viernes, 11 de agosto de 2023

Del hedonismo hospitalario

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Irene Vallejo, va del hedonismo hospitalario. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Tener un cuerpo
IRENE VALLEJO
05 AGO 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Criaturas del deseo, amanecemos cada día obsesionadas por un mensaje que no llega; por un encuentro anhelado o temido; por la impaciencia burbujeante del viernes, antesala soñada del fin de semana. Presas en la hojarasca de ocupaciones y preocupaciones, no reparamos en la rotunda maravilla de despertar en un cuerpo saludable. Únicamente al perderlo se descubre ese placer prodigioso, cuando nos asalta el taladro de un dolor, el lento peregrinaje de las pruebas médicas, la angustia. Walt Whitman celebró esa insólita alegría corporal: “Gozaré como loco del vaho de mi aliento, mi lento respirar, el latir de mis entrañas, sangre y aire que inundan mis pulmones, el sentir que estoy sano bajo la luna llena”.
Nos cuesta amar nuestro físico así como es, oscilamos entre los extremos de modelarlo para adorarlo o descuidarlo por desdeñarlo: fetiche o fachada. Nuestros antepasados acusaron al cuerpo de ser lastre, infección, crisálida impura, castigo. Platón lo describió, con lenguaje penitenciario, como una prisión donde el alma cumple condena por sus faltas. En otros pasajes usó el juego de palabras griego sôma séma, “cuerpo tumba”. En ese paisaje, el filósofo Epicuro nadó contra corriente, colocando el cuidado corporal en el centro de sus teorías. Y así se convirtió en uno de los personajes más tergiversados de la historia. Como escribe Emilio Lledó en Fidelidad a Grecia: “El hecho de que su pensamiento fuese casi barrido de la historia, y de que solo quedase de él la caricatura que descubrimos en escritores posteriores, demuestra que algo revolucionario y conmovedor había en su mensaje”.
Hace más de 20 siglos, Epicuro compró una casa con un extenso jardín a las afueras de Atenas, donde fundó una singular escuela. A diferencia de la Academia platónica, no pretendía formar a futuros líderes políticos, sino que abría sus puertas a esclavos, mujeres, niños y ancianos. Allí, el dinero de los más ricos se repartía entre los más pobres para satisfacer las necesidades de la comunidad. Por entonces Grecia atravesaba un momento de dura crisis, y las cartas de Epicuro dibujan un nítido trasfondo de indigencias, miserias y dificultades. El filósofo del buen vivir aspiraba a un sueño colectivo modesto pero ambiciosísimo: “La voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío”. Tan fácil, tan irrenunciable.
Este ideal le granjeó calumnias y caricaturas. Los antiguos se burlaban de sus seguidores con el mote “cerdos de la piara de Epicuro”. En nuestro lenguaje actual, un epicúreo es un amante del lujo, un exquisito manirroto, aunque el maestro era lo opuesto a un sibarita derrochador: vestía ropa sencilla y se alimentaba a base de pan, queso y olivas. Al mismo tiempo era crítico con la hipocresía de los poderosos que, encumbrados en sus lujos, predicaban resignación y austeridad solo para pobres y esclavos. El epicureísmo es más actual que nunca por su demanda de placer para todos los cuerpos, pero también por su denuncia de la avidez.
Aquellos inquilinos del jardín sabían que gozar requiere pensar: el poder intenta controlarnos modelando nuestros deseos. Un coro de voces nos invita a gastar sin medida, como si la clave de la buena vida fuese una tarjeta de crédito humeante. Epicuro cuestionó ese consumo codicioso que promete siempre una sensación más, un estímulo nuevo, dejando atrás tierra esquilmada. El filósofo sugería cultivar una libertad inteligente, compartida, consentida y sin compulsiones. Beber sin alcoholizarnos, comprar sin endeudarnos, comer sin hartarnos, saborear los manjares del jardín sin destruirlo, placeres generosos y nunca posesivos. No es una cuestión de templanza, sino de independencia, pues la adicción desemboca en esclavitud. Frente al goce egoísta, Epicuro buscaba un hedonismo más sabio cuanto más hospitalario, atento a no agredir al disfrute de los demás y de quienes vendrán. Cubiertos los mínimos vitales para todos, crecemos en colaboración, conversación y amistad, porque la alegría pide compañeros. Esa teoría se tergiversó para desacreditar su mirada revolucionaria. La filosofía del cuerpo sigue denunciando las dos fallas de nuestro mundo: el exceso de miseria y la miseria del exceso. 
































jueves, 10 de agosto de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre conservadores y populistas. [Publicada el 10/12/2017]











Los conservadores y la izquierda populista adoran el antagonismo. La obsesión por la estabilidad de los primeros resulta hiriente para quienes están en desventaja; los segundos consideran la democracia como una cadena de ‘big-bangs’ constituyentes, comenta en El País el profesor Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco. 
Los conservadores ignoran con demasiada facilidad las asimetrías del poder constituido y tienen demasiado miedo a las posibilidades que abre todo proceso constituyente, cualquier intervención abierta del pueblo; de ahí su escaso entusiasmo ante las reformas constitucionales, los movimientos sociales, los plebiscitos o la participación en general, comienza diciendo Innerarity. La izquierda populista, por el contrario, acostumbra a sobrevalorar esas posibilidades y a desentenderse de sus límites y riesgos. Unos dan las alternativas por imposibles y otros por evidentes. Para los primeros, cualquier cosa que se mueva es un desbordamiento; para los segundos, la espontaneidad popular es necesariamente buena.
Este es el marco de discusión en el que se plantea la crítica de Íñigo Errejón al reciente libro de José María Lassalle Contra el populismo (Babelia, 9 de septiembre, réplica el 15 de septiembre), quienes representan por cierto las versiones mas liberales y mejor razonadas de sus respectivas familias políticas. Como suele ocurrir en estos casos, tras un encarnizado debate hay más cosas en común de las que parecen, entre otras, una división del campo político muy binaria y antagonista (la estabilidad frente al desorden o los de arriba contra los de abajo), como si no hubiera otras posibilidades de plantear los términos de la discusión. Ambos adoran el antagonismo, en el que se asientan cómodamente para el combate político que más les conviene. Esto es lo que explica, por ejemplo, el curioso “afecto antagónico” que se profesan el PP y Podemos, mientras dejan fuera a todos los demás. El antipopulismo se ha convertido en el instrumento de legitimación de los conservadores del mismo modo que los populistas se entienden a sí mismos como el verdadero antídoto del elitismo conservador.
Ahora bien, si algo ha tenido de bueno el populismo ha sido cuestionar los discursos establecidos, los marcos hegemónicos que nos obligaban a encajar en categorías demasiado rígidas. Espero que se me permita cuestionar esta nueva división del territorio ideológico entre tecnócratas y populistas en los que ambos se desenvuelven con excesiva comodidad. De entrada, ¿por qué tiene que haber marcos hegemónicos?; ¿por qué esos marcos tienen que adoptar necesariamente la forma de un antagonismo y precisamente de ese antagonismo? ¿No es cierto que la configuración de un debate a partir de la lógica antagonista tiene una exasperante continuidad con las clásicas trincheras ideológicas que tanto nos desgarran y tan poco permiten abordar los problemas sociales que exigirían, por ejemplo, un marco de juego menos competitivo? Lo peor del debate público tal como lo padecemos es que quien critica algo es reagrupado inmediatamente entre los siniestros defensores de lo contrario; quien plantea objeciones al orden establecido es necesariamente un sembrador de divisiones, quien desconfía del populismo se erige en defensor de las peores élites… No es posible manifestar alguna insatisfacción en relación con cómo se plantean los términos del debate sin que eso le convierta a uno en un enemigo o, peor, en un equidistante.
Tienen razón los conservadores cuando critican a quienes parecen considerar la democracia como una sucesión de big bangs constituyentes, pero resulta exasperante su obsesión con la estabilidad que, por un lado, resulta muy hiriente para quienes se encuentran en situaciones de injusticia y desventaja, pero que además se ha revelado paradójicamente como la mayor fuente de inestabilidad. La sociedad democrática es un espacio abierto en el que se plantean muchos desafíos (qué término tan recurrente a la hora de descalificar cualquier aspiración a modificar las reglas del juego) que pretenden al menos revisar si el modo como se ha institucionalizado la política sigue teniendo sentido o ha generado algún tipo de desventaja injustificable. Los que velan celosamente por el orden establecido aprovechan este momento para argumentar que cualquier modificación debe llevarse a cabo a través de los cauces legales establecidos, pero no nos dan ninguna respuesta a la pregunta acerca de qué hacer cuando ese marco predetermina el resultado (y no estoy hablando, necesariamente, de Cataluña). La legalidad es un valor político cuando incluye procedimientos de reforma de resultado abierto; si no, apelar a ella es puro ventajismo.
Los populistas tienen una consideración demasiado negativa de la política institucional y una excesiva confianza en que de los momentos constituyentes no puede salir nada malo. Es cierto que sin la sacudida de agitación popular nuestras democracias se cosificarían y que las élites tienen una tentación muy poderosa de evitar que se reexaminen las reglas del juego. Pero el populismo tiene muy poca sensibilidad hacia las asimetrías que se producen en todo momento constituyente (donde participan más los más activos, los que tienen más capacidad de presionar, los más radicalizados…). Al mismo tiempo, no hay en la producción ideológica del populismo instrumentos conceptuales que permitan disipar la sospecha de que la futura mayoría triunfante va a incluir a las minorías perdedoras entre quienes formar parte del pueblo. Y no estoy hablando de intenciones, sino de conceptos y cultura política. ¿Quién nos asegura que las nuevas élites se van a comportar con una lógica menos excluyente que las anteriores, desde el momento en el que se justifican por la épica apelación a la soberanía popular y no por la prosaica defensa del orden y la estabilidad? Mientras no se resuelva esa desconfianza, el populismo seguirá siendo poco atractivo para aquellos sectores de la izquierda que tienen una sensibilidad liberal.
Al final, es la igualdad democrática lo que debería preocuparnos. La relación inestable entre poder constituido y poder constituyente, entre las razones del orden estabilizador y las del desorden creativo, debe entenderse como un campo de tensión cuyo objetivo final es corregir las desigualdades manifiestas que contradicen el principio democrático de que todos tengamos igual capacidad de influir en la configuración de la voluntad política. Así entendidas las cosas, la función de las instituciones políticas es asegurar dicha igualdad, impidiendo la cosificación de las élites o corrigiendo las asimetrías en los momentos de espontaneidad popular. Los conservadores no pueden garantizar esa igualdad mientras no permitan procedimientos para verificarla, algunos de los cuales les parecerán “subversivos”; los populistas practican un elitismo invertido y donde los conservadores sostenían la inocencia de los expertos ellos defienden la infalibilidad del pueblo. Solo quien haya entendido que las instituciones democráticas tienen su justificación en la igualdad y no en el mero orden o en el mero cambio será capaz de pensar la democracia fuera del marco mental que quieren imponernos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












De la función del escritor

 








Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Javier Cercas, va de la función del escritor. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







Milan Kundera y la función del escritor
JAVIER CERCAS
06 AGO 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Milan Kundera pensaba que un novelista sensato no debe opinar sobre política: en cuanto un novelista opina sobre política, pensaba, pasa a ser juzgado por sus opiniones políticas y no por sus novelas, lo cual es una catástrofe, porque lo mejor que puede decir un novelista lo dice con sus novelas, no con sus opiniones políticas. Como insensato novelista que opina sobre política, opino que Kundera lleva razón. El escritor checo habló muy poco de política en su escéptica madurez parisiense —no así en su juventud praguense de entusiasta estalinista—, pero nunca se libró del sambenito de escritor político, ni logró que sus libros dejaran de leerse como meros testimonios de un disidente de la Europa comunista. Una paradoja muy kunderiana, que demuestra que, como dijo el oráculo, hagas lo que hagas, te arrepentirás.
Kundera murió el 11 de julio en París, donde residía desde 1980. Apenas dio a la imprenta un libro irrelevante, pero, vistas con la perspectiva del tiempo, las cuatro novelas que publicó antes de La insoportable levedad del ser se me antojan casi ejercicios preparatorios. Cyril Connolly sostenía que la verdadera función de un escritor consiste en escribir una obra maestra. Kundera escribió dos: La insoportable… y La inmortalidad. La primera tuvo un problema: se convirtió en un best seller, lo que autorizó a los papanatas a despreciarla sin leerla, o leyéndola por encima. Lo sé porque yo era uno de ellos; de hecho, sólo la leí porque Italo Calvino aseguró que era un acontecimiento literario. Lo era. En esa novela cristaliza la fórmula Kundera, compuesta en lo esencial por cinco ingredientes. Primero: la feliz combinación del espíritu libérrimo, mestizo, gamberro, digresivo y humorístico de la novela primitiva (o cervantina) y el rigor geométrico de la novela moderna (o flaubertiana), que exige que cada pieza desempeñe una función en el conjunto, como en un rompecabezas. Segundo: la mezcla inextricable de narración y reflexión, de tal modo que, en las novelas de Kundera, las ideas son tan esenciales como los personajes o la trama. Tercero: una composición musical (Kundera era hijo de músico y estudió música), a base de repeticiones y variaciones de motivos que estructuran el libro y lo abren a sentidos imprevistos. Cuarto: una prosa de una transparencia cristalina, empapada de Kafka y ­Hemingway, capaz de sumergirse en honduras filosóficas sin perder claridad. Y quinto (pero no menos importante): el uso sistemático de la ironía; como cualquier persona sensata, Kundera sentía una admiración infinita por Cervantes, pensaba que los novelistas sólo debemos rendir cuentas ante él, que Cervantes había impuesto la ironía como instrumento esencial de la novela, que la ironía es una forma de conocimiento tan útil como la ciencia, y el humor, la cosa más seria del mundo.
He ahí su fórmula, que luego aplicó en sus novelas posteriores, deliciosa música de cámara comparadas con sus dos grandes sinfonías. (Es un reproche que se le podría hacer a Kundera: que, una vez que se encontró a sí mismo, no buscara otro Kundera). Fue sobre todo un novelista, pero sus ensayos son tan valiosos como sus novelas: salvo Vargas Llosa, no conozco a ningún novelista actual con una visión tan coherente, poderosa y persuasiva de la novela. Fuera de su país lo apreciamos mucho más que dentro, porque nadie es profeta en su tierra y porque sus novelas tocan puntos neurálgicos de la historia checa, ante los cuales los paisanos exigen que se tome partido con claridad, que es casi lo peor que puede hacer un novelista. Consideraba que la biografía de un autor es irrelevante para entender su obra, porque había leído a Proust y sabía que el verdadero yo del escritor “no se muestra más que en sus libros”. Consideraba asimismo que la novela es ante todo una herramienta de conocimiento existencial. “El valor de una novela”, escribió, “reside en la revelación de las posibilidades hasta entonces ocultas de la existencia como tal; dicho de otro modo: la novela descubre lo que está oculto en cada  uno de nosotros”. Milan Kundera fue uno de los novelistas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.





























miércoles, 9 de agosto de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] ¿De qué me sirve perdonar? [Publicada el 23/09/2019]









La víctima que sigue sufriendo es incómoda porque su dolor señala tanto a los culpables como a los cómplices y recuerda que hay un daño sin reparar, afirma la historiadora Edurne Portela.
Hace pocos días, comienza diciendo Portela, el 7 de septiembre, el abad de Montserrat, Josep María Soler, pidió públicamente perdón por los abusos sexuales a menores cometidos por religiosos en su monasterio, en particular por un depredador con nombre y apellido: Andreu Soler, quien abusó impunemente durante 40 años de un número todavía indeterminado de menores. El pederasta murió en 2008 sin haber sido juzgado por sus crímenes. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, debieron de pensar los abades y monjes que lo protegieron. Hasta que ahora, el otro Soler, el abad, ha decidido airear el tema, pedir perdón y prometer “protocolos” (asumiendo así que el abuso de menores es inevitable y que lo que faltan son “protocolos” para detectarlo, en vez de erradicarlo).
Pocos días antes, concretamente el 4 de septiembre, Nora Strejilevich, superviviente de la dictadura argentina de Videla, estaba presentando en Madrid su obra Una sola muerte numerosa (Sitara, 2019), en la que recoge sus experiencias y las de aquellos que no sobrevivieron. No voy a hablar hoy de las víctimas secuestradas, torturadas, desaparecidas, exiliadas, de la dictadura genocida, sino de una respuesta que la autora dio a una mujer del público que le preguntó por el perdón. Strejilevich dijo que ella no tenía nada que perdonar a quien no asumía responsabilidades, a quien no había pagado por sus crímenes, a quien, en el peor de los casos, había vivido defendiendo su violencia; en el mejor, intentando ocultar la verdad. “¿De qué me sirve a mí perdonar?”, preguntó Strejilevich.
He defendido en más de una ocasión que el perdón a veces sirve más al verdugo que a la víctima. La víctima, de hecho, puede sufrir una reactivación de su trauma al tener que enfrentarse al dilema de si debe otorgar el perdón. Esto, por supuesto, no es cierto para todas las víctimas. Algunas sí aceptan la petición de perdón por parte de sus victimarios. Pero también es cierto que en esos casos ha habido normalmente un proceso anterior por el cual el victimario ha mostrado un interés por satisfacer las necesidades de la víctima en cuanto a la consecución de verdad y justicia. Sólo después de ese proceso previo, ha llegado el perdón. Sólo después de ese compromiso restaurador, el verdugo es perdonado.
En demasiadas ocasiones, la misma sociedad o comunidad que ha sido cómplice de los crímenes pasados (por su silencio, omisión o connivencia) exige a la víctima que perdone. La víctima que sigue sufriendo, sobre todo la que hace ese sufrimiento público, es incómoda porque su dolor señala tanto a los culpables como a los cómplices, recuerda que hay un daño sin reparar. Por eso a la víctima se le dice que, si perdona, se sentirá mejor, pasará página, olvidará el agravio. Si no lo hace, se le recriminará que vive en el pasado, que remueve heridas. Cuando la petición de perdón no es el paso final de una serie de medidas concretas de reparación (principalmente la investigación del crimen y persecución de los culpables con intervención de la justicia), no es más que un gesto vacío o, peor, un insulto. “¿De qué me sirve a mí perdonar?”, decía Strejilevich. No le sirve de nada porque lo que ella ha necesitado desde esa tarde de 1977 cuando la secuestraron y la llevaron a un centro clandestino de detención para torturarla brutalmente es justicia. ¿De qué les sirve a las víctimas de Andreu Soler que les pidan perdón cuando no se ha hecho justicia? Eso sólo lo saben ellos, pero el abad y sus colegas deberían preguntárselo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











Del buen gobernante

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la jurista Mariola Urrea, va del buen gobernante. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Una idea de esperanza
MARIOLA URREA CORRES
06 AGO 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Así ha titulado Ximo Puig lo que denomina una carta de urgencia, que recoge una primera reflexión tras ocho años de Gobierno y que nace, según afirma el autor, del sentimiento de que este tiempo no puede ser “un paréntesis entre dos nadas”. El texto, cuidado en sistemática y formulación, merece la pena ser leído. Incluye una reivindicación de la tarea de gobierno, con datos que actúan a modo de protector de un legado que puede estar amenazado por el Gobierno salido de las elecciones del 28-M. Más interesante me parece, sin embargo, la manera sutil con la que se describe una forma de entender y hacer política; y es ahí donde se percibe con claridad que lo que allí se dice está pensado. Se habla de respeto, de palabra, de identidad, de lealtad, de reputación, de protección, de progreso y de esperanza.
He disfrutado de su lectura en una semana en la que el acuerdo de PP y Vox en Aragón ha permitido configurar el último de los gobiernos autonómicos en el que el partido de Núñez Feijóo acepta, en una estrategia poco meditada, una agenda ultraconservadora que no difiere en términos generales de la que Santiago Abascal ya impuso en Castilla y León y ahora ha replicado en Extremadura, Valencia o Baleares. La ultraderecha nunca ha ocultado el propósito para el que pide la confianza a los ciudadanos en las elecciones: derogar todo aquello que tenga que ver con la memoria histórica, desmantelar el avance en derechos para determinados colectivos, apoyar una idea de familia, rechazar la inmigración ilegal y perseguirla con métodos poco compatibles con la legislación vigente, intervenir en el ámbito de la educación sobre presunciones ciertamente disparatadas, negar evidencias científicas en materia de emergencia climática, además de apostar por bajar impuestos sin reparar en sus consecuencias sobre el Estado de bienestar, entre otros.
Imponer estas y otras ideas en aquellos gobiernos autonómicos para los que Vox es determinante resulta de una lógica política aplastante. Lo propio cabe decir en el supuesto de que los escaños obtenidos por ese mismo partido en las elecciones generales pudieran ser de utilidad para investir a Alberto Núñez Feijóo como presidente. Pero, ¿qué consecuencias tendrá para el PP que la ultraderecha colonice elementos tan sensibles para una mayoría a la que dice aspirar a gobernar? El riesgo, como resulta fácil de intuir, no está solo en la cesión de un área determinada de gestión con más o menos competencias y presupuesto. La verdadera hipoteca que el PP ha contraído a nivel autonómico impacta en la identidad política de un partido que aspira legítimamente a gobernar España, lastrando de manera definitiva las posibilidades reales de lograr su objetivo.
Y es aquí donde vuelvo a la reflexión de quien fue presidente de la Generalitat valenciana cuando afirma que “quien no es capaz de entender todas las miradas de una sociedad diversa, quien no es capaz de respetar la polifonía de voces de una sociedad plural es imposible que gobierne bien”. La reflexión sirve para el gobierno de las comunidades autónomas, pero resulta todavía más necesaria cuando se trata de gobernar un país como España donde la fragmentación parlamentaria que tanto complica los escenarios de investidura es el reflejo de la diversidad que describe al conjunto de la sociedad y que determina el parámetro para ordenar su convivencia. De ahí que los debates previos a la configuración de una mayoría que avale una investidura estén trufados de temas que enfatizan este rasgo de nuestro país. La cuestión territorial es, sin duda, un elemento recurrente que exige para su administración exitosa una mirada en clave federal y altas dosis de lealtad entre las partes que componen el todo, algo en lo que España tiene todavía margen de mejora desde la dimensión jurídica, institucional y también política. No es tiempo ahora de detalles, sino de señalar que quien sea capaz de declinar el conjunto de pretensiones, intereses o aspiraciones que representan los distintos partidos políticos con representación en las Cortes Generales dará prueba de estar mejor capacitado para comprender a la España real y, desde ahí, ganarse el derecho a gobernarla.





























martes, 8 de agosto de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Ochenta años del "Guernica" de Picasso. [Publicada el 11/05/2017]









Han coincidido las largas colas que se están formando en Madrid delante del Reina Sofía para visitar la exposición que celebra el 80º aniversario del Guernica, escribía en El País el historiador José Andrés Rojo, con la exhibición de fuerza de Estados Unidos sobre un remoto paraje de Afganistán para castigar con la madre de todas las bombas las actividades en ese país de los yihadistas del Estado Islámico. El resultado, cerca de un centenar de muertos.
El episodio que sirvió de inspiración a Pablo Picasso (1881-1973) para realizar la imponente obra, que presidió el pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1937 —un encargo que le hizo la Segunda República—, fue el bombardeo de la legión Cóndor sobre Guernica, el 26 de abril de 1937, durante la campaña del Norte, en la que se habían volcado las fuerzas franquistas después de fracasar en la conquista de Madrid durante la Guerra Civil.
Era un día soleado de mercado y los habitantes de la villa andaban en sus cosas cuando aparecieron en el cielo los aviones Juncker, una de las tantas ayudas del régimen de Hitler a los militares que dieron el golpe de Estado. Primero lanzaron unas cuantas bombas pesadas, luego ametrallaron a la población cuando salía escopetada, y finalmente lanzaron bombas incendiarias. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de puro infierno. Después regresaron a sus aeródromos, como quien dice, sin que se les estropeara el peinado. Murieron más de un centenar largo de personas (aunque las cifras han bailado mucho). Y eso fue lo que atrapó Picasso: el inmenso dolor de los inocentes. Por eso en su cuadro hay mujeres, una criatura sin vida, algunos animales. Y un hombre tirado con la espada rota: impotente para herir la fría indumentaria de las máquinas.
Todo el mundo parece que está gritando en el Guernica. Todos parecen agitados, desgarrados, rotos. Al mismo tiempo, el cuadro está como atravesado por un insoportable manto de silencio.
Fíjense en el relincho del caballo; si se fijan con atención, es insoportable. ¿Qué saben las bestias de ese castigo que les llega del cielo sin ningún aviso? ¿Qué saben de la guerra? Nadie podrá jamás hacerles entender a qué obedece ese brutal castigo que les cae sin venir a cuento. Igual salieron galopando desesperados. Corrieron y corrieron como locos. A alguno debió partirle el cuerpo uno de esos siniestros artefactos; igual otros se vieron envueltos en las llamas que las bombas provocaron. Quedaron las bestias asombradas ante tanto horror. Ahí está el toro (como si llorara).
Guernica era una ciudad indefensa. No se la atacó porque fuera un objetivo militar. La legión Cóndor simplemente hizo abdominales, ejercicios para lo que pudiera venir después. Franco se lo permitió. Y Picasso pintó su cuadro como un grito contra tanta aberración. En 1981, el Guernica regresó a España. En este país que tan mal se lleva con sus símbolos, llegó como un regalo a la nueva democracia. Y como un símbolo contra el terror, y a favor de la piedad, se ha quedado definitivamente con nosotros.
Les invito a visitar virtualmente conmigo la exposición Piedad y terror en Picasso que tiene lugar en el Museo Reina Sofía de Madrid entre los días 5 de abril y 4 de septiembre de este año, y el número especial que el diario El País le ha dedicado a la efeméride. Merece la pena que lo hagamos juntos. ¿Me acompañan?... Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt