sábado, 15 de febrero de 2025

[ARCHIVO DEL BLOG] Redes sociales contra sociedad abierta. Publicado el 19/02/2018












La amenaza que representan las redes sociales es la de que hay una posibilidad alarmante en el horizonte: una alianza entre Estados autoritarios y grandes monopolios informáticos que una los incipientes sistemas de vigilancia corporativa con los ya desarrollados sistemas de vigilancia estatal, escribe en El País George Soros (1930), magnate y multimillonario estadounidense de origen húngaro, presidente del Soros Fund Management y fundador de Quantum Fund, y defensor de la filosofía de sociedad abierta, muy influida por el liberalismo del filósofo Karl Popper, que ha donado más de 8000 millones de dólares a causas relacionadas con la educación, la salud pública y los derechos humanos.​
Vivimos un momento aciago de la historia mundial, comienza diciendo. Las sociedades abiertas están en crisis, y están en ascenso diversas formas de dictadura y de Estados mafiosos, de los que la Rusia de Vladimir Putin es un ejemplo. En Estados Unidos, al presidente Donald Trump le gustaría instituir una versión propia de un Estado de tipo mafioso, pero no puede, porque la Constitución, otras instituciones y una activa sociedad civil no lo permitirán.
No sólo está en duda la supervivencia de la sociedad abierta, sino también la de toda la civilización. El ascenso de líderes como Kim Jong-un en Corea del Norte y Trump en Estados Unidos tiene mucho que ver con esto. Ambos parecen dispuestos a correr el riesgo de una guerra nuclear para conservar el poder. Pero la causa principal es mucho más profunda. La capacidad de la humanidad para dominar las fuerzas de la naturaleza, con fines constructivos o destructivos, no para de crecer, mientras nuestra capacidad de dominarnos a nosotros mismos tiene fluctuaciones, y ahora está en retroceso.
El auge de las grandes plataformas de Internet estadounidenses y su conducta monopolista contribuyen poderosamente a la impotencia del Gobierno estadounidense. Estas empresas han tenido muchas veces una actuación innovadora y liberadora. Pero el creciente poder de Facebook y Google las convirtió en obstáculos a la innovación y causantes de una variedad de problemas de los que apenas comenzamos a darnos cuenta. Las empresas generan ganancias explotando su entorno. Las mineras y petroleras explotan el entorno físico; las proveedoras de redes sociales explotan el entorno social. Esto es particularmente perverso, porque estas empresas influyen sobre la forma en que las personas piensan y actúan, sin que estas ni siquiera se den cuenta; interfiere con el funcionamiento de la democracia y la integridad de las elecciones.
Como las plataformas de Internet son redes, tienen rendimiento marginal creciente, lo que explica su asombroso crecimiento. El efecto red es algo realmente inédito y transformador, pero también es insostenible. A Facebook le llevó ocho años y medio alcanzar 1.000 millones de usuarios, y la mitad de ese tiempo sumar otros 1.000 millones. A este ritmo, en menos de tres años Facebook se quedará sin gente a la que convertir.Facebook y Google controlan en la práctica más de la mitad de todos los ingresos por publicidad digital. Para mantener la posición dominante, necesitan ampliar sus redes y aumentar la cuota que reciben de la atención de los usuarios. En la actualidad, lo hacen dando a los usuarios una plataforma conveniente. Cuanto más tiempo pasan estos en la plataforma, más valiosos se vuelven para las empresas.
Además, los proveedores de contenido no pueden evitar el uso de las plataformas y deben aceptar sin más sus condiciones, con lo que contribuyen a las ganancias de las empresas de redes sociales. De hecho, la excepcional rentabilidad de estas empresas deriva en gran parte del hecho de que no asumen responsabilidad (ni pagan) por el contenido presente en sus plataformas. Las empresas afirman que lo único que hacen es distribuir información. Pero su carácter de distribuidores cuasimonopólicos las convierte en servicios públicos, que deberían estar sujetos a una regulación más estricta, con el objetivo de proteger la competencia, la innovación y el acceso justo y abierto.
Los verdaderos clientes de las empresas de redes sociales son quienes pagan por poner anuncios en ellas. Pero está apareciendo de a poco un nuevo modelo de negocios, que se basa no sólo en la publicidad, sino también en la venta directa de productos y servicios a los usuarios. Las empresas explotan los datos que controlan, ofrecen servicios combinados y usan la discriminación de precios para quedarse con una cuota mayor de los beneficios, que de lo contrario deberían compartir con los consumidores. Esto aumenta todavía más la rentabilidad de la empresa; pero los servicios combinados y la discriminación de precios reducen la eficiencia de la economía de mercado.
Las empresas de redes sociales engañan a los usuarios, ya que manipulan su atención, la redirigen hacia sus objetivos comerciales propios, y diseñan deliberadamente los servicios que ofrecen para que sean adictivos. Esto puede ser muy nocivo, en particular para los adolescentes.Hay parecidos entre las plataformas de Internet y las empresas de juegos de azar. Los casinos han desarrollado técnicas para enganchar a los clientes hasta el punto en que se jueguen todo el dinero que tienen, e incluso el que no tienen.
Algo similar (y potencialmente irreversible) está sucediendo con la atención humana en esta era digital. No es sólo una cuestión de distracción o adicción; las empresas de redes sociales están de hecho induciendo a las personas a entregar su autonomía. Y este poder para moldear la atención de las personas está cada vez más concentrado en unas pocas empresas. Se necesita mucho esfuerzo para afirmar y defender aquello que John Stuart Mill llamó la libertad de pensamiento. Una vez perdida esta, a los que crezcan en la era digital tal vez les sea muy difícil recuperarla.
Esto implica consecuencias políticas de largo alcance. Las personas que no tienen libertad de pensamiento son fáciles de manipular. Este peligro no es sólo una acechanza futura; ya tuvo un papel importante en la elección presidencial de 2016 en Estados Unidos. Hay incluso una posibilidad más alarmante en el horizonte: una alianza entre Estados autoritarios y grandes monopolios informáticos provistos de abundantes datos, que una los incipientes sistemas de vigilancia corporativa con los ya desarrollados sistemas de vigilancia estatal. Esto bien puede dar lugar a una red de control totalitario que ni siquiera George Orwell hubiera podido imaginar.
Los países en los que es más probable que esas alianzas perversas surjan primero son Rusia y China. Las empresas tecnológicas chinas, en particular, están a la misma altura de las plataformas estadounidenses, y tienen pleno apoyo y protección del régimen del presidente Xi Jinping. El gobierno chino cuenta con poder suficiente para proteger a sus empresas líderes nacionales, al menos dentro de sus fronteras.
Los monopolios informáticos estadounidenses ya tienen motivos para hacer concesiones a cambio de entrar a estos mercados, inmensos y en veloz crecimiento. Y los gobiernos dictatoriales de esos países tal vez quieran colaborar con esos monopolios, para mejorar los métodos de control de sus poblaciones y ampliar su poder e influencia en Estados Unidos y el resto del mundo.
También es cada vez más notoria la relación entre el dominio de las plataformas monopolistas y el aumento de la desigualdad. Esto tiene que ver en parte con la concentración de las carteras de acciones en manos de unos pocos individuos, pero es más importante aún la posición peculiar que ocupan los gigantes informáticos. Han obtenido un poder monopoliista al tiempo que compiten entre sí; sólo ellos son suficientemente grandes para adueñarse de las startups que pudieran llegar a hacerles competencia, y sólo ellos tienen recursos para invadir sus respectivos territorios. Los dueños de las megaplataformas se consideran amos del universo, pero en realidad, son esclavos de la necesidad de mantener la posición dominante. Están librando una batalla existencial para dominar las nuevas áreas de crecimiento abiertas por la inteligencia artificial, por ejemplo los autos sin conductor.
El impacto de estas innovaciones en el desempleo depende de las políticas que adopten los gobiernos. La Unión Europea y en particular los países nórdicos son mucho más previsores que Estados Unidos en materia de políticas sociales. No protegen los puestos de trabajo, sino a los trabajadores. Están dispuestos a pagar el costo de la recapacitación o el retiro de aquellos que pierdan su empleo. Por eso los trabajadores de los países nórdicos se sienten más seguros y son más favorables a las innovaciones tecnológicas que los estadounidenses.
Los monopolios de Internet no tienen ni la voluntad ni el interés de proteger a la sociedad de las consecuencias de sus acciones. Eso los convierte en una amenaza pública; y es responsabilidad de las autoridades regulatorias proteger a la sociedad de ellos. En Estados Unidos, dichas autoridades no son suficientemente fuertes para oponerse a la influencia política de los monopolios. La UE está en mejor posición, porque no tiene megaplataformas propias.
La UE usa una definición de poder monopolista distinta a la de Estados Unidos. Mientras que las autoridades estadounidenses apuntan sobre todo a los monopolios creados mediante operaciones de adquisición, la legislación europea prohíbe el abuso del poder del monopolio sin importar cómo se haya conseguido. La protección de los datos y de la privacidad es mucho más fuerte en Europa que en Estados Unidos.
Además, la legislación estadounidense adoptó una extraña doctrina por la que el perjuicio a los clientes se mide por el aumento del precio que pagan por los servicios que reciben. Pero eso es prácticamente imposible de determinar, porque la mayoría de las megaplataformas de Internet proveen la mayor parte de sus servicios en forma gratuita. Además, la doctrina no tiene en cuenta los valiosos datos de los usuarios que las plataformas van recolectando.
El enfoque europeo tiene su principal adalid en la comisaria europea para la competencia, Margrethe Vestager. A la UE le llevó siete años formular una acusación contra Google, pero su éxito aceleró en gran medida el proceso de institución de normas adecuadas. Además, gracias a los esfuerzos de Vestager, en Estados Unidos se está dando un cambio de actitud inspirado por la visión europea.  Tarde o temprano se terminará el dominio global de las empresas estadounidenses de Internet. La regulación y los impuestos, los medios que propugna Vestager, serán su ruina. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














Del poema de cada día. Hoy, Orden del sueño, de Julia Uceda

 






ORDEN DEL SUEÑO



Cuando entré a despedirme de los ámbitos

a los que ya rendí mi adiós, mas no mi olvido,

la amada sombra estaba recortándose,

cual negativo de una antigua foto,

sobre lechosa luz de día que declina:

oscura luz o sombra iluminada,

símbolo, pudo ser, de una terrible

desdicha.

Mi sorprendida mano,

que hallarse sola se creía,

puso luz en la estancia, no en la sombra,

ni en el enigma que el tiempo me acercaba

para borrar, con cada beso sabio,

un dolor.

Ya pasados, recordarlos no puedo.

Se me fueron sus nombres y ocasiones.

Sólo hablan en mí sus voces confundidas.

Y ni eso, a veces: un viento que se aleja

entre golpes de mar, nieve que cae.

A través de los sueños

se abre paso el olvido, y los rencores

decaen, lentamente, como otoño ante el invierno.

La noche y sus preciosas criaturas

limpias de su pasado miserable;

salvadas de ellas mismas, de mí misma,

de pie sobre otra tierra: un paraíso.



Julia Uceda (1925-2024)

poetisa española












De las viñetas de humor de hoy sábado, 15 de febrero de 2025

 










































viernes, 14 de febrero de 2025

De las entradas del blog de hoy viernes, 14 de febrero de 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 14 de febrero de 2025. Está  circulando por las redes, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, un clip de vídeo en el que, en su discurso de toma de posesión, el presidente Donald Trump declara que el golfo de México se convertiría en el golfo de América; la ex secretaria de Estado Hillary Clinton estalla en risas incrédulas, y se ve a su esposo, Bill Clinton, intentando hacerla callar; la risa de Hillary es adulta y burlona, pero el mundo está en manos de un individuo tan miserable como su colega Putin y no creo que eso tenga gracia alguna. La segunda de las entradas del día es un archivo de enero de 2020, y en él se decía que habría que enseñar en las escuelas el arte de aprender a no escuchar, porque ante la banalidad de muchos discursos políticos, tal vez no prestar atención sea una solución. El poema de hoy, en la tercera, comienza con estos versos: "Fue esta mañana misma,/en mitad de la calle./Yo esperaba/con los demás, al borde de la señal de cruce,/y de pronto he sentido como un roce ligero,/como casi una súplica en la manga". La cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt











Del capitalismo sádico

 






Masaje facial semanal, sauna en días alternos, antifaz de hielo para paliar las bolsas al amanecer. Mil abdominales varias veces al día, corte de pelo a la navaja cuando se antoje, barbero personal con hidratación de colágeno siempre que quiera. Y tras tanto cuidado minucioso, partirle la tráquea con un hacha al que te toque los huevos cuando te salga de los idems. Esa es la rutina de Patrick Bateman, el protagonista de la novela American Psycho, de Bret Easton Ellis, cuya adaptación cinematográfica cumple ahora 25 años. Lo cuenta en El País [American Psychobro: vuelve el capitalismo sádico, 09/02/025] la escritora Lucía Lijtmaer.

Recordemos: Bateman es un yuppy de 26 años que se dedica en Wall Street a la fusión y adquisición de empresas en la década de los ochenta. Viene de buena familia, no tiene amigos de verdad, solo relaciones sociales y empresariales y le dedica la misma pasión a describir los platos de nouvelle cuisine con los que él y sus amigos se deleitan por las noches que a descuartizar cuidadosamente a sus víctimas. A las que, por cierto, no elige siguiendo ningún patrón. Bateman es un verdadero libertario: mata sin distinciones de edad, raza o clase social. Aunque en materia de género es bastante selectivo: mata sobre todo a mujeres.

Pese a que el personaje se creó sobre el papel hace más de 30 años y se llevó a la pantalla hace algo menos, en los últimos tiempos su materialización de la mano del actor Christian Bale aparece en memes por doquier en todas las redes. Tenemos imágenes de Bateman bailando con un hacha, riendo psicóticamente con la cara cubierta de sangre o simplemente sonriendo de manera irónica y sexi. ¿Por qué está este ser de ficción tan presente hoy?

Resulta sorprendente ver cómo un personaje que fue creado como crítica a la era Reagan ahora es idolatrado en muchos foros de incels obsesionados por su apariencia física, como si fuera un verdadero icono contemporáneo. Que lo es. Bateman, con sus flexiones y abdominales, es la encarnación de la cultura del esfuerzo, de la idea del sacrificio, según la cual si realmente lo deseas puedes conseguir no solo el cuerpo perfecto, sino todo lo que ambicionas. No deja de ser irónico, ya que Bateman en la ficción no es otra cosa que un nepobaby con tendencias psicópatas —Patrick es el hijo del dueño de la empresa en la que trabaja, y, como muchos otros pijos en su situación, no quiere ni tocar ese tema—.

Hace apenas tres meses, se anunció que Luca Guadagnino adaptaría de nuevo American Psycho. El regreso de Patrick Bateman es, pues, inminente. Y tiene sentido. El mayor icono del yuppy que conocemos en la cultura pop vuelve de la misma manera que toda tendencia cultural y social es pendular.

En este caso, su masculinidad responde casi como espejo a la cultura contemporánea del criptobro. Bateman especulaba en los ochenta con acciones de Bolsa, y en la actualidad sus fans son producto de la era cripto. El “club de chicos de Silicon Valley”, como describe la periodista Emily Chang en Brotopia, es simplemente una actualización misógina del yuppy Bateman que idolatra a Donald Trump y sueña con coincidir con él en alguno de los restaurantes de moda.

Hablando de Trump: no es casual que Bateman vuelva ahora como expresión del capitalismo más salvaje, ostentoso y amoral. Ya sea como villano o antihéroe admirado, su figura parece más actual que nunca.

En los foros se discute si Bateman, el personaje, es un ejemplo de macho alfa (dominante) o un macho sigma, un lobo solitario que no sigue las jerarquías ni las convenciones, y desprecia a las mujeres. Su misoginia y su estética yuppy son alabadas sin tener en cuenta la comicidad implícita de la obra literaria o la más explícita de la cinematográfica. Lo mismo pasa con Tyler Durden, encarnado por Brad Pitt de El club de la lucha, también adorado por incels y machos cripto. Ambos protagonistas fueron creados por dos escritores estadounidenses —Easton Ellis y Chuck Palahniuk— que pretendían satirizar los problemas de la masculinidad de los noventa con sendos villanos a la deriva. Ambos personajes de ficción ahora se han convertido en significantes vacíos para la nueva generación Z. Bateman, especialmente, se despoja en este presente de su concepción como farsa y es ahora, simple y llanamente, un modelo aspiracional.

En estos días circula un clip de vídeo en las redes: en su discurso de toma de posesión, el presidente Donald Trump declaró que el golfo de México se convertiría en el golfo de América. La ex secretaria de Estado Hillary Clinton estalló en risas incrédulas, y pudimos ver a su esposo, el expresidente Bill Clinton, intentando hacer callar a su esposa. La risa de Hillary era adulta y burlona, y además de expresar el sentir de muchos ciudadanos, hacía quedar a Trump como un chiquillo estúpido. Recordé las palabras de Easton Ellis, creador de Patrick Bateman, cuando le preguntaban por el papel de las mujeres en la novela, que muchos consideran “problemático”. Con sorna, contestó: “Claro, como si los hombres en la novela salieran mejor parados…”.










[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre el arte de no escuchar. Publicado el 21/01/2020











Tendría que enseñarse en las escuelas el arte de aprender a no escuchar. Y es que frente a la nube de banalidad de muchos discursos políticos, señala el escritor Andrés Barba en el A vuelapluma de hoy, tal vez no prestar atención sea una solución.
El escritor y editor inglés J. R. Ackerley -comienza diciendo Barba- consignó en una entrada de su diario una de esas pequeñas epifanías domésticas que a veces nos hacen comprender súbitamente el carácter de un familiar. Él, que siempre se había quejado de la incapacidad crónica para escuchar de una hermana con la que convivía, se dio cuenta durante una cena de que el ensimismamiento de su hermana estaba acompañado —como en el caso de esos animales minúsculos que se ven obligados a sobrevivir en un entorno hostil— de un don de proporciones equiparables: el de ser capaz de repetir las últimas palabras que se habían dicho y a las que, por supuesto, no había prestado ninguna atención. De ese modo, cada vez que él la acusaba de no escuchar, ella era capaz de repetir —como si recogiera del aire una especie de reverberación— la información necesaria para hacerle creer que sí lo había hecho, cosa que era evidentemente falsa. Esa pequeña epifanía, curiosamente, le hizo ser indulgente con ese defecto que hasta entonces le había sacado de sus casillas.
Si es cierto que es molesto que no nos escuchen, no lo es menos que la gente lo hace por distintos motivos. Resulta extraño, por ejemplo, que la incapacidad para escuchar sea el defecto compartido de dos perfiles de personas tan distintas como los ensimismados y los egomaníacos. Cada uno por sus motivos, los dos acaban en el mismo lugar. Unamuno, que odiaba particularmente a la segunda categoría, se quejaba en su Diario íntimo de esas personas que conversan sin escuchar a su interlocutor “impacientes por decir siempre lo suyo” y concluía que ese fenómeno es “síntoma de una enfermedad dolorosísima” a la que no pone nombre, pero que no nos cuesta reconocer como propia. Podríamos preguntarnos qué habría pensado Unamuno, por poner un caso, del debate televisivo previo a las últimas elecciones en el que no solo era evidente que los candidatos no se escuchaban entre sí, sino que ni siquiera parecían entender las preguntas que les hacían los moderadores, porque contestaban —bordeando el autismo— lo que ya habían preparado sus asesores de prensa. Tal vez añadiría que se trata de un círculo vicioso: quien habla sin saberse escuchado cada vez se preocupa menos por no decir estupideces ya que, al fin y al cabo, todo da lo mismo. Lo que nos llevaría a sumar una tercera observación: la de que en ese estado de cosas resulta inevitable que cada vez tenga menos consecuencias haber dicho una estupidez. Pero dejémoslo ahí.
Ante el vicio de pedir, la virtud de no dar, solía decir mi abuela con sadismo castizo cada vez que le pedía dinero para un helado. Frente a la nube de banalidad de muchos de los discursos políticos, tal vez el arte de no escuchar sea, al fin y al cabo, una solución posible. Y es que el tan cacareado “arte de escuchar” también puede llegar a rozar lo siniestro. La última publicación que he encontrado al respecto, el libro de la norteamericana Kate Murphy, tiene un título que es, en sí, una reprimenda: You’re not Listening: What You’re Missing and why it Matters (No escuchas: lo que te pierdes y por qué es importante). ¿Cómo confiar en un libro que te echa la bronca antes de abrir la primera página? Murphy comienza su aleccionamiento con un párrafo más que revelador: ¿cuándo fue la última vez que escuchaste a alguien?
Me refiero a escuchar de verdad, sin pensar en lo que quieres añadir a continuación, sin mirar el celular cada tres segundos o saltar para decir lo que opinas. Y todo bien con la atención, pero esa escena que describe como el epítome de la felicidad podría interpretarse también de una forma aterradora: la de imaginarnos, como en una pesadilla afiebrada, que esa persona a la que hay que atender es, imaginemos, Santiago Abascal hablando sobre violencia de género y que, frente a cada una de esas palabras, debemos abrir las compuertas de nuestra mente de manera completamente rendida, sin pensar en lo que queremos añadir a continuación, sin saltar para decir lo que opinamos.
En su pequeña epifanía doméstica, J. R. Ackerley acaba concluyendo que, si bien cometen la impertinencia de no atender, algunas de las personas que no escuchan al menos tienen la dignidad de no exigir una atención tan inmisericorde, lo que no deja de ser signo de grandeza en este mundo de bebés chillones.
No escuchar es, al fin y al cabo, un sistema de defensa tan elemental como cualquier otro. Y no menos eficaz. Si no nos empeñáramos en combatir algunas de las estupideces que nos empeñamos en oír, tal vez dejaríamos de oírlas antes de lo que imaginamos. Hasta del bicho más pequeño del bosque, sigue diciendo Ackerley, puede aprenderse algo. Podemos perdonarle que llame bicho a su hermana. La lección, al menos, está clara: no siempre es razonable indignarse, el invierno es largo; la energía, limitada. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Los aparecidos, de Jaime Gil de Biedma

 






LOS APARECIDOS



Fue esta mañana misma,


en mitad de la calle.


 


Yo esperaba


con los demás, al borde de la señal de cruce,


y de pronto he sentido como un roce ligero,


como casi una súplica en la manga.


Luego,


mientras precipitadamente atravesaba,


la visión de unos ojos terribles, exhalados


yo no sé desde qué vacío doloroso.


Ocurre que esto sucede


demasiado a menudo.


Y sin embargo,


al menos en algunos de nosotros,


queda una estela de malestar furtivo,


un cierto sentimiento de culpabilidad.


Recuerdo


también, en una hermosa tarde


que regresaba a casa… Una mujer


se desplomó a mi lado replegándose


sobre sí misma, silenciosamente


y con una increíble lentitud —la tuve


por las axilas, un momento el rostro,


viejo, casi pegado al mío.


Luego, sin comprender aún,


incorporó unos ojos donde nada


se leía, sino la pura privación


que me daba las gracias.


Me volví


penosamente a verla calle abajo.


No sé cómo explicarlo, es


lo mismo que si todo,


lo mismo que si el mundo alrededor


estuviese parado


pero continuase en movimiento


cínicamente, como


si nada, como si nada fuese de verdad.


Cada aparición


que pasa, cada cuerpo en pena


no anuncia muerte, dice que la muerte estaba


ya entre nosotros sin saberlo.


 


Vienen


de allá, del otro lado del fondo sulfuroso,


de las sordas


minas del hambre y de la multitud.


Y ni siquiera saben quiénes son:


desenterrados vivos.



Jaime Gil de Biedma (1929-1990)

poeta español