miércoles, 22 de febrero de 2023

De las decisiones económicas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del economista Daniel Fuentes Castro, va de las decisiones económicas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Economía e ideología
DANIEL FUENTES CASTRO
17 FEB 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Cada día, a cada instante, millones de personas en todo el mundo toman decisiones de carácter económico, muchas veces de manera inconsciente (o, cuando menos, no analítica), sujetas a infinidad de restricciones y sobre la base de preferencias que no tienen por qué ser estrictamente racionales, previsibles o consistentes. Lo extraordinario es que, pese a la complejidad del conjunto, todas esas decisiones se ordenan sin necesidad de que alguien las coordine.
El resultado no es forzosamente el más justo ni el más eficiente, pues la economía de mercado actúa al margen de la igualdad de oportunidades, lo cual no impide reconocerle su capacidad para ordenar preferencias de manera descentralizada.
Esa capacidad es tanto más asombrosa cuanto que la conducta humana no es exactamente la de un algoritmo optimizador. El ser humano es racional, por supuesto, pero tiene emociones, se equivoca, cambia de criterio, se aferra a rutinas y costumbres (por absurdas que sean), alimenta creencias de todo tipo y es capaz tanto de la mayor mezquindad como del más admirable altruismo. Así somos. Nos cuesta reconocerlo, pero muchas de las grandes críticas a la economía de mercado son, en el fondo, críticas a la condición humana.
Nuestra mente ordena ideas como quien une los puntos de una línea invisible porque necesita comprender el mundo que le rodea. Y trata de hacerlo de la manera más sencilla, en ocasiones hasta el reduccionismo de lo binario: sí o no, más o menos, a favor o en contra. Es casi un acto reflejo.
Irremediablemente, la ideología (como “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”, en definición de la RAE) forma parte del ser humano. Y, a pesar de ello, produce a muchos economistas un rechazo epidérmico. ¿Es posible abstraerse de todo sesgo, alejarse del tiempo en el que uno vive, y actuar con criterios escrupulosamente asépticos para abordar las complejidades que plantea la realidad económica?
Es una condición necesaria en el ámbito académico, al menos aspiracional. Y en buena parte del mundo económico es, además, condición suficiente. Ocurre así, en general, con las cuestiones de carácter operativo. Poco o nada hay de ideológico, por ejemplo, en la estrategia de subastas del Tesoro, en el día a día de la contabilidad nacional o en un cálculo de elasticidades.
Sin embargo, cuando se trata de política económica las cosas son diferentes. Las grandes decisiones obligan a elegir entre beneficios y costes que afectan de distinta manera a unos actores económicos u otros, con consecuencias que además están sujetas a menudo a un grado de incertidumbre notable. Y eso, asesorar o decidir sobre quién gana y quién pierde, o a qué llamamos “progreso”, no es algo que pueda hacerse al margen de la idea que uno tiene del mundo.
Firmaba hace poco Wolfgang Münchau una tribuna en este mismo diario en la que afirma que ”la edad de oro de la macroeconomía ha tocado a su fin”, en referencia a la sucesión de diagnósticos y decisiones erróneas en los últimos años, y en la que reivindica la supremacía de la política sobre la economía.
En realidad, no ha habido tal “edad dorada de la macroeconomía”, sino una edad dorada de hacer pasar por macroeconomía tesis insuficientemente fundamentadas como los mercados financieros autorregulados (sic), la austeridad expansiva (la contracción del gasto público iba a provocar un aumento de la actividad económica), el trickle-down o efecto goteo (la concentración de riqueza en los superricos iba a acabar permeando a las clases medias y populares), la curva de Laffer (la reducción de impuestos iba a generar una mayor recaudación fiscal) y otros postulados que, como el tiempo ha demostrado, eran lo que parecían: dogmas, pensamiento mágico o, en el mejor de los casos, evidencias anecdóticas.
La reflexión, sin embargo, debe ir más allá de esta crítica, por lo que el texto de Münchau sugiere sobre la relación entre economía e ideología. Así, la política de recortes draconianos del gasto público llevada a cabo en España entre 2010 y 2012 no fue perniciosa por razón de su claro sesgo ideológico, sino por su falta de fundamento: deprimir la actividad del sector público cuando el sector privado ya se había hundido agravó y prolongó la crisis, lo que tuvo por resultado un aumento de la deuda pública (que era precisamente lo que se quería evitar).
Igualmente, las políticas de sostenimiento de la renta de los hogares aplicadas durante la pandemia (ERTE, prestaciones por cese de actividad, protección social) o, en la actualidad, de algunas medidas contra la inflación (la conocida como excepción ibérica, ayudas a sectores productivos y hogares vulnerables) no han sido un acierto por ser ideológicamente progresistas, sino porque eran necesarias y han funcionado razonablemente bien en su contexto.
Hace apenas unos meses, los mercados financieros castigaron duramente el programa de rebajas fiscales de la entonces primera ministra británica Liz Truss, hasta el punto de forzar su salida de Downing Street. Sin embargo, nos equivocaríamos si pensásemos que el motivo del castigo fue ideológico. El error fue hacer abstracción del momento, de dónde está el Reino Unido y a dónde va el mundo. Y así podríamos poner muchos otros ejemplos.
A lo anterior se suma que las posiciones más progresistas, o de modificación del statu quo, suelen ser señaladas como ideológicas mientras que, incomprensiblemente, sus antagónicas no lo son. Subir el salario mínimo, aumentar la inversión pública o reforzar la progresividad fiscal se presentan como decisiones ideológicas, pero congelar el salario mínimo, reducir el gasto público o ahondar en la competitividad fiscal aparecen como decisiones “técnicas”. ¿Acaso el criterio experto solo es necesario para actuar en un sentido?
A esta lógica, la de hacer pasar por “técnicas” decisiones de política económica tan ideológicas como sus antagónicas, han contribuido durante mucho tiempo informes y estudios con credenciales académicas, institucionales o profesionales que, con los altavoces adecuados, han buscado definir una determinada ortodoxia. Los fundamentos teóricos, los modelos y el buen uso de las herramientas del análisis económico son imprescindibles para cimentar cualquier diagnóstico, pero es conveniente que pasen por el filtro de distintas miradas.
En la misma línea, el uso febril de datos económicos en las redes sociales se ha convertido en un arma de desinformación masiva, un fenómeno que parece escapar a cualquier control. Incluso cuando los datos hablan por sí solos, existe una micronesia de lentes distorsionadas dispuestas a convertirlos en alimento del pensamiento más sectario.
Y digo bien, pensamiento sectario, porque el problema de la política económica no está en su carga ideológica, ni en la tensión permanente entre planteamientos conservadores, liberales, socialdemócratas u otros, sino en la falta de honestidad, en la soberbia propia de una parte de la disciplina y en la pereza intelectual. No se trata de tener razón, se trata de tener criterio.
A pesar del estigma que supone, la confrontación ideológica es virtuosa y, en todo caso, preferible al pensamiento desestructurado, a los argumentos de parte falsamente ecuánimes y al tacticismo permanente. También en las instituciones. La mano invisible del mercado hace mejor pareja con la mano bien visible de las ideologías que con la subordinación a intereses no revelados.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Sahara Occidental: Reparto de responsabilidades. [Publicada el 30/08/2008]











El interminable contencioso jurídico-político sobre el Sahara Occidental se vive en Canarias con una especial intensidad emocional. No en vano, el Sahara Occidental ha constituido al menos durante cinco siglos el "hinterland" natural de las islas Canarias, y sus aguas y costas, caladero y refugio de sus pescadores, por citar sólo una de las múltiples actividades que histórica, cultural y económicamente vinculan Canarias con el Sahara Occidental. Una mejor y más inteligente administración del territorio por España podría haberlo convertido en una única entidad jurídico-política, junto con Canarias, dentro del Reino de España, pero eso es ya ficción-política y no vale la pena entretenerse en ello. Sólo lo dejo expuesto como algo que pudo ser y no fue, y que curiosamente, al menos para mí, únicamente reivindica algún grupúsculo independentista que promueve la africanidad "política" (la geográfica no es discutible, pues basta con mirar un mapa) de Canarias y el Sahara Occidental.
El fracaso del mediador y enviado especial del Secretario General de Naciones Unidas para el Sahara Occidental, el diplomático holandés Peter Van Walsum, estaba cantado desde hace tiempo. El periodista Ignacio Cembrero lo hacía explícito en El País el pasado viernes en un artículo titulado "La ONU prescinde del enviado para el Sáhara Occidental", en el que habla del desencuentro cada vez más acentuado entre Ban Ki-moon, Secretario General de Naciones Unidas, y el señor Van Walsum, que han llevado al primero a no renovarle en el cargo de enviado especial. En el mismo número del diario, se publica también el documento que el hasta ahora enviado especial de Naciones Unidas para el Sahara Occidental, Peter Van Walsum: "El largo y complejo problema del Sáhara", ha hecho público exponiendo las razones de su fracaso mediador y las responsabilidades que en ese fracaso han tenido y tienen los actores del contencioso sobre el Sahara Occidental: Marruecos, el Frente Polisario, Naciones Unidas, y España, a la que acusa, en su entrevista a El País del día 8 de agosto, de mentir a su "sociedad civil" sobre la realidad del problema del Sahara Occidental.
Este comentario no es un ensayo jurídico-político. Son, exclusivamente, mis reflexiones como ciudadano español sobre un asunto que me preocupa sobremanera. Dicho esto, y aunque sé que voy contracorriente entre la opinión pública canaria y española, pienso que el señor Peter Van Walsum tiene toda la razón en lo que dice: que el conflicto es insoluble porque ninguna de las partes interesadas tiene el "menor interés" en que se resuelva.
Para mí, y comienzo con el reparto de responsabilidades a las que aludía al comienzo de este comentario, la primera responsable del actual conflicto fue España, o para ser más concretos, el gobierno de Carlos Arias Navarro, que delegó la administración del territorio en 1976 en manos de Marruecos y de Mauritania sin base jurídica alguna para ello. Como en Guinea Ecuatorial, en 1968, el gobierno engañó a españoles y saharauis haciéndoles creer a ambos que eran ciudadanos iguales de un mismo estado. Estaba claro que no era así, que el Sahara, como antes Guinea Ecuatorial e Ifni, no eran "provincias" españolas. Eran meras colonias, y sus ciudadanos, ciudadanos españoles de segunda categoría meramente nominales, aunque a decir verdad, ciudadanos de segunda éramos todos los españoles en esa época.
Respecto al pueblo saharaui, por el que siento un auténtico respeto y admiración, pienso que el monopolio de su representación política por parte del Frente Polisario no es precisamente garantía de un futuro democrático, libre y pacífico. El Frente Polisario se ha hecho con la representación única y exclusiva del pueblo saharaui cuando en realidad no es más que un movimiento político, no "el pueblo saharaui".
Respecto de Marruecos, una monarquía feudal, donde las libertades reales brillan por su ausencia, pienso que se equivoca no admitiendo la posibilidad del referéndum auspiciado por Naciones Unidas. Y lo pienso, precisamente, por las mismas razones que critico al Frente Polisario, por confundir un grupo político con un pueblo entero. Es posible que los primeros sorprendidos por el resultado de un hipotético referéndum de autodeterminación fueran los que lo promueven.
Mi crítica a Naciones Unidas es un reflejo fiel de las reflexiones mismas del señor Van Walsum, así que les ahorro la exposición de las mismas. Les recomiendo su lectura. Estoy seguro que algo comprenderán de las sinrazones de unos y otros para eternizar un conflicto que debería estar resuelto hace mucho tiempo. En todo casa, quiero dejar clara mi apuesta de futuro por un Sahara libre, pacífico y democrático. HArendt












martes, 21 de febrero de 2023

De las reinvenciones de la historia

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Nicolás Sesma, va de las reinvenciones de la historia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










¡A Wikipedia compañer@s!
NICOLÁS SESMA
16 FEB 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La señal de alarma se produjo al salir de clase. Dos alumnas se acercaron a preguntarme por qué las explicaciones sobre las elecciones generales del 16 de febrero de 1936, que dieron como resultado el triunfo del Frente Popular y que hoy se conmemoran, no coincidían con la versión existente en Wikipedia. Efectivamente, a diferencia de la entrada en español sobre la efeméride, detallada, rigurosa y que da cuenta de los distintos libros que se han ocupado del tema, la entrada en francés sobre los últimos comicios libres celebrados en España hasta 1977 solamente cita una fuente: 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.
Esta obra, de la que son autores dos historiadores profesionales, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, fue contestada desde su publicación en 2017. Prestigiosos investigadores, como Enrique Moradiellos y Eduardo González Calleja, señalaron rápidamente las carencias de su metodología, su gusto por seleccionar ejemplos que les convenían e ignorar todos aquellos que los contradecían, así como sus numerosos juicios morales y presentistas. Pero si los usuarios-editores de Wikipedia en España se hicieron eco de estas críticas, en Francia, convertida últimamente en el foco del revisionismo sobre la historia contemporánea española, la entrada sigue inamovible. Y no es la única, un rápido barrido por otras temáticas sensibles presenta la Segunda República como un mero periodo de pre-Guerra Civil.
Lo peor de todo es que, en realidad, bastaría con leer la polémica obra para desmentir esta visión. Sus autores reconocen que la violencia “estorbó, pero no impidió, la competición democrática” y que todas las fuerzas políticas coincidieron en que la “votación se había celebrado correctamente”. Ni siquiera dando por ciertas todas las irregularidades que denuncian se habría modificado el resultado final de las elecciones. La pregunta, entonces, es obvia: ¿por qué titular el libro de manera contradictoria con sus propias conclusiones?
La probable respuesta es que, en el fondo, los resultados de las investigaciones dan igual, lo importante es que los titulares coincidan con tus ideas preconcebidas o con el mensaje político que deseas transmitir. Wikipedia, Twitter y los medios y periodistas que rotulan sin verificar sus fuentes harán el resto. Y una vez se haya instalado el mensaje en el imaginario de tu público, nadie querrá atender a razones, explicaciones ni matizaciones. El relato de la historia es un elemento más de un juego peligroso, construir una serie de antecedentes que sirvan de sustrato previo para poder justificar más fácilmente tus acciones en el presente.
Por supuesto, es una táctica antigua y estos autores no han sido los primeros ni los únicos en utilizar la titulación de manera poco ética y nada profesional. Por citar otro ejemplo reciente. En una buena investigación, los historiadores David Martínez Fiol y Joan Esculies estudiaron detenidamente el caso de los combatientes catalanes voluntarios en los ejércitos aliados durante la Gran Guerra, tradicionalmente cifrados en varios miles por el relato del independentismo, y concluyeron que la documentación disponible apenas permitía hablar de un millar de personas. Sin embargo, editores y autores optaron por titular la obra como 12.000! Els Catalans a la Primera Guerra Mundial, es decir, todo lo contrario de lo que acababan de demostrar. Argumentaron que se trataba de una ironía, pero es un modo de expresión que cotiza muy a la baja en internet.
Sin ironías, la Segunda República fue la primera democracia parlamentaria existente en España. Tuvo muchas deficiencias y problemas, como todos los sistemas democráticos de su tiempo, ninguno de los cuales sería hoy en día considerado una “democracia plena”. A pesar de todo, sus avances fueron decisivos, desde el pleno sufragio femenino a la creación del Tribunal de Garantías Constitucionales, pero sobre todo la verdadera alternancia en el poder. Fue la primera vez que los gobiernos perdieron elecciones legislativas que habían convocado. Aceptar la alternancia, reconocer que tu oponente político es tu adversario, pero no tu enemigo, y que, por lo tanto, puede ocupar el poder legítimamente, es la clave de la convivencia democrática. No fue un aprendizaje fácil. La derecha monárquica se negó a hacerlo e intentó sin éxito un golpe militar en 1932. Buena parte de la izquierda no aceptó perder las elecciones de 1933 e intentó una insurrección en 1934, siendo duramente reprimida y encarcelada por ello. Es exactamente la misma resolución que habrían merecido los protagonistas del golpe de Estado de julio de 1936. Salir de la dicotomía entre amigo y enemigo fue uno de los elementos esenciales de la transición a la democracia, como recordó sin titular ambiguamente la investigadora Paloma Aguilar Fernández.
No por casualidad, poner en cuestión esta tolerancia mutua es una de las principales estrategias de la nueva extrema derecha. Al comenzar su primera campaña presidencial, Donald Trump ya dejó claro que reconocer una posible derrota no entraba en sus previsiones, puso en tela de juicio la legitimidad de las elecciones al optar a la reelección y nunca pronunció un discurso de concesión al abandonar la Casa Blanca. Y otro tanto hizo Jair Bolsonaro, que cuestionó la integridad del proceso electoral en cuanto los sondeos dejaron de sonreírle. Como es bien conocido, los asaltos de sus seguidores a las sedes parlamentarias de Estados Unidos y de Brasil fueron la dramática consecuencia. Como advierten Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en otra obra de título sincero, Cómo mueren las democracias: “Las falsas acusaciones de fraude pueden socavar la confianza de la población en las elecciones y, cuando la ciudadanía no confía en el proceso electoral, puede perder fe en la propia democracia”.


















[ARCHIVO DEL BLOG] La independencia de América. [Publicada el 17/04/2010]









Retomo el asunto de los aniversarios que plantee en mi entrada anterior, "Historia, historiadores y fastos patrios", del pasado día 9. Entre 1810 y 1825 todas las actuales repúblicas hispanoamericanas, excepto Uruguay, Panamá, Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana, se separaron de España. Venezuela hizo el primer intento, fracasado, tal día como el próximo 19 de abril, de hace justamente 200 años.
Dice José Luis Abellán en su libro "Historia crítica del pensamiento español" (pág. 225), citado por mí en la referida entrada, que en cierta ocasión, hablando de las colonias americanas, había escrito el poeta y crítico literario español Luis Cernuda ("Variaciones sobre tema mexicano", Taurus, Madrid, 1977) lo siguiente: "Unas primero, otras después, en brevísimo espacio, todas estas tierras se desprenden de España. Ningún escritor nuestro alude entonces a ello, no ya para deplorarlo, ni siquiera para contarlo... Y como el español nunca dejó pasar sin protestas tormentosas eso que en la convivencia nacional va contra su ser íntimo, si entonces no dijo palabra, ni se echó a la calle, es que nada le iba en ello". Más tarde, continúa Abellán citando a Cernuda, acaba preguntándose: "Pero, ¿cómo conciliar nuestra evidente indiferencia nacional, sino desvío hacia estas tierras, con el esfuerzo realizado y la obra obtenida por los españoles en ellas?". La indiferencia aquí constatada, dice, se convierte en muchos en alegría, cuando llega el momento de la emancipación política. El liberalismo español, afirma, encuentra consecuente con su propia ideología la independencia de aquellos países, siguiendo así la tradición  de esa constante de nuestro pensamiento que hemos llamado reiteradamente "filosofía de la negación de la religión del éxito".
En el proceso [de independencia], dice el profesor Abellán (pág. 227), y a favor del proceso revolucionario, intervendrán tres instituciones cuyo protagonismo resulta imposible ignorar: 1) el "Cabildo", o asamblea municipal, fortaleza del criollismo frente al poder central (virreyes, audiencias e intendentes), en el que no es posible olvidar que los indios tomaron una actitud pasiva, y que son los criollos los verdaderos artífices de la emancipación; 2) La "Junta", que, al igual que las Juntas surgidas en la Península durante la invasión, va a adquirir un protagonismo político de primer orden al romperse la continuidad monárquica del imperio, que queda sin cabeza con la prisión de Fernando VII; y 3) la "sociedad secreta", representada por la logia masónica, que tenía un carácter fundamentalmente político, utilizada por la débil burguesía española como lugar de "conspiración" anticipadora del clásico "pronunciamiento". Hoy no existen dudas, por ejemplo -afirma categórico-, del apoyo que el movimiento liberal de la Península prestó a la insurrección americana en 1820; las tropas sublevadas en el famoso "pronunciamiento"de Riego eran las que estaban acantonadas en Cádiz, esperando ser embarcadas, para aplastar los movimientos insurgentes, con lo que facilitaron así los objetivos de éstos. Por otro lado, añade, la conexión entre los militares "pronunciados" en 1820 y los líderes de la emancipación americana, está también probada, por más que se discuta todavía si las logias a cuyo través mantenían el contacto fuesen o no específicamente masónicas.
A los autores de la Constitución de Cádiz: "La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios". (Art. 1), no les duelen prendas en pronunciarse a favor de la independencia. Así -cita Abellán-, Flórez Estrada, uno de sus redactores llega a decir que si "por accidente imprevisto no se formula una Constitución tal que conviniese a los americanos, entonces éstos se hallaran en el caso de deber separarse de los españoles". Esta generosidad en el planteamiento, sigue Abellán (pág. 238-239) nos confirma en la idea de que estos autores (intelectuales liberales) resultan muy expresivos de eso que venimos llamando filosofía de la negación de la religión del éxito", liberalismo que, en cualquier caso, continúa diciendo, representaba una ruptura con la concepción del Imperio católico-militar, vinculado a los intereses estamentales del Antiguo Régimen, y el paso a una visión pragmático-mercantilista, en que -al socaire de una cierta autonomía política y económica- se mantenía el vínculo monárquico que, al tiempo que preservaba la unidad imperial, protegía los intereses comerciales y financieros de las nuevas clases ascendentes.
El capítulo IX del libro, titulado "Liberalismo y descolonización: el problema americano" (págs. 225-243), lo cierra el profesor Abellán con estas palabras que comparto plenamente: "Las conclusiones, pues, nos parecen claras. El liberalismo español puso las bases de la descolonización de los países hispanoamericanos, en varias ocasiones contribuyó a ello y, cuando vio que era imposible compaginar la libertad en ambos hemisferios, prefirió la del nuevo continente. Estas afirmaciones, dice, creemos que han quedado suficientemente demostradas en este capítulo y, con ello, creo también que hemos dado pruebas de como liberalismo y descolonización van unidos en el pensamiento español del siglo XIX".
A esta alturas, dos siglos después, la intención de este comentario no debería levantar sospecha alguna de justificación de nada ni de nadie, sino dejar constancia de un hecho que los historiadores de hoy ya no ponen en duda: las guerras de independencia de la América española fueron guerras de liberación, sí, pero también guerras civiles entre españoles de ambas orillas del Atlántico con concepciones políticas diferentes, pero españoles todos.
De las últimas 11000 visitas recibidas por este blog, alrededor de unas 3500 han sido realizadas por hispanoamericanos y desde Hispanoamérica. Me gustaría invitarles a un debate libre y abierto, no conmigo particularmente claro está, sino entre todos los hispanos de "ambos hemisferios", sobre lo que significó y significa hoy para nosotros hispanoamérica. Mi blog está a su disposición. 
Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt


















lunes, 20 de febrero de 2023

De las becas

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz Martes de Carnaval. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Coradino Vega, va de las becas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








Los nuevos privilegios
CORADINO VEGA
15 FEB 2023 - ​El País​
​harendt.blogspot.com

Puede que La forja de un rebelde sea una de las fuentes más pertinaces para comprender el funcionamiento de este país a principios de siglo XX. En su novela autobiográfica, Arturo Barea contaba muy bien cómo tuvo acceso a la educación gracias a sus tíos, puesto que él era huérfano de padre e hijo de una lavandera; cómo en el colegio religioso al que fue, incluso dentro del privilegio que suponía ir a la escuela, quedaba claro quién provenía de una familia de dinero y quién no, lo que le hizo comprender pronto en qué consistían las clases sociales; cómo, años más tarde, cuando tuvo que hacer el servicio militar en Marruecos, los hijos de las capas pudientes se libraban de lo peor del Ejército pagando su exención o un destino fuera de peligro. Por medio de su trilogía, Barea, de quien William Chislett acaba de rescatar dos textos inéditos, trató de explicar cuál fue la ruta de una generación que, poco tiempo después, acabaría protagonizando una guerra tras el intento de corregir esa desigualdad de base por parte de la II República.
La dictadura resultante de la contienda a la que Barea dedicó el tercer volumen de La forja de un rebelde propició una regresión absoluta en materia educativa. Y no sería hasta la década final del franquismo cuando los hijos de las familias trabajadoras pudieron ir poco a poco entrando en un sistema de promoción por medio del estudio, aun cuando sus peldaños iniciales siguieran estando controlados esencialmente por la Iglesia. La democracia apuntaló esa apertura a través de la ampliación de becas y centros de titularidad pública. Sin embargo, más que una forma de garantizar la gratuidad de la educación en aquellos enclaves donde el Estado no pudiera ofrecerla, que ha sido el argumento esgrimido hasta hace muy poco, el modelo de conciertos diseñado por el primer Gobierno socialista, y jamás puesto en duda por ninguno de los Ejecutivos que lo sucedieron, obedeció más bien a un pacto de paz social entre las dos grandes fuerzas ideológicas que, en el terreno de la educación, se hacen más visibles que en otros asuntos.
Ese acuerdo implícito, no obstante, ha sido a menudo contestado por una de las partes: aquella que no ha visto amenazados sus privilegios de selección sin faltarle en ningún momento la subvención estatal, por no hablar del profesorado que imparte Religión en la enseñanza pública y cobra como un funcionario, aunque su puesto sea designado de forma arbitraria por el obispado. Desde una mentalidad laica, moderna y republicana en un sentido francés, este modelo de enseñanza concertada y confesional solo podría ser convalidado con el tiempo si se asume que, durante el periodo que va de la década de los sesenta a finales de la de los noventa, en España existió un sistema de promoción meritocrático entendido desde un punto de vista socialdemócrata. Por primera vez en la historia española, hijos de obreros, campesinos y amas de casa pudieron optar sin más trabas que las de su propio esfuerzo a carreras universitarias que les permitieron vivir significativamente mejor que sus padres.
Sin embargo, ese paradigma comenzó a resquebrajarse con el cambio de siglo y acabó implosionando con la crisis económica de 2008. La universidad empezó a deslizarse, de forma más o menos encubierta, hacia el negocio privado. Por su parte, en la enseñanza primaria y secundaria, la práctica totalidad de comunidades autónomas recortaron recursos y profesorado, y permitieron un número de alumnos por clase mucho más alto que el recomendado. Ahora, del mismo modo que parece que no hemos aprendido de la pandemia en la gestión del ámbito sanitario, ante el descenso de la natalidad, la Junta de Andalucía ha preferido suprimir el impuesto de patrimonio, desgravar las clases particulares y cerrar líneas en los colegios públicos, en vez de bajar sus ratios. Mientras, como explicó perfectamente en estas páginas María Fernández Mellizo-Soto, Madrid ha decidido relegar del todo la escuela pública a un papel residual, concebida como red de atención básica de clases bajas, familias inmigrantes y niños con dificultades: el último episodio es la concesión gratis de parcelas públicas para construir más colegios privados concertados.
El Gobierno autonómico de Madrid se ha empeñado en llevar a la práctica el sueño marxista de la solidaridad de clase, solo que de las clases altas y no del proletariado. Las becas a las familias de renta holgada para que sus hijos puedan estudiar la enseñanza postobligatoria en un colegio privado suponen un nuevo privilegio para los viejos privilegiados con los que se topó Barea: los ricos y la élite de la Residencia de Estudiantes. Con el sistema actual de acceso a la universidad, que premia más la trayectoria del alumnado en el bachillerato que la prueba de selectividad, las plazas de las universidades públicas más demandadas —que en España son las que tienen verdadero prestigio— están siendo copadas en su mayoría por quienes proceden de la escuela privada y concertada. Por mucho que los informes demuestren que los bachilleres de la pública aprueban más en primero de carrera, según ha informado Elisa Silió, las notas que se ponen en los colegios de pago son tan altas en los dos últimos años de instituto que los alumnos que vienen de la pública no pueden competir en pie de igualdad con la privada.
Ese es el nuevo privilegio que implican las subvenciones del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. Ese es el negocio. Esa es la trampa de la meritocracia de la que habla César Rendueles, y que ni la nueva ley de educación ni la reforma prevista de la prueba de la selectividad han querido valorar a fondo. Porque de poco sirve sopesar un cambio ambicioso de lo que se debe impartir, así como la forma en que ha de ser evaluado, si las condiciones previas están marcadas y determinan de manera tan rotunda el futuro. Al margen de la pauperización de su profesorado, una de las razones por las que Portugal mejoró no hace mucho en todas las pruebas educativas internacionales fue la importante reducción de los conciertos que llevó a la práctica el exministro Tiago Brandão Rodrigues, quien dejó su puesto de profesor en la Universidad de Cambridge para ocupar ese cargo. Allí probablemente conocería a los chums a los que se refiere en su libro homónimo Simon Kuper, la élite tory privilegiada e irresponsable que, con una visión nostálgica y exclusivista del Reino Unido, acabó llevándolo al precipicio del Brexit.
Y esa es también nuestra encrucijada. Optar por becar a las clases altas y no inspeccionar exhaustivamente las notas del colegio al que se paga fomenta la pervivencia de un señoritismo acostumbrado a servirse de la ley para su propio beneficio. Optar por poner sobre la mesa el debate de la escuela concertada, como hizo Brandão Rodrigues, y diseñar un modelo de acceso a la universidad que no premie por homologación a quien más que merecerlo hace uso de su estatus, corregiría en algo las desigualdades que provocan que la meritocracia solo pueda ser invocada por quienes parten con ventaja: los beneficiarios de los nuevos privilegios que, en el fondo, son los privilegiados de siempre.























[ARCHIVO DEL BLOG] La hora de las provincias [Publicada el 25/07/2008]











Hace unos días escribí en el blog sobre el lenguaje de los políticos y aunque siempre hay excepciones a la regla general, la verdad es que suelen hablar mucho, con muchos circunloquios, para al final no decir nada. Los filósofos también resultan difíciles de entender a menudo, con una diferencia, la de que utilizan un lenguaje sumamente críptico, sólo para iniciados o miembros de la tribu filosofal, que se compadece muy poco con el del común de los mortales. No siempre es así: Bertrand Russell y Ortega, por ejemplo, pueden leerse con facilidad por la precisión, elegancia y belleza de su lenguaje. Ambos escribieron de política y participaron activamente en la de su tiempo. También lo hizo mi querida y admirada Hannah Arendt, pero como dice su biógrafa, Laura Adler ("Hannah Arendt", Destino, Barcelona, 2006): "ella, que durante un tiempo ha flirteado con el compromiso en la acción política, se aleja definitivamente de la misma. Desde ahora considera que no está hecha para eso: demasiado emotiva, demasiado a flor de piel, no es lo bastante estratega y se inclina demasiado por la verdad". Sí, es difícil compatibilizar filosofía, acción política y verdad sin acabar pringándose... ¿No cree, Sr. Savater?
Años atrás, durante el proceso de traslado de la biblioteca familiar de Las Palmas a Maspalomas, un poco en broma y como para tentar al destino -lo mismo hace uno de los personajes de "Los amantes encuadernados" (Espasa-Calpe, Madrid, 1997), de Jaime de Armiñan- fui guardando al azar dentro de mis libros fotos, cartas, postales, escritos personales, artículos de prensa... Espero que mis nietos se diviertan encontrándolos y recopilándolos, o echándolos a la hoguera, como hacía Pepe Carvalho, el detective protagonista de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán.
Resultó una auténtica sorpresa encontrar hace muy pocos días, hojeando uno de esos libros, un artículo de prensa, ya amarillo por el paso del tiempo, titulado "El derecho fundamental del pueblo canario", publicado en el periódico El Eco de Canarias, de Las Palmas, el 9 de marzo de 1977, y escrito por un Néstor David Ramírez, que reivindicaba, siguiendo el pensamiento de Ortega en su "España invertebrada" (1921), la exigencia para nosotros, "como canarios, de las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los restantes pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en una España libre, justa y democrática será posible la existencia de un pueblo canario libre, justo, democrático, pacífico y orgulloso". Salvo algunas expresiones un poco ampulosas, propias de la época y el momento, lo suscribo totalmente.
Las casualidades no existen, pero como las meigas, haberlas, haylas...Así que, no es de extrañar que ayer, 24 de julio, El País publicase un artículo del notario catalán Juan-José López Burniol, miembro de la asociación cívico-política "Ciutadans pel canvi", titulado "La rebelión de las provincias", que reivindica igualmente a Ortega para defender que "la dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como 'la redención de las provincias', es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España". Un brillante y crítico comentario contra los que aún parecen no entender que la rebelión de las provincias no sólo es inevitable sino absolutamente justa. Me ha parecido interesante contraponer ambos textos, separados por treinta y un años y muchas cosas más, y reproducirlos a continuación. ¡Ah, por cierto!, se me olvidaba decir que Néstor David Ramírez era uno de los seudónimos que utilizaba HArendt en sus escritos políticos de esa época... No voy a rebuscar más textos antiguos entre mis libros; que el Azar y la Fortuna decidan el mañana... HArendt