viernes, 22 de diciembre de 2023

De la veracidad en la información

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Marta Peyrano, va de la veracidad en la información. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Lo que hacemos no es contenido
MARTA PEIRANO
18 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

La falta de información es peligrosa, decía Neil Postman, pero el exceso puede ser peor. “Las personas ya no tienen ninguna base para saber qué es relevante, qué no es relevante, qué es útil, qué no es útil —decía en un programa de la PBS en 1985—. Viven inmersos en una cultura comprometida únicamente a generar toneladas de información cada hora a través de todos sus medios sin categorizarla de ninguna manera para que no sepas qué significa ninguna de ellas”.
La categorización es clave para Postman. El mejor alumno de Marshall “el medio es el mensaje” McLuhan, fue el primero en advertir que el formato simplificado, masticado y descontextualizado de los programas televisivos cambiaría el concepto mismo de estar informado por algo muy distinto. En su obra maestra, Entretenidos hasta la muerte, explica que la banalización transforma la información en “información engañosa, mal ubicada, irrelevante, fragmentada o superficial, información que crea la ilusión de saber algo pero que, de hecho, nos aleja de comprender”. Lo considera desinformación “en el mismo sentido preciso que la CIA y la KGB”. Quizá nosotros estamos de acuerdo y por eso ahora siempre decimos contenido en lugar de información.
Esta nueva burguesía de sobreinformados desinformados “ya no se hablan sino que se entretienen entre ellos, intercambiando imágenes en lugar de ideas”. Donde todo es contenido y ya no importa el origen, el argumento y la experiencia quedan rápidamente eclipsados por la fama y el carisma comercial. No hace falta ser un lince para identificar lo bien que nos retrata.
La red social ha creado un ecosistema mediático que separa la información de su origen y a la audiencia de su comunidad, mezclando memoria y deseo con contenidos aleatorios solo en apariencia. La categorización es la clave de la economía digital. Sus máquinas de categorizar usuarios a través de algoritmos de recomendación automática producen la sociedad del entretenimiento que Postman señaló. Una clase política que lidera a través de memes, desplantes y chascarrillos y una ciudadanía que, sometida a un presente perpetuo e incoherente, prefiere abrazar la rabia del populista autoritario que abandonarse a la decepción.
Y, sin embargo, se acaba de firmar el primer acuerdo comercial de una gran empresa de medios con OpenAI. El líder de la IA generativa podrá utilizar las publicaciones del grupo Axel Springer para entrenar sus modelos de IA. A cambio, Axel Springer podrá rellenar sus cabeceras con contenidos que parecen suyos, pero que habrán sido generados por ChatGPT. Cuánto tardará Jeff Bezos en hacer lo mismo con Anthropic, teniendo en cuenta el valor del contenido que producen los usuarios de ARC, su gestor de contenidos para grandes cabeceras.
Nunca nos hizo tanta falta información precisa, verificada, equitativa y contextual. Termina un año marcado por la guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza, nuestra evidente incapacidad para afrontar como adultos la inminencia de un desastre climático irreversible y el impulso de abrazar ideologías que nos hacen sentir vivos en mitad de la catástrofe, a costa de nuestra propia humanidad. Empezamos el año alimentando la máquina automática de contenidos sintéticos que llenará los medios de comunicación de masas mientras la mitad del planeta sale a votar.


































[ARCHIVO DEL BLOG] Entre la desilusión y la esperanza. [Publicada el 23/12/2012]










Me da cierto pudor confesar que un anuncio publicitario, ¡de una marca de embutidos!, puede levantarme el ánimo más que una soflama política, pero así ha sido. Enseguida les cuento de que va lo anterior.
Como he relatado ya con anterioridad, guardo en el disco duro del portátil aquellos artículos o noticias leídos que me parecen especialmente relevantes a la espera del chasquido neuronal que me diga de repente ¡era eso!, ¡era eso!... Hace unos días leí y guardé en espera de ese chasquido dos artículos de El País que me llamaron especialmente la atención, pero que por su propia temática, la esperanza en un futuro mejor, decidí aparcar de momento. No estaba ni está el horno para muchos bollos. Ni siquiera después del alivio de la lotería navideña para algunos españoles.
El primero de ellos, del profesor Andrés Ortega, lleva por título "España vale la pena", y está escrito en un momento de pleno enfrentamiento institucional entre los gobiernos de Cataluña y España, en el que todos los puentes parecen estar cortados. Como él, yo también pienso que vale la pena restablecerlos, pero me puede el escepticismo.
El segundo artículo, más o menos por las mismas fechas, aparecía en el blog de mi paisano, el periodista y escritor Juan Cruz, con el título de "Diálogo entre el pesimista y el optimista", y en él relataba el debate sostenido unos días atrás en la FNAC madrileña por dos viejos profesores, de Derecho, Alejandro Nieto, y de Filosofía, Emilio Lledó, que también fue profesor mio en la UNED ("mi profesor" por antonomasia) en el que éste último asumía la postura optimista, y el primero la pesimista. ¿Sobre qué? Sobre nosotros, los españoles, nuestro presente y nuestro futuro. De nuevo aparcado en el disco duro, de nuevo escéptico.
Y entonces, hace pocos días, mi hija me enseña por Internet un anuncio, realizado por la cineasta Icíar Bollaín, que primero me provoca una cierta sonrisa, y luego me emociona. Y el chasquido, sí; mis plomos neuronales saltan... Sí, de acuerdo que viene promocionado por una empresa dedicada a la fabricación de embutidos, y que la intención es puramente comercial... ¿Seguro que sí?... No lo tengo tan claro... Véanlo y luego decidan...
Y sobre el escepticismo, a caballo entre la desilusión y la esperanza, les recuerdo mi definición personal al respecto: un escéptico es un optimista chamuscado por la realidad... Yo soy un escéptico confeso, y por ello, chamuscado y todo, un optimista... Hoy no me meto con el gobierno, para variar. Tamaragua, amigos. HArendt












jueves, 21 de diciembre de 2023

De ir o ni ir

 





Yo no iría
IDAFE MARTÍN PÉREZ
21 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Les voy a contar un cuento. Don Pedro, gobernador del reino, invitó a palacio a don Alberto, que no era gobernador del reino porque no quería. Quería hablar don Pedro de algunas cosas con don Alberto, pero este no quería hablar de esas cosas sino de otras, por lo que se empezó a complicar la cita. Y si en el pasado hubo algunos problemas para organizarlas, siempre terminaban por celebrarse, como recordaba en estas páginas Carlos E. Cué.
Don Alberto había dicho que no, sus lugartenientes decían que la invitación era “una trampa”, que le iban a engañar, que mucho cuidadito, mi niño. Trovadores y correveidiles cantaban a las gentes en las plazas lo acertada que era la decisión de no hablar con el gobernador. Después de ir y volver, don Alberto aceptó ver a don Pedro, pero se negó a que fuera en palacio y será en la asamblea que reúne a los representantes del vulgo. Como si don Alberto buscara, al no acudir a palacio, desconocer la legitimidad de don Pedro para gobernar el reino.
Yo no iría, don Alberto, aunque Ignacio Camacho, columnista de Abc, recomendara que exija “un relator” para reunirse con don Pedro. Debe ser un “verificador neutral” que tendría, sobre todo, la labor de levantar “acta de lo que hablen”. Camacho cree que “la palabra (de don Pedro) sufre un cierto déficit” y que “su relación con la coherencia y la voluntad de compromiso está viciada o encaja poco y mal en la costumbre estándar”.
Yo no iría, don Alberto. Haría caso a Isabel San Sebastián. Su columna en Abc llevaba un título cristalino: ‘Feijóo, no vayas, no pactes’. Le hacía un favor a don Alberto con ese título, pues no debía perder tiempo leyendo el resto, como debe hacer este cuentista, que resiste la tentación de abandonar y sigue adelante. Tuteaba San Sebastián a don Alberto para decirle que don Pedro “no te cita a una reunión, te prepara una emboscada de la que saldrás herido o muerto”, un disparo al amanecer y una cruz en Puerta de Hierro. La columnista reconoce que por cortesía institucional don Alberto debería aceptar la invitación, pero que esa cortesía “es ajena” a don Pedro, a quien llama “tramposo” y recomienda a don Alberto que no se le ocurra desbloquear el Consejo General de los Jueces del reino.
Yo no iría, don Alberto. Escucharía a Francisco Marhuenda, que en la fachosfera ejerce como una especie de catedrático emérito, cuando escribía en La Razón que “nada obliga a que el PP sea el tonto útil de este decorado radical y frentista organizado a mayor gloria del PSOE” y le decía a don Alberto que no se preocupara si no se reunía “porque el problema” en todo caso era de don Pedro.
Yo no iría y, sobre todo, no bebería nada que me ofrecieran, don Alberto, porque como bien decía José Antonio Vera, también en La Razón, podría enfrentarse a “una reunión envenenada” y porque “se habla en las cloacas (nunca entendí por qué estos señores se tienen que ir a las cloacas a hablar, cuando podrían hacerlo en un cómodo café al calentito y no en un sitio oscuro, húmedo y apestoso) del dossier explosivo que podría acabar en un medio global”.
Vera le decía a don Alberto que, de ir, vaya “con casco y chaleco antibalas, cazaminas, dragaminas (no dice nada de portaaviones) y todo tipo de armas contra el fuego amigo, pues donde menos se lo espere se encontrará con la trampa de quien tiene sobresaliente cum laude en materia de encerronas, emboscadas, tongos y trampantojos”.
Yo no iría, don Alberto. Y de ir, debería prepararse para morir ajusticiado por don Pedro el engatusador, para terminar siendo una calavera al sol, un escondite de lagartos. Debería despedirse de sus seres queridos y dejar a doña Isabel colocada al frente del partido, porque cuando cruce las puertas del Averno y se oigan tras sus pasos los chirridos de la verja oxidada que da paso al Infierno, cuando empiece a correr la sangre, cuando se inyecten en sangre los ojos de Cerbero, ya solo nos quedará rezar por usted. Yo no iría. No vaya usted. Idafe Martín Pérez es periodista.












De la despedida de un novelista (II)

 






Viva Mario Vargas Llosa
DANIEL GASCÓN
21 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Mario Vargas Llosa ha anunciado que deja el periodismo. Termina así una carrera que empezó hace más de 70 años, cuando comenzó a publicar en el periódico peruano La crónica. Hace unas semanas dijo que Le dedico mi silencio, su libro más reciente, era también su despedida de la novela.
Vargas Llosa llevaba más de 30 años publicando una tribuna quincenal en este periódico. Ha escrito de política internacional y doméstica, de libros y autores que admiraba, de experiencias personales, de polémicas literarias y controversias políticas. Su trabajo periodístico está recogido en la serie Contra viento y marea y en antologías como Sables y utopías y El fuego de la imaginación. Además de su valor periodístico y literario, sus artículos constituyen un testimonio único del siglo XX y un apasionante recorrido intelectual. Es una trayectoria larga y llena de curiosidad, de crítica y autocrítica, donde las novedades y su evolución desde el socialismo al liberalismo ―a veces más ortodoxo, a veces más matizado― se mezclan con el regreso a un debate entre la idea del compromiso de Sartre, la integridad humanista de Camus y la perspicacia apabullante de Aron. Uno puede estar en desacuerdo con opiniones y declaraciones concretas de Vargas Llosa, pero expresó con elocuencia una idea esencial: el mismo estándar democrático debe regir para políticos de izquierda y de derecha, para Europa y América Latina. Explicaba que lo telúrico, lo fantástico, lo utópico valen para el arte, pero en política acaban siendo disfraces para la opresión. Ha defendido la libertad: oponiéndose a todas las dictaduras, criticando el comunismo, el nacionalismo, el populismo. Ha compartido descubrimientos y pasiones intelectuales. Maestro de la narración, explica como pocos los trucos del oficio (por ejemplo, en su relectura de El oso de Faulkner). Ha sido generoso con autores de su edad y con escritores más jóvenes como Cercas, Trapiello o Leila Guerriero. Ha tratado de pensar por sí mismo, de conservar la tensión, de aprender. Sus cambios de opinión no obedecían al oportunismo, sino a que detectaba una distancia entre las proclamas y la realidad. Algunos querrían encasillarlo en la derecha, pero defendía el matrimonio gay, abogaba por la despenalización de las drogas o denunciaba la injerencia estadounidense en Guatemala. Vargas Llosa ha sido libre, nos ha enseñado a leer, a escribir y a pensar, y ha mostrado que una parte del trabajo del intelectual es meterse en líos. La literatura es fuego y el periodismo también lo es. Así que muchas gracias por sus palabras. Daniel Gascón es escritor.













De la despedida de un novelista

 






Despedida a un novelista
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
21 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En la última página de Le dedico mi silencio, después del punto final de la novela, Mario Vargas Llosa escribe dos párrafos sorprendentes. Ocupan el lugar de esas notas de autor, más o menos convencionales, donde se dan dos o tres precisiones sobre la escritura del libro que acabamos de leer, y así nos cuenta Vargas Llosa que terminó el borrador de esta novela en Madrid, el 27 de abril de 2022, y que pasó los meses siguientes corrigiéndolo. Pero entonces, de manera súbita, de una línea a la otra, la nota inofensiva toma el tono y el lenguaje de un diario: Vargas Llosa anuncia un viaje al norte del Perú; luego cuenta que ya lo ha hecho, y que le ha servido mucho; luego escribe: “Creo que he finalizado ya esta novela”. Su intención ahora es terminar un ensayo sobre Sartre, dice enseguida, y cierra el párrafo –y el libro– con estas palabras: “Será lo último que escribiré”.
No pensé que esa página sencilla me fuera a emocionar como lo ha hecho, a pesar de que la leí con la conciencia plena de lo que la obra de Vargas Llosa ha significado para mi experiencia de latinoamericano y mi vocación de novelista. Pues con esa despedida no se cierra solamente una de las empresas literarias más ricas, abarcadoras y ambiciosas de nuestro tiempo, sino también la obra de una generación entera que transformó dos cosas para siempre: la literatura en lengua española y el lugar de América Latina en el imaginario del mundo. Vargas Llosa es el último de una estirpe, el único superviviente de ese puñado de escritores que hemos agrupado bajo el tosco rótulo de boom latinoamericano, cuyos libros han ocupado para muchos de nosotros el lugar de una verdadera educación: literaria, como es evidente, pero también sentimental y política. Las grandes novelas del boom quisieron reescribir la historia latinoamericana; lo que también lograron fue darnos a algunos las herramientas para inventar nuestra biografía.
Así es. Yo puedo decir —y aquí ya paso a la primera persona— que mi vida civil es incomprensible sin los libros de estos escritores, desde sus ficciones a sus ensayos y desde su periodismo a su poesía. Mi relación con ellos comenzó con la lectura de El coronel no tiene quien le escriba, que hice a los 11 años como tarea escolar, y en el curso de las cuatro décadas siguientes ha sido una presencia constante: esos libros han sido a veces un modelo y un acicate, y a veces una autoridad incómoda contra la cual sólo cabe la rebeldía, pero siempre han estado allí, como una suerte de país portátil. Una parte considerable de mi vida de lector y novelista tiene lugar en otras lenguas y otras tradiciones, pero ese momento preciso de la literatura latinoamericana del siglo XX, el que empieza con Borges y termina con Vargas Llosa, es para mí un hogar, por lo menos en el sentido de aquel verso de TS Eliot: el lugar del cual partimos.
De manera que los autores del boom latinoamericano, así como los que vinieron arrastrados por ese fenómeno, tienen en mi biblioteca —la física y la emocional, que no siempre coinciden— un lugar de enorme importancia. Pero esto es una constatación banal; más interesante es señalar que se trata de un lugar contradictorio, pues estos nombres son al mismo tiempo clásicos y contemporáneos, fundadores de mi tradición y presencias en mi mundo. Por la época en que murieron Cortázar y Borges yo empezaba apenas a leer en serio, pero desde que empecé a publicar libros he vivido en un mundo donde se publicaban también, y con cierta regularidad, las nuevas obras de los que han hecho mi tradición: Cabrera Infante, Fuentes, García Márquez. Lo cual es más o menos como si Flaubert siguiera publicando cada tres años sin que cambiara la circunstancia de que escribió Madame Bovary. Mario Vargas Llosa, por supuesto, es el último de esos novelistas, pero es además el que marcó de manera más clara, y desde un comienzo, mi forma de entender el oficio.
No sé cuántas páginas he escrito sobre sus novelas, pero las que prefiero son parte de mis recuerdos tanto como mis propias vivencias. El robo del examen y el encuentro final entre el Jaguar y el teniente Gamboa, el cuerpo de Jum colgado de un árbol en Santa María de Nieva, la conversación en las oficinas de Cayo Mierda, el barón de Cañabrava haciendo algo imperdonable cuando lo sorprende su mujer, que ha enloquecido: estas escenas siguen viviendo todavía en mi memoria como si las hubiera visto. Pero he dicho con frecuencia que, más allá del arte de hacer novelas, Vargas Llosa representó para mí una forma de asumir la vocación literaria que sólo puedo llamar liberadora. A mis veinte años, yo era un estudiante de Derecho que acababa de descubrir una verdad incómoda: lo único que me interesaba era leer novelas y tratar de escribirlas. En mi desorientación de esos días, mientras leía como si me fuera la vida en ello, me aferraba desesperadamente a otras palabras que no existían en las novelas, y no puedo saber qué me habría pasado si no las hubiera descubierto a tiempo.
Esas palabras están en La literatura es fuego, un discurso de los años 60 donde el oficio literario es una “diaria y furiosa inmolación”. Están en La orgía perpetua, donde Flaubert le sirve a Vargas Llosa para defender las virtudes de la dedicación casi monacal a un oficio que lo exige todo. Están, con tono más confesional, en las páginas autobiográficas de El pez en el agua: “Sólo sería un escritor si me dedicaba a escribir mañana, tarde y noche”. No sé cuántas veces leí en mis años de incertidumbre —que son los más, que en realidad nunca se acaban— una entrevista sin desperdicio que Vargas Llosa le dio en los años 70 al escritor colombiano Ricardo Cano Gaviria. “El escritor auténtico lo pone absolutamente todo al servicio de su vocación”, dice allí Vargas Llosa. “Lo que va en contra de los intereses de la literatura es suprimido, descartado”.
Ahora los años han pasado, y ya no puedo decir con certeza qué vino primero para mí: si el descubrimiento de mi vocación o el de un escritor que la encarnaba de manera rotunda y la explicaba con elocuencia. Para un joven que comenzaba a escribir en un mundo movedizo como la Colombia de los primeros años 90, enfrentándose a la resistencia de mecanismos sociales cuya explicación no cabe en estas líneas, lidiando con el futuro incierto y la posibilidad del fracaso, esas páginas fueron auxilios invaluables. La literatura no como una profesión, ni como una manera más o menos digna de ganarse la vida, ni mucho menos como un medio para otras cosas (la frivolidad del éxito, los malentendidos del prestigio); la literatura como una forma de estar en el mundo que es devoradora, exclusiva y excluyente, y la disciplina, incluso a costa de sacrificios, como única forma posible de su ejercicio. Muchos novelistas están más presentes que Vargas Llosa en mis novelas, pero es probable que ninguno lo esté más en mi comprensión de lo que hago todos los días. Entenderán ustedes que me haya causado una impresión tan profunda su despedida, y acaso perdonen estas líneas demasiado francas y un punto melancólicas: pero es que el riesgo de la impudicia me parecía preferible al de la ingratitud. Juan Gabriel Vásquez es escritor.












Del periodismo de opinión

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Mario Vargas Llosa, va del periodismo de opinión. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











Piedra de Toque
MARIO VARGAS LLOSA
17 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

No sé si fue Juan Luis Cebrián, su primer director, o Jesús de Polanco, el principal accionista de EL PAÍS, quien fijó una línea desde el inicio, pero lo claro es que quien lo hizo tenía una idea muy moderna de la prensa escrita, porque la aparición de EL PAÍS, en plena Transición, fue de lo mejor que tenía que ofrecer España en el nuevo régimen. Todo era novedoso, incluyendo la diagramación y el formato, pero lo más importante era la veracidad de la información, el hecho de que las cosas de las que se daba cuenta en los textos correspondían a una verdad que podían verificar los lectores mediante sus conflictos con la realidad siempre cambiante. Esa fue la gran revolución que introdujo EL PAÍS en el mundo de las noticias, en una época en que los españoles (y latinoamericanos que vivían todavía en dictadura) estaban ávidos de prensa libre: una clara diferencia entre las cosas que defendía el diario, sus opiniones, y las cosas que el periódico informaba o anunciaba, comprobables simplemente prestando atención a lo que sucedía o iba a suceder. Después de tantos años de propaganda, los españoles no estaban acostumbrados a esa división entre la verdad de los hechos y la opinión. La revolución que supuso el diario tenía este carácter singular: los hechos reales, por un lado, y, por el otro, lo que el diario defendía o atacaba.
Esta pequeña revolución que introdujo el nuevo diario obligó a sus congéneres a optar por una división tan similar que, entre los hechos ocurridos y la opinión del periódico, había a veces enormes distancias. No todos lograron esa diferenciación, pero la existencia de EL PAÍS los obligó a intentarlo.
Los lectores se acostumbraron a leer las noticias, cuya verosimilitud era flagrante, y los comentarios que estas suscitaban, favorables o adversos, frente a las ocurrencias que se transmitían. Hay que situarse en el contexto de la época para entender el cambio. Yo recuerdo, con mi pequeño bagaje de lector de diarios, lo que esto significó. Como lector de prensa, mi experiencia era limitada. Hasta entonces, en la prensa en español resultaba muy difícil diferenciar aquello que ocurría de lo que daba cuenta el periódico, porque a menudo venía mezclado con las posiciones del diario. Decir la verdad desnuda fue el gran éxito de EL PAÍS, con prescindencia de las opiniones que sobre este acontecer ofrecía.
Contrató mi columna en EL PAÍS, en 1990, quien había asumido la dirección hacía poco, Joaquín Estefanía, y desde el comienzo decidí que se llamara Piedra de Toque. Pocos días o semanas después, al opinar sobre un asunto en el que el diario mantenía una línea diferente, Jesús de Polanco defendió mi posición en contra de la línea del periódico, argumentando que los columnistas del diario tenían derecho a la defensa de sus opiniones, tanto si estas eran adversas o simpatizantes con las del propio diario.
Estoy convencido de que la verdad de los redactores, aunque se equivoquen, también debe ser publicada, siempre y cuando los editores no detecten errores comprobables, porque son ellos quienes están más cerca de la noticia y la calle. Los columnistas tienen una función distinta, con más libertad que quien cumple una función informativa, pero eso no implica que tengan menos responsabilidad a la hora de transmitir la verdad tal y como la entienden. Una vez que estén convencidos de haberla encontrado, los articulistas deben estar dispuestos a defenderla incluso contra la voluntad del periódico, si hace falta. Yo he tenido mucha suerte, las expresiones que me han acompañado han sido siempre mías, coincidieran o discreparan de la línea política del periódico, lo que quiere decir que, cuando me he equivocado, lo he hecho sin ser previamente “corregido”, pues EL PAÍS ha respetado mi punto de vista.
Ese sería el único consejo que transmito a los jóvenes que se inician como escritores en la prensa diaria: decir y defender su verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente. Creo que el ejemplo de EL PAÍS ha cundido y que ahora, aunque hay excepciones, esa es una política más o menos general, o por lo menos el intento. Así como la Transición española sirvió a muchos países del otro lado del Atlántico que se inspiraron en ella al dejar atrás sus dictaduras y democratizarse en la década de los ochenta, EL PAÍS también fue una referencia para los diarios que recuperaron su libertad o se fundaron en la nueva etapa democrática.
A veces, es difícil decir la verdad tal como la entendemos desde nuestra posición particular, y hay el riesgo de equivocarse porque la verdad puede ser esquiva, compleja, diversa (Isaiah Berlin hablaba, en otro contexto, de “las verdades contradictorias”). Pero en este caso, la confesión del error vale tanto como haber acertado en la defensa de lo propio. Aparte del riesgo de equivocarse, los columnistas enfrentan otro problema. A menudo es difícil estar siempre con el humor de la página escrita y muchas veces las columnas no salen bien porque pecan de suficiencia o de esas infracciones en las que incurren los periodistas mal instruidos. Es preferible, en ese caso, reconocer la incertidumbre antes que defender una verdad de manera deforme o escondida, pues ante el hecho verosímil siempre será factible opinar con reticencias, con dudas, antes que equivocarse garrafalmente.
Siempre y cuando un periódico reconozca que algunos hechos difieren de las verdades que promueve, su credibilidad se mantiene. Cuando hay discrepancia entre su verdad y ciertos hechos, las costumbres de los diarios son distintas, porque algunos, siempre de calidad, prefieren abstenerse de decir su verdad y publicar los hechos. O reconocer el error de haber puesto al frente una versión equivocada. Mientras esto se haga de manera honesta, vale. Lo grave es empantanar la verdad o velarla para evitar dar armas al competidor o contradecir las convicciones propias.
Nunca he dejado de decir mi verdad, en la que hay un margen de error, a veces grande, y que puede ir evolucionando, incluso de manera drástica. Cuando he publicado compilaciones de artículos, como Contra viento y marea, donde se puede seguir mi trayectoria del socialismo al liberalismo en textos de hace muchos años, he querido que mis lectores asistan a través de esos artículos contradictorios y discrepantes entre sí a mi propio aprendizaje moral y político. Aquí, en mi Piedra de toque, he opinado sobre todas las cosas que me favorecían o perjudicaban, siempre de buena fe, coincidiera o discrepara con la línea del periódico. En muchas cosas he sido consistente a lo largo de las décadas y en otras he ido variando mi manera de pensar. Y quizá ese es el mérito de las columnas que duran tantos años: transparentar el debate que un columnista tiene consigo mismo a lo largo del tiempo cuando se esfuerza por acercar sus ideas a la realidad, que es siempre cambiante en función del contexto.
Mi consejo, decía antes, a los periodistas jóvenes, es decir siempre la verdad, aunque ella sea difícil de asimilar y describir, en función de la realidad. Aunque a menudo esto resulta arduo, siempre hay maneras de acercarse a ella, y creo que si el periodista renuncia a su obligación de decir la verdad, esa es la fuente de la que derivan todos los males de la prensa, desde el pequeño disfuerzo hasta el maremoto que puede provocar la mentira. El periodista de talento busca la verdad como una espada que se abre paso por doquier. Decir mentiras, manipular, es fácil, pero tarde o temprano queda en evidencia. El que dice la verdad y la defiende presta un servicio a sus lectores y a su tiempo. Eso es a lo que tímidamente he aspirado con el nombre —Piedra de toque— de mi columna en EL PAÍS.








































[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Crisis democrática o democracia en crisis? [Publicada el 10/12/2012]












El pasado mes de noviembre escribí en el blog una entrada titulada "La crisis de la democracia". No han mejorado las perspectivas de reconducción de la crisis en el tiempo transcurrido desde entonces. Al contrario la "supuesta", para algunos; "real", para otros, crisis de la democracia, se ha acentuado de manera notable. Hasta tal extremo, que muchas voces ajenas al mundo estricto de la política activa o partidista, pero sí de influencia en los ámbitos académicos, culturales, profesionales y sociales, comienzan a levantar la voz y a hacerse oír ante el grave y progresivo deterioro de la situación democrática en nuestro país pidiendo a la clase política una mayor implicación en la resolución de la misma; un poco más de pensar en los intereses generales del país y de sus ciudadanos, y un poco menos en los intereses meramente partidistas o cortoplacistas. 
No sé muy bien porqué, supongo que por eso de la asociación de ideas de las que tantas veces he escrito en el blog, recordé la famosa controversia que sostuvieron Pierre-Joseph Proudhon y Karl Marx, a cuenta de la publicación por el primero de su libro Filosofía de la Miseria, en 1846, y la respuesta del segundo con su Miseria de la Filosofía, en 1847. Así pues, el título que había pensado poner a la entrada, "Crisis de la democracia (II)", se ha convertido por obra y gracia de Proudhon y Marx, en "¿Crisis democrática o democracia en crisis?".
Tres voces traigo hasta ustedes, las de Josep Ramoneda, Roberto Luis Blanco Valdés y Álvaro Delgado-Gal, con enfoques distintos pero iguales intenciones: hacer luz sobre la crisis de la democracia en España y de sus instituciones representativas, sus causas y sus posibles soluciones. No las cito por ningún orden predeterminado, ni el cronológico de aparición en los medios públicos, que es el más neutro de los órdenes que se me ocurre;  ni el onomástico de sus autores, ni el de la extensión de sus artículos, la lucidez de sus argumentos, la profundidad de sus análisis o la originalidad de sus propuestas. A mí, los tres me han parecido excelentes, y esa es la única razón por la que los traigo hasta "Desde el trópico de Cáncer".  
El primero de esos artículos lo publicaba el profesor Josep Ramoneda en El País del pasado día 2 con el titulo de "La democracia, en peligro"El segundo, en el número de noviembre de Revista de Libros, lo firma Roberto Luis Blanco Valdés, con el título de "Parece mentira", comentando el libro del también profesor, Fernando Vallespín, La mentira os hará libres (Círculo de Lectores, Barcelona, 2012). El último de los artículos citados, también en el mismo número de Revista de Libros, viene escrito por su director, Álvaro Delgado-Gal, y lleva el sugestivo y dramático título, entre interrogaciones, de "¿Sobrevivirá la democracia?". Adelanto su respuesta favorable a tal posibilidad.
El vídeo que acompaña la entrada recoge la conferencia pronunciada en septiembre de este año por el reconocido profesor y politólogo italiano Gianfranco Pasquino, titulada "Democracia, participación y crisis de representación". Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno que padecemos. Tamaragua, amigos. HArendt











miércoles, 20 de diciembre de 2023

De la penúltima de Sabina





 


La penúltima de Sabina
NURIA LABARI
20 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El que dicen será el último concierto de Joaquín Sabina aún no ha llegado. Y del penúltimo no ha habido apenas crónicas, porque a los periodistas nos gustan los finales rotundos, las letras doradas del tiempo. Sin embargo, había unas 13.000 almas móvil en mano la anteúltima noche, compartiendo impresiones con sus grupos de WhatsApp y en sus redes. Valga como ejemplo la crónica de @david_redoli para la red social X. “Qué bonito, qué emotivo, qué mágico el penúltimo concierto de Joaquín Sabina en Madrid, concluyendo su gira Contra todo pronóstico. Tan joven y tan viejo, Like a Rolling Stone, el maestro puso en pie (lágrima en mano) a todo el Wizink Center, negándolo todo, incluso la verdad”. Aunque, puestos a negar, yo niego que el último concierto de esta gira sea el último de Joaquín Sabina.
En primer lugar, porque no podemos fiarnos de alguien que dice “la última” y deja sonando La canción de los buenos borrachos como telón de fondo. Es tan difícil que pida la última copa quien cerró todos los bares como que se cante la última el que vivió para cantarlo. Sin embargo, Contra todo pronóstico, sí es un antes y un después en la obra (y en la vida) de Joaquín Sabina. O más bien un después. Porque cumplir 74 años obliga a subir al escenario a un nuevo protagonista, el viejo poeta después de su obra. Y esa nueva presencia (invisible aunque a la vista de todos) hace que ninguna canción suene igual: “Ahora es demasiado tarde, princesa” se convierte directamente en otro tema. Y cuando se ruega “que el calendario no venga con prisas” entra en escena la noche más larga, que no es precisamente la de bodas.
“Aunque le queda poca voz, es un artista que se mete al público en el bolsillo. ¡Fue estupendo!”, comentaba @de_membrillo. Aunque les aseguro (no se crean todo lo que lean en X) que de voz va sobrado. Y es importante lo de la voz. No por la música, sino por la vida. En todas las culturas y en todas las mitologías el alma y la vida vienen por un soplo. Y en un cantautor la voz no es solo ese soplo sino la medida de la vida. Es verdad que está mayor, que canta sentado… Pero daría igual que lo hiciera tumbado. Porque quien canta no solamente tiene vida, sino que da vida. Un hombre (o una mujer) tan joven (y tan viejo) tiene menos vida para sí, pero un soplo nuevo que ofrecer a quien tenga el valor de escuchar con un pie en el abismo. Por eso son tan especiales los últimos conciertos.
Terminar una canción, una carrera, una obra, una amistad, un amor, una vida… Es un momento álgido. Y en ese momento deseas que todos lloren contigo, que todos canten contigo, que todos estén ahí de alguna forma para estar contigo solamente. No es por lo bien que lo haces. No es porque sea la última o la penúltima. Están ahí porque lo que quieren es estar contigo. Es un público especial el de los últimos conciertos, porque no espera ya nada del artista. Al contrario, el público vive su propia revelación, la conclusión de que hay momentos que valen simplemente por cuanto suceden. La certeza de que se necesita una vida entera para cantar que “todo es ahora” y que “nada es eterno” y que sea verdad. Pues eso. Que esta noche Sabina va a cantar “como si fuera el último”. Nuria Labari es escritora.









De Serrat y Berry

 






El ‘Berry’
JOAN MANUEL SERRAT
20 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com 

Esta noche, 20 de diciembre, en el Wizink Center de Madrid, despide Joaquín Sabina su gira titulada Contra todo pronóstico. Pone así punto final a una turné que los agoreros presagiaban que no sería capaz de finalizar. Y ya ven: contra todo pronóstico, después de un chorro de conciertos de los que solo suspendió uno —que, visto lo visto en el currículum del maestro, es como decir nada— aquí tienen al ubetense más chulo que un ocho regresando sano y salvo a su reducto de Relatores.
Hay quien sospecha, incluso quien se atreve a afirmar, que esta será la noche del canto del cisne del celebrado artista. Ya veremos. Esperemos que no. Lo que parece que va de veras es la retirada, con cierre de oficinas incluido, de su manager, representante o apoderado José Emilio Navarro Viña, alias Berry, que a lo largo de su vida profesional se ha ocupado de representar, además de a Sabina, a Raffaella Carrá, a Pasión Vega, a Paco de Lucia, a José Luis Perales y a un servidor de ustedes, entre otros.
Hace tiempo que tengo decidido, por razones distintas, no escribir prólogos, pregones ni obituarios, pero en la hora del adiós del Berry, como amigo y afectado directo que soy, rompo una buena costumbre para hacer pública mi gratitud con quien he compartido medio siglo en el mundo del espectáculo.
El apodo de Berry, con el que se le reconoce, es cosa de los colegas del barrio que así lo bautizaron por su parecido con un pistolero que salía en una película del Oeste. No le parecería a nuestro protagonista tan mal el mote ya que con él se quedó para los restos.
Nació en Valencia, en el barri de Quart, en el enclave donde sienta sus reales la falla de Burrull-Socors. Hijo de carniceros, no le atraía la tradición familiar de descuartizar reses y vender al por menor chuletas, vísceras y entrecots, ni tampoco continuar sus estudios más allá del Bachillerato, así que a los 15 años ya estaba dándole al bajo con el Adam Group, un conjunto musical que por los 60 alcanzó cierta notoriedad, sobre todo en tierras del Levante. Más temprano que tarde se desbarató dejando al Berry afincado en Madrid con el propósito de seguir en la música como destino irrenunciable y la necesidad de enrolarse en la banda de Juan y Júnior, más tarde con el Dúo Dinámico y, posteriormente, con otros artistas que puntualmente lo reclamaban.
Nuestros caminos se cruzaron en Barcelona una noche de 1971, cuando el joven Berry, que cumplía como bajista de los Tres Sudamericanos, a punto estuvo de atropellar con su coche a Lasso de la Vega —por aquel entonces mi manager, representante y apoderado— que cruzaba distraído el Paseo de Gracia camino a su oficina-dormitorio, un precioso piso, a mi modo de ver desmesurado para un nómada al que solo pensar en echar raíces le producía urticaria. Lasso, un solterón a quien eufemísticamente llamaban Lasso de la Iberia por la facilidad con la que montaba en los aviones, vivía a salto de mata de aeropuerto en aeropuerto, citaba a los empresarios locales en los bares de las terminales aéreas y firmaba los contratos en servilletas de papel. Pero no perdamos el hilo de la historia y mejor no especulemos.
El caso es que aquella noche, para reponerse del susto y a modo de desagravio, Lasso lo invitó a tomar una copa en su piso y charlando, charlando, le contó que estaba buscando un técnico de sonido para Serrat, algo que a Berry le sonó a música celestial, pues hacía tiempo que le rondaba la cabeza aparcar el bajo y buscarse otra ocupación con más futuro a poder ser dentro del mundo de la música.
Su horizonte artístico menguaba por momentos y andar de bolos con unos y con otros no tenía demasiado porvenir, de modo que, a pesar de que en su vida no había manejado más equipo de sonido que el tocadiscos y el amplificador del bajo, se presentó voluntario para el puesto. Y aquellas Navidades ya estaba con nosotros ensayando en el Teatro Tívoli de Barcelona, donde presentamos el disco sobre poemas de Miguel Hernández. En enero debutaba como sonidista en las fiestas de Sa Pobla y de allí salimos rumbo a América.
Durante los años siguientes, a las órdenes de José María Lasso de la Vega, el Berry fue un aplicado chico para todo: chófer, técnico de sonido, iluminador, pagador o cobrador, según las circunstancias. Era lo que conoce como road manager ejerciendo de representante del representante cuando se daba el caso, algo que ocurría más que a menudo en las giras. Así fue hasta 1975 cuando, mientras estábamos de gira en México, a causa de unas declaraciones mías a raíz de las últimas ejecuciones públicas del franquismo en las que expresaba públicamente mi opinión al respecto, tuve que permanecer un año fuera de España. Lasso desapareció de nuestras vidas y el Berry en plena gira tomó el mando de las operaciones y así, juntos, seguimos hasta la fecha.
Es conocido un chascarrillo de un representante artístico que rezongaba doliente con sus representados que se llevaban sin el más mínimo escrúpulo el 80% de los beneficios de su trabajo. Es una forma de ver las cosas que no ayuda a dar buena imagen de los representantes, managers y apoderados de artistas, más bien hace que se les vea como gente partidaria de ganarse el pan con el sudor ajeno y no como el colaborador que trata de conseguir el mejor contrato posible para el artista, que resalta hasta la exageración las virtudes de sus pupilos, diluye sus rarezas, les cubre las espaldas y hace las cuentas honesta y claramente. Como corresponde, como el Berry.
Si usted tiene previsto acudir esta noche al concierto de Sabina en el Wizink Center es probable que se cruce con él por los pasillos del recinto. Caucásico, el pelo prematuramente blanco al igual que la cuidada barba, de unos 70 años, aunque aparenta menos, 1,80 de alto y 90 Kilos.
Lo descubrirán yendo y viniendo del backstage a la mesa de sonido, inspeccionando los equipos con los técnicos, subiendo y bajando de la sala a los camerinos, siempre controlando la situación.
Exagerado en el gesto y la voz, extrovertido a tope, no se dejen llevar por la primera impresión. Visto de lejos, sin escuchar de que hablan, una conversación trivial del Berry con un prójimo, parecería un amago de agresión cuando no el anuncio del apocalipsis. Pero en la distancia corta descubrirá un valenciano simpático, buena gente, hedonista y curioso que seguramente le caerá bien.
Empezó en el oficio a mi vera y me dijo que, cuando yo me retirara, él también lo haría, que me acompañaría en el adiós y así fue. Me acompañó. Me acompañó en el sentimiento, amén, el día que Sabina le dijo que tenía disco nuevo y que quería salir de gira.
No hay reproche, aunque lo parezca. Todo queda en familia y en realidad cumplió su palabra. Con un año de retraso, pero cumplió. Y me alegro y lo siento a la vez.
Me alegro por Joaquín, que lo tuvo a su lado en esta difícil gira que hoy concluye, y lo siento porque da un paso al lado una persona honesta que trató de hacer mejor el mundo del espectáculo que se encontró.
Buena suerte, Pepe. Cierra la oficina, pero conserva a Helena, que sin ella no somos nadie y quién sabe donde nos llevarán los vientos mañana.
Como bien dijo el maestro: “Todo pasa y todo queda”, amigo. Joan Manuel Serrat es cantautor.