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viernes, 9 de marzo de 2018

[A VUELAPLUMA] Europa merece la pena (a pesar de todo)






En su ensayo ¿Una gran ilusión?, escrito en 1996, comenta en El Mundo Francisco de Borja Lasheras, director adjunto de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, el historiador Tony Judt argumentaba que el mito de Europa se construyó sobre lo que no habría sido sino el resultado fortuito de distintos intereses y culturas políticas, "necesario dadas las circunstancias" de la postguerra y "posible por la prosperidad" que vivió Europa Occidental tras su reconstrucción. 

En la agenda de las élites de lo que era en esencia un club de la Europa rica, comienza diciendo Lasheras, habían primado intereses nacionales coincidentes en ese momento. EEUU resolvía el problema de seguridad ante el bloque soviético, tras cuyo Telón se encontraba esa otra media Europa, exótica y desconocida. Había habido poco del idealismo pan-europeo con el que muchos crecimos en los 90 del Tratado de la Unión, antes de un nuevo milenio que trajo la crisis económica y social, el auge de la eurofobia y el deterioro de relaciones entre los 28 Estados que forman la UE. Era pues una ilusión concebir que tales circunstancias en origen pudieran proyectarse de forma indefinida hacia el futuro, e insistir en su destino manifiesto de expansión continua. Judt, tan clarividente, anticipaba que las costuras del corsé en torno al mito de Europa terminarían saltando en una Unión ampliada, con desiguales niveles económicos e intereses divergentes. Alcanzar la unión estrecha de los pueblos de Europa sería "imposible en la práctica" e "imprudente" seguir prometiéndola como panacea.

Tenía razón. La UE, como todo proyecto colectivo humano, es históricamente contingente. Sin tampoco caer en determinismos ni profecías agoreras, los proyectos aglutinadores suelen entrar en fase de crisis existencial cuando las circunstancias que los crearon e hicieron posibles, desaparecen por una mezcla de factores internos y externos transformadores -y no pocas veces fruto del azar también-. Algo parecido le pasa a la UE. Es evidente que las circunstancias hoy no son las mismas que las que vieron nacer la integración. No lo es tampoco el perfil de gran parte de los líderes políticos y élites en Estados miembros e instituciones. El líder y decisor europeo actual es utilitarista, más condicionado que nunca por la agenda inmediata e intereses a corto plazo -construir a largo plazo se ve como quimera- y por la propia lógica bizantina de la UE. Más allá de casos como el británico o Polonia, hay un gran escepticismo con los beneficios de actuar en un marco común europeo que se ve como menos legítimo; en esa percepción, son a menudo sacrificios que no siempre compensan las ventajas de ir por libre en lo posible. Asimismo, si bien la transformación digital debería tener una vertiente europea, no sabemos cómo van a salir ni las democracias nacionales ni Europa en su conjunto de los cambios que vivimos. La UE y sus Estados nación están en una posición complicada entre proyectos políticos de aldeas globales sin fronteras y tribus locales pro fronteras y puentes levadizos. La vuelta de las políticas de identidad y los nacionalismos pone sobre las cuerdas a una Europa postmoderna en la que se diluirían o mitigarían las identidades nacionales y regionales. Por su parte, en la esfera internacional, Europa respondía a un modelo postgeopolítico, normativo y multilateral, que parece anticuado en un mundo de líderes autoritarios y cruda geopolítica de grandes poderes. Reina la lógica de Tucídides de primacía de fuertes sobre los débiles. En ese entorno hobbesiano y con EEUU a la deriva, los europeos no estamos bien posicionados ni lo suficientemente unidos para defender nuestros intereses como bloque; además, ello implicaría políticas más decisivas de re-afirmación estratégica frente a actores hostiles y de gran coste político. Pero es que además no somos lo suficientemente fuertes para competir de manera individual.

Así, seguir apostando machaconamente por "más" o "mejor Europa" puede ser necesario para re-legitimar un proyecto cuestionado, pero no es suficiente. Tampoco basta la dinámica de auto-piloto y gradualismo que rige desde hace años, salvando los momentos más urgentes de las crisis. El dilema es mayor por cuanto que cualquier Gran Salto Adelante hacia una integración cuasi-federalista es casi imposible -pesan demasiado las divergencias nacionales, maquinarias burocráticas e intereses creados (también, en las instituciones)-. ¿Sería la solución para todos estos retos? Lo dudo. Hace casi un año escribía en estas páginas sobre qué pasaría si la UE contuviera a némesis como Le Pen y Wilders. Aventuraba que las fallas y grietas de los cuales éstos eran la consecuencia, seguirían ahí, y aconsejaba prudencia ante el discurso de que el Brexit y las némesis eran el revulsivo que los europeos necesitaban. Hoy seguimos esperando a que el eje franco-alemán resuelva sus diferencias en materia de euro y el recorrido de la llamada Cooperación Estructurada Permanente a 26 seguramente quede por debajo de expectativas infladas sobre una Defensa Europea conjunta. Tras el hiato de las elecciones alemanas, vendrán las italianas, las europeas, etcétera, y otra vuelta de círculo, como los hámsters en sus norias. George Santayana define el fanatismo como redoblar los esfuerzos cuando has olvidado tu objetivo. Algo parecido le pasa a parte del discurso europeísta. Con una fijación obsesiva en la forma sobre el fondo y en la integración como antídoto a todos los males, muchos esperan aún que la magia de los pequeños pasos eclipse los pasos de gigante que se están dando fuera de la UE. No podemos aguardar al advenimiento de un gran mañana que puede que nunca se dé.

Y sin embargo el mito de Europa ha funcionado, si bien no de la forma absoluta que a menudo se dice. En la UE, ése ha sido el caso cuando los intereses han sido convergentes (por ejemplo, en la salvaguarda del euro). Fuera, Europa sigue siendo una narrativa, aunque imperfecta, y un modelo que inspira a grandes segmentos sociales en algunos países de Balcanes o en Ucrania, que lo relacionan con algo mejor que lo que conocen y han vivido sus padres. Ésa es la otra paradoja: que la Europa que lucha contra el autoritarismo, por la democratización y por salir del yugo de la historia y la geopolítica, ésa de luces y sombras, se vive más intensamente en la efervescencia política de Belgrado o Kiev y en las fronteras de la UE en general, que en Bruselas y otros centros occidentales. La utopía ha superado los confines materiales de una UE absorbida por sus inercias y problemas.

Por ello, los europeos tenemos que volver a hacernos preguntas y hacer caso a Judt, evitando que Europa sea un obstáculo para resolver problemas y abordar los dilemas subyacentes. Cuestiones como la seguridad requerirán, sí, más Europa, sin perjuicio de la autonomía estratégica nacional y nuevas alianzas con otros actores. Otras, como la crisis democrática, precisan el refuerzo del discurso democrático y los mecanismos colectivos ante abusos del mayoritarianismo populista. Pero también hay que apostar por grandes consensos políticos constitucionales y proyectos nacionales, como en España. Tenemos además un dilema clave de contracción/expansión: la contracción llevaría a intentar una Europa del euro, fortaleza de ambiciones reducidas, mientras que la expansión indefinida no es políticamente asumible. Esto lleva a otra pregunta: ¿qué Casa Europea funcional para millones de europeos de fuera de la UE que pugnan por entrar, unos por pragmatismo, otros por convicción? En fin, las tensiones entre intereses y valores continuarán y Europa siempre será diversa y problemática. Un punto intermedio entre el voluntarismo, el pragmatismo del corto plazo y el repliegue estratégico (y egoísta) es apostar por construir un espacio público de países democráticos con instituciones, valores y reglas comunes que se respetan, que impulse el crecimiento económico y la competitividad, y con distintos vínculos de seguridad entre sus miembros, además de marcos como la OTAN. Un espacio con lazos sustantivos con vecinos como Túnez. Una red flexible y modernizada de nodos, que incluiría una UE con núcleos de mayor integración política bajo criterios rigurosos, que no excluyan a otros europeos que cumplan sus compromisos. Una Gran Sociedad Europea adaptada al siglo XXI.



Dibujo de Ajubel para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt






Entrada núm. 4355
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 9 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] Los Balcanes en La Haya. Penúltimo acto





Quizá muchas personas se estremecieran hace unos días viendo en directo el suicidio del exgeneral bosnio-croata Slobodan Praljak en plena sesión del Tribunal Penal Internacional de La Haya, tras escuchar la sentencia que le condenaba por los crímenes cometidos en la Guerra de los Balcanes. Confieso sin pudor que a mí la escena me dejó frío: un criminal de guerra más, un cobarde más, que como el mariscal nazi Hermann Göring, prefirió quitarse de enmedio a asumir ante el mundo la responsabilidad de sus actos y pagar por ellos la pena impuesta.

El profesor Francisco de Borja Lasheras, director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, que después de servir en la Representación Permanente de España ante la OSCE pasó varios años en los Balcanes Occidentales como experto en las misiones de la OSCE en Bosnia y Herzegovina, escribía ayer en el diario El Mundo sobre el juicio y la sentencia del Tribunal Penal Internacional de La Haya a Ratko Mladic y Slobodan Praljak, y sobre sus recuerdos personales de su estancia en los escenarios de aquella guerra.

Solo he visto a Ratko Mladic en la televisión y el ordenador, pero conozco bien su legado en Bosnia oriental, comienza diciendo. Viví un par de años a principios de esta década en la municipalidad de Foca, en el Alto Valle del río Drina, fronterizo entre Bosnia, Montenegro y Serbia. Mladic nació por allí, en Kalinovik, un pueblucho apartado en las altiplanicies de Treskavica. Es una región de montes, cañones y nieblas, muy aislada, sobre todo en invierno. Más allá de su magnífica naturaleza salvaje, el Valle del Drina es conocido porque durante la guerra de Bosnia (1992-95), cuando casi todas las cámaras miraban al sitiado Sarajevo, en poblaciones como Gorazde, Visegrad, Srebrenica o la propia Foca se llevó a cabo gran parte de la limpieza étnica de bosnios musulmanes y otros crímenes dantescos.

Yo llegué al Valle algo más de una década después para trabajar en derechos humanos con la OSCE, con un mandato que buscaba contribuir a enmendar ese legado de Mladic y otros. Más allá de los grafitis en su apoyo que solía ver en callejuelas y ruinas, el General serbo-bosnio juega un papel importante como héroe en el imaginario local y ciertos sectores políticos y sociales en Serbia. Leyendo la reciente sentencia del Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia, dos momentos concretos me vienen a la cabeza: cuando le arrestaron y nuestro trabajo en fosas comunes (sus fosas, esto es).

En mayo de 2011 la policía arrestó por fin a Mladic en Lazarevo (Serbia). Al igual que su mentor político, Radovan Karadzic, detenido en Belgrado en 2008, Mladic había vivido clandestinamente desde fines de los 90, protegido por el Estado profundo serbio. Aunque la noticia corrió como la pólvora por todo el mundo, esa mañana reinaba un pesado silencio en Foca. Orwell, en Homenaje a Cataluña, desmitifica el vivir de cerca momentos históricos así porque "los detalles físicos prevalecen sobre todo lo demás y no hay tiempo para elocuentes análisis de la situación, hechos a cientos de millas de allí". En nuestra pequeña oficina, a hora y media de Sarajevo y algo menos de tres en invierno, no hubo épica. Nos preocupaban la manifestación nacionalista esa tarde a favor de Mladic y nuestra propia seguridad física. El personal local no quería significarse con sus vecinos y ser vistos como OSCE, o sea, OTAN y por tanto Occidente. La manifestación fue multitudinaria para una ciudad pequeña como Foca. En primera fila iban muchos de esos hombres ociosos semi-gansteriles que me cruzaba a diario en cafés y bares. Enarbolaban orgullosos banderas serbias y de las unidades paramilitares que sembraron el terror entre los bosnios musulmanes. Pero también había muchas señoras de mediana edad y abuelas de aspecto bondadoso, las babushkas de Balcanes, ese día con el semblante agrio. Alzaban iconos ortodoxos y retratos de Mladic, mezclando así religión y el mito del héroe nacional. Muchos niños del pueblo correteaban alrededor, alborozados, disfrutando de un momento festivo para ellos. La manifestación terminó en el monumento al ejército serbo-bosnio de Mladic (VRS), en un solar donde hasta 1992 había casas de musulmanes. Durante un par de años después, las calles y farolas de la zona se llenaron de retratos de Mladic. Supongo que los habrán vuelto a colocar.

El segundo recuerdo son las horas pasadas supervisando procesos de exhumación de fosas comunes que siguen apareciendo por el Drina, en bosques, sótanos urbanos, zanjas junto a carreteras rurales, etc. En esa parte del país, los restos pertenecían a bosnios musulmanes o croatas ejecutados por el VRS; paramilitares vinculados a ese Estado profundo serbio y el submundo criminal, como la Guardia Voluntaria Serbia, más conocida como los Tigres de Zeljko Raznatovic (alias Arkan, asesinado en Belgrado en 2000), o las Águilas Blancas del líder ultranacionalista serbio Vojislav Seselj, además de vecinos comunes y policías de la zona. En las horas en coche de un lado a otro del Valle, alguno de mis acompañantes serbo-bosnios, contrariado por nuestra labor, solía frivolizar con las violaciones sistemáticas a musulmanas en Foca y chasqueaba la lengua. Insinuaba, contra toda evidencia, que no habían tenido lugar. 

Mladic nunca regresará al Drina en vida. La sentencia le condena a cadena perpetua, entre otros cargos, por el genocidio de Srebrenica, crímenes contra la humanidad y otros crímenes de guerra, como los cometidos en el sitio de Sarajevo. El Tribunal afirma que los actos de mando de Mladic fueron instrumentales para tales crímenes: sin ellos, no hubieran tenido lugar de esa forma. La jurisprudencia de La Haya confirma que Mladic, Karadzic y otros eran parte de lo que denomina una estructura criminal dirigida a la limpieza étnica y, en su caso, exterminio de musulmanes y croatas de regiones colindantes con Serbia. Un crimen continuado que incluyó el genocidio de Srebrenica de unos 8000 musulmanes, en pocos días de ese julio de 1995. La Haya, en un fundamento cuestionado, no atribuye tal carácter genocida a la limpieza étnica y otros crímenes cometidos en otras poblaciones del Drina como Foca, donde se estima que unos 2.000 musulmanes fueron asesinados. La prueba de genocidio en Derecho Internacional es muy elevada. En cualquier caso, esta empresa criminal era parte del proyecto ultranacionalista de una Gran Serbia y la responsabilidad -para algunos, principal- alcanza al Belgrado de Slobodan Milosevic. Su aparato de seguridad diseñó antes de la guerra lo que se ha conocido como el plan RAM, una estrategia para crear regiones homogéneas serbias en Bosnia y Croacia a través del armamento de grupos de defensa serbios, el sostenimiento del VRS y la pseudorrepública serbia de Karadzic, etc. Asimismo, el otro, y a menudo gran olvidado, crimen continuado contra Bosnia fue el proyecto de la Gran Croacia do Drine (hasta el Drina), encarnado en la pseudorrepública de Herceg Bosna. Uno de sus líderes, el general Slobodan Praljak, se ha hecho famoso la semana pasada al cometer un suicidio televisado, en plena lectura de la sentencia condenatoria. Detrás de este otro proyecto criminal estuvo la Croacia de Franjo Tudjman, quien negociaba con Milosevic la división de Bosnia a la vez que le hacía la guerra. Al igual que el líder serbio, Tudjman hubiera debido terminar en La Haya si la muerte no le hubiera alcanzado antes.

Años después, ya en la cómoda distancia que debería permitir analizar hechos históricos, me sigue costando profundizar mucho en figuras como Mladic. Quizás no hay mucho que profundizar y eso es lo más terrible de todo -otra forma de la banalidad del mal de que hablaba Hannah Arendt-. Veo al envejecido Mladic, en otra de sus bravuconadas, gritarle patéticamente al sosegado pero firme juez Alphons Orie: "Vi niste sud!" (¡No es un tribunal!). Veo a Praljak bramar que él tampoco es un criminal de guerra mientras ingiere el veneno. Con estas escenas de tragicomedia se cierra el telón del Tribunal de La Haya, que deja un legado amargo en los Balcanes. Estas sentencias son necesarias y pienso en las víctimas que conocí. Pero no hay justicia completa posible y a gusto de todos. 

Además, tanto el resultado como la lógica de estas empresas criminales siguen latentes en la región. Políticos de Croacia, que hoy están en la UE, han lamentado la sentencia de Praljak y otros criminales, mientras siguen interfiriendo en los asuntos de Bosnia, que teóricamente avanza renqueante hacia la UE. Milorad Dodik, el líder de la Republika Sprska que crearon Milosevic, Karadzic & co. y consagraron los acuerdos de Dayton, niega el genocidio de Srebrenica y alienta el revisionismo histórico, en auge en la era de la posverdad. Otros crímenes contra la población serbia de la región siguen sin respuesta. En Foca han reconstruido algunas de las mezquitas destruidas, pero quedan pocos musulmanes para atender a la llamada a la oración, pregrabada, del muecín. Terminada la fase de La Haya, y es el momento para una difícil reconciliación que equilibre justicia y memoria histórica. Quizás sea pedir demasiado y, como en otros casos, haya que encomendarse al paso del tiempo y a nuevas generaciones que puedan empezar de cero.



Dibujo de Ajubel para El Mundo



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt






Entrada núm. 4085
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