viernes, 17 de febrero de 2023

[ARCHIVO DE BLOG] Liderazgos. [Publicada el 15/06/2009]












Hace unos días leía un artículo en El País sobre liderazgos. Se titulaba "Liderazgos en nuestros tiempos", y estaba escrito por José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard. Lo primero que se me ocurrió fue acudir a la definición de "liderazgo" del Diccionario de la Real Academia Española, que en su versión electrónica, la presenta como voz enmendada para la próxima edición, la vigésimo tercera, con las acepciones de:
1. m. Condición de líder.
2. m. Ejercicio de sus actividades.
3. m. Situación de superioridad en que se halla una institución u organización, un producto o un sector económico, dentro de su ámbito.
Como el artículo de José Luis Álvarez tiene claras connotaciones políticas, me quedo con las acepciones primera y segunda y busco de nuevo la definición académica de "líder" y me encuentro con otras tres acepciones, de las que sólo me interesan las dos primeras:
(Del ingl. leader, guía).
1. com. Persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora.
2. com. Persona o equipo que va a la cabeza de una competición deportiva.
3. com. Construido en aposición, indica que lo designado va en cabeza entre los de su clase.
Ya puestos, me asomo al "Thesaurus. Gran Sopena de Sinónimos y Asociación de Ideas", de David Ortega Cavero (Ramón Sopena, Barcelona, 1987), que me da, entre otros, los siguientes sinónimos de "líder": jefe, superior, director, mayor, amo, cabeza, jerarca, prepósito, capataz, presidente, caudillo, prócer, patricarca, jerifalte, abanderado, mandón, importante, capitán, portavoz, primate...
Y no se muy bien porqué, me quedo con la impresión de que todos esas acepciones tienen en mayor o menor grado connotaciones negativas, o al menos peyorativas. ¿Será por qué casi todas son aplicables a los responsables políticos, y esa negatividad es la percepción mayoritaria de la ciudadanía española y europea? Si tomamos como termómetro de nuestra valoración de la clase política la reciente respuesta ciudadana en las elecciones al Parlamento europeo, yo me atrevería a decir que sí.
El artículo que comento de José Luis Álvarez se centra específicamente en un análisis histórico de las cualidades de liderazgo de los cinco presidentes del gobierno que hemos tenido en España desde la aprobación de la Constitución de 1978: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, en el que incluye al actual líder de la oposición, Mariano Rajoy.
El articulista en cuestión establece dos tipos de liderazgo político (el transformacional y el transaccional) y encuadra a cada uno de los líderes citados en uno u otro tipo de liderazgo explicando el por qué de ese encuadramiento.
No voy a opinar sobre ese encuadramiento, que me parece tan subjetivo como cualquier otro, pero que encuentro sumamente interesante. La cuestión, para mi, es que tipo de liderazgo es mejor para la ciudadanía, y ahí, reconozco que me pierdo de nuevo. Personalmente, en circunstancias políticas "normales" (no me pregunten que considero "normal" en política porque la liaríamos de nuevo), prefiero el liderazgo transaccional, a lo Calvo-Sotelo. En circunstancias "excepcionales" (¿estamos ahora en una de ellas?, prefiero pensar que no, y clasificarla como "complicada") optaría por un liderazgo transformacional, como el que significó, al menos para mi, el de Adolfo Suárez, hasta el momento de la aprobación de la Constitución.
El artículo que comento apareció publicado el pasado día 11 en las páginas de Opinión (lo reproduzco más adelante) y no se si por casualidad (es la penúltima pregunta que me hago hoy: ¿existen las casualidades en política?) en el día de ayer la revista Domingo publica dos extensos e interesantes reportajes de mi paisano, el periodista y escritor Juan Cruz, sobre la persona de Adolfo Suárez: uno, centrado en su ascenso al poder, en 1976, aupado por una hábil estratagema del presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda, con la complicidad del Rey; el otro, mucho más intimista, sobre su situación de enfermo de alzheimer, y su vida actual retirada de todo ámbito público, junto a su familia. Los reproduzco también más adelante.
Y termino con una última pregunta que les hago y que me hago a mi mismo: ¿existe hoy algún líder real o potencial en la escena política española y europea? Tengo la impresión de que no, pero, en fin, ustedes dirán...
Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 16 de febrero de 2023

Del nuevo mapa geoestratégico de Europa

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador Luuk van Middelaar, va del nuevo mapa geoestratégico de Europa. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









El nuevo mapa estratégico de Europa, un año después de la invasión de Ucrania
LUUK VAN MIDDELAAR
12 FEB 2023 - El País
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Un año después de la invasión rusa, el mapa estratégico de Europa está cambiando. Las fronteras están endureciéndose. El poder se desplaza hacia el Este. Esta dinámica crea malestar en la pareja francoalemana, pero desde luego también abre un espacio nuevo para países clave como España.
Para comprender lo que está pasando, hay que distanciarse de la imagen de las decisiones inmediatas de los dirigentes, Parlamentos y sociedades de toda la UE desde aquel fatídico 24 de febrero: las sanciones, las entregas de armas, los precios de la energía, la inflación. En lugar de ello, intentemos hacernos una idea del momento histórico.
El año 2022 debe ser visto como una especie de “mini 1989″. La invasión es la mayor sacudida geoestratégica en el continente europeo desde la caída del muro de Berlín. Las realidades y las relaciones están cambiando. El canciller alemán Olaf Scholz tenía razón cuando habló de un Zeitenwende, un cambio de época. Estamos entrando en una nueva era.
Todo empezó con una gran conmoción. La guerra no es algo que esté pasando lejos, sino aquí al lado. Es una guerra terrestre que se desarrolla aquí, en nuestro continente. Por supuesto, la conmoción se sintió con más fuerza en Europa Central y del Este, incluida Alemania, que en los países de la costa atlántica, como España, Francia o Países Bajos, donde también se sintió de manera amplia.
Rusia se convierte en un enemigo contra el que debemos defendernos. Observemos las decisiones sobre el aumento del gasto en defensa. El primer cambio fundamental que produce la invasión es dónde estamos hoy, como Europa: al oeste de Rusia. Rusia ha tenido desde el siglo XVII una tentación occidental-europea y otra oriental-asiática. Al leer las novelas de Tolstói y Dostoievski, uno encuentra de manera recurrente conversaciones sobre la identidad del país.
Sin embargo, hoy, Rusia no es Europa. La Rusia de Vladímir Putin ha abandonado la familia de las naciones europeas. Un símbolo inequívoco, en marzo del año pasado, fue la retirada (y al mismo tiempo la expulsión) de Rusia del Consejo de Europa, el organismo que se ocupa de los derechos humanos y la democracia. Moscú ha dejado el espacio de los valores comunes.
Por el contrario, la mayoría de los europeos están de acuerdo en que Ucrania es Europa. Este es el argumento que el presidente Volodímir Zelenski ha defendido sin descanso y con maestría, incluido en su reciente visita a Londres, París y Bruselas.
Un segundo cambio espacial, directamente relacionado, es el endurecimiento de las fronteras. Ha vuelto a surgir una línea clara de demarcación que atraviesa al continente, como un nuevo telón de acero, desde el Báltico hasta el mar Negro. Ha dejado de haber espacio conceptual para “neutralidad”, “no alineación” y “zonas neutrales”. La petición de Finlandia y Suecia de ingresar en la OTAN es un claro síntoma de este cambio. De la misma manera que la idea de que Ucrania pudiera ser un Estado neutral —una noción que aún podía defenderse en enero de 2022— ya no sea viable.
¿Cómo hacer sitio a Ucrania de este lado de la nueva frontera endurecida? Después de algunas vacilaciones iniciales, los dirigentes europeos han ofrecido dos respuestas.
En primer lugar, otorgando a Ucrania la condición de país candidato a la Unión Europea, una decisión que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y sus 26 colegas tomaron en la cumbre de la UE de junio del año pasado. Esta medida era impensable hace un año. La reciente visita de la Comisión Europea a Kiev demostró la seriedad de la UE. Ahora bien, aunque el Gobierno ucranio tiene prisa, porque se juega su existencia, sabemos que esto tomará tiempo.
De ahí la segunda respuesta para dar forma a la nueva realidad estratégica: instituir una Comunidad Política Europea que exhiba la unidad de “la familia europea” en su conjunto. A la primera cumbre de esta nueva entidad en Praga, el pasado mes de octubre, asistieron en total 44 líderes, los 27 de la UE y también, entre otros, los primeros ministros de Reino Unido, Noruega y Suiza, el presidente de Turquía y, por supuesto, el presidente Zelenski, aunque en una comparecencia por vídeo. La foto de esta cumbre transmitió a Putin y al mundo el crucial mensaje de que los Estados europeos están unidos. Todas las miradas estarán puestas en España cuando acoja la tercera cumbre, en octubre de 2023, en la Alhambra.
También dentro de la familia de la UE propiamente dicha, la sacudida bélica ha alterado muchos equilibrios. “Europa se mueve hacia el Este”, dijo el canciller alemán Scholz en un importante discurso pronunciado en Praga el verano pasado. Una frase aparentemente inocente con profundas consecuencias.
Para empezar, desde la invasión rusa, las voces de los europeos del Este se han hecho oír con más fuerza en los debates públicos y en las reuniones de la UE y la OTAN. En especial, los polacos y los bálticos se sienten reivindicados. Hacía mucho tiempo que ellos advertían sobre la agresiva actitud de Rusia y la necesidad de armarse contra ella, que ellos calificaban de ingenua la política energética de Alemania, que ellos hacían todo lo posible para que Ucrania se incorporara a la familia. Hasta el 24 de febrero, era fácil descartar esas advertencias tildándolas de mera obsesión emocional con Rusia. Ya no más. La invasión dejó a Berlín y París “sin habla y paralizados”, dijo un analista de defensa. Europa del Este ganó voz política y moral. Y con consecuencias muy concretas, como, por ejemplo, más rapidez en la entrega de armas a Ucrania. Para estos países, la suerte de Ucrania es el reflejo de su propia escapatoria del yugo de Moscú.
No es que ahora, de repente, Polonia y Estonia decidan todo. La agenda de Bruselas no es solo Rusia y defensa. El mercado interior, el euro, la industria, la migración: en esos ámbitos cuenta el peso económico y demográfico de todos. Y ese peso sigue estando en el oeste y el sur del continente. Alemania, Francia, Italia y España, en total, suman más de 250 millones de habitantes y Polonia (38 millones) y Rumania (19 millones) están por detrás. Es decir, no ha disminuido la importancia de los cuatro grandes.
En los últimos tiempos se ha prestado mucha atención a la relación franco-alemana, un “matrimonio de conveniencia” que está claramente atravesando una etapa difícil. Desde la guerra, muchas de las decisiones más cruciales tienen que ver con la defensa y la energía. En estos dos terrenos, las ideas y los intereses de Francia y Alemania son muy diferentes. ¿Hay que comprar más armas en Estados Unidos (Berlín) o estimular la industria de defensa en Europa, lo que en la práctica suele beneficiar a Francia (París)? ¿Son las centrales nucleares una peligrosa fuente de residuos (Berlín, sobre todo Los Verdes) o una valiosa fuente de energía baja en emisiones de CO₂ (París)? Todos ellos son motivos para agrias discusiones.
Aun así, coincidiendo con su 60º aniversario de boda, celebrado solemnemente en París el mes pasado, Francia y Alemania lograron encontrar un camino común para avanzar. No en materia de defensa ni de endeudamiento común, sino en industria y energía verde. La producción de hidrógeno a gran escala, los nuevos gasoductos, una red eléctrica continental, es decir, las energías limpias, son los asuntos en los que quieren trabajar París y Berlín. En tiempos de cambio climático y guerra, ese es el proyecto de futuro.
Ahí hay otra oportunidad para España y los socios del Sur. También en materia energética la guerra está trastocando el mapa de Europa. Con la interrupción del gas ruso procedente del Este, la posición meridional se convierte de pronto en una nueva fuerza: producción de hidrógeno a partir de la energía solar, importaciones del norte de África y Latinoamérica, ajetreadas terminales de gas natural licuado desde Barcelona hasta Sines, sin olvidar la extraordinaria capacidad de regasificación de España.
En definitiva, en el nuevo mapa de Europa, mientras que el Este está a la vanguardia en la defensa, el Sur está en el centro de la transición energética. Conviene seguir observando este doble desplazamiento del poder, ahora que la guerra de Ucrania, trágicamente, va a iniciar su segundo año.






















[ARCHIVO DEL BLOG] Sexo, ciencia y educación. [Publicada el 06/04/2009]














¿Recuerdan ustedes la escena de "Annie Hall" o "Manhattan", no estoy seguro de en cuál de ellas, en la que Diane Keaton le pregunta a Woody Allen: "¿Tú es que no piensas nada más que en el sexo?"; la inocente respuesta de éste resulta antológica: "¡Ah!, ¿pero es que hay alguna otra cosa?". Lo cuento porque a pesar de la movidita semana que llevamos: Cumbre del G-20 en Londres, reunión de la OTAN en Estrasburgo, encuentro Obama-Zapatero en Praga, Alianza de Civilizaciones en Estambul, situación económica en el mundo, y crisis de gobierno en España (de mi tierra, Canarias, mejor corremos un tupido velo), un servidor, como la Keaton, se niega a entrar en el juego y no quiere hablar de política y, menos aún, de economía. Les remito a la lectura de lo escrito por los supuestamente entendidos en ambas materias, que no por casualidad, suelen ser los que más notoriamente patinan en sus predicciones. Me gustaría comentarles varios artículos leídos en estos días sobre ciencia, educación y sexo. Sobre ciencia escribió en su blog un interesante artículo el escritor, divulgador científico y ex-ministro, Eduardo Punset, titulado "El Universo más allá del Big Bang", que comienza con esta reflexión: "El gran divulgador científico y astrónomo Carl Sagan murió de tristeza –dicen las buenas lenguas– al descubrir que no había rastro de vida en el universo, salvo la nuestra en el planeta Tierra. Estábamos solos y no podríamos jamás compartir con otros nuestras vivencias. Es más, no sabríamos nunca lo que realmente somos, puesto que al ser el único ejemplo de vida en el universo no íbamos a poder compararnos con masas y con lo que llamamos constantes de la naturaleza distintas de las nuestras. Al no poder compararnos con otras formas de vida, es imposible definirnos a nosotros mismos". Hay más cosas interesantes en el comentario de Punset, por ejemplo, la pregunta sobre que hacía Dios, de existir, antes del Big-Bang... O los nuevos descubrimientos científicos que nos hablan de la cada vez más probable existencia de universos paralelos similares al nuestro. Les animo a leerlo pinchando en el enlace anterior. De televisión y educación, leo en otro blog, esta vez el de la escritora y periodista Rosa María Artal, otro ácido comentario titulado: "España, la mala educación", en el que, nosotros los españoles, no quedamos precisamente muy bien parados en materias tales como educación cívica, cultura, lectura de prensa y consumo de horas televisivas. Duele, porque nos mete el dedo en el ojo, pero es instructivo. Se lo aconsejo. Por último, en la revista Babelia del pasado 7 de marzo, escribían sobre sexo, erotismo y pornografía, Andreu Martín ("Malos tiempos para la erótica") y Ramón Reboiras ("Planeta Eros"), sendos reportajes que reproduzco más adelante. He recordado haberlos leído, casi un mes después, porque el viernes pasado recalé accidentalmente, zapineando, en la porno semanal de Canal Plus, comprobando una vez más lo tremendamente aburrida que es la pornografía cinematográfica en contraposición a la literatura erótica. De la primera habla en su artículo Andreu Martín que se formula una pregunta ya tópica: ¿Que diferencia hay entre erotismo y pornografía?. Él da varias respuestas, todas interesantes, que comparto. La mía es simplemente, el buen gusto, que en cine es difícilmente perceptible pero no imposible de plasmar. Por ejemplo, el polvo entre Victoria Abril y Antonio Banderas en "Átame", o la sodomización de Kathleen Turner por William Hurt en "Fuego en el cuerpo", tienen una carga de sensualidad que nunca podrá alcanzar una película porno por mucha pila "Duracell" que le pongan en la polla al galán de turno. La literatura erótica es algo bien distinto, pues la expresión escrita permite matices (¡la diferencia siempre está en los matices!) que lo meramente visual no hace posible. El artículo de Reboiras hace referencia a ellos y al impagable papel de la editorial Tusquets con su colección de novelas "La Sonrisa Vertical". De ella, recuerdo dos títulos, para mi, imborrables: "Emmanuelle", de la escritora francesa Emmanuelle Arsan, quizá la mejor novela erótica de la historia, y "Las edades de Lulú", de la escritora española Almudena Grandes, obra primeriza e inolvidable de su gran autora. Ambas llevadas al cine con éxito muy desigual e inferior a sus novelas homónimas, historias escritas por mujeres y sobre mujeres... Se las recomiendo; seguro que las disfrutan. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt



















miércoles, 15 de febrero de 2023

De los críticos literarios

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del crítico literario Rafael Narbona, va de su oficio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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¿Para qué sirve un crítico literario?
RAFAEL NARBONA
10 FEB 2023 - Revista de Libros
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Las preguntas contundentes merecen respuestas contundentes, pero en este caso no es posible. Si adoptamos la lógica del beneficio, que no extiende su mirada más allá de los resultados materiales, la respuesta es muy sencilla. Un crítico literario no sirve para nada. Desde hace tiempo, la opinión de los críticos ya no incide en las ventas, la consagración o la defenestración de un autor. En España, el último crítico verdaderamente influyente fue Rafael Conte. Después, ha habido otros nombres que merecen mencionarse, como Miguel García-Posada, Santos Sanz Villanueva, Ignacio Echevarría o José María Guelbenzu, que además ha escrito excelentes novelas, pero ninguno ha disfrutado de ese poder que en otro tiempo caracterizó a las grandes figuras de la crítica. No es que sean inferiores a sus predecesores. No es un problema de excelencia, sino de decadencia. Desde los noventa, la civilización del espectáculo ha actuado como un devastador agente de erosión que ha obligado a la cultura a retroceder hasta bordear la irrelevancia. En las páginas de esta revista escribió Martín Schifino, un crítico extraordinario, pero hace tiempo que abandonó el oficio porque advirtió su inutilidad. ¿Por qué seguir escribiendo reseñas cuando ya no ejercen ninguna influencia? ¿No es tan absurdo como pasearse con un bombín por la Gran Vía?
No voy a ocultar que me gustan los bombines. Al actor Patrick Macnee le quedaban de maravilla en Los Vengadores, la estupenda serie británica de los sesenta, pero si alguien cometiera hoy la imprudencia de rescatar esa prenda, solo provocaría irrisión. Algo semejante sucede con los críticos literarios. Solo damos risa. Por cierto, cabe preguntarse quién puede arrogarse esa condición. No hay títulos universitarios ni másteres que acrediten la capacidad de enjuiciar una obra con el rigor necesario. Yo llevo veintidós años escribiendo reseñas en distintos medios, todos bastante conocidos. Imagino que eso me convierte en crítico, pero no me salva de ser un cachivache inservible y anacrónico. Cada vez que escribo una reseña, tengo la impresión de pasear en público con un bombín como los de Patrick Macnee, pero ya ni siquiera suscito burlas. Simplemente, me he vuelto invisible. Me temo que mis colegas comparten ese destino, aparentemente amargo, pero quizás no tan desafortunado. Ser invisible era la máxima aspiración de algunos estoicos, según los cuales solo vive bien el que sabe ocultarse.
Julio Camba soñaba con no ser nada. Los críticos literarios ya lo han logrado. No son nada, una simple pompa de jabón que dibuja una pirueta en el aire y estalla sin dejar ninguna huella. Sin embargo, son necesarios, como los buenos modales, el humor exento de malicia, las lámparas Tiffany, una corbata con un bonito estampado o la seriedad, cuando esta es realmente necesaria y no simple afectación que encubre una pavorosa inanidad. Cuando está bien escrita y se basa en razonamientos precisos, la crítica literaria se convierte en un género más. Aporta belleza y refinamiento. Pienso en los textos de Octavio Paz sobre Pessoa, Rubén Darío o Cernuda. O en los ensayos de Pedro Salinas. Algunos objetarán que se trata de piezas de otra naturaleza, pero realmente son ejercicios de crítica literaria. Eso sí, sin las limitaciones de la prensa, que exige al crítico trabajar con rapidez y no extenderse más allá del espacio disponible. Borges ejerció la crítica literaria y nos dejó análisis memorables sobre Whitman, Chesterton, Quevedo, Oscar Wilde, H. G. Wells o la poesía gauchesca. Esos textos corroboran su teoría de que el crítico puede ser un «creador» y la crítica un «hecho creativo».
¿Por qué seguir escribiendo crítica literaria, si ya nadie le presta atención? Quizás por la misma razón que los monjes de la orden de San Benito se dedicaron a preservar el saber de la Antigüedad durante los siglos posteriores a la caída de Roma. Alguien debe ocuparse de separar el grano de la paja. Se publica mucho, cada vez más, pero escasean las obras ambiciosas. No tengo nada contra el arte menor. Suelo releer las novelas de Enid Blyton, quizás porque echo de menos mi niñez, cuando una nueva aventura de los cinco representaba un acontecimiento. Sin embargo, creo que la distinción entre alta y baja cultura es necesaria. Hay una distancia sideral entre Blyton y Dostoievski. Eso sí, a veces se menosprecia injustamente a algunos escritores, como sucedió durante mucho tiempo con Robert Louis Stevenson, rebajado a simple autor de novela infantil y juvenil. Gracias a Borges y otros escritores que practicaron la crítica literaria, como Chesterton, Stevenson ocupa hoy el lugar que le corresponde. Ya nadie cuestiona que es uno de los grandes narradores del XIX. La crítica literaria pone las cosas en su sitio. Esa es su misión y no es una misión baladí.
Quizás el aspecto más antipático de la crítica literaria sea su compromiso de enjuiciar obras ajenas. Soy un firme defensor de la cortesía, pero creo que un crítico está abocado a obrar con cierta brutalidad. Sus juicios no deben formar parte de las estrategias de marketing. Si algo es mediocre o afectado, debe señalarlo, aunque eso le cueste un disgusto. En el terreno de la crítica cinematográfica, aún se practica esa actitud. Por ejemplo, Carlos Boyero no tiene pelos en la lengua. Uno de los críticos literarios que he mencionado tampoco los tenía, pero su sinceridad le costó un despido fulminante.
Los críticos deben imitar a Sócrates. Es decir, deben ser tan molestos como un tábano. Tal vez eso les devolvería algo de prestigio. O no. ¿Quién sabe? Yo seguiré escribiendo reseñas. No sé cuánto tiempo. Depende de muchas cosas. Aprecio cierta fatiga, pero me hace ilusión pensar que mi trabajo está tan demodé como una corbata de lazo. Todo lo que merece la pena es perfectamente inútil.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Mayo del 68. [Publicada el 02/06/2008]









¿Cuarenta años son mucho tiempo? Supongo que depende del punto de vista del observador... A mi se me han pasado volando. Lluís Bassets, subdirector de El País y responsable de su sección de Internacional recuerda en su blog "Del alfiler al elefante", lo que significó Mayo del 68 para él y para su generación, que es la mía, en un artículo titulado Después de Mayo. Yo tenía que ser un poco raro en aquel entonces, porque recuerdo que leí a Marcuse con interés y me aburrí soberanamente... Y también a Mao (me leí el "Libro Rojo" de arriba a abajo), que encontré tan esotérico como el "Camino", de monseñor Escrivá, que también leí. Me ilusioné y lloré con el trágico final de la Primavera de Praga. Y me desesperé con la matanza de Tlatelolco en Ciudad de México... En octubre de ese año nació mi primera hija y 1968 pasó también a formar parte de mi historia personal en letra grande.. Dice ahora monsieur Sarkozy que hay que acabar con la herencia de Mayo del 68... No creo que pueda. Además, a pesar de su precocidad en muchos aspectos, él tenía en aquel entonces 13 años; no da la impresión de que hable con conocimiento de causa... Sean felices. HArendt













martes, 14 de febrero de 2023

Del esperpento

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va del esperpento. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.

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Novela negra y esperpento de 1981
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
11 FEB 2023 - El País

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Tal vez la incertidumbre permanente en que vivíamos hace que el recuerdo sea todavía más borroso, como una de esas fotos movidas de colores dudosos que hacían las cámaras de entonces. Son los colores de 1981, de las vísperas del verano, cuando el susto del 23 de febrero se iba quedando lejos pero no se atenuaba, porque no faltaban ni un día las sospechas inquietantes de un nuevo golpe militar, y parecía que el país entero estaba desmoronándose, que no había sosiego en nada, ni en la política ni en la vida cotidiana, sino un sinvivir continuo, alimentado por la saña criminal de los terroristas de diverso pelaje, cada grupo con sus siglas siniestras, todos empeñados en ahogar en sangre y furia el edificio tan frágil de una democracia que parecía tenerlo todo en contra, la ruina económica, la irrupción de la heroína, la delincuencia violenta.
En medio de aquel vértigo cada uno se buscaba la vida y la normalidad como podía. Salvo momentos de gran drama, los hechos públicos son en el presente un ruido de fondo. Aquellos años que resultaron ser después la Transición cobran con el paso del tiempo la coherencia de un proceso histórico, resumido en interpretaciones terminantes, en gran medida incompatibles entre sí, pero despojadas por igual de toda incertidumbre: el tránsito seguro hacia la democracia pilotado por las eminencias de la sabiduría política; el pacto de las élites para cambiar lo justo y mantener su hegemonía en un simulacro de sistema democrático carente de legitimidad verdadera.
En realidad nadie sabía nada. Lo inmediato era tan angustioso que no quedaba tiempo para acordarse del pasado ni calcular el porvenir. Los que recordamos el año 1981 nos fatigamos queriendo desvelar todavía los últimos detalles del conato de golpe del 23 de febrero, pero intuimos que para explicar aquel tiempo necesitamos fijarnos en las cosas más comunes, en las más terrenales, los desechos que no llegan al relato histórico, lo que se veía no en los noticiarios, sino en los anuncios, y no en las páginas de política, sino en las de sucesos. Todo el mundo fumaba en todas partes. Barrios trabajadores en los que hasta poco tiempo atrás habían prevalecido los movimientos vecinales estaban siendo arrasados por la doble epidemia del paro entre los adultos y la heroína entre los jóvenes. Ladrones adolescentes de coches y atracadores de bancos eran estrellas populares y protagonizaban películas en las que hacían de ellos mismos. Los quioscos eran catedrales lujuriantes de nuevos periódicos que tiraban centenares de miles de ejemplares y de revistas con portadas de mujeres desnudas.
Vivíamos una atmósfera de novela negra canalla en la que no estaba claro muchas veces quiénes eran los policías y quiénes los ladrones, quién disparaba las pistolas, quién estaba o no estaba detrás. Credenciales democráticas se urdían a toda velocidad y antiguos verdugos se paseaban con la cabeza alta a la vista de víctimas que no habían podido olvidar sus caras. Ejecutores a sangre fría con capucha y pistola eran saludados como héroes por sus vecinos y bendecidos por párrocos patriotas. En Almería, a unos pobres desgraciados que iban a una boda los confundieron con terroristas y los hicieron desaparecer después de torturarlos, al darse cuenta de su error los guardias civiles que los habían detenido.
Pero el tricornio, el exabrupto cuartelario, el pistolón y los bigotes del teniente coronel Tejero eran indicios de que nuestra pobre historia convulsa estaba derivando hacia el terreno del esperpento, la pringosa mezcla española de lo trágico y lo grotesco. Vivíamos en el miedo y en la esperanza: también en la payasada y el ridículo, en la broma macabra de un país a medio hacer. Lo he recordado leyendo estos días un libro que tiene la urgencia de un reportaje recién hecho, Asalto al Banco Central, de Mar Padilla. Tres meses justos después de la mascarada castrense del 23 de febrero, el atraco al Banco Central de Barcelona empezó teniendo la gravedad sísmica de un nuevo golpe contra la democracia y acabó en una farsa cuya mayor consecuencia fue el penoso ridículo de la autoridad del Estado. Una banda de chorizos con descaro y arrojo, esgrimiendo pistolas de saldo y un taladro Black&Decker, más apropiado para colgar cuadros que para traspasar blindajes de bancos, mantuvo secuestradas durante dos días a más de 300 personas, bloqueado el centro de una gran ciudad, sometidos a la tensión máxima y al desconcierto y al chantaje a todos los poderes civiles y militares del país, ocupadas todas las primeras páginas de los periódicos y el arranque de los noticiarios. Mar Padilla cuenta todo el rosario de explicaciones conspirativas que envolvieron el atraco, algunas de las cuales duran todavía: la extrema derecha, los servicios secretos, reuniones clandestinas en el sur de Francia, cuentas numeradas en Suiza, un maletín con documentos comprometedores sobre el 23 de febrero. Es un argumento de parodia de novela negra, no de Raymond Chandler y ni siquiera del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, sino del mamarracho admirable que inventó Eduardo Mendoza, justo por aquella época, en El misterio de la cripta embrujada.
El 23 de mayo en Barcelona es el reverso y el complemento del 23 de febrero en Madrid, la escenificación del esperpento de aquella vida española en la que no había nada seguro y nadie parecía del todo de fiar. En las imágenes documentales se ve que los coches y las furgonetas de la Policía son modelos baratos que no tienen blindaje. Voluntarios de la Cruz Roja suministraban a los encerrados en el banco bolsas de bollería industrial y cartones de tabaco. La plaza de Cataluña era una romería de periodistas, policías, guardias de tráfico, políticos de toda graduación, curiosos y holgazanes. En un momento dado apareció delante del banco una tanqueta de la Guardia Civil, de la cual salió una voz dirigiéndose a los asaltantes a través de un micrófono defectuoso que se acoplaba. Alguien disparó desde el interior, y la tanqueta amenazadora retrocedió a toda la escasa velocidad que le permitían sus muchos años, y acabó varada contra un árbol o un bordillo, y tuvo que venir a retirarla una grúa municipal.
Es muy difícil captar el tono de un tiempo que uno no ha vivido. Mar Padilla lo hace con agudeza e ironía, con el asombro de descubrir el grado de penuria, desmadre y confusión que reinaba en esos años. Casi nadie se resiste a profetizar con aplomo el pasado. Pero lo cierto es que no entendíamos gran cosa de lo que sucedía en aquel presente sin sosiego, y que los dirigentes, los serios y los frívolos, los intrigantes y los honrados, estaban tan perdidos como todos nosotros, como aquellos generales, comisarios, gobernadores, altos mandos, que discutían, muy apretados en torno a una mesa, entre nubes de humo, explicaciones y remedios posibles para el órdago de los asaltantes al Banco Central. Leyendo el libro de Mar Padilla vuelvo a asombrarme de que la democracia acabara prevaleciendo, de que aquel Estado tan débil no sucumbiera a los muchos enemigos ensañados contra él, a la pura inoperancia de sus defensores. Se ve que personas innumerables, públicas y anónimas, cumplieron con su deber y mantuvieron la racionalidad y la calma, y que tuvimos suerte en momentos cruciales. Una imagen se sobrepone en mi memoria al recuerdo del miedo: en la noche del 24 de febrero de 1981 me veo caminando en una multitud inmensa que llena las calles de todas las ciudades de España, en una marcha silenciosa, firme, una determinación unánime de amor por la libertad, de repulsa contra la fuerza bruta y el esperpento nacional.




















[ARCHIVO DEL BLOG] Nación, nacionalismo y nacionalistas. [Publicada el 21/03/2009]









Hay una frase muy utilizada en política que cada vez que la oigo me deja bastante descolocado. Y es la de: "No comparto sus ideas, pero las respeto". ¿De dónde ha salido eso de que haya que respetar las ideas ajenas que no se comparten? De la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no, desde luego; y de la Constitución española , tampoco. En ambas está, y comparto su criterio, el inalienable derecho de las personas a expresar libremente su opiniones y sus ideas sin ser perseguido, sancionado o molestado por ellas. Pero eso es una cosa, y el que tengan que respetarse sus opiniones e ideas es otra cosa, muy distinta. Porque, a ver si lo aclaramos de una vez por todas: lo que merece respeto, siempre, es la persona; sus ideas y opiniones, no necesariamente. No soy nacionalista, detesto el nacionalismo, y respeto a las naciones. El "Diccionario de Política" (Siglo XXI, Madrid, 1994, séptima edición), dirigido por Norberto Bobbio, Nicola Matteuci y Gianfranco Pasquino, dice en la entrada correspondiente a "nación" (Tomo II, págs. 1022-1026): "La nación es normalmente concebida como un grupo de hombres unidos por un vínculo natural, y por lo tanto eterno -o cuando menos existente "ab inmemorabili"-, y que, en razón de este vínculo, constituye la base necesaria para la organización del poder político en la forma del estado nacional. Las dificultades comienzan cuando se trata de definir la naturaleza de este vínculo o incluso solamente especificar los criterios que permitan delimitar las varias individualidades nacionales, independientemente del vínculo que lo determina". En ese sentido, no tengo ningún problema en reconocer la existencia de una nación canaria, castellano-manchega, catalana, gallega, madrileña, murciana, vasca, etcétera, etcétera, (las he citado por orden alfabético para evitar susceptibilidades), pero también española y europea. Y desde luego me parece correcto definir a España y Europa como naciones de naciones. Los dos últimos párrafos de la entrada "nación" (óp. cit.) llevan el subtítulo de "La superación de las naciones", y dicen así: "Si la nación es la ideología del estado burocratizado centralizado, la superación de esta forma de organización del poder político implica la desmitificación de la idea de nación. La base práctica de esta desmitificación existe. Es un dato real que la actual evolución del modo de producir en la parte industrializada del mundo, después de haber llevado la dimensión "nacional" al ámbito de interdependencia entre las relaciones humanas, está ahora ampliándolas parcialmente más allá de las dimensiones de los actuales estados nacionales y hace aparecer con siempre más inmediata claridad la necesidad de organizar el poder político sobre espacios continentales y según los modelos federales. Es entonces previsible que la historia de los estados nacionales está llegando a término y está por iniciar una fase en la cual el mundo estará organizado en grandes espacios políticos federales. Pero si el federalismo significa el fin de las naciones en el sentido ahora definido, ello significa también el renacimiento o la revigorización de las nacionalidades espontáneas que el estado nacional sofoca o reduce a instrumentos ideológicos al servicio del poder político y, por tanto, el retorno de aquellos auténticos valores comunitarios de los que la ideología nacional se ha apropiado transformándolos en sentimientos gregarios". Espero haber aclarado, si alguna duda había al respecto, porqué digo en la presentación del mi blog eso de que soy hijo de la Ilustración y de sus valores universales, socialdemócrata, federalista, antinacionalista, y tan ciudadano de Maspalomas, como grancanario, canario, español y europeo. El profesor César Molinas, matemático, economista, fundador de la consultora "Multa Pacis", escribía días pasados (El País, 17 de marzo) un provocador e interesante artículo, "España en la Historia (así, con mayúsculas)", que comenzaba con estas palabras: "España no es un Estado-nación, y nunca lo será. Lejos de ser un lastre, esto supone capacidad de adaptación, una gran ventaja para encarar los desafíos de la globalización y la posmodernidad." No podría decir que lo comparta plenamente, pero esta vez, y sin que sirva de precedente, no me importa decir que lo respeto. Disfrútenlo. Y sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt