jueves, 16 de mayo de 2024

De las guerras

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 16 de mayo. La aventura de escribir La Guerra Infinita con Jorge Carrasco, escribe en Revista de Libros el psiquiatra Adolf Tobeña, fue una espléndida oportunidad para contrastar ideas, en el sinfín de debates que mantuvimos y que continúan a día de hoy. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Nuevas viejas guerras: arietes psicobiológicos
ADOLF TOBEÑA 
08 MAY 2024 - Revista de Libros - harendt.blogspot.com

Reseña del libro La Guerra Infinita: de las luchas tribales a las contiendas globales
Adolf Tobeña y Jorge Carrasco. Barcelona, Plataforma Editorial, 2023
La guerra ha vuelto. Las contiendas a gran escala han regresado a escenarios cercanos, con su siniestra estela de letalidad y devastación. Las regiones limítrofes entre Ucrania y Rusia son un vasto escenario de combates que se mantienen activos desde principios de 2022; y el bárbaro recrudecimiento del litigio entre Israel y Hamás, en Gaza, desde otoño de 2023, no solo lleva visos de conducir a la destrucción de ese enclave palestino, sino que ha situado el avispero de Oriente Medio al borde de un conflicto general.
El repunte de esos enfrentamientos militares cogió a la ciudadanía occidental por sorpresa y aunque la reacción inicial combinó la estupefacción y el espanto, con el transcurso de las semanas y los meses fue abriéndose paso la constatación de que se trataba de conflictos muy graves pero regionales y acotados. Es decir, se pasó en poco tiempo de la alarma por el posible contagio de esos estallidos a la convivencia con masacres en rincones de la vecindad, que no consiguen alterar los hábitos y ritmos de vida de la gente instalada en lugares más confortables y apacibles.
No obstante, la guerra volvió a percutir bastante cerca y eso no puede eludirse del todo1 . De ahí la profusión de análisis e interpretaciones más o menos certeras que han ido punteando el aciago discurrir de aquellas hostilidades2. Junto a las descripciones de los antecedentes históricos inmediatos o lejanos, y las dedicadas a la relevancia estratégica de esas colisiones en el tablero regional o el mundial, han reverdecido las grandes preguntas sobre la guerra. Han reaparecido los antiguos y jamás resueltos interrogantes sobre los porqués esenciales de la tendencia humana a reiterar los enfrentamientos letales3.
1. La guerra infinita: vectores primordiales
En La Guerra Infinita: de las luchas tribales a las contiendas globales, se abordan esas desafiantes cuestiones mediante una incursión por las raíces psicobiológicas que alimentan la propensión humana a guerrear4. Es decir, los inductores primordiales de la aparición de coaliciones combativas que suelen enzarzarse en contiendas letales5. En este apartado se resumen los vectores que forman la trama básica de ese ensayo, aunque cabe reseñar, de entrada, que en el esquema de partida (basado en los guiones de Jorge Carrasco para un documental televisivo sobre el asunto), no había referencia alguna al conflicto ucraniano y tan solo breves menciones al palestino. El objetivo era generalista y el estallido de ambas guerras nos pilló desprevenidos y con el proyecto en marcha.
1.1. Guerras animales
Los humanos no inventaron la guerra. Tan solo la han ido sofisticando hasta extremos formidables, tanto en las tipologías del armamento ofensivo y defensivo como en los sistemas de vigilancia y las exigencias de especialización técnica y desempeño profesional en la milicia6. Pero las contiendas entre coaliciones rivales de la misma especie que pueden llegar al exterminio del bando perdedor se han ido documentado, con precisión, en diferentes estirpes animales, desde los insectos hasta los mamíferos. En nuestra línea más directa, los primates y grandes simios, las campañas genocidas de los chimpancés en sus refriegas territoriales con grupos vecinos cuentan con registros detallados, en varios hábitats africanos, hasta el punto de formar parte de las rutinas de su modo de vida ordinario. Sus primos hermanos, los bonobos, no muestran una belicosidad tan acentuada en las relaciones intervecinales y sobresalen por las aptitudes de convivencia afable y amistosa, pero también saben montar alianzas agonísticas durante las disensiones7.
Todos los datos de la biología comportamental indican que la guerra es una estrategia habitual en la naturaleza para un buen puñado de especies8. No es un invento humano propiciado por nuestras habilidades para fabricar armas, por nuestra codicia o ambición, o por las abusivas disparidades económicas, jerárquicas o de reparto de poder9.
1.2. Competición intergrupal
El requerimiento imprescindible para que haya guerra es la competición entre grupos. No hay contiendas, ni colisiones, ni litigios sin ella. Pero ese tipo de competición no falta nunca porque, junto a las propensiones egoístas o individualistas, los humanos acarrean unos sesgos prosociales igualmente acusados de modo que saben fijar alianzas con una gran facilidad y versatilidad. Y una vez se ponen en marcha esas coaliciones con objetivos diversos (exploración aventurera, captura de presas, recolección de nutrientes, construcción de utensilios, abrigos o cercas protectoras), se puede entrar en disensiones con grupos vecinos amenazantes y ahí suele prender la llama del conflicto. Así funcionaron, al parecer, las bandas y clanes primitivos durante decenas y decenas de milenios a lo largo de la trayectoria ancestral de nuestra estirpe10.
En las sociedades estratificadas y complejas la gran mayoría de los litigios derivados de la incesante competición intergrupal se resuelven acudiendo a todo tipo de instituciones mediadoras, aunque la amenaza de enzarzarse en combates abiertos suele guardarse en la recámara. Los bienes en disputa son siempre los mismos: territorio, recursos altamente codiciados o primacía debidamente reconocida11. Ahora bien, como la lucha física implica riesgos notorios, se necesitan resortes para mantener la cohesión interna en los grupos combativos. Hay que asegurar lealtades y compromisos para prevenir las deserciones. De ahí la firmeza de las normas inductoras de cooperación «fraternal», junto a las sanciones o puniciones para disuadir las negligencias o las traiciones. En todos los clanes, las bandas o los cárteles que operan en contextos y nichos muy distintos surgen ese tipo de «compromisos innegociables» que obedecen a la necesidad de garantizar la cohesión interna durante los enfrentamientos12.  
1.3. Agresividad ofensiva
La ambición conquistadora, el apetito de victoria, es otro requerimiento ineludible. Para que dé frutos debe combinar aptitudes para el ataque, con las imprescindibles salvaguardas defensivas. Aunque haya grupos que se especializan en tácticas eminentemente defensivas y les va muy bien con ellas, no se renuncia jamás a los ataques preventivos en forma de emboscadas letales o escaramuzas dañinas que sirvan de aviso para anunciar los riesgos que entraña la colisión directa13.
Los humanos se distinguen sobremanera de sus parientes animales más cercanos por la facilidad y versatilidad de la agresividad proactiva, instrumental u ofensiva en coalición. Es decir: saben actuar como atacantes hábiles, decididos y temibles. Pueden combinar, eso sí, una notoria docilidad y tolerancia ante todo tipo de irritaciones y molestias en las situaciones cotidianas, con la disposición acentuada para la agresividad operativa (atacante, apetitiva) y las represalias vengativas14.
Algunos individuos descubren pronto los ingredientes euforizantes del combate y el deleite asociado a la subyugación victoriosa y la destrucción de bienes ajenos. De ahí los contingentes de voluntarios y mercenarios que siempre aparecen para enrolarse en las contiendas que caen cerca. Son individuos que tienen aptitudes para la brega, la confrontación y la resistencia física extrema, y que saben entrenarlas y optimizarlas con tesón. Algunos de ellos descubren que el máximo gozo vital que cabe disfrutar se experimenta en las luchas descarnadas, cuerpo a cuerpo, o en las incursiones sigilosas y destructivas que conllevan máximo riesgo. Los mecanismos neurales y hormonales que favorecen la eclosión de esos atributos temperamentales han comenzado a mapearse en detalle15.
1.4. Mentalidad tribal
Los niños de corta edad fijan fronteras grupales con una facilidad pasmosa. Sin entrenamiento previo de ningún tipo adoptan lindes, de inmediato, para distinguir entre «amigos» y «enemigos», entre «los míos» y «los otros», aunque la separación provenga de distinciones totalmente arbitrarias. Mediante «marcas neutras» asignadas de modo aleatorio para separar, en dos bandos, a un conjunto de chavales desconocidos entre sí, tal alineación distintiva pone en marcha unos sesgos de adscripción automática dentro de los corros donde se ha ido a parar, de modo que «los propios» devienen «virtuosos» en toda suerte de atributos y «los otros» se convierten en contrincantes molestos o «indeseables» incluso16.
Es importante que ese sesgo primado para el «favoritismo intragrupal» (chovinismo, gremialismo o etnocentrismo son denominaciones alternativas), constatado en multitud de situaciones y en toda suerte de culturas17, surja en edades muy tiernas18. Indica que la propensión de base hacia el alineamiento inmediato con «los propios», sean estos quienes fueren, es potente y prefigura el surgimiento de las tendencias tribales, en jóvenes y en adultos, cuando las marcas de separación son relevantes (familia, habla, color de la piel, indumentarias y pigmentaciones diferenciadoras, cánticos y enseñas grupales reconocibles).  
Esa tendencia biológicamente prefigurada para erigir fronteras cognitivas y afectivas entre «nosotros» y «ellos» es el nutriente esencial del «tribalismo» coaligado y belicoso. Constituye la cimentación necesaria para que fenómenos como el sectarismo, el fundamentalismo o los faccionalismos cainitas cundan y exalten los ánimos agonísticos. Ese mismo proceso de sesgado progrupal acentuado facilita que los que quedan al otro lado de la frontera, los nuevos o añejos adversarios, pasen a ser aborrecidos, odiados y despreciados. Y más aún cuando las diferencias se enconan y fanatizan: los contrincantes devienen enemigos y son deshumanizados convirtiéndose en alimañas a exterminar19.
1.5. Moralidad «tribal»
El ímpetu dinamizador en las contiendas propicia, al tiempo que delimita, el encendido de los resortes morales que sellan los nexos de cohesión «fraternal» en el interior de cada grupo o comunidad. Las normas morales de no dañar al prójimo ni perjudicar sus bienes o intereses, las de prestar ayuda y socorrer en caso de necesidad, las de cuidar de los desfavorecidos y desvalidos, las de colaborar en los esfuerzos conjuntos y las que promueven actitudes favorables a la equidad, la lealtad y el respeto a las reglas básicas de convivencia, pueden ser obviadas más allá de la frontera grupal. Esas restricciones solo rigen para el propio bando. Con los enemigos, en cambio, todo vale: cualquier transgresión está permitida20.
La guerra requiere, a menudo, que se dé una exaltación de las tendencias prosociales o morales hacia los propios, por quienes puede darse el máximo esfuerzo cooperador u ofrecerse el sacrificio extremo, al tiempo que se oblitera, totalmente, cualquier contención o freno moral ante los adversarios a liquidar21. Las contiendas crean escenarios que conllevan comportamientos simultáneos de magnificación y obnubilación moral, delimitados tan solo por la frontera grupal: sacrificio, penalidades y martirio hacia el interior, junto a la devastación aniquiladora hacia el exterior. Puede funcionar así porque los resortes afectivos de la culpa, el remordimiento, la pena o la compasión ante el infausto destino de los adversarios están silenciados. Es más, puede sentirse gozo ante el daño, las penurias y los sufrimientos inflingidos a los enemigos. Esos fenómenos también cuentan con descripciones pormenorizadas de sus bases neurales, en los intrincados recodos de la circuitería y el funcionamiento del «cerebro moral»22.
1.6. Liderazgo imantador
La guerra es una empresa colectiva y requiere, siempre, dirección y coordinación. Incluso los asaltos, las redadas o las emboscadas más primarias que siguen practicando las bandas urbanas, los comandos guerrilleros o los sicarios del crimen organizado requieren estudio previo, un plan con asignación de funciones distintas y una dirección explícita23. En los grupos combativos el liderazgo se obtiene mediante la exhibición de atributos temperamentales peculiares: la determinación, el arrojo, la experiencia en lidiar con situaciones de máximo riesgo, la frialdad y la crueldad ayudan sobremanera. Pero también lo hacen la habilidad para sellar alianzas con camarillas de lugartenientes y guardaespaldas, así como las aptitudes manipuladoras y persuasoras para arrastrar a los combatientes y convencer a los soportes necesarios en la retaguardia24 .
No abundan los individuos que reúnan todas esas aptitudes a un tiempo, aunque cada generación aporta personajes con una buena carga «de fábrica», de esos rasgos cruciales. Más adelante, el aprendizaje y la competición con otros candidatos para alcanzar la cima moldean el cóctel temperamental particular de cada caudillo. En ese ámbito también hay que consignar progreso no solo en la descripción de los mecanismos neurales que hacen posible la coordinación eficiente entre líderes y seguidores25, sino en la caracterización de los mecanismos neuroendocrinos y cognitivos que andan detrás de esas personalidades singulares26.  
El liderazgo y la jerarquización de funciones en la guerra introduce, sin embargo, unos ingredientes que complican el panorama para los modelos explicativos que se ciñen, tan solo, a la mera competición intergrupal. Es así porque los líderes, las camarillas de lugartenientes y el conjunto de los seguidores no solo se distinguen por el reparto diferencial de los botines y prebendas en caso de victoria, o de los castigos y quebrantos en caso de derrota, sino que pueden perseguir metas no necesariamente coincidentes de entrada. Es decir, la competición individual cuenta siempre, asimismo, en las contiendas intergrupales. De ahí que haya sorpresas considerables, con casos reiterados de liderazgos abusivos o tóxicos que se lamentan luego, durante largo tiempo, a pesar de sus enormes capacidades de persuasión y arrastre27.
1.7. Valores ensalzados y violencia virtuosa
Para ensanchar el marco de identificación grupal desde el clan familiar o la tribu formada por parentelas más o menos cercanas junto a conocidos y asimilados, hasta las aglomeraciones de gente en los asentamientos y las urbes, se acuñaron inventos señalizadores de pertenencia. Marcas, enseñas o creencias compartidas que indicaran una adscripción preferente y unívoca. Las nociones de «señorío», «feudo», «reino», «patria», «nación» o «país» cumplen esas funciones aglutinadoras cuando la amenaza de conflicto demanda unir fuerzas28.  
Algunos de esos marcadores que denotan pertenencia a una comunidad concreta pueden devenir tan importantes o más incluso que el habla común o los rasgos físicos similares, adquiriendo una potencia motivacional que define y señorea la frontera grupal. Los cultos (religiones), los símbolos y enseñas típicos de un lugar o las congregaciones ideológicas (adscripciones políticas), propician así el ensamblaje combativo de millares y hasta millones de personas que poco o nada tienen en común entre sí y que se avienen a emprender aventuras sacrificadas y de alto riesgo. Con una bandera, un himno, una identidad colectiva y una «misión» preñada de marcadores (valores) ensalzados suele ser suficiente.
Las contiendas modernas se revisten siempre con esa justificación moralizante de altos vuelos. La destrucción y las matanzas ejecutadas en nombre de esos valores realzados se perciben como una «violencia virtuosa»29, puesto que intentan hacer prevalecer la plasmación «justa» del mundo que unos enemigos «descarriados» han emponzoñado. De ahí que, aprovechando la tremenda capacidad aniquiladora del armamento sofisticado, se pueda llegar al exterminio de masas ingentes de población civil «enemiga», sin tacha o remordimiento alguno. Ese peculiar trayecto «moral» también ha sido estudiado en los laboratorios de neurociencia social30.
1.8. Engarces con las disciplinas sociales
En esos siete frentes de pesquisas hay avances en la disección de los arietes psicobiológicos que fundamentan las propensiones combativas de los humanos, tanto cuando actúan por su cuenta y riesgo como, sobre todo, cuando lo hacen coaligados para enzarzarse en contiendas letales. La Guerra Infinita31 desmenuza cada uno de esos ámbitos con detalle y propone, además, vínculos de engarce plausibles con la sabiduría acumulada por las disciplinas sociales que vienen ocupándose de las guerras desde hace milenios32.
Ocurre, no obstante, que a pesar del legado de conocimiento procedente de las crónicas paleontológicas, arqueológicas e históricas más fiables o de los análisis estratégicos, económicos o filosóficos más certeros, las raíces primarias (psicobiológicas) de la tendencia a reiterar los conflictos bélicos continuaban huérfanas de explicaciones solventes. Las sendas para desentrañar las respuestas imprescindibles hay que buscarlas, hoy en día, en el fértil cruce de disciplinas científicas que se ocupan de la biología del comportamiento humano mediante aproximaciones incisivas y complementarias33.
Hay que partir necesariamente de ahí para desentrañar y revelar los porqués remotos de la tendencia a reiterar los enfrentamientos letales. Y es una tarea que debe culminarse, porque solo el diagnóstico adecuado y pormenorizado sobre esos porqués permitirá asentar, con creciente robustez, los sistemas de contención (leviatanes) y las medidas de prevención y prudencia (acuerdos y tratados de paz) que los humanos también saben edificar y sostener.
2. Guerras en Ucrania y Palestina: acotaciones desde el marco psicobiológico
Las dos contiendas que han encendido mayores desvelos, en fechas recientes, son las de Ucrania y Palestina. A pesar de los múltiples focos bélicos que se mantienen activos en distintas partes del globo, son esos dos conflictos los que han concitado una atención preferente porque acarrean ingredientes que pueden trastocar los equilibrios, las esferas de influencia y las relaciones de primacía entre las potencias dominantes en el mundo. Ambas guerras parecen escaparse, por su complejidad, del entramado de vectores básicos resumidos en el apartado anterior, al reunir atributos más que suficientes para catalogarlas como contiendas sofisticadas.
En el caso del conflicto entre Rusia y Ucrania se enfrentan dos enormes ejércitos, con altos grados de capacitación y un despliegue masivo de efectivos en frentes muy vastos, por ambos bandos. Las operaciones conllevan el uso de las tecnologías y recursos armamentísticos más avanzados y destructivos, tanto en los combates terrestres como en las campañas aéreas y marítimas, así como en las incursiones a distancia con misiles, drones y otros ingenios no tripulados guiados por satélites34. El flujo de suministros y provisiones para las operaciones atacantes, las defensivas y las de vigilancia es inmenso y necesita de un andamiaje logístico y de transporte de primerísimo nivel, así como de un entrenamiento y una profesionalidad ineludible. Todo ello requiere una alta especialización técnica y organizativa al servicio de una empresa desafiante, penosa y de larga duración. Para lidiar con esos requerimientos hay que prestar atención a muchos más factores que los descritos en el apartado anterior y de ahí que los especialistas en cuestiones militares se concentren en evaluar el curso de las operaciones, abordando las oscilaciones de esos múltiples estratos técnicos y prescindiendo de los ingredientes de base que facilitan la germinación y el estallido de las contiendas. Se dan por descontados.
En la imponente y devastadora campaña de castigo emprendida por el ejército israelí en la franja costera de Gaza, contra las huestes de Hamás, concurren elementos de complejidad parecida. El inesperado ataque relámpago que llevaron a cabo varias unidades de esa milicia palestina contra posiciones y poblaciones israelíes en las inmediaciones del enclave, el 7 de octubre de 2023, fue seguido por el anuncio y la preparación de una operación de represalia a gran escala. Una campaña que incluía, como objetivo primordial, el desmantelamiento de los centros de poder, los fortines, las instalaciones de lanzamiento de cohetes y las tortuosas estructuras defensivas que Hamás había ido construyendo a lo largo de los años en el subsuelo del enclave, así como la eliminación de los líderes y comandantes significados de la milicia, además del desplazamiento obligado de la población civil gazatí, bajo la amenaza de ser un objetivo militar directo. Al cabo de semanas de preparación, reuniendo grandes contingentes de efectivos y recursos bélicos, se puso en marcha una lenta pero arrasadora invasión que ha comportado operaciones terrestres, aéreas y marítimas de notoria complejidad y con un imponente despliegue de poderío destructivo. La primera fase de la campaña asoló la mitad norte del enclave hasta convertirla en un ingente cementerio de edificios derruidos, con miles de víctimas «colaterales» y una evacuación forzosa de más de un millón de personas que se hacinan en campamentos improvisados en la parte de la franja que linda con Egipto. Se anunció, además, la continuidad de la campaña de destrucción de la mitad Sur del enclave para alcanzar todos los objetivos.    
Unas operaciones de tamaña complejidad organizativa y técnica parecen escaparse del todo del marco dibujado por los arietes psicobiológicos que promueven la ignición y el sostén de las contiendas. Puede aceptarse, quizás, que esos inductores primarios sirvan para el análisis de los enfrentamientos ocasionales entre bandas, clanes o cárteles, pero en los conflictos donde intervienen fuerzas militares integradas por enormes contingentes de personal y recursos bélicos, con alta capacitación tecnológica y un flujo incesante de suministros de vanguardia, hay que orientar los periscopios analíticos hacia otros ingredientes más decisivos. Así es, por descontado, pero ello no implica que deban orillarse los vectores primarios que se resumieron en el apartado anterior.
Un ejemplo bastará para enfatizar la relevancia de esos arietes en las contiendas sofisticadas. El factor «sorpresa» puede servir para ello. La capacidad de atacar «por sorpresa» es un elemento que confiere una ventaja indiscutible tanto en los enfrentamientos más sencillos como en las operaciones más complejas y a gran escala35. Es un ingrediente ventajoso que aprovechan las sigilosas tropas animales en sus incursiones mortíferas contra grupos desprevenidos de la vecindad36. Y el «raid» asaltante inesperado es la forma de combate más habitual entre los clanes y tribus que todavía perviven, hoy en día, en lugares remotos y difícilmente accesibles del planeta, manteniendo unas formas de vida ancestrales y con una tecnología muy rudimentaria anterior al neolítico37. Las comparaciones sistemáticas entre esas estrategias asaltantes en animales y en humanos primitivos han permitido señalar múltiples concomitancias38.
La rauda operación mortífera por parte de varios grupos de asalto de Hamás, aquella madrugada de octubre de 2023, tuvo los ingredientes de un «raid» primitivo y altamente destructivo. Se preparó con sigilo extremo, se consiguió burlar los sofisticados sistemas de rastreo de las fuerzas israelíes que vigilan, sin descanso, las fronteras del enclave y se lanzaron comandos atacantes que aprovecharon brechas abiertas en los muros y vallas de separación, con la acción combinada de explosivos, palas excavadoras y tractores, además de embarcaciones de pesca que llegaron a las playas adyacentes. Esos comandos atacaron a las avanzadillas israelíes de vigilancia y contención, a lo largo de la frontera gazatí, abriéndose paso hasta poblaciones, aldeas y campamentos cercanos donde, una vez abatidas las defensas y sometidas las resistencias, se dedicaron a detener y secuestrar a un gran número de rehenes para ser usados como botín y punta de lanza de la acción política de Hamás, durante la magna represalia israelí que vendría, previsiblemente, a continuación. El conjunto de la operación se sustanció en algo más de doce horas y aprovechó negligencias motivadas por la coincidencia (buscada) con una festividad israelí junto a la arrogancia (o el desdén, quizás), de presuponer que un asalto de esa magnitud sobrepasaba las capacidades de la milicia palestina. La masiva respuesta israelí prescindió, sin reparo alguno, del factor sorpresa fiándolo todo a la descomunal superioridad y capacidad bélica de sus fuerzas armadas y al reagrupamiento cohesionador de la población civil que un ataque de esas características suele conllevar39.
La invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, también renunció, por cierto, al factor sorpresa. De hecho, los ingentes preparativos de la invasión se pregonaron con machacona y orgullosa insistencia, aunque toparon con una incredulidad general en Occidente (se pensó que las imponentes maniobras en varias zonas de la frontera obedecían a una amenaza falaz al servicio de un farol ruso), que solo los servicios de inteligencia británico y norteamericanos procuraron desmentir, con nulo éxito, reiterando que la invasión era inminente. Esa coincidencia, en escenarios bélicos actuales, de unas tácticas combativas que remiten a procedimientos rudimentarios de asalto junto a vastas campañas bélicas de una gran complejidad, sirve para recordar que hay múltiples tipos de guerra y que las distintas modalidades pueden activarse en función de los recursos y necesidades del momento.
De hecho, la campaña rusa en Ucrania, aunque fue inaugurada con un aparatoso despliegue de fuerzas terrestres, con imponentes convoyes de armamento pesado que se adentraron, con decisión, en Ucrania por frentes diversos y muy distantes entre sí, tuvo también una incursión-relámpago inicial que buscó el dominio, en un asalto por sorpresa, de las instalaciones centrales del gobierno en Kiev. Esa operación fue lanzada desde un aeropuerto militar cercano a la capital, en Hostomel, que había sido capturado por fuerzas aerotransportadas rusas en las primeras horas de la invasión. El intento de asalto al núcleo de la gobernación ucraniana en el centro de Kiev fue abortado, no obstante, por las defensas dispuestas alrededor de la capital, así como en las encrucijadas y puntos clave, que estaban prevenidas y bien organizadas gracias a la fiable información de la inteligencia occidental. Durante unos días, no obstante, el destino de la capital anduvo en vilo y las potencias occidentales llegaron a ofrecer un rescate aéreo de urgencia a la dirigencia ucraniana para salir del país, una vía de escape que fue rechazada. El asedio y la toma de Kiev fracasó y al cabo de meses de feroces combates en la región y en la provincia de Járkov, con un gran número de bajas y pérdidas materiales, las fuerzas rusas se replegaron hacia el este para hacerse fuertes en las inmediaciones del Donbás. En el frente sur sus progresos fueron más notables y aseguraron para Rusia el control de un amplio corredor litoral en las inmediaciones del mar Negro, garantizando así el acceso terrestre a Crimea.
Si en lugar de situar el foco en las tácticas guerreras y en la necesidad de contar con comandos altamente entrenados y dispuestos al máximo sacrificio para afrontar asaltos arriesgadísimos, lo ponemos en los atributos del liderazgo o en la dirección del esfuerzo bélico, en ambas contiendas encontramos los vectores básicos señalados en el apartado anterior. El hiperliderazgo ejercido por Vladímir Putin fue considerado, de modo prácticamente unánime, en Occidente, como el ariete decisivo para explicar el inicio de la difícil, costosa y azarosa aventura ucraniana40. De pronto, todos los periscopios se centraron en la visión, las ambiciones y la personalidad del máximo dirigente ruso, así como en el férreo entramado de influencias domésticas que había creado, a lo largo de décadas, para garantizarse la lealtad de una todopoderosa camarilla de fieles que gobierna, con mano de hierro, los destinos de una de las grandes potencias mundiales41. Habrá tiempo para ponderar los fiascos de algunos pronósticos avanzados por afamados politólogos, que se apresuraron a avistar una derrota rápida y taxativa de las fuerzas militares rusas con la caída estrepitosa del líder y el subsiguiente desmantelamiento del régimen putiniano42. Quizás por no tener en cuenta hasta qué punto la influencia de la propaganda y el adoctrinamiento ejercido desde múltiples resortes de la autocracia putiniana, había llegado a calar en la ciudadanía de todas las Rusias43.
No parece menor la influencia del fortísimo liderazgo y el control ejercido por la cúpula de Hamás hasta el punto de planificar y llevar a cabo aventuras como el raidmortífero sobre Israel, de principios de octubre de 2023, con altísimas probabilidades de propiciar un retorno vengativo en forma de castigo aniquilador, no solo para los protagonistas directos del asalto, sino para el grueso de sus unidades armadas y el conjunto de su estructura organizativa. Por otro lado, la amplitud y la determinación arrasadora del desquite israelí denota la influencia decisiva del liderazgo de Benjamín Netanyahu y sus aliados del sionismo radicalizado, con sus políticas de menosprecio, exclusión y subyugación sistemática de la ciudadanía palestina, en el propio país o en la inmediata vecindad, para intentar convertirla en subsidiaria e irrelevante.
Incluso desde posiciones muy respetadas de la historiografía actual se ha vuelto a poner el énfasis en la necesidad de tener en cuenta las personalidades de los líderes más influyentes, para ofrecer unos panoramas explicativos más completos y solventes de los litigios pasados o en activo44. Hay, por consiguiente, un cúmulo de ingredientes de engarce con los vectores primarios, de base psicobiológica, de los enfrentamientos, sin merma alguna de la necesidad de abordar los múltiples factores añadidos por la complejidad y la sofisticación técnica de las contiendas.
3. Sistemas de paz
Aunque la gran mayoría de datos confirman la recurrencia de la belicosidad humana y la omnipresencia de las contiendas letales en todas las sociedades y en cualquier época, desde la biología evolutiva no han cesado de reunirse hallazgos que enfatizan, asimismo, la tolerancia y las capacidades conciliatorias de nuestra estirpe45. Hay que atenuar, de algún modo, el sombrío panorama que se suele vincular a las aproximaciones biológicas sobre la condición humana, con fundamentos más bien espúreos46.
En las sociedades ancestrales se ha constatado la existencia de «regulaciones» para promover la conciliación y mantener la convivencia pacífica entre comunidades vecinas47. En aborígenes australianos, malasios o amazónicos, y también en esquimales canadienses y norteamericanos se han encontrado indicios de la existencia de «sistemas de paz». La mayoría habían institucionalizado consejos o ligas de próceres que se encargaban de lidiar con las desavenencias o los litigios, sin dejar que llegaran a mayores y procurando orillar la opción de la contienda letal. Hay registros de enterramientos con una ausencia completa de masacres causadas por enfrentamientos graves, a lo largo de diversos siglos. Los ingredientes de esos sistemas de paz en esas sociedades «tolerantes» son los siguientes:
Tienen un marco de identidad comunitario, supratribal, reconocible.
Las comunidades vecinas mantienen interacciones múltiples.
Hay una considerable interdependencia económica entre ellas.
Cultivan valores asociados a la paz y la convivencia.
Celebran ceremonias conjuntas y tienen símbolos y rituales vinculados al mantenimiento de la paz.
El manejo de los conflictos vecinales está en manos de consejos o ligas de mayores
Hay sistemas de gobierno supracomunitarios.
Aunque los lapsos sin guerras sean, a veces, muy prolongados y abarquen varias generaciones no dejan, por ello, de ser paréntesis o interludios que van jalonando la recurrencia de las contiendas. En todos los casos estudiados, cuando el registro de datos arqueológicos ha ido más allá y se han obtenido series de épocas muy dilatadas que incluían desastres naturales o grandes migraciones, la guerra regresaba con vigor renovado a esos pueblos tolerantes y pacíficos.
Pero la disposición humana a la docilidad y tolerancia ante los desconocidos y a mantener interacciones provechosas con ellos es innegable y hay propuestas, incluso, de referirla al legado remoto dejado en nuestra estirpe por los bonobos, el otro pariente animal más directo y cercano, junto a los chimpancés. Los bonobos exhiben amplios repertorios de conductas afiliativas con las tropas vecinas a diferencia de los belicosos y «xenófobos» chimpancés. Aunque los enfrentamientos lesivos entre los bonobos puedan menudear, se abstienen de emprender las campañas de ataques, emboscadas letales y exterminios sistemáticos de los vecinos que practican los chimpancés48.
Glowacki49 situó entre unos 80.000-100.000 años atrás, los albores del entramado de tendencias prosociales y de protoinstituciones auspiciadoras de normas punitivas y conciliadoras que permitieron erigir sistemas de paz estables entre clanes humanos vecinos. Ha habido margen suficiente, por tanto, para consolidar toda suerte de mejoras, en ese ámbito, aunque no se ha conseguido ahuyentar, completamente, la amenaza de confrontación.
El ejemplo contemporáneo que se ha postulado como parangón de aquellos prolongados paréntesis ancestrales de convivencia pacífica estable es la Unión Europea50. En los criterios listados más arriba, la Europa Unida no solo aprueba, sino que obtiene puntuaciones óptimas. Hay que resaltar, sin embargo, que esas estimaciones tan halagüeñas sobre la Unión se hicieron antes de los gérmenes de disgregación que puso en marcha la recesión económica de la segunda década del presente siglo. Unas tensiones que a punto estuvieron de acabar con la moneda común y el tinglado entero, y que se saldaron, en el Brexit, con la salida del Reino Unido (el socio más decisivo en capacidad bélica) y con fricciones secesionistas que continúan activas. Buena parte de los notables índices que la Unión Europea obtenía en los ingredientes pacificadores antedichos ―identidad supra-nacional al alza, robustez de la moneda común, incremento de la cohesión interna, prestigio de las instituciones de gobernanza comunes ―, conocieron una ostensible merma que no se ha contrarrestado todavía.
Al margen de las endebleces y titubeos de la Unión Europea, aquellos panegíricos de los sistemas de paz donde se la ensalzaba como paradigma a emular insistían en que el criterio primordial que la distinguía era la ausencia de conflictos bélicos en su interior. En un lugar, por cierto, donde el guerrear hasta la devastación o el exterminio había sido frecuente durante siglos. Conviene realzar, por supuesto, ese largo periodo de convivencia y cooperación provechosa entre las naciones europeas, aunque tal celebración no debiera apuntalar la idea de que la Unión supone la cristalización de una sociedad pacífica. No lo es: al margen de tener miembros con un poderoso arsenal nuclear y con ejércitos de primer orden, la Unión es uno de los brazos de la alianza militar dominante en el mundo, la OTAN. En las últimas décadas, además, las fuerzas armadas de los estados europeos han intervenido de manera directa o indirecta en Libia, Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, Eritrea, Yemen y otros muchos lugares. En ocasiones, de forma determinante. Las disensiones y los intereses dispares de varios países europeos contribuyeron, de hecho, a la penúltima carnicería de gran magnitud en el subcontinente: la balcánica. Pregonar la noción, por consiguiente, de la Unión Europea como un paradigma de pacifismo es un error. Si a ello se le añade que la incipiente germinación de identidades supranacionales (la paneuropea, la identificación con la humanidad entera), apenas consiguen atenuar las aprensiones que algunos europeos sienten hacia sus convecinos aliados51, no hay motivos para lanzar las campanas al vuelo.
La fraternidad, la cooperación y la convivencia, entre humanos, siguen primando a los núcleos más cercanos y firmes de adscripción comunal (la cuadrilla, el barrio, el equipo, el partido, la empresa, el país), y de ahí que los conflictos intestinos, las fracturas y las contiendas civiles o las confrontaciones internacionales, a menor o mayor escala, siempre anden cerca. Las inmensas mejoras en las tecnologías de vigilancia, disuasión y sanción, así como la progresiva asunción de normas morales y modos de conducta menos proclives al uso de la violencia, en la resolución de conflictos, cumplen una función preventiva con logros innegables en la mayoría de escenarios52. Es así y es incluso posible que esas tendencias apacibles, fraternales y «benignizantes» continúen asentándose mediante el acrecentamiento del denominado «cosmopolitismo moral»53. Pero todo ello no ha conseguido desterrar o difuminar los horizontes de confrontación.
4. A la espera del Leviatán efectivo global
Los sentimientos identitarios de alcance global están emergiendo de manera creciente y se van plasmando en instituciones internacionales u ONG humanitarias con implantación universal y en movimientos animados por preocupaciones de orden planetario como el ecologismo. Hoy vivimos, por ejemplo, un fenómeno que se ha convertido en parte del paisaje: el turismo de masas. Personas de muy diferentes lugares, costumbres, idiomas, sistemas de gobierno, ideas políticas, creencias religiosas y vestimentas y hábitos variados viajan por todo el planeta, soportando inconvenientes, largas colas y alguna que otra molestia, sin generar conflictos serios con los nativos ni con el resto de viajeros, sino todo lo contrario: buscando el comercio, la complicidad y la afable simpatía. Y saben hacerlo, incluso, con ocasión de magnas competiciones deportivas donde las rivalidades y las fricciones pueden ser muy acentuadas. Si esos ciudadanos de tan diverso origen pueden convivir apaciblemente, ¿por qué no pueden hacerlo sus gobiernos?
Esa es la cuestión primordial que remite a una perplejidad insoslayable. Ya que, si esa solución tan neta, directa y sencilla de la concordia y la convivencia global54 se sigue resistiendo, con obstinación, a ofrecer un horizonte viable, será por alguna razón muy poderosa. Ocurre que la potente prosocialidad humana lleva a formar grupos que compiten entre sí no solo por los beneficios económicos, el privilegio y el buen vivir, sino por la primacía, el dominio, el reconocimiento y la influencia duradera sobre los demás55. Grupos con tradiciones culturales y normas morales muy variadas. Las fricciones entre los gobiernos estatales, con sus complejas maquinarias, departamentos y agencias, son tan solo un ejemplo de ese tipo de competición intergrupal que no está regulada, por el momento, por un sistema de justicia reconocido globalmente y con capacidad para la coerción efectiva. El leviatán planetario no existe56. No hay tal cosa en el mundo, aunque sí existen quasileviatanes globales para regular la competición comercial y la deportiva, con un grado notable de poder coercitivo y con una asunción y respeto notorios hacia sus sanciones (más acusados en la segunda área que en la primera). Pero no han cuajado las instituciones equivalentes para dirimir los conflictos interestatales por primacías, dominios o territorios: unas instituciones dotadas con capacidades suficientes para actuar con contundencia y efectividad. De ahí que se renueve, sin cesar, la competición en todos los frentes y que, con ella, se mantenga siempre viva la tentación de las contiendas letales a escala local, regional o global.  Adolf Tobeña es profesor en el departamento de Psiquiatría y Medicina Legal de la Facultad de Medicina-Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona.



























[ARCHIVO DEL BLOG] Redes sociales. ¿Riesgo de implosión? [Publicada el 15/05/2016]










Los amables lectores de Desde el trópico de Cáncer me habrán leído numerosas veces eso de que desde los clásicos griegos para acá, todo es paráfrasis. Como podrán comprobar si leen el artículo que este domingo publica en El País el escritor Manuel Vicent, parece que no ando muy descaminado en mi apreciación. Ni tampoco en esa otra, bastante subjetiva también por mi parte, de que las redes sociales acabarán colapsando de pura estulticia. Que es la misma opinión que reiteradamente vienen expresando públicamente personas tan solventes como los filósofos Fernando Savater o Emilio Lledó. Espero no verlo pero me temo que vamos camino de ello.
Dice Vicent en su artículo que si Borges colgara hoy un cuento en la Red e hiciera lo mismo Ortega con un ensayo y Machado con un poema, sin duda, se producirían múltiples comentarios y entre ellos habría elogios, opiniones explosivas, insultos e incluso algunos rebuznos y que la Red mandaría este estúpido guirigay sin distinción al universo en un mismo e indestructible paquete. 
Podemos enviar un cacharro a Marte, sigue diciendo, pero no hemos alcanzado todavía la altura de algunos poetas del siglo VI antes de Cristo, como Safo y Anacreonte, cuya sensibilidad no ha sido superada. La filosofía actual, añade, en el fondo no consiste sino en comentarios a los textos de Platón. Todo el catálogo de pasiones humanas, continúa, ya fue convertido en teatro en la Grecia clásica. Y tampoco el estoicismo de Séneca y de Marco Aurelio ni el talento político de Cicerón, concluye, encuentran un equivalente en la cultura contemporánea. 
En cambio cualquier idiota tiene a su disposición un micrófono, una cámara, una pantalla a través de la cual puede emitir esféricamente cualquier idiotez hasta más allá de la Andrómeda, dice. El ángulo entre la moral y la técnica se está separando cada día más; una y otra tiran de nuestro espíritu en sentido contrario, y mientras este ángulo se abre hasta el infinito, otro mucho más diabólico se cierra. Cada día, añade, el ángulo que forman el fanatismo y la tecnología va camino de pegar ambos lados hasta formar una sola línea y el odio y la desesperación están a punto de hacer una síntesis mortal con algún preparado explosivo que puede adquirirse en cualquier droguería. A este paso, sigue diciendo, pronto llegará el día en que cualquier sujeto, al que ha dejado la novia, podrá destruir toda una manzana solo por despecho. La técnica ha hecho posible que estemos todos a merced de los rebuznos que nos deparan las ondas y también de la destrucción que cualquier fanático decida simplemente para pasar el rato. Feliz domingo, concluye deseándonos. Comparto su deseo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














miércoles, 15 de mayo de 2024

De los idiotas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 15 de mayo. El idiota, comenta en El País el escritor Javier Cercas, piensa que nada cambia nada, que, hagas lo que hagas, todo seguirá igual, y que lo mejor es no hacer nada. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Y nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com








La política de los idiotas
JAVIER CERCAS
11 MAY 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Un idiota es aquella persona que se desen­tiende por completo de la política. No lo digo yo: lo dice la etimología de la palabra, y las etimologías no suelen errar. La palabra idiota viene del griego ιδιωτης (idiotes), que significa exactamente eso: persona que sólo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común, es decir de lo público, es decir de la política, palabra que a su vez viene de polis, que en griego significa más o menos ciudad (es decir, lo que pertenece a todos). Hasta aquí, la etimología.
Por supuesto, un país civilizado es aquél en que sus ciudadanos no deben ocuparse demasiado de política. La palabra clave aquí es “demasiado”: cuando la política se mete en tu casa y tu trabajo, invade tu vida privada y afecta a tus relaciones personales, prepárate para hacer las maletas y salir corriendo, porque algo muy malo está a punto de ocurrir. Todos sabemos cuáles son las cosas importantes de la vida —comer, beber, follar, leer, cuidar de los niños— y todos sabemos que forman parte de nuestra vida privada; lo que sólo los idiotas no saben es que la vida pública también forma parte de la privada, porque lo que atañe a todos también nos atañe a cada uno, o simplemente porque los otros forman parte de nosotros. Así que, aunque no nos guste, es recomendable dedicarle un poquito de tiempo a la vida pública, igual que es recomendable limpiar la casa a diario, aunque no nos guste: si no coges la escoba ni por casualidad, la casa se ensucia, igual que se ensucia la vida pública si no dedicas ni un segundo a intentar que mejore, o al menos a que no empeore. El idiota piensa que nada cambia nada, que, hagas lo que hagas, todo seguirá igual, y que por tanto lo mejor es no hacer nada. Tremenda idiotez. Borges cuenta que en una ocasión estuvo en el desierto del Sáhara, cogió un puñado de arena, dio unos pasos y, mientras dejaba caer la arena, murmuró: “Estoy modificando el Sáhara”. Esa es la realidad: hasta el acto más insignificante tiene consecuencias, y todos hemos experimentado que las buenas decisiones —en nuestro oficio, en nuestra vida familiar, en todo— provocan casi siempre buenos resultados, y las malas, malos. Es verdad que, a veces, una mala decisión no provoca un mal resultado inmediato, ni siquiera una segunda o una tercera; pero nadie ignora que, más tarde o más temprano, las malas decisiones se truecan en malos resultados, del mismo modo que, si una casa no se limpia en un mes, se volverá inhabitable, o se caerá a pedazos. Sólo entonces los idiotas se echarán a la calle haciendo aspavientos idiotas, empezarán a protestar como idiotas y blandirán pancartas idiotas con lemas idiotas, sin caer en la cuenta de que el responsable auténtico del desastre fue su propia idiotez: lo que tampoco sabe el idiota es que, si no haces política, te la hacen, y que, si dejas que te la hagan, quienes acabarán haciéndotela serán, en el mejor de los casos, un hatajo de sinvergüenzas y, en el peor, una banda de psicópatas. Si lo sabré yo, que a lo largo de mi vida he sido un idiota redomado. Mi única excusa es que no era el único. Quiero decir que mi generación fue, en gran parte, una generación de idiotas: vimos surgir una democracia, creímos que con su llegada ya no había nada más que hacer, olvidamos que basta dar por hecha la democracia para ponerla en peligro, nos dedicamos a nuestra vida privada y dejamos que la pública la hicieran los peores, o simplemente los más bobos, y nosotros nos tumbamos a la bartola y pasamos de todo (ese era el verbo de moda), con los resultados de todos conocidos, incluido el hecho de que padeciéramos presidentes del Gobierno tipo Rajoy o Rodríguez Zapatero, a quien yo voté dos veces. Como un idiota.
No aprendáis de nosotros, chavales: no hay nada que aprender. Si acaso, escarmentad en cabeza ajena. No os dejéis engañar. No dejéis que os hagan la política. No dejéis de comer, de beber, de follar, de leer, de cuidar a los niños —por Dios santo, sobre todo que no se os olvide cuidar a los niños—, pero dedicad un ratito cada día a barrer la casa. Sólo un ratito. No olvidéis que el Sáhara se puede modificar. No seáis idiotas. Javier Cercas es escritor.























[ARCHIVO DEL BLOG] Reformemos el islam. [Publicada el 16/06/2015]










Inicio con esta entrada una nueva sección en Desde el trópico de Cáncer a la que he bautizado con el nombre de "Libros y lecturas", en la que espero ir comentado, cuando cuadre, aquellos libros que haya leído recientemente y me hayan impresionado sobremanera. Y la inicio hoy con el comentario del libro "Reformemos el islam" (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015), de la profesora neerlandesa de la Universidad de Harvard, Ayaan Hirsi Ali.
Ayaan Hirsi Ali nació en Mogadiscio, Somalia, en 1969. Hija de un líder político local adversario del dictador somalí Siad Barre, recibió una educación islámica ortodoxa y sufrió, a los cinco años de edad la traumática experiencia de la ablación de clítoris. Con veintidós años, huyendo de una boda concertada por su familia con un primo lejano residente en Canadá, y de camino para aquel país, recaló en Alemania y de allí pasó a los Países Bajos, solicitando permiso de asilo. Aprendió el neerlandés en un tiempo récord y cursó estudios de Ciencias Políticas, materia en la que llegó a doctorarse. En 2001 se incorpora a la Fundación "Wiardi Beckman", del partido socialdemócrata, iniciando una labor en defensa de los derechos de la mujer en el mundo musulmán y vertiendo duras críticas hacia los preceptos islámicos que las sumen en un estado de opresión y sumisión que raya en la esclavitud. En 2003 se afilia al partido liberal y obtiene un escaño como diputada en el parlamento de los Países Bajos. En 2006 renuncia a su escaño a raíz de la polémica desatada por la ministra de Justicia que pretende quitarle la nacionalidad neerlandesa por haber mentido sobre su nombre y condición cuando pidió asilo en los Países Bajos. La crisis desatada provocó la caída del gobierno neerlandés, pero ella abandona el país rumbo a Estados Unidos donde colabora desde entonces con el "American Enterprise Institute", un "think tank" de tendencia liberal conservadora, y dirigiendo desde 2012 un Seminario en la "John F. Kennedy School of Government" de la Universidad de Harvard sobre la intersección de la religión, la política, la sociedad y el arte de gobernar en el mundo islámico. 
Hirsi Ali es una gran defensora de la libertad de expresión. En una conferencia que dio en Berlín en 2006 defendió el derecho a ofender, justo después de la polémica formada a raíz de la publicación de las caricaturas de Mahoma. Condenó a los periodistas de los periódicos y canales de televisión que no mostraron las caricaturas, llamándolos «mediocres de mente» y acusándolos de ocultarse tras los términos «responsabilidad» y «sensibilidad» y alabó a los que en toda Europa publicaron las caricaturas.
Ha recibido numerosos premios y reconocimientos internacionales por su defensa de la libertad, la tolerancia y los derechos humanos. En marzo de 2005 recibió el Premio a la Tolerancia otorgado por la Comunidad de Madrid. El Parlamento noruego la propuso para el Premio Nobel de la Paz del 2006, y en 2008 recibió el Premio Simone de Beauvoir.
En apenas dos días leído de un tirón, absolutamente enganchado a su lectura, su libro "Reformemos el islam", en el que lanza un vehemente llamamiento en favor de una "Reforma musulmana" como la que se produjo en el siglo XVI en la Europa cristiana, como única vía para poner fin a los horrores del terrorismo, la guerra sectaria y la represión de la mujer y las minorías.
Durante siglos, dice, se ha tenido la impresión de que el islam era inmune al cambio, sin embargo, ella entiende que la "Reforma" del islam es inminente y que incluso es posible que ya haya comenzado. La llamada "Primavera árabe", continúa diciendo, quizá parezca a ojos de muchos un fracaso político, pero el desafío que lanzó a la autoridad tradicional puso de manifiesto una nueva disposición, especialmente por parte de las mujeres musulmanas, a pensar y expresarse con libertad. 
En un valiente desafío a los yihadistas, Hirsi Ali propone cinco enmiendas a la doctrina islámica que los musulmanes deberían adoptar para sacar su religión del siglo VII y acercarla al siglo XXI, invitando también al mundo occidental a que deje de apaciguar a los islamistas radicales defendiendo en su lugar a quienes necesitan del apoyo de Occidente, que son los reformadores musulmanes y no los omnipresentes opositores a la libertad de expresión. Esas enmiendas se resumen, básicamente, en que resulte más fácil compatibilizar ser musulmán con vivir en el siglo XXI, rechazando de plano el concepto de "yihad" como llamamiento literal a las armas contra los no musulmanes y aquellos musulmanes que consideren apóstatas o herejes.
A través de un discurso en el que se entrelazan sus propias experiencias de niñez y juventud islámicas con analogías históricas y ejemplos rotundos de sociedades y culturas musulmanas contemporáneas, "Reformemos el islam" es una exhortación apasionada a favor de un cambio pacífico y una nuevas era de tolerancia global.
A día de hoy, dice en las páginas finales de su libro, existe una guerra abierta en el islam: una guerra entre los que desean su reforma, los musulmanes reformistas o disidentes, creyentes y clérigos que se han dado cuenta que su religión debe cambiar si sus adeptos no quieren quedar condenados a un ciclo interminable de violencia política, y los que desean regresar a la época del profeta, a los que ella llama los musulmanes de Medina, partidarios de la "yihad" o guerra santa, que preconizan un régimen basado en la "sharía" o ley religiosa islámica, defienden un islam que ha cambiado muy poco o nada desde el siglo VII y consideran un requisito de fe imponer sus creencias por la fuerza a todos los demás. Una guerra interna, añade, en la que el premio son los corazones y las mentes de los en su mayoría pasivos musulmanas que ella define como de La Meca, el grupo mayoritario en el mundo musulmán, conformado por musulmanes fieles a la esencia del credo islámico y devotos participantes en los oficios religiosos pero que no muestran predisposición alguna a practicar la violencia. 
En este momento, dice más adelante, se conjugan tres factores que posibilitan una reforma religiosa real del islam: a) el impacto de las nuevas tecnologías de la información en la creación de una red de comunicación sin precedentes en todo el mundo musulmán; b) la total incapacidad de los islamistas de cumplir con sus promesas cuando llegan al poder y el impacto de las normas occidentales sobre los inmigrantes musulmanes, que están dando lugar a la creación de una comunidad nueva y cada vez más grande a favor de una "Reforma" musulmana; y c) la aparición de una comunidad política de votantes a favor de la reforma religiosa en algunos Estados claves de Oriente Próximo.
Les invito a releer mi entrada del pasado mes de mayo, titulada "Islam, islamismo y Estado Islámico", que creo sirve de perfecto complemento a las tesis mantenidas por la profesora Ayaan Hirsi Ali en su libro, y por supuesto, les animo a la lectura del mismo. Espero que esta nueva sección del blog les resulte interesante. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt