sábado, 17 de septiembre de 2022

Del negacionismo frívolo

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del negacionismo esteticista y frívolo, porque como dice en ella la socióloga Cristina Monge, el reto del cambio climático es de tal calibre que necesitamos del mejor conocimiento disponible, y en ese sentido, bienvenidas sean las críticas si obligan a revisar cada conclusión, pero quienes las hagan deben ser conscientes de todas las evidencias acumuladas y huir de cualquier frivolidad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Qué difícil es ser negacionista
CRISTINA MONGE
14 SEPT 2022 - El País

La lectura de la última columna de Fernando Savater, titulada Negacionistas, me llevó a pensar que hacen bien los intelectuales y analistas en cuestionar los consensos sociales y científicos. ¿Cuál, si no, es su razón de ser? Por mucho que en España en junio, julio y agosto las olas de calor se hayan extendido durante 42 días —siete veces más que el promedio calculado entre 1980 y 2010—, que la superficie quemada por incendios de sexta generación relacionados con el cambio climático superase ya a mediados de agosto la suma de la calcinada en los cuatro años anteriores juntos, o que la sequía esté desecando humedales, vaciando acuíferos, arruinando cosechas y dejando a poblaciones sin agua para beber siquiera, pese a todo ello, es importante pensar más allá de las evidencias y hacerlo con espíritu crítico.
La dificultad estriba en hacerlo con el rigor suficiente para que el conocimiento avance, dado que en la comunidad científica este es un debate prácticamente zanjado después de 50 años acumulando evidencias y discutiendo resultados. De lo contrario se corre el peligro de caer en la frivolidad. Algo de esto está pasando con algunos ilustres pensadores que, o bien por desconocimiento de la materia o por necesitar de eso que Bourdieu llamó la distinción, defienden una posición diferente a lo que el consenso científico avala, en especial en lo referente al cambio climático.
El primer problema que tienen hoy los negacionistas del cambio climático es encontrar autores de referencia y prestigio en quienes apoyar su argumentación. Como no abundan, a menudo tienen que recurrir a expertos con escasa o nula autoridad científica, a los que dibujan como los auténticos sabios independientes que se atreven a desvelar las verdades que nadie dice. Esto es lo que ha ocurrido, sin ir más lejos, con Steven E. Koonin, al que Savater alude como autoridad en la materia. Exdirector científico de la petrolera BP y colaborador de Obama —con escaso éxito si se observan las políticas del expresidente— , su último libro, Unsettled?, se ha convertido en referencia de trumpistas, a la par que ha sido ampliamente criticado por destacados científicos, que lo acusan de carecer del rigor necesario.
Otra de las dificultades de los negacionistas es articular su crítica con datos sin confundir conceptos básicos. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se señala un momento pasado con temperaturas muy altas como supuesta prueba de que no existe un progresivo calentamiento. Que se diga, sin mostrar registro alguno, que en San Sebastián en 1947 un día llegaron a los 53 grados no significa nada. En primer lugar, porque los registros más altos de la Aemet para toda España muestran un récord de 47,6º el 14 de agosto de 2021 en La Rambla (Córdoba) y para San Sebastián de 39,7º en la estación de Igeldo y 42,7º en la de Hondarribia, ambos este verano. Y, en segundo lugar, porque, aunque un día se hubieran dado registros en Miraconcha de 53 grados, eso sería un episodio aislado sin más trascendencia.
Como toda disciplina, la ciencia del clima trabaja con conceptos precisos, como la diferencia entre “tiempo” y “clima”. Mientras que el “tiempo” hace referencia a las condiciones meteorológicas de un momento dado, el “clima” alude a su evolución temporal mediante la utilización de decenas de millones de datos estadísticos obtenidos desde hace décadas, procedentes de miles de centros de observación y seguimiento en continentes, mares, polos y atmósfera. Es esto último lo que está cambiando a marchas forzadas y con ello llegan toda una serie de efectos encadenados, como muestra el informe de un grupo de científicos encabezados por David I. Armstrong y recientemente publicado en Science (tras sus correspondientes revisiones por expertos de la disciplina), en el que se advierte de que estamos cerca de sobrepasar puntos de inflexión climática como el colapso de la capa de hielo en Groenlandia y la Antártida Occidental, la pérdida del permafrost, la muerte masiva de los corales tropicales y el colapso de las corrientes en el mar de Labrador.
