sábado, 6 de mayo de 2023

Del sexo de cada uno

 







Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Marina Perezagua, va del sexo de cada uno. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








El sexo verdadero
MARINA PEREZAGUA
30 ABR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Por la naturaleza de este texto, no sería justo empezar con mis palabras, así que voy a cederlas al cuerpo de una persona nacida en Francia en el año 1838. Específicamente, voy a cederlas a su cuerpo abierto, revelando algunos datos de la autopsia de Herculine Barbin:
“Si se separan los muslos, se percibe una hendidura longitudinal, que se extiende desde el monte de venus hasta las cercanías del ano. En la parte superior, se encuentra un cuerpo peniforme de una longitud de cuatro a cinco centímetros desde su punto de inserción hasta su extremidad libre, que está formada por un glande cubierto de un prepucio ligeramente aplanado en la parte inferior e imperforado. Este pequeño miembro, tan alejado por sus dimensiones del clítoris como de la verga en su estado normal, puede... inflarse, endurecerse y alargarse. La conformación de los órganos genitales externos de este individuo le permitía, aunque manifiestamente fuera un hombre, jugar en el coito indistintamente el papel de un hombre o de una mujer.... Podía desempeñar el papel de hombre en este acto gracias a un pene imperforado susceptible de erección y que alcanzaba entonces el volumen de la verga de algunos individuos regularmente conformados”. Este cuerpo, antes de que el doctor Chesnet diseccionara cada una de sus partes, dejó su testimonio de vida, de amor y sufrimiento, en unos diarios que Michel Foucault rescató y más tarde entregó para su publicación con el título de Herculine Barbin, llamada Alexina B. Herculine fue lo que, en su época, se conocía como hermafrodita, término que más tarde fue sustituido por uno más afortunado, menos circense: intersexual. Herculine era, biológicamente, hombre y mujer. Tenía testículos y tenía vagina. Y recordemos: su sexo estaba tan alejado por sus dimensiones del clítoris como de la verga. Toda la vida de Herculine estuvo marcada por el dolor ante la imposición de asignarle un sexo verdadero, y sus diarios son el testimonio de un ser humano que sufrió hasta las últimas consecuencias este intento por parte de otros de controlar su mente, es decir: otorgarle un nombre a su sexo. Ante ello, Foucault se pregunta: “¿Verdaderamente tenemos necesidad de un sexo verdadero?”. Herculine comienza su diario anticipando su inminente suicidio, estas son sus primeras palabras escritas: “Tengo 25 años y, aunque todavía joven, me aproximo, sin dudarlo, al término fatal de mi existencia”. A partir de ahí, con excelentes mecanismos literarios en la dosificación de la intriga y el suspense, Herculine narra con una sencillez, una bondad y un dolor lacerante, su intento por amar y ser amada más allá de ninguna categoría. Pero Herculine no tiene permitido amar, y, por último, ni siquiera trabajar. Ella, él, que se había ganado a fuerza de disciplina y estudio una excelente preparación académica y había trabajado como institutriz, vio terminada su carrera cuando su sexualidad ambigua fue expuesta y obligada a adscribirse a una etiqueta: hombre o mujer. ¡Hombre! —decidieron los médicos. Y le cambiaron el nombre: Abel. Abel tuvo que huir de su pequeña comunidad para encontrar el anonimato en París, pero ni allí recobró la libertad de su indefinición. Vagabundeó buscando cualquier tipo de trabajo, y, como él mismo dice: “no hay puerta que no llamara”. Abel pasa hambre los últimos meses de su vida, hasta que en un mes de febrero su cadáver fue encontrado en la habitación de un inmundo hostal parisino. Se había suicidado con un hornillo de carbón. Junto a ella, junto a él, reposaban sus diarios y una certeza que cualquier lector será capaz de sentir: Herculine fue muy desgraciada, pero siempre amó la vida. Herculine no se suicidó, a Herculine la suicidaron.
Decía Foucault lo siguiente: “Es en el terreno del sexo donde hay que buscar las verdades más secretas y profundas del individuo; es allí donde se descubre mejor lo que somos y lo que nos determina. Y si durante siglos se ha creído necesario ocultar las cosas del sexo porque resultaban vergonzantes, ahora se sabe que es precisamente en el sexo donde se ocultan las partes más secretas del individuo: la estructura de sus fantasmas, las raíces de su yo, las formas de su relación con lo real. En el fondo del sexo, la verdad”. Herculine deja registrado en sus diarios sus confesiones con distintos sacerdotes en diferentes etapas de su vida, en parte en busca desesperada de ayuda. Sin embargo, la confesión siempre fue uno de los aparatos de control más poderosos, y de un gran ingenio, pues se trata de un sacramento que facilita que nos delatemos a nosotros mismos. ¿Por qué siento que, casi dos siglos después, estamos expuestos más que nunca a una confesión laica llamada a escudriñar lo más íntimo de nuestro ser?: En el fondo del sexo, la verdad. ¿Puede ser la búsqueda de nuestra verdad más íntima por parte de otros una manera de control? ¿No es esta obligación a autodefinirnos públicamente una confesión que no debería salir de las fronteras de nuestra intimidad? Antonio Serrano, en su Historia política de la verdad, recuerda un pensamiento de Nietzche: “Las palabras fueron siempre inventadas por las clases superiores”. En este preciso segundo, no sé si se está añadiendo alguna letra más a las siglas LGBTIQ+ (lesbiana, gay, bisexual, transgénero, transexual, travesti, intersexual, queer y “más”). Lo que sí sé es que las dos primeras letras, L y G, tuvieron que luchar en las calles por sus derechos humanos, conocieron el dolor, los golpes, la prisión, muchos murieron por ello, se sacrificaron por otros. Lograron un cambio real y necesario. La homosexualidad aún conlleva la pena de muerte en muchos países, ¿hacemos algo? En absoluto. ¿Nos coseríamos cualquier letra en la solapa de la chaqueta si tuviéramos que montarnos en un vagón hacia lo incierto o hacia muerte? No. Es más, puede que dentro de 20, 30 años consideremos, al pensar en estos días de hoy, que la necesidad de categorizar la sexualidad de cada individuo hasta lo más recóndito de sus átomos corporales y mentales no solo no nos libera sino que es un mecanismo de control social y, por tanto, todo lo contrario a una defensa por la igualdad. Casi dos siglos después de la autopsia de Herculine aún tenemos que declarar si estamos más cerca del clítoris o de la verga. Se trata de algo muy sórdido: obligarnos, como cualquier sombra tras las celosías de un confesionario, a que expongamos nuestros más íntimos secretos, ilusiones, fantasmas. Nos quieren ver transparentes, personas como peceras que caminan por la calle mostrando a las élites lo que implica el sexo: todo, mostrando todo, con el cerebro al desnudo, quieren ver todas nuestras posturas, el kamasutra completo de nuestros pensamientos. Creo que la categorización de la sexualidad es uno de los mecanismos de control más perversos que he conocido. Algunas de las personas más desconsideradas, ambiciosas y endiosadas que conozco, viven en un barrio del Monte Olimpo, lanzando truenos y castigos desde arriba, llámese política, llámese Universidad, llámese colonizadores a destajo. Esto me remite a otros diarios: los viajes de Colón. Colón está convencido de que los propios indígenas no conocen el nombre de sus islas, de modo que la Juana es “esa isla a la que los nativos llaman Cuba”. Igualmente, la isla Española, es “esa isla que los indígenas llaman Bohío”. Lo que ocurre es que los pobres nativos —asegura Colón— no saben el nombre de su propia tierra. Siglos después de Colón, siglos después de Herculine Barbin, hay quien tiene la osadía de hacer que nos impongamos un nombre y un sexo, una clasificación, una etiqueta con el precio rebajado, sumiso, amansado, no en nombre de la conquista de un continente, sino en el de la conquista de nuestro propio cuerpo y, por tanto, de nuestra libertad. Marina Perezagua es escritora, autora de Seis formas de morir en Texas (Anagrama).






































[ARCHIVO DEL BLOG] La moral sexual del Estado Islámico. [Publicada el 09/10/2015]











Al asunto de la violencia y la extrema crueldad de las acciones practicadas por el denominado Estado Islámico (ISIS en la nomenclatura internacional aceptada), le he dedicado ya varias entradas en Desde el trópico de Cáncer. Las más recientes, en "Reformemos el Islam", el 16 de junio; "Islam, islamismo y Estado Islámico", el 26 de mayo; y "Sobre la violencia", el 22 de abril. Desde los enlaces anteriores pueden acceder de nuevo a ellas si lo desean.
Me asomo de nuevo al tema, en este caso a la moral sexual del Estado Islámico, ejercida sobre las mujeres sometidas a su tutela o esclavitud, a partir de lo reseñado por Kenneth Roth, director ejecutivo de la ONG Human Rights Watch, publicado originalmente por la prestigiosa The New York Review of Books, y que reproduce en español Revista de Libros en su número de octubre bajo el título de "Esclavitud: las normas de ISIS"
El texto de Kenneth Ross sigue fielmente la versión publicada en Twitter y se encuentra disponible en www.memrijttm.org y puede verse también en el informe de Human Rights Watch «Irak: Víctimas de ISIS describen violaciones sistemáticas» (14 de abril de 2015), así como en el relato de Rukmini Callimachi, «ISIS Enshrines a Theology of Rape», The New York Times, 13 de agosto de 2015.
La esclavitud moderna adopta numerosas formas, dice Kenneth Ross, pero la mayoría de los esclavos se ven obligados a trabajar en la sombra. Quienes controlan a los esclavos modernos –ya sean hombres obligados a trabajar en barcos de pesca tailandeses, trabajadoras domésticas atrapadas en las casas de sus patronos saudíes, niños a los que se fuerza a mendigar en Senegal, trabajadores en condiciones de servidumbre para poder pagar sus préstamos en India o trabajadoras sexuales con las que se trafica en Occidente– rehúyen por regla general toda publicidad, porque tratar a seres humanos como si fueran pertenencias propias puede ser perseguido criminalmente y provocar repugnancia moral.
El autoproclamado Estado Islámico, o ISIS, constituye una rara excepción, continúa diciendo. Del mismo modo en que desacata abiertamente la prohibición global de llevar a cabo ejecuciones sumarias, con frecuencia con una crueldad indescriptible, ha publicado un intento de justificar el hecho de que mujeres y niñas no musulmanas retenidas como esclavas sexuales sean subyugadas. Sus argumentos no son un ejercicio académico: Human Rights Watch ha entrevistado a mujeres y niñas yazidíes que han podido escapar del cautiverio de ISIS. Y lo que han descrito es un sistema de violaciones y agresiones sexuales organizadas, esclavitud sexual y matrimonios forzosos.
El artículo de Ross que estamos comentando contiene fragmentos, que pueden leer completos en el último de los enlaces reseñados más arriba, y aparecidos en una cuenta de Twitter favorable a ISIS y considerados generalmente auténticos, utilizando un formato de pregunta y respuesta a fin de exponer las normas para tener sexo con mujeres y niñas presas y esclavizadas que no sean musulmanas. Resulta sorprendente, añade Ross, que de acuerdo con la mentalidad de sus autores no se trate de un documento al margen de la ley. Lo que hace es presentar una interpretación de la sharia, o ley islámica, si bien en una formulación extrema. No se trata ni mucho menos de puro libertinaje, sino que se halla repleto de restricciones legales. Pero al tratar a las mujeres no musulmanas que hacen prisioneras como personas sometidas a los caprichos sexuales de quienes las retienen bajo su control, ISIS desprecia las normas casi universales contrarias a la esclavitud y la violación.
Al igual que cualquier grupo despiadado, ISIS cuenta sin duda con muchos simpatizantes que se sienten atraídos por la oportunidad que les ofrece para subyugar y brutalizar a otros al margen de toda racionalización. Sin embargo, los esfuerzos de ISIS para justificar su conducta por medio de la ley de la sharia subrayan la importancia de refutar esta triquiñuela legal, tanto por parte de aquellas personas cualificadas para hablar en nombre de la ley islámica como por aquellas otras capaces de hacer que se cumplan las prohibiciones contenidas en la legislación internacional sobre derechos humanos, concluye el artículo.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt















viernes, 5 de mayo de 2023

De las fiestas nacionales

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va de las fiestas nacionales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com










Diversos días de abril
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
29 ABR 2023 - El País

El 25 de abril es una de las fechas más luminosas del calendario. Suena a plena primavera, a liberación festiva, a promesa. Juan Benet decía que en la pesadumbre de los años cincuenta los días cercanos al 14 de abril invocaban con sus colores botánicos tan vivos la conmemoración prohibida de la Segunda República. El 25 de abril tiene una sugerencia doble de celebración porque es fiesta nacional en Portugal y en Italia. El 25 de abril de 1974 el golpe militar más pacífico del mundo hizo que se derrumbara de la noche a la mañana el edificio decrépito del régimen fascista, y el mismo día de 29 años atrás quedaron liberadas las grandes ciudades del norte de Italia y los últimos verdugos y funcionarios de la República de Saló huían en los convoyes de los militares alemanes vencidos, en uno de los cuales viajaba disfrazado Benito Mussolini, que habría podido escapar si un partisano antifascista no lo hubiera reconocido cerca del paso fronterizo. En el día de la liberación, las plazas que quedaban desiertas en las noches de terror policial, o que eran ocupadas reglamentariamente por multitudes fieles al tirano que gesticula en el balcón, se convierten en hervideros festivos de muchedumbres con pancartas y banderas. En Lisboa, cada vez que paso por el Largo do Carmo, por el Rossio, por la Praça do Comércio, me acuerdo de aquellas fotos en blanco y negro que tanta envidia nos provocaban a algunos cuando las veíamos en los periódicos españoles: carros de combate con banderas rojas y claveles en las bocas de los cañones, gente joven que escalaba los monumentos para coronarlos de pancartas y que se lanzaba vestida a las fuentes públicas. Justo este 25 de abril Tereixa Constenla entrevistaba en este periódico a Alfredo Cunha, que fue, a los 20 años, el autor de muchas de las fotos que yo veía entonces, soñando con fotos semejantes en la Puerta del Sol de Madrid.
En las fotos italianas de 1945, la alegría colectiva está ensombrecido visiblemente por las huellas de la miseria de la guerra, por el vendaval recién terminado de crueldad de la ocupación alemana y la saña fratricida de los sicarios del régimen de Saló, que habían llevado su extremismo hasta una especie de bestialidad nihilista. Pero donde se ve todo el júbilo de la liberación y todo el horror de la guerra es en las imágenes de otra plaza y de otras multitudes, solo unos días más tarde, en el Piazzale Loreto de Milán, donde fueron arrojados como en un montón de harapos y monigotes sangrientos los cadáveres de Mussolini y algunos de sus últimos secuaces, antes de que los colgaran bocabajo como reses desolladas sobre las ruinas de una gasolinera. El día de la liberación queda marcado en los calendarios con un número en rojo que señala tan rotundamente el final de un tiempo y el comienzo de otro. Van pasando los años y la conmemoración se vuelve sobre todo oficial, con gran aparato de discursos y desfiles, y mucha gente prefiere aprovechar el día de fiesta para irse a la playa, antes que salir a una plaza llevando una bandera. Pero queda siempre un eco de aquel primer día, una conciencia tal vez vaga pero secretamente poderosa de pertenencia colectiva, de una fraternidad nacional que se afirma en lo más común y no en lo visceral y sectario.
El 25 de abril portugués y el italiano siempre me han dado cierta envidia. En España no hubo un día en el que se retirara un invasor, o en el que una conspiración militar pusiera los tanques en las plazas para dar fin a la dictadura. He pensado muchas veces que una debilidad de nuestra democracia era la falta de esa fecha indeleble, de ese día de clausura y comienzo que servirá cada año como ceremonia cívica por encima de las diferencias legítimas, de los intereses confrontados, de los enconos mezquinos y autodestructivos. La dictadura es un estado de vida en suspenso, un esperar desalentado en el que la mezcla tóxica del miedo y el tedio va minando la dignidad y aletarga el espíritu de rebeldía. Parece que la dictadura va a durar para siempre. Y en muchos casos es así, porque las vidas humanas son muy breves, y en una dictadura tan larga como la de Franco muchas de ellas acabaron sin el menor vislumbre de esperanza.
No tuvimos un 25 de abril, ni un 14 de abril. No cambiaron las banderas en los balcones ni se derribaron las estatuas. Nadie tomó por asalto las oficinas de la policía política ni tiró a la calle desde las ventanas los archivadores donde se guardaban los testimonios del oprobio, como sucedió en Lisboa en la sede siniestra de la PIDE, que ahora es un museo dedicado a la memoria de la resistencia antifascista. Así que tampoco tenemos una verdadera fiesta nacional o federal, porque la del 12 de octubre invoca resonancias imperiales tan superfluas como inoportunas, y porque el 6 de diciembre, el día de la Constitución, se celebra con tan escaso empeño que ha acabado juntándose con esa otra fiesta inverosímil que es el día de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, pretexto para un puente festivo en el que no queda rastro de homenaje al documento en el que se sostienen nuestras libertades.
Por supuesto que la idea de un punto de partida nuevo y radical es un espejismo. Nada acaba de golpe. No hay comienzo que se desprenda de todas las sórdidas ataduras de un tiempo anterior, más aún si ese tiempo ha sido tan largo, tan abundante de beneficiarios y de cómplices activos y pasivos como una dictadura. En su conversación con Tereixa Constenla, Alfredo Cunha se acuerda de la alegría del 25 de abril, pero también de los horrores de una descolonización apresurada, que dejó atrás guerras civiles y víctimas inocentes, y centenares de miles de retornados que de golpe lo perdieron todo y se encontraron siendo extranjeros en el país al que regresaban. Solo un año después del 25 de abril se proclamó en Italia la República, consagrada en su carácter social y antifascista en la Constitución de 1948. Pero muchos jerifaltes que habían medrado bajo Mussolini siguieron manejando influencias, y en las tensiones de la Guerra Fría Italia padeció la injerencia insolente y muchas veces clandestina de Estados Unidos.
En Portugal, salvo los extremistas broncos de Chega, no hay nadie en la izquierda ni en la derecha que no celebre el 25 de abril. En Italia el presidente del Senado tiene en su despacho un busto de Mussolini, y la primera ministra elude cuidadosamente en sus discursos conmemorativos palabras tan nítidas, y quizás tan irritantes para ella, como “Resistencia”, “Antifascismo”, “Partisano”. El espíritu de la República, que alentó en Italia una efervescencia cultural incomparable en toda Europa, vanguardista y popular a la vez, tan deslumbrante en el cine como en la literatura o el diseño, es un legado embarazoso para una derecha que pierde cada día más el pudor sobre sus inclinaciones antidemocráticas, sobre la fascinación que le despiertan los caudillos enfáticos del pasado, y sus aspirantes a imitadores del presente. En cuanto a nosotros, ahora que por fin hemos sacado los restos del fundador de Falange del Valle que ha dejado de llamarse de los Caídos, con un retraso de tan solo 48 años, nos hace cada vez más falta un quimérico 25 de abril para celebrar una libertad que no es menos verdadera ni valiosa ni frágil porque no podamos recordar el día exacto en que nació.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Justicia. [Publicada el 08/10/08]











Me reprochaba ayer con cariño un excompañero de trabajo -en privado, y apenas recién comenzada una comida en la que despedíamos a cuatro que se acaban de jubilar- el reiterado uso de los latines en mis digresiones y comentarios en el blog. Desde luego, no es por pedantería, pues adelanto que mis conocimientos de latín son absolutamente rudimentarios y básicos: de bachillerato de ciencias y carrera de letras, pero si presumo de interés por el mundo del Derecho, y éste, es creación original y genial de Roma, y hay veces en que al citar las fuentes precisas de una máxima jurídica se hace necesario recurrir al idioma en que fue escrita. Por cierto, que desatino más grande considerar al latín como "lengua muerta"... Y haberlo relegado al olvido, cuando no al ostracismo más absoluto, en los estudios universitarios... ¿Sabían ustedes que hasta el siglo XVIII cualquier obra científica se escribía en latín? ¿O que en latín transcurren y se realizan, hoy en día, los actos académicos más solemnes de las universidades más prestigiosas del mundo: Oxford, Cambridge, Princeton, Harvard, Yale..? Me estoy yendo por los "cerros de Úbeda", mil perdones...
"Justitia est constant et perpetua voluntas ius suum cuique tribuens". Lo dice el "Digesto", promulgado en Bizancio por el emperador Justiniano en el siglo VI d.C., (Libro I, título I, ley 10), y casi se traduce solo: Justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno su derecho.
¿Tienen derecho a que se haga justicia los miles de muertos y desaparecidos -de ambos bandos, pero no seamos ingenuos, infinitamente más de uno que de otro, aunque el "número" no sea siempre ni necesariamente lo más relevante- de la guerra civil? La ley, expresión de la voluntad popular, emanada de las Cortes Generales, y sancionada por el rey, dice que sí. ¿Entonces, a qué tantas reticencias ante la decisión del juez de conocer los nombres de los desaparecidos "hechos desaparecer" durante la guerra?
Resultan esclarecedores los argumentos estrictamente jurídicos que el magistrado emérito del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, expone hoy en El País ("No se puede enterrar el olvido") sobre la correcta actuación del juez Baltasar Garzón. En todo caso, y como afirma con rotundidad al final de su artículo: "La verdad puede resultar incómoda pero el olvido mata y es un obstáculo insalvable para la salud y la dignidad de una sociedad". Sean felices a pesar de todo. HArendt