miércoles, 29 de febrero de 2012

Manuel Fraga: ¿ángel o demonio? Una anécdota personal






Manuel Fraga





El malogrado historiador británico Tony Judt, sobre el que ya he escrito varias veces en el blog en estos meses, decía en uno de sus últimos libros ("Algo va mal". Taurus, Madrid, 2010) que hay que tener mucho cuidado con las palabras que utilizamos para calificar los hechos y los personajes políticos, si es que queremos darnos a entender y que nos entiendan correctamente. En ese sentido, y en referencia a la figura del recientemente fallecido Manuel Fraga Irirbarne, fundador del Partido Popular, expresidente del gobierno gallego, ministro con Franco y en el primer gobierno de la monarquía, profesor universitario, triunfante opositor de todo a lo que se presentó salvo la presidencia del Gobierno de España, creo que se han dicho muchas cosas de él, a favor y en contra, de evidente exageración, cuando no falsedad.

No voy a hacer un panegírico en su memoria, pues nunca fue santo de mi devoción, pero tampoco denostarlo con calificaciones como las de fascista que le han atribuido desde la extrema izquierda. En mi opinión fue un político conservador y autoritario a la vieja usanza, más del periodo de entreguerras, que de la segunda mitad del siglo XX, con un concepto bastante restringido del liberalismo y de la democracia, arisco y prepotente en lo personal, pero en un ningún caso un extremista de derechas y mucho menos un político fascista. Se ha dicho de él, como un elogio, que tenía el Estado en la cabeza; otros, con intención contraria, han dicho que lo que tenía era la obsesión del poder. En resumen, y parodiando el título de la deleznable novela de Dan Brown, no fue ángel, pero tampoco demonio.

De entre todo lo que he leído sobre él a raíz de su muerte, los dos artículos que más me han gustado y que pienso que mejor reflejan su personalidad y trayectoria política, son los escritos en el diario La Voz de Galicia por el que fuera su vicepresidente en el gobierno gallego, primero, y adversario político después, el profesor Xosé Luis Barreiro.   

En el primero de ellos: "El día en que Manuel Fraga perdió el poder", dice de él que fue un hombre más devoto del poder que de la política, al que le sobraba autoridad, y le faltaban sosiego, humanidad y estética. En el segundo, publicado unos días después en el mismo períódico: "Manuel Fraga: sinfonía de poder en cuatro tiempos", traza un pormenorizado análisis de la trayectoria política vital de Manuel Fraga durante el franquismo, la transición, el periodo ya plenamente constitucional, y finalmente, el de su vuelta a Galicia como presidente del gobierno autónomo, periodo este del que dice que fue para Fraga lo mismo que la isla de Elba para Napoleón: un imperio chiquitito en el que podía jugar a lo que quiso ser; un acelerador de nostalgias más potente que el acelerador de partículas del CERN; y un lugar para preparar el regreso hacia una España y una Europa que padecía los mismos desenfoques que la Francia y la Europa a la que quiso volver Napoleón. La única diferencia es que Fraga, al contrario de Napoleón, percibió muy pronto la irreversibilidad de su último destino, y por eso pudo evitar su Waterloo.

Conocí a Manuel Fraga, el todopoderoso ministro de Información y Turismo del régimen, en el verano de 1963, durante mis vacaciones escolares. Yo tenía 17 años recién cumplidos y bastantes pájaros en la cabeza, lo que me llevó a escribirle una carta pidiéndole una bandera de España. No recuerdo muy bien que alegaba en mi misiva para justificar la petición. En todo caso, sabía que mis padres no me la iban a comprar si se la pedía y que yo no tenía dinero para ello. 

El caso es que casi a vuelta de correo, recibí un escrito de la Secretaría del Ministro en el que se me comunicaba que había accedido a mi petición y que pasara por el ministerio en una fecha y hora determinada para hacerme entrega de la bandera. Y allí me fui, hasta el inmenso edificio del Ministerio de Información y Turismo en el Paseo de la Castellana, muy cerca de la Plaza de Castilla, y a pocos minutos a pie de la casa de mis padres. 

No espero que se imaginen la cara de pasmo que pusieron los funcionarios del Ministerio cuando vieron acudir al despacho del Ministro a un crio con una carta en que se le citaba para una entrevista con el Sr. Ministro; supongo que la misma que se me puso a mí cuando su secretario me hizo pasar al despacho del Ministro. Y allí estaba todo sonriente y jovial el Sr. Fraga Iribarne; recuerdo que me saludó con efusión, me preguntó por mis estudios y mis padres, y eso sí, me despachó con celeridad una vez que pidió me trajeran la bandera y me la entregara. A decir verdad, me llevé una decepción, porque la bandera, que yo esperaba bordada en seda y con el escudo nacional era en realidad una banderola de esas que se ponían, y ponen, aún hoy, en las calles cuando hay alguna festividad, de dos en dos, sobre las farolas. No tenía escudo alguno y el mástil era un rústico palo pintado de blanco.

En todo caso. aun con cierta innegable decepción, recogí mi bandera y enrollada en su mástil (palo) volví orgulloso hasta mi casa para colocarla en mi habitación. Allí estuvo hasta que me vine a vivir a Canarias, cuatro años más tarde, y en Canarias sigue, en un cajón donde guardo algunos otros recuerdos de épocas pasadas, quizá demasiados recuerdos, pero es que uno, en el fondo, es un sentimental.

El vídeo que he puesto acompañando la entrada de hoy es el del famoso baño del ministro Fraga y del embajador de los Estados Unidos de América en la playa de Palomares, en 1966, a raíz del desafortunado accidente en el que varias bombas nucleares cayeron al mar, sin explotar, en dicha playa andaluza.

Sean felices, por favor, a pesar del Gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt





Fraga y Carrillo: respeto mutuo




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Entrada núm. 1453
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Carlos

Pues yo también tengo mi anécdota personal con D. Manuel y mira que casualidad, creo que fue, mas o menos, por las mismas fechas que la tuya. Como tenemos la misma edad...

Estaba yo entonces en la Escuela de Hostelería del Cabildo e íbamos de viaje de fin de curso a la Península ¡que ilusión!. Iba a ser mi primer viaje. Nos esperaba el Plus Ultra, viejo buque donde los hubiera, y tres días interminables hasta Sevilla entre vómitos, unas fiebres que cogí que me permitieron que me instalaran en un camarote como Dios manda y que me atendiera el médico (?) del barco, lejos del sótano inmundo donde nos habían alojado a los casi 150 alumnos que participábamos de la "excursión". Creo que el chatarroso barco fue en su momento un transporte del ejercito razón por la cual la bodega era un interminable entramado de literas.

Llegamos a Sevilla justo el día que comenzaba la Feria de Abril y jamás olvidaré la "subida" por el Guadalquivir. Fue algo increíble.

Bueno para no cansarte mucho, te diré que el viaje iba a durar aproximadamente un mes y que el final del mismo era, nada mas y nada menos, que ir al Pardo donde nos recibiría el Jefe del Estado, como así fue, y asistir a la demostración sindical anual en el Bernabéu. No es que guarde un agradable ni desagradable recuerdo de aquello, no sabría como describirlo, pero quedé impresionado y contagiado en aquel momento del entusiasmo de toda aquella gente cuando apareció el Caudillo en el palco del estadio y 70 u 80 mil personas, brazo en alto, gritaban ¡Franco, Franco!. Impactante para un joven provinciano que viajaba a la Península por primera vez. Deben ser cosas del fascismo, digo yo.

Entre la llegada a Sevilla y la visita que te he comentado estuvimos de viajando, de Madrid hacia abajo, por varias ciudades. En Jerez estuvimos en las Bodegas de Gonzalez Byass y después en autobús hasta la ciudad residencial de Educación y Descaso de Marbella. Te digo esto porque por el camino nos bebimos todos los obsequios etílicos y claro, entre la oscuridad de la noche, el cansancio y la media chispa, tropecé en un principio de escalera de lajas y fui a dar con mis dientes en el rellano. Me rompí media boca y así fui el resto del viaje. Cuando semanas mas tarde ya estábamos en la capital de España, ya tenía una infección de cuidado.

Estábamos invitados a un almuerzo por y en la Escuela de Turismo de Madrid en la Casa de Campo, con asistencia de Fraga, por entonces Ministro de Información y Turismo, Solís Ruiz y otros mandamaces del momento. Me tocó sentarme, junto con un profesor, justo al lado de la mesa presidencial. Yo ya estaba con fiebre altísima y la boca totalmente inflamada y no se me apetecía estar allí de lo que se percató D. Manuel que se levantó y dirigiéndose al profe le dijo ¿que le pasa al chico?. Enterado de mi estado, sacó una tarjeta suya, puso unas letras y le dijo "habrá un taxi esperándoles que les llevará a mi dentista particular. Le entrega mi tarjeta".

Increíble. El tipo sacó a un paciente al que estaba atendiendo y me pasó a mi haciéndome la pelota de forma descarada y diciendome que eran del mismo pueblo y que no me olvidara de decirle a D. Manuel que me había atendido muy bien. Bueno, unos antibióticos y una carta para un dentista de Las Palmas para que me realizara las extracciones de las piezas que habían quedado partidas dentro y punto, pero en un par de días ya me encontraba perfectamente.

Esta es la historia. Otro día te cuento mi encuentro con Franco. ¿Puedo decir que Fraga me salvó la vida?.

Un abrazo desde mi retiro en Las Canteras. ¡Que maravilla esto de estar jubilado! Me permite hasta tener tiempo de escribir estas tonterías aunque no quisiera parecer un plasta jubilado.

Un saludo,
Óscar Labao

Anónimo dijo...

Magnifico OSCAR. Tampoco Fraga era santo de mi devoción, pero me resulta admirable tu valentía, al defender su imagen. Pues, como decía mi amigo: "lo que es, es". Un abrazo desde los Madriles, en no se que Trópico. ( siempre suspendía geografía)
Rafa Ch

Anónimo dijo...

PERO OSCAR, COMO ES QUE NUNCA ME COMENTASTE ESTA EXPERIENCIA? YO CREO QUE D. MANUEL FRAGA ES TODO UN REFERENTE Y MUCHO MEJOR NOS IRÍA SI LOS "POLÍTICOS" DE HOY EN DÍA INTENTARAN IMITARLO. PERSONA ÍNTEGRA, INCORRUPTIBLE, HUMILDE,.... OJALA TUVIÉRAMOS MUCHOS COMO ÉL.
LOS POLITICUCHOS DE HOY EN DÍA NO LE LLEGAN A LA ALTURA DEL BETÚN. UN FUERTE ABRAZO. ROMAN M C