viernes, 8 de diciembre de 2023

De la mirada del otro

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura para hoy, de la escritora Irene Vallejo, va de la mirada del otro. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









Los ojos del enemigo
IRENE VALLEJO
02 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Al mirar el mundo, captamos algo más que un caos de cosas. Reconocemos árboles, casas y nubes a pesar de sus innumerables formas y variedades. Nuestra mente es capaz de agrupar una infinitud de imágenes en un concepto. Aristóteles habló de categorías y los lingüistas actuales definen este proceso como generalización composicional. Una habilidad clave en el desarrollo del lenguaje, donde tropieza la inteligencia artificial, y que quizá nos acerca a lo esencialmente humano. Sin embargo, esta proeza neuronal tiene también sus peligros, sobre todo al aplicarla a personas: la generalización, la simplificación, la tendencia a aprisionar a los demás en nuestras herméticas hormas mentales.
En la antigua Grecia, el teatro nació para debatir en público sobre las tensiones y la pugna de voluntades. La tragedia escenificaba conflictos éticos y bélicos, esas disputas feroces donde lo más tentador es negarse a entender los motivos del adversario. En los orígenes, sin embargo, surge un texto insospechado: Los persas, de Esquilo, la primera obra teatral europea conservada, y la única existente de asunto histórico. En vida del autor, el Imperio Persa intentó invadir varias veces aquel enjambre de mi­núscu­las ciudades que era Grecia. En Atenas sentían la amenaza constante de ese poderoso adversario sobre su democracia y su libertad. Esquilo luchó en varios campos de batalla, entre ellos Maratón, donde cayó su hermano. La guerra era muy distinta en aquellos tiempos: sin aviación ni misiles, se enfrentaban cara a cara. Los combatientes se miraban a los ojos mientras hundían en la carne del enemigo lanzas y espadas, mutilaban cuerpos, pisaban cadáveres, escuchaban aullidos de muerte, se manchaban de barro y vísceras.
Con la victoria griega aún fresca en la memoria, Esquilo relató la sanguinaria batalla de Salamina. Podría haber escrito un panfleto patriótico, pero el poeta veterano decidió ser audaz: adoptó el punto de vista del enemigo. La acción sucede en Susa, la capital persa, y ningún personaje griego toma la palabra. Se inicia con la llegada de un mensajero a la explanada del palacio para anunciar la derrota, y termina cuando el rey Jerjes regresa andrajoso, con su arrogancia pisoteada y una inútil carnicería a sus espaldas. La mirada es insólita: no describe a los persas como encarnación del mal ni como criminales natos. Esquilo plasma la impotencia de los ancianos consejeros que se oponían a la guerra y fueron desoídos, la angustia de quienes esperan en casa el retorno de sus seres queridos, las divisiones internas entre halcones y palomas del imperio, el dolor de las viudas y las madres, las calamidades de los soldados arrastrados al matadero por la megalomanía de su rey. Fascina pensar que Esquilo, tras luchar contra los persas cuerpo a cuerpo, mirándolos a los ojos, y después de ver cómo mataban a su hermano en combate, llevara al escenario el sufrimiento del otro bando, sus matices y motivos, sin convertir a todos en malvados culpables.
El filósofo Emmanuel Lévinas, cuya familia fue casi aniquilada en el Holocausto, afirmó que el rostro del otro —el diferente— define el comienzo de la ética: “La epifanía del rostro introduce la humanidad”. En momentos de dilemas y conflictos, no hay ejercicio más difícil —y quizás, más esencialmente humano— que preguntarse por las razones y emociones del adversario. Reconocer que la línea divisoria entre barbarie y civilización no es una frontera territorial, sino un trazo ético oscilante dentro de cada país, de cada grupo, de cada individuo. Rebatir el espejismo de la aparente unanimidad. Engañados por esa falacia, contemplamos a los desconocidos, enemigos o extranjeros como grupos monolíticos con posiciones hostiles nítidas. Encajamos a los demás en un molde único que justifique nuestra enemistad, cuando ni siquiera nosotros mismos logramos poner de acuerdo nuestras propias contradicciones y polifonías interiores. Quizás convivir exija atrevernos a descubrir un territorio nuevo: el rostro de quienes no son nosotros. Alertados sobre los perjuicios de nuestros prejuicios, en el teatro griego aprendimos que todas las personas son excepciones a una regla inexistente.


































[ARCHIVO DEL BLOG] Mayo del 68, ahora. [Publicada el 26/02/2018]











En vez de recurrir a las previsibles fanfarrias de un aniversario podríamos recuperar la furia irónica y convertir París en una Comuna desde la que decir al mundo que todos somos judíos alemanes, iraníes libres o turcos rebeldes, escribe en El País el filósofo francés Bernard-Henri Levy.
El 50º aniversario de mayo del 68 se aproxima a galope tendido, comienza diciendo. ¿Y si la celebración eludiera las previsibles fanfarrias, los doctos estudios y los relatos de los antiguos luchadores? ¿Y si —aunque solo fuera por una noche, o una hora, o el tiempo que dura una ensoñación— acudiera a beber en las fuentes de la conmemoración, en la cascada de la impertinencia, la furia irónica y la fraternidad erudita que presidieron, hace cincuenta años, aquellas barricadas mágicas, aquellos anfiteatros rebeldes y aquellos días de locura completa en los que París recuperó una atmósfera de educación sentimental?
La insumisión dejaría de ser privativa de un partido y los inquilinos de la vieja izquierda, la de las ideas de plomo, se exiliarían, de manera definitiva, a Baden-Baden. Los socialistas se dedicarían más a los sueños que a presentar mociones. Los zadistas [activistas para una ZAD, una Zona A Defender en sus siglas francesas] que ocupan Notre-Dame-des-Landes se convertirían en la protagonista de Zazie en el metro, y de su no-aeropuerto se elevarían bengalas de esperanza.
Los hombres y las mujeres dejarían de ir cada uno por su lado y los enamorados, las enamoradas y los amigos del deseo y la pasión arrojarían no cerdos, sino adoquines a los instigadores del nuevo orden moral que se nos viene encima. Explicaríamos a las feministas juramentadas que Catherine Deneuve, con sus películas, ha contribuido a aflojar el yugo de las mujeres más de lo que puedan ellas hacer jamás con sus artículos llenos de reprimendas y sus invitaciones a la delación. Repartiríamos con gran alborozo un librito rojo con fragmentos de Marivaux, una canción de Ronsard y las páginas más eróticas de En busca del tiempo perdido. Recordaríamos que las largas marchas siempre acaban dando vueltas sin fin y que cada uno de sus timoneles es un Timón de Shakespeare, alejado de la realidad por la falsa amistad de sus cortesanos.
Paul Ricoeur, resucitado, comprobaría que un hijo de mayo, discípulo suyo, parece haber adquirido el arte de hacer respirar a una sociedad. El Parlamento ya no estaría en marcha, sino deambulando; se desviaría por caminos transversales y sin aduanas ideológicas; en él no solo se leerían los informes del Tribunal de Cuentas, sino también a Rimbaud, Baudelaire y Romain Gary.
Preferiríamos vivir en Montevideo con el recuerdo del poeta Lautréamont que morir en Caracas en defensa de Maduro. Gritaríamos a los birmanos, a los egipcios, a los argelinos, que la voluntad general es más importante que la voluntad de cualquier general. Interpelaríamos a Estados Unidos, a los empresarios corruptos y los fósiles de la energía para invitarles a que volvieran a leer a Günther Anders o André Gorz; quizá así conseguiríamos make the planet great again. Disiparíamos, en todos los Barrios Latinos del mundo, los gases lacrimógenos pegajosos y las fumarolas de las ideas del nacionalismo extremista: se prohibiría a Orban, se gritaría: “¡Ni patria ni Putin!” y “¡FSB igual a SS!”, quedaría claro que un Donald no vale ni un Mickey Mouse y pediríamos a Erdogan que hiciera el amor con la paz y no la guerra con los kurdos de Afrin. Los profesores y estudiantes de la Sorbona serían más partidarios de Kundera que del Che Guevara. Erigiríamos un monumento al novelista y activista homosexual Guy Hocquenghem delante de los locales del movimiento Manif pour tous. Los nanterrianos de hoy y los odeonistas de siempre ocuparían la rue Sébastien-Bottin hasta que Gallimard se decida a incluir a Françoise Sagan en la colección de la Pléiade. La gente leería más a Lacan que a Laclau y bailaría en el bulevar Saint-Michel sin dejar de reírse de los populistas, los arraigados y otros “franceses de pura cepa” encantados de haber nacido en alguna parte.
Venderíamos a China esos libros que hemos leído demasiadas veces y entonces, tal vez, las misiones diplomáticas volverían con los brazos llenos, no de contratos, sino de disidentes liberados. Se cerrarían las televisiones propagandistas para abrir los ojos a las tragedias del mundo (otra posibilidad sería obligar a Russia Today, con amenaza de una multa gigantesca, a difundir de forma continua imágenes de las guerras de Chechenia, Ucrania y Siria). En Twitter ordenarían a los trols que se dieran a conocer y salieran de su antro anónimo y 2.0. Seríamos astutos como zorros frente a esas otras policías que son las GAFA, las grandes empresas de Internet.
Repartiríamos adhesivos de “Te quiero” entre los policías de toda la vida, esos que vigilan el edificio de Charlie Hebdo, las sinagogas y las estaciones, y también entre los paisanos de París, caminantes genuinos de las revoluciones, no en un clic de Instagram; el sombrero de Louis Aragon entraría en el Panthéon; y todos preferirían morir a los 30 años que renunciar a sí mismos a los 60. El fondo del aire volvería a ser rojo, y dejaría de tener el gris antracita de nuestras pasiones más tristes. Recordaríamos a los corsos que las fronteras, en cualquier caso, no existen. Y a los catalanes, que Mario Vargas Llosa vale más que Carlos Pousse-Démon.
París se convertiría en una segunda Comuna, desde la que diríamos al mundo que todos somos judíos alemanes, iraníes libres, turcos rebeldes, iraquíes soñadores y rohingyas en peligro.
Haríamos barricadas con las bicicletas municipales; disfrazaríamos la rue des Écoles de plaza Maidan o de Parque Gezi para decir que los verdaderos insumisos son siempre cosmopolitas; en la plaza de la Concordia, proyectaríamos en una pantalla gigante imágenes de solicitantes de asilo a los que se ha rechazado injustamente; las calles que bordean el río volverían a abrirse para dar paso a desfiles de psicoanalistas y parados indignados, patronos foucaldianos y defensores del derecho a la pereza, ecologistas californianos, carnívoros irredentos, lectores de Abdelwahab Meddeb que marcharan gritando “Ni yihad ni pañuelo”, admiradores de Rushdie y de Polanski.
Seamos realistas, pidamos lo imposible. De esa forma, en vez de invocar a los manes extintos de los tres contestatarios de los Treinta Gloriosos, en vez de ver una y otra vez las diapositivas en blanco y negro de nuestros Gavroche [niño abandonado de la novela Los miserables], esos mocosos que hoy peinan canas, en vez de comportarnos como un país viejo y diseccionar lo mejor que tenemos, recuperaríamos la emoción de aquellas santas semanas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 7 de diciembre de 2023

De neorrancios y melancólicos

 







Entre neorrancios y melancólicos
MANUEL CRUZ
07 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En nuestros días, una de las expresiones más frecuentes de la ignorancia del pasado en el espacio público la encontramos en tantas propuestas y manifestaciones que, presentándose como disruptivas y novedosas, no van más allá de constituir un remake involuntario de propuestas y manifestaciones ya experimentadas en etapas pretéritas. No deja de ser curiosa la paradoja. En la actualidad, sobre quien ose declarar su añoranza por algún momento del pasado y, por la razón que sea, considere que en la comparación con el presente aquel sale ganando en un determinado aspecto, caerá con absoluta seguridad el anatema de neorrancio. La paradoja reside en que la sentencia condenatoria muy probablemente la emitirá alguien que, declarando ser el representante más perspicaz y cualificado del presente, se sirve de categorías, discursos e incluso consignas de otro tiempo (desde la obsoleta categoría de progreso hasta un leninismo de mercadillo, pasando por consignas tan vintage como “alerta antifascista”).
Pero todavía cabe darle una vuelta de tuerca más a esta actitud tan desdeñosa hacia lo que hubo. Y si algunos de los que en su momento se presentaban como nuevos dedicaban el mencionado reproche de neorrancios a quienes añoraban el pasado que se vivió en este país hace ya unos cuantos años (durante la Transición, para ser precisos), esos mismos desdeñosos, ahora devenidos exindignados, descalifican como melancólicos a quienes últimamente experimentan idéntica añoranza, pero respecto a un pasado más reciente, el de la segunda década del presente siglo (en la estela del 15-M). La verdad es que esta nueva descalificación hacia lo casi recién ocurrido no le anda a la zaga, en lo que a contradicción argumentativa se refiere, de la que ellos mismos, cuando irrumpieron en la escena pública, le dedicaban a sus mayores.
En todo caso, habría que empezar por diferenciar entre los destinatarios de ambos reproches. Porque mientras el acusado de neorrancio manifiesta añorar una realidad pasada, que evoca siendo capaz de especificar los rasgos de ella que echa en falta en nuestros días, el melancólico lo que añora es lo que pudo haber sido y no fue, por atenernos a la definición clásica de la melancolía. A la diferencia en la naturaleza de los respectivos reproches le corresponde una réplica defensiva diferente. Así, se supone que el neorrancio se encuentra en condiciones de contraargumentar señalando aquellos elementos realmente valiosos por cuya recuperación cree que valdría la pena batallar. Al melancólico, en cambio, le cumple una tarea radicalmente distinta. En concreto, la de intentar explicar las razones por las que aquello que pudo haber sido, finalmente no fue.
Sin duda, tiene mucho que explicar, habida cuenta del calado de su radical impugnación (a la totalidad de los representantes públicos, que no desarrollaban adecuadamente la función para la que habían sido elegidos), de la rotundidad con la que planteaba sus expectativas (tuteladas por el convencimiento de que de cualquier cosa que se reivindicara, por dificultosa que fuera, cabía predicar el “sí se puede”) y del efectivo poder político que en un momento dado sus representantes alcanzaron a tener (incluida la destacada presencia en el Ejecutivo de la nación). Sin embargo, lejos de proporcionar la necesaria explicación, el mensaje que algunos de los que se presentaban como la viva encarnación de la novedad transmiten ahora a los ciudadanos (aunque tal vez a quienes realmente se dirijan sea a los suyos) viene a ser parecido a este: olvidaos de todo aquello, porque recordarlo sería melancolía.
Con todo, valdrá la pena recordar que lo que se nos está instando a olvidar era considerado en su momento como literalmente inolvidable. ¿O no eran quienes ahora sostienen que un ciclo de la política en España se puede dar por finiquitado los mismos que decían hace no tanto que ellos anunciaban lo nuevo y —Gramsci mediante— nos prevenían de que, hasta que eso nuevo terminara de nacer y lo viejo terminara de morir —y ya se sabe que tales nacimientos y defunciones históricas siempre se toman su tiempo— surgirían los monstruos? ¿Han caducado todas esas campanudas afirmaciones? Se supone que no pueden haberlo hecho, en la medida en que no se trata de afirmaciones coyunturales, sino de tesis acerca de la lógica profunda por la que se mueve la historia. Formulemos esto mismo desde otro ángulo: el pasado reciente que ahora algunos nos invitan a olvidar era precisamente el que, según ellos mismos, anunciaba un cambio de rumbo en el devenir histórico.
Pues bien, ahora resulta que de lo dicho, nada, como tantas veces ocurrió en ese pasado que algunos hasta hace bien poco declaraban querer superar. Entiéndaseme bien: no creo que resulte ni tan siquiera aceptable hablar, en sentido propio, de que la historia se repite. El problema no es que la historia se repita, sino que sus inquilinos, aunque se revistan con ropajes inaugurales, a menudo se empeñan —básicamente por ignorancia, sin que quepa descartar la mala fe— en repetir los peores comportamientos de quienes les precedieron. Manuel Cruz es filósofo. 













