lunes, 24 de octubre de 2022

De la sacralización de la naturaleza

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la sacralización de la naturaleza, algo que como dice en ella el filósofo y catedrático universitario Víctor Gómez Pin, supondría, en última instancia, la prohibición de su instrumentalización, lo cual podría entrar en contradicción con los intereses de nuestra especie. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Lo sagrado es el hombre, no la naturaleza

VÍCTOR GÓMEZ PIN

19 OCT 2022 - El País


La naturaleza se deja desvelar por la ciencia pero, en lo profundo, no se deja violentar por la técnica del hombre, la cual sólo puede realizar aquello que la naturaleza misma posibilita. Esta incapacidad del hombre para modificar la dinámica profunda de la necesidad natural no es óbice para que pueda perturbar el frágil equilibrio que supone un entorno favorable a las sociedades humanas: impotente ante la naturaleza, el hombre sí tiene capacidad para hacerse daño a sí mismo. Conscientes de este peligro y de que el creciente deterioro del entorno incrementa además las desigualdades sociales, organizaciones sindicales y partidos políticos han erigido la causa ecologista en capítulo clave de sus reivindicaciones. Pero hay aquí cierto equívoco.

Un tiempo, la jerarquía entre los dos polos de la reivindicación estaba clara. El objetivo último era la causa del hombre, es decir, la abolición de situaciones en las que el ser humano es convertido en un mero instrumento, y así literalmente deshumanizado. Y,siendo indispensable para el objetivo la salud del entorno natural, la defensa del mismo se presentaba como corolario del proyecto humanista. Sin embargo, a veces esta jerarquía entre el objetivo y una de las condiciones para alcanzarlo se diluye e incluso invierte. El sentimiento de desarraigo que embarga a tantas personas en nuestras sociedades, da nueva vida a la idea panteísta de fusión con una naturaleza considerada como causa final e irredenta. Significativo es al respecto el título de uno de los libros de la escritora británica Karen Armstrong (Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017), La naturaleza sagrada. El término sagrado es equívoco, pero en unos de sus sentidos sagrado es aquello que consideramos merecedor de respeto absoluto, y en consecuencia no puede ser reducido a medio para otros fines. En una hipérbole, ciertos discursos sitúan como meta final de la ecología el “salvar la naturaleza”, considerando incluso las facultades del hombre, concretamente su potencialidad técnica, un medio para tal objetivo. Vana supervaloración de nuestras capacidades, ya que la naturaleza persiste por sí misma, en altiva indiferencia a nuestra superficial intervención.

Pero no hay simetría, pues la naturaleza sí puede modificar los proyectos de los hombres y eventualmente hacer baldío todo esfuerzo en pos de los mismos. De ahí que ya sea mucho intentar salvaguardar las azarosas formas del equilibrio natural que posibilitan un amejoramiento por la técnica del hombre. El éxito en el empeño facilitará la aparición de esas sociedades en las que se despliega el pensamiento, y acaban por surgir ideas como la de igualdad entre los hombres, sofisticadísima construcción de la razón que, entre otras cosas, encierra un proyecto de control del mero despliegue de fuerzas, control del que la naturaleza precisamente no da ejemplo. Por controvertido que sea a veces el pensamiento de Nietzsche, es difícil negar veracidad a las siguientes líneas: “Las situaciones de derecho no son nunca más que situaciones de excepción, restricciones parciales de la auténtica voluntad de la vida, la cual tiende hacia el poder”.

La sacralización de la naturaleza supondría, en última instancia, la prohibición de su instrumentalización, lo cual podría entrar en contradicción con los intereses de nuestra especie. Por el contrario, la prohibición de instrumentalización del ser humano, la erección del hombre en sagrado, además de perfectamente compatible con el orden natural, es garantía de un orden social. De hecho, la naturaleza no es sagrada más que en razón de que el hombre la consagra, erigiéndola en divinidad favorable o temible.

Sagrado el hombre, expresión de esa enorme ruptura de continuidad en la historia evolutiva que supuso la aparición del lenguaje y la razón, ese Verbo que la tradición bíblica polariza frente a la naturaleza, pero que en todo caso es testigo de la misma. Si las cosas tienen peso en la medida en que significan algo, y no habiendo constancia de otra fuente de significación que el lenguaje del hombre, el tiempo de nuestra presencia en el devenir de la naturaleza aparece como esa suerte de paréntesis entre una nada pretérita y una nada por venir, evocadas con serena lucidez por el poeta Francisco Brines.

Difícil entonces complacerse en la idea de que antes del hombre había la naturaleza y después del hombre sigue la naturaleza. Recordaré la frase célebre que (ante la subversión que para nuestra concepción de la naturaleza supuso la física cuántica) Arthur Eddington escribía hace ya un siglo: “Allí donde la ciencia ha alcanzado mayores progresos, la mente no ha hecho sino recuperar de la naturaleza aquello que la propia mente había depositado en ella. Habíamos encontrado una extraña huella en la rivera del mundo desconocido. Y habíamos avanzado, una tras otra, profundas teorías que dieran cuenta de su origen. Finalmente, hemos logrado reconstruir la criatura que había dejado tal huella. Y ¡sorpresa!, se trataba de nosotros mismos”.




















sábado, 22 de octubre de 2022

De la desconfianza en los partidos y las élites

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la desconfianza creciente en los partidos y las élites, que como dice en ella el sociólogo y profesor universitario Ignacio Sánchez-Cuenca, rompe los mecanismos de mediación que permitían ordenar los procesos políticos de forma más o menos previsible e inteligible para representantes y representados. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Política desintermediada
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
18 OCT 2022 - El País


En las últimas semanas se han producido dos nuevos episodios de lo que cabría calificar como el desorden político de nuestro tiempo. Me refiero a sucesos que en principio podrían parecer improbables (con seguridad lo habrían parecido hace 30 o 40 años) pero que se están volviendo cada vez más frecuentes (como la elección de Donald Trump en 2016, el asalto al Capitolio en 2021, el Brexit, la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, el avance de la extrema derecha en los países nórdicos y un largo etcétera). Los dos elementos recientes que deberían añadirse a esta lista son el rechazo del proyecto constitucional en Chile y la victoria de la extrema derecha en Italia.
A primera vista, puede ponerse en duda que haya relación alguna entre el resultado de un referéndum constituyente en un país latinoamericano y unas elecciones generales en Italia. Igualmente, cabe dudar de que estos dos episodios estén conectados a la lista de sucesos improbables a la que acabo de hacer referencia.
Permítanme que les intente convencer de que, con la suficiente perspectiva, lo ocurrido en Chile y en Italia forma parte de un patrón general, lo que en un libro reciente he intentado caracterizar como una crisis de la intermediación democrática.
La democracia representativa es un sistema muy complejo de intermediación entre los ciudadanos y el Estado. En concreto, hay dos agentes intermediadores fundamentales, partidos y medios de comunicación. Los partidos agregan, canalizan y transforman en políticas públicas las preferencias de los ciudadanos. Los medios, por su parte, ordenan y filtran las creencias u opiniones de los ciudadanos, a la vez que vigilan a los gobiernos.
Cuando estos agentes intermediadores fallan, la política se desordena. Si los partidos abusan del poder, o no cumplen lo prometido, o no tienen en cuenta lo que sus electores desean, el vínculo representativo se erosiona y el espacio de la política se vuelve caótico. De la misma manera, cuando la transmisión de la información y el debate público se desplazan de los medios a las redes sociales, sin la mediación de la prensa, dicho debate se vuelve ensordecedor y confuso.
Aunque hay razones específicamente políticas que explican la creciente desintermediación en nuestras democracias representativas, creo que este proceso, en última instancia, forma parte de un cambio social más general. Los avances de la digitalización y las nuevas formas emergentes de individualismo se combinan dando lugar a un cuestionamiento de los agentes de intermediación. Conviene reparar en que los ciudadanos están experimentando una desintermediación generalizada en múltiples esferas de su vida, en el sentido de que, gracias a internet, pueden prescindir de los intermediadores clásicos. Esto afecta a los intercambios económicos (las agencias de intermediación en los mercados de trabajo y vivienda son crecientemente redundantes, oferentes y demandantes pueden conectarse directamente) o en los hábitos culturales (la gente ya no presta mucha atención a los intermediadores clásicos, los críticos, prefiere guiarse por las valoraciones de los usuarios en la red). Internet permite un mayor control por parte del individuo en transacciones y decisiones de todo tipo. En general, las formas jerárquicas o verticales de intermediación se encuentran en retroceso: la tendencia es que se reemplacen por redes horizontales y descentralizadas.
Este proceso de transformación social y cultural no podía dejar de afectar a la política y, en concreto, a la democracia representativa. Mucho del desorden político que observamos en el siglo XXI es consecuencia de la pérdida de autoridad o legitimidad que han sufrido los partidos y los medios tradicionales. Un número creciente de gente rechaza que sean los partidos quienes filtren o seleccionen sus demandas políticas y que los medios decidan qué es relevante y qué no lo es. Se produce así un cuestionamiento del establishment que durante generaciones protagonizó la intermediación democrática.
Repasemos ahora muy brevemente el referéndum chileno. Tras el estallido social de 2019, los partidos tradicionales aceptaron iniciar un proceso constituyente, una de las demandas más intensas procedente del movimiento de protesta. Para poder convocar un referéndum en el que se preguntara a la ciudadanía si querían ir adelante con la asamblea constituyente, los políticos hubieron antes de realizar una reforma de la Constitución de 1989. La pandemia ralentizó el proceso y el referéndum no se celebró hasta el 25 de octubre de 2020. Los ciudadanos dieron un “sí” abrumador, el 78%, al proyecto de cambio. Además, había que decidir si la nueva Constitución la elaboraba una convención mixta (formada por un 50% de diputados y un 50% de constituyentes electos) o una convención con un 100% de electos. Dada la mala reputación de los partidos, la gente apostó claramente por este segundo modelo: es decir, los ciudadanos rechazaron la función intermediadora de los partidos en el proceso constituyente.
La convención ciudadana elaboró un nuevo texto que fue sometido a ratificación popular el pasado 4 de septiembre. A pesar de que el Gobierno de Gabriel Boric (cuyo mandato comenzó en marzo de este año) se volcó para conseguir la aprobación, el “no” se impuso por una gran diferencia (23,8 puntos porcentuales).
La derrota llama la atención porque los referéndums de ratificación suelen salir bien casi siempre para quien los convoca. Piénsese, por ejemplo, en el referéndum de 1978 para ratificar la Constitución española, diseñada por los partidos y apoyada por ellos: la aprobación popular fue masiva. Los partidos se hicieron responsables de la propuesta y pidieron a sus electores el voto positivo. En Chile, la ausencia de los partidos en el proceso constituyente produjo una reacción imprevisible que acabó con el fracaso de la Constitución. La ausencia de intermediación partidaria provocó un resultado del todo imprevisto.
En Italia, los dos grandes intermediadores de la primera República, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista Italiano, entraron en crisis, por distintos motivos, en los años noventa del pasado siglo. La política italiana se sumergió en una fase caótica o desordenada de la que aún no ha salido. Primero fueron los años de Silvio Berlusconi, un pionero de la política antiestablishment, luego el primer Gobierno tecnocrático de Mario Monti, después la victoria de una fuerza anti-partidos, el Movimiento 5 Estrellas, luego el Gobierno tecnocrático de Mario Draghi y ahora la victoria de Giorgia Meloni. Este ciclo de gobiernos antiestablishment y tecnocráticos no se ha cerrado. Meloni no es más que el último eslabón (y el más peligroso) de una cadena de gobernantes que no han conseguido reordenar la política italiana. Lo único que quedaba por probar era una alianza de la extrema derecha con los restos del berlusconismo. El descrédito de los partidos en Italia impide que la competición política se estabilice.
Con la suficiente distancia, el fenómeno subyacente a estos dos últimos episodios en Chile y en Italia puede interpretarse en términos de intermediación fallida. La desconfianza hacia los partidos tradicionales o hacia las élites del establishment rompe los mecanismos de mediación que permitían ordenar los procesos políticos de forma más o menos previsible e inteligible para representantes y representados. El desorden político de nuestro tiempo es, ante todo, consecuencia de los procesos de desintermediación que se están viviendo en la política, pero también en muchos otros ámbitos de la sociedad. Sabemos de lo que nos estamos alejando (la intermediación clásica), pero no somos capaces de anticipar lo que no espera.



















viernes, 21 de octubre de 2022

De las guerras antiguas






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va sobre las guerras antiguas, de las que como dice en ella la filósofa Rosa María Rodríguez Magda, quizá a los varones haya que enviarlos al frente cuando se trata de pelear, pero deberían ser las mujeres, no testosterónicas, quienes se encargaran de negociar el fin del conflicto. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






La guerra antigua
ROSA MARÍA RODRÍGUEZ MAGDA
18 OCT 2022 - El País

En 1991, Jean Baudrillard publicó La guerra del Golfo no ha tenido lugar. Tan provocativo título respondía a la constatación de encontrarnos ante un nuevo tipo de guerra, alejada de las tradicionales, basada en la virtualidad y la disuasión, una guerra quirúrgica, transmitida en tiempo real.
Nada de esto ocurre en el conflicto ruso-ucranio, donde se nos hurta la realidad por la puesta en escena. En primer lugar, Volodímir Zelenski es un actor, que ya se había representado a sí mismo como presidente en una serie televisiva. En una inversión paradójica, la realidad es ahora una copia de una ficción, una realidad de segunda mano, por así decir. Zelenski aparece siempre con una camiseta verde-caqui, como si estuviera en un entrenamiento militar, no puede llevar uniforme porque no pertenece al ejército, y no quiere llevar traje porque restaría dramatismo a la situación. Frente a él, Vladímir Putin, en su excesivo palacio dorado, con su rostro impasible, se convierte en la caricatura del malo de la película.
Más allá de esta parafernalia, se nos escamotea la visión directa. Acostumbrados a que todo pase en tiempo real ante nuestros ojos, la verosimilitud para nosotros es que lo real se convierta en imagen, la verdad es el streaming. Sin embargo, en Ucrania los hechos se muestran en diferido, y Rusia es un agujero negro informativo. Las imágenes, excepto la voladura del puente de Crimea, llegan tarde, interpretadas por el relato ideológico. En este sentido, esta es una guerra antigua, no transmoderna, lo que induce a la desconfianza.
Creíamos que las guerras reales, sangrientas, no ocurrían ya en Europa, sino en zonas más o menos primitivas. Sin embargo, hemos abandonado el espacio bélico disuasorio, virtual, de guerra quirúrgica. Esta es una guerra anacrónica, nos retorna a la Guerra Fría, boicotea la información, no se retransmite, nos devuelve a los muertos en las cunetas y en las fosas comunes. Y si Putin emplea ahora la amenaza nuclear, lo hace a destiempo, a la desesperada, con los cadáveres hasta las rodillas, con una lógica no quirúrgica sino de morgue. Lo que no obsta para un segundo Hiroshima.
Zelenski fue un héroe por no huir, esta fue su primera caracterización como personaje. A partir de ahí comenzó su representación. Desempolvó los valores vetustos que creíamos solo presentes en himnos militares y películas bélicas y westerns de los años cincuenta: valentía, heroicidad, defensa de la patria, gallardía viril, legitimidad moral, resistencia hasta la muerte.
¿Cuántos europeos son capaces de poner en riesgo sus vidas por esos valores? Vivimos en una sociedad blanda, carente de ideales sociales, con valores débiles: consumo, narcisismo, búsqueda de la satisfacción (no nos atrevemos a llamarla felicidad), encuentros tinder (no nos atrevemos a llamarlo amor). Nuestros jóvenes quieren ser influencers. El suyo es un universo fluido, en el que lo instantáneo sustituye a la profundidad. No quieren hacer la revolución, prefieren sentirse transgresores: el sexo, y no la política, es su presunta rebeldía. No necesitan cambiar el mundo, les basta con transformarse a sí mismos.
Frente a esta idiosincrasia generacional, sorprende en Ucrania la potencia de los valores e ideales fuertes en su defensa de la patria. Los rusos, ante una retórica oficial semejante, se muestran mucho más “europeos”: ni patriotismo, ni valor, y no aceptan ir a una guerra en la que solo ven la amenaza de la muerte. Esta guerra en Ucrania, que nos devuelve en cierto sentido a la primera parte del siglo XX, ¿nos puede aportar una revitalización de valores perdidos: honestidad, sacrifico, lealtad… (pensemos en John Wayne o Gary Cooper)?, ¿hay algo rescatable en ellos, por debajo de la crítica que ha caracterizado esos valores como patriarcales, fascistas, violentos y moralmente desfasados?
Me llamó la atención que, al principio de la guerra, los ucranios hicieran salir a las mujeres y los niños de las zonas de conflicto, mientras los hombres debían permanecer. Quedó claro cuál era la misión de ambos sexos: las mujeres cuidar a niños y ancianos, los hombres pelear. En esa separación de roles hay otro elemento significativo: quienes deciden la guerra son hombres en su mayoría: ¿no es quizás el exceso de testosterona un elemento a neutralizar a la hora de tratar los conflictos internacionales? Quiero decir, quizás a los varones hay que enviarlos al frente cuando se trata de pelear, pero deberían ser las mujeres, no testosterónicas, quienes se encargaran de negociar. Por desgracia aún no estamos en ese papel, ya se ha visto: huir con los niños o quedarse para ser violadas y asesinadas. Las mujeres seguimos siendo cuerpo, cuerpo nutricio y protector, o cuerpo violable. Rara vez somos mentes pactando la situación de todos. Y ese es un aspecto sensato que debemos reivindicar, frente al desempolvado o no de ciertos valores potentes, y la representación infatuada de los amos de la guerra.
















De la lengua como patria

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las lenguas como patrias. Lo dijeron en su día Hannah Arendt, Fernando Pessoa y otros muchos sobre las suyas respectivas. También lo hace en ella el poeta Luis García Montero, que agradece que nuestro español diese un caballero errante capaz de representar el amor y la justicia frente a todas las indignidades. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Cervantinos
 LUIS GARCÍA MONTERO
17 OCT 2022 - El País

Decía don Miguel de Unamuno, después de afirmar el carácter quijotesco de Simón Bolívar, que el 12 de octubre no era el día de ninguna raza, sino de una lengua. Y tenía razón, aunque no conviene olvidar que las lenguas sirven para entenderse o para mentir, para dialogar o para insultar. Hablé sobre estas cosas en Guanajuato, donde he tenido la suerte de participar en el Festival Cervantino.
Conocí a Eulalio Ferrer en Santander. Era ya una personalidad muy respetada en México como estudioso y empresario de la comunicación. Fue capaz de luchar contra los gigantes de su destino. Cuando tuvo que exiliarse con 19 años, acabó como tantos republicanos en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer. Un soldado le dio un libro a cambio de un paquete de tabaco. Era el Quijote. Eulalio salió del campo, llegó a México, ganó dinero, puso en marcha el Centro de Estudios Cervantinos, el Festival y un Museo Iconográfico del Quijote, en el que puede verse un cuadro de Rodríguez Luna, otro exiliado, que resume bien el poder histórico de nuestro caballero. Su triste figura de vencido, a lomos de Rocinante, abre camino a un éxodo humano que encabezan los poetas Antonio Machado y León Felipe.
Desde que desembarcó en América en 1605, las derrotas del Quijote simbolizaron un hermanamiento cultural más sólido que cualquier identidad cerrada, ya sea imperial o populista. Afirmó Isidoro de Sevilla hace muchos siglos que las gentes y las lenguas van unidas, pero que las lenguas no salen de las gentes, sino las gentes de las lenguas. Por eso es tan dañino quien ofende a una lengua materna o quien desconoce el valor de sus vínculos. Recuerdo los poemas quijotescos de Rubén Darío, los capítulos cervantinos inventados en Ecuador por Juan Montalvo. Y agradezco que nuestro español diese un caballero errante capaz de representar el amor y la justicia frente a todas las indignidades.