lunes, 10 de marzo de 2025

De los fallos en la educación humanística

 





No se puede comprender nuestra historia sin el sustrato católico en el que se asienta o contra el que se construye, comenta en El País [Señora con hombre muerto en brazos, 08/03/2025] la escritora Ana Iris Simón. Hace unas semanas, una profesora de secundaria me contó que puso la imagen de una Piedad en un examen y un chaval la nombró como “señora con hombre muerto en brazos”. No le culpo: siendo poco mayor que él, una amiga y yo estuvimos a punto de tatuarnos “el corazón de Ricardo Cavolo”, un dibujo de un corazón con un ojo en medio del que salía una llama ardiente. Era la interpretación del ilustrador del Sagrado Corazón de Jesús, pero mi amiga y yo lo desconocíamos. Tatuárnoslo habría sido un símbolo no de fe sino de ignorancia: la de parte del ateísmo.

Ni ella ni yo éramos tontas, como seguro que no era tonto el chaval. Pero crecimos en una sociedad secularizada en la que, además, aún pesaba el recuerdo de la infame asociación de buena parte de la Iglesia con la dictadura de Franco. Las heridas de nuestros bisabuelos se convirtieron en los traumas de nuestros abuelos, que a su vez se transmutaron en la voluntad de nuestros padres de que creciéramos lejos de aquello con lo que se les obligó a convivir: el catecismo y el crucifijo sobre la pizarra.

Los padres de los que ahora tenemos 30 fueron quienes lucharon por una escuela pública laica, los que nos apuntaron a ética en lugar de a religión. Y nosotros, los críos que se iban al despacho del jefe de estudios a pintar cuando tocaba reli. Supongo que sus anhelos y decisiones, como las de casi todos, se basaron en dos vectores: el corazón y la razón. En lo sentimental, en un comprensible rechazo a la Iglesia heredado del nacionalcatolicismo y por extensión ―quizá una extensión sin sentido, pero humana al fin y al cabo― a la fe. En lo racional, en su querencia de hacer de nosotros personas críticas con el statu quo y formadas, entendiendo la Iglesia como el poder y la formación como lo contrario a la religión.

Pero han pasado ya más de tres décadas desde aquellos años noventa en los que se anunciaba el fin de la historia y se cantaban las bondades del liberalismo en sus formas política, económica y antropológica, y lo que parecía claro no lo fue tanto. El poder ya no es el de la Iglesia, sino el del consumo, la historia no se acabó y el liberalismo no resultó ser la panacea. E incluso las que parecían decisiones razonables, como dejar la religión fuera de la escuela, tuvieron su cara b.

Pertenezco a una generación que, me atrevería a decir que mayoritariamente, no sabe descodificar su cultura. En el instituto público al que fui leí la Odisea y aprendí cultura clásica con una asignatura específica, pero nadie me puso a estudiar los Evangelios, me explicó el vía crucis ni me hizo disertar sobre el concepto y el sentido del perdón cristiano. La formación en cristianismo que recibí por parte del sistema educativo fue anecdótica, y eso tiene consecuencias: no se puede comprender nuestra historia, nuestro arte ni nuestro ser sin el sustrato espiritual en el que se asienta (o contra el que se construye), que es el del catolicismo.

La amiga con la que estuve a punto de tatuarme el Sagrado Corazón es hija de una limpiadora y un camarero. Yo soy hija de carteros. Y aunque no sé quiénes son los padres del chaval que respondió en aquel examen “señora con hombre muerto en brazos”, sí que sospecho que dejar cualquier formación en cristianismo fuera de la escuela a quien más perjudica es a los hijos de la clase obrera. Porque las clases medias y altas ilustradas siempre van a tener los recursos para que sus hijos sepan qué están viendo cuando vayan al Museo del Prado y se pongan frente al Cristo de Velázquez.














[ARCHIVO DELBLOG] El viaje como libertad. Publicado el 09/10/2019












Toda lectura, o toda vida que empieza a adentrarse en lo desconocido, es una promesa de felicidad, afirma el escritor nicaragüense y Premio Cervantes 2017, Sergio Ramírez, en su artículo El viaje como libertad [El País, 09/10/2019].
La convalecencia en una cama de hospital, -comienza diciendo Ramírez-, incita a pensar en la libertad de los viajes, los que deparan los libros, y la propia vida. Y anclado así en la cama, le he pedido a mi mujer que me traiga ciertos libros que quiero, indicándole dónde buscarlos en los estantes por el momento lejanos de mi biblioteca.
Cuenta Plutarco que Pompeyo Magno veía que los marineros de su armada no querían hacerse a la mar tempestuosa, y entonces los arengó, y una de las frases de esa arenga ha quedado para siempre: “navegar es necesario, vivir no es necesario”.
Fernando Pessoa la transformó siglos después: “quiero para mí el espíritu de esta frase, transformada/La forma para casarla con lo que yo soy: vivir no es necesario; lo que es necesario es crear…”
Crear viajando, crear leyendo, crear escribiendo. Crear viviendo.
Ismael, el marinero que nos cuenta la historia del viaje fatal del Pequod en Moby Dick, la novela de Melville, explica desde la primera página el porqué de sus ansias de navegar: “…cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes…entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda”.
El capitán Ahab quiere llegar cuantos antes a su destino para encontrarse con la ballena blanca, que años atrás le arrancó una pierna. Este será un viaje poco placentero, pero uno de los grandes viajes de la literatura. Ismael, que cuando se pone melancólico piensa en ataúdes, salvará su vida en el naufragio agarrado a un ataúd fabricado por el carpintero de abordo, que aparece flotando a su lado.
Joseph Conrad fue él mismo un viajero buena parte de su vida, como marino mercante. En El corazón de las tinieblas, Marlow navega a través del río Congo, en tiempos de la brutal colonización belga en África, cumpliendo el encargo de buscar a Kurtz, que ha enloquecido. Es otro viaje. No hacia la venganza, sino hacia la violencia, la explotación, y la ambición de poder y riqueza.
Simbad el Marino, "poseído con la idea de viajar por el mundo de los hombres y de ver sus ciudades e islas", se encuentra de repente en una la isla que no es sino el lomo poblado de árboles de una ballena dormida, que de pronto despierta y se adentra en la profundidad del mar”. Un viaje a lo imposible esta vez, como son siempre los viajes de la imaginación.
Son libros que llamamos clásicos, porque según Ítalo Calvino siempre tienen algo nuevo que enseñarnos. Han sido leídos generación tras generación, desde La Odisea a La isla del tesoro de Stevenson, y eso los hace clásicos también, la repetición.
Quizás Melville nunca imaginó que Moby Dick se convertiría en un libro para niños, y tampoco Homero pudo vislumbrar que Ulises llegaría a ser un personaje de películas de dibujos animados.
O que las tramas que inventaron se volverían patrones de conducta en la literatura, en el cine, en las series de televisión que se multiplican hoy en día, en las telenovelas, en los comics. Si hay un viaje, hay obstáculos. No hay viajes placenteros donde los amaneceres se sucedan un día tras otro sin sorpresas urdidas por malvados, o por el destino mismo.
El gusto de leer, y el de vivir, están en las interrupciones de la felicidad. Toda lectura, o toda vida que empieza a adentrarse en lo desconocido, es una promesa de felicidad; y en la medida que esas interrupciones se multipliquen, mejor disfrutaremos como lectores, y seremos, igual que los personajes, víctimas del destino y sus desatinos.
Ulises quiere llegar cuanto antes a su hogar en Ítaca, descansar en el regazo de su mujer, abrazar a su hijo tras diez años de ausencia. Pero no puede. Tendrán que pasar otros diez años de obstáculos, peligros de muerte, aventuras amorosas, secuestros, naufragios, el descenso a los infiernos. Si no, no habría historia que contar.
La felicidad prolongada se queda fuera del viaje, y fuera de las páginas del libro. La frase “y vivieron felices para siempre” cierra el relato, y lo que ocurra después ya no nos incumbe, ya no nos interesa porque la dicha sin obstáculos no es literaria, como tampoco los viajes sin tropiezos ni sorpresas.
Y desde la cama del hospital, lejos de la libertad, uno oye el canto terrible y seductor de las sirenas, igual que Ulises amarrado al mástil de su nave. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Blues del refugiado, de W. H. Auden

 






BLUES DEL REFUGIADO



Digamos que esta ciudad tiene un millón de almas,

algunas viven en mansiones, otras en agujeros:

pero no hay lugar para nosotros, mi amor, no hay lugar para nosotros.


