sábado, 16 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] Se empieza quemando banderas y ...





El periodista Jorge Marirrodriga, comentando la quema de banderas de España, Francia y la Unión Europea por unos pirados (en el doble sentido de locos y pirómanos) de la CUP en la reciente "Diada" de Barcelona, dice que se trata de una vieja tradición ibérica y mediterránea que celebra que donde haya un buen fuego que se quiten las sonrisas. El problema para mí es que los que comienzan quemando banderas (símbolos), seguirán quemando libros (historia), y acabarán quemando personas (inquisición). Todo muy propio. Y natural, sí. No sé que otra cosa podía esperarse de ellos, aunque a mi estimado exprofesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNED, Ramón Cotarelo, le caigan pero que muy bien.

La diputada francesa Samantha Cazebonne, comienza diciendo Marirrodriga, ha protestado enérgicamente porque durante una manifestación de la Diada organizada por la organización Arran, afín a la CUP, unos encapuchados quemaron una bandera —estas cuatro últimas palabras nos hacen saltar sin poder evitarlo a los veranos de varios años atrás— francesa. Cazebonne, que pertenece al partido del presidente Emmanuel Macron La Republique en Marche, ha condenado el acto recalcando que la tricolor es “un símbolo de libertad y democracia”, y ha exigido que la quema no quede impune. En similares términos se ha pronunciado el consejero consular francés en Barcelona, Raphäel Chambat.

También ha habido críticas a la quema de la bandera española por parte de políticos españoles, todo hay que decirlo, menos escandalizados tal vez por la costumbre y sin duda más escaldados por las decisiones judiciales —la última, en abril de este precisamente sobre la Diada de 2016— que últimamente archivan estos casos. Finalmente, nótese que a la pobre bandera de Europa no ha salido nadie a defenderla, lo cual indica en su caso o bien una improbable completa prevalencia del derecho a la libertad de expresión o un probable desinterés absoluto por lo que representa. Pobres Schumann y Adenauer.

Cuando se producen estas situaciones siempre surge la eterna discusión sobre los límites de la libertad de expresión y el respeto a los símbolos. E inevitablemente hay quien invoca una sentencia del Tribunal Supremo de EE UU que permite quemar la bandera de las barras y estrellas. Como si les importara a Arran, a la diputada Cazebonne y al espíritu de Schumann lo que dijeran nueve señores con toga en Washington. En vez de centrarnos en el sujeto pasivo de la acción, la bandera, vayamos con el activo: el fuego.

Cantaba Serrat aquello de “qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo” y es ciertamente muy Mediterráneo y muy ibérico acabar las reuniones en las que sube la temperatura —festiva o no— con un buen fuego quemando algo o a alguien. En esto tenemos una arraigada tradición común en la Península y en la ribera del Mare Nostrum. Da igual que ardan Roma, la biblioteca de Alejandría, retratos de gobernantes en El Cairo, ninots en Valencia, contenedores de basura en Zumaia o los cuernos de un toro en Sant Jaume d’Enveja. Ya lo decía Séneca: el fuego prueba el oro. Y también prueba otras cosas.

Ese fuego prueba, por ejemplo, que hay quienes, desde el interior del proceso catalán, no creen en esta revolución de las sonrisas que se proclama a diario desde la Generalitat. Quemar unos símbolos —aunque, o porque, se consideren ajenos— como si fueran Alice Cooper en la pira no es precisamente algo festivo. Hay quienes, como la diputada Cazebonne, ven en esos trozos de tela abrasados —y otros similares— símbolos de libertad y democracia y quienes, como decía Tolstói, cuando cruzan un bosque sólo ven leña para el fuego, termina diciendo.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Píldoras literarias] Hoy, con "Prueba de vuelo", de Eugenio Mandrini





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado Prueba de vuelo, de Eugenio Mandrini (1936), escritor y poeta argentino. La llave secreta de Eugenio Mandrini, uno de los grandes cultivadores actuales del microrrelato hispanoamericano, es bifronte: causa placer y al tiempo produce estupor, una mezcla no demasiado común de precisión narrativa con encantamiento poético. Se trata, por tanto, de intentar llegar a esa frontera donde el autor y el lector se funden para hacer de la literatura otro modo de imaginada locura, quizás otro posible camino de salvación. Estas criaturas —le dice Mandrini al lector cómplice— pueden ser tuyas, pero atrévete a no cerrar los ojos. Saltan. Enceguecen. Golpean con manos de caricia. Vuelven. Les dejo con su Prueba de vuelo, publicado en Galería de hiperbreves (2001). Tiene quince palabras y dice así: 



PRUEBA DE VUELO
por
Eugenio Mandrini

Si evaporada el agua
el nadador todavía se sostiene,
no cabe duda: es un ángel.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy sábado,16 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 15 de septiembre de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 15 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 14 de septiembre de 2017

[Galdós en su salsa] Hoy, con "La Fontana de Oro"



Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Subo hoy al blog La Fontana de Oro. Publicada en 1870, es la primera de las novelas escritas por Galdós. La acción transcurre en Madrid durante los años del Trienio Constitucional (1820-1823) y toma su título del café situado cerca de la Puerta del Sol que con ese mismo nombre sirvió de lugar de reunión a artistas y tribuna oratoria para políticos liberales, y que aún persiste en su actividad. Escrita entre 1867 y 1868, en parte durante un viaje a Francia poco después de la Revolución de Septiembre, se mezclan los hechos históricos reales, con los asuntos personales de los personajes, siguiendo una pauta de construcción literaria similar a la de los Episodios Nacionales

Enmarcada en el reinado de Fernando VII, Galdós narra en sus páginas acontecimientos como el levantamiento del general Riego y la posterior entrada en Madrid, en mayo de 1823 del ejército francés conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis para restablecer en el absolutismo al monarca. En la novela se suceden reuniones clandestinas de logias masónicas y sectas ultramontanas; actuaciones de grandes oradores como Antonio Alcalá Galiano; manifestaciones callejeras al son de la "Trágala"; escaramuzas entre milicianos liberales y realistas; fusilamientos en masa y ejecuciones en la Plaza de la Cebada tras la victoria absolutista... Un doble escenario en el que Galdós desenreda la pasión patriótica junto a una pasión de corte clásico que le sirve de hilo argumental.

El eje sentimental de la trama narra la pasión amorosa entre Lázaro, joven romántico y liberal, y Clara, huérfana en casa de un tío de ideología absolutista y carácter intransigente.​

El erudito galdosiano Joaquín Casalduero valora esta novela primera del escritor canario no solo como origen de toda su obra sino de la novela moderna en España.

La edición que reproduzco es la existente en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante, publicada originariamente en Madrid, en 1906, por Perlado, Páez y Compañía. Disfrútenla. 




La Fontana de Oro, Madrid



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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 14 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 13 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] ¿Valores com-partidos?





¿Valores compartidos...o partidos?, se pregunta el filósofo Fernando Savater. Los golpes de pecho no sirven de mucho ante unos fanáticos que saben más de explosivos que de historia. No parece infundado suponer que en el Islam hay rasgos ideológicos poco aptos para aceptar los valores de las democracias occidentales.

En los días posteriores a los atentados terroristas de Cataluña, comienza diciendo, hemos oído diversas jaculatorias que constituían una buena ilustración del dicho popular “dime de qué presumes y te diré lo que te falta”. Muertos de miedo (y no sin razón, porque lo contrario sería estar loco) hemos gritado con voz aflautada “¡no tenemos miedo!”; también se ha elogiado mucho “la unidad de los demócratas”, mientras cada cual se subía a su mata de cizaña; no han faltado los homenajes a la eficacia los Mossos d’Esquadra precisamente el día que menos la demostraron, aunque no lo hicieron mucho peor que otras policías europeas más famosas; y por supuesto se aseguró que nuestros valores comunes —“occidentales”, añaden algunos más audaces— serían defendidos a capa y espada contra quienes quieren derrocarlos. A mí son estos valores lo que me intriga especialmente. ¿Cuáles son? ¿En qué se diferencian para mejor de otros ajenos? ¿Realmente los compartimos desde el fondo de nuestra convicción o son como esos principios que Groucho estaba dispuesto a cambiar si veía que no le gustaban a su vecino más quisquilloso? Hum, ejem...

A pesar de las diferencias evidentes entre los usos culturales, hay ciertos valores efectivamente universales en el terreno moral aunque en cada lugar y tiempo los legitimen a su manera: en ninguna sociedad se ha apreciado más la mentira que la verdad, la cobardía que el coraje, la avaricia que la generosidad, el abuso contra los pequeños que su protección... en una palabra, lo que debilita y compromete los vínculos sociales —o sea, humanos— frente a lo que los refuerza. Varía la extensión del campo en el que estos principios se aplican (de la estrechez de la tribu hasta la anchura total del universo, que es la aportación revolucionaria de estoicos y cristianos) pero lo recomendado no cambia mucho. Los hombres, desde que lo fueron, no han necesitado saber qué era el humanismo para portarse con humanidad con aquellos a los que han tenido por semejantes. Y las religiones no son las inventoras de estos preceptos, aunque han contribuido por lo general a extenderlos y reforzarlos. Pero también han buscado a veces motivos sublimes para darlos de lado y olvidar lo humano en nombre de lo sobrehumano, que suele ser disfraz de lo inhumano. Quizá Richard Dawkins exagera de nuevo, como suele, cuando afirma: “Las personas buenas hacen cosas buenas y las personas malas hacen cosas malas; pero para que personas buenas hagan cosas malas se necesitan las religiones...”. Yo más bien tiendo a creer que la religión es como el alcohol, que a unos les sienta bien y les hace más cordiales y tiernos, mientras que convierte a otros en brutos repelentes.

En cualquier caso, cuando hablamos de “nuestros valores” no nos referimos a las virtudes morales que individualmente podemos compartir con nuestros congéneres de cualquier lugar del mundo, aunque difieran los usos y costumbres que supersticiosos de todas partes consideran éticamente relevantes. Ni tampoco, aún menos los “buenos sentimientos” y la abnegación por los nuestros, que compartimos incluso con muchos animales. Los valores a los que nos referimos son cívicos y sociales, se refieren a los principios democráticos sobre los que se fundan nuestras instituciones: la igualdad de los ciudadanos ante las leyes, que han sido creadas por ellos mismos y pueden también ser modificadas por ellos; la libertad de cada uno para buscar su propia excelencia a su modo y manera dentro de la ley, sin la obligación de parecerse a los demás ni temer diferenciarse de ellos en tal o cual aspecto circunstancial; la educación y la protección social para todos, que debe resguardarnos de la tiranía de la miseria; la elección de los gobernantes por vías claramente establecidas y su revocación del mismo modo llegado el caso; la consideración de que el orden estatal está al servicio de los ciudadanos y no estos sometidos al servicio de aquel; el aprecio común por los aspectos lúdicos y embellecedores de la vida, artes, juegos, poesía y también por el desarrollo racional de los conocimientos que aumentan técnicamente nuestras capacidades y nos permiten profundizar el sentido de la existencia, etcétera... Con alguna puesta a punto modernizadora, el discurso fúnebre de Pericles transcrito —o inventado— por Tucídides sigue siendo un buen prontuario de nuestros valores.

Desde luego, no son referencias ideales que todas las culturas compartan. Pero tampoco todas las que no las comparten están activamente alzados contra ellas, aunque oscuramente sepan que guardan un principio subversivo contra los absolutismos, las teocracias y los tradicionalismos intocables que jerarquizan a los que viven juntos en castas infranqueables. Los países democráticos pueden intentar fomentar movimientos políticos semejantes a los nuestros en otros lugares pero las libertades no deben imponerse manu militari so pena de suscitar una falsa e hipócrita adhesión que a veces es peor que el franco rechazo. A menudo en estos días oímos aterradas palinodias sobre nuestro mal comportamiento imperial en el pasado inmediato para justificar los ataques terroristas que padecen nuestras capitales. Francamente, creo que los actos de contrición y los golpes de pecho resuelven poco cuando nos enfrentamos a un movimiento fanático y criminal que sabe más del manejo de explosivos que de historia. Tampoco parece que todo dependa del rechazo o la falta de oportunidades que encuentran precisamente los musulmanes en nuestras sociedades, las más inclusivas que ha habido nunca. Otros grupos étnicos aún más remotos, como los orientales, no han tenido tantas dificultades para integrarse ni se han convertido en enemigos de la convivencia: ¿han visto ustedes alguna vez a un chino o un coreano pidiendo limosna en una esquina o viviendo de la asistencia pública? No parece infundado suponer que en la religión musulmana se dan rasgos ideológicos especialmente poco aptos para aceptar los valores de las democracias occidentales, aunque en ese terreno simbólico siempre se puede esperar giros interpretativos que acaben por reconciliar lo en apariencia irreconciliable. Siento una especial simpatía por tantas personas que viven en países de mayoría islámica y sometidos a sus dogmas en apariencia, aunque sean tan escasamente religiosos como lo somos la mayoría de nosotros. A quien desee pensar esos asuntos sin ñoñerías, les recomiendo el libro/entrevista con el gran poeta sirio Adonis Violencia e Islam (editorial Ariel). Comparto muchos más valores auténticos con él que con quienes en España deciden saltarse las leyes invocando los derechos de los territorios contra los ciudadanos o toman a Venezuela o Cuba como modelos para sus colectivismos autoritarios, por el momento afortunadamente solo declamatorios..., concluye diciendo el profesor Savater.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País



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[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "El gigante", de Leonid N. Andréyev





Continúo la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado El gigante, de Leonid Nikoláievich Andréyev (1871-1919), escritor y dramaturgo ruso que lideró el movimiento expresionista en la literatura de su país. Estudió Derecho en Moscú y San Petersburgo, pero abandonó su poco remuneradora práctica para seguir la carrera literaria. Fue reportero para un periódico moscovita, cubriendo la actividad judicial, función que cumplió rutinariamente sin llamar la atención desde el punto de vista literario. Su primer relato publicado fue Sobre un estudiante pobre, una narración basada en sus propias experiencias. Sin embargo, fue cuando Máximo Gorki lo descubrió por unos relatos aparecidos en el Mensajero de Moscú y en otras publicaciones, cuando comenzó realmente su carrera literaria. Fue uno de los más prolíficos escritores rusos, produciendo cuentos, bosquejos, dramas, etc., de forma constante. Su primera colección de relatos apareció en 1901 y vendió un cuarto de millón de ejemplares en poco tiempo. Fue aclamado como una nueva estrella en Rusia, donde su nombre pronto se hizo famoso. Idealista y rebelde, Andréyev pasó sus últimos años en la pobreza, y su muerte prematura por una enfermedad cardíaca pudo haber sido favorecida por su angustia a causa de los resultados de la Revolución Bolchevique. A diferencia de su amigo Máximo Gorki, Andréyev no consiguió adaptarse al nuevo orden político. Desde su casa en Finlandia, donde se exilió, dirigió al mundo manifiestos contrarios a los excesos bolcheviques. Les dejo con su relato.


EL GIGANTE
por
Leonid N. Andréyev


Ha venido el gigante, el gigante grande, grande. ¡Tan grande, tan grande! ¡Y tan bobo ese gigante! Tiene manazas enormes, con dedos muy gruesos, y pies tan enormes y gruesos como árboles. Muy gordos, muy gordos. ¡Ha venido y… se ha caldo! ¿Sabes? ¡Se cayó! ¡Tropezó con un peldaño y se cayó! Es tan bruto el gigante, tan bobo… De repente, va y se cayó.

Abrió la bocaza… y se quedó en el suelo, bobo como un deshollinador. ¿A qué has venido, gigante? ¡Vete, vete, gigante! ¡Mi Pepín es tan dulce y gentil! ¡Se abraza tan cariñosamente a su mamá, contra el corazón de su mamaíta! ¡Es tan bueno y tan cariñoso! Sus ojos son tan dulces y tan claros, que todo el mundo le quiere. Tiene una naricita monísima y no hace tonterías. Antes corría, gritaba, montaba a caballo. Has de saber, gigante, que Pepín tenía un caballo, un lindo caballo grande, con su cola. Pepín monta a caballo y se va lejos, lejos, al bosque, al río. Y en el río, ¿no lo sabes, gigante?, hay pececitos. No, tú no lo sabes porque eres un bruto, pero Pepín sí que lo sabe. ¡Pececitos lindos! El sol ilumina el agua y los pececitos juegan, ¡tan lindos, tan lindos y ligeros! ¡Si, gigante bruto, que no sabes nada!…

-¡Qué bobo de gigante! Vino y… se cayó. ¡Qué bobo es! Subía la escalera y de pronto, ¡para!, se cayó. ¡Ah, qué bruto es! No tiene por qué venir aquí el gigante; no le hemos invitado. Antes Pepín hacía travesuras, pero ahora es tan juicioso, tan dulce, tan bueno, y mamá le quiere tan tiernamente. Le quiere tanto… más que al mundo entero, más a sí misma, más que a la vida. Pepín es para su mamá el sol, la dicha, la alegría. Ahora es muy pequeñín y su vida es pequeñita, pero después se hará grande como un gigante. Tendrá una larga barba y unos largos bigotes, y su vida será grande, clara y bella. Será bueno, inteligente y fuerte, como un gigante, ¡tan fuerte y tan inteligente! Y todo el mundo le querrá, le admirará. Tendrá en su vida penas, porque todo el mundo tiene penas, pero conocerá también grandes alegrías, claras como el sol. Entrará en la vida bello e inteligente, y el cielo azul estará suspendido por encima de su cabeza y los pájaros le cantarán sus más bonitas canciones y el agua le murmurará cariñosa. Y mi Pepín mirará en torno suyo y dirá: “¡Qué bella es la vida!”

-¡Ya… ya!… No; es imposible; te tengo fuerte, querido chiquitín mío. ¿No te asusta la oscuridad? Mira, se ve luz por la ventana: es el farol de la calle, que nos alumbra. ¡Es tan bobo ese farol! ¡Se está derecho y alumbra! También a nosotros nos da un poco de luz. Él dice: “¡Vaya, no hay luz en esa casa, les voy a alumbrar un poco!” ¡Es tan bobo ese alto farol! ¡Mañana nos alumbrará también! Mañana… ¡Dios mío, Dios mío!

-Sí, sí… El gigante… Desde luego… ¡Es tan grande! Más alto que el farol y que el campanario. Y vino y… ¡se cayó! ¡Ah, qué bobo eres, gigante! ¿Es que no veías el escalón? “¡Yo miraba a lo alto y no vi el escalón!”, responde el gigante con voz de bajo profundo. “¡Yo miraba a lo alto!” ¡Ah, qué bruto eres, gigante! Es mejor mirar abajo; así, hubieras visto el escalón. Mira mi Pepín, gigante; ¡es tan guapo, tan inteligente! Será todavía más grande que tú. Dará unos pasos enormes. Caminará a través de la ciudad, sobre los bosques y las montañas.

Será fuerte y valiente; no temerá nada, absolutamente nada. Caminará a través de los ríos. Todos le mirarán con la boca abierta, tan bobos, y él atravesará los ríos. Su vida será tan grande, tan bella y clara, y el sol brillará sobre su cabeza, el dulce sol, tan lindo. Desde la mañana brillará el dulce sol… ¡Dios mío, Dios mío!…

Ya… Vino el gigante y… ¡se cayó! ¡Qué bobo es el gigante, Dios mío, qué bobo es!…

Así, en la noche profunda, hablaba la madre, estrechando contra su corazón a su hijito moribundo. Paseaba con él, por la habitación débilmente iluminada por el farol, y hablaba sin cesar.

Y en la habitación contigua, se oía llorar al padre del niño.

FIN





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