miércoles, 29 de noviembre de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Política sin culpa. [Publicada el 17/07/2017]











A los representantes públicos no les vendría mal la autorreflexión y el orgullo que caracterizan a periodistas y filósofos para desmontar falsos mitos, dice Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, portavoz del PSOE en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, y autor del libro El ojo de halcón (Barcelona, ARPA, 2017), en un reciente artículo en El País.
Que los periodistas hablan mucho de sí mismos es cosa sabida, comienza diciendo. Hasta el punto de que tal vez quepa afirmar que constituyen uno de los colectivos profesionales más autorreferenciales. No es lo más relevante ahora entrar a comentar en profundidad los términos en que lo hacen. Baste con decir en general que suelen ser unos términos elogiosos, en los que se destaca la importancia de su actividad para la buena salud crítica de la ciudadanía, la trascendental función social de su tarea para un correcto funcionamiento de la democracia, etc. No obstante, valdrá la pena puntualizar que esos mismos lectores a menudo no parecen valorar de manera tan inequívoca a dicho colectivo, si atendemos a los comentarios críticos que resulta fácil escuchar por la calle respecto a “los periodistas”, en los que es frecuente que se les reproche su tendenciosidad, o se cuestione su genuino interés por la verdad, su subordinación a los dictados de la empresa a la que pertenecen, etcétera.
Alguien podrá contraargumentar que otros colectivos hacen lo propio. Los filósofos —por mencionar uno que me resulta francamente familiar— hablan mucho de sí mismos, sobre todo en los últimos tiempos. La clara percepción de que su disciplina está en peligro, tanto en nuestro país como en otros de nuestro entorno, es en gran medida la responsable de dicha reacción. Pero resultaría engañoso ubicar en esta particular y contingente circunstancia la única razón de la querencia de la filosofía a tomarse como objeto. En realidad, la razón más importante es constituyente, fundacional: la filosofía es un saber que tiene como una de sus características estructurales reflexionar sobre sí. La autorreferencialidad en su caso forma parte de su misma definición, cosa que no ocurre, obviamente, con el periodismo. Aunque habría que añadir a renglón seguido que, al igual que sucede con los periodistas, la percepción que de los filósofos a menudo se tiene en la sociedad —sumariamente: como personas que viven encerradas en su propia burbuja especulativa, ajenas por completo a lo que sucede en el mundo real— no es tan entusiasta como la que los susodichos tienen de sí mismos.
Pero tal vez el colectivo más anómalo desde el punto de vista que estamos considerando sea el de los políticos. Por lo pronto, en este caso la distinción entre ellos y su actividad tiene una importancia mucho mayor que en los colectivos anteriores. Porque no cabe afirmar que quienes más hablan de la política sean precisamente sus propios protagonistas, los políticos. En realidad, de la política en cuanto tal tratan mucho más los politólogos o los analistas políticos que los representantes de la ciudadanía. Incluso, sin temor alguno a la exageración, podría afirmarse que los políticos hablan poco de sí mismos, igual que no se prodigan haciendo consideraciones sobre la política en general.
Probablemente una de las razones de este silencio tenga que ver con la naturaleza misma del grupo. Aunque se haya convertido en habitual el rótulo “los políticos” (a veces también denominados “los políticos profesionales”), como si constituyeran un colectivo nítidamente identificable, formado por personas que permanecen en el ámbito público prácticamente toda su vida, la cosa está lejos de ser así. Tal vez resulte de utilidad a este respecto un simple dato. Alguien me comentaba que existe una asociación de exdiputados de la democracia, que bien podría servir como un universo representativo de la totalidad de los parlamentarios que ha habido en este país en los últimos 40 años. Pues bien, la mitad de sus miembros solo duraron en el escaño una legislatura y, del resto, la mayoría solo prolongó su vida parlamentaria una legislatura más. Como se ve, una realidad algo diferente de la imagen de los políticos atornillados al escaño o al cargo durante casi toda su vida laboral.
No se pretende con tales datos tender un manto de comprensiva benevolencia sobre este grupo ni, menos aún, indultar a quienes efectivamente pueden haberse profesionalizado en la política, en el peor sentido de la expresión “profesionalizarse”, sino llamar la atención sobre la peculiar naturaleza del colectivo, en gran medida de aluvión y, en todo caso, muy alejada de la consistencia interna que desde fuera se le suele atribuir. Un colega filósofo muy cercano, aterrizado recientemente en las tareas parlamentarias, me comentaba, con divertido estupor, que la formación política por cuyas listas se había presentado a las últimas elecciones había procedido a reescribir su página de Wikipedia, pasando a definirle como “filósofo y político”, como si hubiera adquirido esa nueva condición ontológica de un día para otro, por el mero hecho de haber sido elegido.
Si la anécdota —de apariencia trivial, reconocía mi colega— resultaba significativa es porque coincidía con una sensibilidad que también había detectado en amplios sectores de la sociedad. Y, para ilustrar esto, me refería como anécdota de refuerzo, una reunión, a escasas semanas de haber empezado a ejercer como diputado, en la que el representante de una ONG (¡a la que él mismo había pertenecido en el pasado reciente!) había procedido a increparle, atribuyéndole todos los rasgos peyorativos con los que habitualmente se caracteriza a “los políticos” (tacticismo, ausencia de principios, desinterés por los problemas reales de los ciudadanos, exclusiva atención a los cálculos partidarios más electoralistas...). “Tuve la impresión —continuaba contándome— de que se había producido en mí, sin que yo me hubiera enterado, algo parecido a la transubstanciación eucarística de la que nos hablaban los curas de nuestra infancia. Y de la misma forma que se nos decía que el pan y el vino se convertían durante el sacramento de la comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo, así también terminé por pensar que, con la toma de posesión del escaño, debía haberse producido en mí una transformación en mi sustancia de la que todo el mundo parecía ser consciente menos yo mismo”.
Esta real heterogeneidad de un colectivo tenido desde fuera por homogéneo permite explicar en gran medida su efectiva impotencia para dar cuenta de su propia práctica, para elaborar un mínimo discurso (más allá de los cuatro tópicos de ordenanza sobre el servicio público) que consiga tematizar el sentido profundo que para sus protagonistas posee la actividad política y, en idéntica medida, sea capaz de dar respuesta a los ataques que esa misma política viene recibiendo últimamente desde diversos frentes. Porque no cabe olvidar el nuevo frente crítico que, desde dentro, parece habérsele abierto a la práctica política institucional. Flaco favor le hacen no solo a la dignidad sino a la propia eficacia de las instituciones quienes, tras haber afirmado con triunfal insistencia que solo cuando ellos fueron elegidos entró por fin el pueblo en las mismas (como si los votos obtenidos por otras fuerzas políticas procedieran de unos extraterrestres), ahora se dedican a repetir que lo que realmente importa no es el poco lucido trabajo institucional, sino lo que sucede en la calle. Se diría que a la prisa por entrar le ha seguido, a la vista de su insolvencia parlamentaria, la urgencia por salir.
Considerado lo cual, podríamos concluir, todo lo provisionalmente que haga falta, que tal vez no les vendría mal a nuestros políticos algo del orgullo autorreferencial de los periodistas y buena dosis del empecinamiento autorreflexivo de los filósofos. En todo caso, siempre sería mejor opción que la vergüenza culpable que en ocasiones parece atenazar a algunos de nuestros representantes públicos por el mero hecho de serlo, y la ausencia de discurso acerca del sentido último de su actividad en el que unos cuantos de ellos parecen encontrarse muy a gusto. En definitiva, puestos a buscar un eslogan que sustanciara lo que se echa a faltar en este colectivo, acaso se podría proponer el siguiente: menos voluntad de poder y más voluntad de entender. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












martes, 28 de noviembre de 2023

Del árbol más grande

 






Mi árbol es más grande
DAVID TRUEBA 
28 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

El famoso artículo de Larra, en torno a la rutina oficial del Vuelva usted mañana, lo convirtió en un inmortal de nuestras letras. Si es que hay algo inmortal en este mundo, incluso nuestras letras. Afianzó lo que llegaría a convertirse en un género periodístico que al día de hoy persiste con fuerte demanda: el articulismo de opinión. Con los años, ese aspecto de denuncia cabal y algo populista que encumbró a Larra, se transformaría por arte de birlibirloque en un género de autor, demasiado pendiente de las monerías de un yo inabarcable y que tocaría el cielo con la impostura, vacua en contenido pero florida en lo estiloso, de un Umbral. Los demás, a pedales, avanzamos por la cuesta convencidos de que la vida consiste en zurrarse en el ring hasta que suene la campana. Uno de los lujos del articulista es que algunos ciudadanos se acercan a ti como si pudieras solventarles los asuntos que les acucian. Que, todo hay que decirlo, no son nunca las grandes palabras ni las enormes trifulcas del territorio político, sino las cuitas cotidianas, ese asunto que se escribe con minúsculas y que nunca aparece en ninguna pancarta.

En los últimos meses mucha gente nos comenta la desidia tremenda con que los trata la Administración. Ya no es aquel Vuelva usted mañana de los tiempos de Larra, sino algo mucho más sutil pero igualmente denigrante: no tiene usted número, visite nuestra web, sin cita no podemos atenderle. Después de la pandemia y aquel confinamiento que ya todos los valientes de la cacerola han olvidado, se dejaron impuestas unas normas que perturban mucho la atención ciudadana. Apenas hay ventanillas disponibles con un humano al otro lado y se extiende la exigencia de ventilar la burocracia a través del móvil o el ordenador. Quienes tienen que resolver los trámites administrativos, solicitar un cambio de residencia, una gestión puntual o atención médica caen en la desesperación. Ya no existe la recepción cercana salvo en esforzados y voluntariosos profesionales que extralimitan sus funciones y por más que se publicitan teléfonos de ayuda pocas veces ofrecen respuesta. La concesión de cita es casi una lotería, que se divide en tramos por horas y para cuyo manejo estás obligado a convertirte en ingeniero informático y monje cartujo al mismo tiempo.
La pregunta que nos hacemos es por qué la política se ha convertido en esta amalgama algo amorfa de discursos tremendistas que tiñen de ideología hasta el parte meteorológico, donde se habla de golpe de Estado, de traición a la patria y de fin del mundo, pero sin embargo nadie se ocupa de la gestión del padrón, del desperdicio de agua, de la pobreza sistémica y del abandono de parques y jardines. La política local, que es la gloria bendita de nuestro sistema, ha emprendido una carrera hacia la soflama grandilocuente. Es cierto que el electorado está tan infantilizado que mis queridos niños festejan el árbol de Navidad más grande y luminoso con un orgullo de conquista social sin precedentes. Nos conformaríamos con ver solución a los baches, el alcantarillado, el arbolado de verdad (no el de plástico) o la entrega de la mísera ayuda a la dependencia. De verdad, no nos hace falta que resuelvan el mundo, con que se pongan al teléfono y nos den una cita en tiempo racional ya nos daríamos por felices. David Trueba es cineasta.










Del toga party

 






Toga ‘party’
VÍCTOR LAPUENTE
28 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Dicen que hay dos tipos de países, aquellos donde la gente normal no sabe el nombre de un solo juez (y la justicia funciona como un reloj suizo) y aquellos donde los magistrados son conocidos (y la justicia es vista como un reloj de sol en un día nublado). Pero España es un caso aparte. No es que tengamos, como en el pasado, algún juez-estrella (tipo Baltasar Garzón), sino que la lista de famosos de la judicatura y la fiscalía supera a las del fútbol o la prensa rosa.
Y desatan más pasiones. ¿Qué te provocan estos nombres? 1) Manuel García-Castellón, 2) Cándido Conde-Pumpido, 3) Manuel Marchena, 4) Dolores Delgado, 5) Pablo Llarena, 6) Fernando Grande-Marlaska. Probablemente, un carrusel de emociones en función de si son “pares” o “impares”. Si en un futuro te los encontraras en un tribunal, todos tratarían tu caso con imparcialidad, pero a unos los ves sesgados y a otros neutrales. Y es que los españoles tenemos una de las peores valoraciones de la independencia judicial de toda la UE.
Nuestro problema no es el lawfare o sesgo conservador en la judicatura, sino un politicofare que no entiende de ideologías. La raíz es un sistema de nombramientos judiciales que, empezando por el Consejo General del Poder Judicial, ha ido agriándose con los años.
Nuestro problema no es estar lejos del modelo ideal europeo que, para la elección del CGPJ, reclama un reparto más equitativo entre vocales elegidos por los jueces y por los políticos; sino que, en lugar de acercarnos a él, nos estamos distanciando. Como señala la experta Gisela Hernández, España tenía un sistema homologable con los estándares europeos en los años 80, pero reformas progresivas ―tirando de mayorías absolutas― tanto del PSOE como del PP han ido aumentando el peso de la lealtad política como criterio de relevancia para que un juez tenga una carrera profesional de éxito.
Nuestro problema no es tampoco de políticos contra jueces. Nos insisten en que hay que elegir entre politización (lo llaman “democratización”) o corporativismo judicial. Más bien al contrario, el poder de las asociaciones de jueces ha crecido de la mano de la politización. Son dos caras de la misma moneda: el poder del grupo. Lo contrario es el poder de la persona, de los jueces y fiscales que no quieren depender (tanto) de estructuras grupales. Los que no desean participar en la toga party. VictorLapuente es politólogo.











De la violencia contra la mujer

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, de la jurista Carmen Calvo, va de la violencia contra la mujer. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Detrás de la violencia
CARMEN CALVO
24 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Tristemente señalamos cada año el 25 de noviembre en el calendario para recordarnos que existe y no retrocede la violencia contra nosotras, por el delito de ser mujeres. Todas nosotras, con una historia común en todos los tiempos y en todos los lugares. Un pasado de sometimiento, de injusticia, de ausencia de reconocimiento y respeto a nuestra existencia como tales, como mujeres. Cada una de nosotras somos nuestra individualidad, y también somos el producto del fardo de esa historia colectiva.
¿Cuánta y cuántas violencias se han ejercido contra más de la mitad de la humanidad? Todas y nuestros cuerpos han sido y siguen siendo el campo de batalla. La biología nos hace pechar con la mayor carga de esfuerzo y riesgo para perpetuar la especie y este contundente e irrefutable hecho teóricamente debería de habernos adjudicado un gran poder, y ha sido justo lo contrario.
Nuestra sexualidad ha sido durante toda la historia sometida al placer masculino y a la reproducción. La maternidad como destino correcto y casi exclusivo. O prostituidas, con la errónea y terrible vitola del “oficio más antiguo del mundo“ que, sin embargo, es la primera y gran esclavitud de la humanidad.
Hemos muerto en los partos, aún hoy mueren miles de mujeres en ese trance especialmente en los países pobres, y hemos carecido de autonomía personal, condenadas jurídicamente a la dependencia de todos los varones de nuestro entorno.
Esta gran injusticia sostenida con violencia no es solo el pasado, y mucho menos considerada internacionalmente, sino que gravita cada día en los arquetipos que se sostienen acerca de nuestra identidad. Esto explica el lento avance de nuestros derechos y sobre todo del respeto debido.
Lo que hay detrás de la violencia de ahora es una memoria generalizada que se resiste a aceptarnos libres e independientes, con todas y cada una de las características de lo que somos y de cómo nos ha construido nuestro camino. No fuimos aceptadas como mujeres y al mismo tiempo ciudadanas en los albores del Estado moderno, fuimos excluidas e incorporadas al saco común de las “incapacidades”. Así que, por la misma razón por la que fuimos descartadas, por ser mujeres, es por la que exigimos estar en plenitud y por derecho. Por serlo. Esto requiere análisis de mayor profundidad y cambios más rotundos, luchar contra la violencia machista no puede ser un asunto de meras superficies. Detrás de la violencia está el desprecio profundo a nuestra existencia como mujeres. Esta es la esencia del patriarcado.
Queremos nuestros cuerpos libres de violencia, cuerpos sobre los que se sostienen nuestras vidas libres. Libertad para elegir la maternidad o para interrumpir nuestros embarazos. Queremos la abolición de la prostitución que no hunde sus raíces precisamente en la libertad, que no hemos tenido nunca. Queremos la prohibición de los vientres de alquiler, nueva esclavitud para las mujeres pobres, a las que se les compran los hijos. Viejas y nuevas violencias en nuestros cuerpos, además de la violencia que terriblemente termina en los feminicidios, el asesinato de las mujeres, que casi siempre se producen cuando ellas deciden escapar en busca de su libertad. ¿Si no es de estas libertades de las que hablamos, de cuáles serían? ¿De aquellas que perpetúan nuestro sometimiento en una fórmula para convertirnos en seres apéndice de los deseos e intereses de otro, como ya teorizó el propio Rousseau? Mientras todo esto ocurra, nuestros cuerpos no están libres de cargas, no son nuestros.
Por ello el feminismo, soporte teórico y práctico de nuestra lucha, es democracia. Es más, en materia de derechos humanos es el gran reto de la democracia en el presente siglo en cualquier lugar del mundo.
No es de extrañar, por tanto, la incomprensión que produce y la contestación que provoca a las derechas extremas el mensaje de la igualdad y libertad de las mujeres. Es objetivo político de primer nivel combatirlo, porque su epicentro es negar que esta violencia exista, lo que significa negar la historia, negar la verdad contundente de los tozudos datos de violencia y de las peores cifras, los asesinatos.
Feminismo es democracia y la violencia contra nosotras es el nudo gordiano del que dimanan todas las demás circunstancias de nuestra todavía desigualdad real. Su negación se aloja en el núcleo definitorio de los nuevos rostros del fascismo y de la negación de la propia democracia. A nadie, finalmente, le podrá extrañar el mayoritario voto de las mujeres para salvar elecciones donde los Estados democráticos están en jaque.
Cada día más y más mujeres en todo el planeta plantean sus vidas desde la individualidad de sus proyectos vitales. Más y más mujeres deciden libremente el curso de sus vidas. Esto trastoca, y mucho, un orden fundamentado desde siempre en nuestro sometimiento y la mercantilización y uso de nuestros cuerpos. Por ello no paran de surgir nuevas fórmulas entre las cuales está la sumisión química, con gran peligro sobre todo para las más jóvenes.
En esto consiste la gran revolución cotidiana del feminismo que, a su vez, representa la verdadera realización de la idea democrática, nuestra plena existencia como ciudadanas en todos los órdenes y naturalmente nuestra incorporación al debate y decisiones públicas y generales de nuestros intereses y de nuestras especificidades. No somos un colectivo, somos el único grupo humano que no lo somos por razones cuantitativas. Así que no podemos ser tratadas políticamente como una minoría.
Es en nuestras singularidades, empezando por el cuerpo, dónde el orden sexista presenta las mayores resistencias. Muchos pensaron y soñaron que nuestras exigencias acabarían en un blanqueo más o menos fino, para ser incorporadas al modelo de referencia masculino y masculinizado sin más. Y no, el despliegue en el ejercicio de nuestros derechos y libertades trae y debe traer cada día más novedades, miradas diferentes de organización social, del manejo de la vida y de las respuestas a dar a los retos globales planteados.
Hay una gran violencia subyacente en un sistema democrático, violencia que va desde lo sutil a lo descarnado y obvio, para tener a su mayoría natural, todas las mujeres, luchando por derechos que de entrada son la esencia de la propia democracia. Hay otra violencia reciente, que consiste en la consabida frase de “¿Ahora qué quieren? Si ya se han pasado de rosca”. Con esta posición se pretenden dos cosas: una, que no nos podamos lamentar de todo lo que nos ha ocurrido y de lo que somos herederas, y dos, que el avance no continúe.
Y mientras esto sucede: los prostíbulos aumentan; los vientres de alquiler por la puerta falsa se toleran; las cifras de violencia no decrecen, incluidos los asesinatos; el comportamiento de los más jóvenes no va en la buena dirección. Seguimos en la batalla del cuerpo, de nuestros cuerpos. No hay agenda más importante que esta para nosotras, para las feministas que somos, de manera plural, la propuesta política de esto que nos ocurre a todas en todo el mundo. Nuestro calendario y cronología en materia de derechos humanos es diferente de los de los varones por muchas razones. Por eso es tan definitivo el feminismo de la igualdad para seguir construyendo y perfeccionando la propia democracia. Por esto mismo, será también el combate que le ha abierto siempre la derecha, y la radicalización finalmente en la que anda la ultraderecha.






































[ARCHIVO DEL BLOG] Iustitia. [Publicada el 02/10/2013]










La decisión de la justicia argentina de pedir el procesamiento de varios policías españoles por crímenes contra la humanidad durante el régimen franquista reabre heridas que la maltrecha y menospreciada Ley de la Memoria Histórica pretendió cerrar, como se ve, en vano. No era una ley perfecta, ¿cuál lo es?; muy probablemente pecó de voluntarista en algunos aspectos menores, pero era la expresión de una voluntad popular que ha sido ninguneada por el gobierno del PP sin el menor sonrojo. Si no le gustaba, tenía que haberla modificado o abrogado, no ignorarla.
Hace cinco años justos, en una comida de despedida a unos compañeros de trabajo que acababan de jubilarse, me reprochaba con cariño uno de ellos el reiterado uso de los latines en mis digresiones y comentarios en el blog. Desde luego, no es por pedantería, pues adelanto que mis conocimientos de latín son absolutamente rudimentarios y básicos, de bachillerato de ciencias, pero si presumo de interés por el mundo del derecho, y éste, es creación original y genial de Roma, y hay veces en que al citar las fuentes precisas de una máxima jurídica se hace necesario recurrir al idioma en que fue escrita. 
Por cierto, que desatino más grande considerar al latín como "lengua muerta" y haberlo relegado al olvido, cuando no al ostracismo más absoluto, en los estudios universitarios... ¿Sabían ustedes que hasta el siglo XVIII cualquier obra científica se escribía en latín? ¿O que en latín transcurren y se realizan hoy en día los actos académicos solemnes de las universidades más prestigiosas del mundo: Oxford, Cambridge, Princeton, Harvard, Yale..? Me estoy yendo por los "cerros de Úbeda", mil perdones, y vuelvo al argumento que me trae hoy hasta aquí...
"Iustitia est constant et perpetua voluntas ius suum cuique tribuens". Lo dice el "Digesto", promulgado en Bizancio por el emperador Justiniano en el siglo VI d.C., (Libro I, título I, ley 10), y casi se traduce solo: Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su derecho.
¿Tienen derecho a que se haga justicia los miles de muertos y desaparecidos -de ambos bandos, pero no seamos ingenuos, infinitamente más de uno que de otro, aunque el "número" no sea siempre ni necesariamente lo más relevante- de la guerra civil? La ley, expresión de la voluntad popular, emanada de las Cortes Generales, y sancionada por el rey, dice que sí. ¿Entonces, a qué tantas reticencias ante la decisión del entonces juez Baltasar Garzón, expulsado de la judicatura por las presiones del partido popular, de conocer los nombres de los desaparecidos "hechos desaparecer" durante la guerra civil?
Resultan esclarecedores los argumentos estrictamente jurídicos que el magistrado emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, expuso en su día en El País en su artículo "No se puede enterrar el olvido". En todo caso, y como afirma con rotundidad al final de su artículo: "La verdad puede resultar incómoda pero el olvido mata y es un obstáculo insalvable para la salud y la dignidad de una sociedad". Sean felices, por favor, y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt












lunes, 27 de noviembre de 2023

De las virtudes de la necesidad

 






Las virtudes de la necesidad
NICOLÁS SARTORIUS
27 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

En el reciente debate sobre la investidura se ha puesto de moda el estoico “hacer de la necesidad virtud”, para expresar que de una situación sin aparente salida se alcanza un resultado virtuoso. Como en política casi siempre se está en estado de necesidad, prefiero hablar de las virtudes de la necesidad. No practicamos otro virtuosismo durante nuestra alabada Transición. ¿O es que no hicimos virtuosas las necesidades, por ejemplo, de legalizar al PCE, de aprobar la amnistía de 1977, los pactos de La Moncloa o incluso la propia Constitución de 1978?
Pues bien, conocidos los resultados de las últimas elecciones generales, había que agudizar el ingenio y, ante aquel intrincado panorama, ver cómo salir lo mejor parados o lo menos lastimados. Después de votar, la ciudadanía tenía derecho a que los elegidos buscaran una solución y las opciones no eran muchas, cuando ningún partido contaba con mayoría absoluta. Una era la pedestre teoría de apoyar al partido más votado, aunque el proponente —el Partido Popular— no la hubiese practicado en ninguna Comunidad Autónoma o Ayuntamiento en que no hubiera ganado. ¿Cómo se puede pedir al PSOE que apoyara la investidura del PP cuando el programa de este era “borrar el sanchismo”, es decir, toda la labor de la legislatura pasada? No se dan cuenta de que esas “grandes coaliciones” lo único que consiguen es dejar la oposición en manos de los partidos extremos, en especial de la ultraderecha, y donde se han dado, como en Alemania, siempre ha sido con la Democracia Cristiana a la cabeza.
Otra opción era repetir las elecciones, también propuesta por el PP y algunos progres. Lo más probable es que hubiera sucedido una de estas dos cosas: que el resultado hubiese sido el mismo o parecido, con lo que las exigencias de los posibles partidos pactantes habrían crecido o que ganasen, con mayoría absoluta, el PP/Vox. Resultado que, vistas las posiciones de Vox —y las actuales del PP—, habría sido una auténtica catástrofe. Había una tercera opción, no exenta de complicaciones, que es la que al final se ha escogido. Ahormar unos acuerdos de investidura y, hasta donde sea posible, de legislatura de la izquierda con partidos nacionalistas. Lógicamente, estos partidos no iban a dar su apoyo sin contrapartidas. También el PP hace concesiones a Vox donde gobiernan, siempre lesivas para los derechos del personal sufridor. Y, en este caso, ERC y Junts propusieron la amnistía como condición para el acuerdo. Pretensión que se plantea en un contexto en el que han transcurrido seis años desde aquellos nefastos sucesos del procés; se han producido unos indultos que han dado buenos resultados, ha mejorado sin duda la situación en Cataluña y era necesario superar de una vez un contencioso enquistado. También aquí había dos opciones: seguir con el sistema de indultos o resolver el conjunto con una amnistía. Dado que los indultos generales están vedados en la Constitución Española, esa opción suponía continuar con cientos de procesos judiciales para la mayoría de personas que tienen menores responsabilidades. Habría supuesto tensionar al máximo, de nuevo, la sociedad catalana y desbaratar todo lo logrado hasta ahora. Un desenlace que no se compadece con el interés general de España y de su democracia.
Había, pues, que encarar el espinoso tema de la amnistía. La primera cuestión a dilucidar era sobre la constitucionalidad o no de la misma. Dejemos el asunto en manos del Tribunal Constitucional, que para eso existe, pero por lo estudiado en la proposición de ley presentada creo que contiene un muy sólido fundamento capaz de superar el examen. Es cierto que no se incluyó en la Ley Fundamental, pero tampoco se excluyó, como sí se hizo con los indultos generales. No tenía sentido que el mismo Congreso, plenamente democrático, que había otorgado una amnistía en octubre de 1977 la prohibiese unos meses después al redactar la Constitución.
Se han llegado a sostener, en contra de su concesión, argumentos pintorescos. Por ejemplo, que se trata de un fraude o corrupción porque el PSOE no lo incluyó en su programa electoral. De aceptarse tal tesis serían inviables los gobiernos de coalición o los acuerdos parlamentarios, es decir la propia democracia. No creo que el PP llevase en su programa las concesiones que hizo a CiU en el Pacto del Majestic o la eliminación del servicio militar. Se ha acusado de que atenta al Estado de derecho y a la división de poderes. Realmente insólito que una manifestación del derecho de gracia, aprobada por mayoría absoluta en el Congreso, pueda atentar contra esos principios. Una medida que se ha aplicado decenas de veces en múltiples países democráticos y nadie se ha encrespado. Claro que vivimos en un país en el que algunos jueces se han alborotado contra una ley que no conocían, porque habían oído hablar de la lawfare. Por lo visto pensaban que unas malignas comisiones de investigación parlamentaria se podrían entrometer en sus resoluciones. Quizá se habrían sosegado si se hubiesen leído el artículo 52.4 del Reglamento del Congreso, que dice: “Las conclusiones de estas Comisiones, que no serán vinculantes para los Tribunales ni afectarán a las resoluciones judiciales...“. Un país en el que en sesudos debates se afirma que la amnistía es una humillación nacional, equivalente a pedir perdón a los que han delinquido, que además no se han arrepentido y no han renunciado a sus malévolas intenciones. Todo obedece, por lo visto, a la delirante ambición de una persona. Que yo sepa, la proposición de ley no pide ningún perdón a los infractores, es un canto a la Constitución de 1978 y a la fortaleza de nuestro Estado democrático. A nadie se le exige un acto de contrición cuando se le aplica el derecho de gracia, por lo menos en mi caso, cuando se me dispensó dos veces. Tampoco creo que nadie tenga que renunciar a sus objetivos políticos, ya sea a la independencia o al comunismo libertario, siempre que sea dentro de la Constitución y las leyes. Conviene recordar que en el acuerdo de PSOE y Junts, estos últimos proponen un referendo de autodeterminación sobre la base del artículo 92 de la Constitución Española. Es decir, convocado por el Rey, a propuesta del presidente y autorizado por el Congreso. Oferta que no asume el PSOE, aunque la famosa unilateralidad quede descartada.
Es urgente, en todo caso, que el nuevo Gobierno explique los aspectos positivos de la amnistía, pues el relato contrario a su concesión lo está imponiendo la derecha más rancia. En mi modesta opinión, tiene más aspectos positivos que negativos: tiende a superar un conflicto enquistado; contribuye a la concordia en Cataluña; margina actos secesionistas unilaterales; facilita la integración constitucional de fuerzas nacionalistas —algún día lo agradecerá el PP—; fortalece la democracia española; evita la repetición de las elecciones; permite que se forme un Gobierno de progreso, con una agenda social avanzada. Y que nadie tenga temor, porque es radicalmente falso, a que esta amnistía sea la antesala de una consulta de autodeterminación. Mejoras en el autogobierno son posibles y hasta deseables, pero referendos —de cualquier tipo— que permitan la separación de una comunidad autónoma de España no son viables, porque no caben en nuestra Constitución y porque serían un desastre profundamente reaccionario. Nicolás Sartorius es escritor. 












De Pla, Hitler y Milei

 







Pla habla con Hitler y explica a Milei
JORDI AMAT
26 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

“El camarero dejó los platos y salió corriendo como un loco hacia la calle”. La escena la describe Josep Pla, corresponsal en Berlín. Hace exactamente un siglo. Cada artículo que enviaba era una crónica que mostraba cómo la crisis económica iba corroyendo a una sociedad y la política no lograba estar a la altura de las circunstancias. Por ejemplo, 2 de octubre de 1923 en el Grill Room Haader de la calle Nuremberg. Ahora en la página 207 del librazo que es La inflación alemana (Destino). El joven Pla está ensayando el estilo para contar la ciudad moderna. Su campo de pruebas es una gran capital en crisis. Se había fijado en el gesto de un comensal sentado en una mesa cercana a la suya. Entre plato y plato usaba un mondadientes para limpiarse. Lo que hacía no era tan raro, pero cada vez más infrecuente. Desde hacía pocos meses no era extraño ver a un cliente en un restaurante que se limpiaba los dientes con un cepillo con la mano derecha mientras con la izquierda se tapaba la boca para ocultar la operación dental. Pero el vecino de Pla sí había usado palillos. Pagó y se fue. El camarero recogía la mesa, vio que el cliente había usado tres palillos y salió disparado a buscarle. “Valen un millón y medio de marcos…”. Sobre la mesa dejó un montón de billetes.
A pesar de la crisis financiera que atraviesa el país, en Buenos Aires cada vez hay más restaurantes. El 19 de junio de este año lo contó un reportaje de The New York Times. Más restaurantes, mejores y llenos. La clase media depauperada ha asumido que tiene que gastarse lo ahorrado, según explicaba Natalie Alcoba. Ni de coña podría comprarse un coche o irse de vacaciones con la inflación disparada (un 140% antes de las elecciones), pero antes del colapso mejor pulirse los pesos. Nadie sabía qué costaría una buena cena el día de mañana, pero sí sabían que serían menos clase media y que cada vez hay más pobres. En una cadena de restaurantes, ya que la carne puede subir un 20% de un día para otro, solo usan códigos QR para modificar el precio de los platos para no tener que renovar las cartas cada dos por tres. Este viernes, otro reportero de The New York Times empezaba su artículo con un carnicero que votó a Javier Milei y que asumía que no vendería su mejor carne porque tras la elección había subido un 5%. La vida caótica tituló Pla un artículo en Alemania. “El catastrófico descenso del marco empieza de verdad a dar a la vida en este lugar un aspecto caótico y fantástico. No hay ningún precio seguro”.
“Debido a que los alemanes tienen que echar la culpa de la majestuosa y apocalíptica bajada del marco a alguien han encontrado en los judíos a quien cargar el muerto”. No era solo Hitler, ni mucho menos, pero al poco de llegar, Pla ya había presentado el líder fascista a sus lectores. “Es un histérico del nacionalismo. Es un hombre sin preparación alguna, es un botarate, pero a veces tiene golpes geniales y ataca con gran furor”. A finales de noviembre de 1923, Pla les dijo que lo había logrado entrevistar. “Es difícil ver a Hitler. Como buen revolucionario es un hombre de vida irregular y de actividad constante y desquiciada”. Aquel candidato a ser el hombre fuerte que parte del país pedía, había dado el paso al dar un golpe de Estado fallido en una cervecería de Múnich. Pla lo contó como si hubiese estado allí, pero es dudoso. Al cabo de pocos días, el periodista publicó un monólogo de Hitler construido con declaraciones que habría obtenido gracias a haber elogiado al general golpista Primo de Rivera. Es improbable. Apuesto por qué montó el artículo haciendo patchwork con textos leídos aquí y allí, pero era tan sagaz que acertó al descubrir cuál era la oscura conexión que el personaje quería establecer con aquel país caótico. “En todas partes del mundo han triunfado los hombres de orden, de puño de hierro, los patriotas, los verdaderos amigos de su país. Aquí estamos aún dominados por una serie de experimentadores siniestros, vendidos al extranjero, marxistas y judíos. Todo esto se debe expeler”. Jordi Amat es escritor.












De los editores de libros

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Andrés Hoyos, va de los editores de libros. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Editores. ¿Un oficio necesario o maldito?
ANDRES HOYOS 
22 SEP 2023 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com

Yo empecé mi carrera literaria por la escritura, incluso por una poesía aún inédita, pero en 1996 se me atravesó el oficio del título cuando con varios amigos y colaboradores fundamos El Malpensante, revista que he dirigido durante casi veinte de los 27 años que lleva saliendo en Colombia. Para quienes no la conocen, El Malpensante empezó siendo una revista no teórica, dedicada a la literatura de creación primaria, además de las otras artes, según un modelo común en el mundo anglosajón. Esto significa que incluía cuentos, poesía, ensayo literario y reseñas. Por ahí a los tres años optamos por sumarle el periodismo literario, es decir, crónicas, reportajes, perfiles y entrevistas. Desde entonces la fórmula no ha variado.
Salvo raras excepciones, la tradición de los editores profesionales, común en el primer mundo, brilla por su ausencia en el tercero. La verdad, tampoco es que tenga una trayectoria fulgurante en España. Por si acaso, casi nadie se ha hecho de veras famoso como editor, ni siquiera Gordon Lish, pese a la intensa polémica que causaron sus intervenciones de mano dura en los cuentos de Raymond Carver, él sí famoso a más no poder. Ni hablar de que los editores son demonizados con frecuencia, casi tanto como los críticos. Sin embargo, hacen parte esencial del entramado del mundo de las publicaciones. Y no solo eso, sino que el dinero de las obras se lo ganan los autores, hasta los agentes, mientras que a los editores les pagan poco por su necesaria labor.
Los autores se lanzan a escribir por mil razones, que se pueden sintetizar en una sola: porque sí. Nadie los obliga, nadie seriamente les va a prometer el éxito, a menos que se trate de una celebridad, que venderá su libro no por la calidad del mismo, sino por la firma. Puede ser magnífico, bueno, regular o pésimo, igual se venderá. Por lo mismo, este ensayo no es para ellos.
Yendo entonces a los autores de raza, a quienes escriben sin garantías de éxito y porque sí, digamos que se dividen, muy grosso modo, entre quienes tienen talento y quienes no lo tienen. Estos últimos son los más y, al igual que los autos chuecos, son aparatosos y ruidosos y forman atascos en calles y avenidas. Ojo que este no es un detalle menor, pues de un modo u otro los manuscritos mediocres o hasta malos llegan a manos de editores. Una revisión, así sea rauda, de alguno de estos les magulla el ojo, refuerza su escepticismo, incluso los vuelve respondones: «dedíquese a otra cosa, mi amiga, porque usted para esto no está hecha». Y así.
Lo corriente, entonces, es que un autor reciba muchos rechazos, en particular si es desconocido, aunque incluso a los autores conocidos a veces les toca golpear en varias puertas para poder publicar un manuscrito, sobre todo si no pertenece al género que les dio la reputación. En fin, se publican muchos libros, algunos de ellos buenos o hasta excelentes. De ahí que convenga seguir bajo la noción de que de tarde en tarde aparece de la nada un manuscrito que contiene al menos varios pasajes muy buenos. ¿Obras maestras? Helas, aquí está otro gran dilema. Las obras maestras, de tipo de Cien años de soledad, que llegan ya impecables a las editoriales o agencias, son rarísimas. Yo me arriesgaría a apostar que a lo sumo una cada diez años y de seguro exagero.
Lo anterior significa que el editor tendrá ante sí un trabajo claro y delimitado. En términos generales su cometido será tomar ese manuscrito con buenos pasajes y buenas ideas, y ayudar a que se convierta en un libro mucho mejor. De nuevo, ¿en una obra maestra? No, lo más seguro es que no, pero sí en un libro publicable, que halle un grupo sustancial de lectores.
Pues bien, lo primero es que los lectores no podemos ser desagradecidos y los escritores mucho menos. En un mundo ideal, el editor no sería necesario. Llega Gay Talese, o Joan Didion, le entrega a uno el manuscrito de una crónica impecable, se le preguntan tres cosas, se cambian cuatro comas como por no dejar y la cosa pasa a diseño y a la consecución de material gráfico. Sin embargo, la realidad es más sucia. El editor, ahí, debe hacer un papel de gineco-obstetra.
Una de las intervenciones clave de los editores tiene que ver con cuestiones formales, con la estructura de los escritos. Del legendario editor Maxwell Perkins se decía, por ejemplo, que tenía «un sentido infalible de la estructura» de un libro. Nazca de donde nazca la historia, lo primero que un editor suele discutir con el autor es lo que podríamos llamar el ángulo: quién narra qué, por qué y por qué desde ese punto de vista. Por ejemplo, la crónica es una forma profunda a la vez que incompleta de narrar, por lo que resulta crucial que el ángulo sea el adecuado. En cierto sentido, el ángulo es la primera decisión de estilo en el periodismo literario.
La gente suele acertar cuando dice que hay algo que no funciona en un texto, pero es casi seguro que las soluciones que propondrá no serán las correctas. Dicho esto, si alguna le gusta y le suena, adelante. Tampoco está prohibido poner a alguien a trabajar para usted. Lo otro es que en casi todo escrito sobra material, a veces mucho, aunque también puede faltar. Hay que adquirir, pues, el hábito de la poda, con tal o cual injerto. Cerremos este aparte con una opinión del gran autor en yidis, Isaac Bashevis Singer (1904-1991): «La caneca de la basura es la mejor amiga del escritor».
El viejo recurso flaubertiano de leer la prosa en voz alta a partir de una versión impresa ―la poesía con más veras― suele ser muy útil. No se debe olvidar que el idioma empezó siendo hablado. La voz mental que sustituye este viejo ritual puede dejar colar imperfecciones feas e innecesarias.
También son necesarios los editores en el género del cuento. En mis tiempos a cargo de la materia en El Malpensante, yo solía sugerir a los autores algo que dejo consignado aquí. Sí, está bien que un personaje en Colombia piense en suicidarse o en matar, aunque para la narración sea mejor que no lo haga. ¿Por qué? Porque la intención trunca, quizá fallida, interesa mucho. Al menos a mí las complicaciones de un intento me importan más que una píldora de cianuro o de plomo que borra a alguien del mapa.
Y ni hablar de las novelas, en las que es mucho más visible la falta de editores que su sobreabundancia o sobreactuación. Sucede que en ellas son más comunes los errores de estructura que en el cuento, para no hablar del material sobrante que el autor se resiste a echar a la basura. Daría ejemplos recientes, pero no quiero querellas, así que chitón.
Aquí debo ir a lo obvio. El editor, salvo excepción, no escribe y no toma decisiones finales. El método es que sugiera cambios. La mayoría de estos no serán adoptados, pero tendrán el efecto salutífero de forzar al autor a aportar sus propias soluciones, a resolver problemas que a lo mejor no había visto.
Por fortuna, las editoriales que publican libros en español a ambos lados del océano están volviendo a emplear editores ―unas más rápido y con más eficiencia que otras―. Esta es una gran noticia, como malo fue el tiempo en que los hicieron de lado. Reiteremos lo dicho arriba: publicar un libro se parece mucho a parir y, por analogía, se necesitan parteros y parteras.