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domingo, 14 de junio de 2020

[PARLAMENTO] Diario de Sesiones. Junio, 2020 (II)






Las Cortes Generales, conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado, representan al pueblo español. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

Desde los enlaces de más abajo pueden acceder a los Diarios de Sesiones respectivos del Congreso de los Diputados y del Senado, y en su caso, de las Cortes Generales, tanto en su versión de texto como en vídeo. 

I. CORTES GENERALES
Sin sesiones

II. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
LUNES, 8 DE JUNIO
1. Grupo de trabajo para la Unión Europea. Vídeo
2. Grupo de trabajo de sanidad y salud pública. Vídeo
3. Grupo de trabajo de políticas sociales y sistemas de cuidados. Video
4. Comisión de trabajo, seguridad social, inclusión y migraciones. Diario y vídeo
5. Comisión de defensa. Diario y video

MARTES, 9 DE JUNIO
6. Grupo de trabajo de sanidad y salud pública. Vídeo
7. Grupo de trabajo para la reactivación económica. Vídeo
8. Comisión para la reconstrucción social y económica. Diariovídeo


MIÉRCOLES, 10 DE JUNIO
9. Sesión plenaria. Diario y vídeo

JUEVES, 11 DE JUNIO
10. Sesión plenaria. Diario y video
11. Comisión constitucional. Diariovídeo
12. Comisión  de sanidad y consumo. Diariovídeo
13. Comisión para la reconstrucción social y económica. Diariovídeo
14. Comisión  de asuntos económicos y transformación digital. Diariovídeo

VIERNES, 12 DE JUNIO
15. Grupo de trabajo de sanidad y salud pública. Video
16. Grupo de trabajo de políticas sociales y sistema de cuidados. Vídeo
17. Grupo de trabajo para la Unión Europea. Vídeo
18. Comisión de industria, comercio y turismo. Diariovídeo

III. SENADO
MIÉRCOLES, 10 DE JUNIO
18. Comisión de industria, comercio y turismo. Diario y vídeo

JUEVES, 11 DE JUNIO
19. Comisión de cultura y deportes. Diariovídeo

VIERNES, 12 DE JUNIO
20. Comisión de agricultura, pesca y alimentación. Diariovídeo

Desde los enlaces siguientes pueden acceder a las páginas electrónicas oficiales de las principales instituciones políticas nacionales, europeas y locales de Canarias. 

INSTITUCIONES NACIONALES

INSTITUCIONES EUROPEAS

INSTITUCIONES LOCALES CANARIAS
Parlamento de Canarias
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria


Por último, desde estos otros enlaces pueden acceder a las agendas previstas para la semana próxima tanto en el Congreso como en el Senado, a la programación semanal de RTVE sobre las actividades oficiales del Rey y de las Cortes Generales, y desde este otro, al blog de estas últimas sobre el  40º aniversario de la Constitución





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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sábado, 13 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] El pueblo




Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la C.A. de Madrid (Getty Images)


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 

Los numerosos memes que circulan por la Red, -comenta en este último A vuelapluma de la semana [Como el populismo se apodera del pueblo. El País, 16/5/2020] el escritor y académico Juan Luis Cebrián- con la fotografía retocada de Isabel Díaz Ayuso en plan Madona de la Puerta del Sol o Nuestra Señora de Ifema valdrían para ilustrar, desde el sarcasmo, la tesis fundamental que Manuel Arias Maldonado defiende en su última obra: Nostalgia del soberano (Madrid, Los libros de la Catarata, 2020). A saber, que una corriente subterránea de contenido teológico o mítico circula por las alcantarillas de la democracia liberal. Consecuentemente, esta se ve de continuo amenazada por las muchas veleidades de quienes la predican, y aunque reconoce que el pluralismo está demasiado enraizado en nuestra sociedad, según él “asistimos a una pugna entre distintas tribus morales, algunas de las cuales son más propensas a demandar la acción expeditiva de un líder autoritario”.

El ensayo fue escrito antes de la implosión del coronavirus y comenta más bien las consecuencias de la crisis financiera de 2008. A partir de entonces se hizo evidente la erosión del prestigio de los regímenes liberales, acusados ahora de ser menos eficientes que los autoritarios en circunstancias adversas como las que vivimos. Desde mi punto de vista, y deduzco que también en opinión del autor, esta tendencia se ha incrementado con ocasión de la pandemia. La escalada del proteccionismo comercial, del populismo y el nacionalismo había comenzado antes de que los Gobiernos de todo el mundo impusieran en su lucha contra el virus la limitación y aun suspensión de las libertades individuales, también en los países llamados precisamente libres. A partir de la covid-19, y aunque se dulcifiquen las prescripciones sanitarias sobre confinamiento y circu­lación, es evidente que van a continuar creciendo las pulsiones autoritarias en detrimento del ejercicio democrático.

Arias Maldonado nos embarca en un recorrido intelectual, en ocasiones demasiado prolijo, que circula por un itinerario anunciado desde las primeras páginas del libro: la idea de soberanía, encarnada según el imaginario de las gentes en la existencia autónoma de un poder prácticamente sin límites, se encarna no solo en la figura periclitada de los reyes absolutos, sino también en las aspiraciones más o menos revolucionarias que tratan de ejercer el mando de forma unitaria en nombre de una supuesta voluntad popular. Semejante reivindicación, exhibida con fuerza en los años recientes, conserva en su opinión “un resabio de omnipotencia”. En realidad, el concepto mismo de soberanía nunca habría dejado de tener connotaciones teológicas, y todo el constructo liberal, empeñado en la separación de iglesias o sectas respecto al gobierno de los pueblos, no ha hecho más que repetir comportamientos y creencias encarnadas en una especie de religión laica. Desde ese punto de vista, la République francesa padecería de las mismas aspiraciones por la trascendencia que el misterio de la Santísima Trinidad. En cualquier caso no me cabe duda de que cuanto mayor es el éxito de una formación política, más aspira su dirigencia a entronizar a un líder carismático, una especie de sumo sacerdote venerado por su seguidores. Esto es muy visible incluso en el comportamiento de los ministros de Pedro Sánchez, en cuyas frecuentes comparecencias públicas para dar cuenta de su gestión menudean las alusiones y reconocimientos al presidente, pues todo se hace, se obtiene, se logra y se predica en nombre de él, que ha asumido toda la responsabilidad de las decisiones en la lucha contra la pandemia. Toda la responsabilidad implica también todo el poder, algo que no existe ni puede existir en democracia, y que nos retrotrae a la imagen del absoluto soberano.

Singularmente interesantes a este respecto son las páginas que Manuel Arias dedica al escrutinio de los comportamientos populistas en pleno siglo XXI. Por un lado pone de relieve que uno de sus rasgos es resaltar “la contraposición entre un pueblo virtuoso y una élite corrupta que ha puesto la democracia al servicio de sus intereses”, pervirtiendo así la idea de un gobierno por y para el pueblo. La táctica de Podemos para encaramarse al poder denunciando la existencia de una “casta” no es pues nada original. Responde a la necesidad perenne de todo movimiento populista de encontrar un enemigo que concite la animadversión de quienes se sienten desprotegidos ante el sistema. Llevado al extremo, da lo mismo que se trate de los judíos, de los fascistas, de los comunistas o de los bancos. Alguien tiene que encarnar la amenaza a la voluntad popular, aunque la existencia de un pueblo unido como tal es un imposible en cualquier sociedad abierta, que protege las libertades individuales y promueve las diferentes identidades y aspiraciones de distintos grupos. Frente al cosmopolitismo democrático, los populistas necesitan predicar la unidad popular, solo presente en la encarnación abusiva de quien ejerce el poder. Citando a Jan-Werner Müller, politólogo alemán y catedrático en Princeton, “el populista sostiene que solo una parte del pueblo constituye el pueblo”. Es la misma frontera que traspasó nada sutilmente el presidente del Gobierno español cuando insistió después de las elecciones de noviembre en que el pueblo se había expresado con contundencia: “Los ciudadanos fueron claros y quieren que gobierne el Partido Socialista. No hay alternativa”. Pronunció estas palabras después de haber perdido 800.000 votos respecto a las elecciones anteriores y obtener el apoyo del 28% sobre el voto emitido y apenas un 20% del censo electoral. Ese 20% era por lo visto la voz del pueblo.

La épica del poder soberano empuja ahora a nuestras sociedades, movidas por el miedo, al nacionalismo y el estatismo. En ese ambiente, Arias Maldonado se pronuncia sin ambages en favor de defender los procedimientos del sistema liberal frente al decisionismo populista. Esperemos que su voz no clame en el desierto".







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viernes, 12 de junio de 2020

[NUESTRA EUROPA] Compromiso de todos







Europa tiene que decidir qué papel quiere jugar en la nueva realidad mundial. Antes ser Europa era suficiente, hoy no, afirmaba [La UE, compromiso de todos. ABC, 11/5/2020] la eurodiputada y portavoz del PP en el Parlamento europeo, Dolors Montserrat. 

"Los europeos nos enfrentamos a una situación inédita en nuestras vidas -comienza diciendo Montserrat-. Es la peor crisis en nuestro continente desde la Segunda Guerra Mundial: miles de vidas perdidas y millones de puestos de trabajo esfumados en apenas unas semanas. Perdemos la generación de nuestros padres y se trunca el futuro de nuestros hijos.

De las cenizas de 1945 Europa renació y lo hizo con una prodigiosa visión de futuro y con los firmes valores que representaban los Padres Fundadores de la Unión Europea, los Monnet, Adenauer, De Gasperi o Schuman. La conmoción de la guerra condujo al rechazo de los viejos nacionalismos y a la unión de los intereses económicos como paso previo a un encuentro entre comunidades. En las palabras que pronunció el entonces ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman, un 9 de mayo de hace 70 años, hallamos el inicio del proyecto más ambicioso y exitoso de la Historia: la Unión Europea. En aquella Declaración había un llamamiento a aprender de las lecciones del pasado y a construir un futuro de libertad y solidaridad.

Aquella unión se fue perfeccionando, fue encontrando nuevos peligros y los superó prácticamente todos. No obstante, los últimos años han puesto realmente a prueba las instituciones comunitarias. La crisis financiera de 2008 puso en riesgo la moneda común, el euro. Generó una espiral de desconfianza entre el Norte y el Sur. Alimentó los populismos de todos los signos y uno de ellos golpeó a la Unión Europea donde más duele, haciendo reversible el proceso de integración con la salida del Reino Unido.

Pero nos sobrepusimos. El caso español fue paradigmático. Al borde de un rescate a la griega o a la portuguesa, el Gobierno de Mariano Rajoy y la sociedad sacaron adelante la economía española, con reformas y esfuerzo y pusimos a nuestro país en marcha de nuevo, sin victimismo, ni tentaciones euroescépticas -más allá de algún nacionalismo secesionista-.

Ahora esta pandemia es la primera crisis de la globalización y ha dado la vuelta al mundo en tan solos 115 días, poniéndonos a todos a prueba, no solo a la Unión Europea. Esta crisis imprevista produce una gran incertidumbre pero es una oportunidad obligatoria. Se lo debemos a la memoria de los miles de ciudadanos europeos que han fallecido. La solución no está en el enfrentamiento entre unos países y otros, sino en la unión. Este virus nos ha afectado a todos por igual sin distinciones y solo actuando como un «todo» podremos revisar nuestro proyecto y fortalecer la Unión Europea.

Si todo está cambiando, todo tiene que cambiar. Europa tiene que decidir qué papel quiere jugar en la nueva realidad mundial. Antes ser Europa era suficiente, hoy no. Los enfrentamientos entre EE.UU. y China después del Covid serán más duros, lo que genera una oportunidad protagonista para la UE. Europa posee algo que ninguno de estos dos países tiene: nuestros valores fundacionales. La libertad, la igualdad, la solidaridad y el progreso económico nos pueden dotar de mayor auctoritas y potestas para ser útiles y eficaces a nivel mundial.

Debemos revisar el espacio de las soberanías nacionales para ganar en una soberanía conjunta mayor. Por ello debemos hacer la transición de la era analógica a la digital, y Europa debe transformarse antes de que sea demasiado tarde y la brecha resulte insalvable. El Covid supone un acelerador de la nueva realidad.

Debemos reindustrializar Europa. Debemos apoyar a todos los sectores económicos. Hace años deslocalizamos nuestra producción industrial por sus costes pasando a depender de terceros países y, en momentos de crisis, lo hemos pagado muy caro. Debemos aprovechar el liderazgo de la UE en el mundo para luchar contra el cambio climático apostando por una economía circular y sostenible. Y si queremos una Europa unida necesitamos una educación común: es imprescindible recuperar la educación en el saber, que ha sido sustituida por la educación del acceder. El individuo, lejos de poseer el conocimiento, lo obtiene de unas plataformas que provocan un pensamiento acrítico, elevando a categoría de cierto aquello que en ellas se dice. Sea o no sea cierto.

Devolvamos a los ciudadanos el orgullo de pertenencia a la UE. Konrad Adenauer concluyó que «en aras de la paz y el progreso, tenemos que crear una Unión Europea, y así lo haremos». Y así fue. Hoy, nosotros los europeos, tenemos la obligación moral de cuidar ese legado y mejorarlo para las próximas generaciones. Firmemos un pacto de solidaridad entre generaciones para construir una Europa más moderna, más resiliente, más segura y más solidaria".






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lunes, 8 de junio de 2020

[TEORÍA POLÍTICA] Ciberleviatán



El filósofo Karl Popper


Cuando Popper -escribe en Revista de Libros [¿El ocaso de la sociedad abierta? Mayo, 2020] el historiador Rafael Núñez Florencio- publicó el libro que le daría fama y se convertiría en un clásico del pensamiento del siglo XX, La sociedad abierta y sus enemigos (1945) no podía en modo alguno vislumbrar que la gran amenaza para el orden liberal y el pensamiento crítico no vendría de sus llamados adversarios tradicionales —aquellos contra los que se dirigía la obra— sino del progreso científico y tecnológico. En términos políticos, durante la casi totalidad del citado siglo, los mayores antagonistas de los regímenes democráticos eran fácilmente identificables: fascismo y comunismo —las dos caras del totalitarismo— y dictaduras civiles o militares —autoritarismo—. Derrotados militarmente los sistemas fascistas y desacreditadas las dictaduras, el tercer acto, la implosión del socialismo real entre 1989 y 1991, parecía sancionar el triunfo definitivo del liberalismo y la democracia, el «fin de la historia» (Fukuyama dixit).

No duró mucho la euforia, si realmente hubo tal. Pocas victorias han sido tan silentes, quizá porque la mentalidad liberal acarrea una mala conciencia histórica, como si tuviese que hacerse perdonar un pecado original de indiferencia o simple postergación de las otras dos proclamas revolucionarias, igualdad y fraternidad (léase, en términos actualizados, justicia social). Pero más importante que este complejo liberal era el hecho de que en la pujante sociedad occidental —en buena medida como consecuencia de su propio éxito— se estaba incubando el huevo de la serpiente: el peor enemigo —una vez más en la historia— no era el que se divisaba enfrente sino el que nacía en el propio seno de una sociedad que parecía satisfacer todas las necesidades humanas y, aun así, se abría a un progreso incesante como punto último de referencia. De aquí precisamente vendría el problema, tan insidioso como inevitable.

Siendo un elemento predecible en sus líneas esenciales, el avance científico y tecnológico ha adquirido en los últimos tiempos un sesgo desconcertante para los seres humanos, probablemente por su desarrollo exponencial. Como se ha dicho en múltiples ocasiones, hoy día cualquier teléfono móvil es más sofisticado que toda la tecnología que usó la NASA hace medio siglo (1969) para llevar el hombre a la luna. Por resumir y simplificar en una acuñación que lo englobe todo, la llamada inteligencia artificial condiciona o, mejor dicho, determina nuestras vidas hasta sus aspectos más nimios. Los requisitos tradicionales para una existencia plenamente humana se han puesto patas arriba en cuestión de pocos años. En la actualidad todo, de la educación al ocio, pasando por la asistencia sanitaria o cualquier otro tipo de interacción social, transita necesariamente por Internet y el acceso a un inmenso depósito de datos y conocimientos. Un mundo insondable que, a falta de mejor término, hemos denominado con notoria imprecisión «realidad virtual».

La imparable tendencia del Estado al control de los individuos —que viene de algunos siglos atrás— ha encontrado en ese desarrollo tecnológico un arma formidable, que implica a su vez un cambio cualitativo en la relación entre el poder y los ciudadanos. ¿Vamos —o acaso estamos ya— ante un Ciberleviatán? Esto es lo que plantea José María Lassalle en un ensayo que lleva por título ese mismo concepto y un subtítulo bastante más aclaratorio de sus intenciones: El colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital (Arpa Editores). De entrada, habría que decir que el planteamiento en sí resulta curioso porque remite a la teoría política clásica, el Leviatán de Hobbes frente al Estado liberal de Locke. No estoy totalmente convencido de que este planteamiento académico sea el más adecuado para afrontar una realidad tan novedosa como la presente pero en todo caso, si así fuera, arrojaría un resultado sorprendente, el aplastamiento inmisericorde del sistema liberal por el monstruo hobbesiano.

En esa línea historicista podría también decirse que estamos ante una inopinada variante de la célebre exclamación leninista, «¿libertad, para qué? ». Dimos por sentado apresuradamente que la posición totalitaria no solo fallaba por minusvalorar el ansia humana de libertad sino, sobre todo, porque su alternativa, el poder centralizado, era mucho más ineficiente que el mercado y la sociedad abierta. Esa es la causa última de su fracaso, nos dijimos. Pero… ¿qué pasaría si el desarrollo tecnológico y la inteligencia artificial posibilitaran un Estado más que centralizado, omnipotente, un Ciberestado, que satisficiera todas las necesidades —no solo materiales— de los seres humanos? Un poder que regulara la economía y el trabajo —asegurándonos además una renta mínima vital—, con una prestación universal de educación y sanidad, administrador de ocio y cultura, capaz en fin de atender a los aspectos más diversos de la vida cotidiana. En una palabra, un Estado paternal que proporcionara seguridad y bienestar a cambio de controlar nuestras vidas como piezas de un inmenso engranaje. Un requisito por lo demás —me refiero a dicho control— que estaría plenamente justificado como medio indispensable para el fin antedicho: en el fondo, nuestro bien, nuestra felicidad.

Lassalle examina en su breve ensayo los aspectos más alarmantes de un progreso tecnológico que, como caballo desbocado, escapa ya a nuestro control y, lo que es aún más inquietante, amenaza con arrollarnos en su loca carrera. Esta socorrida imagen resulta empero bastante imprecisa, no ya solo porque no hay nada demencial en este proceso —más bien al contrario— sino especialmente porque nos fuerza a replantearnos el rol de víctimas —nosotros mismos— que arroja el trance. Si todo ello amenaza con convertirnos en cierto modo en esclavos, forzoso es reconocer que habría que hablar, como en la ópera de Arriaga, de «esclavos felices». El matiz está lejos de ser anecdótico porque lo distintivo de este nuevo escenario histórico sería precisamente la general aquiescencia —creo que Lassalle llega en algún momento a usar el concepto de aclamación— con que se produciría la implantación del Ciberleviatán. Al fin y al cabo si ya el existencialismo ponderó el lastre de la libertad —esa condena a ser libres, ese agobio de tomar decisiones—, ahora, en otra vuelta de tuerca, nos veríamos liberados de esa angustia, o sea, absueltos del libre albedrío… ¡por fin! Un poder omnisciente decidiría por nosotros.

Acabo de utilizar una serie de formulaciones condicionales, referidas a un posible tiempo venidero. Pero ¿cabe asegurar que lo anterior se refiere sin más al futuro? ¿No vivimos ya los preliminares —o algo más— de ese proceso? Si es así, ¿estamos aún a tiempo de poderlo detener o, sería mejor decir, queremos detenerlo? Estas preguntas no solo se plantean en el ensayo sino que casi constituyen el leitmotiv angustioso del mismo. Quizá aún sea posible pero, si es así, no dispondremos de muchas más oportunidades antes de que la situación se torne irreversible. Las señales apuntan claramente en un sentido inequívoco y en muchos aspectos ya no hay vuelta atrás. Basta un ejercicio de reconocimiento personal en cada uno de nosotros para constatar lo que significa en nuestro entorno y cotidianeidad la revolución digital (lo mucho que hemos ganado pero también todo lo que nos hemos dejado en el empeño). En cualquier caso, nadie se plantea el imposible o el absurdo de un retorno. De lo que se trata, dice con cordura Lassalle, es de encauzar la situación y sobre todo tomar las riendas para saber a qué horizonte nos queremos dirigir.

Para ello es necesaria una estrategia y antes aún conocer bien el estado actual de cosas, es decir, todo aquello que ha transformado tan radical como inexorablemente nuestro mundo en un puñado de años. El problema no es que las nuevas tecnologías hayan construido una nueva realidad sino que para millones de personas esta realidad paralela se ha convertido en predominante hasta el punto de vivir —trabajar, relacionarse, divertirse— en ella más que en el mundo físico. De hecho, el mundo hoy para la mayoría de los seres humanos se contempla a través de pantallas: móviles, ordenadores, televisiones. La realidad virtual, las recreaciones y hasta las meras ficciones adquieren así más consistencia que la experiencia captable por nuestros sentidos. La distancia que se establece con lo que antes llamábamos la realidad es cada vez mayor, a medida que aumenta la intermediación: antes nos impresionaban por ejemplo los testimonios fotográficos de las guerras pero de unos años a esta parte los bombardeos se presentan y perciben como si fueran videojuegos y, aún más, estos con frecuencia superan en realismo todo lo demás. Por añadir otro ejemplo elemental, la mayoría de los acontecimientos y espectáculos de nuestro mundo se ven mejor —más reales— desde una pantalla que estando en el escenario de los hechos.

Esa nueva realidad ha provocado una transformación del ser humano o, para ser más precisos, un profundo cambio en su conciencia e identidad. Se trata de otro inesperado quiebro en la trayectoria histórica de los últimos siglos. Creíamos desde la Ilustración que el materialismo iba ganando terreno y hubiéramos asegurado hasta hace poco que estaba llamado a convertirse en hegemónico. Hoy la materia ha quedado desplazada como soporte primigenio: simplemente se materializa la creación digital o virtual, como hacemos al escribir libros o cuando usamos una impresora 3D. En el ámbito humano, el cuerpo incorpora cada vez más elementos mecánicos o inteligentes (prótesis, baipás, chips). Con todo, lo más relevante es la superación de la corporeidad como elemento indispensable de la identidad humana. Las máquinas nos han ayudado a concebir el yo desgajado de la envoltura corporal. Empezamos a vislumbrar que la conciencia humana puede encarnarse como un software en cualquier elemento material: de ahí los perfiles virtuales o avatares que nos representan en el ciberespacio. La ciencia ficción ha jugado a menudo con esta nueva noción de la conciencia desgajada del cuerpo: yo sigo siendo yo en cualquier soporte y ello en última instancia me permite acceder a una suerte de inmortalidad, pues al no sentirme ya ligado al cuerpo burlo mi destino último.

Sostiene Lassalle que esta postergación de la corporeidad se enmarca en un ámbito político caracterizado por el ascenso de los populismos, en un clima de crisis —¿definitiva? — del humanismo. Si «el hombre ha perdido la centralidad directiva y narrativa del mundo», si es más importante «sentirse parte de una comunidad virtual que física», si la socialización cae en pura frivolidad y ausencia de empatía, la democracia deviene mera caricatura: aturdido por la saturación de datos en un mundo cada vez más ininteligible sin el auxilio de las máquinas, el ciudadano se siente solo, perdido, incapaz de elegir por sí mismo. Esta nueva minoría de edad constituiría el combustible del populismo. Es verdad que este fenómeno tiene raíces más profundas en la historia pero, soslayando ahora los rasgos diferenciales epidérmicos, los populismos posmodernos coinciden en los tres grandes ingredientes que se daban en el pasado: recetas fáciles para problema complejos, apelación a los sentimientos por encima de la razón y distinción de un enemigo que aglutine un «nosotros» frente a «ellos», responsables de todos los males. Cualquiera de estas tres características vincula el populismo con su primo hermano, el nacionalismo. La democracia —formalmente respetada— se degrada así al nivel de la más rastrera demagogia. El rasgo más alarmante hoy es que esa tendencia se ha hecho universal y aparentemente imparable, sin alternativas factibles.

Este juego democrático degradado sería compatible con el Ciberestado totalitario y controlador, pues esta maquinaria inteligente ejercería su dictadura implacable con autonomía e independencia de las personas y partidos que accedieran al poder. De hecho, con ocasión de la pandemia del Covid-19 hemos podido comprobar la similitud de medidas de confinamiento y control de la población que han adoptado todos los regímenes del mundo, de China a USA pasando por la Unión Europea. Se dirá que este ha sido un caso excepcional, pero también puede verse como un ensayo general, a escala planetaria, del mundo que nos espera. El último capítulo de Lassalle se titula «Sublevación liberal» y a pesar de que su primera frase es «El liberalismo está en crisis», constituye en su conjunto una puerta abierta a la esperanza: el Ciberleviatán no es inevitable (Locke aún puede vencer a Hobbes) y el humanismo liberal puede y debe reaccionar, proyectando «un modelo de civilización digital que subordine las máquinas al hombre». El problema es que Lassalle ha sido tan persuasivo y convincente en los capítulos anteriores que, como pasaba en la literatura regeneracionista clásica, el lector queda tan impactado por la descripción tenebrosa del presente y el inmediato futuro que ese llamamiento a la resistencia le parece, más que otra cosa, un grito desesperado de auxilio. Lo cierto, en fin, es que este presente se parece ya mucho a algunas de las distopías que imaginábamos hace un puñado de años. Y lo peor es que no duele.


El historiador Rafael Núñez Florencio


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domingo, 7 de junio de 2020

[PARLAMENTO] Diario de sesiones. Junio, 2020 (I)





Las Cortes Generales, conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado, representan al pueblo español. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

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CORTES GENERALES
Sin sesiones

CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
LUNES, 1 DE JUNIO
1. Grupo de trabajo para la Unión Europea. Texto / Vídeo
2. Grupo de trabajo de sanidad y salud pública. Texto / Vídeo
3. Grupo de trabajo de políticas sociales y sistema de cuidados. Texto / Vídeo

MARTES, 2 DE JUNIO
4. Grupo de trabajo para la reactivación económica. Diario de sesiones y vídeo de la sesión
5. Comisión sobre seguridad vial. Diario de sesionesvídeo de la sesión
6. Comisión para la reconstrucción social y económica. Diario de sesionesvídeo de la sesión

MIÉRCOLES, 3 DE JUNIO
7. Sesión plenaria. Diario de sesiones y vídeo de la sesión

JUEVES, 4 DE JUNIO
8. Sesión plenaria. Diario de sesiones y  vídeo de la sesión
9. Comisión de hacienda. Diario de sesionesvídeo de la sesión
10. Comisión de derechos sociales y políticas integrales de discapacidad. Diario de sesionesvídeo de la sesión
11. Comisión de sanidad y consumo. Diario de sesionesvídeo de la sesión
12. Comisión para la reconstrucción social y económica. Diario de sesionesvídeo de la sesión

VIERNES, 5 DE JUNIO
13. Grupo de trabajo para la reactivación económica. Diario de sesiones y víde de la sesión14. Grupo de trabajo de sanidad pública. Diario de sesiones y vídeo de la sesión
15. Grupo de trabajo de políticas sociales y sistemas de cuidados. Diario de sesiones y video de la sesión
16. Grupo de trabajo para la Unión Europea. Diario de sesiones y vídeo de la sesión
17. Comisión de industria, comercio y turismo. Diario de sesionesvideo de la sesión

SENADO
MARTES, 2 DE JUNIO
18. Sesión plenaria. Diario de sesiones y vídeo de la sesión

MIÉRCOLES, 3 DE JUNIO
19. Comisión de transportes, movilidad y agenda urbana. Diario de sesiones y vídeo de la sesión

JUEVES, 4 DE JUNIO
20. Comisión de educación y formación profesional. Diario de sesiones y vídeo de la sesión
21. Comisión de función publica. Diario de sesiones y vídeo de la sesión


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INSTITUCIONES NACIONALES

INSTITUCIONES EUROPEAS

INSTITUCIONES LOCALES CANARIAS
Parlamento de Canarias
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria


Por último, desde estos otros enlaces pueden acceder a las agendas previstas para la semana próxima tanto en el Congreso como en el Senado, a la programación semanal de RTVE sobre las actividades oficiales del Rey y de las Cortes Generales, y desde este otro, al blog de estas últimas sobre el  40º aniversario de la Constitución





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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