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miércoles, 17 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] Nación frente a democracia en la Transición española





La pluralidad de proyectos periféricos se impuso frente a unas señas de identidad comunes en el proceso que llevó a la Transición española a la democracia , dice en El País el profesor Andrés de Blas Guerrero, catedrático de Teoría del Estado en la UNED . 

Entre las muchas sugerencias que se desprenden de la lectura del espléndido reciente ensayo de Santos Juliá sobre la Transición española, comienza diciendo Blas Guerrero, hay una, insinuada mejor que explicitada, que pienso merece un comentario. Se trata del dilema que entonces se planteó entre democracia y nación. En pocas palabras, el dilema consistió en priorizar la construcción de la democracia sobre la recuperación de una idea de nación española. No faltaban razones para esta decisión. Resulta evidente que los proyectos de nacionalismo español a lo largo de los siglos XIX y XX habían sido plurales y enfrentados. El proyecto de la tradición liberal-democrática dominante en líneas generales hasta la Guerra Civil se hubo de enfrentar al proyecto nacional-católico y de inspiración fascista triunfante con el franquismo. Como consecuencia de ello, cabía deducir una similar idea de pluralidad con referencia a la nación española. Aunque, en este punto, la acción de un Estado secular, la comunidad cultural mayoritaria y la proyección de un largo pasado restaban fuerza a la existencia de distintas visiones de la nación común, es cierto que la pluralidad enfrentada de proyectos nacionales debilitaba la coherencia de la nación de los españoles. En consecuencia, la reconstrucción de una idea nacional para nuestro país constituía una empresa azarosa, sujeta a enfrentamientos que no se presentaban en la idea de recuperar la democracia.

Los distintos actores del proceso de Transición se apuntarían a esta visión de la cuestión por distintas, pero coincidentes razones en el resultado final. Los reformistas provenientes del franquismo eran conscientes del papel que una particular idea de nación española había desempeñado, especialmente en su primer trecho de vida, en la dictadura. En su deseo de incorporarse a la restablecida democracia tenían una buena disculpa para orillar la recuperación de la nación. La izquierda española tenía su parcial inspiración en un marxismo de combate, en el olvido de la tradición liberal-democrática anterior a la Guerra Civil y en su lucha por hacerse un lugar al sol en Cataluña, y el País Vasco, unas eficaces explicaciones para alejarse de una idea de nación española. Ni que decir tiene que los nacionalismos periféricos, radicalizados por la acción de la dictadura y deseosos de sustituir la nación común por sus propias realidades nacionales, coincidían con aquellas actitudes.

Lo que se planteó entonces como una estrategia política prudente pondría de manifiesto con el paso del tiempo sus debilidades. No se prestó atención al dato de que todo Estado, incluso el más democrático, necesita para garantizar su buen funcionamiento el cimiento de una comunidad de ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes. En última instancia, de una nación política fundamentada en una cosmovisión liberal-democrática. Incluso, dentro de un proyecto de construcción europea, el Estado y la nación siguen siendo artefactos funcionales para la vida de los europeos. Cuando se habla de la historicidad de las naciones se está haciendo referencia a un hecho cierto. Tan cierto como la historicidad de los Estados. Pero mientras estos últimos sigan desempeñando un papel importante en la vida de los pueblos resultará de todo punto precipitado predicar su superación. Lo mismo cabe afirmar de unas naciones políticas abiertas al reconocimiento de los valores del pluralismo, las lealtades compartidas y la tolerancia.

Se olvidó entonces también que el papel hurtado a la nación española habría de ser ocupado por otras realidades nacionales que aspiraban a sustituirla. Es verdad que el proceso constituyente de 1978 vino a rectificar parcialmente esta situación. Los debates constitucionales, la fórmula del artículo 2, la compatibilidad ampliamente aceptada de la idea de nación común y la de nacionalidades y regiones habría de suponer una parcial modificación de la actitud ante la cuestión hasta entonces dominante. Se produjo en este momento un consenso respecto a la cuestión nacional española que daba satisfacción a la mayor parte de las posiciones en conflicto. Sería necesario estudiar las causas e identificar a los responsables de que ese consenso aparezca hoy debilitado, hasta el punto de que sean en la actualidad muchas las voces, merecedoras de atención, a favor de una revisión del pacto de 1978. Lo que sí parece claro es que los pasos dados a lo largo del proceso de Transición anterior a la Constitución de 1978 dejarían una profunda huella en la política española. Una huella cuyo peso seguimos sintiendo en la actualidad.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 25 de julio de 2017

[Pensamiento] La derecha española en el siglo XX





Andrés de Blas Guerrero, catedrático de Ciencia Política en la UNED, realiza en el último número de Revista de Libros la reseña del libro El pensamiento de la derecha española en el siglo XX. De la crisis de la Restauración (1898) a la crisis del Estado de partidos (2015) (Madrid, Tecnos, 2016), del historiador Pedro Carlos González Cuevas, segunda edición, corregida y aumentada, de un libro aparecido originalmente en 2005. El autor, comienza diciendo el profesor Blas Guerrero, se ha consagrado en estos últimos años como uno de nuestros primeros especialistas en el estudio de la historia de las derechas españolas. Inició esta empresa con una monografía sobre Acción Española (1998) y la ha seguido con un libro de conjunto sobre el tema desde la Ilustración a nuestros días (2000), una espléndida biografía intelectual sobre Ramiro de Maeztu (2003) y una biografía político-intelectual sobre Gonzalo Fernández de la Mora (2015). No son éstas sino algunas de las principales contribuciones que ha hecho Pedro Carlos González Cuevas a un tema fundamental de nuestra historia política a lo largo de estas décadas.

El libro ahora comentado dedica un primer epígrafe a la crisis de la Restauración, en el que pasa revista al ocaso del conservadurismo liberal representado especialmente por la personalidad de Cánovas del Castillo, al regeneracionismo, a la renovación del tradicionalismo a cargo fundamentalmente de Juan Vázquez de Mella, al primer catalanismo y al espíritu del 98. Quizá pueda ser discutible la inclusión, dentro de este panorama de la derecha en la crisis de la Restauración, del complejo movimiento regeneracionista. Porque si es legítima la introducción en el mismo de autores como César Silió, Julio Senador Gómez o Joaquín Sánchez de Toca, resulta más discutible la relación con la derecha de regeneracionistas que permanecen leales a una tradición progresista o republicana, como es el caso del propio Joaquín Costa, Ricardo Macías Picavea, Luis Morote o Santiago Alba. Y algo parecido podría decirse de la inclusión en este apartado del espíritu del 98. Pese al significado de autores como Azorín o Ramiro de Maeztu, no debería asociarse a la derecha a autores noventayochistas tan representativos de esta generación como Antonio Machado, Pío Baroja o el mismo Miguel de Unamuno. La presencia del primer catalanismo político dentro de la tradición conservadora española parece suficientemente justificada. Con independencia de su indirecta contribución a una modernización política de la vida española, tal como señaló Vicente Cacho, resulta evidente el peso de una cosmovisión tradicionalista y de un influjo maurrasiano en hombres como el obispo Josep Torras i Bages y un político e intelectual tan importante como Enric Prat de la Riba. La consideración de este momento histórico se cierra con el examen de la renovación del conservadurismo llevada a cabo por Antonio Maura. En este apartado quizá se eche en falta una mayor atención a los escritores neocatólicos como inspiradores de una tradición nacional-católica que, vía Menéndez Pelayo, concluirá en los años treinta en el discurso político-intelectual de los hombres de Acción Española.

Continúa el libro con la revisión del conservadurismo autoritario en el período que va de la Primera Guerra Mundial al fin de la dictadura de Primo de Rivera, en la que pasa revista, fundamentalmente, a la actitud de los intelectuales ante el nuevo conservadurismo (Azorín, José María Salaverría, Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset). Es posible que la dictadura primorriverista hubiera merecido una atención más detallada a la vista de su influjo posterior en el régimen de Franco. Por lo que hace al momento de la Segunda República, el autor fija su interés en el fracaso en la formación de una derecha republicana más allá de los trabajos de Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura, Melquíades Álvarez y, probablemente, también los ligados a la acción del Partido Radical. En este sentido, se llama la atención sobre el fracasado intento de Ortega y Gasset de poner en pie una opción de derechas compatible con la democracia de los años treinta. Se centra la atención después, en el grupo de Acción Española, en el entorno cultural de la CEDA, en el fascismo español expresado en la obra de Ramiro Ledesma Ramos, Ernesto Giménez Caballero y José Antonio Primo de Rivera, así como en los que el autor califica de «solitarios» del pensamiento derechista español antirrepublicano (José María Salaverría, Salvador de Madariaga y Eugenio D’Ors).

El estudio de la derecha en el régimen de Franco está orientado al estudio del difícil sincretismo ideológico que, presidido por los manejos del dictador, aglutina a los teóricos de la Falange, a los autores nacionalcatólicos, a la derecha monárquica, a los teorizadores del Estado tecnoautoritario y a la débil oposición conservadora a la dictadura. Pasa revista a continuación a la sustitución del falangismo como consecuencia fundamentalmente de la coyuntura internacional y su sustitución por un catolicismo político desbordado por la propia evolución de la Iglesia católica. Nacionalcatolicismo y falangismo residual habrían de ser finalmente sustituidos por un ánimo tecnocrático, por el impulso al crecimiento económico y al «Estado de obras», en la difícil empresa legitimadora de la dictadura. Llama la atención el estudio en este momento sobre la relativa facilidad de un proceso de transición a la democracia como consecuencia de la vitalidad de una sociedad civil que no había sido anulada por el peso de una dictadura totalitaria que la evolución del franquismo había transformado en autoritaria. Como se ha señalado en alguna ocasión, la inexistencia de un Estado de Derecho en el franquismo no implicaba la inexistencia de un Estado con Derecho susceptible de evolucionar hacia un orden liberal-democrático.

A partir de este momento aborda brevemente Pedro Carlos González Cuevas el estudio del complejo y difuso pensamiento político ligado a la UCD, caracterizado por la amalgama de corrientes ideológicas no siempre fáciles de compatibilizar. Se estudia después la etapa dominada por el liderazgo de José María Aznar en el seno del Partido Popular y la existencia de otras manifestaciones de una derecha de propensión autoritaria que se manifiesta en lo fundamental a través de una acción de carácter cultural. El libro se cierra, en la presente edición, con un nuevo capítulo sobre la etapa política dominada por los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y la acción de un Partido Popular bajo la dirección de Mariano Rajoy que concluye en un vacío doctrinal por parte de la derecha española.

El autor recorre todas estas etapas con precisión y buena información. Por lo que hace a esta segunda circunstancia −la de la información−, el lector puede, sin embargo, echar en falta un manejo más pormenorizado de la gran prensa diaria identificada con la derecha, una fuente de conocimiento quizá más productiva que alguna de las publicaciones doctrinales manejadas por González Cuevas. En todo caso, la utilización de estas últimas permite al autor una informada aproximación a la evolución de una derecha radical en estos últimos años.

Debe destacarse, concluye diciendo Blas Guerrero, y así se subraya en el libro de Pedro Carlos González Cuevas, la recuperación realizada por el PP, atribuible fundamentalmente a José María Aznar, de una tradición liberal española, lo que permitirá a la derecha enlazar con una línea de interpretación de nuestro pasado que la ha liberado en buena medida de su conexión con la dictadura franquista y su traumático origen en la Guerra Civil. Se trata, en definitiva, de un libro de alta divulgación, escrito con claridad, que ayudará al lector informado, y no solamente al especialista, a una aproximación a la complejidad del pensamiento político de la derecha española a lo largo del siglo XX. Un libro que pone de manifiesto una vez más que las buenas síntesis están únicamente al alcance de aquellos especialistas que tienen a sus espaldas un conocimiento detallado y un estudio pormenorizado de las cuestiones abordadas.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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