El requerimiento imprescindible para que haya guerra es la competición entre grupos. No hay contiendas, ni colisiones, ni litigios sin ella. Pero ese tipo de competición no falta nunca porque, junto a las propensiones egoístas o individualistas, los humanos acarrean unos sesgos prosociales igualmente acusados de modo que saben fijar alianzas con una gran facilidad y versatilidad. Y una vez se ponen en marcha esas coaliciones con objetivos diversos (exploración aventurera, captura de presas, recolección de nutrientes, construcción de utensilios, abrigos o cercas protectoras), se puede entrar en disensiones con grupos vecinos amenazantes y ahí suele prender la llama del conflicto. Así funcionaron, al parecer, las bandas y clanes primitivos durante decenas y decenas de milenios a lo largo de la trayectoria ancestral de nuestra estirpe10.
En las sociedades estratificadas y complejas la gran mayoría de los litigios derivados de la incesante competición intergrupal se resuelven acudiendo a todo tipo de instituciones mediadoras, aunque la amenaza de enzarzarse en combates abiertos suele guardarse en la recámara. Los bienes en disputa son siempre los mismos: territorio, recursos altamente codiciados o primacía debidamente reconocida11. Ahora bien, como la lucha física implica riesgos notorios, se necesitan resortes para mantener la cohesión interna en los grupos combativos. Hay que asegurar lealtades y compromisos para prevenir las deserciones. De ahí la firmeza de las normas inductoras de cooperación «fraternal», junto a las sanciones o puniciones para disuadir las negligencias o las traiciones. En todos los clanes, las bandas o los cárteles que operan en contextos y nichos muy distintos surgen ese tipo de «compromisos innegociables» que obedecen a la necesidad de garantizar la cohesión interna durante los enfrentamientos12.
1.3. Agresividad ofensiva
La ambición conquistadora, el apetito de victoria, es otro requerimiento ineludible. Para que dé frutos debe combinar aptitudes para el ataque, con las imprescindibles salvaguardas defensivas. Aunque haya grupos que se especializan en tácticas eminentemente defensivas y les va muy bien con ellas, no se renuncia jamás a los ataques preventivos en forma de emboscadas letales o escaramuzas dañinas que sirvan de aviso para anunciar los riesgos que entraña la colisión directa13.
Los humanos se distinguen sobremanera de sus parientes animales más cercanos por la facilidad y versatilidad de la agresividad proactiva, instrumental u ofensiva en coalición. Es decir: saben actuar como atacantes hábiles, decididos y temibles. Pueden combinar, eso sí, una notoria docilidad y tolerancia ante todo tipo de irritaciones y molestias en las situaciones cotidianas, con la disposición acentuada para la agresividad operativa (atacante, apetitiva) y las represalias vengativas14.
Algunos individuos descubren pronto los ingredientes euforizantes del combate y el deleite asociado a la subyugación victoriosa y la destrucción de bienes ajenos. De ahí los contingentes de voluntarios y mercenarios que siempre aparecen para enrolarse en las contiendas que caen cerca. Son individuos que tienen aptitudes para la brega, la confrontación y la resistencia física extrema, y que saben entrenarlas y optimizarlas con tesón. Algunos de ellos descubren que el máximo gozo vital que cabe disfrutar se experimenta en las luchas descarnadas, cuerpo a cuerpo, o en las incursiones sigilosas y destructivas que conllevan máximo riesgo. Los mecanismos neurales y hormonales que favorecen la eclosión de esos atributos temperamentales han comenzado a mapearse en detalle15.
1.4. Mentalidad tribal
Los niños de corta edad fijan fronteras grupales con una facilidad pasmosa. Sin entrenamiento previo de ningún tipo adoptan lindes, de inmediato, para distinguir entre «amigos» y «enemigos», entre «los míos» y «los otros», aunque la separación provenga de distinciones totalmente arbitrarias. Mediante «marcas neutras» asignadas de modo aleatorio para separar, en dos bandos, a un conjunto de chavales desconocidos entre sí, tal alineación distintiva pone en marcha unos sesgos de adscripción automática dentro de los corros donde se ha ido a parar, de modo que «los propios» devienen «virtuosos» en toda suerte de atributos y «los otros» se convierten en contrincantes molestos o «indeseables» incluso16.
Es importante que ese sesgo primado para el «favoritismo intragrupal» (chovinismo, gremialismo o etnocentrismo son denominaciones alternativas), constatado en multitud de situaciones y en toda suerte de culturas17, surja en edades muy tiernas18. Indica que la propensión de base hacia el alineamiento inmediato con «los propios», sean estos quienes fueren, es potente y prefigura el surgimiento de las tendencias tribales, en jóvenes y en adultos, cuando las marcas de separación son relevantes (familia, habla, color de la piel, indumentarias y pigmentaciones diferenciadoras, cánticos y enseñas grupales reconocibles).
Esa tendencia biológicamente prefigurada para erigir fronteras cognitivas y afectivas entre «nosotros» y «ellos» es el nutriente esencial del «tribalismo» coaligado y belicoso. Constituye la cimentación necesaria para que fenómenos como el sectarismo, el fundamentalismo o los faccionalismos cainitas cundan y exalten los ánimos agonísticos. Ese mismo proceso de sesgado progrupal acentuado facilita que los que quedan al otro lado de la frontera, los nuevos o añejos adversarios, pasen a ser aborrecidos, odiados y despreciados. Y más aún cuando las diferencias se enconan y fanatizan: los contrincantes devienen enemigos y son deshumanizados convirtiéndose en alimañas a exterminar19.
1.5. Moralidad «tribal»
El ímpetu dinamizador en las contiendas propicia, al tiempo que delimita, el encendido de los resortes morales que sellan los nexos de cohesión «fraternal» en el interior de cada grupo o comunidad. Las normas morales de no dañar al prójimo ni perjudicar sus bienes o intereses, las de prestar ayuda y socorrer en caso de necesidad, las de cuidar de los desfavorecidos y desvalidos, las de colaborar en los esfuerzos conjuntos y las que promueven actitudes favorables a la equidad, la lealtad y el respeto a las reglas básicas de convivencia, pueden ser obviadas más allá de la frontera grupal. Esas restricciones solo rigen para el propio bando. Con los enemigos, en cambio, todo vale: cualquier transgresión está permitida20.
La guerra requiere, a menudo, que se dé una exaltación de las tendencias prosociales o morales hacia los propios, por quienes puede darse el máximo esfuerzo cooperador u ofrecerse el sacrificio extremo, al tiempo que se oblitera, totalmente, cualquier contención o freno moral ante los adversarios a liquidar21. Las contiendas crean escenarios que conllevan comportamientos simultáneos de magnificación y obnubilación moral, delimitados tan solo por la frontera grupal: sacrificio, penalidades y martirio hacia el interior, junto a la devastación aniquiladora hacia el exterior. Puede funcionar así porque los resortes afectivos de la culpa, el remordimiento, la pena o la compasión ante el infausto destino de los adversarios están silenciados. Es más, puede sentirse gozo ante el daño, las penurias y los sufrimientos inflingidos a los enemigos. Esos fenómenos también cuentan con descripciones pormenorizadas de sus bases neurales, en los intrincados recodos de la circuitería y el funcionamiento del «cerebro moral»22.
1.6. Liderazgo imantador
La guerra es una empresa colectiva y requiere, siempre, dirección y coordinación. Incluso los asaltos, las redadas o las emboscadas más primarias que siguen practicando las bandas urbanas, los comandos guerrilleros o los sicarios del crimen organizado requieren estudio previo, un plan con asignación de funciones distintas y una dirección explícita23. En los grupos combativos el liderazgo se obtiene mediante la exhibición de atributos temperamentales peculiares: la determinación, el arrojo, la experiencia en lidiar con situaciones de máximo riesgo, la frialdad y la crueldad ayudan sobremanera. Pero también lo hacen la habilidad para sellar alianzas con camarillas de lugartenientes y guardaespaldas, así como las aptitudes manipuladoras y persuasoras para arrastrar a los combatientes y convencer a los soportes necesarios en la retaguardia24 .
No abundan los individuos que reúnan todas esas aptitudes a un tiempo, aunque cada generación aporta personajes con una buena carga «de fábrica», de esos rasgos cruciales. Más adelante, el aprendizaje y la competición con otros candidatos para alcanzar la cima moldean el cóctel temperamental particular de cada caudillo. En ese ámbito también hay que consignar progreso no solo en la descripción de los mecanismos neurales que hacen posible la coordinación eficiente entre líderes y seguidores25, sino en la caracterización de los mecanismos neuroendocrinos y cognitivos que andan detrás de esas personalidades singulares26.
El liderazgo y la jerarquización de funciones en la guerra introduce, sin embargo, unos ingredientes que complican el panorama para los modelos explicativos que se ciñen, tan solo, a la mera competición intergrupal. Es así porque los líderes, las camarillas de lugartenientes y el conjunto de los seguidores no solo se distinguen por el reparto diferencial de los botines y prebendas en caso de victoria, o de los castigos y quebrantos en caso de derrota, sino que pueden perseguir metas no necesariamente coincidentes de entrada. Es decir, la competición individual cuenta siempre, asimismo, en las contiendas intergrupales. De ahí que haya sorpresas considerables, con casos reiterados de liderazgos abusivos o tóxicos que se lamentan luego, durante largo tiempo, a pesar de sus enormes capacidades de persuasión y arrastre27.
1.7. Valores ensalzados y violencia virtuosa
Para ensanchar el marco de identificación grupal desde el clan familiar o la tribu formada por parentelas más o menos cercanas junto a conocidos y asimilados, hasta las aglomeraciones de gente en los asentamientos y las urbes, se acuñaron inventos señalizadores de pertenencia. Marcas, enseñas o creencias compartidas que indicaran una adscripción preferente y unívoca. Las nociones de «señorío», «feudo», «reino», «patria», «nación» o «país» cumplen esas funciones aglutinadoras cuando la amenaza de conflicto demanda unir fuerzas28.
Algunos de esos marcadores que denotan pertenencia a una comunidad concreta pueden devenir tan importantes o más incluso que el habla común o los rasgos físicos similares, adquiriendo una potencia motivacional que define y señorea la frontera grupal. Los cultos (religiones), los símbolos y enseñas típicos de un lugar o las congregaciones ideológicas (adscripciones políticas), propician así el ensamblaje combativo de millares y hasta millones de personas que poco o nada tienen en común entre sí y que se avienen a emprender aventuras sacrificadas y de alto riesgo. Con una bandera, un himno, una identidad colectiva y una «misión» preñada de marcadores (valores) ensalzados suele ser suficiente.
Las contiendas modernas se revisten siempre con esa justificación moralizante de altos vuelos. La destrucción y las matanzas ejecutadas en nombre de esos valores realzados se perciben como una «violencia virtuosa»29, puesto que intentan hacer prevalecer la plasmación «justa» del mundo que unos enemigos «descarriados» han emponzoñado. De ahí que, aprovechando la tremenda capacidad aniquiladora del armamento sofisticado, se pueda llegar al exterminio de masas ingentes de población civil «enemiga», sin tacha o remordimiento alguno. Ese peculiar trayecto «moral» también ha sido estudiado en los laboratorios de neurociencia social30.
1.8. Engarces con las disciplinas sociales
En esos siete frentes de pesquisas hay avances en la disección de los arietes psicobiológicos que fundamentan las propensiones combativas de los humanos, tanto cuando actúan por su cuenta y riesgo como, sobre todo, cuando lo hacen coaligados para enzarzarse en contiendas letales. La Guerra Infinita31 desmenuza cada uno de esos ámbitos con detalle y propone, además, vínculos de engarce plausibles con la sabiduría acumulada por las disciplinas sociales que vienen ocupándose de las guerras desde hace milenios32.
Ocurre, no obstante, que a pesar del legado de conocimiento procedente de las crónicas paleontológicas, arqueológicas e históricas más fiables o de los análisis estratégicos, económicos o filosóficos más certeros, las raíces primarias (psicobiológicas) de la tendencia a reiterar los conflictos bélicos continuaban huérfanas de explicaciones solventes. Las sendas para desentrañar las respuestas imprescindibles hay que buscarlas, hoy en día, en el fértil cruce de disciplinas científicas que se ocupan de la biología del comportamiento humano mediante aproximaciones incisivas y complementarias33.
Hay que partir necesariamente de ahí para desentrañar y revelar los porqués remotos de la tendencia a reiterar los enfrentamientos letales. Y es una tarea que debe culminarse, porque solo el diagnóstico adecuado y pormenorizado sobre esos porqués permitirá asentar, con creciente robustez, los sistemas de contención (leviatanes) y las medidas de prevención y prudencia (acuerdos y tratados de paz) que los humanos también saben edificar y sostener.
2. Guerras en Ucrania y Palestina: acotaciones desde el marco psicobiológico
Las dos contiendas que han encendido mayores desvelos, en fechas recientes, son las de Ucrania y Palestina. A pesar de los múltiples focos bélicos que se mantienen activos en distintas partes del globo, son esos dos conflictos los que han concitado una atención preferente porque acarrean ingredientes que pueden trastocar los equilibrios, las esferas de influencia y las relaciones de primacía entre las potencias dominantes en el mundo. Ambas guerras parecen escaparse, por su complejidad, del entramado de vectores básicos resumidos en el apartado anterior, al reunir atributos más que suficientes para catalogarlas como contiendas sofisticadas.
En el caso del conflicto entre Rusia y Ucrania se enfrentan dos enormes ejércitos, con altos grados de capacitación y un despliegue masivo de efectivos en frentes muy vastos, por ambos bandos. Las operaciones conllevan el uso de las tecnologías y recursos armamentísticos más avanzados y destructivos, tanto en los combates terrestres como en las campañas aéreas y marítimas, así como en las incursiones a distancia con misiles, drones y otros ingenios no tripulados guiados por satélites34. El flujo de suministros y provisiones para las operaciones atacantes, las defensivas y las de vigilancia es inmenso y necesita de un andamiaje logístico y de transporte de primerísimo nivel, así como de un entrenamiento y una profesionalidad ineludible. Todo ello requiere una alta especialización técnica y organizativa al servicio de una empresa desafiante, penosa y de larga duración. Para lidiar con esos requerimientos hay que prestar atención a muchos más factores que los descritos en el apartado anterior y de ahí que los especialistas en cuestiones militares se concentren en evaluar el curso de las operaciones, abordando las oscilaciones de esos múltiples estratos técnicos y prescindiendo de los ingredientes de base que facilitan la germinación y el estallido de las contiendas. Se dan por descontados.
En la imponente y devastadora campaña de castigo emprendida por el ejército israelí en la franja costera de Gaza, contra las huestes de Hamás, concurren elementos de complejidad parecida. El inesperado ataque relámpago que llevaron a cabo varias unidades de esa milicia palestina contra posiciones y poblaciones israelíes en las inmediaciones del enclave, el 7 de octubre de 2023, fue seguido por el anuncio y la preparación de una operación de represalia a gran escala. Una campaña que incluía, como objetivo primordial, el desmantelamiento de los centros de poder, los fortines, las instalaciones de lanzamiento de cohetes y las tortuosas estructuras defensivas que Hamás había ido construyendo a lo largo de los años en el subsuelo del enclave, así como la eliminación de los líderes y comandantes significados de la milicia, además del desplazamiento obligado de la población civil gazatí, bajo la amenaza de ser un objetivo militar directo. Al cabo de semanas de preparación, reuniendo grandes contingentes de efectivos y recursos bélicos, se puso en marcha una lenta pero arrasadora invasión que ha comportado operaciones terrestres, aéreas y marítimas de notoria complejidad y con un imponente despliegue de poderío destructivo. La primera fase de la campaña asoló la mitad norte del enclave hasta convertirla en un ingente cementerio de edificios derruidos, con miles de víctimas «colaterales» y una evacuación forzosa de más de un millón de personas que se hacinan en campamentos improvisados en la parte de la franja que linda con Egipto. Se anunció, además, la continuidad de la campaña de destrucción de la mitad Sur del enclave para alcanzar todos los objetivos.
Unas operaciones de tamaña complejidad organizativa y técnica parecen escaparse del todo del marco dibujado por los arietes psicobiológicos que promueven la ignición y el sostén de las contiendas. Puede aceptarse, quizás, que esos inductores primarios sirvan para el análisis de los enfrentamientos ocasionales entre bandas, clanes o cárteles, pero en los conflictos donde intervienen fuerzas militares integradas por enormes contingentes de personal y recursos bélicos, con alta capacitación tecnológica y un flujo incesante de suministros de vanguardia, hay que orientar los periscopios analíticos hacia otros ingredientes más decisivos. Así es, por descontado, pero ello no implica que deban orillarse los vectores primarios que se resumieron en el apartado anterior.
Un ejemplo bastará para enfatizar la relevancia de esos arietes en las contiendas sofisticadas. El factor «sorpresa» puede servir para ello. La capacidad de atacar «por sorpresa» es un elemento que confiere una ventaja indiscutible tanto en los enfrentamientos más sencillos como en las operaciones más complejas y a gran escala35. Es un ingrediente ventajoso que aprovechan las sigilosas tropas animales en sus incursiones mortíferas contra grupos desprevenidos de la vecindad36. Y el «raid» asaltante inesperado es la forma de combate más habitual entre los clanes y tribus que todavía perviven, hoy en día, en lugares remotos y difícilmente accesibles del planeta, manteniendo unas formas de vida ancestrales y con una tecnología muy rudimentaria anterior al neolítico37. Las comparaciones sistemáticas entre esas estrategias asaltantes en animales y en humanos primitivos han permitido señalar múltiples concomitancias38.
La rauda operación mortífera por parte de varios grupos de asalto de Hamás, aquella madrugada de octubre de 2023, tuvo los ingredientes de un «raid» primitivo y altamente destructivo. Se preparó con sigilo extremo, se consiguió burlar los sofisticados sistemas de rastreo de las fuerzas israelíes que vigilan, sin descanso, las fronteras del enclave y se lanzaron comandos atacantes que aprovecharon brechas abiertas en los muros y vallas de separación, con la acción combinada de explosivos, palas excavadoras y tractores, además de embarcaciones de pesca que llegaron a las playas adyacentes. Esos comandos atacaron a las avanzadillas israelíes de vigilancia y contención, a lo largo de la frontera gazatí, abriéndose paso hasta poblaciones, aldeas y campamentos cercanos donde, una vez abatidas las defensas y sometidas las resistencias, se dedicaron a detener y secuestrar a un gran número de rehenes para ser usados como botín y punta de lanza de la acción política de Hamás, durante la magna represalia israelí que vendría, previsiblemente, a continuación. El conjunto de la operación se sustanció en algo más de doce horas y aprovechó negligencias motivadas por la coincidencia (buscada) con una festividad israelí junto a la arrogancia (o el desdén, quizás), de presuponer que un asalto de esa magnitud sobrepasaba las capacidades de la milicia palestina. La masiva respuesta israelí prescindió, sin reparo alguno, del factor sorpresa fiándolo todo a la descomunal superioridad y capacidad bélica de sus fuerzas armadas y al reagrupamiento cohesionador de la población civil que un ataque de esas características suele conllevar39.
La invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, también renunció, por cierto, al factor sorpresa. De hecho, los ingentes preparativos de la invasión se pregonaron con machacona y orgullosa insistencia, aunque toparon con una incredulidad general en Occidente (se pensó que las imponentes maniobras en varias zonas de la frontera obedecían a una amenaza falaz al servicio de un farol ruso), que solo los servicios de inteligencia británico y norteamericanos procuraron desmentir, con nulo éxito, reiterando que la invasión era inminente. Esa coincidencia, en escenarios bélicos actuales, de unas tácticas combativas que remiten a procedimientos rudimentarios de asalto junto a vastas campañas bélicas de una gran complejidad, sirve para recordar que hay múltiples tipos de guerra y que las distintas modalidades pueden activarse en función de los recursos y necesidades del momento.
De hecho, la campaña rusa en Ucrania, aunque fue inaugurada con un aparatoso despliegue de fuerzas terrestres, con imponentes convoyes de armamento pesado que se adentraron, con decisión, en Ucrania por frentes diversos y muy distantes entre sí, tuvo también una incursión-relámpago inicial que buscó el dominio, en un asalto por sorpresa, de las instalaciones centrales del gobierno en Kiev. Esa operación fue lanzada desde un aeropuerto militar cercano a la capital, en Hostomel, que había sido capturado por fuerzas aerotransportadas rusas en las primeras horas de la invasión. El intento de asalto al núcleo de la gobernación ucraniana en el centro de Kiev fue abortado, no obstante, por las defensas dispuestas alrededor de la capital, así como en las encrucijadas y puntos clave, que estaban prevenidas y bien organizadas gracias a la fiable información de la inteligencia occidental. Durante unos días, no obstante, el destino de la capital anduvo en vilo y las potencias occidentales llegaron a ofrecer un rescate aéreo de urgencia a la dirigencia ucraniana para salir del país, una vía de escape que fue rechazada. El asedio y la toma de Kiev fracasó y al cabo de meses de feroces combates en la región y en la provincia de Járkov, con un gran número de bajas y pérdidas materiales, las fuerzas rusas se replegaron hacia el este para hacerse fuertes en las inmediaciones del Donbás. En el frente sur sus progresos fueron más notables y aseguraron para Rusia el control de un amplio corredor litoral en las inmediaciones del mar Negro, garantizando así el acceso terrestre a Crimea.
Si en lugar de situar el foco en las tácticas guerreras y en la necesidad de contar con comandos altamente entrenados y dispuestos al máximo sacrificio para afrontar asaltos arriesgadísimos, lo ponemos en los atributos del liderazgo o en la dirección del esfuerzo bélico, en ambas contiendas encontramos los vectores básicos señalados en el apartado anterior. El hiperliderazgo ejercido por Vladímir Putin fue considerado, de modo prácticamente unánime, en Occidente, como el ariete decisivo para explicar el inicio de la difícil, costosa y azarosa aventura ucraniana40. De pronto, todos los periscopios se centraron en la visión, las ambiciones y la personalidad del máximo dirigente ruso, así como en el férreo entramado de influencias domésticas que había creado, a lo largo de décadas, para garantizarse la lealtad de una todopoderosa camarilla de fieles que gobierna, con mano de hierro, los destinos de una de las grandes potencias mundiales41. Habrá tiempo para ponderar los fiascos de algunos pronósticos avanzados por afamados politólogos, que se apresuraron a avistar una derrota rápida y taxativa de las fuerzas militares rusas con la caída estrepitosa del líder y el subsiguiente desmantelamiento del régimen putiniano42. Quizás por no tener en cuenta hasta qué punto la influencia de la propaganda y el adoctrinamiento ejercido desde múltiples resortes de la autocracia putiniana, había llegado a calar en la ciudadanía de todas las Rusias43.
No parece menor la influencia del fortísimo liderazgo y el control ejercido por la cúpula de Hamás hasta el punto de planificar y llevar a cabo aventuras como el raidmortífero sobre Israel, de principios de octubre de 2023, con altísimas probabilidades de propiciar un retorno vengativo en forma de castigo aniquilador, no solo para los protagonistas directos del asalto, sino para el grueso de sus unidades armadas y el conjunto de su estructura organizativa. Por otro lado, la amplitud y la determinación arrasadora del desquite israelí denota la influencia decisiva del liderazgo de Benjamín Netanyahu y sus aliados del sionismo radicalizado, con sus políticas de menosprecio, exclusión y subyugación sistemática de la ciudadanía palestina, en el propio país o en la inmediata vecindad, para intentar convertirla en subsidiaria e irrelevante.
Incluso desde posiciones muy respetadas de la historiografía actual se ha vuelto a poner el énfasis en la necesidad de tener en cuenta las personalidades de los líderes más influyentes, para ofrecer unos panoramas explicativos más completos y solventes de los litigios pasados o en activo44. Hay, por consiguiente, un cúmulo de ingredientes de engarce con los vectores primarios, de base psicobiológica, de los enfrentamientos, sin merma alguna de la necesidad de abordar los múltiples factores añadidos por la complejidad y la sofisticación técnica de las contiendas.
3. Sistemas de paz
Aunque la gran mayoría de datos confirman la recurrencia de la belicosidad humana y la omnipresencia de las contiendas letales en todas las sociedades y en cualquier época, desde la biología evolutiva no han cesado de reunirse hallazgos que enfatizan, asimismo, la tolerancia y las capacidades conciliatorias de nuestra estirpe45. Hay que atenuar, de algún modo, el sombrío panorama que se suele vincular a las aproximaciones biológicas sobre la condición humana, con fundamentos más bien espúreos46.
En las sociedades ancestrales se ha constatado la existencia de «regulaciones» para promover la conciliación y mantener la convivencia pacífica entre comunidades vecinas47. En aborígenes australianos, malasios o amazónicos, y también en esquimales canadienses y norteamericanos se han encontrado indicios de la existencia de «sistemas de paz». La mayoría habían institucionalizado consejos o ligas de próceres que se encargaban de lidiar con las desavenencias o los litigios, sin dejar que llegaran a mayores y procurando orillar la opción de la contienda letal. Hay registros de enterramientos con una ausencia completa de masacres causadas por enfrentamientos graves, a lo largo de diversos siglos. Los ingredientes de esos sistemas de paz en esas sociedades «tolerantes» son los siguientes: