viernes, 6 de septiembre de 2024

De las entradas del blog de hoy viernes, 6 de septiembre de 2024

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 6 de septiembre de 2024. Resulta imperativo asumir el reto de transformar el sistema judicial para que sea más eficaz y de mayor calidad, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy la politóloga Gemma Ubasart, y no es un problema de dedicarle más dinero. En la segunda de ellas, un archivo del blog de diciembre de 2008, el autor del blog calificaba también al sistema judicial español de auténtico cáncer de la democracia, y aportaba una serie de sugerencias para mejorarlo. En la tercera, va un poema titulado Poema del vino del poeta sefardí de Al-Andalus Semuel ibn Nagrella, del siglo X. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor de hoy. Espero que todas ellas les resulten interesantes. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, o al menos inténtenlo. HArendt









De una estructura judicial del siglo XIX

 






Resulta imperativo asumir el reto de transformar el sistema judicial para que sea más eficaz y de mayor calidad, comenta la politóloga Gemma Ubasart, y no es un problema de dedicarle más dinero [Tenemos una justicia del siglo XIX para problemas del siglo XXI. El País, 02/09/2024]. Cuando se habla de sistema de justicia, la doctrina suele diferenciar dos ámbitos: el poder judicial, esto es, el desarrollo de las competencias jurisdiccionales, que correspondería a jueces y magistrados, y al Consejo General del Poder Judicial como órgano de gobierno; y la administración de la Administración de justicia, que tiene que ver con la gobernanza del sistema y, en concreto, la gestión de infraestructuras, tecnologías de la información y personal no judicial, responsabilidad del Ejecutivo. Si bien el primer ámbito está presente en la conversación pública, el segundo no ha tenido, incomprensiblemente, demasiada presencia en la arena política partidista ni mediática.

Una simple exploración del sistema descubre importantes problemas estructurales: la falta de personal judicial y su alta movilidad, el colapso en muchos juzgados, la escasez de oficinas de atención a las víctimas o las dificultades en la digitalización, por poner algún ejemplo. Ahora bien, esta carencia de recursos no acaba de casar con los indicadores presupuestarios. Actualmente, el ministerio y las comunidades autónomas con competencias transferidas destinan unos 4.200 millones anuales a la justicia: la Comisión Europea para la Eficacia de la Justicia (CEPEJ) señalaba en su informe de 2022 (con datos de 2020) que el gasto en el Estado español era de 87,9 euros por habitante, por encima de la media de los países del Consejo de Europa (78,1 euros) y superior a países del entorno como Francia o Italia. Parece que la nada desdeñable inversión no acaba de generar los rendimientos esperados.

Aunque un mayor margen presupuestario es necesario, sobre todo en un contexto de transición y con retos históricos que solucionar, el buen funcionamiento del sistema judicial no se va a conseguir solo con estrategias de incremento. Tenemos un modelo ideado en el siglo XIX, que se consolida y materializa en el XX, y que tiene que hacer frente a problemas y necesidades del XXI. Asumir el reto de innovar y transformar para conseguir unas mayores eficiencia, eficacia y calidad debería ser imperativo para las administraciones públicas y los operadores jurídicos. No hay más excusas para “conservar”. Nos jugamos el buen funcionamiento de un servicio esencial para el sostenimiento del Estado de derecho.

Así pues, en primer lugar destaca la necesidad de reformas organizativas: el modelo decimonónico de juzgados unipersonales, cuyo titular trabaja solo y sobre un amplio abanico de asuntos, va siendo reemplazado por una mayor especialización, un trabajo colaborativo y la mancomunación del apoyo judicial. Y con mayor proximidad en la primera atención y los trámites sencillos.

En segundo lugar, la imprescindible digitalización, aún no complementada, no puede limitarse al hecho de trabajar con expedientes electrónicos y acceso a comunicaciones on line: se requiere transformar la propia manera de trabajar y de relacionarse entre los operadores y con la ciudadanía.

En tercer lugar, apostar por devolver el conflicto a las partes. Esta apuesta requiere de estrategias de amplio espectro, desde fomentar la acción comunitaria y la construcción de una ciudadanía densa que pueda facilitar la gestión de ciertos conflictos sociales, al desarrollo de la mediación y otros sistemas alternativos para su resolución en ámbitos tan distintos como el familiar, el empresarial o el administrativo —sea promovida a nivel extrajudicial o intrajudicial—; o la introducción de la justicia restaurativa en el ámbito penal. Un cambio cultural de enorme envergadura. La justicia será cada vez menos sinónimo de sistema judicial.

En cuarto lugar, en un contexto de complejidad y especialización crecientes se requiere de equipos psicosociales, criminológicos y forenses que acompañen a las víctimas y asesoren a los operadores. Algunos de ellos deberán trabajar, o hasta conformarse, en colaboración con otros ámbitos sectoriales y niveles institucionales.

Y, finalmente, ha llegado el momento de repensar la demarcación y la planta. La circunscripción judicial que hoy tenemos se fundamenta en la dibujada hace casi dos siglos, cuando íbamos a pie o en carro y no existía la estructura urbana actual. Explorar la superación de las fronteras de algunos partidos judiciales para aumentar el porcentaje de ciudadanía atendida por los juzgados especializados en violencia sobre la mujer puede ser un primer paso para una profunda reorganización territorial del sistema.

Un buen funcionamiento de la justicia es básico para una sociedad convivencial, cohesionada y segura, e imprescindible para el dinamismo de la economía productiva. Si queremos caminar en esa dirección, resulta indispensable abordar las reformas y transformaciones del sistema con valentía y ambición. Y con radicalidad: ir a la raíz del problema.

Albert O. Hirschman exponía que frente a escenarios de cambio de época surgen pulsiones conservadoras que se pueden sintetizar en tres tesis: perversidad, futilidad y riesgo. La tesis de la perversidad del cambio apunta a la lógica de la fatalidad. Parte de la idea de que todo cambio empeora la situación de partida, interpretación que llevaría a forjar estrategias de inmovilismo y resistencia. Pero las dimensiones de cambio de época pueden ser leídas también como coordenadas de mejora y progreso, de adaptación de un sistema a su tiempo. Esta debería ser la sintonía que atravesara leyes y políticas públicas de la Administración de justicia que viene. Y para eso se requiere de una amplia implicación de instituciones, actores políticos y operadores jurídicos. Gemma Ubasart González es profesora de Ciencia Política de la Universidad de Girona y exconsejera de Justicia, Derechos y Memoria de la Generalidad de Cataluña.












La justicia: el cáncer de la democracia española. [Archivo del blog. 29/12/2008]

 





El cáncer que corroe de arriba a abajo la democracia española no es la institución monárquica, que la preside, y que cumple con absoluta normalidad, eficacia y discreción el papel que la Constitución le otorga; tampoco lo es su régimen autonómico, manifiestamente mejorable, pero que ha devuelto a los territorios y pueblos de España un protagonismo que nunca debieron perder; ni sus fuerzas armadas, que se han ganado con sus misiones de paz (y de guerra) bajo el amparo de las Naciones Unidas y demás organizaciones internacionales el respeto y la admiración de su pueblo; ni los partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales, sin cuya existencia la situación estaría aún peor de lo que está; ni sus administraciones públicas, quizá sobredimensionadas, pero con un satisfactorio grado de eficiencia...

El cáncer terminal de la democracia española lo constituye su sistema judicial: anquilosado, burocratizado, decimonónico, ineficaz, y por si le faltara algo, y como se acaba de ver, ¿corporativista?, aunque éste sea un mal endémico muy característico de los altos cuerpos funcionariales españoles (y los jueces lo son, con preeminencia). Desde luego no son ellos, los jueces, los únicos responsables de la situación, y aunque casos como el del juez Calamita, de Murcia, que pone a Dios (su Dios) por encima de las leyes que está obligado a cumplir y hacer cumplir; o el del juez Tirado, de Sevilla, irresponsable por lo que parece del desastre organizativo de su oficina judicial que ha costado la vida de una niña, nos hagan dudar de la clase de elementos a los que la democracia española confía la misión de ejercer el poder judicial del Estado.

Por una vez, y sin que vaya a servir por desgracia de precedente, gobierno y oposición están de acuerdo en el diagnóstico de que el sistema judicial no funciona. ¿Sería mucho pedir que se pusieran de una vez por todas a su reforma en profundidad?

Lo que sigue son opiniones personales del que suscribe y, lógicamente, criticables, pero entiendo que en esa hipotética reforma hay algunas cuestiones que deberían de estar ya, a estas alturas, meridianamente claras para todos:

1.- La misión de los jueces no puede seguir siendo la de instruir procedimientos. Los jueces están para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, para hacer que se cumpla la ley, y para proteger los derechos de las partes, incluyendo los de los acusados. Y los fiscales, a investigar, instruir y a poner ante los jueces, en nombre del pueblo, a los que infrinjan la ley.

2.- Todos los procesos de ámbito penal, y aquellos civiles en que por la relevancia o el cargo de los implicados o por la cuantía económica en litigio así lo determine la ley, deberían ser resueltos por el procedimiento del jurado, con la única obligación por parte de éste, de decidir, por su propio concurso, sobre la culpabilidad o inocencia del acusado.

3.- Todos los tribunales colegiados, en especial las Audiencias Provinciales, y los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas y el Tribunal Supremo deberían reconvertirse en tribunales unipersonales.

4.- Los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas deberían ser los órganos de casación y apelación en última instancia en cuanto se refiera al Derecho emanado de la propia Comunidad Autónoma. En cada uno de esos Tribunales existiría una sala, colegiada, encargada de dilucidar los recursos de revisión, contra sentencias de los órganos unipersonales del propio Tribunal Superior de Justicia, y de la unificación de doctrina sobre sentencias emanadas del Derecho propio de la Comunidad.

5.- Al Tribunal Supremo de Justicia le correspondería la misma función que a los TSJ de las Comunidades Autónomas, pero únicamente en lo que respecta al Derecho emanado de los órganos del Estado.

6.- Establecer en la ley las condiciones taxativas en que, en función del propio hecho o de la cuantía económica del mismo, una sentencia se puede recurrir ante la instancia judicial superior. Estas solo serían dos: el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Autónoma, y en su caso, el Tribunal Supremo de Justicia.

7.-. El Tribunal Supremo de Justicia solo vería los recursos de casación determinados por la ley,  de forma restrictiva, y aquellos otros que decida asumir como propios a efectos de unificación de criterios jurisprudenciales una vez agotadas todas las instancias judiciales previas. La decisión de admitir el recurso, a petición de las partes, correspondería a una sala especial del Supremo distinta de aquella que hubiera de resolverlo. 

8.- Centralizar la administración de justicia y sus tribunales ordinarios en las capitales de provincia y en las aquellas ciudades que la ley determine.

9.-.Tanto los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas como el Tribunal Supremo de Justicia funcionarían mediante salas de tribunales colegiados de tres jueces.

9. En cualquier caso todos los procesos serían gratuitos para las partes, a salvo lo que determinen las sentencias sobre el pago de las costas cuando observen mala fe por parte de los litigantes.

¿Qué, nos ponemos a ello, señoras y señores togados circunspectos? Sean felices, por favor, a pesar de todo lo malo que nos rodea. HArendt










El poema de cada día. Hoy, Poema del vino, de Semuel ibn Nagrella (993-1055)

 






POEMA DEL VINO


Vierte la sangre de uvas en copas de cristal puro,

como fuego apresado en el granizo,

y bebe, cuando trinan las aves al alba,

el zumo que brilla en el vaso como la luz.

Su aspecto es rojo y agrada a quien lo bebe;

se elabora en España, y a la India llega su aroma.

Y no dejéis descansar al vino por las noches,

apagad la candela, ¡que os iluminen vuestras copas,

que en la tumba no hay cantos, ni vino, ni amigos!


Amigo mío, ¿cuándo vendrás a beber mi vino?

El canto del gallo me ha despertado,

no hay sueño en mis pupilas.

Salid a ver por el Oriente

la luz del alba como un hilo escarlata.

Daos prisa, antes que se alce la aurora,

y escanciadme en la copa

mosto oloroso y zumo de granada.


El escanciador llenaba la copa de rubíes,

la ponía sobre una cesta de mimbre multicolor

y la enviaba por el agua al que quería beber,

como a un novio, cual novia, en una litera.


Este vino debería quedar bien guardado,

encerrado en escondrijos sellados

para el que beba con alegría los zumos de la uva

y coja la copa con manos expertas;

para el que observe las normas escritas sabiamente

y tema el castigo después de la muerte.


Semuel Ibn Nagrella (993-1055)

Poeta sefardí de Al-Andalus









Las viñetas de humor de hoy viernes, 6 de septiembre de 2024

 





















jueves, 5 de septiembre de 2024

De las entradas del blog de hoy jueves, 5 de septiembre de 2024

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 5 de septiembre de 2024. ¿Dónde están los valores? ¿Dónde hay que ir a buscarlos? ¿Cómo pueden ayudar a acabar con el nihilismo?, se pregunta en la primera de las entradas del blog de hoy la periodista cultural Pilar Gómez Rodríguez. En la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2014, hace diez años años, el autor del blog se preguntaba por qué la democracia, o por resultar menos beligerante en la expresión, que las instituciones democráticas no estaban funcionando correctamente y cuál y cómo debería ser el funcionamiento correcto de esas instituciones en una democracia moderna. La tercera de ellas es hoy el poema Retrato de mujer, del poeta Gonzalo Rojas. Y la cuarta, como siempre las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten interesantes. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, o al menos inténtenlo. HArendt








De valores en tiempos nihilistas

 







En uno de sus últimos libros, escribe la periodista cultural Pilar Gómez Rodríguez [Valores para tiempos nihilistas. Nueva Revista, 30/08/2024]  la catedrática de Ciencias Políticas de la Universidad de California Berkeley, Wendy Brown, se fija en el nihilismo contemporáneo para hablar de valores. ¿Dónde están los valores? ¿Dónde hay que ir a buscarlos? ¿Cómo pueden ayudar a acabar con el nihilismo? En los textos de la contraportada del libro, editado por Lengua de Trapo, se halla un buen resumen: «Surgido en la modernidad europea, tras la sustitución de Dios y la tradición por la ciencia y la razón, el nihilismo socava los cimientos sobre los que se asientan los valores, incluida la verdad, al tiempo que politiza el conocimiento y reduce la esfera de la política a las muestras de narcisismo y a los irresponsables juegos de poder que hoy tan bien conocemos. El nihilismo convierte, en fin, lo profundo en trivial, el futuro en intrascendente y la corrupción en banal».

La autora articula su reflexión acudiendo a Max Weber para pensar con y contra él. Se fija, sobre todo en sus conferencias La ciencia como vocación y La política como profesión de los años 1917 y 1919, respectivamente. En esos ámbitos, en esa época, ve rasgos que tienen su reflejo en esta: «[…] una esfera política sin verdaderos líderes, poblada de demagogos y burócratas y dominada por las maquinarias de los partidos y las masas manipuladas. Describió la democracia como inviable más allá de su forma y función plebiscitarias». Optimista ante el capitalismo y el poder del Estado y no solo realista sino profundamente antiidealista —como refiere la propia autora— Brown lo reivindica, desde sus postulados de izquierda y su influencia, por su complejidad, sutileza, originalidad y por poner en valor el puro conflicto intelectual de donde surgen las propuestas, la savia nueva de las soluciones. No se puede teorizar de novo, como viene de decir la autora, y Weber, desde el pasado y desde el otro plano de la esfera ideológica, tiene elementos que se pueden rescatar. Brown lo hace y coloca entre las expresiones contemporáneas de nihilismo político el «estridente enfrentamiento epistemológico entre la derecha y la izquierda […], sin que ninguno de los dos espacios dé cuartel ni reconozca las arenas movedizas en las que están plantadas sus banderas y sobre las que se libra la batalla». Es más, apunta a la hiperpolitización de todos los aspectos de la vida —desde la dieta, hasta los programas escolares pasando por la forma de consumo o de familia— como síntoma de nihilismo: «Cuando el nihilismo está en pleno apogeo, los valores últimos se politizan de un modo trivial». Y, sin embargo, ahí está la paradoja: una esfera política asolada por el nihilismo puede ser el lugar indicado para superarlo porque es, esencialmente, el terreno de los valores.

Un sobrio héroe político…  casi imposible. Dando por bueno que la política sea el terreno donde se da y se supera la crisis nihilista, la siguiente pregunta es por el cómo. La respuesta la dio Weber en su conferencia La política como profesión y la encarnó en un tipo específico de líder carismático, pero de unas características que en nada se parecen a las habituales con las que se asocia este temperamento. Weber quiere líderes sobrios, desapasionados, muy pegados al contexto y a las circunstancias de cada embate. Escribe Brown: «El sobrio héroe político de la modernidad no lucha contra ejércitos o tiranos, sino contra la torpeza burocrática, las maquinaciones de los partidos, la estupidez de las masas, el cinismo, el derrotismo y las tentaciones del poder despojado de su conexión con la integridad, la responsabilidad, la perspectiva y el compromiso».

Su ética es la de la responsabilidad, la de echarse a las espaldas las cargas de los fines y de los medios. Rechaza una ética absoluta, ligada indefectiblemente a unos principios morales o a designios históricos, puesto que en estos casos se desconoce o ignora la «tragedia de la acción» y no se hace cargo de las consecuencias o efectos indeseados de sus decisiones o acciones.

Conviene incidir en que Weber acude a la responsabilidad por encima de la razón. De esta manera no solo se combate la instrumentalización sino la vanidad, la «embriaguez personal» que considera uno de los más poderosos enemigos de la política. Así que sí, Weber, como recuerda Wendy Brown, «ha construido una figura casi imposible: una personalidad carismática con un fuerte instinto de poder, pero motivada exclusivamente por su preocupación por el mundo». 

Lo que Weber pretende y propone es algo así como un santo laico que, en el desempeño de su profesión, en su reivindicación de la política como vocación (ambas palabras se dan como traducción de Beruf) se vacía adquiriendo compromisos «casi sobrehumanos de desinterés, madurez, moderación y responsabilidad combinados con una dedicación apasionada a una causa ajena al yo. Beruf no presenta al sujeto como un mero recipiente de una profesión, ni como servido o gratificado por ella, sino como realizado a través de ella».

Educar el deseo. Hay un problema: los líderes carismáticos asustan, crean «ansiedad en los demócratas» cuando no provocan repugnancia, miedo. Frente a ellos, con ellos, los dos lados del espectro político tienen sus estrategias, pero Brown —en este punto habla desde la izquierda y para la izquierda— advierte de que prescindir del elemento carismático es un error. Lo que se ha de hacer es prestar más y mejor atención al deseo que este moviliza moviliza. Recuerda que el deseo no es «infinitamente maleable», pero sí se puede «moldear y reconducir» y reivindica «el compromiso de despertar el anhelo humano de algo en lo que creer y esperar». Este propósito, este vocabulario incluso, es o son o pueden ser «elementos fundamentales de una política de izquierdas y su combinación es especialmente importante para dejar de lado el fatalismo y resistir al nihilismo». Unas líneas más abajo, la filósofa escribe: «Si Weber tiene razón en que hoy las visiones políticas del mundo, los ‘valores’, surgen de complejos apegos y deseos, y si el nihilismo representa una crisis del deseo, un estancamiento del amor por esta vida y este mundo, entonces la educación del sentimiento o del apego se convierte en un aspecto fundamental para construir un futuro posibilista».   

El nihilismo en la academia. Uno de los principales síntomas del nihilismo en el ámbito educativo es el «tráfico» de y con los valores: se les juzga, se les manosea, se les pone a competir, son objeto de disputa… Weber quiere erradicar todo eso y se propone hacerlo extirpándolos de ese juego y tratándolos como meros objetos de estudio que se analizan con lupa en un campo neutro y, de nuevo, desapasionado. Utiliza una imagen muy gráfica, la del secadero: quiere drenar la academia de valores porque «la erudición exige dejar de lado las propias creencias y preocupaciones por el mundo».

Esta exclusión radical de los valores trabaja en beneficio de la radical separación que Weber quiere entre la política y la academia, pero también entre esta y la religión. Para Weber, escribe Brown, «la amenaza existencial de una actitud religiosa en el mundo académico reside no solo en la sustitución de la razón o las pruebas por la fe, sino en la voluntad del académico de satisfacer el gran apetito de sentido de los estudiantes en una época desencantada». Para Weber ese no es el sitio adecuado: «En lugar de recurrir a la academia para abordar las crisis de sentido que desencadenan las fuerzas perturbadoras de su época, su objetivo es protegerla de esas mismas fuerzas».

La autora no está de acuerdo en este enfoque aséptico, aislacionista y empobrecedor de la academia y del conocimiento. Reprocha a Weber romper el vínculo ilustrado del conocimiento con la emancipación y la transformación social que tanto interesa a Wendy Brown. En la parte final del ensayo enumera sus críticas.

Acuerdos y desacuerdos. La evisceración de valor planteada por Weber en el mundo del saber es un paso en falso, dejó entrar a la bestia, escribe Brown: «Al someter lo que quedaba de valor a los engranajes del desencanto en el ámbito del conocimiento, cambió las perspectivas de transformación del mundo por la fuerza mágica del liderazgo carismático en el ámbito político» y favoreció seguramente la aparición de líderes populistas. La separación radical de las esferas académica y política desacreditó asimismo la educación como vía para la transformación social, renunció a una ciudadanía informada… Pero, como la misma autora dice, no ha ido de la mano de Weber tanto tiempo solo para corregirle. Este autor puede —aquí Brown se pone metafórica— «ayudarnos a enderezar nuestro propio barco o, al menos, ofrecernos ayuda para navegar en la tormenta».

Porque, por ejemplo, no le vendría mal cierto aislamiento, protección y distancia a la vida académica. Escribe Wendy Brown: «Además de mantener las agendas políticas y el didactismo lejos de los planes de estudio, la erudición requiere hoy protección para no ser adquirida o comprada por los poderosos, valorada solo por sus aplicaciones comerciales o su formación laboral ni devaluada por los antidemócratas». Y recuerda el grito de guerra de Trump en la campaña de 2016: «¡Me encantan los que tienen poca formación!».

Wendy Brown está con Weber en que la política es el terreno donde los valores se pelean, pero, al contrario que este, no cierra las puertas a una comunicación entre esta y la vida académica. Con reservas, pues «del mismo modo que no hay nada más corrosivo para el trabajo intelectual serio que estar regido por un programa político (ya sea el de un Estado, una empresa o un movimiento revolucionario) no existe nada más inapropiado para una campaña política que la incesante reflexividad crítica y la autocorrección que requiere la investigación académica».

Reaviva el valor de los valores. Para Brown, la academia no solo es terreno propicio para los valores sino para el sentido. Propone una batería de preguntas posnihilistas para dispersar entre un alumnado desencantado:

¿En qué mundo quieres vivir? ¿Cómo deberíamos o podríamos los humanos ordenar nuestros acuerdos comunes […]? ¿Qué escala de valores debe organizar nuestra existencia? […] ¿No es la Universidad el lugar de las preguntas? Pues esas son capitales, solo que un ansia rentabilizadora del tiempo y de cada movimiento —a las que han sucumbido los alumnos en las últimas décadas— las ha terminado por arrinconar. Tienen que volver las grandes preguntas. «De este modo, no solo estaríamos ocupándonos de la ansiedad de los estudiantes, en lugar de dirigirla a la creciente industria del asesoramiento universitario, sino iniciando a los estudiantes en prácticas básicas de ciudadanía reflexiva».

Una vida significativa no pasa por las respuestas sino por el planteamiento de las grandes preguntas hasta llegar a «posiciones de valor profundas y ponderadas», que esquiven pensar «que el orden existente de valores hegemónicos o de valores superficiales e hiperpolarizados es todo lo que hay». Wendy Brown es consciente de que esta medidas y, en general, la reorientación que propone para la vida académica, choca contra las «fuerzas actuales que dan forma a la cultura de la educación superior. Y, sin embargo, fue el viejo y conservador Weber quien la inspiró». A la búsqueda o recuperación de valores, él subrayó sus dos vertientes: por un lado, una procedencia surgida al calor de la reflexión y la vida interior y, por otro, su capacidad de salir a flote y guiar la vida en común. «A pesar —escribe Brown finalizando el epílogo— de sus evidentes limitaciones a la hora de definir el tipo de teoría social y política necesarias para comprender nuestra coyuntura actual […], comprendió que reavivar el valor de los valores en el contexto de su deterioro o destrucción nihilista implicaba volver a comprometerse con nuestra humanidad en un doble sentido. Los valores son el reflejo de nuestra capacidad claramente política de crear el mundo de acuerdo con los propósitos elegidos y de hacerlo cuando esa capacidad parece casi extinguida por las fuerzas que gobiernan». Pilar Gómez Rodríguez es periodista cultural.










Sobre la democracia. [Archivo del blog. 15/09/2014]












Que la democracia, o por resultar menos beligerante en la expresión, que las instituciones democráticas no están funcionando correctamente es un hecho incontrovertible. Que deberían hacerlo, el funcionar, también. Ahora bien, ¿cuál y cómo debería ser el funcionamiento correcto de esas instituciones en una democracia moderna? Ahí estoy convencido que caben opiniones varias, todas respetables, aunque unas resulten más respetables que otras. No seré yo quien resuelva la ecuación, entre unas razones porque no tengo la respuesta, y entre otras porque lo que yo piense al respecto no es relevante. 

En cambio, sí tengo algunas ideas claras sobre la democracia. Así, en plan informal, sin afán de verdad absoluta, que no tengo reparos en compartir con ustedes: 1) La democracia moderna es representativa o no es democracia. 2) La democracia directa no existe; es un mito. 3) No hay democracia posible sin partidos. 4) La soberanía pertenece al pueblo en su conjunto, pero no se ejerce directamente por éste, sino a través de los órganos constitucionalmente previstos, normalmente, el Parlamento. 

Ni siquiera la Confederación Helvética (Suiza), que con tanta asiduidad recurre al referéndum como vía de participación política directa del pueblo en los asuntos de Estado, pone en cuestión la premisa de la democracia representativa.

Corolario de la anteriormente expuesto es: 1) Que los miembros de los parlamentos, sea cual sea su forma de elección y el partido o formación política por la que se presentan, representan a la nación en su conjunto y no sólo a los electores de su circunscripción, sus votantes o su partido. 2) Que no están sujetos a mandato imperativo alguno, ni del pueblo, ni de sus electores ni votantes, y mucho menos de su partido. Y 3) que en el ejercicio de sus funciones parlamentarias no están ligados por ningún tipo de disciplina de voto, sino que cuando las ejercen, lo hacen en conciencia y bajo su exclusiva responsabilidad personal.

Si esto no se acepta, sobran los parlamentos y cualesquiera instituciones representativas de las que se dotan las sociedades democráticas, pues bastaría con elegir al hipotético líder de la nación por el pueblo, sin intermediación de partidos, y delegar en él todo el poder del Estado para funcionar. Ni siquiera los regímenes fascistas y de dictadura proletaria se han atrevido a tanto y han guardado alguna apariencia formal de representación política.

Lo ideal sería establecer procedimientos democráticos por los cuales, en casos tasados, los representantes elegidos pudieran ser apartados de sus cargos antes de la finalización de sus mandatos, bien por aquellos mismos que los han elegido o por los órganos jurisdiccionales correspondientes. Pero en el ínterin, no deberíamos rasgarnos tanto las vestiduras ante casos de transfuguismo de un partido a otro, o de rompimiento de la disciplina de voto, porque no siempre están motivados por razones espurias. O por citar otro ejemplo: ¿no exigimos a jueces y magistrados que voten en conciencia sin sujeción a mandato imperativo alguno de aquellos por los que han sido designados? Si es así, ¿por qué nos resulta tan difícil admitir lo mismo de nuestros representantes políticos?

Por supuesto, habría que obligar constitucional y legalmente a los partidos a dotarse de estructuras y procedimientos internos democráticos abiertos a los afiliados, simpatizantes y votantes, y a celebrar congresos donde rendir cuenta periódica y tasada de sus actividades y financiación.

En los estados medievales peninsulares, los procuradores que eran enviados por las ciudades con representación en ellas a las Cortes convocadas por el rey, lo hacían bajo mandato imperativo, y sujetos estrictamente a las órdenes dadas por escrito por sus conciudadanos, y cuando volvían de ellas, si no se habían atenido al mandato recibido, se arriesgaban a ser colgados de las almenas de la ciudad. No creo que ese sea el procedimiento idóneo hoy día de exigir responsabilidades políticas, aunque nunca se sabe... Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt 












El poema de cada día. Hoy, Retrato de mujer, de Gonzalo Rojas

 






RETRATO DE MUJER

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.


Gonzalo Rojas (1916-2011). Poeta chileno