Una vez tuvimos un país y creímos que era justo,

mira en el atlas y lo encontrarás:

no podemos ir ahí ahora, mi amor, no podemos ir ahí.


En el patio de la parroquia del pueblo hay un tejo añoso,

que vuelve a florecer cada primavera:

los pasaportes viejos no pueden hacer eso, mi amor, no pueden hacer eso.


El cónsul golpeó la mesa y dijo,

‘Si no tienen pasaporte, oficialmente están muertos’:

Pero aún estamos vivos, mi amor, aún estamos vivos.


Fui a un comité; me ofrecieron una silla;

me dijeron gentilmente que volviera al año siguiente:

¿Pero a dónde iremos hoy, mi amor, a dónde iremos hoy?


Fui a un acto público; el orador se paró y dijo:

‘Si los dejamos entrar, nos robarán el pan de cada día’;

Estaba hablando de nosotros, mi amor, hablaba de nosotros.


Creí escuchar un trueno retumbar en el cielo;

era Hitler sobre Europa, diciendo: ‘Ellos deben morir’,

él pensaba en nosotros, mi amor, pensaba en nosotros.


Vi un caniche abrigado con una mantita,

Vi una puerta abierta y entró un gato:

Pero no eran judíos alemanes, mi amor, no eran judíos alemanes.


Fui hasta el puerto y me detuve en el muelle,

vi los peces nadando como si fueran libres:

a solo diez pies, mi amor, a solo a diez pies.


Caminé por un bosque, vi los pájaros en los árboles;

no tenían políticos y cantaban libremente:

no eran hombres, mi amor, no eran hombres.


Soñé que había un edificio de mil pisos,

mil ventanas y mil puertas:

ninguna era nuestra, mi amor, ninguna era nuestra.


Me detuve en una planicie bajo la nevada;

diez mil soldados marchaban de un lado a otro:

buscándonos, mi amor, a ti y a mí.



W. H. AUDEN (1907-1973)

poeta británico


















De las viñetas de humor de hoy lunes,10 de marzo de 2025

 







































domingo, 9 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy domingo, 9 de marzo de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 9 de marzo de 2025. Ser socialista y liberal, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, es ante todo la consecuencia de una arraigada convicción de orden ético y político: la que identifica el progreso humanizador de la vida con el creciente desarrollo de las libertades personales y de las potencialidades individuales. En la segunda entrada del día, un archivo del blog de julio de 2008, se reproducía un artículo de prensa de tal día como hoy de 1977, hace 48 años, y un año y medio antes de la aprobación de la Constitución, firmado con seudónimo, que reivindicaba para nosotros, los canarios, las mismas libertades, deberes, derechos y privilegios que pedíamos para todos los restantes pueblos y países de España. Por su parte, el poema del día, en la tercera, comenzaba con estos versos: Ven, camina conmigo,/sólo tú has bendecido alma inmortal./Solíamos amar la noche invernal,/Vagar por la nieve sin testigos./¿Volveremos a esos viejos placeres? Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De ser socialista a fuer de liberal

 








Socialista a fuer de liberal. Así fundamentó Indalecio Prieto repetidamente, a lo largo de su vida, el origen de su profunda adhesión al PSOE, cuya representación parlamentaria por Bilbao (la ciudad simbólica del liberalismo español) ostentó desde 1918. Al llamarse liberal, Prieto no temía que le confundieran con los que Unamuno calificaba de "liberales de burla", o también "liberales manchesterianos". Para éstos, el liberalismo se reducía a la defensa y garantía de la libertad comercial e industrial, frente a las trabas económicas tradicionales. Mas para Unamuno (como para Prieto) el ser liberal era, ante todo, la consecuencia de una arraigada convicción de orden ético y político; la que identificaba el progreso humanizador de la vida con el creciente desarrollo de las libertades personales y de las potencialidades individuales. Esto es, Prieto (como Unamuno) distinguía entre las dos ramas del liberalismo europeo del siglo XIX: la que, en plata, debía llamarse capitalista, y la casi opuesta, la rama moralista, que veía en el liberalismo una nueva imagen de la condición humana, sin necesidad de sustentarla en privilegios económicos. De ahí que Unamuno (como Prieto) deslindara tajantemente su propio liberalismo del que él veía representado por los que motejaba de "mercachifles" bilbaínos. En suma, tanto Unamuno como Prieto se situaban orgullosamente en la rama moralista del liberalismo, la más genuinamente hispánica, ya que derivaba del liberalismo doceañista que había pedido a los españoles ser, sobre todo, "justos y benéficos". 

Y al hacerlo -en aquel glorioso Cádiz de 1812- los fundadores del liberalismo hispánico realizaron también un preciso deslinde semántico y político. Recordemos que fueron ellos quienes por vez primera en la historia dieron al término liberal un claro sentido político. Aunque ya había sido empleado en la Francia bonapartista (iniciada por el golpe de Estado del 18 Brumario 1799) en una acepción aparentemente paradójica. Ásí el general Bonaparte justificó el aludido golpe "en nombre de las ideas liberales y conservadoras de la Revolución". O sea, liberal era, en dicha proclama, sinónimo de conservador y designaba indirectamente la que madame de Staël llamaba sin ironía "la República de los propietarios".

El vocablo 'liberal'. Se explica así que los liberales doceañistas españoles quisieran rescatar el sentido originario del vocablo liberal, desprendiéndolo de las adherencias conservadoras del 18 Brumario napoleónico. Y ahí estaría -dicho sea de paso- el punto de partida de la extraordinaria difusión de la Constitución de 1812 fuera de las fronteras de la lengua castellana. Fueron, así, los doceañistas, liberales netos, cuya idea de la libertad no se apoyaba en defensas de las ganancias burguesas obtenidas por la República francesa en su fase final.

Y no sería arbitrario mantener que fueron -y son- los socialistas españoles los legítimos herederos del liberalismo doceañista hispánico: así lo entendía Indalecio Prieto al señalar la raíz liberal de sus convicciones socialistas. Añadiendo en una conferencia en El Sitio bilbaíno (marzo 1921): "El socialismo es la perfectibilidad liberal". Y precisando aún más: "El socialismo es la eficacia misma del liberalismo en su grado máximo y el sostén más eficaz que la libertad puede tener".

Tampoco sería arbitrario mantener ahora -en esta precisa hora de la historia española- que el PSOE representa la continuidad del genuino liberalismo hispánico muchísimo más que los diversos conglomerados políticos y electoreros que se atribuyen la exclusividad de la herencia liberal. Y es, pues, lógico y afortunado para España que los liberales netos de estos tiempos (como Fernández Ordóñez y sus seguidores) hayan visto en el PSOE el partido más afín a sus propios ideales españoles, recobrando así para las elecciones del 28 de octubre el espíritu de las antiguas conjunciones de republicanos liberales y de socialistas que tantas esperanzas generaron en su día.

Pero, sobre todo, la alianza de liberales netos y de socialistas revela, en sí misma, que el PSOE es actualmente, como otrora, el verdadero representante político del liberalismo nacido en Cádiz, el liberalismo entendido como defensa de las libertades individuales sin necesidad de apoyarlas en las turbias ambigüedades de los que Unamuno llamaba "liberales de burla".

El deber de los liberales españoles -en este auroral octubre de 1982- no puede ofrecer duda alguna: dar su voto -y también su voz- al PSOE. 

Todo lo anterior lo escribía en El País [Socialista a fuer de liberal, 19/10/1982] en una fecha ya muy lejana, el insigne historiador canario Juan Marichal. El jueves 28 de octubre de 1982 se celebraron elecciones generales en España. Las elecciones fueron anticipadas seis meses, ya que debían haberse celebrado el sábado 30 de abril de 1983. El presidente del Gobierno, Calvo-Sotelo, una vez constatada la imposibilidad de aprobar en el Consejo de Ministros el anteproyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado 1983 y, sobre todo, ante la dificultad de que los grupos parlamentarios respaldasen en el Parlamento los Estatutos de Autonomía que estaban aún tramitándose, disolvió el Parlamento y convocó elecciones generales anticipadas. Estos comicios tuvieron un carácter histórico, ya que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Felipe González consiguió una amplísima mayoría absoluta, ocupando 202 de los 350 escaños del Congreso, 134 puestos en el Senado y casi la mitad del total de sufragios válidos emitidos. Fue de hecho la primera ocasión desde la época de la Segunda República en que el PSOE ganaba unas elecciones generales y suponía la primera vez que el PSOE lograba una mayoría absoluta a nivel nacional. 












[ARCHIVO DEL BLOG] Federalismo: La hora de las "provincias". Publicado el 25/7/2008














Hace unos días escribí en el blog sobre el lenguaje de los políticos y aunque siempre hay excepciones a la regla general, la verdad es que suelen hablar mucho, con muchos circunloquios, para al final no decir nada. Los filósofos también resultan difíciles de entender a menudo, con una diferencia, la de que utilizan un lenguaje sumamente críptico, sólo para iniciados o miembros de la tribu filosofal, que se compadece muy poco con el del común de los mortales. No siempre es así: Bertrand Russell y Ortega, por ejemplo, pueden leerse con facilidad por la precisión, elegancia y belleza de su lenguaje. Ambos escribieron de política y participaron activamente en la de su tiempo. También lo hizo mi querida y admirada Hannah Arendt, pero como dice su biógrafa, Laura Adler ("Hannah Arendt", Destino, Barcelona, 2006): "ella, que durante un tiempo ha flirteado con el compromiso en la acción política, se aleja definitivamente de la misma. Desde ahora considera que no está hecha para eso: demasiado emotiva, demasiado a flor de piel, no es lo bastante estratega y se inclina demasiado por la verdad". Sí, es difícil compatibilizar filosofía, acción política y verdad sin acabar pringándose... ¿No cree, Sr. Savater?
Años atrás, durante el proceso de traslado de la biblioteca familiar de Las Palmas a Maspalomas, un poco en broma y como para tentar al destino -lo mismo hace uno de los personajes de "Los amantes encuadernados" (Espasa-Calpe, Madrid, 1997), de Jaime de Armiñan- fui guardando al azar dentro de mis libros fotos, cartas, postales, escritos personales, artículos de prensa... Espero que mis nietos se diviertan encontrándolos y recopilándolos, o echándolos a la hoguera, como hacía Pepe Carvalho, el detective protagonista de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán.
Resultó una auténtica sorpresa encontrar hace muy pocos días, hojeando uno de esos libros, un artículo de prensa, ya amarillo por el paso del tiempo, titulado "El derecho fundamental del pueblo canario", publicado en el periódico El Eco de Canarias, de Las Palmas, el 9 de marzo de 1977, y escrito por Néstor David Ramírez, que reivindicaba, siguiendo el pensamiento de Ortega en su "España invertebrada" (1921), la exigencia para nosotros, "como canarios, de las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los restantes pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en una España libre, justa y democrática será posible la existencia de un pueblo canario libre, justo, democrático, pacífico y orgulloso". Salvo algunas expresiones un poco ampulosas, propias de la época y el momento, lo suscribo totalmente. Y esto es lo que decía:
"A estas alturas del tiempo político que vivimos, y a la vista de las estructura social, económica y cultural en que se mueve el ciudadano medio español, nadie medianamente informado, ya milite en la izquierda, el centro o la derecha, o no comprometido con ningún sector de la vida política, duda de los derechos del pueblo canario, y de los demás pueblos españoles, a obtener y gozar de una autonomía tan amplia, general y justa como sea necesario para poder sacar a la luz todas las potencialidades que les son propias y peculiares, plantear, enjuiciar y dilucidar sus propios asuntos y, sin menoscabo de su propia identidad, integrar, potenciar y desarrollar esa otra entidad común a todos ellos que es España.
De forma casual, sin premeditación ni alevosía por mi parte, ayer me he encontrado con don José Ortega y Gasset, nuestro pensador universal. El azar me hizo recalar sin ninguna razón particular en el anaquel de la pequeña biblioteca familiar, donde, en lugar de honor figuran desde hace tiempo las Obras Completas de don José, y comenzar a hojear nuevamente -también en forma casual- el tomo III de las mismas. Dicho toma abarca sus escritos del año 1917 al 1928, y comienza con la reproducción de varios de los artículos que publicara, en el invierno de 1917-1918, en el diario El Sol, de Madrid.
Entre ellos leí con verdadera fruición los dedicados a nuestro paisano universal Benito Pérez Galdós, y esa granadina que fue emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo, muertos ambos por aquellas fechas en el silencio oficial y decadente de la vida pública de entonces. También leí una serie de artículos que dedicara en aquellos días igualmente, al gran poeta indio Rabandrinath Tagore, premio Nobel de Literatura, a quien Ortega ensalza merecidamente como portavoz de la sensibilidad y espiritualidad más acendrada.
A las pocas páginas me he encontrado -no sabría decirlo de otra manera- con uno de los libros (ensayo de ensayo, lo denomina él mismo) que más profunda huella dejaron en la juventud de aquellos años y cuya influencia ha perdurado, vital y sugerente hasta nuestros días. Evidentemente, es fácil adivinar que me estoy refiriendo a su "España invertebrada", escrito en 1921.
Lo he leído nuevamente, de un tirón. Y su lectura me ha sugerido inmediatamente y en forma imperiosa la necesidad de expresar de forma tajante que el primer derecho fundamental de nuestro pueblo, del pueblo canario, es el derecho inalienable a seguir siendo español. Y ello, movido por el reconocimiento íntimo de que resulta evidente que con muy mala, o buena, intención (eso es difícil de precisar), se está pretendiendo minimizar esa cuestión, y por una politiquilla barata al uso, a la caza electoral de futuros votos de insatisfechos y descontentos, manejando insinuantes y bochornosos planteamientos pseudoindependentistas en base a una política secular de olvido y marginación que, no por cierta e injusta, sería menos suicida a todas luces.
Ni por asomo me atrevería a comentar el contenido de "España invertebrada", ¡más quisiera yo!, pero hay algunos párrafos que me han impresionado y no podía por menos que reflejarlos. Entre ellos, aquellos del capítulo 5 en que Ortega explica las causas que a su juicio empujan a España en esos momentos a su desvertebración, y entre las que cita el "particularismo". Dice así: "La esencia del particularismo es cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuenia, deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizan con ellos para auxiliarles en su afán. Como el vejamen que acaso sufre el vecino no irrita por simpática transmisión a los demás núcleos nacionales, queda éste abandonado a su desventura y debilidad. En cambio, es característica de este estado social la hipersensibilidad para los propios males. Enojos o dificultades que en tiempos de cohesión son fácilmente soportador, parecen intolerables cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional". ¿No vemos en estas líneas algo que comenzamos a percibir ya en nuestra comunidad? ¿Será posible, pienso yo, que algún canario auténtico piense que la libertad y la gloria y la prosperidad de nuestro pueblo la vamos a encontrar en una idílica y bucólica independencia? ¿En el último tercio del siglo XX, a un paso de la conquista espacial, qué viabilidad puede tener un estado insular de 7.000 kilómetros cuadrados escasos de superficie y un millón y poco de habitantes? Poco orgullo tendremos como pueblo y como nación si preferimos ser un estado africano más, en la órbita de influencia marroquí o argelina, y desligarnos de quinientos años de fecunda historia europeo-americana. Fecundos por lo aportado tanto o más que por lo recibido.
Pienso que en el reconocimiento y aceptación íntima que cada día hace nuestro pueblo -a pesar de las vejaciones, el olvido y la injusticia- de su inquebrantable deseo de seguir siendo un pueblo español, está la fuente primigenia de todos nuestros necesarios, exigibles e irrenunciables derechos a la autonomía.
En el primer capítulo de su libro, Ortega, analiza los procesos de integración y desintegración, y nos pone, dice, dos ejemplos históricos de integración: el de los pueblos latino y español, a partir, respectivamente, de dos núcleos originarios: Roma y Castilla.
"Entorpece sobremanera la inteligencia de los histórico -dice- suponer que cuando de los núcleos inferiores se ha formado la unidad superior nacional, dejan aquellos de existir como elementos activamente diferenciados. Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad nacional a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de eso: sometimiento, unificación, incorporación, no significa muerte de los grupos como tales grupos; la fuerza de independencia que hay en ellos perdura, bien que sometida; esto es, contenido su poder centrífugo por la energía central que los obliga a vivir como partes de un todo y no como todos aparte. Basta con que la fuerza central, escultora de la nación -Roma en el Imperio; Castilla en España; la Isla de Francia en Francia- amengüe para que se vea automáticamente reaparecer la energía secesionista de los grupos adheridos.
Es preciso pues -continúa- que nos acostumbremos a entender toda unidad nacional no como una coexistencia inerte, sino como un sistema dinámico. Tan esencial es para su mantenimiento la fuerza central como la fuerza de dispersión. El peso de la techumbre, gravitando sobre las pilastras, no es menos esencial al edificio que el empuje contrario ejercido por las pilastras para sostener la techumbre.
La fatiga de un órgano parece a primera vista un mal que éste sufre. Pensamos acaso que, en un ideal de salud, la fatiga no existiría. No obstante, la fisiología ha notado que sin un mínimum de fatiga el órgano se atrofia. Hace falta que su función sea excitada, que trabaje y se canse para que pueda nutrirse. Es preciso que el órgano reciba frecuentes o pequeñas heridas que lo mantengan alerta. Estas pequeñas heridas han sido llamadas 'estímulos funcionales'; sin ellas el organismo no funciona, no vive.
Del mismo modo -concluye- la energía unificadora, central, de rotación -llámesele como se quiera-, necesita para no debilitarse de la fuerza contraria, del impulso centrífugo perviviente en los grupos. Sin este estimulante, la cohesión se atrofia, la unidad nacional se disuelve, las partes se despegan, flotan aisladas y tienen que volver a vivir cada una como un todo independiente".
¡Qué bien expuesto ese eterno dilema histórico de los grandes pueblos en sus interminables procesos de integración-desintegración, entre la alternativa atracción-repulsión de sus componentes! Tras una etapa de decadencia, que no tiene sus orígenes como algunos pretenden ingenuamente hacernos creer en los últimos cuarenta años de nuestra historia más reciente, sino al menos en los últimos trescientos, el "pueblo" y los "pueblos" de España tienen en sus manos la oportunidad histórica de configurar libre y democráticamente su futuro, partiendo de una relativamente buena salud social, económica y cultural que no desvirtúa para nada la actual crisis económica.
Exijamos nuestro derecho como canarios a configurar una nueva España, integrada e integradora en sus pueblos, en sus clases y en sus hombres. Exijamos para nosotros las mismas libertades, los mismos deberes, los mismos derechos y privilegios que pedimos para todos los pueblos y países de España, porque forzoso es reconocer que sólo en uan España libre, justa y democrática, será posible la existencia de un pueblo canario, justo, democrático, pacífico y orgulloso, puente y punta de lanza de la civilización occidental -se diga lo que se diga, la más creadora y vital de las civilizaciones humanas- en un oceáno que baña tres continentes y en el epicentro de todas las líneas de civilización, comercio y cultura que lo cruzan y unen sus orillas". 
Las casualidades no existen, pero como las meigas, haberlas, haylas...Así que, no es de extrañar que ayer, 24 de julio, El País publicase un artículo del notario catalán Juan-José López Burniol, miembro de la asociación cívico-política "Ciutadans pel canvi", titulado "La rebelión de las provincias", que reivindica igualmente a Ortega para defender que "la dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como 'la redención de las provincias', es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España". Un brillante y crítico comentario contra los que aún parecen no entender que la rebelión de las provincias no sólo es inevitable sino absolutamente justa. Me ha parecido interesante contraponer ambos textos, separados por treinta y un años y muchas cosas más. Esto es lo que dice López Burniol:
"Contemplé por televisión la cara de contenido asombro -sólo perceptible en la mirada- con que Ana Mato aguantó impávida el abucheo que le propinó parte de los asistentes al reciente congreso del Partido Popular de Cataluña. Los hechos son sabidos. Se habían presentado tres candidaturas a la presidencia del partido y, tras un intento fallido de impulsar una candidatura de unidad, la dirección central madrileña impuso otra distinta. Así las cosas, cuando Ana Mato anunció esta salida, la respuesta de muchos asistentes al congreso fue una bronca pura y dura. Bronca de la que participaron luego María Dolores de Cospedal y Javier Arenas.
Mi sorpresa fue absoluta, pero no por la bronca, sino por haber dado pie a ella. Porque, ¿cómo es posible, me dije, que gente con talento pueda cometer un error tan burdo?, ¿en qué cabeza cabe imponer en Cataluña una decisión tomada en Madrid sin contar con los catalanes? Parece evidente, por lo visto, que resulta difícil superar los atavismos; pero dos hechos son ya inocultables: para empezar, el debate político esencial gira hoy, en España, en torno a la dialéctica centro-periferia, y segundo, que el sistema de partidos catalán es -con la sola excepción del PP- un sistema de partidos autónomo. Veámoslo.
La dialéctica centro-periferia viene impuesta por la fuerza de las cosas desde que el Estado Autonómico ha hecho posible lo que Ortega bautizó como "la redención de las provincias", es decir, el logro de una progresiva homogeneización social y económica de España. A consecuencia de este cambio socioeconómico, así como de la correlativa formación de núcleos de intereses locales, ligados a sus respectivos poderes autonómicos con relaciones más o menos clientelares, la dialéctica política en España no girará, a partir de ahora, en torno al eje derecha-izquierda, ni tampoco alrededor de la confrontación entre el nacionalismo español y los nacionalismos catalán y vasco, sino que se polarizará en la dialéctica entre dos núcleos de poder: el centro -el "Gran Madrid"- y la periferia -Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía, Galicia y el País Vasco-, comunidades a las que pueden unirse Baleares y Canarias. Esta confrontación ha comenzado a producirse ya en el seno de los dos grandes partidos. Así, la reciente refriega congresual del PP en Cataluña es una primera escaramuza. Y, por lo que hace al PSOE y el PSC, habrá que seguir sus negociaciones en materia de financiación, cuyo término está fijado para el próximo 9 de agosto, pues aun cuando el reciente congreso socialista ha discurrido con la unanimidad gozosa propia de los partidos que levitan gracias al disfrute del poder, no son coincidentes, en ésta y en otras materias, los intereses de los socialistas catalanes y los del PSOE. Lo que nos lleva a examinar el segundo hecho antes apuntado: el carácter autónomo del sistema de partidos catalán.
Debatir si Cataluña es o no una nación, constituye un ejercicio nominalista estéril. Ahora bien, lo que no puede negarse, por ser un hecho, es que Cataluña es una comunidad con conciencia clara de poseer una personalidad histórica diferenciada, así como con una voluntad decidida de proyectar esta personalidad hacia el futuro en forma de autogobierno. De no ser así, Cataluña no hubiese subsistido tal y como es hoy, a comienzos del siglo XXI. Y ha sido esta personalidad diferenciada de Cataluña la que ha marcado siempre a los partidos nacionalistas -CiU y Esquerra- y ha conformado progresivamente a los demás -como el PSC-, de modo que, en la actualidad y con la sola excepción del PP, el sistema de partidos de Cataluña es autónomo del español.
Este hecho trascendente acarrea, dos consecuencias: primera, que la acción de los partidos catalanes está guiada, en primer lugar, por el interés exclusivo de Cataluña, y segundo, que, desde esta perspectiva, el único marco jurídico capaz de ahormar la relación entre España y Cataluña es la relación bilateral. Si alguien -socialista o no- piensa que esto no puede predicarse del PSC, máxime después de acceder al control del partido los capitanes procedentes de la inmigración, se engaña: el catalanismo de los intereses, distinto del identitario, vertebra su ideario y su acción de forma irrevocable. Y, por último, la fuerza de este catalanismo es tan grande, que incluso al PP le es imposible eludir un mínimo común denominador catalanista, que, tras los sucesos de estos días, irá a más.
Concluido el último congreso del PP en Valencia con la consolidación de Mariano Rajoy, un columnista madrileño escribió que habían ganado los abogados y las provincias. No discutamos el nombre -provincias- y admitamos el hecho, si bien matizando su significado: no es que ganasen las provincias, sino que éstas se rebelaron y ya nada será igual.
A partir de ahora, mandarán en la Península quienes acierten a tejer alianzas, tanto desde el centro como desde la periferia". 
¡Ah, por cierto!, se me olvidaba decir que el de "Néstor David Ramírez" era uno de los seudónimos que utilizaba un tal "HArendt" en sus escritos políticos de esa época... No voy a rebuscar más textos antiguos entre mis libros; que el Azar y la Fortuna decidan el mañana... Sean felices. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt














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