De los diversos tipos de democracia

 






¿Mayoría progresista?
ADELA CORTINA
07 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Cuando Pedro Sánchez se dirigió al jefe del Estado español, el rey Felipe VI, asegurando que contaba con la mayoría necesaria para presentar su candidatura a la presidencia del Gobierno con probabilidad de éxito, la calificó con un adjetivo que parecía contener la razón contundente por la que no solo era suficiente desde el punto de vista cuantitativo, sino también inapelable desde el cualitativo: era una mayoría progresista. Ese ha venido siendo el mantra repetido hasta la saciedad, el argumento al parecer irrefutable para el triunfo.
Como algunas teorías del lenguaje aseguran que no puede asignarse a los términos un significado preciso, sino que el hablante debe utilizarlos teniendo en cuenta el efecto que van a causar en el público al que se dirige, de modo que vaya a crear adhesiones, nos encontramos entonces con términos vacíos, con lo que siempre se llamó flatus vocis. Pero este proceder manipulador, tan viejo como la mala retórica, no es progresista, sino retrógrado. Por eso es necesario aclarar qué es lo progresista en asuntos esenciales de la vida compartida, por ejemplo, si es progresista optar por un modelo agregativo de democracia, como se está haciendo, o si esa opción es reaccionaria.
En efecto, en los años noventa del siglo pasado se produjo lo que dio en llamarse “el giro deliberativo de la democracia”, que defendieron un buen número de autores, a los que se consideró por ello progresistas. Entendían que la democracia es el gobierno del pueblo y que se expresa a través de la regla de la mayoría, pero también que el modo de llegar a esa mayoría es esencial. Y en ese punto se enfrentaban sobre todo a los partidarios de la democracia agregativa, quienes consideraban que el individualismo es insuperable, que los individuos no construyen sus intereses socialmente, sino que ya los tienen y no pueden modificarlos a través del diálogo y la deliberación para intentar forjar una voluntad común. Por tanto, el único modo de alcanzar una mayoría consistiría, según ellos, en sumar, en agregar los intereses individuales a través de votaciones, sin molestarse en intentar entablar diálogos que permitieran generar acuerdos. Esta era la propuesta de un neoliberalismo trasnochado, convencido de que es imposible ir más allá de lo que Rousseau entendía como “voluntad de todos”, que es a la que se llega cuando cada quien persigue su propio interés, mientras que la voluntad general, clave para la democracia, es aquella en que los ciudadanos toman sus opciones buscando el bien común y no solo su propio bien. Desde esta perspectiva, no intentar el diálogo sería regresivo; la votación sería el fracaso de la deliberación.
Naturalmente, unas décadas más tarde estas afirmaciones parecen infantiles, y más aún en países como el nuestro. El Gobierno no tiene el menor interés en generar una voluntad común, hasta el punto de que el presidente ha dicho que el objetivo de la legislatura es construir un muro frente a un conjunto de españoles, a los que excluye como posibles interlocutores. Esos interlocutores representan a la mayor parte del país, como mostraron las últimas elecciones, pero ni siquiera es eso lo más importante. Lo peor es excluir a priori del diálogo a una parte sustancial del pueblo para tener las manos libres y comprar las voluntades particulares del número de grupos imprescindible para continuar gobernando, caiga quien caiga, pactando bilateralmente con unos y otros; diseñando acuerdos secretos que ya respaldará un Parlamento formado por aquellos que han vendido su voto, porque son las propuestas que ellos mismos han redactado a espaldas del resto.
El riesgo que se intenta eludir es bien claro: ¿y si hablando abiertamente con esos grupos vetados por definición resulta ser que hay más acuerdo del que al Gobierno le conviene para seguir en el poder? ¿Y si la ciudadanía española es mayoritariamente de centro, se siente identificada con su país y con su comunidad autónoma y está dispuesta a intentar descubrir acuerdos básicos que le permitan construir la vida juntos, dentro del marco de un Estado de derecho, con separación de poderes, que es una conquista de progreso irrenunciable?
Siempre los autócratas han encontrado una añagaza para cortar el diálogo con una parte de los interlocutores potenciales: son judíos, son palestinos con Hamás infiltrado, son ucranios nazis. Pero un Gobierno no tiene ningún derecho a excluir del diálogo a una parte de la población, menos aún a construir un muro frente a ella. Eso es aporofobia en estado puro: tener en cuenta solo a los que pueden dar votos a cambio de prebendas. Porque la aporofobia, el rechazo al pobre, no se refiere solo al que no tiene dinero, sino también al que no puede dar a cambio votos ni favores. Por eso interesan aquellos que tienen con qué intercambiar sus exigencias, y en esto los partidos y los grupos que hoy por hoy representan a las comunidades autónomas más poderosas llevan las de ganar. Los partidos y los grupos de poder, no la gente de a pie. Las consecuencias son inevitables: ciudadanía de primera y de segunda, según la región. La quiebra de la igualdad y la solidaridad, que siempre fueron los valores del progreso, junto a la libertad.
Hasta el punto de que se exige no “judicializar” los asuntos, cuando la figura del juez ha significado el paso del estado de naturaleza, de lucha de todos contra todos, al Estado de derecho, en que las contiendas no se dirimen mediante la guerra, sino mediante la ley. Eludirlo es un retroceso de siglos, la vuelta al mundo de la fuerza, que puede convertirse en guerra abierta o en violencia encubierta. En ella siempre salen perdiendo los más débiles.
Una ley de amnistía es injusta, entre otras razones, porque para que no lo fuera debería extenderse a cuantos han delinquido y no tienen la fuerza suficiente para obligar a borrar el delito. No hay equidad entonces, y eso es letal para un país.
En el fondo, tal vez la imposibilidad de una democracia deliberativa consista en que para ponerla en marcha y mantenerla hay que entender y sentir la sociedad política como un modelo de cooperación, como “un sistema equitativo de cooperación a lo largo del tiempo, desde una generación hasta la siguiente”, como decía John Rawls. No un modus vivendi, sino un sistema de cooperación, en que todos deben conseguir ventajas de forma equitativa.
Pero cuando se toma la comunidad política como un lugar del que sacar provecho individual o grupal, polarizando las posiciones para ganar poder, aunque con ello se consiga que la ciudadanía ni siquiera se atreva a expresar sus opiniones en la vida amistosa y familiar por miedo a que se produzcan disensiones violentas, entonces se han destrozado la democracia y la más elemental amistad cívica.
Ojalá que la mayoría verdaderamente progresista, la que defiende el espíritu de concordia de la Transición, tanto desde la sociedad civil como desde el compromiso político, sea capaz de desactivar la apuesta por el frentismo y de propiciar la cooperación equitativa. Que no anula las discrepancias, por supuesto, pero las articula en el marco de un Estado social y democrático de derecho, que es a fin de cuentas un Estado de justicia. Adela Cortina es filósofa.












Del informe PISA y los medios

 







Ni la o con un canuto
IDAFE MARTÍN PÉREZ
07 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Les voy a contar un cuento, hoy sobre educación. La mayoría de los medios han publicado desde el lunes que en el último informe PISA los bachilleres (palabra bonita a recuperar) obtenían peores resultados que en anteriores informes. Es una tendencia generalizada a nivel mundial que los expertos achacan principalmente a los efectos de la pandemia en la vida educativa.
EL PAÍS tituló que “España obtiene su peor resultado, pero resiste el batacazo global mejor que su entorno”. A Rubén Arranz, editor de Medios del digital Vozpópuli, le pareció mal, muy mal, que EL PAÍS titulara así y cree que si no gobernara el PSOE... Ya saben, como si el problema no afectara por igual a autonomías gobernadas por socialistas y por populares. Como si no afectara a medio mundo.
El informe PISA nos ha traído sobre todo una ristra de titulares supercalifragilisticoespialidosos, mugre mediática. Carlos Magro, experto en políticas educativas, escribe en Twitter (uno no acaba de acostumbrarse a llamar X a la red social de los trinos) que “da igual lo que digan los datos del informe, lo importante es que nada estropee tu relato”, en relación a esos titulares fachosféricos. Este indignado experto cree que lo que confirman muchos titulares es el nivel subterráneo de bastantes medios. Cuenta que, “salvo excepciones, los artículos están llenos de interpretaciones abusivas, deducciones más que dudosas y mentiras flagrantes mezcladas con algún dato correcto. Todo en un lenguaje de catástrofe y ruina”.
Repasemos los disparates. El Mundo tituló que “los alumnos españoles caen en todas las áreas del Informe PISA y logran los peores resultados de la historia en Ciencias y Matemáticas”. En su subtítulo asegura que “los malos datos no sólo se explican por la covid. El 33% de los adolescentes admite que se distrae con las pantallas en el aula”. El Periódico señala que “el PISA poscovid confirma el descalabro en matemáticas y lectura en España y el resto del mundo”. Abc: “La inmersión lingüística pasa factura a los alumnos de Cataluña y el País Vasco en el informe PISA”. Magro señala lo que para un experto educativo puede ser una sorpresa, pero para servidor es el pan de cada día: que los medios usan la educación en sus guerras culturales y antes de informar se dedican a reforzar sus obsesiones.
Denuncia este experto cómo la OCDE (responsable del informe PISA) y los medios han convertido “la complejidad de la educación” en unas clasificaciones “de apariencia sencilla que se leen como si se tratase de una competición deportiva”, cuando “la realidad es que los datos del informe son complejos y casan mal con análisis simplistas y burdos”. En esa guerra cultural, las cabeceras más conservadoras se han puesto desde el principio en contra del aprendizaje por competencias, pero después usan el informe PISA, basado en una prueba de competencias, como un libro sagrado.
Manuel Fernández Navas y Jordi Adell desmontan en las redes la información de El Mundo. El texto de la noticia dice que “los alumnos españoles de 15 años […] han tocado fondo en Matemáticas y Ciencias”. Nadie tocó fondo; es una expresión que busca vender un relato de desastre absoluto que es falso. Fernández Navas también explica cómo El Mundo habla de “excelencia” cuando quiere decir “segregación” del alumnado, y denuncia que el periódico que dirige don Joaquín Manso entrecomilla un artículo propio de opinión como si fuera parte del informe PISA. De primero de tergiversación periodística. De periódico que cree que tiene lectores tarugos.
La mayoría de los medios no pueden ni leerse el informe PISA, para empezar porque lo tienen en sus redacciones apenas 24 horas antes de su publicación y suma 261 páginas. No lo necesitan porque quieren simplificar, buscar el enfoque que sea afín a su línea editorial y dar con titulares llamativos. Lo último que quieren es informar. Y no hacen falta revistas especializadas en periodismo educativo; hace falta simplemente un poquito de periodismo decente y no agarrar esas 261 páginas con la única intención de atizar en la cabeza al político de turno o a un sistema inclusivo que no les gusta porque no separa a los niños en función de los ingresos de sus padres. Idafe Martín Pérez es periodista.













De una Constitución que dure

 






Una Constitución que dure
PABLO XIMÉNEZ DE SANDOVAL
06 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El día de la Constitución en España, el 6 de diciembre, sirve para felicitarnos por el éxito colectivo que fue la Transición, pero también tenemos una tendencia extraña como país a dedicar la jornada a una especie de terapia política colectiva sobre todo lo que nos apetece reformar del texto. Algo tiene que significar eso. Se dice que todo español lleva dentro un seleccionador de fútbol. Pues el 6 de diciembre, ese español se convierte en ponente constitucional, al menos durante lo que dura el vermú. Yo decidí irme a buscar editoriales de EL PAÍS de los días en que se aprobó la Constitución. Encontré uno publicado el 1 de noviembre de 1978, tras la aprobación definitiva del texto en las Cortes, con el titular que he usado para esta newsletter: Una Constitución que dure. Hoy quiero compartir este viaje en el tiempo, porque me parece que da muy bien la medida de lo que se logró entonces.
Empieza así: “Es conveniente prevenirse contra los historicismos y evitar caer en el "¡Viva la Pepa!" (según llamaban a la Constitución de 1812) o en cualquier clamor patriotero, sobre este proyecto constitucional del día de San Quintín que ayer aprobaron masivamente el Congreso y el Senado. Pero no se puede ocultar la satisfacción y el entusiasmo por tener al fin, por primera vez desde 1931 y con una guerra civil por medio, una carta democrática de derechos y deberes que presentar al pueblo español en un referéndum libre. Por eso, sin necesidad de gritar "¡Viva la Pepa!", se deben hoy dar vivas a la Constitución”.
Siguiente párrafo: “Esta doceava ley de leyes que ahora se ofrece al país porte punto final a la travesía del desierto que este pueblo inició, con muy breves paréntesis o descansos, no ya en 1936, sino con la asonada catalana de Primo de Rivera. El caso es que ya tenemos sobre la mesa un texto constitucional que devuelve la soberanía política al pueblo, organiza sus libertades formales y es reputada en algunos aspectos como una de las más progresivas (o si se quiere "modernas") entre las que rigen el occidente democrático”.
No se deje llevar por el entusiasmo. A continuación se critica el texto como “largo, farragoso, en exceso detallista y envuelve el caramelo envenenado del tratamiento de autonomías como la vasca”. Pero no se puede ocultar la sensación de alivio por llegar al final de un camino que no estaba nada claro cuando murió el dictador, justo tres años antes. Este pasaje: “Pero aquí estamos, por fin, en ciernes de votar libremente una Constitución democrática elaborada, contra todo pronóstico, sobre la crisis económica y entre gravísimos sucesos terroristas. Sin duda queda ya para los anales de la historia y del Derecho constitucional el caso de un país que aparta cuarenta años de autocracia sin rupturas ni desgarros profundos, sin depuraciones ni enfrentamientos civiles generalizados, cambia la forma de su Estado y se otorga una carta de libertades. ¿Quién dijo que los españoles éramos ingobernables en democracia?”.
El texto viene a decir que lo más importante para que la Constitución tenga éxito es que el pueblo la conozca, algo que en ese momento no era tan obvio como suena. Pide a los partidos que hagan una campaña de pedagogía, porque la norma, elaborada por unas élites, solo sobrevivirá si los españoles la hacen suya. Esta es la conclusión: “Sobre esta constitución ya se ha escrito y debatido casi todo y sólo resta, insistamos, darla a conocer, preparar al país para que el referéndum aporte votos "útiles", votos de reflexión. Porque lo fundamental de las constituciones democráticas no reside en su mayor o menor efectividad jurídica o en el mucho o poco entusiasmo que susciten al ser promulgadas, lo que hace buena a una Constitución democrática es que dure”.
Se votó aquel 6 de diciembre y se aprobó con un 87,8% de votos a favor. En cuanto a durar, hasta este jueves van 45 años y un día. Y lo ha hecho sin parar de estar discutida, criticada, denostada, alabada y manipulada por todo el espectro político ni un solo día, como se espera de una democracia.
Sobre el estado del debate en 2023 hemos publicado mucho estos días, coincidiendo con un momento en el que los partidos políticos se han empeñado en que los españoles hablen de la Constitución como el que habla del tiempo. Dentro de poco, el estado de la Constitución será una conversación de ascensor. Estas son algunas aportaciones para que le pille preparado:
La catedrática Ana Carmona escribe La Constitución ante el espejo del tiempo: “El edificio que armó hace 45 años la Ley Fundamental resiste, pero con grietas cada vez más preocupantes. Obviar la necesidad de su actualización ante la incapacidad de los actores políticos para acometerla terminará restándole vigor”.
La exdiputada Teresa Eulàlia Calzada, viuda del ponente constitucional Jordi Solé Tura, escribe La Transición: con memoria y sin olvidos: “Los pasados 45 años desmontan la leyenda de que en España era imposible un marco constitucional duradero. Es una obra colectiva que nadie tiene el derecho de apropiarse”.
Sergio del Molino escribe Algo bueno tendrá la Constitución: “La mayor virtud de la Ley Fundamental es su no militancia, y hasta ahora ha resistido bien las maniobras de la derecha para convertirla en una consigna”.
Y un editorial de EL PAÍS titula Constitución sin cambios: “El texto fundacional de la democracia española actual ha resistido 45 años incluso al asedio de quienes dicen defenderlo”.
Aparte, si no tiene que hacer mudanza de despacho en el Congreso esta mañana, quizá pueda echarle un vistazo a algunas lecturas reciente que consideramos modestamente que no debería perderse. Buena semana. Pablo Ximénez de Sandoval es periodista.











De los pensadores más influyentes en la izquierda actual

 







Los diez pensadores que más influyen en la izquierda

SERGIO C. FANJUL

25 JUN 2023 - Ideas - El País - harendt.blogspot.com

La izquierda vive momentos complicados. Hay quien dice que le cuesta encontrar un lugar en el mundo que se avecina, atomizado y posfordista, un relato con el que cautivar a las masas en un futuro cada vez más individualista y conspiranoico, escéptico ante las utopías y muy integrado en el dogma económico dominante. Para su supervivencia necesita imaginación e ideas. Con el fin de sondear el caldo de cultivo intelectual en el que vive la izquierda actual y del que tendrá que surgir la futura, hemos pedido a 37 personas expertas de diferentes ámbitos (la política, la edición, el periodismo o la academia) que voten por los que creen que son los pensadores, vivos o muertos, que más influyen hoy en día.
Imaginación e ideas: ¿a dónde va la izquierda?
La encuesta realizada por Ideas ha arrojado los que podrían ser sus referentes más importantes. Por este orden, los 10 más votados fueron: Karl Marx, Judith Butler, Antonio Gramsci, Thomas Piketty, Michel Foucault, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Jürgen Habermas, Karl Polanyi y Walter Benjamin. Podría ser otra lista, pero es esta la que ha surgido y da una idea del ambiente intelectual de la izquierda en la tercera década del siglo XXI. A las puertas se quedan nombres que bien podrían estar dentro: Noam Chomsky, Nancy Fraser, John Maynard Keynes, Chantal Mouffe, Ernesto Laclau, Mariana Mazzucato, Simone Weil, Silvia Federici, David Harvey, Donna Haraway, o Slavoj Zizek, entre otras decenas que fueron mencionados por el jurado.
Karl Marx
Tréveris, Alemania, 1818-Londres, 1883. Su vasta obra influye en diversos campos del saber, en ella está el fundamento teórico de las corrientes socialistas y comunistas. Obras fundamentales: El manifiesto comunista (1848, con Engels) y El capital (1867).
POR CLARA RAMAS SAN MIGUEL
Profesora de Filosofía en la Universidad Complutense y responsable de la edición crítica de ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Akal)’ de Karl Marx
“Un fantasma recorre Europa...” Las icónicas líneas iniciales de El manifiesto comunista describen la propia presencia de Marx, que no cesa de retornar incluso después de muerto: del marxismo al posmarxismo, del siglo XIX al XXI.
El joven Marx había descubierto que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa quedarían incompletos si se limitaban a democratizar al poder político. Como ya había intuido Kant, las libertades políticas sin autonomía material y económica son vacías. La gran apuesta de Marx será pensar las condiciones de una autonomía efectiva: democratizar la economía.
El proyecto al que dedica su vida, El capital, es una crítica de la economía política o capitalismo. Descubre que en paralelo a conquistas políticas y formales subsiste una dependencia económica para la mayor parte de la población; que el capitalismo, por su propia dinámica, produce niveles crecientes de desigualdad. Descubre que la ley del mercado se impone como una ley de hierro al margen de la soberanía de pueblos y parlamentos, produciendo sociedades atomizadas que buscan reagruparse con fórmulas en ocasiones autoritarias. Descubre, en fin, que, lejos de satisfacer necesidades humanas, el capitalismo solo obedece a imperativos de valorización y acumulación creciente: como si, por así decirlo, el capital tomara vida propia y las personas y la naturaleza fueran solo su herramienta.
Marx es un pionero. Los avances y retrocesos del movimiento obrero inspirado por él han dado la medida para el Estado de bienestar y sus debates sobre redistribución, justicia social y políticas públicas. Vislumbra la actual crisis ecológica y plantea la cuestión del trabajo de cuidados que ocupará al feminismo. Insta a buscar formas de reproducción social no dependientes del trabajo asalariado, como la actual renta básica. Así, abre el campo no solo de las ciencias humanas, la sociología y la economía crítica, sino también de los debates sociales, ecologistas, feministas y poscoloniales contemporáneos.
Nuestra historia es para Marx la historia de la necesidad. El fantasma mencionado por Marx es una pregunta que nos sigue asediando en 2023: cómo alcanzar el reino de la libertad.
Judith Butler
Cleveland, EE UU, 1956. Con su cuestionamiento de las nociones tradicionales de género, ha hecho importantes aportaciones a la teoría queer. Obra fundamental: El género en disputa (1990).
POR PAUL B. PRECIADO
Filósofo.
Su último libro es ‘Dysphoria mundi’ (Anagrama).
Sería posible afirmar que Butler es no sólo le feministe más influyente del siglo XX, sino y, frente aquellos que consideran el feminismo como un pensamiento menor, le filósofe de izquierda más relevante de finales del siglo XX y de principios del siglo XXI, aquelle que opera, junto con Angela Davis, como pensadore bisagra, prefigurando las formas de activismo y de subjetividad política por venir. Descendiente de una familia judía diezmada en el Holocausto, Butler va a prestar atención a cómo los procesos de naturalización de la identidad (racial, de género, sexual…) esconden violentos proyectos políticos de normalización y purificación social. Simone de Beauvoir afirmó que “no se nace mujer”, Gayle Rubin y Joan Scott analizaron el género como el efecto de una construcción social, pero será Butler quien proponga una explicación de cómo se lleva a cabo esa construcción. Para Butler la identidad de género se construye “performativamente”: no es una esencia o una naturaleza, sino una práctica, algo que “hacemos” y no algo que “somos”. La relación entre anatomía y performance de género depende de la repetición de actos lingüísticos y corporales cuya función es preservar la estabilidad del régimen heterosexual y binario.
Encarnando su propio pensamiento, Butler ha conseguido recientemente un cambio de identidad legal como persona de género no binario en el Estado de California. Habitamos en un mundo butleriano: la proliferación de políticas queer que buscan destituir las normas en lugar de integrarse en la sociedad heterosexual dominante; la reapropiación performativa de las injurias “marica”, “bollera” o del estigma de la violación en los movimientos NiUnaMenos y MeToo; la demanda de reconocimiento de aquellos cuerpos que “importan” menos que otros en nuestras sociedades poscoloniales, central en los movimientos Black Lives Matter y Trans Lives Matter; las políticas drag queen y drag king —que en su versión más pop han llegado hasta drag race— y que utilizan la performance para desplazar los códigos normativos de género… El pensamiento vivo de Butler constituye el proyecto más ambicioso para la izquierda contemporánea: un feminismo antipatriarcal, antirracista, ecologista y no binario expandido que permita una reescritura ética total del contrato democrático. En este artículo se han mantenido los géneros gramaticales empleados por quien lo escribe.
Antonio Gramsci
Cerdeña, Italia, 1891-Roma, 1937. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano, encarcelado por el fascismo; su concepto de hegemonía cultural es central en la política actual, y no solo para la izquierda. Obra fundamental: Cuadernos de la cárcel.
POR ÍÑIGO ERREJÓN
Político, doctor en Ciencia Política y líder de Más País.
Antonio Gramsci es un pensador político que se pone periódicamente de moda. Los analistas lo citan para parecer sofisticados, los vendedores de marketing político aderezan sus platos con él, las derechas lo nombran como en una excursión traviesa en el campo intelectual del adversario para demostrar sus pérfidas intenciones y las izquierdas lo usan para parecer contemporáneas o sofisticadas, para un roto y un descosido, a menudo citándolo más que leyéndolo.
Gramsci es el pensador fundamental para entender por qué mandan los que mandan y por qué obedecen los que obedecen. Para el sardo, en las sociedades modernas el poder de los grupos rectores descansa en última instancia en la coerción, la capacidad de obligar, pero se ejerce principal y cotidianamente por medio del consentimiento, la capacidad de persuadir de que su mando es lo normal y al mismo tiempo de desalentar, neutralizar o dispersar las alternativas. Este dominio no es un engaño que haya que desenmascarar —por ejemplo intentando que la gente “abra los ojos” y entienda que “vota contra sus propios intereses”—, sino una forma de poder, la hegemonía, que debe ser comprendida como históricamente cierta. En primer lugar por aquellos que quieren desafiarla, para construir explicaciones e identificaciones alternativas que partan del terreno y el sentido común dado.
La hegemonía es así esa construcción política por la cual un grupo, clase o sector es capaz de ejercer la “dirección intelectual y moral” determinando las metas, los valores y las palabras que gobiernan la percepción del mundo de su época. Al hacer eso, sus intereses particulares aparecen como los intereses generales del conjunto social, la mayoría del cual encuentra mejores expectativas y razones para el consentimiento que para la contestación. Esta forma de poder político se extiende y blinda principalmente por los canales aparentemente “no políticos” —el ocio, la cultura, la comunicación, el consumo— que reproducen y naturalizan una manera de ver el mundo y su consiguiente reparto de roles.
Cuando afirma que una idea es “históricamente verdadera” en la medida en que “se convierta concretamente, es decir, histórica y socialmente, en universal”, nos está señalando, contra todo esencialismo pero también contra toda melancolía, que los alineamientos políticos no están predeterminados, sino que dependen de una disputa estética, moral e intelectual que está siempre abierta, lo cual es garantía de libertad. Y de esperanza.
Thomas Piketty
Clichy, Francia, 1971. El economista puso en primer término del debate el problema de la desigualdad y la redistribución de la renta en el capitalismo actual. Obra fundamental: El capital en el siglo XXI (2013).
POR JOAQUÍN ESTEFANÍA
Es periodista y autor de ‘Revoluciones’ (Galaxia Gutenberg).
El todopoderoso exrector de la Universidad de Harvard y exsecretario del Tesoro de EE UU Larry Summers pidió públicamente el Premio Nobel de Economía para el joven científico social francés Thomas Piketty, cuando en el año 2013 apareció su libro El capital en el siglo XXI. No tenía precedentes: a un francés y a un joven. Piketty había conseguido, con su novedoso aparato estadístico de carácter histórico, lo que no habían logrado sus colegas de primera fila (entre ellos, varios premios Nobel) al estudiar el fenómeno de la desigualdad creciente en el mundo. Lo que está en peligro, sentenció Piketty, es la democracia. Vendió centenares de miles de ejemplares de un libro tan denso.
Desde ese año Piketty profundizó mucho más en el fenómeno. Sus investigaciones se pueden resumir en los siguientes puntos: 1) rendimientos superiores del capital al crecimiento económico aumentan la desigualdad; 2) con la excepción del periodo de hegemonía de la revolución keynesiana (nacimiento del Estado de bienestar y políticas contra la Gran Depresión), la desigualdad es una tendencia a largo plazo desde el siglo XIX, con los distintos tipos de capitalismo que se han desarrollado (comercial, financiero, tecnológico…); 3) no hay otro método para combatirla que las políticas distributivas a través del gasto público y ello requiere de grandes impuestos (incluso confiscatorios) a los más ricos, y 4) la cohesión social, los valores de la meritocracia y de la justicia social están en peligro con concentraciones extremas de la riqueza como las que existen.
Un economista templado ideológicamente, más bien socialdemócrata, sin veleidades revolucionarias callejeras en su primera juventud, alejado de las principales teorías de Marx y Engels sobre la lucha de clases, sin embargo ha acabado escribiendo un libro que compendia sus principales artículos, al que ha titulado ¡Viva el socialismo! porque entiende que sigue vigente en la historia la batalla por las ideas.
Michel Foucault
Poitiers, Francia, 1926-París, 1984. Sus contribuciones investigan la naturaleza del poder y cómo interacciona con la sexualidad, la salud mental o las minorías a través de la historia. Obras fundamentales: Historia de la locura (1961), Vigilar y castigar (1975).
POR ELIZABETH DUVAL
Es filósofa y escritora, su último libro es ‘Melancolía’ (Temas de Hoy).
Preguntado por Foucault, Deleuze resaltaba el vínculo insoslayable del pensador con su presente: las formaciones históricas interesaban a Foucault porque señalaban el lugar de donde se salía, donde se había estado confinado; no le interesaban los griegos, sino la relación de su tiempo con la locura, con los castigos, con el poder, con la sexualidad. Si me preguntaran a mí, abstrayéndome de las necesidades de la clarificación, creo que de lo primero de lo que hablaría sería de la belleza. Intentaría que nos desvinculáramos de la jerga (la biopolítica, la arqueología, el poder disciplinario, lo discursivo) y pudiéramos leer con ojos nuevos las páginas de Las palabras y las cosas sobre Las meninas, de Velázquez. Querría que la consecuencia se pareciera a sentir con otra mirada la relación que se despliega en el cuadro. Y propondría un Foucault menos caricaturizable que el que nos ofrecen sus amigos y sus enemigos.
Foucault no es tanto un enciclopedista de la sexualidad como un arqueólogo de relaciones y estructuras. Sus textos no nos encierran entre insoportables cadenas de poder y dominación, en las cuales incluso la rebeldía estaría ya codificada, sino que nos ofrecen todas las posibilidades de la crítica y el análisis. Si nadie como él expuso tan claramente la relación entre el saber y el poder, también pocos ofrecieron tantas herramientas para darnos cuenta de su presencia, para reflexionar. Hay críticos injustos que han buscado en un Foucault tardío una teoría que traiciona la liberación para someterse al neoliberalismo del porvenir: confunden la defensa de las instituciones con la legitimación de sus injusticias. Debemos recordar la lección que él extraía de El Anti Edipo (Deleuze y Guattari): no hay que enamorarse del poder o de la tristeza militante. En ningún pasado hay tanta potencia como en el desenterrado por el francés.
Hannah Arendt
Linden-Limmer, Alemania, 1906-Nueva York, 1975. Pensó sobre el totalitarismo, la violencia, la revolución, la acción política y acuñó el término “banalidad del mal”. Obras fundamentales: Los orígenes del totalitarismo (1951) y Eichmann en Jerusalén (1963).
POR FERNANDO VALLESPÍN
Es catedrático de Ciencia Política y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Es coautor de ‘Populismos’ (Alianza).
Arendt no es de izquierdas. Ni de derechas, claro. Su gran atractivo reside precisamente en eso, en ser inclasificable. De hecho, le hubiera horrorizado verse en esta lista. O en cualquier otra. ¿Qué pinta aquí entonces? ¿Qué pudo motivar que tan amplio grupo de personas la hayan votado? Lo más probable es por su entusiasmo por todo lo que oliera a revueltas populares, por su espíritu rebelde, o por sus elogios a Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin, o sus críticas al colonialismo y totalitarismo. Pero no nos engañemos, su único compromiso es con la libertad, que ella encuentra siempre realizada en esos momentos extraordinarios en los que un determinado orden social queda puesto en entredicho y se da entrada a la libre discusión ciudadana. Su ideal es el aristotélico, la polis como lugar de encuentro donde intercambiar opiniones, debatir las diferencias y buscar una solución conjunta a los problemas que nos afectan a todos. Por eso alabó la revolución americana, hasta que la nueva república se acabó sustentando sobre una sociedad crecientemente privatizada y sujeta a los imperativos de los grandes intereses económicos y el valor del consumo. Y criticó la francesa y la bolchevique porque, al poner la “cuestión social” en el centro, se dejaron llevar por la “pasión por la compasión” e instauraron estados más atentos a una ingeniería social guiada por la mera funcionalidad inherente a los dictados de la economía y su gestión. No es ya la comunicación abierta y la libre deliberación lo que decide cómo hemos de vivir, sino las necesidades de reproducción del sistema. Su contrafáctico podrá sonar extravagante, pero a través suyo fluye una crítica de una riqueza sin igual, el propio de alguien que no se casa ni con unos ni con otros. La democracia bien entendida no es de derechas ni de izquierdas. Arendt tampoco.
Simone de Beauvoir
París, 1908-1986. Es una de las principales teóricas del feminismo en el siglo XX, también enmarcada en el movimiento existencialista y en la creación literaria. Obra fundamental: El segundo sexo (1949)
POR LUNA MIGUEL
Es poeta, escritora y editora. Su último ensayo es ‘Caliente ‘(Lumen).
Simone de Beauvoir está a una tote bag de ser traicionada. O no.
En realidad, la figura de la filósofa lleva siendo influyente y polémica desde su juventud. Lo explica Wolfram Eilenberger en El fuego de la libertad, un ensayo en el que cruza su vida con las de otras pensadoras del siglo XX. El retrato que hace de ella es el más desesperante: la describe altiva, un tanto pija, adicta a la atención. La mismísima Simone Weil se burló de esa supuesta frivolidad en toda su cara, cuando ambas estudiaban en la Sorbona y debatían sobre la guerra. De Beauvoir no tuvo reparos en narrar tal desencuentro ideológico en unas memorias: “Mirándome de arriba abajo, me dijo: ‘Ya se ve que nunca has tenido hambre”.
Más allá de lo que unes y otres puedan opinar sobre esa fama, lo cierto es que la obra de De Beauvoir demuestra que su mainstrificación no riñe con la contundencia de sus ideas. Por eso mismo —y precisamente porque hoy su libro más célebre es esa bárbara enciclopedia sobre la feminidad, tantas veces mentada, pero tan poco leída y reducida al eslogan— se ha vuelto urgente equilibrar la balanza y prestar atención a la amplitud de sus investigaciones, a través de obras más ocultas e irónicamente peor editadas en nuestro país.
Un ejemplo: ¿Hay que quemar a Sade?, una finísima lectura de la crueldad, y una defensa de la reparación frente a eso que hoy llamaríamos cancelación.
Otro ejemplo: El pensamiento político de la derecha, que fue publicado en su origen como artícu­lo para un número especial de Les Temps Modernes, donde distintos intelectuales reflexionaron bajo la premisa de que la izquierda francesa se desmembraba. En vez de lloriquear, De Beauvoir prefirió centrarse en el análisis del resentimiento de la burguesía. Para ella era más útil entender a sus contrarios que disparar a sus afines.
Es esta lucha por el entendimiento de las contradicciones del mundo lo que mantiene vigente a Simone de Beauvoir; lo que nos hace necesitar el estudio de su filosofía, al tiempo que celebramos la multiplicación de su rostro en bolsas de tela violeta.
Parafraseando a la pensadora: profesarle una simpatía demasiado fácil sería traicionarla.
En este artículo se han mantenido los géneros gramaticales empleados por quien lo escribe.
Jürgen Habermas
Düsseldorf, Alemania, 1929. Miembro de la Escuela de Frankfurt y exponente de la teoría crítica, ha trabajado sobre los mecanismos de la comunicación y de la democracia. Obra fundamental: Teoría de la acción comunicativa (1981).
POR CRISTINA LAFONT
Es filósofa, catedrática de Filosofía de la Northwestern University de Chicago, autora de ‘Democracia sin atajos’ (Trotta).
Habermas es indudablemente un pensador de izquierdas si por ello entendemos alguien comprometido con la lucha política por la justicia social, la igualdad y la emancipación. También lo es por proceder de la tradición marxista occidental tal y como fue apropiada y transformada por la primera generación de la Escuela de Fráncfort. Sin embargo, su manera de entender la lucha política es quizás lo que más distancia su pensamiento del marxismo ortodoxo y lo que explica su compromiso inquebrantable con la democracia radical. Para Habermas, ni la teoría social es capaz de discernir la dirección histórica en la que se han de desarrollar las luchas políticas por la emancipación ni el teórico social tiene el derecho a imponer sus preferencias políticas a los afectados escudándose en una autoproclamada autoridad epistémica. Su obra ejemplifica un “giro democrático” en la medida en que la teoría crítica ya no busca defender un proyecto político particular, sino crear las condiciones sociales en las que diversos proyectos políticos pueden ser debatidos, aceptados o rechazados por los ciudadanos mismos en el ejercicio democrático de autodeterminación política. La legitimidad de las luchas políticas depende por ello de la posibilidad de un debate público inclusivo en el que los afectados puedan denunciar las injusticias y amenazas existentes de modo efectivo para persuadir al resto de la ciudadanía a que se una a su causa política. Proteger y posibilitar una esfera pública política inclusiva es la condición necesaria para toda batalla política emancipatoria, sea nacional, supranacional o global. En este momento histórico en que la democracia está gravemente amenazada en todas partes, la obra de Habermas así como sus intervenciones como intelectual público en debates políticos claves de las últimas cinco décadas ofrecen una fuente de inspiración permanente, así como herramientas teóricas indispensables para los movimientos democráticos de izquierdas contemporáneos.
Karl Polanyi
Viena, Austria, 1886-Pickering, Canadá, 1964. Criticó con dureza los efectos negativos del dominio de la economía independizada sobre la sociedad. Obra fundamental: La gran transformación (1944).
POR CÉSAR RENDUELES
Es sociólogo y ensayista, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, su último libro es ‘Contra la igualdad de oportunidades’ (Seix Barral).
Karl Polanyi publicó su único ensayo, La gran transformación, a punto de cumplir los 60. Generacionalmente es cercano a Gramsci o Lukács, del que fue amigo íntimo, pero su obra no empezó a recibir la atención masiva de los críticos del neoliberalismo hasta finales del siglo XX. Polanyi pensaba que la sociedad de mercado es una anomalía antropológica que ha tenido consecuencias catastróficas. Los mercados en las sociedades precapitalistas estaban sometidos a regulaciones dirigidas a contener los efectos destructivos de una competición social generalizada. La mercantilización de recursos materiales necesarios para la subsistencia humana —como la tierra, los alimentos o el agua— es históricamente insólita. De hecho, Polanyi pensaba que el proyecto del mercado libre autorregulado era una más de las utopías decimonónicas, como los falansterios. Era una utopía en el sentido de que era irrealizable, pues colisionaba con características duraderas de cualquier sociedad humana. La materialización de ese proyecto utópico requirió de monstruosas ortopedias políticas que forzaron a la gente a someterse al mercado. Por eso, Polanyi creía que no existía ninguna oposición entre mercado libre y Estado represivo: al revés, el crecimiento del Estado en el siglo XIX fue la respuesta a las necesidades del laissez-faire. Y el estallido de las tensiones acumuladas por ese proyecto quimérico habría sido la causa de la gran crisis de principios del siglo XX: guerras mundiales, autoritarismo, la Gran Depresión… Polanyi defendió que los proyectos de mercantilización producían “contramovimientos”: reacciones sociales dirigidas a recuperar la soberanía política arrebatada por el mercado y cuyo sentido político podía ser democratizador o autoritario y elitista, como en el caso del fascismo. Por todo ello, Polanyi se ha convertido en un referente a la hora de analizar tanto la restauración neoliberal de los últimos 40 años —a menudo acompañada de agresivas intervenciones estatales— como el modo en que la descomposición del neoliberalismo está degenerando en movimientos políticos neoautoritarios.
Walter Benjamin
Berlín, 1892-Portbou, España, 1940. Reflexionó sobre la historia, la crítica literaria o el arte. Obra fundamental: Tesis sobre la filosofía de la historia (1940).
POR MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
Es politóloga. Es coautora de ‘Populismos’ (Alianza editorial).
Se suele mostrar a Walter Benjamin con un mosaico de ocupaciones: crítico literario, ensayista, traductor, filósofo. Hannah Arendt lo describió como ese flâneur o caminante que “sin ser poeta, pensaba poéticamente”. La dialéctica de la historia de este escritor fabuloso, marxista heterodoxo, lo hace imposible de encerrar en una sola categoría. La tensión entre lo material y el mundo de las ideas, entre el espíritu y su proyección tangible habita su obra y su pensamiento, conectados entre sí por la misma tensión poética del joven Baudelaire en su célebre poema Correspondencias: “Por allí pasa el hombre entre bosques de símbolos / que lo observan atentos con familiar mirada”. El pensador, como el rapsoda parisiense, se envuelve en la realidad fragmentada —los restos arqueológicos, la memoria de piedra de un pasado lejano— para otorgarle significados. En Benjamin, la búsqueda de sentido adquirirá, como en Arendt, un brillo metafórico inusual, aquel que le permite “en forma poética, manifestar el carácter único del mundo”.
Fue este modo de interpretar la historia, su afán por irrigar el materialismo con nociones tomadas de la teología o la mística judía, lo que lo alejó de la ortodoxia marxista. Benjamin huyó del frío cientifismo que lo reducía todo a inducir racionalmente de la infraestructura material una superestructura perfectamente objetivada en la ideología. En su lugar, propuso mirar las obras de arte con ojos sensibles, entenderlas como asideros para continuar, como niños que juegan, metiendo los pies en la arena, incluso como campos de batalla donde, a pesar de su fulgor inconsistente, también podemos leer la historia. Lejos de ser meros subproductos de las relaciones de producción, el poema, la sonata, el cuadro o la escultura aparecen tan reales como la historia misma, afirmando su naturaleza transformadora como instrumentos de emancipación de los “vencidos por la historia”. Fue el intento del que tal vez haya sido el último de los alquimistas del arte, su esfuerzo por escapar del proceso de desencantamiento del mundo al que nos abocaba el frío cientifismo marxista, un vuelo poético y del pensamiento lanzado a las masas y al mundo para fascinar de nuevo a la izquierda en tiempos de oscuridad.
El método y el jurado
La encuesta de IDEAS se realizó pidiendo a 37 expertos de diferentes ámbitos (academia, política, edición, periodismo) que eligieran a los que, a su juicio, son los diez pensadores (de cualquier época) más influyentes en la izquierda hoy en día. Los hemos ordenado en función del número de votos obtenidos.
El jurado estuvo compuesto por: Noelia Adánez, Miguel Aguilar, Jordi Amat, Meritxell Batet, Fernando Broncano, Ramón del Castillo, Caterina Da Lisca, Yolanda Díaz, Jesús Espino, Joaquín Estefanía, Soledad Gallego-Díaz, Lina Gálvez, Beatriz García, Jordi Gracia, Pablo Iglesias, Jorge Lago, Margarita León, José Moisés Martín, Laura Llevadot, Rita Maestre, Eduardo Madina, José María Maravall, Máriam Martínez-Bascuñán, Pilar Mera, Daniel Moreno, Cristina Narbona, Lluis Orriols, Joaquín Palau, Azahara Palomeque, Jaime Pastor, Clara Ramas, César Rendueles, Emmanuel Rodríguez, Clara Serra, Amelia Valcárcel, Fernando Vallespín y Remedios Zafra.