sábado, 7 de enero de 2023

De los villancicos

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va de los villancicos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Perduración de una fábula
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
31 DIC 2022 - El País

Hay una particular intensidad de símbolos en estos días cercanos al final del año; una gravitación de leyendas antiguas sobre nuestra conciencia laica. Lo que no es más que una división ilusoria de fechas en el calendario cobra una presencia inmediata de umbral y paso fronterizo. Por debajo de todo late la evidencia astronómica del solsticio de invierno, la noche más larga y más oscura del año, que a partir de ahora irá retrocediendo muy gradualmente según avance la duración solar de los días. Las leyendas originarias tienen sobre nosotros un influjo tan poderoso, y tan inadvertido, como las leyes de la naturaleza, que por frivolidad o soberbia tecnológica no nos cuesta nada ignorar. Lo queramos o no, igual que no podemos ignorar la alternancia cotidiana entre el día y la noche, que rigen nuestros ritmos vitales, tampoco podemos librarnos del influjo de las historias que vienen transmitiéndose desde hace milenios, y a las que respondemos de una manera tan instintiva como a la música.
Los historiadores nos enseñan que en la Roma de los primeros tiempos del cristianismo se celebraba ya el Natalis Solis invicti, el nacimiento o el renacer del sol después del día más corto del año. Encima de ese sustrato se cuenta la historia equivalente del nacimiento de Cristo en una noche cerrada de invierno, del mismo modo en que sobre el mismo solar en el que hubo un templo pagano se erige una iglesia. Como ha explicado hace poco Juan Arias en estas mismas páginas, con la sabiduría cordial que pone en todo lo que escribe, la mayor parte de los detalles familiares del relato navideño son imaginarios, y ni siquiera están fundamentados en la autoridad de los Evangelios. Pero son esos detalles circunstanciales los que alimentan la fuerza poética y narrativa de una fábula que nos estremece más aún porque su antigüedad histórica tiene su equivalencia con la lejanía de su arraigo en nuestra memoria personal: y no ya con la memoria consciente, tan limitada y tan infiel, sino con la otra más profunda, la que responde a la música y a los olores y sabores que el recuerdo voluntario no puede invocar.
A Cyril Connolly, tan inglés en su desapego irónico, tan exigente en sus criterios de calidad literaria, lo estremecía la belleza simple del villancico castellano: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va. / Y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. Cuando encontré esos versos en la obra maestra casi secreta de Connolly, The Unquiet Grave, tuve la sensación de reconocer una voz conocida y querida en un lugar extranjero. La congoja súbita que expresan sobre el paso del tiempo contrasta con el júbilo de la música y del estribillo que los acompañan. Al niño que le presta atención por primera vez, ese villancico lo sobrecoge porque le confirma la revelación dolorosa del hecho de la muerte, que suele llegarle con tan innecesaria precocidad hacia los cuatro o los cinco años. Las cosas no seguirán siendo siempre igual que son ahora, en la arcadia sin tiempo del presente infantil. Los padres se harán viejos y morirán, igual que morirán el perro o el gato de la familia, y aunque parezca increíble también se morirá uno mismo, y no volveremos más.
Béla Bartók resume en tres los rasgos decisivos de la música popular: desnudez formal, intensidad expresiva, ausencia de sentimentalismo. Ahora los villancicos suelen ser una cantinela de voces azucaradas y agudas que suena de fondo en un centro comercial, pero los que se cantaban todavía cuando yo era niño podían enunciar verdades tan amargas como la de esa estrofa que entusiasmó a Cyril Connolly, y se correspondían exactamente con los rasgos que definió Béla Bartók, que son más o menos los mismos que atraían a los dos grandes indagadores españoles de la música popular, Manuel de Falla y Federico García Lorca. Yo despertaba una mañana de diciembre y sabía que estaban empezando las Pascuas, como se decía entonces, porque olía a ciertos dulces caseros que solo se hacían en esas fechas y porque las voces de las mujeres de mi casa iban cantando villancicos por las habitaciones según hacían las tareas diarias.
En ellos, el contenido devocional era casi inexistente, más allá de la proclamación de la alegría por el recién nacido, en la que estaba cifrado todo el júbilo y el asombro terrenal por ese hecho inusitado que es el nacimiento de una criatura. Lo que seducía de aquellos villancicos eran sus historias de intemperie y de desamparo, y una riqueza de pormenores sobre la vida popular muy parecida a la que está en los belenes napolitanos, en la pintura tardomedieval y del Renacimiento, y en esos presépios o pesebres portugueses del siglo XVIII que son como enciclopedias visuales y documentos precisos sobre los oficios, las devociones y las fiestas de la gente trabajadora, los campesinos y los pastores que son los primeros en recibir la buena nueva del nacimiento de Cristo. Había un villancico de la Huida a Egipto en el que el niño lloraba de sed: “No pidas agua mi niño / no pidas agua, mi bien / que los ríos bajan turbios / y no se puede beber”. Había otro en el que el niño Jesús aparecía aterido y desnudo a la puerta de una casa, y una mujer caritativa decidía acogerlo: “Pues dile que entre / y se calentará / porque en esta tierra / ya no hay caridad”.
De nuevo son palabras tremendas, que contrastan con la dulzura de la entonación y de la melodía, y por eso se escuchan al final de la más amarga fábula navideña del cine, el Plácido de Luis G. Berlanga, donde se les añade una apostilla sobre la caridad que también cantaban a veces las mujeres en mi casa: “Y nunca la ha habido/ y nunca la habrá”. En Plácido, mientras la gente de orden se pavonea exhibiendo la santurronería de sus caridades mezquinas, una familia desvalida va de un lado a otro pidiendo una ayuda que nadie le concede, tan vagabunda en su pobre motocarro como José y María en el cuento evangélico, el carpintero sin trabajo y la embarazada muy joven a punto de parir que no encuentran un refugio donde pasar la noche y donde tal vez ella tenga que dar a luz. Escuchando los villancicos en el calor y la seguridad de su casa, en el abrigo de su familia, el niño intuía el espanto del desarraigo, la crueldad sin explicación de un mundo en el que había personas sin un techo que las protegiera en las noches heladas de aquellos diciembres.
Al cabo de muchos años y mucho descreimiento me doy cuenta de que quizás fue en los villancicos y en las artes populares de la Navidad donde a muchos de nosotros se nos transmitieron las primeras nociones sobre la bondad y la justicia, sobre la frontera radical entre los protegidos y los expulsados, entre los poderosos que cabalgan en comitivas cargadas de tesoros y los pobres que llevan al portal de Belén la ofrenda tan valiosa de una cesta de huevos, o un queso, o una gallina. Al fondo de algunos cuadros de la Natividad, y de algunos presépios portugueses, se ven escenas terribles de la Matanza de los Inocentes. La misma pareja errante que no encontró albergue en Belén tiene que salir huyendo a otro país con su hijo recién nacido para escapar a la persecución de un déspota homicida. Vladímir Putin bombardeando escuelas y hospitales de maternidad es uno de los nombres variables de Herodes. Hay fábulas que duran siempre porque contienen una médula contemporánea de verdad.



















[ARCHIVO DEL BLOG] "Sumisión", de Michel Houellebecq. [Publicada el 22/10/2015]







Michel Thomas (1956), conocido literariamente por el seudónimo de Michel Houellebecq, es un poeta, novelista y ensayista francés. Sus obras y opiniones, muy críticas con el pensamiento políticamente correcto y con los restos de mayo del 68, le pusieron en el punto de mira de algunos medios, que lo acusaron de misógino, decadente y reaccionario, lo cual sólo hizo que aumentaran su popularidad y sus ventas. Por si fueran pocos los reproches, debido a algún pasaje de su novela Plataforma, donde aparece el tema del terrorismo islamista, se le sumó el de islamófobo. Como no se puede denunciar a nadie por lo que opine un personaje de ficción, la oportunidad para sus detractores vino a raíz de una entrevista en la revista literaria "Lire", publicada en septiembre de 2001, en la que afirmó que "la religión más idiota del mundo es el Islam" y que "cuando lees el Corán se te cae el alma a los pies". Fue entonces denunciado por varias agrupaciones islámicas y de derechos humanos por injuria racial e incitación al odio religioso. El juicio, celebrado en París en octubre de 2002, dividió a la comunidad intelectual internacional entre defensores y detractores de la libertad de expresión, que recordó el caso Rushdie. Fue absuelto de todos los cargos: el juez argumentó en la sentencia que la crítica a la religión es perfectamente legítima en un estado laico. La polémica por su presunto antiislamismo se reavivó en 2015 con la publicación de Sumisión, novela en la que plantea los profundos cambios que sufre la sociedad francesa el año 2022, cuando asume la presidencia de la República el islamista Mohammed Ben Abbes. Adorado por sus incondicionales (el escritor español Fernando Arrabal le considera el mejor escritor francés vivo) y denostado como pornógrafo, misógino y racista por sus variados oponentes (desde religiosos a notables izquierdistas), sus libros copan los suplementos literarios, las reediciones se suceden y se traducen a numerosas lenguas.
Para Alvaro Delgado-Gal, director de "Revista de Libros", Houellebecq no es un gran novelista, ni siquiera tan un buen escritor. Se le he relacionado con Céline, dice de él, pero la comparación es implausible. El estilo de Houellebecq, añade, es tosco, y la textura de su lenguaje delgada, casi periodística. Nada que ver con la urgencia, el irreverente poder, la poética desorganización, de la prosa celiniana. Y es que Houellebecq, a la inversa que Céline, escribe para enseñar. En esto responde a una tradición francesa que se remonta al menos a Montaigne y el género sentencioso del XVII y que comprende a autores tan distintos como Balzac o Proust. Aunque, de nuevo, sigue diciendo, Houellebecq no consiga estar a la altura de sus predecesores. Balzac es contagiosamente divertido, y Houellebecq, no. Proust es gigantescamente profundo, y Houellebecq, no. No resulta fácil ubicar al último en el bestiario de la literatura. Es un moralista inteligente y huraño, sigue diciendo de él Delgado-Gal, que usa la técnica del grafiti para enhebrar enormidades que regocijan a la chiquillería, escandalizan a los mojigatos y causan enojo y desasosiego entre las personas serias y comme il faut
En una densa y crítica reseña de "Sumisión" (Anagrama, Barcelona, 2015) titulada "Houellebecq contra la libertad", y publicada ayer mismo en "Revista de Libros", Álvaro Delgado-Gal arremete con ironía no exenta de sarcasmo contra Houellebecq, del que dice que ha generado tres clases de adictos: los tipos más bien à droite que se divierten leyendo maldades sobre los tipos más bien a gauche; los tipos à gauche, incluso très à gauch", apremiados por el deseo de saber lo que piensa la droite; y finalmente los adolescentes en busca de cochinadas. De cochinadas referidas al sexo, por supuesto, añade. Pero el erotismo de Houellebecq es poco erótico, dice. Reviste un carácter clínico, casi forense, y el adicto al género no se sentirá más estimulado por tal o cual pasaje escabroso, que por "La lección de anatomía" de Rembrandt. El caso es que el punto fuerte de Houellebecq son los succès de scandale, añade, y Sumisión no se ha salido de la norma. O sí, sí lo ha hecho, aunque por motivos extraños al texto propiamente dicho, continúa diciendo.
Los prolegómenos de Sumisión sigue contando Delgado-Gal, fueron borrascosos. Edwy Plenel, exredactor de "Le Monde" y director del periódico digital "Mediapart", propuso que se saludara la inminente aparición del libro con un apagón informativo. Mark Lilla, en un artículo publicado en "The New York Review of Books" («Slouching Toward Mecca»), ha comparado el gesto del extrotskista Plenel con el hábito soviético de suprimir en las fotografías a los camaradas caídos en desgracia. Pelillos a la mar: lo mismo que otras veces, Houellebecq aterrizaba con la frente aureolada de chispas y fuegos fatuos. Mas, ¡oh sorpresa!, el día 7 de enero, apenas distribuidos los primeros ejemplares de Sumisión, se producía el atentado yihadista contra "Charlie Hebdo", y de añadidura, ¡nueva sorpresa!, resultó que una de las víctimas era amigo íntimo de Houellebecq. Éste hizo una comparecencia breve y patética en televisión y se perdió en el campo, suspendiendo su gira promocional. Se desataron rumores sobre el peligro que corría su vida; se despacharon agentes a fin de que no le rompieran la crisma o lo dejaran tieso allí donde hubiese ido; y previniendo alborotos entre los beurs levantiscos del extrarradio, el Gobierno consideró necesario decir algo virtuoso y con efectos sedativos. El administrador del calmante fue Manuel Valls, primer ministro y uno de los personajes reales que Houellebecq ha incluido en su ficción. Valls declaró: "Francia no es Michel Houellebecq. No es la intolerancia, el odio y el miedo". Valls, evidentemente, no había leído el libro, o no lo habían leído sus asesores, puesto que Sumisión es subversivo, aunque no xenófobo. Al cabo, ni Valls ni Plenel impidieron que las ventas subieran como la espuma, primero en francés y a continuación en los distintos idiomas a que ha sido traducida la obra. Desgranadas estas noticias, voy ya a la novela misma, de más sustancia que el intercambio de golpes entre Houellebecq y la Francia oficial.
La acción de Sumisión, cuenta Delgado-Gal, se desarrolla en un futuro próximo: 2022. La gestión de Hollande, el presidente saliente, ha sido decepcionante, y el Partido Socialista se enfrenta a las elecciones con expectativas abismalmente bajas. Las esperanzas de éxito de los socialistas se cifran en exclusiva en una táctica iniciada por Mitterrand a principios de los ochenta: vaciar el centro-derecha potenciando al Frente Nacional. El Partido Socialista confía en ganar la segunda vuelta si se presenta como única alternativa institucional al partido de Marine Le Pen. Sin embargo, se ha creado recientemente un partido islamista moderado (La Hermandad Musulmana), y las piezas empiezan a no encajar en el esquema habitual. François, el protagonista y narrador, va cobrando conciencia de estos hechos progresivamente, casi de soslayo. François es un cuarentón desganado y apolítico, un especialista en Joris-Karl Huysmans que después de publicar una tesis brillante sobre el autor de À rebours, se ha limitado a repetir el mismo artículo, punto arriba, punto abajo, en el circuito de las revistas universitarias. Artículos para colegas, artículos solventes e insignificantes. Tiene novias que suelen plantarlo en vísperas de las vacaciones estivales, con el argumento de que «han conocido a otro». Come cocina precocinada, fuma y bebe más de la cuenta, y no es infrecuente que piense en el suicidio. Como otros muchos héroes de Houellebecq, ha perdido contacto con sus padres, los cuales, a su vez, han perdido contacto entre sí. Su vida, en fin, carece de sentido. Pero hay que añadir que en Francia, en 2022, el sentido constituye un bien escaso. Las vidas perfiladas, con planteamiento, nudo y desenlace, sólo son visibles para los franceses en los novelones románticos de Victor Hugo o en la literatura de Balzac.
No sigo; les animo a leer la reseña de Sumisión por Álvaro Delgado-Gal en el enlace de más arriba, y luego, si el interés continúa impertérrito, la novela de Houellebecq. Yo voy a leerla, sin duda, porque la crítica de Delgado-Gal me ha animado a hacerlo. Y allá cada cual con su opinión. La mía me la reservo hasta leer su libro.
Pocos días después de publicar esta entrada leí, gracias de nuevo a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas de Gran Canaria, la Sumisión de Houellebecq. De un tirón. Me gustó. No es para ganar el Goncourt (que no lo ganó), ni como dicen en Canarias "para tirar voladores", pero desde luego se lee con interés. El estilo no es elegante; resulta bastante lineal y la trama nada compleja. Pero resulta provocadora. Y espero que no se cumpla la profecía que anuncia: la bandera de la media luna ondeando sobre la Sorbona.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 












viernes, 6 de enero de 2023

De los libros como refugio

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Belén López Peyró, va de los libros como refugio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Refugio en los libros
BELÉN LÓPEZ PEIRÓ
31 DIC 2022 - El País

Es lunes por la mañana y desde lejos veo que la Biblioteca Joan Miró está cerrada. La persiana cubre como un manto negro la entrada. En mi espalda pesa la mochila con la computadora y los libros. Me acerco todavía más. Hay alguien en la puerta. Un hombre de pelo blanco y barba crecida. Lleva una bolsa en la mano. Lo conozco. Los dos miramos el cartel con los horarios. Qué pena, niña, dice. Mejor me voy a casa. Y entonces se despide y se sienta en uno de los bancos del parque que rodea la biblioteca. Saca algo de la bolsa y come. Cruzo al café de enfrente. Estoy un par de horas, pero no logro concentrarme. Pienso en ese hombre. Tengo que haberlo visto antes. Salgo a dar otra vuelta al parque y lo descubro ahora recostado debajo de uno de los techos del edificio, en una de las esquinas, ahí donde monta su refugio junto a otras personas de la calle.
Hace algunos meses, en una entrevista a la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, hablamos de cómo se gestó su primer libro Nuestra piel muerta. Mencionó el máster al que asistió en Madrid, ahí donde vivió dos años, pero principalmente destacó las bibliotecas públicas. Dijo que eran un tesoro que no había en su país. Esto de pedir un libro y que lo busquen y lo presten por un mes, dos meses, tres.
Migré con pocos libros. Alrededor de veinte. Mucho menos de lo que hubiera deseado. Una vez en Barcelona, alquilé una habitación que no tenía luz. Tampoco cama. Ni privacidad. Pasaba los días en bares, parques, pero sobre todo en bibliotecas. Siguiendo el consejo de García Freire, lo primero que hice fue buscar la biblioteca pública más cercana y hacerme socia.
Cada mañana, esperaba en la puerta y veía pasar a la bibliotecaria y luego entraba, primera, cuando todavía estaban encendiendo las luces. Sabía con precisión los horarios de rutina. Imaginaba que podían contratarme para repetir el paso de baile. Por las mañanas dictaban clases de catalán o de tecnología. Los más jóvenes estudiaban en el piso de arriba, con más privacidad. En la planta baja los que como yo prefieren el sol en la cara. Y no les importa compartir la mesa de estudio. Lo más divertido: al mediodía, empezaba la música. Casi siempre, un disco de Fito Páez. El volumen subía de a poco, hasta que a la una y media ya era casi imposible leer o escribir y había que largarse. Entonces almorzaba en el bar de la esquina y dos horas después volvía. Durante un mes repetí la rutina. Y las caras empezaron a hacerse conocidas.
Una mañana un hombre me pidió permiso para sentarse junto a mí. Saqué mi bolso de la silla y dije sí. Y se sentó. Al rato, empecé a sentir algo extraño. Un olor intenso. Fuerte, como a guardado. Volví la vista a él y entonces me di cuenta: el pantalón cubierto de tierra, la campera con agujeros; el pelo seco y canoso. Y una bolsa de plástico que apoyaba sobre la mesa, justo al lado del diario que estaba leyendo. No leía uno, leía tres a la vez. De principio a fin, no se salteaba ni una sola página. Como si fuera un libro.
Al tiempo pude encontrar un lugar mejor donde vivir. Conseguí un escritorio. Una pizarra. Una biblioteca pequeña. Aun así seguía pensando en ese hombre. Daba vueltas con la idea de volver a encontrarlo. A veces volvía a la biblioteca a buscar libros, pero prefería leerlos en mi casa. Estar tantos días vagando en la calle me había cansado: prefería el abrigo de un hogar. Hasta que un día decidí volver.
Es diciembre y me acerco a la bibliotecaria. Pregunto si tiene registro de cuánta gente de la calle viene a la biblioteca. Dice que no. Hay muchos, pero la mayoría no se registra. Al menos, conoce a tres hombres que cada día vienen a leer. Los describe. Conozco a cada uno de ellos. La interrumpo: ¿y qué leen? No sabe. Llegan y agarran lo que está a mano en las repisas.
Me siento en una mesa decidida a escribir esta columna. Pienso: ojalá venga. Un lugar no es refugio si no hay cierta permanencia. Pasa una hora. Dos horas. Me concentro en la página. Permiso, dice alguien, y es él. Se sienta en la mesa a leer. Lleva en sus manos tres diarios. Pienso en hablarle, pero no quiero molestar. Tiene la barba aún más crecida. Un pullover abrigado debajo de la campera. Lee los diarios en orden, de la primera a la última página. Las cosas no cambian. O sí. En un momento se para y devuelve los diarios y luego se detiene sobre uno de los estantes de libros. Arriba dice Narrativa, poesía i teatre. Con los brazos hacia atrás, las manos enlazadas en la espalda, recorre las hileras. Se detiene y observa. Elige uno. Poemes del retorn. Lee un buen rato. Cuando se hace la hora de irnos, devuelve el libro, junta la bolsa y camina a la salida. Buenas tardes, niña, dice. Espero verte pronto.




















[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Quo vadis, Europa? Carta abierta al presidente del Parlamento Europeo. [Publicada el 07/01/2015]

 




Las Palmas de Gran Canaria, 7 de enero de 2015


Sr. Martin Schulz
Presidente del Parlamento Europeo
ESTRASBUGO (Francia, U.E.)

Estimado Sr. Schulz:

Su compatriota el señor Joschka Fischer, exministro de asuntos exteriores y exvicecanciller de la República Federal Alemana entre 1998 y 2005, líder del partido Verde alemán durante más de veinte años, escribía el pasado día 2 de enero en varios diarios europeos, entre ellos El País, de  Madrid, un más que interesante artículo titulado "Un año decisivo para Europa", en el que, como resumen, venía a señalar que la batalla por la política de austeridad que lidera la canciller alemana Angela Merkel amenaza no solo a los Estados de la eurozona sino a todo el entramado de la propia Unión Europea, haciéndose la reflexión acerca de lo que puede pasar en las próximas elecciones griegas del día 25 y con las amenazas del primer ministro británico, David Cameron, de celebrar lo más pronto posible un referéndum en su país sobre la permanencia o salida del Reino Unido de la Unión Europea. No entro en más detalles porque estoy seguro de que usted ya conoce el artículo del señor Fischer.
Con toda sinceridad, tanto las amenazas de abandonar la Unión por parte del señor Cameron si no se accede a renegociar las condiciones de pertenencia a la Unión del Reino Unido, como las poco veladas amenazas de la señora Merkel a Grecia de una más que segura "salida" de la eurozona en virtud de quien gane las elecciones, no son de recibo. El señor Cameron y la señora Merkel pueden opinar en nombre propio y de sus respectivos gobiernos pero en ningún caso, entiendo yo, pueden hacerlo en nombre de sus conciudadanos y menos aun en nombre de los restantes ciudadanos y Estados de la Unión.
El próximo día 12 de enero hará justo diez años que en medio de la campaña sobre el Proyecto de Constitución Europea que se votaría en España unas semanas más tarde, tuve el honor de ser invitado a pronunciar una conferencia en la sede regional del sindicato Unión de Trabajadores de España (UGT) en Las Palmas de Gran Canaria, en las Islas Canarias, donde resido desde 1967. La titulé "El Proyecto de Constitución Europea" y la publiqué el 25 de noviembre de 2006 en mi blog Desde el trópico de Cáncer, y allí puede leerla si es que tiene interés en ello. 
¿Por qué es esta una Constitución para los ciudadanos europeos?, me preguntaba al inicio de la misma. Y añadía a continuación, esta es una Constitución para los ciudadanos europeos porque establece unos valores y principios propios y específicos de la Unión Europea, enunciando el establecimiento de la Unión como unión de los ciudadanos y los Estados de Europa y abriéndola a todos los Estados europeos que respeten esos valores y principios y los promuevan en común: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho, derechos humanos, pluralismo, no-discrimnación, tolerancia, justicia, y solidaridad e igualdad entre sus hombres y mujeres. También la libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales, libertad de residencia y establecimiento y no-discrimanación en razón de la nacionalidad. Y todo ello para promover la paz, los valores y el bienestarb de sus pueblos, un desarrollo sostenible, el progreso científico y técnico, combatir la exclusión y discriminación y promover la justicia y la protección social, la igualdad de sexos, la solidaridad entre las generaciones, la protección de los derechos de los niños, la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros. Unas páginas más tarde, concluía la conferencia con una cita de un gran europeo, Víctor Hugo, pronunciada en 1848, que dice así: "Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder su idiosincrasia o su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea. Llegará un día en que no habrá otros campos de batalla que los mercados abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán reemplazadas por los votos". 
Todos sabemos como acabó la aventura de crear una Constitución para Europa. Al parecer nadie lo lamenta; yo, sí. Lo lamenté entonces y sigo lamentándolo aun hoy: ¡qué gran oportunidad perdida! El 30 de agosto de 2013 vuelvo a escribir en Desde el trópico de Cáncer sobre Europa. Ahora, para traer a colación la idea sobre Europa de uno de los más grandes filósofos europeos de entreguerras: el español José Ortega y Gasset. Lo hago en una entrada titulada "Los Estados Unidos de Europa: el sueño de Ortega y Gasset". Traigo hasta allí las palabras que nuestro gran filósofo pronunció en la Universidad Libre de Berlín el 7 de septiembre de 1949, titulada "De Europa meditatio quaedam", que tuvo una repercusión extraordinaria entre el público universitario, según una información periodística: "El día en que don José Ortega y Gasset dio su conferencia las multitudes de público que no habían conseguido tarjeta de entrada, a pesar de haberse repartido varios miles -todas las mayores salas estaban provistas de altavoces-, asaltaron el edificio, rompieron la gran puerta, quebraron los ventanales, causaron víctimas y fue inevitable una seria intervención de la Policía. Los periódicos alemanes, durante varios días, han relatado estos incidentes y hecho sobre ellos comentarios bajo el título humorístico: La rebelión de las masas, aludiendo al libro de nuestro compatriota, que es hoy una de las obras más populares en Alemania".
Este conjunto de ideas, dice sobre la conferencia el también filósofo español José Luis Abellán en su libro "Historia crítica del pensamiento español", ya estaban plenamente elaborado en 1929, diez años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El contenido de la misma no difiere mucho, continúa diciendo el profesor Abellán, de las ideas centrales que ya había desarrollado Ortega en su libro "La rebelión de las masas". Su argumento base es la existencia de una "sociedad europea" secular, que ha tenido diversas formas de organización a lo largo del tiempo, pero que -las circunstancias históricas actuales- exigen se formalicen políticamente en un nuevo Estado nacional que comprenda a las distintas patrias tradicionales. Su idea nuclear es esta: "Dadas las condiciones de la vida actual, los pueblos de Europa solo pueden salvarse si trascienden esa vieja idea esclerosada poniéndose en camino hacia una supra-nación, hacia una integración europea".
Pero quizá, concluye su cita sobre Ortega el profesor Abellán, el mejor resumen de su pensamiento lo encontramos en este párrafo inédito hasta hace poco: "Es palmario que ningún Estado nacional europeo ha sido nunca totalmente soberano en relación con los demás. La soberanía nacional ha sido siempre relativa y limitada por la presión que sobre cada una de ellas ejercía el cuerpo íntegro de Europa. La total soberanía era una declaración utópica que encabezaba la redacción de la Constitución, pero, en la realidad, sobre cada Estado nacional gravitaba el conjunto de los demás pueblos europeos que ponían límites al libre comportamiento de cada uno de ellos amenazándole con guerras y represalias de toda índole, es decir, penas y castigos, según son constitutivos de todo derecho y de todo Estado. Había, pues, un poder público europeo y había un Estado europeo. Solo que este Estado no había tomado la figura precisa que los juristas llaman Estado, pero que los historiadores, más interesados en las realidades que en los formalismos jurídicos, no deben dudar en llamarlo así. Ese Estado europeo ha recibido en el pasado diversos nombres. En tiempo de Wilhelm von Humboldt se le llama "concierto europeo" y poco después hasta la Primera Guerra Mundial se le llamó "equilibrio europeo". Por tanto, los pudores que hoy algunos pueblos sienten o fingen sentir ante todo proyecto que limite su soberanía no están justificados y se originan en lo poco claras que están en las cabezas las ideas sobre la realidad histórica".
¿Queda algo de esa entusiasta e ilusionante idea de Europa en el quehacer diario de las instituciones de la Unión Europea de 2015? Yo personalmente, estimado señor Schulz, creo que poco o nada.
Presidente Schulz, me he tomado el atrevimiento de dirigirle esta carta abierta en la confianza que me depara el hecho de saberle un europeísta convencido y confeso, y como no, también por ostentar la presidencia del órgano que dentro de la Unión Europea, o lo que queda de ella, nos representa a nosotros exclusivamente, a los sufridos ciudadadanos de la Unión: nuestro parlamento, el parlamento de todos nosotros, el Parlamento Europeo.
El profesor mexicano Gustavo R. Velasco escribía en septiembre de 1943, en plena II Guerra Mundial, el prólogo de la edición del famoso tratado "El Federalista", de los ilustrados norteamericanos A. Hamilton, J. Madison y J. Jay, para el Fondo de Cultura Económica de México. Y relata en él que terminada la Guerra de Independencia mediante un tratado preliminar firmado a finales de 1782, sobrevino a los recien independizados estadounidenses el movimiento de desilusión-reacción que suele seguir a las épocas de gran tensión, una vez que desaparece el peligro del exterior que aplaca las diferencias internas. Y las trece colonias, que habían conducido la lucha contra Gran Bretaña en la forma más desunida que imaginarse pueda y atendiendo ante todo a sus intereses particulares, hasta marzo de 1781 no terminaron de ratificar el pacto que daba forma a los llamados "Artículos de Confederación", que llevaron a la Unión a una condición cercana a la anarquía. Las condiciones económicas eran precarias, dice el profesor Velasco, en una nación obligada a hacer reajustes profundos en la organización de su economía, agravada por la emisión de papel moneda y por la repudiación por parte de varios Estados de las deudas que habían contraído. La oposición de intereses entre diversos grupos de la población, principalmente entre las ciudades y el campo y entre deudores y acreedores, alcanzó a provocar motines y brotes armados. En una palabra, dice, a las altas esperanzas que se fincaban en la victoria y la consecución de la independencia habían sucedido sentimientos de confusión y desaliento, de tal grado, que los historiadores llamaron a esa época el "período crítico de la historia americana".
¿Será ese, señor Schulz, el momento crítico que su compatriota el señor Fischer denunciaba a la Unión Europea para este año 2015 en su artículo de hace unos días? Sea lo que fuere, continúa el profesor Velasco, se extendió entre los norteamericanos la convicción profunda de que era indispensable un cambio radical, y aunque a regañadientes, el Congreso convocó a una Convención que debería reunirse en Filadelfia en mayo de 1787 con el objeto único y expreso de revisar los Artículos de Confederación y de presentar dictamen a las  sobre las alteraciones y adiciones a los mismos que fueran necesarios a fin de adecuar la Constitución federal a las exigencias del Gobierno y el mantenimiento de la Unión.
Como es bien sabido, la Convención, que se reunió entre el 14 de mayo y el 17 de septiembre de ese año, resolvió como algo obvio que para alcanzar los fines que el Congreso le había asignado no bastaba con acometer una reforma de los Artículos de Confederación, así que sin perder tiempo en ello, y tras discusiones acaloradas que a punto estuvieron de provocar su disolución, se decidió por elaborar un nuevo proyecto constitucional que tras ser ratificado por el pueblo de los Estados de la Unión se convirtió en la actual Constitución de los Estados Unidos de América.
Termino, señor presidente, invitándole a hacer llegar esta petición al parlamento que preside: A "mi Parlamento"; al parlamento que representa al pueblo europeo en su conjunto. Y ello, con una doble finalidad: primera, animar al parlamento europeo como representación genuina de los ciudadanos de la Unión a que asuma el protagonismo que le corresponde de pleno derecho en el proceso de construcción de la nación europea y se pronuncie por la necesidad de proclamar ya la unión federal de los pueblos y Estados europeos y la creación de los Estados Unidos de Europa. Segunda, que con la misma determinación dé los pasos necesarios para elaborar, aprobar y someter a los pueblos y Estados de la Unión un proyecto de Constitución para los Estados Unidos de Europa.
Gracias, señor presidente, por su amable atención.

Carlos Campos 
Historiador
Las Palmas de Gran Canaria
(Islas Canarias, España, UE)


P.S.: Consternado por el criminal atentado terrorista de esta mañana en París contra los periodistas del semanario francés Charlie Hebdo, quisiera manifestarle mi repulsa más absoluta a los autores e inductores de tan horrendo acto y mi respeto profundo a las víctimas del mismo, en la seguridad de que la violencia sectaria nunca prevalecerá en los pueblos de Europa sobre sus ansias de libertad, convivencia y progreso en paz.


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Con fecha 30 de marzo de 2015 recibo el siguiente correo electrónico de la Unidad de Solicitudes de Información del Parlamento europeo:

A(2014)415
CL/rf

Estimado Sr. Campos:

El Presidente del Parlamento Europeo (PE), Martin Schulz, ha recibido su mensaje electrónico en el que recoge un enlace a su carta abierta sobre la Unión Europea (UE).
Rogamos acepte nuestras disculpas por el retraso en la respuesta a su mensaje. El Presidente del PE recibe diariamente una cantidad elevada de solicitudes y no es posible responder a todas ellas en un plazo breve de tiempo.
El Presidente nos ha encargado responder a su correo.
Le indicamos que el Sr. Martin Schulz ha recordado en varias ocasiones el interés del Parlamento Europeo por recuperar la confianza de los ciudadanos en la Unión Europea.
En su discurso inaugural, tras su reelección como Presidente del PE, el Sr. Schulz ha insistido una vez más en este asunto, al asegurar que "solo ganaremos la confianza de los ciudadanos si los ciudadanos sienten que la Unión Europea está a su lado, que les protege y les fortalece. La base del Estado de Derecho, Señorías, es el respeto de la dignidad humana, de la dignidad de cada ser humano con independencia de su sexo, su origen, el color de su piel, sus creencias o su modo de vida".
El Presidente del PE también recordó los diferentes desafíos a los que se enfrenta actualmente la UE, como el desempleo juvenil, las desigualdades entre países y entre grupos sociales o las reformas en el sistema bancario y fiscal, entre otros numerosos temas. Usted puede consultar el texto íntegro de este discurso en la página web del Presidente del PE.
En su intervención de julio de 2014 ante el Consejo Europeo (reunión de los jefes de Estado o de Gobierno de cada país de la UE), el Sr. Schulz volvió a referirse a estos temas y destacó que: "en la presente legislatura nos enfrentaremos a desafíos muy importantes. El Parlamento Europeo quiere hacer frente a esos desafíos sobre la base del método comunitario y cooperando lealmente con la nueva Comisión y con ustedes".
En su discurso de diciembre ante el Consejo, en diciembre, el Presidente del PE destacó la importancia del plan de inversiones de la UE y aseguró que dicho plan es "una señal inequívoca de nuestro compromiso de situar a Europa en una nueva senda de crecimiento y empleo. Y es de la mayor importancia que ustedes también muestren su compromiso inequívoco con él". Puede consultar más información sobre este plan de inversiones la nota de prensa del PE a este respecto.
Esperamos que estas informaciones resulten de su interés.
Reciba un atento saludo,

Unidad de Solicitudes de Información de los Ciudadanos
www.europarl.europa.eu/askEP 










jueves, 5 de enero de 2023

De mundos rotos

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del historiador José Andrés Rojo, va sobre mundos rotos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Ucrania y los ecos de ‘La tierra baldía’
JOSÉ ANDRÉS ROJO
30 DIC 2022 - El País

Está terminando ya el año en que la guerra volvió a Europa de la mano de Vladímir Putin. Cada día hay historias nuevas que llegan de Ucrania, de coraje y de dolor, de destrucción, a ratos hay alguna esperanza, avances en algún frente, luego de nuevo la terca realidad de una guerra enfangada, donde no hay márgenes para imaginar el futuro. Hace un siglo, en 1922, se publicó La tierra baldía, el poema de T. S. Eliot. Era diferente, estaba cargado de los afanes de las vanguardias de aquella época por poner las cosas patas arriba. Extraño y enigmático, saltaba de una cosa a otra, trataba de culturas diferentes, llegaba a incorporar en distintas partes del poema hasta siete lenguas distintas, parecía un edificio en ruinas, hecho de fragmentos desperdigados que ni siquiera mostraban tener un hilo en común.
La guerra asomaba por todas partes y el poema tenía algo de rito de iniciación: alguien había tomado la palabra y descubría que lo que encontraba no era nada más que una tierra baldía, una Europa destruida, un mundo a la deriva, los rotos de un espíritu que ya no sabe contarse a sí mismo, que vaga perdido. “¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado?”, se pregunta la voz del poema en alguna parte. “Si cuento, solo estamos tú y yo juntos / pero si miro hacia adelante por el camino blanco / siempre hay otro caminando junto a ti / un encapuchado que se desliza envuelto en oscuro manto, / no sé si hombre o mujer: pero / —¿quién es aquel al otro lado de ti?”. Por no saber, ni siquiera se sabía quiénes caminaban juntos, no había manera de comprender con exactitud lo que estaba más cerca. Caminamos los dos, ¿o va también junto a ti el encapuchado?
El poema de Eliot conecta con este tiempo porque también ahora, y quién sabe desde hace cuándo ya, no hay manera de dar cuenta precisa de lo que ocurre, no siempre hay un horizonte compartido que permita encontrarle el sentido a las cosas y las coloque con un cierto orden dentro de nuestro círculo más inmediato. En La tierra baldía hay referencias a la Gran Guerra, a la catástrofe del imperio austrohúngaro, y se habla de la City de Londres y del río Támesis, de una rata, pero está habitado también por otras presencias, está empapado de Dante y de Shakespeare, por sus venas circula la música de Wagner y el mundo que inspiró sus óperas, la búsqueda del Santo Grial y el Rey Pescador, Baudelaire y el Bhagavad Gita, Cristo, las cartas del tarot, Ezequiel y Tiresias. Pero también aparece un hombre cualquiera que tiene sexo con una mujer solitaria y la historia de la pobre Lil: Albert va a volver del frente y, antes de irse, le dio dinero para que se pusiera unos dientes nuevos, y no lo ha hecho, “después de cuatro años en el ejército querrá pasar un buen rato, / y si tú no se lo das, habrá otras que lo hagan, dije”.
Todavía queda mucho en Ucrania para regresar de la guerra, pero hace un siglo ya lo contaba La tierra baldía, y parece que estuviéramos en el mismo sitio. Habrá también ahora una Lil destrozada a la que llega desde las líneas del frente un Albert también destrozado. “Jamás pensé que la muerte hubiera deshecho a tantos”, escribe Eliot en su poema. Y también: “¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?”. Este grito, este interrogante, estaba ya en 1922. Sigue resonando ahora: esto es lo que hay. Feliz 2023.




















[ARCHIVO DEL BLOG] Entre el pasado y el futuro. [Publicada el 21/01/2016]

 





Como confiaba, los Reyes Magos me trajeron el 6 de enero la edición bilingüe francés-español de los Ensayos (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015) de Michel de Montaigne: 2393 páginas de apretado texto en papel biblia. Cada día intento leer un capítulo completo: primero en francés y luego en español, y aunque acabo bastante deprimido por mi lamentable y defectuoso conocimiento de la lengua francesa, estoy disfrutándolo sobremanera y ya voy por la página 335... La edición me parece muy buena y los primeros días la iba cotejando con la que ya había leído anteriormente de Cátedra, en tres tomos, de 1993, pero he dejado de hacerlo -no conduce a nada- y me centro ahora en la edición de Galaxia Gutenberg. El problema es que es demasiado voluminosa para irla leyendo en la guagua.
Una de las ventajas de no tener coche propio es que me permite leer durante los trayectos urbanos, de ahí que siempre salga de casa con un libro entre las manos. Antes, en otros momentos de mi vida no muy lejanos, era capaz de caminar por la calle y leer al mismo tiempo un libro o un periódico sin tropezar con persona o farola alguna. Ahora, lo reconozco, no me atrevo, y aunque sigo saliendo de casa, siempre, con el citado libro bajo el brazo, solo lo abro en la guagua. Ya sea el trayecto corto o largo, lo aprovecho para leer.
Ayer tuve que salir de casa en dos ocasiones, y aunque me apetecía, no podía llevarme a Montaigne, así que en una rápida ojeada a la estantería arramblé con un pequeño librito que he leído al menos en tres ocasiones y utilizado como referencia en otras muchas: Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, de Hannah Arendt, en su edición de Península (Barcelona, 2003). La última vez que lo leí completo fue en abril de 2013; la primera en febrero de 2003, un mes después de su publicación.
No es un libro difícil de leer como otros suyos. Y reconozco que en cada lectura sucesiva le voy sacando cada vez más provecho y de más actualidad me parece lo que en él dice mi admirada Hannah Arendt. Como es habitual lo tengo subrayado en párrafos enteros y lleno de notas al margen de las páginas con acotaciones, signos de admiración e interrogación, sugerencias e ideas a desarrollar o plasmar en otros ámbitos.
Recordé, mientras lo releía a pasajes sueltos en la guagua, que en uno de los primeros números de Revista de Libros había aparecido una reseña sobre él, y efectivamente, nada más volver a casa encontré la crítica que del mismo había hecho el profesor Rafael del Águila en el número 2 de la misma, en febrero de 1997, que tituló Entre la acción y la reflexión
Es realmente sorprendente -dice al comienzo de su reseña- que este libro haya tenido que esperar más de cuarenta años para ser traducido. Máxime cuando el resto de la obra de Hannah Arendt ha sido vertida al castellano prácticamente al completo. Es verdad que éste es un libro complejo y en cierta medida fragmentario. También que, políticamente hablando, se trata de un libro extraño pues su objetivo declarado no es prescribir qué debemos pensar o qué verdades hemos de sostener, sino uno más modesto y difícil: «Adquirir experiencia en cuanto a cómo pensar». Pero, tal vez debido a estos rasgos peculiares, es también un libro magnífico.
La autora, sin duda -sigue diciendo- uno de los más importantes pensadores políticos del siglo, nos invita a un viaje reflexivo a través de conceptos problemáticos (tradición, autoridad, libertad, verdad y política, etc.) y lo hace sugiriéndonos la compañía de autores y enfoques que la mayoría de los libros sobre estos asuntos suelen dejar de lado. El fuerte peso de las tradiciones de pensamiento liberales hace que en la actualidad, con contadas excepciones, el tratamiento teórico se reduzca a un elenco de autores y problemas más bien reducido y estrictamente circunscrito a una corriente de pensamiento. Sin embargo, Arendt, cuyo conocimiento de los clásicos del mundo antiguo es sencillamente aplastante, nos plantea otra forma de pensar aquellos conceptos. 
El interés en el pasado de Harendt -concluye el artículo- es el interés por la acción política ante una situación contemporánea que parece promover, junto con el olvido, la pérdida de una dimensión humana esencial: la libertad política, tan diferente del pensamiento técnico-instrumental como del libre albedrío individualista y de todo aquello que ocurre en ese «oscuro lugar» que es el corazón humano. El triunfo de la fabricación y del homo faber sobre la acción política, tema tratado por Arendt en otros lugares de su obra, ocupa pues, de nuevo aquí, el centro de su interés. Y sus ideas al respecto son tan fuertes y tan pregnantes que sugieren, una y otra vez, nuevos enfoques y nuevas descripciones. Es éste un buen ejemplo de esa extraña cualidad humana que es pensar desde la brecha del tiempo y apegado a la experiencia viva: «única región en la que, quizá, al fin aparezca la verdad».
El libro de Hannah Arendt describe la crisis paralizante con las que se enfrenta la sociedad debido a la pérdida de sentido de palabras clave de la política: justicia, razón, responsabilidad, virtud, gloria... En él, en su libro, Hannah Arendt nos muestra como poder volver a destilar la esencia vital de esos conceptos tradicionales y usarlos para valorar nuestra posición actual y recuperar un marco de referencia para el futuro.
Por cierto, hoy he retirado de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas el libro del que les hablé hace unos días: Estado de crisis (Paidós, Barcelona, 2016), de Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni. Espero que tengamos ocasión de comentarlo.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt