¿Por qué los clásicos -ya sea en literatura, pensamiento, arte, ciencia, música- son clásicos? ¿Qué es lo que hace que pervivan en el tiempo? El escritor y catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Rafael Argullol, se lo preguntaba en un famoso artículo que escribió hace unos años: "Guadianas literarios", intentando explicar porqué determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros. Y citaba como ejemplo la resurrección actual de "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, o los "Ensayos", de Montaigne, o el ostracismo, momentáneo, de Marcel Proust o James Joyce. La respuesta que daba es que todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento poseen la virtud de dirigirse, no sólo a su presente, sino a las épocas futuras. Las obras maestras -dice- son aquellas que siempre están en condiciones de hablar, pero para que se hagan escuchar, los oídos de una determinada época deben prestar atención, concluía...
El escritor argentino Jorge Luis Borges, decía que un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y una misteriosa lealtad. Y añadía, como colofón, que los clásicos deben ser siempre la base de nuestra cultura a través de los tiempos.
El escritor y controvertido crítico literario Harold Bloom, sin discusión, el más reconocido y prestigioso del mundo, dice en su libro "¿Dónde se encuentra la sabiduría?" (Santillana, 2005, Madrid) que leemos y reflexionamos porque tenemos hambre y sed de sabiduría; que la mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad y discernimiento. Y hablando de lo fundamental en un libro, añade: A lo que leo y enseño, solo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría.
No es extraño, pues, que muchos se hayan planteado la existencia de un "Canon" de obras maestras literarias, musicales o artísticas, cuyo conocimiento determina una excelencia educativa y el desarrollo de la alta cultura. Es el llamado "Canon Occidental", que aunque está claro nunca será uniforme, ha llegado -no sin críticas- a un cierto grado de consenso. Por ejemplo, en las listas de los denominados "Harvard Classics", "Great Books", "Greats Books of the Western World", la lista de lecturas del "St. John's College", el "Core Curriculum del Columbia College", o el propio canon elaborado y propuesto por Harold Bloom en su libro "El canon occidental: la escuela y los libros de todas las épocas" (Anagrama, 2005, Barcelona), cuya lectura les recomiendo.
En el verano de 2003, en una de esas exploraciones al azar por las estanterías de una buena biblioteca o de una buena librería, de las clásicas de siempre, de esas en donde unos metros más allá no podemos comprar verduras o electrodomésticos, que tan buenos resultados da a veces, encontré en la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, un precioso librito del periodista y crítico cinematográfico norteamericano David Denby. Se titulaba "Los grandes libros. Mis aventuras con Homero, Rousseau, Woolf y otros autores indiscutibles del mundo occidental" (Acento Editorial, 1997, Madrid), y relata en él su vuelta como alumno a la Universidad de Columbia de Nueva York, para volver a hacer el curso de Historia de la Literatura que había realizado veintitantos años antes en base a las lecturas establecidas como canónicas por la citada universidad (el famoso "Core Curriculum"). Su lectura me produjo un indescriptible placer, al igual que la del citado "¿Dónde se encuentra la sabiduría?", de Bloom. Me hice una lista de algunos de esos libros para leer, o releer, en el siguiente verano. Anoté con la mejor de las voluntades: "El libro de Job" y el "Eclesiastés" del Antiguo Testamento; el "Fedón" y el "Banquete" de Platón; el "Don Quijote de La Mancha" de Miguel de Cervantes; el "Hamlet" y "El rey Lear", de William Shakespeare; los "Pensamientos" de Pascal, y los "Ensayos" respectivos de Montaigne y Bacon. Pero como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones... No pude con el Eclesiastés, ni con Bacon, y se hizo muy cuesta arriba Pascal. Pero no me arrepiento de haberlo intentado.
Concluyo este literaria digresión de hoy citando nuevamente a Harold Bloom y su "¿Dónde se encuentra la sabiduría?": Sólo Dios es el lector ideal. Leer bien, dice, citando a san Agustín, significa absorber la sabiduría de Cristo. Pensamos, continúa diciendo, porque aprendemos a recordar nuestras lecturas de lo mejor que hay disponible en cada época. San Agustín, termina diciendo, fue el primero que nos dijo que el libro podía alimentar el pensamiento, la memoria y la vida de la mente. La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de este versión simplificada de la realidad que el mundo pretende imponernos.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
Biblioteca Pública del Estado (Las Palmas G.C.)
Entrada núm. 2350
elblogdeharendt@gmail.com
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
2 comentarios:
"Nada se distribuye de manera más justa que el sentido común: nadie piensa que necesita más de lo que ya tiene". (Descartes)
Yo creo que los clásicos siempre estarán ahí, año tras año. Compiten contra las novedades (algunos muy buenos) o los superventas. Sobreviven, porque son obras maestras. Hoy he publicado sobre un clásico para mí...”Lo que el viento se llevó”.. Un beso
“Goethe le concede a Shakespeare que suya es la idea original de que la función del teatro es expandir las capacidades cognitivas e imaginativas del público, pero sólo obstaculizándolas. Por eso, según Goethe, Shakespeare no se acaba nunca”. Harold Bloom
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