lunes, 23 de octubre de 2023

De las interpretaciones de España

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del sociólogo Ignacio Urquizu, va de las interpretaciones de España. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










¿Un diseño institucional integrador?
IGNACIO URQUIZU - El País
16 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Hace unas semanas, Ignacio Sánchez-Cuenca publicó en este periódico un artículo muy interesante sobre el problema territorial de nuestro país (EL PAÍS, 6-9-2023). La idea principal de su texto es que nuestro diseño institucional no es suficientemente integrador con las nacionalidades históricas. La plurinacionalidad no encuentra acomodo en el modelo territorial diseñado por nuestra Constitución. Una plurinacionalidad que, además, es rechazada por el nacionalismo español.
Esta idea se acompaña de un segundo argumento: el nacionalismo español se vincula a valores negativos. No es baladí que cuando habla de las culturas políticas que hay en los diferentes territorios, el indicador para la comparación sea el voto a la extrema derecha. Dice el autor: “Vox no consiguió ningún diputado en Galicia y País Vasco (tampoco en Navarra) y tan solo dos en Cataluña (de los 48 diputados que se elegían en las provincias catalanas). En el resto de España, la cosa fue bien distinta, obteniendo Vox en torno a un 15% del voto en casi todas las demás comunidades autónomas”.
Considero que el análisis que hace Sánchez-Cuenca, contiene tres errores. El primero de ellos es que presupone que los independentistas se quieren integrar. Para que un “diseño integrador” de nuestras instituciones tenga alguna posibilidad de éxito, los independentistas deberían asumir que forman parte de un todo y que toda reivindicación debe circunscribirse al conjunto de la unidad. En la medida que los objetivos de los nacionalistas son la separación de una parte del todo y la exclusión de aquellos que no comparten su identidad, cualquier diseño integrador se convierte en una quimera. Cualquier diseño institucional que aspire a ser estable y perdurable en el tiempo, necesita de un paso previo: que todos quieran formar parte de él. Y el separatismo se caracteriza por querer tener sus propias estructuras de Estado.
Un segundo error que se observa de forma sistemática en el debate territorial es que se habla muy poco de la propia pluralidad de las sociedades catalana y vasca. Quizás Sánchez-Cuenca tenga razón cuando dice que “históricamente, ha habido una falta de reconocimiento político o, en el mejor de los casos, un reconocimiento indirecto y vergonzante de la realidad plurinacional española”. Pero no es menos cierto que esa actitud también se observa en los propios nacionalistas. Los líderes independentistas dicen hablar en nombre de sus sociedades, sin reconocer la pluralidad de las mismas. El 23-J, en Cataluña las fuerzas no nacionalistas sumaron el 70% de los votos y obtuvieron 34 de los 48 escaños. En el País Vasco, la correlación de fuerzas estuvo más igualada: PNV y Bildu sumaron el 48% de los votos y 10 de los 18 escaños. En ambos territorios, la primera fuerza política fue el PSOE.
El tercero de los errores es presentar una idea de España un tanto sesgada. Es muy común asociar la idea de la nación española a la extrema derecha o al franquismo, como si, por ejemplo, Manuel Azaña o Indalecio Prieto no hubieran defendido una idea de España frente a los nacionalistas en la Segunda República y en el exilio. El historiador Ricardo Miralles, en su obra Indalecio Prieto. La nación española y el problema vasco. Textos políticos, señala cómo el histórico dirigente socialista acaba concluyendo que no hay un problema vasco, sino que es un problema con el “separatismo”. Tal y como recoge Miralles, Prieto en 1942 mandó una carta al histórico dirigente del Comité Central Socialista de Euskadi, Sergio Echeverría, donde acaba concluyendo: “El problema del separatismo me preocupa tremendamente, porque si se presentasen circunstancias favorables al restablecimiento de las instituciones democráticas de España, nos encontraríamos con un problema gravísimo”.
Además, si es cierto que existen distintas culturas políticas en nuestros territorios y el voto a Vox es una forma de medirlo, esta realidad es más compleja de lo que presenta Sánchez-Cuenca. Aunque trata de mostrar a las comunidades históricas como ajenas al votante de extrema derecha, lugares como Canarias, La Rioja o Asturias también contaron con porcentajes muy reducidos de apoyo a Vox. De hecho, el 23-J, el único territorio donde crecieron los votantes del partido de Santiago Abascal fue Cataluña.
Existen soluciones que quizás no resulten tan sexis como “una oportunidad histórica”. El primer paso sería reconocer no solo la plurinacionalidad de España, sino también la pluralidad identitaria de cada uno de los territorios. En segundo lugar, cualquier diseño institucional integrador debería perseguir hacer más fuerte al todo y no debilitarlo. En el debate territorial, echo de menos conceptos como solidaridad, cohesión… Finalmente, cualquier diseño institucional integrador no puede ser solo un acuerdo de la izquierda con los nacionalistas y regionalistas. Si la Transición sí fue una “oportunidad histórica” fue porque puso de acuerdo a la inmensa mayoría de los representantes políticos, siendo refrendado por el 88,5% de la ciudadanía que participó en el referéndum de 1978. Cualquier solución institucional al debate territorial, no puede ignorar a la mitad de la sociedad.

































[ARCHIVO DEL BLOG] El futuro. [Publicada el 10/06/2020]










No hay razón para preguntarnos qué será de nosotros; solo podemos preguntarnos por lo que queremos que ocurra: Sal de casa y crea el futuro, afirma en el A vuelapluma de hoy [Sal de casa y crea el futuro. El País, 1/6/2020] el escritor y periodista Francisco G. Basterra. 
El futuro no existe, lo ha borrado el microscópico virus que ha congelado el mundo. Constatarlo desconcierta, altera nuestro ADN, que no está diseñado para vivir en la incertidumbre. La agenda está en blanco. Primero, triunfar sobre la epidemia, al menos conseguir convivir con el patógeno, y luego ya veremos, caminando entre la niebla de los destrozos producidos por la covid-19.
Marc Lilla, profesor de Humanidades de la Universidad de Columbia, explica en The New York Times que no hay razón para preguntarnos qué será de nosotros; solo podemos preguntarnos por lo que queremos que ocurra y cómo hacer que ocurra. Crear el futuro. Estos primeros días de regreso a lo anterior, cuando voy a ver a mi nieta, me intimida el ¡Quédate en casa! colgado sobre las carreteras por el Gran Estado que se dibuja. Pero acontecen cosas que contienen presagios de ese nuevo, o no tanto, futuro geopolítico internacional resultante tras la gran calamidad. Utilizaré tres imágenes para vislumbrarlo.
Minneapolis. El vídeo dura 60 segundos pero la rodilla y el peso del policía, blanco, llevan ya siete aplastando el cuello de George Floyd, afroamericano, detenido junto a un coche. Floyd repite agónicos “no puedo respirar”. Muere. Racismo aún latente en EE UU, violencia policial. Oleada de protestas desde Nueva York a la costa del Pacífico. Toques de queda en las grandes ciudades, la Casa Blanca asediada. Furia y rabia producto de la combinación del homicidio de Floyd, la covid-19 y la depresión económica. Una sociedad enferma y polarizada. EE UU, por primera vez desde 1945, ha abandonado su liderazgo mundial y recupera la imagen del americano feo. El 3 de noviembre los estadounidenses decidirán quién será su presidente: un primer barrunto del futuro. La economía, con un paro que alcanzará el de la Gran Depresión de los años treinta, puede hacer presidente a Biden. ¿Aceptará Trump la derrota?
Gran Asamblea del Pueblo en Pekín. Codo con codo, 3.000 delegados con mascarillas votan, por 2.787 votos contra 1 y 6 abstenciones, una nueva ley de Seguridad Nacional que le será aplicada a Hong Kong para abortar su estatus legal democrático pactado en 1997 tras su descolonización. Xi aprovecha la pandemia para acabar con la autonomía y avisar a Taiwán. ¿Cómo es posible que el capitalismo autocrático de China, y la brutal represión de los disidentes se presenten como el sistema a imitar? Escalada de tensión entre EE UU y China.
Bruselas. Europa da un paso para ascender al rango de potencia estratégica, la tercera entre EE UU y China. Audacia calculada para la Europa de la próxima generación. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anuncia un plan de recuperación económica frente a la pandemia, valorado en 750.000 millones de euros. No mutualización de la deuda, pero casi. La UE es nuestro mundo, el de los valores democráticos, también el de la solidaridad. Gran noticia para recuperar el orgullo europeo si finalmente se confirma. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














domingo, 22 de octubre de 2023

De la paradoja de los buenos demócratas

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Juan Benet, va de la paradoja de los buenos demócratas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











La paradoja del verdadero demócrata’, un texto inédito de Juan Benet
JUAN BENET - Revista Babelia
14 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Te voy a revelar un secreto, le dice. Esa clase de secreto que más respeto merece pues con él no se oculta ni una falta ni un provecho. Más bien un recurso que protege una actitud y que al ser descubierto al tiempo que lo sublima la desmiente. Y por eso ha sido tan celosamente guardado.
Habrás oído decir que el verdadero demócrata no ansía el poder sino que más bien le repugna y que considerándolo como un mal menor y necesario no tiene otra opción que tratar no ya de hacerlo desaparecer sino de fragmentarlo lo más posible a fin de que sean muchas manos las que lo ostentan y por consiguiente resulte poco menos que imposible hacerse con él de manera absoluta. Tal fue, según he oído decir, el camino que siguieron las democracias ateniense, veneciana e inglesa, aquellas que buscaron y encontraron en el mar la fuente de su hegemonía. Según eso muchos han interpretado al demócrata como aquel que se propone la fragmentación del poder y la administración del mismo a cargo de un número de personas que en ningún caso se reducirá a una. Y el demócrata exige para sí una de esas clavijas del poder de la misma manera que permite que otras sean detentadas por otros siempre que respeten las reglas del juego. Tal es el supuesto ardid del demócrata pero aquel que lo es en verdad dista mucho de desear una fracción del poder, por muy exigua que sea.
El verdadero demócrata interviene en el juego competitivo del poder no tanto para ganarlo sino que para que lo ganen otros. Con el ardid del número y del sufragio, no intenta sino ser apartado del poder, puesto que siendo un hombre culto y respetuoso no puede aspirar a que sus opiniones sean compartidas por una gran mayoría. A fin de hacer posible el juego tiene que ocultar sus opiniones y ostentar otras que sean compatibles. Semejante comedia te lleva muchas veces al triunfo que en su fuero interno recusará y tratará pronto de que se vea interrumpido por un nuevo fracaso que le deparará la exposición de sus opiniones sinceras. El verdadero demócrata debe de estar en la oposición; debe de estar ejercitando la crítica, juzgando, censurando y a veces aplaudiendo. Pero le repugnará actuar porque siendo un hombre exigentemente educado nunca podrá estar seguro de sus convicciones si es que ha llegado a tener alguna firme. Entre las pocas que cree tener firmemente, es que las reglas del juego de la democracia deben de ser respetadas. Y él se presta al juego de la política no tanto para ganar el poder cuanto para que lo ganen aquellos que respetando también las reglas cuentan con opiniones y convicciones firmes. Sin embargo no es fácil para una misma persona tener esas opiniones firmes y respetar las reglas del juego; las opiniones cuanto más firmes son, más invasoras; y o bien se resquebrajan de una vez o bien la fuerza de convicción salta por encima de las reglas del juego; no es fácil contemplar cómo esas opiniones son derrotadas y mantener el talante sereno cuando la sociedad se extravía. Este es el momento que espera el verdadero demócrata. Repito, su presencia en el juego no es para ganarlo sino para moderarlo, para que mirándose en él los otros jugadores lo lleven a cabo correctamente. Y cuando uno se desmanda y aprovechándose del respeto de los demás gana el poder el verdadero demócrata prevalece. Diré más: su verdadero puesto es el exilio, allá donde sin posibilidad alguna de avanzar el poder arroja tal sombra sobre el tirano que éste poco a poco se democratiza. Semejante actitud no puede ser más atractiva ni más hipócrita; aureolado de esa elegante y desinteresada actitud de vez en cuando el verdadero demócrata gana algunos adeptos que contra su voluntad le obligan a triunfar. Ya se cuidará él de rectificar un error que el verdadero demócrata por sí mismo no cometería nunca. Porque con el tiempo de lo que se cuidará el verdadero demócrata es que ni siquiera sea atractivo; ha de ser un hombre feo, acre, desabrido y lo que puede perder por tosquedad lo ganará en altivez. Un hombre que se da muy pocas veces; que asoma incidentalmente en los libros de historia y de cuyo paso pocos autores dan noticia. Es un ave rara que se da en climas bastante fríos; y también por contraste en algunos muy secos. En España yo no he conocido ninguno.




























 





[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Tenemos que elegir entre libertad y seguridad? [Publicada el 09/06/2017]














No es una pregunta retórica, pero no necesito que la responda. Solo que piense en la respuesta: ¿estaría dispuesto a renunciar a su libertad en aras de su seguridad? Piense en ello antes de responderse a sí mismo. Cierto, de poco vale su libertad sin un grado aceptable de seguridad. Pero, ¿de que le vale su seguridad sin un un grado aceptable de libertad? ¿A cuál de las dos, libertad o seguridad (y las cito por orden alfabético) daría usted la prioridad? Yo lo tengo claro, pero como siempre digo, mi opinión no es relevante al respecto. 
Guillermo Altares es uno de los periodistas responsables de la sección de Internacional del diario El País, y hace dos días con motivo del último atentado yihadista en Londres y de las declaraciones subsiguientes de la, al menos hasta hoy, primera ministra del Reino Unido, Theresa May, anunciando severos recortes en cuanto a las libertades y derechos de los ciudadanos británicos para luchar con mayor eficacia contra el terrorismo islamista, escribía en ese diario un interesante artículo en el que comentaba que los excesos en las medidas contra el yihadismo pueden dañar los mismos valores que se tratan de defender en ese combate.
Se ha convertido en una rutina del horror, comenzaba diciendo: cada vez que se produce un atentado yihadista en Europa la pesquisa revela, de forma sistemática, que los autores habían sido investigados en algún momento u otro, que habían estado en el radar de la policía o de los servicios secretos pero que, al final, lograron actuar. La misma polémica que ha estallado ahora en el Reino Unido, tras los atentados del sábado en Londres, se produjo en Francia el 13 de noviembre de 2015, después de los atentados de París que costaron la vida a 130 personas.
Bernard Godard, continuaba diciendo, que había sido durante décadas el mayor experto en islam del Ministerio del Interior francés, aseguró entonces que era necesario aumentar los efectivos policiales, vigilar lo que ocurría en los barrios y las prisiones, por las que han pasado muchos de los que luego cometen atentados, así como llevar a cabo programas de desradicalización. Y creía que incluso se necesitaban medios para ir más allá: "Recabar informaciones más profundas sobre redes que se están constituyendo es importante, pero no es suficiente. Hay que prevenir antes, hay que trabajar incluso sobre el tráfico de armas. Es esencial coordinar todos los servicios: hay muchas historias de tráfico de armas y drogas que acaban relacionadas con el terrorismo".
Para poner en marcha todas esas medidas, señalaba, se necesitaban muchos fondos, pero también jugar con los límites de los mismos valores que se tratan de defender frente al terror, al forzar las fronteras del Estado de derecho con medidas que van desde la vigilancia constante hasta la detención domiciliaria preventiva, dictada por la policía, ni siquiera por un juez.
Cuando se produjeron los atentados contra el transporte público de Londres, en julio de 2005, seguía diciendo, se descubrió que tres de los cuatro suicidas que mataron a 52 personas provenían de un barrio en el que eran conocidos. La policía se dio cuenta entonces de que no sabía lo que ocurría en las mezquitas, más allá de algunos templos especialmente escandalosos por su radicalismo del llamado Londonistán. Scotland Yard anunció entonces la creación de una policía especial de proximidad. Hasta el nacimiento primero de Al Qaeda y luego del Estado Islámico (ISIS), los servicios de seguridad se habían curtido en la lucha contra el terrorismo clásico, contra una organización como el IRA, no contra una ideología que puede convertir en un asesino de masas a cualquier fanático que tenga a mano un coche y un cuchillo.
Desde entonces, añadía más adelante, las medidas antiterroristas no han hecho más que aumentar, tanto en Francia como en Reino Unido, los dos países europeos que han sufrido con más violencia los atentados yihadistas en los últimos años. No se trata solo de desplegar una enorme presencia policial (e incluso del Ejército) en los espacios públicos: en Reino Unido, cualquier ciudadano es grabado casi de manera constante cuando sale a la calle. Sin embargo, todo eso se ha revelado por ahora insuficiente. La policía puede detectar si alguien se ha radicalizado, por su propia información, a través de agentes de barrio o encubiertos, o por la colaboración ciudadana (mezquitas, imanes, vecinos, vigilancia de redes sociales), investigar si alguien desaparece y puede haber viajado a Siria, Irak, Afganistán o Pakistán y también buscarle cuando regresa. ¿Y luego?
En Francia, señalaba, existe una figura controvertida, que se aplica gracias al estado de excepción, renovado desde el ataque contra Charlie Hebdo en enero de 2015: la asignación a residencia, una medida de restricción de la libertad de un individuo, contra el que no hay cargos concretos, pero que la policía considera que puede ser un peligro para la sociedad. En Francia, el pasado mes de marzo estaban en esa situación 68 personas, 20 de ellas desde hace más de un año, mientras que en febrero de 2016 se había alcanzado la cifra máxima de 268. Reino Unido aplicó una medida similar entre 2005 y 2011, las llamadas Control Orders, que permitían retener a una persona en un domicilio vigilado "para proteger a los ciudadanos del riesgo de terrorismo", básicamente una privación de libertad sin ir a la cárcel con una acusación gaseosa.
Fueron abolidas en 2011, terminaba diciendo, tras una sentencia judicial, pero después de la última oleada de atentados algunos políticos, entre ellos la primera ministra Theresa May, han señalado que los derechos humanos son menos importantes que la lucha contra el terrorismo. Con motivo de su centenario, el Imperial War Museum de Londres ha dedicado una exposición a la guerra contra el terror con un trabajo del artista Edmund Clark, dedicado precisamente a esas Control Orders. Justo antes de su abolición, logró acceder durante dos meses, en diciembre de 2011 y enero de 2012, a la casa donde estaba recluido un hombre. La exposición, basada en decenas de pequeñas fotos con todos los detalles de la vivienda, trata de trasladar al visitante la sensación de claustrofobia y encierro que debía sufrir la persona recluida en esa casa. Pero esta metáfora puede aplicarse a la sociedad: no se trata de un problema legal —que también—, sino sobre todo de saber si las medidas que tomamos para evitar la violencia acabarán por encerrarnos también a nosotros, por someternos a la misma claustrofobia que trataba de recrear Clark. El debate lleva abierto más de una década y nadie ha encontrado una solución. Tampoco a la violencia.
¿Ya tiene una respuesta? Me alegro. Seguro que no lo hará más feliz, ni más libre, ni más seguro. A mí me pasa lo mismo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt