditos de Fernando VII, "El Deseado", allá por los principios del siglo XIX. Está claro que algunos "patriotas" no han evolucionado gran cosa desde entonces. Les dejo con el artículo que sobre el incidente relata hoy en La Voz de Galicia el periodista Fernando Ónega. Dice así: Bueno, señores, pues ya tenemos un nuevo debate nacional. Ayer no se habló de otra cosa. La foto estaba en portada y quienes escribíamos de la comisión o de los pactos nos habíamos quedado más antiguos que el canalillo. Y es que don José María Aznar, el respetable Aznar, había hecho la higa; la peineta, dicen algunos cronistas, aunque yo no encontré esa acepción en el diccionario.
La opinión pública se dividió más que con la guerra de Irak o la edad de jubilación. El asunto, como es natural, se planteó en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, y la portavoz del Gobierno se tuvo que pronunciar de manera oficial. Nunca una higa había llegado tan alto. Estamos, pensé, ante un grave asunto de Estado. Más o menos con este planteamiento: quien fue presidente del Gobierno de España ¿puede sacar su dedo corazón en actitud enhiesta, por no decir tiesa, mientras recoge los cuatro dedos restantes de su mano? No tengo, pobre de mí, la profundidad de pensamiento suficiente para entrar en tan elevado y delicado debate, pero permitidme el intento. Aznar venía de que le hicieran una crítica suave, inofensiva, casi cariñosa. Total, le llamaron «asesino», «criminal de guerra» y otros calificativos que a nadie suelen ofender ni molestar. Es una dialéctica ordinaria por habitual en la relación humana y en el estilo de la universidad. Además, le intentaron boicotear la conferencia. Todo muy educado, cortés y complaciente. Si Aznar se enfada, es porque es así: un tipo intolerante que, en vez de dar las gracias por el trato y el recibimiento, corresponde con un gesto que algún periódico llamó grosero.
Y lo es. La gente no anda por la calle haciendo higas, cuya traducción al lenguaje verbal tiene dos versiones coloquiales: «vete, iros, a tomar viento» o «que os den morcilla». Pero a mí no me sorprendió el gesto. No me pudo sorprender, si en Lugo he visto cómo su maestro don Manuel Fraga se quitó la chaqueta para lanzarse sobre un grupo de saboteadores. A su lado, Aznar parecía la esencia del autocontrol.
Lo que me sorprendió fue la mirada. Al menos en la foto, Aznar no mira al tendido ni a los destinatarios del menosprecio. Mira a su propio dedo; a ese dedo corazón fálico y elocuente, erguido como un mástil, vecino del corte de mangas. Lo mira sonriente, satisfecho de cómo le queda, como si llevara tiempo sin ensayarlo; como sorprendiéndose a sí mismo que aún sabe hacerlo, después de tanto usar el índice, que es el dedo del poder. Mira al dedo corazón, triunfante frente a la gresca, como una dedicatoria, como cuando le hizo la peineta al moro de Perejil. Aznar auténtico, que dijo: «Algunos no pueden vivir sin mí». Yo lo traduzco con melancolía: contra Aznar vivíamos mejor. Espero que lo disfruten. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




























Y para comenzar bien el día...




Putin delendum. Amen.







[ARCHIVO DEL BLOG] Un gesto inapropiado. [Publicada el 19/02/2010]










Berlusconi cada vez se parece más a Mussolini, ¡hasta imita sus gestos y sus poses!, y José María Aznar cada día se parece más a Silvio Berlusconi: en la chulería, el desplante, la prepotencia, el insulto, la soberbia, y la mala educación. Salvo en los dineros, la promiscuidad sexual y las vinculaciones mafiosas del segundo, parecen hermanos mellizos. Cuestión de talante, supongo. La última del ex presidente, muy gráfica por cierto, el gesto de respuesta a los estudiantes que le imprecaban en la Universidad de Oviedo. Cierto que los insultos de éstos tampoco son de recibo, pero pienso que de un señor que ha sido presidente del gobierno de España cabría esperar un poco más de elegancia. A fin de cuentas, no perder el gesto ante el insulto va incluido en el sueldo de los políticos. No digamos de los que se consideran a sí mismo estadistas en activo... Al señor Aznar no le faltan aplaudidores entusiastas, por ejemplo, el diputado del PP González Pons, o el inefable y esotérico escritor Sánchez Dragó, para quienes José María Aznar ha sido, incuestionablemente, el mejor presidente del gobierno de la Historia de España... "Vivan las caenas!", que decían los enfervorizados súbditos de Fernando VII, "El Deseado", allá por los principios del siglo XIX. Está claro que algunos "patriotas" no han evolucionado gran cosa desde entonces. Les dejo con el artículo que sobre el incidente relata hoy en La Voz de Galicia el periodista Fernando Ónega. Dice así: Bueno, señores, pues ya tenemos un nuevo debate nacional. Ayer no se habló de otra cosa. La foto estaba en portada y quienes escribíamos de la comisión o de los pactos nos habíamos quedado más antiguos que el canalillo. Y es que don José María Aznar, el respetable Aznar, había hecho la higa; la peineta, dicen algunos cronistas, aunque yo no encontré esa acepción en el diccionario.
La opinión pública se dividió más que con la guerra de Irak o la edad de jubilación. El asunto, como es natural, se planteó en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, y la portavoz del Gobierno se tuvo que pronunciar de manera oficial. Nunca una higa había llegado tan alto. Estamos, pensé, ante un grave asunto de Estado. Más o menos con este planteamiento: quien fue presidente del Gobierno de España ¿puede sacar su dedo corazón en actitud enhiesta, por no decir tiesa, mientras recoge los cuatro dedos restantes de su mano? No tengo, pobre de mí, la profundidad de pensamiento suficiente para entrar en tan elevado y delicado debate, pero permitidme el intento. Aznar venía de que le hicieran una crítica suave, inofensiva, casi cariñosa. Total, le llamaron «asesino», «criminal de guerra» y otros calificativos que a nadie suelen ofender ni molestar. Es una dialéctica ordinaria por habitual en la relación humana y en el estilo de la universidad. Además, le intentaron boicotear la conferencia. Todo muy educado, cortés y complaciente. Si Aznar se enfada, es porque es así: un tipo intolerante que, en vez de dar las gracias por el trato y el recibimiento, corresponde con un gesto que algún periódico llamó grosero.
Y lo es. La gente no anda por la calle haciendo higas, cuya traducción al lenguaje verbal tiene dos versiones coloquiales: «vete, iros, a tomar viento» o «que os den morcilla». Pero a mí no me sorprendió el gesto. No me pudo sorprender, si en Lugo he visto cómo su maestro don Manuel Fraga se quitó la chaqueta para lanzarse sobre un grupo de saboteadores. A su lado, Aznar parecía la esencia del autocontrol.
Lo que me sorprendió fue la mirada. Al menos en la foto, Aznar no mira al tendido ni a los destinatarios del menosprecio. Mira a su propio dedo; a ese dedo corazón fálico y elocuente, erguido como un mástil, vecino del corte de mangas. Lo mira sonriente, satisfecho de cómo le queda, como si llevara tiempo sin ensayarlo; como sorprendiéndose a sí mismo que aún sabe hacerlo, después de tanto usar el índice, que es el dedo del poder. Mira al dedo corazón, triunfante frente a la gresca, como una dedicatoria, como cuando le hizo la peineta al moro de Perejil. Aznar auténtico, que dijo: «Algunos no pueden vivir sin mí». Yo lo traduzco con melancolía: contra Aznar vivíamos mejor. Espero que lo disfruten. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt












domingo, 18 de febrero de 2024

Estado de penuria

 






Estado de penuria
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
17 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

El Estado es una idea abstracta, una institución a la vez temible y lejana, y también es una carta certificada que si no se entregara a tiempo causaría un problema, un trámite judicial que si se atasca puede sabotearle a uno la vida, una pensión que llega con puntualidad a la cuenta de un jubilado, una escuela o un instituto donde profesores competentes educan a alumnos que reciben igual trato sin que importe su origen, un quirófano en el que un enfermo sin recursos se somete a una operación a manos de un personal médico de máxima cualificación que usa la mejor tecnología. El Estado es la bibliotecaria que organiza un club de lectura, y el personal especializado y entusiasta que gestiona un sistema nacional de trasplantes que no tiene igual en el mundo por su eficacia y su equidad, y la patrulla militar que lleva a cabo una misión de paz difícil y arriesgada en una zona de conflicto, y el policía o el guardia civil que asiste a una persona atribulada que acaba de ser víctima de un accidente o de un crimen. El Estado, en nuestro país, padece una debilidad originaria que viene tal vez de los sobresaltos y las guerras civiles del siglo XIX, y también de la omnipotencia corrosiva de la Iglesia católica, muy poco interesada en la fortaleza del poder civil, así como de la falta de una conciencia generosa del bien común en las clases dirigentes, que lo usaron siempre para defender sus privilegios y, sobre todo, para saquearlo con la picaresca sórdida del tráfico de influencias. Incluso el Estado franquista, que alimentaba fantasías de corporativismo y totalitarismo, era una entelequia pobretona, tan lastrada por la penuria como por la incompetencia, y tan solo eficiente en lo que Paul Preston llamó la “política de la venganza”, contra los vencidos en la Guerra Civil, y luego en la persecución y en la tortura de sindicalistas y militantes de izquierdas. El doctor Vicente Pozuelo, médico de Franco, contaba en sus memorias que en los Consejos de Ministros del año 74 aún no había ni micrófonos. La mesa del Consejo era muy larga, la voz de Franco muy débil, y los ministros a veces estaban amedrentados y no levantaban las suyas. Cuando empezó a tener graves hemorragias, en la enfermería de El Pardo no había medio de contenerlas, porque era una enfermería de cuartel. En los primeros años del terrorismo, los artificieros de la Guardia Civil intentaban desactivar las bombas etarras sin protección ninguna y sin más herramienta que una caña de pescar, que además pagaban de su bolsillo.
En Francia basta ver el edificio de un lycée de enseñanza media con su bandera tricolor en la fachada de piedra y el rótulo République Française inscrito en el dintel para darse cuenta de que el Estado es una cosa muy seria. Galdós comparaba el Estado español con una vaca lechera a cuyas ubres nunca muy opulentas se amarraban los parásitos innumerables del favor político, la turba de los funcionarios en activo y los cesantes cuya única esperanza en la vida era una colocación ganada con el servilismo y la intriga. Aquellas antiguas fragilidades de país atrasado probablemente solo empezaron a remediarse de verdad con el tránsito a la democracia, pero los nuevos tiempos han traído otras amenazas, quizás porque nosotros llegamos al Estado de bienestar, que es la forma más justa y razonable del Estado, justo cuando en otras partes del mundo que llegaron antes a él estaban ya empezando a desmantelarlo, después de haberlo desacreditado. Fomentando la mala fama de la burocracia y la ineficiencia, los gobiernos de derechas (y muchas veces los socialdemócratas) se lanzaron a la privatización de servicios fundamentales, que ofrecían posibilidades enormes de rentabilidad: en la educación, en la salud, en la banca pública, en los ferrocarriles, en las comunicaciones, hasta en la gestión del agua.
El recelo antiguo de la izquierda hacia el Estado tiene sus motivos: el Estado, históricamente, ha sido un instrumento de las clases dirigentes y sus intereses, y solo fue democratizándose y reconociendo derechos después de luchas tremendas. Si las fuerzas del orden disuelven a sablazos o a tiros una manifestación obrera, el Estado al que sirven no puede inspirar mucha confianza. La palabra Estado, además, en el vocabulario político español, tiene el sentido entre sospechoso y despectivo que le han inoculado esos nacionalistas periféricos que al no pronunciar nunca la palabra España imaginan que borran su existencia. En esos juegos verbales participa también una parte de la izquierda, que sufre una envidia freudiana de reciedumbre identitaria y cree que el progresismo consiste en ser al menos tan nacionalista y hasta separatista como los nacionalistas, y que si uno dice España es un habitante de eso que el presidente del Gobierno ha llamado “la fachosfera”, quizás con el propósito de que no decaiga la fiesta alegre y corrosiva de la confrontación.
Con tanto esfuerzo por privatizarlo, por extorsionarlo, por trocearlo, por parasitarlo, no tiene nada de extraño que el Estado dé muestras tan alarmantes de debilidad y deterioro. La carta certificada tarda o se extravía, el trámite judicial queda empantanado, la lista de espera es tan larga que el enfermo grave no llega a tiempo a la operación. Los servicios que presta el Estado son tan esenciales que cuando funcionan bien nadie repara en su existencia ni agradece su valor. Durante la pandemia tuvimos ocasión de comprobar que solo el Estado, con el soporte de la Unión Europea, podía asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales para la vida y financiar las investigaciones que culminaron en la invención de una vacuna efectiva, y en el logro formidable de distribuirla por todo el continente.
A muchas personas de izquierdas les cuesta aceptarlo, pero esas tareas asistenciales y protectoras del Estado incluyen el orden: el orden público, el monopolio de la violencia, rigurosamente sometido a la ley y al respeto de los derechos humanos, el oficio supremo que Thomas Hobbes atribuía a su Leviatán. Orden público suena a carga policial, pero es la tranquilidad con que va uno por la calle, la perspectiva razonable de no sufrir una agresión, y de que si es víctima de un delito podrá recibir reparación, y tendrá defensa contra la fuerza bruta y el abuso. Cada vez que voy paseando por una calle europea pienso en el privilegio del que disfruto, inaccesible para mucha gente como yo en muchas ciudades del mundo. Vivir con miedo es tan dañino como pasar hambre. “La seguridad es una de las necesidades esenciales del alma”, dice Simone Weil. El Estado, que parece tan fuerte, puede derrumbarse de golpe, y la consecuencia no es la liberación de los oprimidos, sino el triunfo de los poderosos y los criminales. Hablo con personas que vienen de Ecuador y cuentan cosas terribles sobre la brutalidad sanguinaria de los narcotraficantes, que se ceba en las personas más pobres, que son las menos protegidas.
El Estado, estos días, en España, son unos guardias civiles asesinados en una especie de chalupa lamentable, embestidos por una narcolancha mucho más poderosa, sometidos a la burla de los delincuentes y de la chusma que los jalea como héroes. El Estado es que, una semana después, las cinco embarcaciones del Servicio Marítimo de la Guardia Civil sigan averiadas e inservibles, sin esperanza de arreglo inmediato. Un guardia que prefiere callar su nombre le dice a Jesús A. Cañas en el periódico: “Tenemos tres mecánicos para el mantenimiento, pero las grandes reparaciones las hace una empresa de la calle y necesitan un presupuesto aprobado por Madrid. La burocracia es muy lenta”. Es la voz inmemorial, el fatalismo quejumbroso de la Administración española, la triste impotencia del Estado. Antonio Muñoz Molina es escritor y académico de la Lengua.














De la independencia de juicio

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. ‘Los grandes cementerios bajo la luna’, la gran obra de Bernanos, es un ejemplo extremo de coraje y humanismo que demuestra que la decencia moral no es patrimonio de ninguna ideología. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com








Georges Bernanos: un escritor en guerra contra las guerrillas de hoy
SERGIO DEL MOLINO
14 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Vivimos tan sobreactuados por la tragedia de la actualidad que hemos devaluado el concepto de acontecimiento. Cuando cada noticia es decisiva, cada declaración política, atronadora y cada Madrid-Barcelona, el partido del siglo, el grano no asoma entre la paja. Cuesta reconocer los acontecimientos cuando se presentan. Esta semana, por ejemplo, ha sucedido algo importante de lo que casi nadie va a enterarse: la editorial riojana Pepitas de Calabaza publica Los grandes cementerios bajo la luna, de Georges Bernanos.
Que un sello pequeñito rescate un libro de 1937 de un escritor francés al que nadie lee en España puede parecer algo tan anecdótico que no merecería una columna en el diario más importante de España, pero Mafalda nos enseñó hace mucho a distinguir entre lo urgente y lo importante, y esto no será urgente pero es importante. Los grandes cementerios bajo la luna es uno de los libros básicos sobre la Guerra Civil española y uno de los más influyentes y citados. Por una anomalía que no me explico, llevaba años descatalogado e inencontrable en español. En Francia, en cambio, es un libro muy conocido.
Bernanos fue un novelista famosísimo en los años treinta, y en 1936 vivía en Mallorca, donde le sorprendió la sublevación militar. Seguidor del ultraderechista Maurras, Bernanos era un reaccionario sin complejos, adscrito a un catolicismo montaraz y monárquico que le llevó a entusiasmarse con Falange (su hijo Yves militó allí) y a celebrar a los nacionales como salvadores de la fe frente a las hordas rojas. Pero muy pronto tuvo noticias de la represión en la isla, y le espantaron la crueldad totalitaria, el terror de los paseos y los muertos en las cunetas y en las tapias del cementerio. Con rabia de hombre decente, escribió las páginas arrebatadas de este libro, que son una acusación contra la curia, contra los obispos y sacerdotes que bendecían la matanza y la llamaban cruzada.
Los grandes cementerios bajo la luna es un ejemplo extremo de coraje y humanismo que demuestra que la decencia moral no es patrimonio de ninguna ideología. Bernanos murió señalado como un traidor por sus antiguos camaradas, y como un héroe por sus enemigos políticos. No fue ni una cosa ni la otra; tan solo fue un escritor libre y un buen tipo que nunca puso su pluma al servicio de nada que no considerase justo. Y eso, que así dicho suena tan poca cosa, es tan extraordinario en estos tiempos de muros y guerrillas culturales que merecería mucha más atención de la que va a recibir. Sergio del Molino es escritor.































[ARCHIVO DEL BLOG] Lucha de clases, izquierda y derecha. [Publicada el 18/02/2018]












A veces, la mejor manera de entender una noticia es leerla con otra al lado. Sólo una comparación así nos puede permitir discernir de qué se habla realmente, escribe en El Mundo el filósofo, crítico cultural, profesor en la European Graduate School, director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities (Universidad de Londres) e investigador senior en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Slavoj Zizek.
Tomemos como ejemplo, comienza diciendo, las reacciones que despertó un texto incisivo: en el verano de 2017 David Wallace-Wells publicó La tierra inhabitable, un ensayo que se convirtió inmediatamente en leyenda. El texto describe clara y sistemáticamente todo aquello que amenaza nuestra supervivencia, desde el calentamiento global a los potenciales mil millones de refugiados climáticos, así como las guerras y el caos que todo esto generará. Más que centrarnos en las reacciones más predecibles al texto (acusaciones de alarmismo, etcétera), deberíamos leerlo teniendo en mente dos hechos relacionados con la situación que describe. En primer lugar, por supuesto, la descarada negación de Trump a las amenazas medioambientales. Y después, el obsceno hecho de que los mismos multimillonarios que apoyan a Trump se están preparando al mismo tiempo para el apocalipsis, invirtiendo en refugios subterráneos de lujo donde podrían sobrevivir aislados hasta un año, con acceso a verduras frescas, gimnasios, etc. 
Otro ejemplo es un texto de Bernie Sanders y una noticia sobre su persona. Sanders escribió no hace mucho un incisivo artículo sobre el presupuesto republicano con un título que lo decía todo: El presupuesto republicano es un regalo para los multimillonarios: es Robin Hood al revés. El texto está escrito de manera clara, lleno de datos convincentes y observaciones ajustadas; así que, ¿por qué no tuvo más repercusión? Deberíamos compararlo con la cobertura de los medios a la indignación que ha generado el anuncio de que Sanders será uno de los ponentes en la velada inaugural de la próxima Convención de las Mujeres de Detroit. Los críticos arguyen que no es bueno que Sanders, un hombre, hable en una convención dedicada al avance de las políticas para los derechos de las mujeres. No importa que sea sólo uno de los dos únicos hombres entre 60 ponentes, y que no haya ponente transgénero (en este caso, de repente, la diferencia sexual se aceptaba sin que supusiera ningún problema). Tras esta indignada respuesta se escondía, por supuesto, la reacción hacia Sanders del ala pro-Clinton del Partido Demócrata: su incomodidad con la crítica izquierdista de aquél al capitalismo global de hoy en día. Cuando Sanders hace hincapié en los problemas económicos, se le acusa de vulgar reduccionismo de clase, mientras que a nadie le preocupa cuando los líderes de las grandes corporaciones apoyan el movimiento LGTB.
Por lo tanto, ¿se desprende de todo esto que nuestra tarea es destituir a Trump cuanto antes? Cuando Dan Quayle, no precisamente conocido por su alto coeficiente intelectual, fue vicepresidente de Bush senior, corría un chiste según el cual el FBI tenía una orden secreta si Bush moría: matar a Quayle inmediatamente. Esperemos que el FBI tenga la misma orden para Pence en el caso de que Trump muera o sea impugnado. Pence es mucho peor que Trump, un auténtico cristiano conservador. Lo que hace que el movimiento de Trump resulte mínimamente interesante son sus incoherencias: recordemos que Steve Bannon no sólo se opone al programa fiscal de Trump, sino que aboga abiertamente por aumentar los impuestos a los ricos hasta un 40%, y defiende que rescatar bancos con dinero público es "socialismo para ricos". A buen seguro que a Pence no le gusta oír esto. Bannon ha declarado recientemente la guerra, pero, ¿a quién? No ha sido a los demócratas de Wall Street, ni a los intelectuales liberales, ni a cualquier otro de los sospechosos habituales, sino a la propia clase dirigente del Partido Demócrata. Desde que Trump lo despidiera de la Casa Blanca, Bannon lucha por la misión de aquel en su estado más puro, incluso si esto le lleva a luchar contra el propio Trump. No olvidemos que Trump está básicamente destruyendo el Partido Republicano. Bannon tiene como objetivo una revuelta populista de los menos privilegiados contra las élites. Interpreta el mensaje de Trump del gobierno por y para la gente de manera más literal de lo que se atrevería nunca el propio Trump. Hablando claro, Bannon es como las SA en relación a Hitler, el populista de clase baja del que Trump se tendrá que deshacer (o al menos neutralizar) para que la clase dirigente le acepte y pueda funcionar sin contratiempos como jefe de Estado. Por eso Bannon vale su peso en oro: es un recordatorio permanente del antagonismo que afecta al Partido Republicano. 
La primera conclusión que por fuerza debemos extraer de esta extraña cuestión es que ha vuelto la lucha de clases como factor determinante de nuestra vida política, un factor determinante en el buen y viejo sentido marxista de "determinación en última instancia": incluso aunque parezca que nos jugamos algo totalmente diferente, desde crisis humanitarias a amenazas medioambientales, la lucha de clases se esconde detrás y proyecta su inquietante sombra. La segunda conclusión es que la lucha de clases es cada vez menos trasladable de manera directa a la lucha entre partidos políticos, y se trata cada vez más de una lucha que tiene lugar dentro de cada uno de los grandes partidos políticos. En Estados Unidos, la lucha de clases afecta al Partido Republicano (la clase dirigente del partido contra los populistas al estilo Bannon) y al Partido Demócrata (el ala de Clinton contra el movimiento de Sanders). No deberíamos olvidar, por supuesto, que Bannon es el icono de la alt-right o derecha alternativa, mientras que Clinton apoya muchas causas progresistas como la lucha contra el racismo y el sexismo. Aun así, al mismo tiempo tampoco deberíamos olvidar que la lucha LGTB es algo de lo que también podría apropiarse el liberalismo convencional contra el "existencialismo de clase" de la izquierda. La tercera conclusión concierne por ello a la estrategia de la izquierda en esta compleja situación. Mientras cualquier pacto entre Sanders y Bannon queda descartado por razones obvias, un elemento clave de la estrategia de la izquierda debería ser explotar sin piedad la división en el campo enemigo y luchar por los seguidores de Bannon. 
Resumiendo, no hay victoria de la izquierda sin una gran alianza con todas las fuerzas anti-élites. No debemos olvidar que nuestro verdadero enemigo es la clase dirigente capitalista global, y no la nueva derecha populista que es simplemente una reacción a su estancamiento. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt