A mi amiga Ana, por recomendarme su lectura.
Y a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas
por su prontitud en facilitármela.
Y a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas
por su prontitud en facilitármela.
Angela Yvonne Davis fue un icono del movimiento del "Orgullo Negro" en los años 70 del pasado siglo, internacionalmente conocida por su combate contra todas las formas de opresión, no solo en Estados Unidos. Discípula predilecta de Herbert Marcuse, con el que estudió en la Universidad de Brandeis y se doctoró en la de California-San Diego, amplió estudios en la Sorbona y en la Universidad Goethe, de Fráncfort del Meno, con profesores como Adorno, Habermas, Horkheimer y Negt.
Durante las últimas décadas su trabajo intelectual y actividad política se ha centrado en lo que ella denomina el "abolicionismo de la prisión", que comprende una triple repercusión: la abolición de la pena de muerte; la abolición del complejo industrial-penitenciario; y la abolición de todos los rastros y herencias de la esclavitud que han sido mantenidos y renovados por la pena capital y el sistema de prisiones estadounidenses, en especial, con la implantación cada vez más numerosa de prisiones de máxima seguridad.
La madrileña editorial Trotta acaba de publicar hace escasas semanas su libro Democracia de la abolición. Prisiones, racismo y violencia, en una cuidada edición a cargo del profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania Eduardo Mendieta, que incluye una interesantísima entrevista entre ambos sobre el tema objeto del libro. Aunque escritos en 2005 ni libro ni entrevista han perdido un ápice de actualidad.
Al inicio del capítulo V (pág 90), titulado precisamente "El complejo industrial-penitenciario", se incluye una cita que dice así: "El trabajo carcelario es una mina de oro para las empresas privadas. No hay huelgas. No hay sindicación. No hay beneficios sanitarios, seguro de desempleo o indemnización laboral que haya que pagar. No hay barreras lingüísticas ni países extranjeros. Las prisiones son el nuevo Leviatán que se está construyendo sobre miles de terroríficos acres de fábricas tras los muros de las cárceles. Los presos introducen datos para Chevron, hacen reservas telefónicas para TWA, crían cerdos, recogen estiércol y hacen tarjetas de circuitos , limusinas, camas de agua y lencería para Victoria Secret, todo al módico precio del trabajo gratuito". La cita es antigua, de 1997, de Linda Evans y Eve Goldberg, dos activistas de derechos civiles. Pero de entonces a acá, la cosa ha empeorado.
La explotación del trabajo carcelario por parte de corporaciones privadas, dice Angela Davis, es una más de entre las distintas fórmulas de relación que une a empresas, gobiernos, comunidades carcelarias y medios de comunicación. Estas relaciones, sigue diciendo, constituyen lo que actualmente se denomina el "complejo industrial-penitenciario", término introducido por activistas y académicos como respuesta a la creencia popular que considera el aumento de los índices de criminalidad como la principal causa del incremento de la población carcelaria. Por el contrario, señala, la construcción de cárceles y la consiguiente necesidad de llenar esas nuevas estructuras con cuerpos humanos han sido dirigidas por ideologías racistas (al menos en Estados Unidos) cuyo objetivo principal ha sido la búsqueda de beneficios.
Unas páginas más adelante (95/96) añade que, a pesar de que los índices de criminalidad se habían reducido drásticamente por aquellos mismos años, la población reclusa se disparó (ojo, no a la inversa) haciendo que el proyecto de construcción masiva de cárceles iniciado en los años 80 creara los medios para concentrar y gestionar lo que el sistema capitalista había declarado implícitamente como excedente humano.
Si las cárceles pudieran ser abolidas, se pregunta Davis (pág. 106), ¿qué es lo que las sustituiría? Esta pregunta, añade, a menudo obstaculiza una reflexión más profunda en torno a las posibilidades de la abolición. ¿Por qué tendría que ser tan difícil, dice, imaginar alternativas a nuestro sistema actual de encarcelamiento? Hay una serie de razones por las que tendemos a resistirnos a la posibilidad de crear un sistema judicial totalmente diferente y quizá, también, más igualitario, responde. La primera de todas, pensar que el actual sistema, con su exagerada dependencia del encarcelamiento como modelo definitivo, hace que nos cueste mucho imaginar cualquier otro modo de ocuparse de los millones de personas de todo el mundo encerrados en cárceles.
El complejo industrial-penitenciario actual se ve impulsado por pautas de privatización que debemos recordar, dice, también ha transformado drásticamente los sistemas de salud, de educación y de otras áreas de nuestras vidas. Más aún, añade, la tendencia a la privatización de las cárceles, tanto como la cada vez mayor presencia de las empresas en la economía penitenciaria y el establecimiento de prisiones privadas, conserva reminiscencias indudables de los esfuerzos históricos por crear una industria del castigo rentable basada en el suministro de materia prima (gratuita) para garantizar un aumento del beneficio (pág. 97).
El encarcelamiento es la solución punitiva a toda una gama de problemas sociales que no están siendo tratados por aquellas instituciones que deberían ayudar a la gente a mejorar sus vidas, a hacerlas más satisfactorias, dice (pág. 131). Esta es la lógica de lo que se ha dado en llamar el excedente carcelario: en lugar de construir casas, se encierra a los vagabundos en la cárcel. En lugar de desarrollar un sistema educativo, se empuja a los analfabetos a prisión. Se encarcela a la gente que pierde sus trabajos a causa de la desindustrialización, de la globalización del capital y del desmantelamiento del Estado de bienestar. Se deshacen de todos ellos. Se elimina estas poblaciones prescindibles de la sociedad. De acuerdo con esta lógica, concluye, la prisión se convierte en una manera de hacer desaparecer los problemas sociales subyacentes que representa.
Les recomiendo encarecidamente su lectura. Al menos, aunque no compartan del todo su opinión, les ayudará a reflexionar sobre una cuestión tan lacerante como esta. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Si las cárceles pudieran ser abolidas, se pregunta Davis (pág. 106), ¿qué es lo que las sustituiría? Esta pregunta, añade, a menudo obstaculiza una reflexión más profunda en torno a las posibilidades de la abolición. ¿Por qué tendría que ser tan difícil, dice, imaginar alternativas a nuestro sistema actual de encarcelamiento? Hay una serie de razones por las que tendemos a resistirnos a la posibilidad de crear un sistema judicial totalmente diferente y quizá, también, más igualitario, responde. La primera de todas, pensar que el actual sistema, con su exagerada dependencia del encarcelamiento como modelo definitivo, hace que nos cueste mucho imaginar cualquier otro modo de ocuparse de los millones de personas de todo el mundo encerrados en cárceles.
El complejo industrial-penitenciario actual se ve impulsado por pautas de privatización que debemos recordar, dice, también ha transformado drásticamente los sistemas de salud, de educación y de otras áreas de nuestras vidas. Más aún, añade, la tendencia a la privatización de las cárceles, tanto como la cada vez mayor presencia de las empresas en la economía penitenciaria y el establecimiento de prisiones privadas, conserva reminiscencias indudables de los esfuerzos históricos por crear una industria del castigo rentable basada en el suministro de materia prima (gratuita) para garantizar un aumento del beneficio (pág. 97).
El encarcelamiento es la solución punitiva a toda una gama de problemas sociales que no están siendo tratados por aquellas instituciones que deberían ayudar a la gente a mejorar sus vidas, a hacerlas más satisfactorias, dice (pág. 131). Esta es la lógica de lo que se ha dado en llamar el excedente carcelario: en lugar de construir casas, se encierra a los vagabundos en la cárcel. En lugar de desarrollar un sistema educativo, se empuja a los analfabetos a prisión. Se encarcela a la gente que pierde sus trabajos a causa de la desindustrialización, de la globalización del capital y del desmantelamiento del Estado de bienestar. Se deshacen de todos ellos. Se elimina estas poblaciones prescindibles de la sociedad. De acuerdo con esta lógica, concluye, la prisión se convierte en una manera de hacer desaparecer los problemas sociales subyacentes que representa.
Les recomiendo encarecidamente su lectura. Al menos, aunque no compartan del todo su opinión, les ayudará a reflexionar sobre una cuestión tan lacerante como esta. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt