jueves, 24 de agosto de 2023

Del respeto debido a Sartre

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor y académico Mario Vargas Llosa, va del respeto debido a Sartre. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







La voz augusta
MARIO VARGAS LLOSA
20 AGO 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Fue el secretario general del Comité Central de la URSS, o jefe del Kremlin, Leónidas Brezhnev, quien decidió poner fin a la Primavera de Praga, como se llamó a esa demostración de un socialismo abierto y plural, de jóvenes que podían anteponerse a los viejos carcamales que se limitaban a seguir y a respaldar todas las directrices de Moscú. Este periodo, a finales de los años sesenta, dio una gran popularidad a Checoslovaquia, pues participaron muchos intelectuales y pareció que las masas acudían a secundarlos. Brezhnev procuró que la URSS no estuviera sola en el cometido de aplastar el experimento del socialismo en libertad y enviar un mensaje contundente a todo el bloque soviético, sino acompañada de Polonia, Bulgaria y Hungría, en agosto de 1968. El ataque fue simultáneo y ruidoso, y cayeron centenares de víctimas, hasta que la URSS terminó dominándolo todo. La ocupación duró 23 años, hasta 1991, y el caso provocó múltiples renuncias y apartamientos del Partido Comunista en Europa y otras partes.
La conducta de Jean-Paul Sartre fue ejemplar en esta ocasión. Está descrita en el artículo de muchas páginas que escribió (La voz augusta), y que forma parte, a modo de prefacio, del libro de Antonin Liehm, Trois générations, publicado en 1970 por la editorial Gallimard. Sartre condenó la expedición militar y lamentó los muertos, a la vez que explicó, con lujo de detalles, las razones por las que el Partido Comunista soviético no había tolerado la Primavera de Praga y había cortado con ella. En esto hubo en él coherencia, pues en 1956, con motivo de la intervención de la URSS en Hungría a raíz de una gran rebelión popular, también había tomado distancia de Moscú y de los comunistas europeos que la apoyaron o fueron ambiguos al respecto.
Sin embargo, Sartre siguió insistiendo, en los años siguientes, en que era indispensable que todos los movilizados por las ideas de Marx se afiliaran al Partido Comunista, en los lugares donde este prosperaba, como en Francia e Italia (en Francia, los comunistas habían obtenido inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial más del 26% de los votos y desde entonces el partido mantenía el apoyo de una quinta parte de los electores a pesar de sus tropiezos y controversias). Pero eso es algo que él no hizo, y tampoco lo haría en otras ocasiones en las que estuvo cerca de él y propuso que, por más críticas que hubiera al Partido Comunista, todos debían afiliarse a él, estuvieran o no comprometidos con una “liberación” del marxismo. Después de la Segunda Guerra Mundial sus relaciones con el Partido Comunistas habían sido ásperas (los comunistas lo habían atacado mucho por su admiración filosófica a Heidegger), pero en los años cincuenta se había acercado a ellos.
¿Cuál era la razón de animar a otros a afiliarse? Muy simple: el único partido que podía arrebatar a la burguesía el control de la economía era el comunista, y todos debían apoyarlo. A pesar de esta convicción, él continuó, hasta su muerte, preservando su independencia, aunque en ciertas ocasiones se expusiera a actuar en público y ante masas de trabajadores. ¿Por qué Sartre se definió a sí mismo como un escritor independiente y ajeno a toda militancia? La explicación, además de que propugnaba un socialismo con visión humanista que no era compatible con la rigidez del partido, es su extraordinario prestigio, que aliados y enemigos respetaban por igual, y que hacía innecesario someterse a una estructura o jerarquía partidista.
Es sorprendente, a la distancia, observar que Sartre gozaba de esta excepción a una regla en la que él mismo quería embarcarnos a todos. Pero la verdad es que nadie se lo reprochó, incluso cuando aceptó ser la voz y el ejemplo viviente del Tribunal Russell, convocado por el anciano e ilustre inglés, Bertrand Russell, que soñaba con despedirse de este mundo condenando los asesinatos americanos en el lejano Vietnam.
El respeto que inspiró Sartre en amigos y enemigos fue enorme, casi tanto como la inmensa obra que produjo en esos años. Porque sus ensayos políticos no lo apartaron de sus investigaciones literarias. Siguió dedicándose con lujo de detalles a las investigaciones sobre Flaubert, sobre el que publicó un minucioso relato en Gallimard, y la obra maestra que era, y en eso estuve siempre de acuerdo con él, Madame Bovary. Si, además, tenemos en cuenta todas las obras de teatro que escribió en estos años, la fecundidad de Sartre está fuera de toda comparación con sus compañeros de oficio. Estos estudios literarios son tal vez las mejores obras que dejó en herencia. Son muy desiguales, sin lugar a dudas, probablemente porque fueron interrumpidas muchas veces debido a los ensayos políticos. Y en algún caso, en la biografía de Flaubert, en su exploración biográfica de tres volúmenes, que yo leí rigurosamente en esos años, no llegó a escribir el punto y final del ensayo, ni siquiera en lo que concierne a Madame Bovary.
El caso de Sartre es muy curioso. Su influencia fue reconocida en todos los medios, sobre todo en los más alérgicos a él, y a menudo le daban tribuna diarios o revistas que estaban en las antípodas de su pensamiento. Y creo que por una razón simple: por su enorme talento. Era acaso el único que podía competir de igual a igual con los filósofos alemanes que estaban cambiando la visión de las ciencias sociales. Las obras completas de Sartre alcanzarían muchos volúmenes y nadie todavía ha sido capaz de reunir la totalidad de sus novelas, obras de teatro y ensayos. Si a estas obras se añaden los muchos reportajes que dio, donde se explaya sobre sus ideas y convicciones, puede decirse que no hay, probablemente, ningún escritor tan fecundo ni ambicioso como él en la época contemporánea. Esa es la autoridad de la que él presumió, y que el propio general De Gaulle reconoció, llamándolo en una carta célebre “mi querido maestro”. A nadie se le reconoció tanto el derecho de equivocarse como a él, gracias, precisamente, a esa obra monumental. Salvo alguna excepción aislada, nadie lamentó sus graves errores en aquellos años, ni a la hora de su muerte. Como si a las alturas intelectuales que había alcanzado Sartre tuviera un derecho de estar equivocado en cosas importantes que no se les reconocía a otros intelectuales.
Yo lo tengo muy presente porque en los años de San Marcos, en Lima, una universidad de la que tengo tan buenos recuerdos, Sartre era una guía que servía de referencia a muchas personas de la vida intelectual y universitaria de ese país en el que, una vez más, un generalote gobernaba. El Partido Comunista era probablemente mínimo, y los militantes —yo estuve sólo un año en él— no podían, no debían, enterarse de su número, pero es evidente que éramos muy pocos y, probablemente, las enseñanzas de Sartre, que defendía la libertad de la cultura y una visión humanista del socialismo, eran la mejor de las guías que podíamos tener.
En nuestra época, como reconocía con pesar ese viejo librero que encontré hace no mucho en la Place Saint-Sulpice, “casi nadie lee a Sartre” y aún no se han revisado las extraordinarias contradicciones en que incurrió en esa vida tan fecunda que tuvo y en la que, además de escribir, vivió intensamente, compartiendo experiencias múltiples con esa amiga de toda la vida, Simone de Beauvoir. Ha llegado la hora de una revisión exhaustiva y objetiva de Sartre, ahora que su prestigio ya no tiene por qué inhibir a nadie de hacerlo. Es una tarea que queda pendiente.





























[ARCHIVO DEL BLOG] Dos mujeres. [Publicada el 19/04/2009]













He dado a esta entrada el título de "Dos mujeres", el mismo de la hermosísima y dura película de Vittorio De Sica (1961), basada en un relato de Alberto Moravia, e interpretada por Sofía Loren, Emma Baron, Eleanora Brown, Raf Vallone, y un principiante Jean Paul Belmondo. Salvo el título, nada tiene en común la trágica violencia ejercida por esos soldados aliados que avanzan por la península italiana en en las postrimerías de la II Guerra Mundial sobre una joven viuda y su hija, con esa otra historia de dos mujeres, contemporáneas, y aparentemente con muy pocas cosas en común, que hoy comento: Rita Levi-Montalcini y Corín Tellado. La primera, italiana y judía, neurocirujana, premio Nobel de Medicina, soltera, que cumple 100 años dentro de unos días; la segunda, española de Asturias, católica, prolífica autora de novelas "rosa", la escritora en español más leída después de Cervantes, separada, fallecida la semana pasada. Y sin embargo, ambas unidas por su condición femenina, por un indomable carácter, una voluntad férrea y una increíble capacidad de trabajo. Esta mañana, leyendo por Internet el suplemento Domingo de El País de hoy, que les dedica sendos reportajes ("Un cerebro centenario", por Miguel Mora, y "El amor sólo en los libros", por Javier Cuartas) he descubierto el gran paralelismo profundo existente entre dos vidas tan dispares, y que puede resumirse en el insobornable deseo de vivir con dignidad. No se si he acertado en la comparación, pero a mí me ha parecido interesante. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt








miércoles, 23 de agosto de 2023

De duelos e iluminaciones

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Amanda Mauri, va de duelos e iluminaciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com








Duelos e iluminaciones de Siri Hustvedt
AMANDA MAURI
19 AGO 2023 - El País - harendt.blogspot.com

La escritora Siri Hustvedt anunció en marzo que su marido y compañero de profesión, Paul Auster, está enfermo de cáncer y en tratamiento. Atraviesa desde hace meses y junto a ella un extraño reino, a la vez simbólico e indudablemente material, al que Hustvedt llama Cancerland. “Sé que atesoraré este momento para siempre”, refiriéndose a una fotografía reciente; “Paul de pie en nuestra terraza bajo un sol deslumbrante, la gorra cubriéndole una cabeza casi calva”.
La enfermedad es un estado que excede lo físico; no limita sus estragos al cuerpo, a la carne, a los órganos, sino que se extiende hasta cubrir nuestra percepción de la realidad. Anida en la consciencia y tiñe el espacio, todo cuanto nos rodea tiembla o parece estar a punto de colapsar, como si en lugar de mirar las cosas y verlas como son, viéramos sólo su reflejo sobre el agua.
Quien haya tenido problemas de salud, dolores muy intensos, trastornos mentales o físicos, y los haya sufrido de forma prolongada, se habrá encontrado ante la misma encrucijada: por un lado, el deseo inapelable de querer entender por qué, por qué a mí, por qué a nosotros, junto con la imposibilidad de encontrar respuesta, y, por otro, la obligación de acostumbrarse a habitar este submundo, aceptar la moratoria en un lugar que es y no es a la vez. Algunas veces, nuestro paso por el reino de la enfermedad es transitorio; otras, permanente. Pero en ninguno de los casos existe un final de trayecto y uno debe seguir penetrando, una a una, las capas de significado que dan forma a un vocabulario desconocido, lleno de metáforas y silencios, para acercarse a la única fuente de luz posible en estas latitudes: aprender a vivir de otra manera.
La enfermedad, como la muerte, necesita un duelo. Proceso íntimo pero compartido que dé sentido al dolor, a la incertidumbre, a la desesperación, y abra la posibilidad de expresarse no a pesar de, sino a través de nuestra nueva condición.
En 2006, Hustvedt se subió a un estrado para pronunciar un discurso en memoria de su padre, fallecido dos años antes. Habló con voz firme, controlando la cadencia de su respiración y dando a sus palabras la inflexión correcta. Sin embargo, eso no es lo que el público vio. O no solo eso. Los presentes asistieron atónitos a una curiosa escisión, lucha interna, dos fuerzas opuestas o incluso dos mundos, contenidos en un único ser: mientras Hustvedt hablaba, su cuerpo se sacudía en violentos espasmos, le temblaban tanto los brazos y las piernas que parecía que la estuvieran “electrocutando”.
Las convulsiones se repitieron en otras ocasiones, además de fuertes migrañas, alucinaciones, ataques de euforia. La muerte de su padre quedó parcialmente absorbida en una nueva forma de duelo. Hustvedt necesitaba aprender a reconocerse, a nombrar a esa mujer-temblorosa-capaz-de-hablar, y a encontrar la mejor manera de darle vida. Escribió un libro, La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (2010), parte ensayo y parte testimonio, para llevar a cabo ese proceso. Porque escribir es atravesar lo que no tiene explicación (aunque a veces se la encuentre, con el mismo éxtasis distraído con que una recibe los orgasmos que llegan por sorpresa, cuando el polvo merece la pena por su travesía, y no por su remate).
Menciono el sexo porque comparte con la muerte un lugar determinado en nuestra imaginación. Eros y Tánatos. Pulsiones que nos hacen ser y que nos amenazan constantemente con la disolución. Cráteres en la piel de nuestra psique que llenamos con sentimientos y connotaciones. A uno, el goce, la euforia. A otro, el terror, la impotencia. Los significados varían, pero no su origen, y su origen es inexplicable. Muerte y sexo retienen una opacidad imposible de desentrañar. De ahí que asomarse al abismo y atreverse a compartirlo sea un gesto terriblemente aterrador y terriblemente generoso.
Una forma de hacerlo son las palabras. Tal vez por eso Hustvedt escogió como unos de sus favoritos estos versos de Emily Dickinson: “Tras un gran dolor, llega un sentimiento formal”. El dolor no puede comprender, ni enunciar. Cae sobre nosotros, fogonazo que arrasa todo tiempo y toda perspectiva. Como el delirio egotista de un enfermo de identidad, el dolor solo se ve a sí mismo: es espejo, reflejo y mirada. Pero siempre termina. Existe un después de y en su resaca la lucidez termina por imponerse.
Otra forma es la compañía. A pesar de la neblina y de lo extraño del lugar, uno no está del todo perdido en la enfermedad. No mientras haya algo o alguien que nos permita seguir contándonos al mundo. Tejiendo un duelo múltiple y cambiante. Duelo por nuestro antiguo Yo, por nuestra ilusión de entereza, inmunidad, invulnerabilidad. Duelo por lo que puede perderse a partir de ahora, lo que de pronto queda en entredicho (ni pronunciado del todo, ni tampoco en silencio). Duelo por él o ella, a quien amamos y acompañamos, a quien vemos sufrir y a quien vemos temblar y seguir hablando, y a quien deberemos reconocer de nuevo, de otra manera.



























[ARCHIVO DEL BLOG] No nos une el amor sino el espanto. [Publicada el 04/06/2009]










La frase que da título a esta entrada de hoy la dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges en referencia a su amor por la ciudad de Buenos Aires. Lo cuenta el también escritor chileno, Rafael Gumucio, en un hermoso artículo que hoy publica en el El País, "Barcelona-Madrid: desencuentro conyugal", sobre esa relación amor-odio, secular, que como en todo matrimonio o pareja que se precie, mantienen las dos grandes capitales españolas. Viví en Madrid entre los cuatro y los veintiún años, y desde entonces habré volado y vuelto a ella desde Canarias en más de un centenar de ocasiones. Me encanta Madrid. Y me encanta Barcelona, en la que he estado una decena de veces, nunca más allá de dos o tres días en cada ocasión. No sabría elegir entre ellas si me fuerzan a que lo haga: son ciudades absolutamente distintas y complementarias: en sus paisajes, en su urbanismo, en sus monumentos, en sus gentes. Me pasa igual con Roma o París. ¿Cuál es más bella? No sería capaz de contestar, aunque sí reconozco que Roma es la ciudad en que más cómo en mi casa, me siento. Será deformación profesional académica... ¿No creen ustedes que limitar nuestra capacidad de amar es limitar nuestra condición de personas? Espero que les guste el artículo. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt













martes, 22 de agosto de 2023

Del verano en el norte

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Javier Cercas, va del oficio de escritor. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







Simple es el verano en las montañas
OLIVIA MUÑOZ-ROJAS
17 JUL 2023 - El País - harendt.blogspot.com

“Los abrasadores rayos del sol, similares a las lenguas de un fuego ritual llameante, están marchitando los cuerpos, así como las almas, de los pavos reales, forzándolos a hundir sus cabezas en sus ruedas de plumas para hallar algo de frescor”. “Simple es el verano en las montañas; el prado florece, la vieja granja sonríe y el tenue murmullo del arroyo habla de la felicidad encontrada”. La primera estrofa pertenece a un poema en sánscrito dedicado al verano que suele atribuirse a Kālidāsa, poeta hindú del siglo VI; la segunda es de Edith Södergran, poeta finosueca de principios del siglo XX. Sirva el contraste entre ambos fragmentos para abrir esta breve reflexión sobre el verano y su significado diferente en distintos lugares del mundo.
En la mayoría de las culturas, las estaciones se conceptualizaron originalmente de acuerdo al ciclo agrícola; desde la siembra hasta la cosecha, seguido del reposo de la tierra. Así, en la tradición grecorromana, las estaciones se explicaban a partir de la leyenda de Perséfone, hija de Deméter, diosa de la agricultura. En un momento dado, Perséfone es secuestrada por Hades, dios del inframundo. Deméter, enfurecida, apela a la ayuda de los demás dioses del Olimpo y logra negociar con Hades que su hija se reúna con ella sobre la superficie de la tierra, al menos, la mitad del año, esto es, durante la primavera y el verano. El regreso de Perséfone coincide, pues, con el período de germinación y maduración de las cosechas.
Sin embargo, el clima de nuestro planeta y sus ciclos no son homogéneos, lo que se traduce, por ejemplo, en un número variable de estaciones del año según en qué región nos encontremos y, a su vez, en los significados culturales que se asocian a cada una de ellas. Si en Europa, hablamos de las cuatro estaciones, en la India se cuentan seis. Cuando en Europa comienza el verano, allí termina el calor seco y sofocante del Grishma Ritu y se inicia la estación del monzón. Algo similar sucede en México, donde el mes de mayo es el más caluroso del año. Aunque formalmente, por influencia europea, se considere parte de la primavera, en el calendario azteca correspondía al quinto mes del año, el Tóxcatl o “cosa seca”, el período de sequía que antecedía a las anheladas lluvias. Hallamos un desfase parecido entre el clima autóctono y el calendario europeo con relación a la celebración de la Navidad durante el verano austral en el hemisferio sur: un imaginario muy alejado del frío, la nieve y los trineos de Santa Claus con el que la asociamos actualmente en el hemisferio norte, donde coincide con el invierno boreal.
Si siguen subiendo las temperaturas globalmente, es posible que abandonemos las playas y busquemos todos refugio del calor en latitudes más septentrionales
Conforme nos acercamos a los polos, los días estivales son más largos y, a la inversa, más cortos durante el invierno. En torno al solsticio de verano, por encima de los círculos polares, el sol no llega a ponerse nunca. Este fenómeno hace que el contraste entre las dos mitades del año —el invierno y el verano— sea quizá todavía más marcado para las culturas que habitan regiones cercanas al Ártico y la Antártida. El verano en estas latitudes es, por lo tanto, no sólo el período de germinación y maduración de las cosechas, sino el de la luz solar. Un período de eclosión en el que, desde los tiempos de sus primeros pobladores hasta hoy, sus habitantes tratan de aprovechar y vivir intensamente después de emerger de la prolongada hibernación que imponen el frío y la oscuridad del invierno.
Este contraste explicaría quizá el culto al verano que hallamos en el norte de Europa y que se manifiesta también en la literatura y el cine. Pienso, sin ir más lejos, en Sonrisas de una noche de verano (1956) de Ingmar Bergman. La cinta condensa particularmente bien la mística del verano boreal; una intensa combinación de despreocupación, intoxicación, sensualidad y “felicidad encontrada”, que decía Södergran. Al mismo tiempo, llama la atención el modo en que la anticipación y las expectativas en torno al verano en esas latitudes no siempre se corresponden con la realidad de su clima y temperaturas veraniegas. Sucede, por ejemplo, con los picnics que la gente planea con entusiasmo en el Reino Unido y que, frecuentemente, terminan pasados por agua. O con la ropa muy ligera que los escandinavos adquieren cada temporada estival y que, a menudo, apenas pueden usar o deben ocultar bajo capas de jerséis y chaquetas.
No debe sorprender, pues, que, hoy en día que las comunicaciones lo permiten, muchos europeos del norte acaben buscando su verano azul en Nerja o Almuñécar. Hasta cierto punto, ese culto al verano y al sol de los pueblos del Norte ha terminado por contagiarse a los del Sur. No hace tanto que estos más bien tendían a refugiarse de la luz y el calor en los interiores de sus casas y veían la playa como el lugar al que ir a comprar la captura del día, temprano por la mañana, a los pescadores que recién regresaban con sus barcos. Pero es posible que, en las próximas décadas, si siguen subiendo las temperaturas globalmente, el concepto del verano vuelva a cambiar en nuestro entorno, abandonemos las playas y busquemos todos refugio del calor en latitudes más septentrionales.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Privacidad y libertades públicas. [Publicada el 07/06/2008]









Me resulta interesante que un asunto tan aparentemente banal como ha sido la denuncia de Telma Ortiz, hermana de la princesa de Asturias, contra varios medios de comunicación en demanda de protección a su derecho a la intimidad, sea utilizado como fundamento de un magnífico artículo por parte de la catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, reclamando el derecho a la privacidad como fundamento de las libertades públicas.
Citando a un tiempo a Benjamin Constant e Isaiah Berlin, a los que yo añadiría sin desdoro alguno a Philiph Petit, la profesora Burdiel construye un formidable alegato en defensa de la privacidad, hoy vulnerada hasta el sarcasmo en nombre de un sacrosanto derecho a la información que parece no conocer límite moral o jurídico alguno.
Leyendo, viendo u oyendo las "cosas" que se dicen para justificar el acoso mediático a la privacidad de la gente me han venido al recuerdo las palabras de uno de los personajes del libro de Javier Marías que estoy leyendo ahora mismo y que ya he citado con anterioridad: "Casi todo lo que decimos y comunicamos todos es filfa, relleno, es superfluo, es vulgar, aburrido, intercambiable y trillado, por mucho que sea nuestro y que la gente, como se repite ahora con cursilería extrema, sienta la necesidad de expresarse". Y aunque me fuera aplicado a mi con toda justicia, pienso que tiene toda la razón... Sean felices. HArendt