No es fácil tampoco para los negacionistas ni los escépticos entender cómo hacer prospectiva con fenómenos complejos trabajando con escenarios y probabilidades. El estudio de lo ocurrido ha permitido a centenares de científicos constatar que el calentamiento global se está acelerando, con un incremento ya de 1,1º de media en el planeta, más de 2º en Europa y 1,7º en España. Cuando la ciencia del clima tiene que proyectar lo que puede pasar en el futuro, tiene que trabajar sobre rangos de incertidumbre; de ahí los escenarios. No obstante, los modelos que se elaboraron hace 40 y 50 años fueron considerablemente certeros, y en ocasiones incluso se quedaron cortos.
Tras años de estudio, la conclusión clara y contundente de alrededor del 97% de la comunidad científica —este consenso hoy rotundo no siempre fue así— es el reconocimiento “inequívoco”, en palabras del IPCC, de que la humanidad “ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra”. Y añade, por vez primera, de forma tajante: “El cambio climático inducido por el hombre ya está afectando a muchos fenómenos meteorológicos y climáticos extremos en todas las regiones del mundo. La evidencia de los cambios observados en extremos como olas de calor, fuertes precipitaciones, sequías y ciclones tropicales, y, en particular, su atribución a la influencia humana se ha fortalecido desde el AR5 [el informe de 2013]”.
Las dificultades de los negacionistas crecen cuando se trata de considerar las repercusiones económicas, sociales y políticas del cambio climático, que también las hay. Como es sabido, además de por sentido común por informes de los más variados organismos internacionales, ONG e institutos de análisis económico, los países más pobres, que son los que menos han contribuido al cambio climático, son también quienes menos recursos tienen para hacerle frente y más dependientes son del medio natural, lo que les hace sufrir las consecuencias de forma más cruda. Pero incluso en el industrializado y confortable Occidente no tienen los mismos instrumentos para afrontar las temperaturas extremas quienes viven en casas con buenos aislamientos y pueden encender sin más preocupación el aire acondicionado o la calefacción que los cuatro millones y medio de personas que se calcula que viven en pobreza energética en España. ¿Qué hacer ante un fenómeno de esta magnitud? Se puede optar por dejar que el mercado resuelva, se puede elegir plantear políticas de decrecimiento o diseñar estrategias de transición justa. Se puede y se debe —¡ya urge!— debatir todas las opciones posibles, salvo una: decir que ya nos adaptaremos a lo que venga sin describir cómo evitar el desastre, la injusticia y el incremento de desigualdad que el cambio climático lleva aparejado. Hoy hay evidencia suficiente para constatar que ese fenómeno producido por el modelo de desarrollo vigente lo cambia todo, compromete las condiciones biofísicas en las que se desenvuelve la vida en el planeta y acarrea pobreza e injusticia, a la par que tensiona a las sociedades y pone en jaque algunos de los elementos básicos de las democracias liberales.
El reto que supone hacer frente al cambio climático es de tal magnitud que necesitamos de los mejores conocimientos disponibles de todas las disciplinas trabajando juntas. Bienvenidas sean las críticas y los cuestionamientos si obligan a considerar cada uno de los consensos, a matizar cada afirmación y a revisar cada conclusión con el objetivo de mejorar el conocimiento y su tratamiento. Ahora bien, necesitamos que quienes lo hagan sean conscientes de todas las evidencias ya acumuladas, a partir del mínimo conocimiento exigible, el máximo rigor y, sobre todo, huyendo de cualquier atisbo de frivolidad.























De la supervivencia de las monarquías

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la supervivencia de las monarquías, porque como dice en ella el politólogo Víctor Lapuente, han rodado tantas cabezas coronadas (a veces, literalmente), que las que han sobrevivido han desarrollado una particular inmunidad, basada en el principio de minimizar el poder de los reyes y maximizar su simbolismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Sangría azul
VÍCTOR LAPUENTE
13 SEPT 2022 - El País

La muerte de la reina de Inglaterra ha resucitado a las monarquías. Los reyes y reinas vivieron un saeculum horribilis: en 1900 había monarcas rigiendo los destinos, a menudo con puño de hierro, de 150 países en el mundo, pero a principios de este siglo apenas quedaban una cuarentena y, por lo general, con una potestad más ceremonial que real. Sin embargo, en la actualidad las monarquías apenas caen. La sangría azul se ha detenido. ¿Por qué?
Precisamente porque han rodado tantas cabezas coronadas (a veces, literalmente), que las que han sobrevivido han desarrollado una particular inmunidad, basada en el principio de minimizar el poder de los reyes y maximizar su simbolismo. Cuanto más alejada está la Corona de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, mayores son sus opciones de perpetuarse en una sociedad democrática. No es que el rey o la reina estén por encima de la lucha política, como ocurría antaño, o como todavía defienden quienes exigen a Felipe VI una interpretación militante de la prescripció
n constitucional de que el monarca “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”. Más bien, deben estar al lado de la disputa partidista, sin que parezca que ayudan a un favorito. Y aquí hay margen de mejora en España, donde podemos distanciar más al monarca del proceso de investidura, tal y como recomienda el experto Ignacio Molina. De esta manera, evitaríamos repetir escenas que, desgraciadamente, serán más frecuentes en nuestra política fragmentada: ¿A quién debe llamar el rey para formar Gobierno? ¿Al líder de la lista más votada o a quien supuestamente tiene mejores apoyos parlamentarios?
Hay dos caminos para alcanzar el sano alejamiento de la Corona y la política: la Constitución o la tradición. En España, Japón o Suecia, la Constitución delimita tanto el papel del rey, que hemos alcanzado lo que el jurista Göran Rollnert Liern llama el “último estadio evolutivo de las monarquías”. Al contrario, la Corona británica retiene un poder teórico inmenso, en el ejecutivo, legislativo y judicial, amén de la Iglesia, pero la práctica tradicional lo ha constreñido. Eso parece una desventaja inicial para la monarquía británica: todo depende más de la persona y, vamos, Carlos III no atesora la destreza de Isabel II. Pero esconde una ventaja: la tradición siempre es más resistente que la Constitución.























viernes, 16 de septiembre de 2022

De que pague más el que más tiene

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de ese pensamiento tan novedoso de que pague más el que más tiene. Porque como dice en ella la escritora Marta Sanz, lo fundamental sería que, para cubrir trágicas fallas económicas y garantizar el buen funcionamiento de lo público, quienes más ganan paguen a su Estado lo que deben y es justo y proporcional respecto a sus ganancias. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Holística
MARTA SANZ
12 SEPT 2022 - El País

En situaciones de dificultad económica, se produce un discurso reaccionario sobre la inconveniencia de reivindicaciones feministas, basuralezas o vallas de Melilla. “No toca”, dicen. También dicen que cualquier medida socializante pone en riesgo nuestra libertad individual: esa libertad individual de la que sobre todo disfruta el millón de personas ricas en España. La otra población española, la que no tiene tiempo porque no tiene dinero y no tiene dinero porque su sueldo no le da para cubrir sus gastos, reduce su libertad individual a correr de un supermercado a otro buscando mejores ofertas. Pero para hallar tesoros y gangas alimenticias se necesita disponer de todo ese tiempo que no se tiene. Así no hay quien ahorre, y eso mismo fue lo que yo le pregunté. Mientras, en los anuncios ―misóginos incluso cuando pretenden lo contrario―, mujeres de clase alta se dan pomada en las varices porque convierten las compras en una actividad deportiva que las mantiene todo el día de pie. “No toca”, dicen. Pero, cuando no se cubren las necesidades mínimas ―temperatura adecuada, carne una vez a la semana, vivienda digna―, se extreman los maltratos hacia mujeres que vuelven a casa para cuidar y liberar el campo laboral reservado a los cabezas de familia varones: si protestas, en otra exaltación perversa del círculo vicioso, quizá te parten la boca porque “no vales para nada”. “No toca”, pero tal vez volvamos a quemar carbón después de haber devastado formas de vida en torno a minas y centrales térmicas; la juventud se deprime; pedimos camareros nacionales ―con pajarita― y recuperamos eslóganes xenófobos: “Vete a trabajar a tu país”. La asfixia económica aplasta los derechos civiles como si la vulneración de los derechos civiles no se relacionase con la riqueza y el poder acumulado por unos sectores mediante la explotación de otros.
No se trata solo de la guerra ni de adoptar medidas urgentes útiles a corto plazo, pero que a la larga no servirán porque las contradicciones seguirán siendo las mismas. Micropunto positivo para el Papa de Roma: la ayuda asistencial cronifica la pobreza. Se trabaja desde los gobiernos subiendo el salario mínimo y pagando el paro a las empleadas del hogar. Sí. También podemos topar el precio de los huevos igualitariamente para las vecinas de Vallecas y los vecinos de Sotogrande, sabiendo que eso no es igualdad, sino buena voluntad e imaginación para que en Vallecas podamos seguir cuajando tortillas y para poner límite al desmesurado beneficio de las empresas intermediarias. Sin embargo, lo fundamental sería que, para cubrir trágicas fallas económicas y garantizar el buen funcionamiento de lo público, quienes más ganan ―¿a costa de quiénes?― e incluso han multiplicado sus ingresos después de la pandemia paguen a su Estado lo que deben y es justo y proporcional respecto a sus ganancias. No solidaria o caritativamente. Por ley. Propongo una mirada holística y una reforma fiscal. A lo mejor ese empeño suscita menos bronca ―déjenme soñar― que lo de los huevos, y nos permite hablar otra vez, sin acusaciones de frívola inoportunidad, del derecho al aborto ―¡no es obligatorio, por Diosa!― y de las niñas de 16 años que no viven en el seno de familias encantadoras y/o pudientes. Las personas más frágiles son las que deben ser protegidas por leyes que se interrelacionan igual que las fragilidades entre sí.




















De la ambivalencia entre progreso y libertad




 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la ambivalencia entre progreso y libertad, pues como dice en ella la politóloga Estefanía Molina, bajo la coletilla de que “lo personal es político”, voces del progreso llevaban tiempo esparciendo su moral sobre la vida privada, tratando de colonizar desde el lenguaje hasta la organización del hogar o la familia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Ayuso no os jodió la libertad
ESTEFANÍA MOLINA
09 SEPT 2022 - 05:00 CEST

La izquierda anda mustia porque cree que Isabel Díaz Ayuso les jodió la libertad. La prueba es que parece imposible reivindicar dicho término en público sin ser tildado de ayuser. Existe un contexto económico que aleja al progresismo de la bandera de la libertad, en su lucha contra la desigualdad creciente. Aunque cierta izquierda lleva tiempo prodigándose también en una especie de religión civil sobre la moral, la intimidad, o la vida pública, que constriñe de forma absorbente la libertad del individuo, y nada tiene que ver con Ayuso.
Muestra de esa dificultad de soltar el sambenito del autoritarismo es el paisaje internacional. Lo que se tildaba de bolivariano en España hace unos años es hoy la norma, el sentido común europeo, por el pánico a que siga escalando la pobreza. La guerra ha dado carta blanca para meter mano en sectores estratégicos como la banca o la energía. El Estado protector movió los hilos en pandemia con un colchón como los ERTE, cuando tuvo que meternos en casa a golpe de decreto.
Aunque la izquierda asume ese intervencionismo con legitimidad, algo que la absuelve de las críticas de la derecha. Se aprecia ahí un cambio paradigma en lo ideológico. Se entendería poco la pasividad de los poderes públicos si la luz estuviera por los cielos, o se produjeran desahucios masivos, como ocurrió tras la crisis de 2011. El edén de ese regulacionismo es que el Gobierno sugiera medidas heterodoxas frente a la inflación, como limitar el precio de ciertos alimentos, en aras de la justicia social.
Sin embargo, cierta izquierda venía resultando ya intrusiva, en un momento previo a ese contexto y mucho antes de que Ayuso irrumpiera confrontando con su modelo económico. Bajo la coletilla de que “lo personal es político”, algunas voces del progreso llevaban tiempo esparciendo a diario su moral sobre la vida privada del ciudadano, tratando de colonizar desde el lenguaje hasta la organización del hogar o la familia.
Primero, esto se aprecia en cómo la ultraderecha ha impregnado aspectos del discurso progresista, abonando un paternalismo sin límites. La izquierda nostálgica es su mayor producto; por ejemplo, critica que la familia tradicional no esté ya tan extendida atribuyéndolo solo a un factor de precariedad, obviando la parte de voluntad personal. Se lamenta que las mujeres no tengan hijos, que lleven vidas más disolutas, o rehúyan de los rituales de la fe religiosa, ya que pobrecitos, no saben lo que eligen, porque el malvado capitalismo se lo impide.
Ello supone renunciar a la autonomía de la voluntad, que es otro concepto habitual en libertad del progresismo. Su papel no es sermonear al prójimo en su esfera privada, sino procurarle que viva sin condicionantes, con verdadera autonomía. Por eso la izquierda no ve con buenos ojos propuestas como los vientres de alquiler, no solo por un tema ético, sino por la eventual explotación en que creen que puede derivar. Parecido ocurre con su apoyo a la eutanasia o el aborto, donde no media la moral colectiva, sino la libertad de elección del individuo.
Segundo, cierta izquierda ha tenido necesidad de meterse hasta en la cocina, por una incapacidad tácita de ofrecer medidas tangibles que combatan la miseria creciente. Se prodiga con cursilería en redes de afectos, o cuidados; teoriza sobre la lactancia, o los roles de pareja; aprecia conquistas en usar cierto vocabulario. E incluso, desliza puritanismo sobre la imagen pública de algunas mujeres. Dichas tendencias tienen una querencia por lo gestual, y son más fáciles de identificar por su simbolismo que por acciones concretas.
Tercero, parte de la izquierda llegó en 2015 a las instituciones a lomos de una repolitización colectiva de la sociedad española, fruto de la indignación por la crisis económica. Introdujo nuevas etiquetas sobre cómo debían vivir o vestir los políticos, qué salario cobrar, quién era casta o quién era pueblo. Esa exigencia de una implicación intensa o virtud participativa en los asuntos públicos evocaba el ideal de la polis ateniense. Quien se desentendía de lo público era tildado de idiota y apartado del resto.
Así pues, Ayuso apareció solo como un revulsivo que prometía a la ciudadanía desligarse de todos esos yugos, tanto en lo ético, como en lo económico. La derecha liberal se disfrazó de un “haz lo que te plazca”, banalizando otras causas nobles que la izquierda defiende por el bien colectivo: tú come el chuletón que te dé la gana, pon el aire a la temperatura que quieras, pasa de todo. Muchos compraron ese desasosiego en medio de tanta asfixia, mientras que el hastío y el miedo al empobrecimiento hizo el resto.
Pero si la líder madrileña se ha hecho con la bandera de los ciudadanos libres, supuestamente, no será porque todos ellos abjuren de la ayuda de lo público, del Estado, o lo colectivo. Ni siquiera será porque esta no haya pecado de dejes conservadores pese a su afán libertario. Si Ayuso parece hacerse con el mantra de la libertad en sentido amplio es porque a nadie le arrebatan lo suyo cuando lo defiende sin fisuras, y cierta izquierda cada vez tiene más afán de colarse hasta en el último resquicio de la vida del individuo.