jueves, 10 de agosto de 2017

[Poesía y música] Hoy, con Dámaso Alonso, Giacomo Puccini y Josep Carreras






Como afirmo en una de las entradas más visitadas del blog, soy capaz de recordar y reconocer casi cualquier fragmento de texto literario o película que haya leído o visto, aunque solo haya sido una vez en la vida. Por el contrario, ni el Azar ni la Naturaleza, mis divinidades paganas preferidas, me han dotado del mismo talento para la música. La diosa Terpsícore me ha negado sus favores, salvo en aquellas piezas (muy pocas para mí) que ya forman parte por la amplitud de su difusión del imaginario colectivo de la humanidad. Y esa incapacidad para recordar y reconocer piezas musicales es una de las circunstancias que más dolor me producen, porque en contraste con ellas la música es de todas las Bellas Artes la que más profundas emociones me provoca.

George Steiner, uno de los más grandes intelectuales del siglo XX, dice en su libro Errata. El examen de una vida lo siguiente: "El canto (y la música) es, simultáneamente la más carnal y la más espiritual de las realidades. Aúna alma y diafragma. Puede, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis. La voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia". Estoy en completo acuerdo con él.

La UNESCO instituyó el año 2000 el Día Mundial de la Poesía, que se celebra cada 21 de marzo, entendiendo que el mundo contemporáneo tiene necesidades estéticas y sociales que la poesía puede cubrir. Así pues, continúo con esta entrada de hoy la nueva sección del blog, "Poesía y música", aunando algunos de los más bellos poemas en español con algunas de las más hermosas arias operísticas de la historia.


Continúo hoy la serie dedicada a "Poesía y música" con el poema Insomnio, de Dámaso Alonso, y la bellísima aria Che gelida manina de la ópera La Boheme, del compositor Giacomo Puccini, interpretada por el tenor Josep Carreras. Disfrútenlo. 





Dámaso Alonso 

Dámaso Alonso y Fernández de las Redondas (1898-1990), literato y filólogo español, Director de la Real Academia Española y de la Revista de Filología Española y miembro de la Real Academia de la Historia. Fue Premio Nacional de Literatura en 1927 y Premio Miguel de Cervantes en 1978.


Insomnio
por 
Dámaso Alonso

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

"Hijos de la ira" (1944)


***



Giacomo Puccini


Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini (1858-1924) fue un compositor italiano de ópera, considerado entre los más grandes de fines del siglo XIX y principios del XX. Fue uno de los pocos compositores de ópera capaces de usar brillantemente las técnicas operísticas alemana e italiana. Se lo considera el sucesor de Giuseppe Verdi. Algunas de sus melodías, como "O mio babbino caro" de Gianni Schicchi y "Nessun Dorma" de Turandot, forman parte hoy día de la cultura popular.

El aria Che gelida manina forma parte de la ópera La Boheme, basada en la novela Scènes de la vie de bohème, de Henri Murger, una colección de viñetas que retrata a jóvenes bohemios que viven en el Barrio Latino de París en la década de 1840. 






***





Josep Carreras(1946) es un tenor español conocido por sus interpretaciones en obras de Verdi y de Puccini, además de por formar parte del trío Los tres tenores, junto al italiano Luciano Pavarotti y al madrileño Plácido Domingo. En 1988 creó la Fundació Internacional Josep Carreras per a la lluita contra la leucèmia, dedicada a la cura de dicha enfermedad, que él mismo padeció. Fue galardonado con la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña en 1984 y con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1991.





San Carlo, Nápoles. El más antiguo teatro de ópera del mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 9 de agosto de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 9 de agosto de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "El pequeño escribiente florentino", de Edmondo de Amicis






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado El pequeño escribiente florentino, de Edmondo De Amicis (1846-1908), escritor,  novelista y autor de libros de viajes italiano. Tuvo su primer contacto con la literatura en Cuneo. Estudió en un liceo de Turín. Entró a los dieciséis años en la Academia Militar de Módena, donde obtuvo el título de oficial. Con esta categoría participa en la batalla de Custoza de 1866. Luego se haría viajero y escritor, reflejando en sus obras las vivencias de sus viajes. Su obra se caracteriza por la mezcla del romanticismo y el realismo con un propósito altamente ético en el sentido de orientar al lector siempre hacia el bien. En 1886 publicó su obra más conocida, Corazón, concebida en la forma de diario personal de un niño, Enrique, a través de su año escolar como alumno de tercer grado en una escuela municipal de Turín. Les dejo con su relato. Espero que les resulte interesante. 


El pequeño escribiente florentino
por 
Edmondo de Amicis

Tenía doce años y cursaba la cuarta elemental. Era un simpático niño florentino de cabellos rubios y tez blanca, hijo mayor de cierto empleado de ferrocarriles quien, teniendo una familia numerosa y un escaso sueldo, vivía con suma estrechez. Su padre lo quería mucho, y era bueno e indulgente con él; indulgente en todo menos en lo que se refería a la escuela: en esto era muy exigente y se revestía de bastante severidad, porque el hijo debía estar pronto dispuesto a obtener otro empleo para ayudar a sostener a la familia; y para ello necesitaba trabajar mucho en poco tiempo.

Así, aunque el muchacho era aplicado, el padre lo exhortaba siempre a estudiar. Era éste ya de avanzada edad y el exceso de trabajo lo había también envejecido prematuramente. En efecto, para proveer a las necesidades de la familia, además del mucho trabajo que tenía en su empleo, se buscaba a la vez, aquí y allá, trabajos extraordinarios de copista. Pasaba, entonces, sin descansar, ante su mesa, buena parte de la noche. Últimamente, cierta casa editorial que publicaba libros y periódicos le había hecho el encargo de escribir en las fajas el nombre y la dirección de los suscriptores. Ganaba tres florines por cada quinientas de aquellas tirillas de papel, escritas en caracteres grandes y regulares. Pero esta tarea lo cansaba, y se lamentaba de ello a menudo con la familia a la hora de comer.

-Estoy perdiendo la vista -decía-; esta ocupación de noche acaba conmigo.

El hijo le dijo un día:

-Papá, déjame trabajar en tu lugar; tú sabes que escribo regular, tanto como tú.

Pero el padre le respondió:

-No, hijo, no; tú debes estudiar; tu escuela es mucho más importante que mis fajas: tendría remordimiento si te privara del estudio una hora; lo agradezco; pero no quiero, y no me hables más de ello.

El hijo sabía que con su padre era inútil insistir en aquellas materias, y no insistió. Pero he aquí lo que hizo. Sabía que a las doce en punto dejaba su padre de escribir y salía del despacho para dirigirse a la alcoba. Alguna vez lo había oído: en cuanto el reloj daba las doce, sentía inmediatamente el rumor de la silla que se movía y el lento paso de su padre. Una noche esperó a que estuviese ya en cama; se vistió sin hacer ruido, anduvo a tientas por el cuarto, encendió el quinqué de petróleo, y se sentó en la mesa de despacho, donde había un montón de fajas blancas y la indicación de las direcciones de los suscriptores.

Empezó a escribir, imitando todo lo que pudo la letra de su padre. Y escribía contento, con gusto, aunque con miedo; las fajas escritas aumentaban, y de vez en cuando dejaba la pluma para frotarse las manos; después continuaba con más alegría, atento el oído y sonriente. Escribió ciento sesenta: ¡cerca de un florín! Entonces se detuvo: dejó la pluma donde estaba, apagó la luz y se volvió a la cama de puntillas.

Aquel día, a las doce, el padre se sentó a la mesa de buen humor. No había advertido nada. Hacía aquel trabajo mecánicamente, contando las horas y pensando en otra cosa. No sacaba la cuenta de las fajas escritas hasta el día siguiente. Sentado a la mesa con buen humor, y poniendo la mano en el hombro del hijo:

-¡Eh, Julio -le dijo-, mira qué buen trabajador es tu padre! En dos horas he trabajado anoche un tercio más de lo que acostumbro. La mano aún está ágil, y los ojos cumplen todavía con su deber.

Julio, contento, mudo, decía para sí: ¡Pobre padre! Además de la ganancia, le he proporcionado también esta satisfacción: la de creerse rejuvenecido. ¡Ánimo, pues!

Alentado con el éxito, la noche siguiente, en cuanto dieron las doce, se levantó otra vez y se puso a trabajar. Y lo mismo siguió haciendo varias noches. Su padre seguía también sin advertir nada. Sólo una vez, cenando, observó de pronto:

-¡Es raro: cuánto petróleo se gasta en esta casa de algún tiempo a esta parte!

Julio se estremeció; pero la conversación no pasó de allí, y el trabajo nocturno siguió adelante.

Lo que ocurrió fue que, interrumpiendo así su sueño todas las noches, Julio no descansaba bastante; por la mañana se levantaba rendido aún, y por la noche al estudiar, le costaba trabajo tener los ojos abiertos. Una noche, por primera vez en su vida, se quedó dormido sobre los apuntes.

-¡Vamos, vamos! -le gritó su padre dando una palmada-. ¡Al trabajo!

Se asustó y volvió a ponerse a estudiar. Pero la noche y los días siguientes continuaba igual, y aún peor: daba cabezadas sobre los libros, se despertaba más tarde de lo acostumbrado; estudiaba las lecciones con desgano, y parecía que le disgustaba el estudio. Su padre empezó a observarlo, después se preocupó de ello y, al fin, tuvo que reprenderlo. Nunca lo había tenido que hacer por esta causa.

-Julio -le dijo una mañana-; tú te descuidas mucho; ya no eres el de otras veces. No quiero esto. Todas las esperanzas de la familia se cifraban en ti. Estoy muy descontento. ¿Comprendes?

A este único regaño, el verdaderamente severo que había recibido, el muchacho se turbó.

-Sí, cierto -murmuró entre dientes-; así no se puede continuar; es menester que el engaño concluya.

Pero por la noche de aquel mismo día, durante la comida, su padre exclamó con alegría:

-¡Este mes he ganado en las fajas treinta y dos florines más que el mes pasado!

Y diciendo esto, sacó a la mesa un puñado de dulces que había comprado, para celebrar con sus hijos la ganancia extraordinaria que todos acogieron con júbilo.

Entonces Julio cobró ánimo y pensó para sí:

¡No, pobre padre; no cesaré de engañarte; haré mayores esfuerzos para estudiar mucho de día; pero continuaré trabajando de noche para ti y para todos los demás!

Y añadió el padre:

-¡Treinta y dos florines!… Estoy contento… Pero hay otra cosa -y señaló a Julio- que me disgusta.

Y Julio recibió la reconvención en silencio, conteniendo dos lágrimas que querían salir, pero sintiendo al mismo tiempo en el corazón cierta dulzura. Y siguió trabajando con ahínco; pero acumulándose un trabajo a otro, le era cada vez más difícil resistir. La situación se prolongó así por dos meses. El padre continuaba reprendiendo al muchacho y mirándolo cada vez más enojado. Un día fue a preguntar por él al maestro, y éste le dijo:

-Sí, cumple, porque tiene buena inteligencia; pero no está tan aplicado como antes. Se duerme, bosteza, está distraído; hace sus apuntes cortos, de prisa, con mala letra. Él podría hacer más, pero mucho más.

Aquella noche el padre llamó al hijo aparte y le hizo reconvenciones más severas que las que hasta entonces le había hecho.

-Julio, tú ves que yo trabajo, que yo gasto mucho mi vida por la familia. Tú no me secundas, tú no tienes lástima de mí, ni de tus hermanos, ni aún de tu madre.

-¡Ah, no, no diga usted eso, padre mío! -gritó el hijo ahogado en llanto, y abrió la boca para confesarlo todo.

Pero su padre lo interrumpió diciendo:

-Tú conoces las condiciones de la familia: sabes que hay necesidad de hacer mucho, de sacrificarnos todos. Yo mismo debía doblar mi trabajo. Yo contaba estos meses últimos con una gratificación de cien florines en el ferrocarril, y he sabido esta mañana que ya no la tendré.

Ante esta noticia, Julio retuvo en seguida la confesión que estaba por escaparse de sus labios, y se dijo resueltamente: No, padre mío, no te diré nada; guardaré el secreto para poder trabajar por ti; del dolor que te causo te compenso de este modo: en la escuela estudiaré siempre lo bastante para salir del paso: lo que importa es ayudar para ganar la vida y aligerarte de la ocupación que te mata.

Siguió adelante, transcurrieron otros dos meses de tarea nocturna y de pereza de día, de esfuerzos desesperados del hijo y de amargas reflexiones del padre. Pero lo peor era que éste se iba enfriando poco a poco con el niño, y no le hablaba sino raras veces, como si fuera un hijo desnaturalizado, del que nada hubiese que esperar, y casi huía de encontrar su mirada. Julio lo advertía, sufría en silencio, y cuando su padre volvía la espalda, le mandaba un beso furtivamente, volviendo la cara con sentimiento de ternura compasiva y triste; mientras tanto el dolor y la fatiga lo demacraban y le hacían perder el color, obligándolo a descuidarse cada vez más en sus estudios.

Comprendía perfectamente que todo concluiría en un momento, la noche que dijera: Hoy no me levanto; pero al dar las doce, en el instante en que debía confirmar enérgicamente su propósito, sentía remordimiento; le parecía que, quedándose en la cama, faltaba a su deber, que robaba un florín a su padre y a su familia; y se levantaba pensando que cualquier noche que su padre se despertara y lo sorprendiera, o que por casualidad se enterara contando las fajas dos veces, entonces terminaría naturalmente todo, sin un acto de su voluntad, para lo cual no se sentía con ánimos. Y así continuó la misma situación.

Pero una tarde, durante la comida, el padre pronunció una palabra que fue decisiva para él. Su madre lo miró, y pareciéndole que estaba más echado a perder y más pálido que de costumbre, le dijo:

-Julio, tú estás enfermo. -Y después, volviéndose con ansiedad al padre-: Julio está enfermo, ¡mira qué pálido está!… ¡Julio mío! ¿Qué tienes?

El padre lo miró de reojo y dijo:

-La mala conciencia hace que tenga mala salud. No estaba así cuando era estudiante aplicado e hijo cariñoso.

-¡Pero está enfermo! -exclamó la mamá.

-¡Ya no me importa! -respondió el padre.

Aquella palabra le hizo el efecto de una puñalada en el corazón al pobre muchacho. ¡Ah! Ya no le importaba su salud a su padre, que en otro tiempo temblaba de oírlo toser solamente. Ya no lo quería, pues; había muerto en el corazón de su padre.

¡Ah, no, padre mío! -dijo entre sí con el corazón angustiado-; ahora acabo esto de veras; no puedo vivir sin tu cariño, lo quiero todo; todo te lo diré, no te engañaré más y estudiaré como antes, suceda lo que suceda, para que tú vuelvas a quererme, padre mío. ¡Oh, estoy decidido en mi resolución!

Aquella noche se levantó todavía, más bien por fuerza de la costumbre que por otra causa; y cuando se levantó quiso volver a ver por algunos minutos, en el silencio de la noche, por última vez, aquel cuarto donde había trabajado tanto secretamente, con el corazón lleno de satisfacción y de ternura.

Sin embargo, cuando se volvió a encontrar en la mesa, con la luz encendida, y vio aquellas fajas blancas sobre las cuales no iba ya a escribir más, aquellos nombres de ciudades y de personas que se sabía de memoria, le entró una gran tristeza e involuntariamente cogió la pluma para reanudar el trabajo acostumbrado. Pero al extender la mano, tocó un libro y éste se cayó. Se quedó helado.

Si su padre se despertaba… Cierto que no lo habría sorprendido cometiendo ninguna mala acción y que él mismo había decidido contárselo todo; sin embargo… el oír acercarse aquellos pasos en la oscuridad, el ser sorprendido a aquella hora, con aquel silencio; el que su madre se hubiese despertado y asustado; el pensar que por lo pronto su padre hubiera experimentado una humillación en su presencia descubriéndolo todo…, todo esto casi lo aterraba.

Aguzó el oído, suspendiendo la respiración… No oyó nada. Escuchó por la cerradura de la puerta que tenía detrás: nada. Toda la casa dormía. Su padre no había oído. Se tranquilizó y volvió a escribir.

Las fajas se amontonaban unas sobre otras. Oyó el paso cadencioso de la guardia municipal en la desierta calle; luego ruido de carruajes que cesó al cabo de un rato; después, pasado algún tiempo, el rumor de una fila de carros que pasaron lentamente; más tarde silencio profundo, interrumpido de vez en cuando por el ladrido de algún perro. Y siguió escribiendo.

Entretanto su padre estaba detrás de él: se había levantado cuando se cayó el libro, y esperó buen rato; el ruido de los carros había cubierto el rumor de sus pasos y el ligero chirrido de las hojas de la puerta; y estaba allí, con su blanca cabeza sobre la negra cabecita de Julio. Había visto correr la pluma sobre las fajas y, en un momento, lo había recordado y comprendido todo. Un arrepentimiento desesperado, una ternura inmensa invadió su alma. De pronto, en un impulso, le tomó la cara entre las manos y Julio lanzó un grito de espanto. Después, al ver a su padre, se echó a llorar y le pidió perdón.

-Hijo querido, tú debes perdonarme -replicó el padre-. Ahora lo comprendo todo. Ven a ver a tu madre.

Y lo llevó casi a la fuerza junto al lecho y allí mismo pidió a su mujer que besara al niño. Después lo tomó en sus brazos y lo llevó hasta la cama, quedándose junto a él hasta que se durmió. Después de tantos meses, Julio tuvo un sueño tranquilo. Cuando el sol entró por la ventana y el niño despertó, vio apoyada en el borde de la cama la cabeza gris de su padre, quien había dormido allí toda la noche, junto a su hijo querido.

FIN




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 8 de agosto de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 8 de agosto de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[Galdós en su salsa] Hoy, con "De Cartago a Sagunto"





Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

De Cartago a Sagunto es la quinta novela de la serie final de los Episodios nacionales de Galdós. Publicada en 1911, continúan en ella las aventuras de Tito Liviano iniciadas en episodios anteriores, con su presencia en el asedio de la ciudad de Cartagena por las tropas del gobierno central y su vuelta a Madrid, donde recibe la noticia de la rendición del cantón y asiste a la caída del último gobierno republicano con el asalto del Congreso por la Guardia Civil. Mariclío, su musa de la Historia, de la que es rendido servidor, le encomienda partir hacia el norte en calidad de «delegado secreto», para negociar con los carlistas su rendición por medio de sobornos. Sus correrías terminan en Cuenca, donde es testigo de la caída de la ciudad a manos de las tropas carlistas, que llevarán a cabo una sangrienta represión.

La descripción de personajes y caracteres está tan lograda como en los mejores de los Episodios nacionales, y la acción crea un punto de confusión, al mezclar realidad con imaginación. El propio Tito Liviano admite en uno de los capítulos padecer desviaciones mentales que alteran temporalmente su apreciación de las cosas. 

La rebelión cantonal, con foco principal en Cartagena, tuvo lugar entre finales de 1873 y principios de 1874. Fue sofocada tras un efímero gobierno de 6 meses y 2 días. En Madrid, la división irreconciliable de los republicanos entre unitarios y federales, provocó la caída del gobierno de Emilio Castelar, a la que siguió el golpe de Estado del general Manuel Pavía y la reactivación de la Tercera Guerra Carlista. 




Moneda emitida por el Cantón de Cartagena e 1873



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lunes, 7 de agosto de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy lunes, 7 de agosto de 2017






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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[A vuelapluma] ¿Quiénes fueron los votantes de Trump?





El tópico de que la victoria de Trump se debió sobre todo a una coalición de trabajadores manuales blancos y de clase obrera no encaja con los datos electorales de 2016, pues muchos de sus votantes sin estudios universitarios tenían rentas medias o altas. Según una encuesta de la American National Election Study, el estudio electoral más veterano de EE UU, que desmenuzan en un interesante artículo Nicholas Carnes, profesor ayudante de Políticas Públicas en la Sanford School of Public Policy de la Universidad de Duke, y Noam Lupu, profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Vanderbilt, los votantes blancos no hispanos sin título universitario y con renta familiar inferior a la mediana solo constituyen el 25% de los votantes de Trump. Eso no tiene nada que ver con la victoria a lomos de la clase obrera que muchos periodistas se imaginaron.  

La cobertura mediática de las elecciones estadounidenses de 2016, señalan los profesores Carnes y Lupu en su análisis, recalcó frecuentemente el atractivo de Donald Trump para la clase obrera. The Atlantic afirmó que “el promotor inmobiliario multimillonario está sentando cimientos obreros”. Associated Press se preguntaba qué supondría para la estrategia electoral de Trump “su éxito a la hora de atraerse el voto obrero blanco”. El 9 de noviembre, según el artículo de portada del The New York Times sobre la victoria de Trump, esta era una “categórica demostración de poder de una coalición, largamente desatendida, compuesta mayormente por trabajadores manuales, blancos y de clase obrera”. Solo hay un problema: la descripción es errónea. La mayoría de los votantes de Trump no eran de clase obrera.

Ya durante las primarias se comenzó a distorsionar el apoyo obrero de Trump. En un artículo muy difundido de marzo de 2016, Thomas Frank, por ejemplo, se explayó sobre “la clase obrera blanca… base del apoyo a Trump”. En los primeros mítines de campaña, muchos periodistas encontraron pintorescos ejemplos de partidarios obreros de Trump. ¿Pero esas anécdotas representaban con exactitud la emergente coalición pro Trump?

Había buenas razones para dudarlo. Para empezar, gran parte de las encuestas de 2016 carecían de datos sobre la profesión de los encuestados: factor preferido por los expertos para medir la clase social. Cuando los periodistas decían que Trump atraía a los votantes obreros, no sabían realmente si estos trabajaban en la construcción o eran directivos.

Además, según el otro mejor factor para medir la clase, los ingresos familiares, durante las primarias no parecía que los partidarios de Trump fueran abrumadoramente de clase obrera. Al contrario, muchas encuestas demostraban que eran sobre todo republicanos acomodados. Por ejemplo, una de marzo de 2016 de la NBC que analizamos señalaba que solo un tercio tenía una renta familiar igual o menor a la mediana nacional (unos 50.000 dólares anuales). Aunque limitamos el análisis a blancos no hispanos, otro tercio lo componían familias con ingresos entre 50.000 y 100.000 dólares y otro las que ingresaban 100.000 dólares o más. Si por clase obrera entendemos estar en la mitad inferior de la distribución de renta, la gran mayoría de los partidarios de Trump durante las primarias no eran obreros.

¿Y la educación? Muchos expertos percibieron pronto que la mayoría de sus partidarios carecían de título universitario. Pero este razonamiento tenía dos problemas. Primero, no tener estudios superiores no equivale a ser de clase obrera (ahí están Bill Gates y Mark Zuckerberg). Y, segundo, aunque más del 70% de los partidarios de Trump no tenía título universitario, en los datos de la NBC vimos algo que los expertos no habían percibido: durante las primarias, alrededor del 70% de los republicanos, cerca de la media nacional (71% según el censo de 2013), no tenía esos estudios. Lejos de atraer a los menos formados, parecía que Trump tenía de su parte prácticamente a los mismos titulados universitarios que cualquier candidato republicano ganador.

¿Qué pasó en las generales? Hace un tiempo, el American National Election Study, el estudio electoral más veterano de EE UU, publicó su encuesta de 2016. Y mostraba que en noviembre de ese año la coalición pro Trump se parecía mucho a la de las primarias. Entre los que decían que le habían votado en las generales, el 35% tenía una renta familiar inferior a 50.000 dólares anuales (el mismo porcentaje que entre los blancos no hispanos), con lo que el porcentaje era casi igual al de la encuesta de la NBC de marzo de 2016. Los votantes de Trump no eran en su inmensa mayoría pobres. En las generales, como en las primarias, unos dos tercios de sus partidarios procedían de la mitad económicamente mejor situada.

Y volvemos a la educación. Para muchos analistas, la brecha partidista entre los más y los menos formados es mayor que nunca. Según el estudio electoral, el 69% de los votantes de Trump en las generales carecía de título universitario. ¿No demuestra eso que su base era mayoritariamente obrera? La verdad es más compleja: muchos de sus votantes sin formación universitaria eran relativamente acomodados. Dentro de los que ganan menos de 50.000 dólares anuales, el apoyo a Trump presentaba una diferencia del 15%-20% entre los que tienen título universitario y los que no lo tienen. Pero la misma diferencia se apreciaba, y era aún mayor, entre quienes ganan más de 50.000 y de 100.000 dólares anuales. Dicho de otro modo: de los blancos sin título universitario que votaron a Trump, casi el 60% estaba en la mitad superior de la distribución de la renta. En realidad, uno de cada cinco votantes blancos de Trump sin educación universitaria tenía una renta superior a los 100.000 dólares.

Los observadores han utilizado con frecuencia las disparidades educativas para presentarnos a pobres lanzándose en masa a votar a Trump, pero la verdad es que muchos de sus votantes sin estudios universitarios eran de hogares con rentas medias o altas. Este es el problema fundamental que conlleva definir a la clase obrera en función del nivel educativo.

En suma, el tópico de que la victoria de Trump se debe sobre todo a una “coalición de trabajadores manuales blancos y de clase obrera” no encaja con los datos electorales de 2016. Según la encuesta, los votantes blancos no hispanos sin título universitario y con renta familiar inferior a la mediana solo constituyen el 25% de los votantes de Trump. Eso no tiene nada que ver con la victoria a lomos de la clase obrera que muchos periodistas se imaginaron.

Un artículo de National Review sobre el supuesto apoyo de esa clase a Trump parecía casi llamar a las armas contra los más desfavorecidos, diciendo que “la clase marginal blanca está sometida a una cultura despiadada y egoísta, cuyas principales consecuencias son la miseria y las jeringuillas de heroína usadas. Los discursos de Donald Trump los confortan. También la oxicodona” y que “lo cierto es que esas comunidades disfuncionales y degradadas se merecen morir”. Estos estereotipos que buscan chivos expiatorios son una indignante consecuencia del tópico de que los estadounidenses de clase obrera auparon a Trump a la Casa Blanca. Ha llegado el momento de librarse de él. Quien merece morir no son las comunidades de clase obrera de EE UU, sino el mito de que son responsables de la elección de Trump.




Dibujo de Enrique Flores para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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Entrada núm. 3709
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