jueves, 16 de febrero de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Sexo, ciencia y educación. [Publicada el 06/04/2009]














¿Recuerdan ustedes la escena de "Annie Hall" o "Manhattan", no estoy seguro de en cuál de ellas, en la que Diane Keaton le pregunta a Woody Allen: "¿Tú es que no piensas nada más que en el sexo?"; la inocente respuesta de éste resulta antológica: "¡Ah!, ¿pero es que hay alguna otra cosa?". Lo cuento porque a pesar de la movidita semana que llevamos: Cumbre del G-20 en Londres, reunión de la OTAN en Estrasburgo, encuentro Obama-Zapatero en Praga, Alianza de Civilizaciones en Estambul, situación económica en el mundo, y crisis de gobierno en España (de mi tierra, Canarias, mejor corremos un tupido velo), un servidor, como la Keaton, se niega a entrar en el juego y no quiere hablar de política y, menos aún, de economía. Les remito a la lectura de lo escrito por los supuestamente entendidos en ambas materias, que no por casualidad, suelen ser los que más notoriamente patinan en sus predicciones. Me gustaría comentarles varios artículos leídos en estos días sobre ciencia, educación y sexo. Sobre ciencia escribió en su blog un interesante artículo el escritor, divulgador científico y ex-ministro, Eduardo Punset, titulado "El Universo más allá del Big Bang", que comienza con esta reflexión: "El gran divulgador científico y astrónomo Carl Sagan murió de tristeza –dicen las buenas lenguas– al descubrir que no había rastro de vida en el universo, salvo la nuestra en el planeta Tierra. Estábamos solos y no podríamos jamás compartir con otros nuestras vivencias. Es más, no sabríamos nunca lo que realmente somos, puesto que al ser el único ejemplo de vida en el universo no íbamos a poder compararnos con masas y con lo que llamamos constantes de la naturaleza distintas de las nuestras. Al no poder compararnos con otras formas de vida, es imposible definirnos a nosotros mismos". Hay más cosas interesantes en el comentario de Punset, por ejemplo, la pregunta sobre que hacía Dios, de existir, antes del Big-Bang... O los nuevos descubrimientos científicos que nos hablan de la cada vez más probable existencia de universos paralelos similares al nuestro. Les animo a leerlo pinchando en el enlace anterior. De televisión y educación, leo en otro blog, esta vez el de la escritora y periodista Rosa María Artal, otro ácido comentario titulado: "España, la mala educación", en el que, nosotros los españoles, no quedamos precisamente muy bien parados en materias tales como educación cívica, cultura, lectura de prensa y consumo de horas televisivas. Duele, porque nos mete el dedo en el ojo, pero es instructivo. Se lo aconsejo. Por último, en la revista Babelia del pasado 7 de marzo, escribían sobre sexo, erotismo y pornografía, Andreu Martín ("Malos tiempos para la erótica") y Ramón Reboiras ("Planeta Eros"), sendos reportajes que reproduzco más adelante. He recordado haberlos leído, casi un mes después, porque el viernes pasado recalé accidentalmente, zapineando, en la porno semanal de Canal Plus, comprobando una vez más lo tremendamente aburrida que es la pornografía cinematográfica en contraposición a la literatura erótica. De la primera habla en su artículo Andreu Martín que se formula una pregunta ya tópica: ¿Que diferencia hay entre erotismo y pornografía?. Él da varias respuestas, todas interesantes, que comparto. La mía es simplemente, el buen gusto, que en cine es difícilmente perceptible pero no imposible de plasmar. Por ejemplo, el polvo entre Victoria Abril y Antonio Banderas en "Átame", o la sodomización de Kathleen Turner por William Hurt en "Fuego en el cuerpo", tienen una carga de sensualidad que nunca podrá alcanzar una película porno por mucha pila "Duracell" que le pongan en la polla al galán de turno. La literatura erótica es algo bien distinto, pues la expresión escrita permite matices (¡la diferencia siempre está en los matices!) que lo meramente visual no hace posible. El artículo de Reboiras hace referencia a ellos y al impagable papel de la editorial Tusquets con su colección de novelas "La Sonrisa Vertical". De ella, recuerdo dos títulos, para mi, imborrables: "Emmanuelle", de la escritora francesa Emmanuelle Arsan, quizá la mejor novela erótica de la historia, y "Las edades de Lulú", de la escritora española Almudena Grandes, obra primeriza e inolvidable de su gran autora. Ambas llevadas al cine con éxito muy desigual e inferior a sus novelas homónimas, historias escritas por mujeres y sobre mujeres... Se las recomiendo; seguro que las disfrutan. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt



















miércoles, 15 de febrero de 2023

De los críticos literarios

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del crítico literario Rafael Narbona, va de su oficio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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¿Para qué sirve un crítico literario?
RAFAEL NARBONA
10 FEB 2023 - Revista de Libros
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Las preguntas contundentes merecen respuestas contundentes, pero en este caso no es posible. Si adoptamos la lógica del beneficio, que no extiende su mirada más allá de los resultados materiales, la respuesta es muy sencilla. Un crítico literario no sirve para nada. Desde hace tiempo, la opinión de los críticos ya no incide en las ventas, la consagración o la defenestración de un autor. En España, el último crítico verdaderamente influyente fue Rafael Conte. Después, ha habido otros nombres que merecen mencionarse, como Miguel García-Posada, Santos Sanz Villanueva, Ignacio Echevarría o José María Guelbenzu, que además ha escrito excelentes novelas, pero ninguno ha disfrutado de ese poder que en otro tiempo caracterizó a las grandes figuras de la crítica. No es que sean inferiores a sus predecesores. No es un problema de excelencia, sino de decadencia. Desde los noventa, la civilización del espectáculo ha actuado como un devastador agente de erosión que ha obligado a la cultura a retroceder hasta bordear la irrelevancia. En las páginas de esta revista escribió Martín Schifino, un crítico extraordinario, pero hace tiempo que abandonó el oficio porque advirtió su inutilidad. ¿Por qué seguir escribiendo reseñas cuando ya no ejercen ninguna influencia? ¿No es tan absurdo como pasearse con un bombín por la Gran Vía?
No voy a ocultar que me gustan los bombines. Al actor Patrick Macnee le quedaban de maravilla en Los Vengadores, la estupenda serie británica de los sesenta, pero si alguien cometiera hoy la imprudencia de rescatar esa prenda, solo provocaría irrisión. Algo semejante sucede con los críticos literarios. Solo damos risa. Por cierto, cabe preguntarse quién puede arrogarse esa condición. No hay títulos universitarios ni másteres que acrediten la capacidad de enjuiciar una obra con el rigor necesario. Yo llevo veintidós años escribiendo reseñas en distintos medios, todos bastante conocidos. Imagino que eso me convierte en crítico, pero no me salva de ser un cachivache inservible y anacrónico. Cada vez que escribo una reseña, tengo la impresión de pasear en público con un bombín como los de Patrick Macnee, pero ya ni siquiera suscito burlas. Simplemente, me he vuelto invisible. Me temo que mis colegas comparten ese destino, aparentemente amargo, pero quizás no tan desafortunado. Ser invisible era la máxima aspiración de algunos estoicos, según los cuales solo vive bien el que sabe ocultarse.
Julio Camba soñaba con no ser nada. Los críticos literarios ya lo han logrado. No son nada, una simple pompa de jabón que dibuja una pirueta en el aire y estalla sin dejar ninguna huella. Sin embargo, son necesarios, como los buenos modales, el humor exento de malicia, las lámparas Tiffany, una corbata con un bonito estampado o la seriedad, cuando esta es realmente necesaria y no simple afectación que encubre una pavorosa inanidad. Cuando está bien escrita y se basa en razonamientos precisos, la crítica literaria se convierte en un género más. Aporta belleza y refinamiento. Pienso en los textos de Octavio Paz sobre Pessoa, Rubén Darío o Cernuda. O en los ensayos de Pedro Salinas. Algunos objetarán que se trata de piezas de otra naturaleza, pero realmente son ejercicios de crítica literaria. Eso sí, sin las limitaciones de la prensa, que exige al crítico trabajar con rapidez y no extenderse más allá del espacio disponible. Borges ejerció la crítica literaria y nos dejó análisis memorables sobre Whitman, Chesterton, Quevedo, Oscar Wilde, H. G. Wells o la poesía gauchesca. Esos textos corroboran su teoría de que el crítico puede ser un «creador» y la crítica un «hecho creativo».
¿Por qué seguir escribiendo crítica literaria, si ya nadie le presta atención? Quizás por la misma razón que los monjes de la orden de San Benito se dedicaron a preservar el saber de la Antigüedad durante los siglos posteriores a la caída de Roma. Alguien debe ocuparse de separar el grano de la paja. Se publica mucho, cada vez más, pero escasean las obras ambiciosas. No tengo nada contra el arte menor. Suelo releer las novelas de Enid Blyton, quizás porque echo de menos mi niñez, cuando una nueva aventura de los cinco representaba un acontecimiento. Sin embargo, creo que la distinción entre alta y baja cultura es necesaria. Hay una distancia sideral entre Blyton y Dostoievski. Eso sí, a veces se menosprecia injustamente a algunos escritores, como sucedió durante mucho tiempo con Robert Louis Stevenson, rebajado a simple autor de novela infantil y juvenil. Gracias a Borges y otros escritores que practicaron la crítica literaria, como Chesterton, Stevenson ocupa hoy el lugar que le corresponde. Ya nadie cuestiona que es uno de los grandes narradores del XIX. La crítica literaria pone las cosas en su sitio. Esa es su misión y no es una misión baladí.
Quizás el aspecto más antipático de la crítica literaria sea su compromiso de enjuiciar obras ajenas. Soy un firme defensor de la cortesía, pero creo que un crítico está abocado a obrar con cierta brutalidad. Sus juicios no deben formar parte de las estrategias de marketing. Si algo es mediocre o afectado, debe señalarlo, aunque eso le cueste un disgusto. En el terreno de la crítica cinematográfica, aún se practica esa actitud. Por ejemplo, Carlos Boyero no tiene pelos en la lengua. Uno de los críticos literarios que he mencionado tampoco los tenía, pero su sinceridad le costó un despido fulminante.
Los críticos deben imitar a Sócrates. Es decir, deben ser tan molestos como un tábano. Tal vez eso les devolvería algo de prestigio. O no. ¿Quién sabe? Yo seguiré escribiendo reseñas. No sé cuánto tiempo. Depende de muchas cosas. Aprecio cierta fatiga, pero me hace ilusión pensar que mi trabajo está tan demodé como una corbata de lazo. Todo lo que merece la pena es perfectamente inútil.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Mayo del 68. [Publicada el 02/06/2008]









¿Cuarenta años son mucho tiempo? Supongo que depende del punto de vista del observador... A mi se me han pasado volando. Lluís Bassets, subdirector de El País y responsable de su sección de Internacional recuerda en su blog "Del alfiler al elefante", lo que significó Mayo del 68 para él y para su generación, que es la mía, en un artículo titulado Después de Mayo. Yo tenía que ser un poco raro en aquel entonces, porque recuerdo que leí a Marcuse con interés y me aburrí soberanamente... Y también a Mao (me leí el "Libro Rojo" de arriba a abajo), que encontré tan esotérico como el "Camino", de monseñor Escrivá, que también leí. Me ilusioné y lloré con el trágico final de la Primavera de Praga. Y me desesperé con la matanza de Tlatelolco en Ciudad de México... En octubre de ese año nació mi primera hija y 1968 pasó también a formar parte de mi historia personal en letra grande.. Dice ahora monsieur Sarkozy que hay que acabar con la herencia de Mayo del 68... No creo que pueda. Además, a pesar de su precocidad en muchos aspectos, él tenía en aquel entonces 13 años; no da la impresión de que hable con conocimiento de causa... Sean felices. HArendt













martes, 14 de febrero de 2023

Del esperpento

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va del esperpento. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.

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Novela negra y esperpento de 1981
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
11 FEB 2023 - El País

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Tal vez la incertidumbre permanente en que vivíamos hace que el recuerdo sea todavía más borroso, como una de esas fotos movidas de colores dudosos que hacían las cámaras de entonces. Son los colores de 1981, de las vísperas del verano, cuando el susto del 23 de febrero se iba quedando lejos pero no se atenuaba, porque no faltaban ni un día las sospechas inquietantes de un nuevo golpe militar, y parecía que el país entero estaba desmoronándose, que no había sosiego en nada, ni en la política ni en la vida cotidiana, sino un sinvivir continuo, alimentado por la saña criminal de los terroristas de diverso pelaje, cada grupo con sus siglas siniestras, todos empeñados en ahogar en sangre y furia el edificio tan frágil de una democracia que parecía tenerlo todo en contra, la ruina económica, la irrupción de la heroína, la delincuencia violenta.
En medio de aquel vértigo cada uno se buscaba la vida y la normalidad como podía. Salvo momentos de gran drama, los hechos públicos son en el presente un ruido de fondo. Aquellos años que resultaron ser después la Transición cobran con el paso del tiempo la coherencia de un proceso histórico, resumido en interpretaciones terminantes, en gran medida incompatibles entre sí, pero despojadas por igual de toda incertidumbre: el tránsito seguro hacia la democracia pilotado por las eminencias de la sabiduría política; el pacto de las élites para cambiar lo justo y mantener su hegemonía en un simulacro de sistema democrático carente de legitimidad verdadera.
En realidad nadie sabía nada. Lo inmediato era tan angustioso que no quedaba tiempo para acordarse del pasado ni calcular el porvenir. Los que recordamos el año 1981 nos fatigamos queriendo desvelar todavía los últimos detalles del conato de golpe del 23 de febrero, pero intuimos que para explicar aquel tiempo necesitamos fijarnos en las cosas más comunes, en las más terrenales, los desechos que no llegan al relato histórico, lo que se veía no en los noticiarios, sino en los anuncios, y no en las páginas de política, sino en las de sucesos. Todo el mundo fumaba en todas partes. Barrios trabajadores en los que hasta poco tiempo atrás habían prevalecido los movimientos vecinales estaban siendo arrasados por la doble epidemia del paro entre los adultos y la heroína entre los jóvenes. Ladrones adolescentes de coches y atracadores de bancos eran estrellas populares y protagonizaban películas en las que hacían de ellos mismos. Los quioscos eran catedrales lujuriantes de nuevos periódicos que tiraban centenares de miles de ejemplares y de revistas con portadas de mujeres desnudas.
Vivíamos una atmósfera de novela negra canalla en la que no estaba claro muchas veces quiénes eran los policías y quiénes los ladrones, quién disparaba las pistolas, quién estaba o no estaba detrás. Credenciales democráticas se urdían a toda velocidad y antiguos verdugos se paseaban con la cabeza alta a la vista de víctimas que no habían podido olvidar sus caras. Ejecutores a sangre fría con capucha y pistola eran saludados como héroes por sus vecinos y bendecidos por párrocos patriotas. En Almería, a unos pobres desgraciados que iban a una boda los confundieron con terroristas y los hicieron desaparecer después de torturarlos, al darse cuenta de su error los guardias civiles que los habían detenido.
Pero el tricornio, el exabrupto cuartelario, el pistolón y los bigotes del teniente coronel Tejero eran indicios de que nuestra pobre historia convulsa estaba derivando hacia el terreno del esperpento, la pringosa mezcla española de lo trágico y lo grotesco. Vivíamos en el miedo y en la esperanza: también en la payasada y el ridículo, en la broma macabra de un país a medio hacer. Lo he recordado leyendo estos días un libro que tiene la urgencia de un reportaje recién hecho, Asalto al Banco Central, de Mar Padilla. Tres meses justos después de la mascarada castrense del 23 de febrero, el atraco al Banco Central de Barcelona empezó teniendo la gravedad sísmica de un nuevo golpe contra la democracia y acabó en una farsa cuya mayor consecuencia fue el penoso ridículo de la autoridad del Estado. Una banda de chorizos con descaro y arrojo, esgrimiendo pistolas de saldo y un taladro Black&Decker, más apropiado para colgar cuadros que para traspasar blindajes de bancos, mantuvo secuestradas durante dos días a más de 300 personas, bloqueado el centro de una gran ciudad, sometidos a la tensión máxima y al desconcierto y al chantaje a todos los poderes civiles y militares del país, ocupadas todas las primeras páginas de los periódicos y el arranque de los noticiarios. Mar Padilla cuenta todo el rosario de explicaciones conspirativas que envolvieron el atraco, algunas de las cuales duran todavía: la extrema derecha, los servicios secretos, reuniones clandestinas en el sur de Francia, cuentas numeradas en Suiza, un maletín con documentos comprometedores sobre el 23 de febrero. Es un argumento de parodia de novela negra, no de Raymond Chandler y ni siquiera del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, sino del mamarracho admirable que inventó Eduardo Mendoza, justo por aquella época, en El misterio de la cripta embrujada.
El 23 de mayo en Barcelona es el reverso y el complemento del 23 de febrero en Madrid, la escenificación del esperpento de aquella vida española en la que no había nada seguro y nadie parecía del todo de fiar. En las imágenes documentales se ve que los coches y las furgonetas de la Policía son modelos baratos que no tienen blindaje. Voluntarios de la Cruz Roja suministraban a los encerrados en el banco bolsas de bollería industrial y cartones de tabaco. La plaza de Cataluña era una romería de periodistas, policías, guardias de tráfico, políticos de toda graduación, curiosos y holgazanes. En un momento dado apareció delante del banco una tanqueta de la Guardia Civil, de la cual salió una voz dirigiéndose a los asaltantes a través de un micrófono defectuoso que se acoplaba. Alguien disparó desde el interior, y la tanqueta amenazadora retrocedió a toda la escasa velocidad que le permitían sus muchos años, y acabó varada contra un árbol o un bordillo, y tuvo que venir a retirarla una grúa municipal.
Es muy difícil captar el tono de un tiempo que uno no ha vivido. Mar Padilla lo hace con agudeza e ironía, con el asombro de descubrir el grado de penuria, desmadre y confusión que reinaba en esos años. Casi nadie se resiste a profetizar con aplomo el pasado. Pero lo cierto es que no entendíamos gran cosa de lo que sucedía en aquel presente sin sosiego, y que los dirigentes, los serios y los frívolos, los intrigantes y los honrados, estaban tan perdidos como todos nosotros, como aquellos generales, comisarios, gobernadores, altos mandos, que discutían, muy apretados en torno a una mesa, entre nubes de humo, explicaciones y remedios posibles para el órdago de los asaltantes al Banco Central. Leyendo el libro de Mar Padilla vuelvo a asombrarme de que la democracia acabara prevaleciendo, de que aquel Estado tan débil no sucumbiera a los muchos enemigos ensañados contra él, a la pura inoperancia de sus defensores. Se ve que personas innumerables, públicas y anónimas, cumplieron con su deber y mantuvieron la racionalidad y la calma, y que tuvimos suerte en momentos cruciales. Una imagen se sobrepone en mi memoria al recuerdo del miedo: en la noche del 24 de febrero de 1981 me veo caminando en una multitud inmensa que llena las calles de todas las ciudades de España, en una marcha silenciosa, firme, una determinación unánime de amor por la libertad, de repulsa contra la fuerza bruta y el esperpento nacional.




















[ARCHIVO DEL BLOG] Nación, nacionalismo y nacionalistas. [Publicada el 21/03/2009]









Hay una frase muy utilizada en política que cada vez que la oigo me deja bastante descolocado. Y es la de: "No comparto sus ideas, pero las respeto". ¿De dónde ha salido eso de que haya que respetar las ideas ajenas que no se comparten? De la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no, desde luego; y de la Constitución española , tampoco. En ambas está, y comparto su criterio, el inalienable derecho de las personas a expresar libremente su opiniones y sus ideas sin ser perseguido, sancionado o molestado por ellas. Pero eso es una cosa, y el que tengan que respetarse sus opiniones e ideas es otra cosa, muy distinta. Porque, a ver si lo aclaramos de una vez por todas: lo que merece respeto, siempre, es la persona; sus ideas y opiniones, no necesariamente. No soy nacionalista, detesto el nacionalismo, y respeto a las naciones. El "Diccionario de Política" (Siglo XXI, Madrid, 1994, séptima edición), dirigido por Norberto Bobbio, Nicola Matteuci y Gianfranco Pasquino, dice en la entrada correspondiente a "nación" (Tomo II, págs. 1022-1026): "La nación es normalmente concebida como un grupo de hombres unidos por un vínculo natural, y por lo tanto eterno -o cuando menos existente "ab inmemorabili"-, y que, en razón de este vínculo, constituye la base necesaria para la organización del poder político en la forma del estado nacional. Las dificultades comienzan cuando se trata de definir la naturaleza de este vínculo o incluso solamente especificar los criterios que permitan delimitar las varias individualidades nacionales, independientemente del vínculo que lo determina". En ese sentido, no tengo ningún problema en reconocer la existencia de una nación canaria, castellano-manchega, catalana, gallega, madrileña, murciana, vasca, etcétera, etcétera, (las he citado por orden alfabético para evitar susceptibilidades), pero también española y europea. Y desde luego me parece correcto definir a España y Europa como naciones de naciones. Los dos últimos párrafos de la entrada "nación" (óp. cit.) llevan el subtítulo de "La superación de las naciones", y dicen así: "Si la nación es la ideología del estado burocratizado centralizado, la superación de esta forma de organización del poder político implica la desmitificación de la idea de nación. La base práctica de esta desmitificación existe. Es un dato real que la actual evolución del modo de producir en la parte industrializada del mundo, después de haber llevado la dimensión "nacional" al ámbito de interdependencia entre las relaciones humanas, está ahora ampliándolas parcialmente más allá de las dimensiones de los actuales estados nacionales y hace aparecer con siempre más inmediata claridad la necesidad de organizar el poder político sobre espacios continentales y según los modelos federales. Es entonces previsible que la historia de los estados nacionales está llegando a término y está por iniciar una fase en la cual el mundo estará organizado en grandes espacios políticos federales. Pero si el federalismo significa el fin de las naciones en el sentido ahora definido, ello significa también el renacimiento o la revigorización de las nacionalidades espontáneas que el estado nacional sofoca o reduce a instrumentos ideológicos al servicio del poder político y, por tanto, el retorno de aquellos auténticos valores comunitarios de los que la ideología nacional se ha apropiado transformándolos en sentimientos gregarios". Espero haber aclarado, si alguna duda había al respecto, porqué digo en la presentación del mi blog eso de que soy hijo de la Ilustración y de sus valores universales, socialdemócrata, federalista, antinacionalista, y tan ciudadano de Maspalomas, como grancanario, canario, español y europeo. El profesor César Molinas, matemático, economista, fundador de la consultora "Multa Pacis", escribía días pasados (El País, 17 de marzo) un provocador e interesante artículo, "España en la Historia (así, con mayúsculas)", que comenzaba con estas palabras: "España no es un Estado-nación, y nunca lo será. Lejos de ser un lastre, esto supone capacidad de adaptación, una gran ventaja para encarar los desafíos de la globalización y la posmodernidad." No podría decir que lo comparta plenamente, pero esta vez, y sin que sirva de precedente, no me importa decir que lo respeto. Disfrútenlo. Y sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt


























lunes, 13 de febrero de 2023

Del pacifismo

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la politóloga Estefanía Molina, va del pacifismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Ser pacifista hoy es apoyar la victoria de Ucrania
ESTEFANÍA MOLINA
10 FEB 2023 - El País
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En un acto de este diario celebrado en diciembre, un lector preguntó si, una vez acabe la guerra en Ucrania, haremos como si jamás hubiera ocurrido. Nuestro enviado especial Jacobo García respondió que no, pues la agresión del Kremlin es un camino de no retorno para la juventud ucrania. Y nada podrá ser como antes, tampoco en la Unión Europea, porque nuestra idea de paz depende ya de la derrota de Rusia. El pacifismo hoy es enviar al país gobernado por Volodímir Zelenski las armas que precise como dique de protección de nuestras libertades y modelo de convivencia.
Es la doctrina que Sanna Marin deslizó en Davos para alertar del peligro de no frenar a tiempo la expansión rusa. “Enviaríamos el mensaje de que se puede atacar a otros países y salir ganando”, dijo la primera ministra finlandesa, representando el sentir de los Estados bálticos y orientales. Son quienes se han implicado con mayor contundencia en esta guerra por su pánico atávico a sufrir una agresión futura, tras padecer la bota de la Unión Soviética.
Aunque nada pasará como una anécdota, tampoco en Europa occidental, vista la rapidez con que Bruselas se ha ido moviendo tras asumir que la política de apaciguamiento de Angela Merkel frente a Vladimir Putin ha resultado un fracaso, y no sólo por la invasión en curso. Dirigentes de varios partidos de ultraderecha, cuya ideología viene desestabilizando nuestras democracias, se fotografiaban paseando por el Kremlin. Rusia demostró su habilidad atenazando a la locomotora alemana en su dependencia del gas barato, una forma de chantajear al continente entero. Sabemos que la desinformación rusa es capaz de penetrar hasta los tuétanos del sistema.
En consecuencia, ser pacifista hoy en la UE es apoyar la victoria de Ucrania frente a Rusia para alcanzar una paz justa. El pacifismo actual no está en esa izquierda que niega a los ucranios su legítimo derecho a defenderse, llenándose la boca con una falsa moral de que “las guerras son malas”, como si Bruselas fuera la culpable de algo, con lo que ampara al agresor ruso y desprotege nuestros intereses. El pacifismo real hoy es aceptar que, mientras algunos se oponen al envío de tanques, misiles o aviones de combate para que Kíev dé la vuelta definitiva a la invasión de Putin, obvian que más grave sería enviar soldados, de producirse una eventual agresión en el territorio de la OTAN.
Generaciones enteras de jóvenes europeos asisten a la constatación de que su idea de paz quedará irremediablemente atada, durante décadas, a la creciente necesidad de reforzar nuestra seguridad y la independencia energética. El antiotanismo se ha convertido así en un fósil de la Guerra Fría, que sólo deleita a quienes viven empeñados en creer que nuestra idea de democracia comparte algo con el régimen ultranacionalista y de desprecio a las minorías ruso, simplemente porque odian a Estados Unidos. Olvidan quién sostendrá nuestro auxilio si vienen mal dadas.
Sin embargo, la UE no debe autocomplacerse sin antes reflexionar sobre los dilemas que existen en sus Estados miembros a la hora de forjar nuestro propio anillo defensivo. Polonia ha ejercido sin complejos el liderazgo de apoyo a Ucrania, pese a que venía suponiendo un quebradero de cabeza para Bruselas en cuestiones como su sistema judicial y la obediencia a ciertas normas comunitarias. Esa misma Europa del Este, en cambio, es capaz de empujar el envío de los tanques Leopard, de la mano del Reino Unido pos-Brexit, mientras que en Europa occidental, estandarte moral de la Unión, vivimos en continuo rebufo sobre nuestra propia protección.
Dicha dualidad explica por qué algunas voces ven con suspicacia la integración ucrania en el espacio comunitario. Existen recelos de que el país se acabe convirtiendo en una especie de Polonia o Hungría, cuya noción de pertenencia a la UE se base en tildar de “injerencias” ciertas obligaciones de acatar los valores de nuestro modelo. E incluso, que los ucranios alteren los equilibrios de poder francoalemanes, máxime por el peso que su población y tamaño le daría dentro de las instituciones europeas.
Aunque Bruselas demuestra tener la esperanza puesta en Ucrania, vista la rapidez con que se le ha asignado el estatus de candidata a entrar a la UE y el plan para acelerar la integración económica, no debe interpretarse sólo como un gesto solidario, sino defensivo y de interés mutuo. Cuando acabe la guerra, el continente podría sumar otro Ejército, entrenado en el campo de batalla en algunas de las tecnologías más modernas. La diferencia con respecto a otros países del Este es que Ucrania necesitará tanto apoyo para la reconstrucción que sus instituciones podrán partir de cero, también, en la exigencia política que simboliza nuestra bandera azul de estrellas, progreso que tanto anhelan.
Como señaló este jueves Zelenski en el Parlamento Europeo, donde fue recibido entre ovaciones: “Estamos defendiéndonos y defendiéndoles a ustedes (…) de la fuerza más antieuropea del mundo”. La UE ha encontrado en su firme apoyo a Ucrania, en la defensa de su libertad, de su soberanía nacional y de su derecho a existir como pueblo, el rumbo moral que hace años parecía haber perdido.
























[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre el gozo de leer y el riesgo de pensar. [Publicada el 03/05/2014]










Lo prometido es deuda, y las deudas siempre acaban por pagarse; unas veces gustosamente, y otras, las más, a la fuerza... Así pues, como prometía en mi entrada anterior hoy voy a hablar con gusto del por mí siempre respetado profesor, ensayista y escritor Fernando Savater, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. O para resultar un poco más concreto de su libro "Figuraciones mías" (Ariel, Barcelona, 2013), que lleva como subtítulo el que he dado yo a esta entrada de hoy. Es un precioso librito de apenas un centenar y medio de páginas, recopilación de otros artículos suyos, que se lee con sumo placer y en los que me veo reflejado, por supuesto pálidamente, dada la inconmensurable distancia intelectual que nos separa, al compartir muchas de las opiniones expuestas en el mismo.
Escribí sobre el libro, sin haberlo leído, en mi entrada del pasado 15 de marzo, al reseñar la crítica que del mismo se hacía en el número de ese mismo mes de Revista de Libros por parte del escritor y bibliotecario Sergio Campos. Y por mor de mi proverbial vaguería por naturaleza y por que otros saben hacer las reseñas críticas mucho mejor que yo, a los enlaces citados más arriba me remito.
Savater se muestra en sus artículos deudor y admirador de autores como Emile Cioran, amigo personal suyo; Ralph Waldo Emerson, Pío Baroja, William Shakespeare, Virgina Woolf, Dante, André Gide, Ray Bradbury, George Orwell y otros muchos que van salpicando las páginas del libro. No voy a citarlos a todos, pero hay bastantes historias y anécdotas sobre los mismos que resultan emotivas, entrañables y en todo caso, afortunadas.  
Es en la segunda parte del mismo, la que titula "La dificultad de educar", en la que Savater se encara con los problemas fundamentales de nuestra sociedad: la española, la europea y la universal. Hay en ella dos artículos que me han llamado la atención especialmente por mi identificación personal con lo expuesto en ellos. 
Uno, dedicado al "escepticismo", en el que comenta no compartir la puesta en cuestión del concepto de "verdad" en esta era posmoderna en que nos encontramos. Es evidente, dice en él, que la verdad no es absoluta, como tampoco lo es la belleza, el bien o la justicia, pero esa limitación no implica, añade, que no exista realmente para todos nosotros y que no tenga, sea donde fuere, elementos comunes. La verdad no la determina las diferencias culturales, sino las exigencias epistemológicas, pues no será la misma en matemáticas, historia o meteorología, dice, lo que debería llevar desde el escepticismo de cada cual a desconfiar del "escepticismo" mismo...
El segundo artículo del libro que me animo a comentar es de absoluta actualidad; se titula "Que decidan ellos", y va, como no, del tan traído y llevado concepto del "derecho a decidir". Tras mostrar su reconocimiento a lo dicho al respecto por el escritor Antonio Muñoz Molina en su libro "Todo lo que era sólido", del que ya escribí en una entrada de febrero pasado, dice Savater: "En una democracia el derecho a decidir es tan intrínseco a los ciudadanos como el derecho a nadar a los peces. De ello se prevalen los separatistas para vender su mercancía averíada: ¿quién va a querer renunciar a su "derecho a decidir"? Ahora bien: ¿por qué reclamar esa obviedad con el énfasis del que aspira a una conquista, como si hubiese en este país ciudadanos de cualquier latitud que carecieran de él? Sencillamente, porque lo que solicitan los separatistas no es el derecho a decidir que ya tienen, sino la anulación del derecho a decidir que tienen los demás. Lo que se exige no es el derecho a decidir de los catalanes sobre Cataluña o de los vascos sobre el País Vasco, sino que el resto de los españoles no pueda decidir como ellos sobre esa parte de su propio país. O sea, que acepten provisionalmente la mutilación de su soberanía hasta que se les imponga de forma definitiva". Se podrá compartir o no su opinión, faltaría más, pero a mí me parece acertada.
Este es un blog en el que tiene, por deformación profesional de su autor, un peso determinante la "Historia" como disciplina académica, y las "historias" de los otros como vocación escribidora del mismo autor. Termino, pues, con una reflexión que tampoco es mía, pero que también comparto, del que fuera mi profesor de Historia de la Filosofía en la UNED, don Emilio Lledó, en su libro "El origen del diálogo y la ética" (Gredos, Madrid, 2011). Dice así: "Hacer historia es saber preguntar al pasado. Y saber preguntar consiste en formular continuamente aquellas encuestas que necesita la soledad del presente, para encontrar compañía y solidaridad en todo lo que aconteció. Hacer historia es reivindicar la continuidad, humanizar el tiempo, al aceptar las modulaciones que en la monotonía cronológica ha marcado la voluntad humana. Por eso, hacer historia es, además, proyectar el futuro, orientarlo en la clarividente recuperación de lo que otros hombres hicieron para traernos el presente desde el que historiamos".
En eso se empeña este blog, con escasa o mayor fortuna, cada día, cada entrada, cada enlace..., aun a riesgo de equivocarse.
Y ahora, sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt