miércoles, 8 de enero de 2020

[SONRÍA, POR FAVOR] Es miércoles, 8 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...


















La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 7 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] ¿Quiénes son mi familia?



Bandada de estorninos


"Las lluvias y el viento de las últimas semanas -comenta la escritora Remei Margarit en el A vuelapluma de hoy martes- se han llevado las hojas de los plátanos del jardín comunitario y ayer, como en un sortilegio, una bandada de pequeños estorninos negros los invadió por docenas. Saltaban de rama en rama, y al cabo de un buen rato, como siguiendo un ritual, toda la bandada desa­pareció volando. Una familia de estorninos o quizás tan sólo un grupo que se acompañan.

¿Pero qué es una familia? Una ha llegado a este mundo y resulta que tiene un ­padre y una madre y hermanas y hermanos y tías y primos y abuelos. A todo eso le llamamos familia desde hace miles de años. Y tampoco es preciso que se quieran ni mucho ni poco, quizás entre algunos miembros sí que hay afinidad, pero no con todos. Pues con los años, una va aprendiendo que la verdadera familia es con la que se tienen afinidades, es decir, el título del precioso libro de Goethe Las afinidades electivas ya dice mucho de su contenido. Él utiliza la metáfora de algunos metales que tienen afinidades electivas y que rechazan a los que no pueden conectar. Pues en su libro y en la realidad pasa lo mismo, porque el término familia –aparte del que se usa socialmente– es necesario adjudicarlo a las afinidades electivas. Allí donde la persona se encuentra entendida y puede compartir el espíritu con otro. Porque cuando una persona llega a la adultez, lo que cuenta de verdad es el entendimiento de los afectos y los sentimientos; y todo lo que no sea esto es poca cosa. La sensibilidad de cada cual necesita ser comprendida para sentirse acompañado. Y en definitiva, lo que buscamos los humanos es una buena compañía. En cada relación humana existen pros y contras, aunque si hay afinidades, eso son tan sólo pequeños obstáculos del día a día.

Hay muchas clases de familia aparte de aquella en que se ha nacido: la familia del trabajo, la del vecindario, la de los compañeros de la escuela, la de los amigos. Y no importa demasiado la distancia geográfica, porque los sentimientos no tienen mapas y son intemporales, no están sujetos a ninguna de las leyes del mundo, porque las afinidades electivas no se escogen, se encuentran y ya son para siempre. Tal vez sean un atisbo de eternidad que nos habita, es decir, una familia de verdad".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[ARCHIVO DEL BLOG] El Reina Sofía (Publicada el 9 de junio de 2009)



Museo Reina Sofía, Madrid


Mi relación con el Museo Reina Sofía (Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía) de Madrid es la historia de una tempestuosa aventura de amor-odio, que dura desde 1986, y que se mueve entre ambas pasiones, sin caer nunca en la indiferencia.

Situado en el denominado Triángulo de Oro de los museos madrileños: El Prado, el Thyssen y el Reina Sofía, durante muchísimo años, cada vez que tenía que volar a Madrid desde Canarias para cualquier asunto profesional, académico o personal, siempre buscaba un "huequito" (aparte de los paseos habituales por El Retiro y las tascas del Madrid de los Austrias, ya de noche) para visitarlos. Sobre todo, el Museo del Prado y el Reina Sofía. Los dos eran visitas obligadas, siempre agradables, y más si se hacían en compañía de foráneos ante los que me encantaba hacer el papel de cicerone de un mundo que conocía bien y que amaba como a pocos. Había pateado bastantes veces el antiguo Museo Español de Arte Contemporáneo, sito en la Ciudad Universitaria de Madrid, pero el Reina Sofía, al que trasladaron la colección cuando aquel cerró sus puertas, era algo especial. Y cuando llegó el "Guernica" de Picasso (procedente del MOMA de Nueva York), más aún. Lo había visto en su primitiva instalación del Casón del Buen Retiro, donde, en honor a la verdad, no pegaba ni con colinón, con unos techos cuajados de frescos de los siglos XVII y XVIII, pero en el Reina Sofía estaba mucho más natural, como en su casa, a pesar de tratarse del edificio de un viejo hospital, el San Carlos, felizmente reacondicionado para museo.

Me encantaba ver su colección permanente, y sus exposiciones temporales de artistas concretos, fotografías y documentales. Aunque de vez en cuando salía bufando de él ante la contemplación de alguna que otra plancha de acero de 20 metros de largo por dos de ancho que ocupaba toda una sala del museo, y que sin ningún otro aditamento, estaba allí como una "excepcional", (de excepción, no de calidad), obra artística; obra que a mi me parecía y me sigue pareciendo, una solemne tomadura de pelo, pero en fín, doctores tiene la tauromaquia.

En estos días pasados he leído, entres otros, tres artículos que hace referencia a la nueva reordenación de la colección del Reina Sofía, que espero poder ver en la primera ocasión que se me presente. Están escritos, respectivamente, por Antonio Muñoz Molina ("Historias cruzadas"), José Manuel Ballester ("Una apuesta por la interconexión"y Ángela Molina ("Sentido y reverencia"). Me han parecido muy interesantes; espero que a ustedes también, y que los disfruten como yo. HArendt



Guernica. Pablo Picasso (1937)



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 7 de enero





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...




















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lunes, 6 de enero de 2020

[A VUELAPLUMA] Pedirle explicaciones al robot





Los sistemas inteligentes se comportan ahora como cajas negras y ejecutan proezas asombrosas, pero no podemos saber cómo lo han hecho y resulta difícil pedirle explicaciones a un robot, escribe en el A vuelapluma de este lunes el profesor Javier Sampedro, doctor en genética y biología molecular,

"Uno de los mayores clichés de las novelas policiacas -comienza diciendo Sampedro- se está convirtiendo en el asunto estrella de la inteligencia artificial y la robótica. Repasemos primero el cliché. Si Holmes dice: “Deduzco por su teléfono móvil, Watson, que tiene usted un hermano alcohólico”, Watson le mira como si fuera una aparición y empieza inmediatamente a desconfiar de él. ¿Habrá descifrado Holmes su clave y habrá leído todos sus mensajes en cuestión de segundos? ¿Tiene contactos de alto nivel con el MI6 o la empresa Cambridge Analytica, famosa por acceder a los datos personales de millones de usuarios de redes sociales? Watson, comprensiblemente, se mosquea mucho con su amigo.

Pero entonces el detective le explica: “Su teléfono es un modelo muy caro, Watson, y no encaja con usted, que está buscando un piso para compartir conmigo; tampoco encajan con su situación económica los muchos arañazos en la pantalla, que provienen obviamente de meterlo sin el menor cuidado en el mismo bolsillo que las llaves y las monedas; por lo tanto, se lo ha regalado Harry Watson, como dice el nombre grabado en la carcasa, que debe de ser su hermano; y basta mirar lo mucho que falla al intentar meter el conector para inferir que es alcohólico”. Lo anterior es una adaptación libre de la serie Sherlock, lo que explica que dos personajes del siglo XIX anden enredados con un teléfono del XXI, pero lo que importa aquí es que la explicación de Holmes disipa las sospechas de Watson y a menudo le hace comentar: “Vaya, Holmes, ahora que lo ha explicado usted, ya no parece tan misterioso”.

Esta idea es exactamente la que quieren aplicar los científicos de la computación a sus robots y a sus sistemas de inteligencia artificial. Tomemos el ejemplo de AlphaGo, el sistema inteligente de Google (o de su matriz Alphabet) que no solo se ha impuesto a los campeones mundiales de Go (un juego tradicional chino más complejo que el ajedrez) y ha descubierto por sí mismo unas estrategias de alto nivel que a los jugadores humanos les ha costado siglos, sino que se ha permitido la chulería de inventar otras tácticas más eficaces todavía que ni se les habían ocurrido a los grandes maestros de todos los tiempos. Al comprobar esto, cualquier humano tendría la misma reacción que Watson, que es agarrarse un mosqueo de narices. Es comprensible. Si AlphaGo, sin embargo, pudiera hacer como Holmes, ofreciendo una explicación comprensible de sus descubrimientos, la desconfianza se disiparía y, además, los jugadores humanos podrían aprender de los hallazgos del robot. Por desgracia, los sistemas inteligentes se comportan ahora como cajas negras. Ejecutan proezas asombrosas, pero no podemos saber cómo demonios lo han hecho.

El departamento de Defensa de Estados Unidos ha dado un paso aparentemente modesto con un sistema inteligente que aprende por sí mismo a abrir frascos de píldoras, de esos que llevan todo tipo de tapones de seguridad para que no los abran los niños. El robot no solo aprende a abrirlos todos, sino que explica en tiempo real lo que está haciendo, y cómo ha llegado a resolverlo. El proyecto tiene una parte militar, pero va mucho más allá, porque pronto veremos robots que cuidan niños y ancianos, y más vale que expliquen lo que hacen a sus dueños. Elemental, Watson".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 








La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[TEORÍA POLÍTICA] ¿Tiene la democracia fecha de caducidad?



Dibujo de Raquel Marín para El País


¿Tiene la democracia fecha de caducidad?, se pregunta la profesora Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, añadiendo a continuación que, frente al capitalismo estadounidense, capaz de producir riqueza, pero con inequidad, y al modelo chino, la Unión Europea e Iberoamérica debería seguir apostando en serio por un crecimiento con equidad. 

"Desde hace algunos años -comienza diciendo Cortina- el mundo académico inunda las librerías y plataformas con títulos inquietantes, que auguran un mal futuro a la democracia. Contra la democracia (Brennan), Cómo mueren las democracias (Levitsky y Ziblatt) o El pueblo contra la democracia (Mounk) son algunos de ellos y todos convienen en alertar sobre una posible defunción de la democracia como episodio último de una historia que empezó a mediados del siglo pasado. Tras las dos guerras mundiales se generó un amplio consenso acerca de la superioridad de la democracia sobre cualquier otra forma de gobierno, consenso que no hizo sino reforzarse desde los años setenta al hilo de lo que Huntington ha llamado la tercera ola de la democratización. Pero en el cambio de siglo empezó a producirse una recesión, que, según Diamond, consistiría en que se congela el número de nuevas democracias, disminuye la calidad de las democracias en algunos de los países emergentes como democráticos, dando paso a nuevas formas de autoritarismo, y decrece la calidad democrática incluso en los países tradicionalmente democráticos.

El índice de calidad de la democracia de The Economist 2018 arroja datos poco alentadores como los siguientes: de los 167 países analizados, 20 son democracias plenas, 55 son democracias imperfectas, 39 son regímenes híbridos y 53 son países autoritarios. De donde se sigue que el 43% de los países son democracias defectuosas y sólo el 5% de la humanidad vive en democracias plenas. Por si faltara poco, estudios como la Encuesta Mundial de Valores descubren un aumento del número de ciudadanos que da por bueno tener “un líder fuerte, que no moleste con Parlamentos o elecciones”, un Gobierno autoritario y expertos no elegidos, incluso están dispuestos a aceptar un Gobierno militar y a no respetar las normas democráticas. El afán de seguridad sería entonces un signo de los nuevos tiempos.

De todo ello se suele extraer un diagnóstico, ya generalizado: la democracia puede morir, y no por golpes de Estado, sino por depauperación y degradación silenciosas. Si en 1996 Linz y Stepan apuntaban que la estabilidad de la democracia liberal se ha debido en gran parte a su habilidad para persuadir a los votantes de sus ventajas, de que es “el único juego de la ciudad”, sucedería ahora que hay más juegos en competencia y la democracia ha perdido su atractivo. Pero ¿es verdad esto?

Evidentemente, la respuesta debe darse en cada contexto y en cada país, y en el caso de España no es así. Y no sólo porque es una democracia plena, en la que se respetan los derechos civiles y políticos, sino también porque el conjunto de la ciudadanía no cuestiona el valor de la democracia como forma de organización política. Lo que ocurre, sin embargo, es que aumenta la desafección hacia la política por dos razones al menos: porque no satisface las expectativas legítimas de la ciudadanía y porque los partidos políticos no merecen confianza. El problema es de credibilidad de la política existente, no de legitimidad del sistema. ¿Qué hacer?

Como primera providencia, mantener los pilares básicos de la democracia liberal, es decir, el imperio de la ley, la separación de poderes y las elecciones regulares desde el marco de un Estado constitucional de derecho. Pero también fortalecer los pilares del Estado social de derecho, de ese Estado de justicia, que protege los derechos civiles y políticos, pero también los económicos, sociales y culturales. Ciertamente, la democracia es sólo una forma de régimen político, y no una doctrina de salvación que pretende absorber la vida toda, pero está obligada a sentar las bases de lo justo que conforman lo que, a mi juicio, es una democracia liberal-social. Ésta sí que sería una democracia atractiva y estable, capaz de atender a las expectativas legítimas de los ciudadanos.

Frente al capitalismo estadounidense de corte neoliberal, capaz de producir riqueza, pero con inequidad, frente al capitalismo comunista chino, que se desentiende de los derechos humanos, la Unión Europea e Iberoamérica deben seguir apostando en serio por la economía social de mercado, por el crecimiento con equidad, que era —y es— la clave de la justicia y de la cohesión social. La atención cuidadosa a inmigrantes pobres y refugiados va de suyo, ayudando a erradicar las causas de los desplazamientos en los países de origen.

Según el barómetro del CIS del pasado mes de septiembre, si la primera preocupación de los españoles es el paro, la segunda son los políticos, los partidos y la política, que no parecen ocuparse de los intereses de la ciudadanía. Este problema, agudo en nuestro país, preocupa también en otros, hasta el punto de que están teniendo éxito los políticos virtuales. Recordemos cómo Michihito Matsuda, un robot ginoide, se presentó en abril de 2018 a las elecciones municipales de Tama New Town, en Japón, y quedó en un honroso tercer puesto en la segunda vuelta. ¿El secreto de su éxito? Según su creador, Matsumoto, el algoritmo podría sustituir las debilidades emocionales de los seres humanos, causa de malas decisiones políticas, corrupción, nepotismo y conflictos, por un análisis objetivo de datos sobre las opiniones, expectativas y preferencias ciudadanas. El sesgo emocional y motivacional de los seres humanos (el autointerés y la maximización del beneficio) les estaría arrastrando a la extinción; una inteligencia artificial sin rasgos emocionales sería capaz de predecir hechos y consecuencias y aplicar políticas basadas en el bien común.

Realmente, la medida parece atractiva en tiempos de política emotivista y polarizada si no fuera porque el hecho de que Michihito carezca de emociones no garantiza que sus decisiones estén exentas de sesgos. La ha creado una persona con un bagaje emocional que sin duda le ha traspasado sus sesgos; con el agravante de que averiguar la trazabilidad de sus decisiones es bien difícil, si no imposible. Pero sobre todo hay una pregunta crucial: ¿consiste la democracia en que un preferidor racional, contando con el cúmulo de big data y con un potente algoritmo matemático tome una decisión imparcial? ¿O la democracia debe ser un ejercicio de personas que expresan a través de ella su autonomía, participando en la vida pública y eligiendo representantes que se comprometen a buscar el bien común y a rendir cuentas?

Bien pensado, los políticos virtuales deberían valer para ciudadanas virtuales como Sophia, otro robot ginoide, que en 2017 obtuvo la ciudadanía saudí entre grandes protestas, dada la situación de las mujeres en el país. Sophia, igual que Michihito, carece de emociones y por eso ninguna de las dos nos sirve como gobernante y ciudadana de una sociedad democrática, sino sólo como ayuda en la toma de decisiones. La vida política humana necesita personas, hechas de razón y emociones, capaces de justicia y compasión.

Desde ellas es necesario que los gobernantes asuman su modesto papel de facilitadores de la vida pública, que los partidos dejen de ser agencias de colocación y presenten propuestas diferenciadas de lo que de verdad creen que quieren y pueden hacer para servir a la ciudadanía y que lo cumplan, que no viajen todos hacia los caladeros de votos con palabras vacías. Si pedimos a la inteligencia artificial que sea confiable, más aún hay que exigírselo a la política, que también tiene una ética".



La muerte de Sócrates, de Jacques-Louis David (1787)


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