lunes, 3 de octubre de 2022

De Twitter y los políticos españoles

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de Twitter y los políticos españoles, porque como dice en ella el escritor Pablo Ordaz, las redes suelen dar una versión caricaturizada de la realidad, pero hay días que en España eso no es necesario, nos bastan al natural. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Demasiado hasta para Stephen King
PABLO ORDAZ
28 SEPT 2022 - El País

Stephen King cuenta en su libro Mientras escribo (Debolsillo) que todo novelista debería tener un L. I., esto es, un Lector Ideal, alguien de absoluta confianza a quien entregarle el manuscrito, con la seguridad de que su opinión será sincera, sin tapujos ni medias tintas. En su caso, su Lectora Ideal es su esposa, Tabby, y recuerda King que le entregó el original de Corazones en la Atlántida mientras él conducía por Carolina del Norte: “El relato tiene algunas partes divertidas (o que me lo parecían), y yo la miraba constantemente para ver si sonreía. Creí que no se daba cuenta, pero sí. Al octavo o noveno reojo (aunque no desmiento que ya llevara quince), Tabby levantó la cabeza y me dijo”:
—Mira la carretera, a ver si nos la pegamos. ¡No seas tan inseguro, joder!
¿Que qué tiene esto que ver con Twitter? Ya verán. Es cierto que nuestros políticos —así, en general, ¿o no es Twitter el reino de la brocha gorda?— no parecen precisamente inseguros a la hora de escribir tuits o de insertar en ellos fragmentos de sus intervenciones en la tribuna, la radio o la televisión, y por ello no estaría mal que más de uno siguiera el consejo de Stephen King. Un Lector Ideal o un amigo de verdad —no valen palmeros a sueldo ni pelotas vocacionales— que les dijeran así en voz baja: ¿estás seguro de que quieres publicar ese tuit, de poner en circulación ese vídeo?, ¿estás convencido de que quieres enviar a tus miles de seguidores ese trozo de polémica malsana? Pero no, no traía a colación la anécdota de Stephen King por esto.
Más bien por lo que, en solo unos minutos, uno puede encontrarse en Twitter si tiene la osadía de asomarse un rato. El retrato, o más bien la caricatura, del país en el que vivimos. El día después de que un ex alto cargo del PP revele los entresijos del maltrato a los ancianos en las residencias de la Comunidad de Madrid durante la epidemia de covid, nos encontramos con que uno de los comisionistas que se forraron con la tragedia —un tal Alberto Luceño— se inventó a un supuesto chino, de nombre San Chin Choon, para engañar al Ayuntamiento de Madrid. Como ha descubierto la policía y cuenta J. J. Gálvez en este periódico, el supuesto señor Chin Choon escribía los correos electrónicos en un inglés macarrónico, con palabras inventadas por alguien cuyo idioma materno sería el español. Pero no para ahí el asunto. La policía se presentó hace unos días en el domicilio de Luceño, socio del noble Luis Medina, y encontró en su casa una placa del CNI y acreditaciones de la policía y de Defensa. Si son falsas, es un delito; pero si no, es un escándalo aún mayor.
De fondo, un exvicepresidente del Gobierno participa en una tertulia radiofónica en la que, en un momento dado, mira unos apuntes y dice: “El 57% de los tertulianos de La hora de La 1 son de derechas, el 13% son de centro y solo el 30% son progresistas (pero progresistas del PSOE)”. O lo que es lo mismo, el Gobierno en el que participó o el partido que fundó manejan listas de periodistas y al lado su supuesta adscripción política... ¿Con qué fundamento? ¿Con qué objetivo? Junto a él, una también exministra de su mismo Gobierno aboga por que, en vez de con criterio profesional, los telediarios dediquen a los partidos un espacio de tiempo directamente proporcional a sus últimos resultados electorales.
—¿Al peso? —pregunta el alucinado presentador.
Hay más ejemplos, pero no hacen falta. Imagínense ahora a Stephen King conduciendo por una carretera de Carolina del Norte, mirando de reojo la reacción de Tabby, su Lectora Ideal, mientras lee un relato en el que ha incluido todos esos ingredientes:
—Esto no es serio, Stevie, se te está yendo la olla...

















domingo, 2 de octubre de 2022

De Giorgia Meloni




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de nuevo sobre Giorgia Meloni, de la que el escritor Sergio del Molino dice que para ella y sus amigos bárbaros, los demócratas somos pura decadencia, los restos de una forma de vida abyecta que ha levantado las ruinas del presente. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Giorgia Melini contra Woody Allen 

SERGIO DEL MOLINO

28 SEP 2022 - El País

Mientras el mundo discutía si lo de Italia es derecha dura como el turrón, ultraderecha, fascismo o (¡ay, qué risa!) centroderecha, yo intentaba leer el último libro de Woody Allen. Se me hacía difícil concentrarme, no tanto por el ruido de los columnistas, los tertulianos y los políticos, sino por un malestar físico a consecuencia de intentar vivir en dos dimensiones del espacio-tiempo incompatibles: Woody Allen y Giorgia Meloni representan dos mundos en colisión, y quien quiera vivir en uno ha de renunciar al otro. No se puede tener un ojo en los chistes del primero y otro en las columnas que analizan a Meloni sin sufrir sudores, náuseas y vértigos. El libro se titula, como un aviso de las autoridades sanitarias, Gravedad cero.
Me duele reconocer que estos cuentos no valen gran cosa —salvo uno, Apéndices de Manhattan, magistral—, pero hasta la peor página de Allen tiene un rastro de sabiduría, una nota irónica bien tocada que acaricia y deja una sonrisa. No importa si es sublime o solo mejorable: para quienes hemos crecido con él, Woody Allen siempre será nuestra casa. Su humor sabe a los guisos de la madre, a las noches de juventud, a todo ese batiburrillo de intangibles y nostalgias que forman una patria. Leerlo mientras en Italia triunfa una política que podría haber protagonizado una de sus primeras comedias, como Bananas, deja una sensación inconsolable de soledad, abandono y derrota. Puede que las Meloni que cabalgan por las estepas de Europa carguen contra los inmigrantes y los fantasmas burócratas del sueño europeísta, pero el mundo que se disponen a arrasar (que ya han arrasado en buena medida) es el de Woody Allen.
Los ciudadanos de ese mundo abrazamos lo imperfecto como la condición humana básica, sin aspirar a ninguna forma de perfección; nos enfrentamos a las paradojas con un poco de ironía (y algún que otro antipsicótico); creemos en la conversación como un fin en sí mismo, sin esperar nunca una conclusión, y no tenemos más certeza que la de Alvy Singer al comienzo de Annie Hall: “La vida está llena de soledad, miseria, sufrimiento e infelicidad, y además se acaba muy pronto”. Para Meloni y sus amigos bárbaros (también en el ala izquierda populista, en eso no se distinguen), somos pura decadencia, los restos de una forma de vida abyecta que ha levantado las ruinas del presente. Somos, según una vieja metáfora que irritaba a Susan Sontag, la enfermedad occidental que su cirugía carnicera viene a extirpar. Ojalá que, al menos, usen anestesia.





















sábado, 1 de octubre de 2022

De las elecciones italianas

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las recientes elecciones en Italia, en las que, como dice en ella la escritora Concita de Gregorio, la izquierda no ha sido capaz de generar en su seno una clase dirigente igualitaria; no ha premiado el mérito, sino la lealtad, y las urnas han dicho basta de técnicos, volved a la política, pero mientras tanto, esta ha desaparecido. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




El pegamento del antifascismo ya no une en Italia
CONCITA DE GREGORIO 
27 SEPT 2022 - El País


Los italianos han votado a “la nueva”, por probar. Y si luego no funciona, se cambia. No hay nada racional y muy poco político en lo ocurrido el domingo: en el extranjero la alarma es máxima por “el regreso del fascismo a Italia”, pero no es exactamente así. No ha vuelto el fascismo del Duce: si acaso, ha muerto el antifascismo como pacto fundacional de la democracia de posguerra. Puede parecer un juego de palabras, un arabesco típico de la mentalidad italiana, pero, sin este punto de partida, no es posible comprender cómo los italianos podemos pasar de Mario Draghi a Giorgia Meloni en un día. El voto del domingo no se basa en las culturas políticas del siglo XX —la derecha, la izquierda, el centro— y no responde a criterios racionales; es un voto visceral, emotivo, de protesta y exasperación. Un voto anticasta: la clase política —toda— es percibida desde hace muchos años como una élite inmóvil preocupada solo por conservar su poder, y hay algo de verdad en ello.
Una gran parte de los votantes se mueve cada vez en masa hacia el “nuevo”, el que derribará el sistema. Primero fue Berlusconi, que prometió dirigir el país como sus negocios, con la fuerza del dinero, la influencia y las relaciones opacas que de él se derivan, ofreciendo la ilusión de que cualquiera podría llegar a ser como él. Hacerse a sí mismos con astucia e ingenio. Luego Matteo Renzi, el hombre nuevo del Partido Democrático, el joven que llegó para “desguazar” a la clase dirigente del viejo Partido Comunista Italiano, del que Renzi, un neodemocristiano, nunca había formado parte. Después llegó Beppe Grillo, un cómico. El populismo del “a la mierda todos” llegó justo en el momento en que la crisis económica enseñaba los dientes, la clase media se empobrecía, los ricos eran cada vez más ricos y, a menudo, corruptos. Fue el bum del Movimiento 5 Estrellas: el populismo del uno vale tanto como el otro, todos somos iguales, mandemos gente corriente al Gobierno... Pero, mientras tanto, avanzaba Matteo Salvini, el hombre del pueblo que come salami y desprecia a la casta de los cultos, promete al Norte liberarse del parásito del Sur, a los pobres encerrar fuera de las fronteras a los que son aún más pobres; el ministro del Interior del bloqueo naval contra los inmigrantes. Y ahora Meloni.
No son exactamente iguales, pero sí son casi los mismos los votantes que llevan del cero al 26%, al 33%, al 40% a fuerzas políticas que parecen, de hecho, la próxima ronda del tiovivo del parque de atracciones. Como cuando los niños aún no han terminado de jugar con el caballito balancín y ya están cansados, aburridos y decepcionados; quieren probar el castillo de los horrores. Es el desencanto de un pueblo sentimental y cínico, crédulo y escéptico.
Uno de cada tres no ha ido a votar. El desencanto también se mide así: ha votado el 63,9% de los italianos, 10 puntos menos que la vez anterior, el porcentaje más bajo de la historia republicana. “Total, todos son iguales”, “nada es para siempre; luego ya veremos”. Y, sin embargo, algo cambia. Pocos en la patria temen que Giorgia Meloni, nacida en 1977, pueda llevar de nuevo al país a la dictadura de Mussolini; de hecho, ese era otro siglo. Están dispuestos a perdonarle sus raíces culturales y políticas fascistas como si fuera el cartel que estaba colgado en la pared del dormitorio: el Duce o el Che Guevara, los Beatles o los Rolling Stones. La juventud pasa, dicen. Y, en cambio, no; no pasa. Nunca se deja de ser la raíz de la que se procede. Sin embargo, y esta es la novedad, el pegamento del antifascismo ya no une. Ahora ya se puede decir que Bella Ciao no es un canto de liberación, sino una canción política, partidista. Que la Resistencia es un pasado lejano, casi todos los supervivientes de los campos de concentración han muerto.
La izquierda, el Partido Democrático, ha dejado escapar la última oportunidad de liberarse de su reputación de partido de poder, que gobierna con cualquiera (con Grillo, con la Liga, con Berlusconi) sin ser votado. El enemigo siempre es interno, de izquierda: dos de los últimos secretarios, Bersani y Renzi, han dejado el Partido Democrático y han fundado sus propias formaciones. Enrico Letta quería un “campo amplio” contra la derecha —la alianza de todas las fuerzas de centroizquierda—, pero fue imposible, sobre todo por los resentimientos personales entre los dirigentes. Una vez más, cuestiones privadas, prepolíticas. Un ejemplo: una figura de la talla de Emma Bonino, candidata con el Partido Democrático, no entra en el Parlamento. Se ha enfrentado a Carlo Calenda, su exaliado ahora líder de un movimiento muy polémico con el Partido Democrático; en esa formación han perdido los dos, ha ganado la derecha. Por lo tanto, Letta ha fracasado en su objetivo de una alianza amplia, aunque no solo por su demérito: hoy sale de escena, renuncia al cargo de secretario general, no se volverá a presentar. Giuseppe Conte, el abogado populista que en pocos meses pasó de ser un desconocido devoto del padre Pío a dos veces jefe de Gobierno con alianzas opuestas y, al final, la Dolores Ibárruri de los excluidos, se fue al sur a decir una sola cosa: “Os daré el ingreso mínimo”, dinero sin trabajar. Le han dado las gracias. Su movimiento estaba por encima del 30%; se detuvo en el 15%, pero frenó la pérdida de apoyos y se ha convertido en el tercer partido.
De modo que Italia se encamina hacia un Gobierno posfascista y una oposición populista, en medio de un Partido Democrático sin identidad. Meloni —la aliada y amiga de Vox, de Orbán y de Marine Le Pen— podría convertirse en la primera mujer que gobierne Italia. Que la primera dirigente del país venga de la derecha es la prueba más clara de la derrota de la izquierda. Más cultural que política; una derrota histórica. La izquierda no ha sido capaz de generar en su seno una clase dirigente igualitaria, no ha premiado el mérito sino la pertenencia, la lealtad. Mientras tanto, sin embargo, también Forza Italia se disipa en un 8% y Berlusconi logra que su nueva novia silenciosa sea elegida en Sicilia. La Liga de Salvini, tras décadas de propaganda contra “Roma ladrona”, acaba por entregase a una romana de barrio. Con las categorías de la razón todo es un disparate.
Giorgia Meloni no tiene la clase dirigente adecuada para gobernar en un momento de crisis como este. La encontrará con ayuda de los empresarios, que siempre están dispuestos a ir al rescate de los vencedores, con los viejos camaradas a sus espaldas y quizá con ayuda de Mario Draghi, que tiene todo el interés por ver su obra terminada. Draghi podría haber llegado a ser presidente de la República, pero hace seis meses la clase política no lo quiso. Era un extraño. Hoy ganan las elecciones los que estaban en la oposición a Draghi (Giorgia Meloni) y los que derribaron su Gobierno (Giuseppe Conte, con Forza Italia y la Liga). Los italianos han dicho basta de técnicos, volved a la política. Pero, mientras tanto, la política ha desaparecido; se ha convertido en una batalla naval en un pantano. Un juego nuevo, un juego diferente. Pensar que “total, no va a durar mucho, luego se cambia” esta vez es realmente arriesgado. Para Italia, para Europa.






















viernes, 30 de septiembre de 2022

De la mujer en Irán

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la mujer en Irán, porqué como dice en ella la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán, el crimen cometido allí contra la joven Mahsa Amini no es anecdótico, sino que saca a la luz el problema sistémico de la brutal represión contra las mujeres en ese país. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Antígona en Irán
MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN
25 SEPT 2022 - El País

En 1989, una escuela pública francesa prohibió a tres niñas asistir a clase con el pañuelo islámico. El gesto de Fátima, Leila y Samira implicaba un doble reto, en la escuela y en su hogar. Un aspecto de su identidad privada pasó a convertirse en un acto político de afirmación pública. También de desafío, tanto a la autoridad de un Estado que buscaba integrarlas en el ideal de ciudadanía republicana, secular e igualitaria, como, involuntariamente, frente a las autoridades religiosas, temerosas ante la afirmación individual de unas mujeres que, al usar su voz públicamente, transgredían la modestia y el recato que el islam espera de ellas obligándolas a cubrir sus cabezas. El caso recordaba a la Antígona de Sófocles, como escribió la pensadora Seyla Benhabib, cuando la hija del Rey cumple las obligaciones para con su hogar y su religión, enterrando y honrando a su hermano, Polineces, que había desafiado la ley de la polis. También las niñas utilizaron los símbolos del ámbito privado para desafiar las normas de los guardianes de la esfera pública.
No hago aquí, faltaría más, una defensa del uso del velo islámico. Lo que quiero es que veamos la paradoja: si en Francia su uso por parte de unas niñas se convirtió en un acto político de provocación, en la Persépolis de la joven Mahsa Amini, asesinada por la policía moral, el desafío está en dejar de llevarlo. En ambos casos, lo que tenemos es la utilización de un símbolo de las sin voz para ganar visibilidad, pues la protesta política no siempre se apoya en un discurso propiamente dicho. El fondo es la lucha de las mujeres por su emancipación, y no hay nada más universalista, aunque a veces los caminos para esa lucha sean diversos y parezcan contradictorios. Por eso es crucial identificar los patrones comunes de la subyugación de las mujeres, su utilización como portadoras de la identidad nacional, la apropiación de su reproducción, de sus cuerpos siempre vistos como fuente de tentaciones y desorden social.
El crimen contra Mahsa Amini no es anecdótico: saca a la luz el problema sistémico de la brutal represión contra las mujeres iraníes, y podría ser la mecha que haga estallar el amplio descontento contra un régimen tenebroso y devastado económicamente por las sanciones. Como otras veces, las mujeres se convierten en portadoras de la protesta, pues perciben que el control de sus cuerpos forma parte de un proyecto político regresivo, omnipresente en Irán, pero que crece en todas partes: en la Rusia de un Putin temeroso de que la influencia europea arrase con el orden de género; en un Tribunal Supremo estadounidense cada vez más parecido a la distopía de Margaret Atwood. Las mujeres iraníes se alzan contra esta forma opresiva de poder y son el ejemplo de cómo el miedo, el temor a las represalias, puede convivir con la valentía. Y también de que, a veces, cuando hablamos, lo hacemos a través de la voz de otras. Por eso es tan importante visibilizar su protesta.