lunes, 3 de abril de 2023

De la solidaridad debida al pueblo ucraniano

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Juan Gabriel Vásquez, va de la solidaridad debida al pueblo ucraniano. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Soldados de prensa
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
30 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

El día de la invasión rusa, a Olena Bratel, profesora de lengua española en Kiev, la despertó una llamada de su padre, que le aconsejaba salir de la ciudad lo antes posible: la advertencia de Biden, que a muchos les parecía inverosímil, se había hecho realidad. Unos decían que los tanques entrarían pronto en la capital; otros, que las fuerzas ucranias habían volado el puente del norte, por donde iban a entrar, y así se había ganado tiempo. Pero Olena Bratel no tenía coche propio, y moverse con sus dos hijos —una niña de cinco años y un niño de once— no era fácil. Vio a la gente frenética vaciar los mercados y las farmacias, todos con la incertidumbre de lo que no había ocurrido todavía, y en la tarde de ese primer día de la guerra, cuando corrieron rumores de ataques aéreos, tomó a sus dos hijos de la mano, caminó 45 minutos vigilando el cielo y fue a refugiarse en los sótanos de una escuela. Desde allí, por teléfono o mensajes de video, empezó a hablar con medios españoles.
Por eso conocemos su historia, que es la de miles de ucranios cuyas vidas han quedado alteradas por la agresión de Putin. (Hay otros miles, decenas de miles, cuyas vidas se han cortado prematuramente). Olena Bratel ha dicho que no le gusta ese protagonismo involuntario, pero sabe que es útil que la gente conozca su caso. Así hemos sabido que esa madrugada, la primera que pasó en el refugio, la sacó del sueño un estruendo que no conocía. Se había pasado varias horas tranquilizando a su hijo, que hacía preguntas sin parar: ¿estaban realmente a salvo en esta escuela? Olena Bratel le explicó que allí estaban bajo tierra, más protegidos de los bombardeos. ¿Y si destruían el edificio, si el edificio les caía encima y quedaban atrapados? Pues en uno o dos días vendrían a sacarlos, pero la estructura los habría protegido: aquí estaban más seguros que en casa. De todas formas, no van a bombardear una escuela, le explicó Olena Bratel a su hijo, igual que el día anterior le había explicado que nadie iba a bombardear un barrio residencial. Pero supo después que el estruendo de la madrugada había sido un misil, desviado por las defensas ucranias, que había ido a estrellarse en el corazón de su barrio.
Tal vez fue entonces cuando decidió escapar. La decisión no fue sencilla, como no lo había sido la de cambiar su casa por la escuela, no sólo por la incertidumbre que agobiaba a todos, sino por la responsabilidad que le pesaba sobre los hombros: la suerte de sus hijos dependía de su acierto o su error. “Depende de mi decisión su vida”, dijo en una de esas comunicaciones con los medios. Olena Bratel se había mantenido en contacto con amigos españoles, y así, siguiendo su consejo, salió hacia una aldea vecina de la frontera con Polonia, viendo en el camino los tanques que iban a invadir Kiev, y desde la aldea silenciosa mandó un mensaje de video para decir que había llegado bien. El siguiente mensaje lo mandó desde Polonia: acababan de pasar la frontera; sus hijos estaban a salvo; vivía momentos de horror cuando no recibía noticias de sus familiares, esos familiares que había dejado atrás, pero sus hijos estaban a salvo. Alguno de sus amigos, finalmente, le compró el tiquete aéreo que necesitaba, y Olena Bratel llegó a España el 8 de marzo, hace un año y tres semanas, con la vida trastornada para siempre por la guerra, pero con la conciencia, imagino yo, de que ha tenido la suerte de contar su historia.
La conocí el lunes pasado, pero no fue ella quien me contó lo que acabo de contarles: lo he reconstruido por mi cuenta a partir de un comentario suyo. Olena Bratel era una de 10 o 12 hispanistas, hombres y mujeres, que sacaron tiempo para reunirse conmigo y con el escritor colombiano Héctor Abad, todo por iniciativa de Sergio Jaramillo y de la campaña #AguantaUcrania, sobre la cual escribí en esta tribuna hace ya varias semanas. La campaña, como acaso recuerden ustedes, trata de tender muy necesarios puentes entre América Latina y este pueblo ucranio que lleva más de un año resistiendo la agresión de la Rusia de Putin con algo que sólo puedo llamar heroísmo. La campaña es tercamente civil; quiero decir que no sale de partidos políticos ni son políticos sus intereses, ni sale de instituciones ni de iglesias ni de gobiernos de ninguna parte, sino de ciudadanos de a pie que se han unido —escritores, músicos, artistas— para decir con las palabras que quieran su compasión, su admiración o su franca solidaridad. En la reunión del lunes dijo Olena Bratel: “Es importante para nosotros saber que no estamos solos”.
Yo no sé de qué sirva esta compañía que les damos desde tan lejos, y además desde realidades mucho más cómodas que la que los agobia a ellos. Pero el cinismo no me alcanza para negar que es por eso precisamente por lo que estas comunicaciones (estos puentes, sí) cobran una cierta importancia, y a veces cierta urgencia, para los ciudadanos de Ucrania. Creo que no me equivoco: por el hecho de escribir desde un lugar donde no hay guerra (no una guerra como aquella, quiero decir, donde una máquina militar poderosísima quiere destruir familias, pero también un pueblo y una lengua y una historia), la posibilidad de hablar de viva voz con los ucranios, de escuchar de primera mano las historias de individuos que van sobreviviendo como pueden o que toman como pueden parte en la resistencia, puede adquirir un valor que los escépticos no intuyen. Quizá logre, como mínimo, recordarle a un mundo distraído y agotado, cuya atención se dispersa todos los días y cuya capacidad para el sufrimiento ajeno es comprensiblemente limitada, esa verdad sencilla: para los ucranios, la guerra sigue.
Si no podemos darles nada más, démosles por lo menos el breve obsequio de nuestra atención. No es poca cosa, me parece, y me lo confirman decenas de conversaciones que he tenido desde que empezó la agresión de Rusia. La atención a la que me refiero no es solo la voluntad de correr los velos de las abstracciones del conflicto, de las estadísticas de los muertos sin nombre, de la geopolítica que les permite a todos tener o fingir que tienen una opinión informada sobre esta guerra. La atención consiste también en cobrar conciencia del poder enorme que tiene la propaganda: la narrativa —para usar esa palabreja que ya comienza a cansarnos— de la Rusia que no es agresora ni imperialista, sino agredida por una alianza occidental, y que no ha cometido crímenes de guerra contra un país libre que sólo quiere seguir siéndolo, sino que trata de desnazificar (sic) una sociedad atormentada y liberar a sus víctimas.
Hay que cobrar conciencia de eso, digo. Hay que escuchar el relato verídico de estos hombres y mujeres de carne y hueso que hasta hace poco eran traductoras o profesores de lengua española o estudiosos de la literatura de los Andes americanos, y hoy se han visto convertidos, como nos dijo uno de ellos, en un verdadero frente informativo. Así ocupan más horas de las que sería saludable: combatiendo la desinformación, la mentira, la distorsión y la grotesca propaganda. “Nos hemos convertido en soldados de prensa”, dijo Oleksander Pronkevich, experto en Don Quijote. Soldados, sí, porque esto es una guerra. Pero sus únicas armas son las palabras; y en este caso, además, son las de nuestra lengua.





























[ARCHIVO DEL BLOG] La Hécuba de Eurípides como símil de la degradación de la política [Publicada el 31/07/2013]









Ninguno de nosotros vamos a estar aquí para aseverarlo, pero estoy seguro de que si queda vida inteligente sobre la Tierra para el año 4874 d.C., seguirán leyendo con placer y sentimientos encontrados a Homero, Sófocles, Esquilo, Eurípides, Ovidio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Moliere y otros muchos de los llamados "clásicos", y que ninguno de esos lectores tendrá ni la menor idea de quienes fueron Dan Brown, Carlos Ruíz Zafón, César Vidal o Ildefonso Falcones, por citar solo a algunos de los "escritores" vivos a los que detesto cordialmente.
Aprovechando estas semanas de julio en las que cuesta ponerse ante la pantalla en blanco del portátil, no se si por el calor, la "panza de burro" mañanera típica de los veranos grancanarios, o el aplanamiento espiritual que provoca la crisis, humanitaria ya, a la que no se ve salida por parte alguna, digan lo que digan los profetas del neocapitalismo, he vuelto este mes de julio a los "clásicos" como tabla de salvación a la que aferrar mi espíritu. Entre ellos a Esquilo, del que me he leído todas sus tragedias: "Esquilo, Sófocles y Eurípides. Obras Completas" (Cátedra, Madrid, 2004), y algunas sueltas de Sófocles y Eurípides. De Esquilo, mi favorita sigue siendo "Los persas", un ejemplo paradigmático de tolerancia y respeto al enemigo. De Sófocles, está de más decirlo, su "Antígona", mi heroína por antonomasia. Y de Eurípides, el más prolífico de los trágicos griegos, me ha impresionado su "Hécuba"
Escrita y representada en Atenas el año 424 a.C., hace 2437 años (de ahí lo de la fecha del 4874 d.C. citada al comienzo de la entrada), narra el momento en que la flota griega inicia el regreso tras la destrucción de Troya y toca tierra en la costa de Tracia, donde reina Poliméstor, antiguo aliado de Príamo, rey de Troya. Con la flota, y como botín de Agamenón, jefe supremo de las tropas griegas, viajan Hécuba, la esposa de Príamo, y sus hijas Políxena y Casandra, la sacerdotisa troyana a quien Agamenón ha convertido en una de sus concubinas.
A la llegada a Tracia, el ejército griego decide honrar al alma de Aquiles con un sacrificio humano, y piden la muerte de la joven Políxena. Su madre, Hécuba, implora la clemencia a Agamenón, que se muestra dispuesto a ella, pero la intransigencia de Ulises (a quién Eurípides no deja precisamente muy bien parado en la obra), provoca que el sacrificio se lleve a cabo, aceptado voluntariamente y con entereza, por la joven princesa troyana, dispuesta a morir antes que permanecer como esclava. Impresionante por su patetismo el relato del sacrificio de Políxena, en las páginas 29-32 del enlace citado más arriba.
Pero lo peor para Hécuba no ha llegado todavía. Cuando se dispone a rendir las honras fúnebres a Políxena, cuyo valor ante la muerte ha impresionado profundamente al ejército griego, llega un mensajero portando el cadáver de su hijo más pequeño, el príncipe Polidoro, entregado por Príamo a Poliméstor, junto con un gran tesoro, para ponerlo a salvo de la destrucción de Troya. Polidoro ha sido asesinado y arrojado al mar por Poliméstor al enterarse de la derrota de su antiguo amigo y aliado, obviando las leyes sagradas de la hospitalidad, y con el único fin de apoderarse del tesoro dejado a su cargo.
La transformación de Hécuba, de una mujer piadosa y respetuosa de las leyes no escritas de la hospitalidad en una mujer sedienta de venganza, es a partir de ese momento, el eje central de la obra. Pide justicia a su dueño, Agamenón, que se resiste al principio pero que finalmente deja a Hécuba manos libres para ejecutar su venganza. A tal fin, Hécuba, reclama la presencia de Poliméstor y de sus hijos ante ella, acogiéndose a la antigua amistad que les unía y que llevó a los reyes troyanos a poner bajo su protección a Polidoro. Con astucia pregunta al rey tracio por su hijo, que le contesta que se encuentra bien y a su cuidado, sin saber que su cadáver ya ha sido encontrado y entregado a Hécuba. Ésta invita a Poliméstor y sus hijos a entrar en su tienda para agasajarles y decirles donde se encuentra oculto el tesoro de la familia real troyana, que los griegos no han podido encontrar. Llevado de su avaricia, Poliméstor entra en la tienda de Hécuba donde ésta, y sus doncellas troyanas asesinan y descuartizan sin piedad a los hijos de Poliméstor, y ciegan a éste con los alfileres de sus tocas.
Desesperado, Poliméstor, camina ciego por el campamento griego, pidiendo venganza, pero Agamenón ordena expulsarlo de allí y dejarlo abandonado en una isla desierta, aunque antes Poliméstor profetiza a Agamenón la proximidad de su muerte a la vuelta al hogar, así como, a Hécuba, la de su hija Casandra, ambos a manos de Clitemnestra, y que ella, Hécuba, por su perfidia, quedará convertida en una roca que servirá de punto de referencia a los navíos en el futuro.
Y ahora, se preguntarán ustedes, con toda lógica, que tiene que ver la historia de "Hécuba" contada por Eurípides, con la degradación política que ha dado pie y excusa a esta digresión literaria. La razón está en otro libro, este mucho más actual, que he terminado de leer también con enorme placer en este mes de julio. Me refiero a la obra más conocida y famosa de la historiadora y filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en 2012, titulada "La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega" (A.Machado Libros, Boadilla del Monte, 2004) que dedica precisamente la última parte de su libro al análisis de las connotaciones políticas de la "Hecuba" de Eurípides. En esencia, como la desesperación de una persona de bien, ante la transgresión de los principios más elementales de convivencia y respeto por parte de los "dirigentes" hacia aquellos que están bajo su protección, puede llevar a la más terrible de las venganzas. Evidentemente, hay pocas cosas nuevas bajo el sol, pero nuestros gobernantes están tan ocupados en salvarnos que seguro estoy no han tenido tiempo de leer a Eurípides y su "Hecuba". Que no se llamen luego a engaño cuando llegue la hora de la ira y de la venganza. Que llegará...
Les invito a leer la crónica de Rosana Torres en El País del 2 de agosto, "Mérida da voz a los perdedores", sobre el estreno en el teatro romano de Mérida, por vez primera, de la "Hécuba" de Eurípides. Y que saquen las conclusiones que estimen pertinentes. Verán que no están muy alejadas de las expuestas en la entrada.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt






domingo, 2 de abril de 2023

De la lengua como patria

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor y premio Cervantes, Sergio Ramírez, va de la lengua como patria. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








La lengua que es mi patria
SERGIO RAMÍREZ
29 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Cerca del lago Xolotlán en Nicaragua, pueden verse unas huellas que quedaron impresas en el lodo hace 2000 años. Pies de adultos y de niños, que atestiguan la huida de una erupción volcánica, ríos de lava, cielos encendidos, la tierra que se estremece.
Desde entonces siempre hemos estado huyendo de algo, terremotos y huracanes, guerras civiles, y tiranos agarrados al poder, el primero Pedrarias Dávila, el Furor Domini, muerto a los 91 años, y quien se hacía cantar cada año una misa de difuntos, yacente en un catafalco en el altar mayor de la catedral de León, del que se levantaba para ordenar que perrearan a los indios insumisos; y 500 años después, el tirano que es el mismo y es otro sigue envejeciendo en su cama y en su trono, y desvaría en sus mandamientos y arbitrariedades, dueño de vidas y haciendas sigue imponiendo el silencio, llena las cárceles, condena al destierro, un rostro superpuesto sobre el viejo rostro en la fantasmagoría de los siglos.
Los letrados escribieron las constituciones y las leyes de los tiranos iletrados, y las repúblicas de papel encubrieron el aparato siniestro del despotismo que nunca fue ilustrado. Y las armas han cobrado siempre su precio a las letras que pugnan por la libertad, porque el oficio de escribir es libre por naturaleza, y el poder, cuando quiere ser absoluto, mal disimula su inquina contra la imaginación, que es libre, y es crítica del poder, y contradictoria, y rebelde a las servidumbres por naturaleza.
Porque no tienen sentido del humor alguno, las tiranías castigan las burlas y ficciones de las novelas mandando prohibirlas, y quien las escribe debe pagar con el destierro, y enfrentar la pretensión de que te quieran quitar tu país, borrar tu fecha y lugar de nacimiento, tu memoria y tu pasado y tus palabras, porque, en el delirio de las arbitrariedades caprichosas que se adueñan de la cabeza de los tiranos, creen suya la facultad de hacerte desaparecer, como en uno de aquellos conjuros de la Camacha de Mantilla, la hechicera de El coloquio de los perros, que “congelaba las nubes cuando quería, cubriendo con ellas la faz del sol y, cuando se le antojaba, volvía sereno el más turbado cielo”.
Pero las palabras de los libros quedarán siempre allí, duras y luminosas, aceradas y punzantes, y siempre volverán a los ojos cada vez que abramos un libro que un día fue prohibido, para decirnos otra vez lo que los tiranos, desde sus sueños maléficos de grandeza y de poder, no quisieron oír, o quisieron prohibir.
“Pequeño libro, irás, sin que te lo prohíba ni te acompañe, a Roma, donde, ¡ay de mí!, no puede penetrar tu autor. Parte sin ornato, como conviene al hijo de un desterrado…”, canta Ovidio en Las tristes, desde su exilio en el Ponto Euxino.
“Los libreros nos rechazarán. Las tropas de asalto de las SS romperán los escaparates… la palabra ha muerto, los hombres ladran como perros”, escribe Joseph Roth en una carta a Stefan Zweig en octubre de 1933, con poder más que adivinatorio de la catástrofe nazi que se acercaba, para cercar y cercenar vidas y hacer arder en hogueras las palabras.
«Lengua mía fiel, / te he servido. / [...] Has sido mi patria, porque me faltaba cualquier otra…”, escribía Czesław Miłosz, condenado a la inexistencia en Polonia, porque todos sus libros habían sido prohibidos, y él condenado al destierro.
Pero es imposible borrar las palabras. “La literatura es la única forma de seguridad moral que tiene la sociedad… aunque sólo sea porque trata de principio a fin sobre la diversidad humana y esta es su razón de ser”, viene a recordarnos otro proscrito, Joseph Brodsky.
En América Latina, que es mi patria, y en España, que es así mismo mi patria, sus escritores han fraguado su vida alguna vez en el fuego del exilio, que ha moldeados sus soledades, y sus esperanzas, y ese vislumbre del regreso a la tierra perdida, no cesa en la memoria, ni cesa en la lengua, siempre despierta en la boca.
“País de la memoria donde nací/ morí/ tuve sustancia/ huesitos que junté para encender/ tierra que me enterraba para siempre”, dice Juan Gelman, exiliado de su patria por otra dictadura, al fin y al cabo, cada quién ha tenido la suya, su pedazo de pan amargo en la lengua estragada.
Y desde aquel lado, de otro lado del vasto territorio de La Mancha océano mediante, adonde tantos españoles fueron a hacer la América en su exilio, Luis Cernuda escribe: “Si yo soy español, lo soy/ A la manera de aquellos que no pueden/ Ser otra cosa: y entre todas las cargas/ Que, al nacer yo, el destino pusiera/ Sobre mí, ha sido ésa la más dura”.
Si yo soy nicaragüense, lo soy a la manera de quien no puede ser otra cosa. Nicaragüense de mi lengua, que es la lengua en boca de todos, desde la que no hay exilio posible, porque la lengua me lleva a todas partes, me quita cárceles y destierros, y me libera. La lengua que nadie puede quitarme de la que nadie puede desterrarme. La lengua, que es mi patria.





















[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Qué diferencia a la izquierda de la derecha? [Publicada el 02/05/2016]










¿Puede y debe hablarse hoy de izquierdas y derechas en el seno de la política democrática occidental? Y en caso de que fuera así ¿cómo definir en la época actual esos términos? Esas fueron las preguntas que hace veinte años le hicieron al filósofo italiano Norberto Bobbio y a las que él respondió con la nitidez y pedagogía de un gran maestro y gran ciudadano en su libro Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política (Taurus, Madrid, 1995). 
Frente al fascismo y al nazismo, dice en el libro, hubo que comportarse como extremistas, escogiendo entre resignarse y resistir. Y no dudo que fueron los extremistas entonces los que llevaron la razón. Pero en una sociedad democrática -añade- y pluralista, donde existen varios grupos en libre competición, con reglas de juego que deben ser respetadas, mi convicción es que tienen mayor posibilidades de éxito los moderados. Guste o no guste -continúa más adelante- las democracias suelen favorecer a los moderados y castigar a los extremistas. Se podría también sostener que es un mal que así ocurra. Pero si queremos hacer política, y estamos obligados a hacerla según las reglas de la democracia, debemos tener en cuenta los resultados que este juego favorece. Quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal de la democracia: la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, el llegar a pactar con el adversario, el aceptar el compromiso cuando este no sea humillante y cuando sea el único medio de obtener algunos resultados, añade.
Norberto Bobbio fue profesor de filosofía en la Universidad de Turín y senador vitalicio de la república italiana, a la par que uno de los más grandes pensadores políticos contemporáneos. A reseñar ese interesantísimo libro, que leí por vez primera en marzo de 1995 y que acabo de releer con enorme placer estos difíciles días que los españoles estamos viviendo, voy a dedicar esta y las próximas entradas del blog, entradas que iré intercalando para no resultar monotemático con las que vengo dedicando desde hacia varias semanas al tema de España en la poesía española contemporánea del exilio.  
La distinción entre izquierda y derecha sigue siendo válida hoy día. Y no solo ha existido una izquierda comunista -dice Bobbio en el libro que estamos comentando-, ha existido también una izquierda, y todavía existe, dentro del horizonte capitalista. La distinción tiene una larga historia que va más allá de la contraposición entre capitalismo y comunismo. Existe todavía y no solo, como ha dicho alguien en broma, en las señales de tráfico, concluye Bobbio. 
¿Es verdad o no es verdad -se pregunta- que lo primero que nos planteamos cuando intercambiamos opinión sobre un político es si es de derechas o de izquierdas? La pregunta tiene sentido, dice, y desde luego entre las posibles respuestas está también la de que el personaje en cuestión no sea ni de derechas ni de izquierdas. ¿Pero como es posible -añade- no darse cuenta de que la respuesta "ni sí ni no" solo es posible si los términos "izquierda" y "derecha" tienen un sentido y quien plantea la pregunta y quien la contesta saben, aunque sea vagamente, cuál es? ¿Cómo se puede opinar sobre si un objeto es blanco o negro si no tenemos la menor idea sobre la diferencia entre los dos colores?
Mientras existan hombres cuyo empeño político sea movido por un profundo sentido de insatisfacción y de sufrimiento frente a las iniquidades de las sociedades contemporáneas -afirma Bobbio-, hoy quizá de una manera menos combativa que en épocas pasadas, se mantendrán vivos los ideales que han marcado desde hace más de un siglo todas las izquierdas de la historia. 
Hay quien ha sostenido -dice más adelante- que el rasgo característico de la izquierda es la no violencia; que la renuncia a utilizar la violencia para conquistar y ejercer el poder es lo que caracteriza al método democrático en política. Por eso, y para justificar el lugar que los valores supremos de la igualdad y la libertad han jugado en la historia política de Europa en el siglo XX, valores que siguen más vigentes que nunca, dice Bobbio, se animó a escribir el libro. 
Derecha e izquierda, dice, son términos antitéticos, recíprocamente exclusivos y conjuntamente exhaustivos: exclusivos, añade, en el sentido de que ninguna doctrina ni ningún movimiento pueden ser al mismo tiempo de derechas o de izquierdas; exhaustivos, porque una doctrina o movimiento únicamente puede ser de derechas o de izquierdas. 
No existe disciplina alguna, continúa, que no esté dominada por alguna díada omnicomprensiva: en sociología, la de sociedad-comunidad; en economía, la de mercado-planificación; en derecho, entre lo privado y lo público; en filosofía entre trascendencia-inmanencia; y en política, entre derecha e izquierda, que si bien no es la única, dice, si es cierto que podemos encontrarla en todas partes.
En estos últimos años, añade, se ha venido diciendo repetidamente, hasta convertirse en un lugar común, que la distinción entre izquierda y derecha ya no tiene razón alguna para seguir utilizándose. En el origen de esos planteamientos se encontraría, dice, la llamada crisis de las ideologías. Pero las ideologías están más vivas que nunca. Las ideologías del pasado han sido sustituidas por otras nuevas, o que pretenden pasar por nuevas. El árbol de las ideologías siempre está reverdeciendo, y tal y como ha quedado demostrado en muchas ocasiones, continúa, no hay nada más cargado de ideología que afirmar que las ideologías están en crisis. Y quien diga que no es ni de izquierdas ni de derechas es siempre de derechas.
En todo caso, dice, reducir la diferencia entre izquierda y derecha a la pura expresión de pensamiento ideológico sería una simplificación injusta, pues también ambos conceptos implican programas contrapuestos respecto a muchos problemas. Contraste, pues, no solo de ideas, sino también de intereses y valoraciones, concluye. 
"Siempre he dado al término izquierda -dice Bobbio- una connotación positiva, incluso ahora que está siendo cada vez más atacada, y al término derecha una connotación negativa, a pesar de estar hoy revalorizada". Para Bobbio -dice el profesor Joaquín Estefanía en la introducción del libro- la parte central de su pensamiento político fue la distinción esencial entre derecha e izquierda, que no es otra que la diferente actitud que las dos partes muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad.
Si para la izquierda la igualdad es el fin de toda política, la libertad es el medio de toda política de izquierdas. De la conjunción entre libertad e igualdad extrae el filósofo italiano un espectro político de cuatro categorías:
a) La extrema izquierda jacobinista de los movimientos y doctrinas a la vez igualitarios y autoritarios. b) El centro-izquierda del socialismo liberal y la socialdemocracia, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez igualitarios. c) El centro-derecha de los partidos conservadores, de movimientos y doctrinas liberales y a la vez desigualitarios. d) La extrema derecha: fascismo y nazismo, de movimientos y doctrinas a la vez antiliberales y antigualitarios.
Las opiniones políticas no se discuten, dice Bobbio en el libro que estamos reseñando, se aceptan o se niegan, sin más. Conviene tenerlo claro, añade, porque cuando hablamos de contraposición entre extremismo y moderación estamos planteando sobre todo una cuestión de método; pero cuando hablamos de los valores de la derecha o la izquierda estamos planteando sobre todo una cuestión de fines. 
Y cuando lo hacemos de igualitarismo -dice más adelante-, o sea, de la nivelación de toda diferencia, hablamos de un límite extremo de la izquierda que es más ideal que real. La igualdad de la que habla la izquierda es casi siempre una igualdad "secundum quid" (es decir, una igualdad respecto a algo), pero nunca es una igualdad absoluta. 
Los conceptos de "derecha" e "izquierda", continúa diciendo, no son conceptos absolutos. Son conceptos relativos. No son conceptos sustantivos y ontológicos. No son calidades intrínsecas del universo político. Son "lugares" del espacio político que pueden designar diferentes contenidos según los tiempos y las situaciones. De ahí, añade, que el hecho de que derechas e izquierdas presenten una oposición quiera decir simplemente que no se puede ser al mismo tiempo de derecha y de izquierda. Pero no quiere decir nada sobre el contenido de las dos partes contrapuestas, por lo cual el extremismo de izquierdas traslada la izquierda a la derecha, y el extremismo de derechas traslada la derecha a la izquierda. 
El criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda, sigue diciendo, es de la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad, ideal este que es junto al de la libertad y la paz uno de los fines últimos que se proponen alcanzar y por cuales están dispuestos a luchar. Es por eso que el concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Es relativo por lo menos en tres variables: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; y c) el criterio por el cual repartirlos. O lo que es lo mismo: igualdad sí, pero ¿entre quién, ¿en qué?, ¿basándose en qué criterio?
Estas premisas son necesarias porque cuando se dice que la izquierda es igualitaria y la derecha no -añade Bobbio-, no se quiere decir en absoluto que para ser de izquierdas sea preciso proclamar el principio de que todos los hombres deben ser iguales en todo, independientemente de cualquier criterio discriminatorio. En otras palabras, afirmar que la izquierda es igualitaria no quiere decir que sea también igualitarista. Una doctrina o un movimiento igualitarios, tienden a reducir las desigualdades sociales y a convertir en menos penosas las desigualdades naturales. Cosa distinta es el igualitarismo, cuando se entiende como "igualdad de todos en todo". Esa sería no solo una visión utópica -a la cual, hay que reconocerlo, se inclina más la izquierda que la derecha- sino, peor, una mera declaración de intenciones a la cual no parece posible dar un sentido razonable.
Dice el profesor Bobbio en su libro que las desigualdades naturales existen, y que si algunas de ellas se pueden corregir, la mayor parte de esas mismas desigualdades no se pueden eliminar. Y respecto a las desigualdades sociales, añade, si algunas se pueden corregir e incluso eliminar, muchas, especialmente aquellas de las cuales los mismos individuos son responsables, lo único que se puede intentar es no fomentarlas.
Políticamente, dice, se puede llamar correctamente igualitarios a aquellos políticos que, aunque no ignorando que los hombres son tan iguales como desiguales, aprecian mayormente y consideran más importante para una buena convivencia lo que los asemeja que lo que los diferencia. Por el contrario, los no igualitarios serían, en cambio, aquellos que partiendo del mismo juicio de hecho, aprecian y consideran más importante para conseguir una buena convivencia la diversidad que la uniformidad.
Los igualitarios -añade más adelante- parten de la convicción de que la mayor parte de las desigualdades que los indignan y querrían hacer desaparecer son sociales y, como tales, eliminables; los no igualitarios, por el contrario, parten de la convicción opuesta, que las desigualdades son naturales y, como tales, ineliminables.
Para Bobbio el ideal igualitario y el no igualitario puede personificarse ejemplarmente en el contraste de pensamiento entre Rousseau y Nietzsche, precisamente, por la distinta actitud que el uno y el otro asumen con respecto a la naturalidad y artificialidad de la igualdad y de la desigualdad. En el Discurso sobre el origen de la desigualdad, dice, Rousseau parte de la consideración de que los hombres han nacido iguales, pero la sociedad civil, o sea, la sociedad que se sobrepone lentamente al estado de naturaleza, los ha convertido en desiguales. Para Nietzsche, por el contrario, los hombres son por naturaleza desiguales (y para él es un bien que lo sean porque, además, una sociedad formada sobre la esclavitud como era la griega, y justamente en razón de la existencia de los esclavos, era una sociedad avanzada para su tiempo) y solo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión de la compasión y la resignación, los ha pretendido convertir en iguales.
La conclusión de esa disputa, continúa, no puede ser más radical: en nombre de la igualdad natural, los igualitarios condenan la desigualdad social; en nombre de la desigualdad natural, los no igualitarios condenan la igualdad social.
La regla de oro de la justicia, sigue diciendo, es tratar a los iguales de una manera igual y a los desiguales de una manera desigual, pero para que eso no resulte una mera fórmula vacía hay que responder previamente a una pregunta: ¿Quiénes son los iguales y quiénes son los desiguales?
La igualdad como ideal sumo o incluso último de una comunidad ordenada, justa y feliz, añade más adelante, se acopla habitualmente con el ideal de la libertad, considerado este también como supremo o último. Y ninguno de los dos es separable del otro; son las dos caras de una misma moneda: no hay igualdad posible sin libertad; pero la libertad tampoco es realizable sin un cierto grado de igualdad. Pero al mismo tiempo es preciso, sigue diciendo, hacer una observación elemental que habitualmente no se hace: los dos conceptos de libertad y de igualdad no son simétricos: mientras la libertad es un estatus de la persona, la igualdad indica una relación entre dos o más entidades. O como dice George Orwell, citado por Bobbio, "todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros".
Si uno de los criterios para distinguir la derecha de la izquierda, concluye, es la diferente apreciación con respecto a la idea de igualdad, y el criterio para distinguir a los moderados de los extremista (tanto en  la derecha como en la izquierda) es su diferente actitud con respecto a la libertad, se podría distribuir el espectro en el que se ubican las doctrinas y movimientos políticos en cuatro espacios: 
a) en la extrema izquierda estarían los movimientos a la vez igualitarios y autoritarios (como el comunismo histórico); b) en el centro-izquierda, las doctrinas y movimientos a la vez igualitarios y libertarios (como el socialismo liberal y la socialdemocracia); c) en el centro-derecha las doctrinas y movimientos a la vez libertarios y no igualitarios (los partidos liberales y conservadores) ; y d) en la extrema derecha, las doctrinas y movimientos antiliberales y antiigualitarios (como el fascismo y el nazismo).
El comunismo fracasó históricamente, dice al final de su libro, pero el desafío que lanzó permanece. Bastaría, continúa diciendo, con desplazar la mirada de la cuestión social del interior de cada Estado (de la que nació la izquierda en el siglo XIX), hacia la cuestión social internacional, para darse cuenta de que la izquierda no solo no ha concluido su propio camino sino que apenas lo ha comenzado.
Como colofón, cita Bobbio las palabras de uno de sus maestros, el también filósofo Luigi Einaudi, que entiendo me permiten cerrar definitivamente el excurso que he hecho sobre el libro citado al comienzo, que dicen así: "Las dos corrientes (liberalismo y socialismo) son respetables, y aunque adversarias, no son enemigas; porque las dos respetan la opinión de los demás y saben que existe un límite para la realización del propio principio. El optimum no se alcanza en la paz forzada de la tiranía totalitaria; se toca en la lucha continua entre los dos ideales del liberalismo y del socialismo (libertad e igualdad), ninguno de los cuales puede ser vencido sin daño común". Sean felices, por favor. HArendt













sábado, 1 de abril de 2023

De la socialdemocracia en España

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del sociólogo José María Maravall, va de la socialdemocracia en España. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com








La socialdemocracia en la España democrática
JOSÉ MARÍA MARAVALL
26 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La socialdemocracia ha tenido unos objetivos persistentes en el tiempo. Sin embargo, sus políticas para alcanzar tales objetivos han variado de forma sustancial. Así, tras una primera oleada de nacionalizaciones en la posguerra, los partidos socialdemócratas tendieron a optar por las políticas de bienestar en una economía mixta. El giro consistió en una mezcla de políticas keynesianas, provisión de bienes públicos por el Estado, promoción de la igualdad de oportunidades a través de la educación, protección de la necesidad mediante un ingreso mínimo vital y una combinación de pensiones contributivas y no-contributivas, así como un sistema fiscal progresivo. Este giro fue expresado en dos experiencias muy influyentes. Una fue el congreso del SPD alemán en Bad Godesberg celebrado en 1959. La otra fue el Gobierno laborista de Harold Wilson en el Reino Unido a partir de 1964.
Si nos atenemos al caso español, el triunfo electoral del PSOE en 1982 fue debido no solo a la crisis de la derecha, sino a una revisión de su programa en el congreso de 1979. Tras la larga y cruel dictadura y tras cinco años de gobiernos inestables durante la Transición, el Gobierno socialista de Felipe González heredó una inflación que alcanzaba una tasa del 15%, un desempleo situado en el 16,2% y un déficit público equivalente al 5,6% del PIB.
La gestión de González sin duda pasará a la historia. Se fortaleció la democracia, se modernizó la economía, se creó un sistema nacional de salud, se reforzaron las pensiones introduciendo asimismo pensiones no-contributivas, se estableció una enseñanza gratuita hasta los 16 años financiada por fondos públicos. Tal vez debido a ese período inicial, el Partido Socialista ha gobernado España durante 25 años frente a los 16 años en que ha gobernado la derecha.
El siguiente Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero reforzó mucho las libertades. Aprobó una Ley de Memoria Histórica para permitir la recuperación de víctimas del franquismo por sus familiares. También se legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo. El Gobierno socialista aprobó asimismo una Ley de Dependencia que proporcionó apoyo a personas necesitadas. Se introdujo una ley del aborto que mejoraba la situación de mujeres que afrontaban esa dramática decisión. Se reforzaron las medidas para luchar contra la violencia de género. El Gobierno consiguió poner fin a la actividad terrorista de ETA. Y tomó la decisión de retirar las tropas españolas de Irak. Valga como contraste el ataque a Irak por parte del Gobierno del Partido Popular presidido por José María Aznar, frente a la oposición del 91% de los españoles (según datos del CIS de 2003).
Los resultados del Gobierno de Zapatero fueron considerables durante un tiempo. La proporción de desempleados respecto de la población activa se redujo en tres puntos porcentuales. La inversión en I+D+i pasó de representar un 1,06% a un 1,2% del PIB (lejos todavía del promedio europeo del 1,8%).
Zapatero declaró en una ocasión que “el programa de una izquierda moderna pasa por una economía bien gobernada, con superávit de las cuentas públicas y un sector público limitado. Todo ello conjugado con la extensión de los derechos civiles y sociales” (16 de abril de 2006). Así, el salario mínimo se incrementó un 22%, la pensión mínima un 36%, las becas un 80% respecto de 2004, y en la educación se suprimieron los itinerarios que introducían unas discriminaciones muy tempranas.
Su problema dramático radicó en la crisis financiera internacional desencadenada en Estados Unidos tras la caída de Lehman Brothers y en el fuerte incremento de los precios de las materias primas. Pero su legado ha sido muy grande en lo que se refiere a los derechos ciudadanos y a la equidad social (por ejemplo, el decil de ingresos más bajos incrementó un 17,9% su participación en la renta total del país).
El actual Gobierno de Pedro Sánchez ha conseguido unos resultados considerables en muy poco tiempo. Las condiciones han sido particularmente difíciles. Por un lado, la terrible pandemia de la covid desde 2020; por otro, la primera guerra desatada en Europa desde 1945, debido a la cruenta invasión de Ucrania llevada a cabo por Vladímir Putin. A la vez, Pedro Sánchez preside el primer Gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia. El Ejecutivo está apoyado por una diversidad de grupos parlamentarios.
Mientras que en España se trata de una experiencia desconocida, los gobiernos de coalición han sido la regla en Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Irlanda, Italia, Países Bajos o Portugal. Y no solo duran más tiempo sino que redistribuyen más la renta (el 10% más rico tiene 3,4 veces la renta del 10% más pobre; por el contrario, en países con gobiernos monocolor la diferencia es de 4,7 veces).
Pese a todas las dificultades, el Gobierno de Sánchez ha llevado a cabo una política típicamente socialdemócrata y de una eficacia considerable. Sus políticas han dignificado la democracia, eliminando símbolos humillantes de la dictadura (como el Valle de los Caídos) o aprobando una nueva Ley de Memoria Democrática (que facilita la recuperación de los restos de víctimas de la guerra y de la dictadura). Su política económica ha ofrecido, dentro de las dificultades de la pandemia y de la guerra, unos resultados estimables. Por poner un ejemplo, en 2022 las economías de los países de la eurozona crecieron en promedio un 3,5% mientras que la economía española creció un 5,5%. La tasa de desempleo ha sido de un 12,9% de la población activa en 2022 —en comparación, se situó en un 20,4% en 2010 y en un 19,1% en 1996—. A su vez, la inflación alcanzó un 5,6% en 2022, mientras que en la zona euro representó un 9,2%.
En cuanto a las políticas sociales, las pensiones se han incrementado en paralelo al IPC manteniendo su poder adquisitivo en tiempos difíciles. También se han aprobado topes a los alquileres; ha aumentado el salario mínimo y se ha introducido un “ingreso mínimo vital” para reducir la pobreza. Ha mejorado el mercado de trabajo, poniendo coto a los empleos temporales, introduciendo contratos fijos discontinuos (que evitan el desempleo de trabajadores temporales) y contratos laborales indefinidos. Dos reformas han mejorado la educación: por un lado, la ley Celáa (suprimiendo los itinerarios educativos discriminatorios reintroducidos bajo el Gobierno del PP con Mariano Rajoy); por otro lado, la ley de universidades (que puede internacionalizar nuestra enseñanza superior).
Es cierto que no resulta fácil comparar períodos ni realizar especulaciones contrafácticas. Pese a las diferencias de contexto, resulta claro que existen continuidades entre los tres períodos de gestión socialista. A mi juicio, carece de sentido enfrentarlos. Es más, las experiencias de estas tres etapas de gobierno tal vez sean lo suficientemente convincentes como para reducir la posibilidad de gobiernos de la derecha que limiten las libertades y restrinjan los derechos. Que eliminan recuerdos a Miguel Hernández o Largo Caballero, mientras levantan monumentos a Millán Astray o denominan calles como Caídos de la División Azul.
En este punto del camino, con la ventaja que da la perspectiva y la vida acumulada, creo que las etapas de gobiernos socialistas en España han supuesto para el país la mejor inyección de progreso, bienestar, modernidad y europeísmo que jamás hubiéramos imaginado a fines de los años setenta. Participé en esos cambios perteneciendo a los Gobiernos de Felipe González. Asistí a la expectación que levantaron los nuevos aires y las políticas de Zapatero. Y presencio con orgullo ciudadano la tarea actual del presidente Pedro Sánchez, quien de nuevo está profundizando la democracia española a través de políticas socialdemócratas que están teniendo una considerable repercusión internacional.
La izquierda tiene que evitar problemas sucesorios. Y debe recordar siempre estos versos de José Ángel Valente: “lo peor es no ver/ que la nostalgia es señal de engaño/… no se tiene razón/ por haberla tenido”.































[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Qué hacemos con el Constitucional? [Publicada el 21/08/2012]









Hay una forma segura de interpretar lo que dice la Constitución. La expuso con bastante claridad el politólogo norteamericano Edmon Cahn en una obra ya clásica, de 1954, titulada Una contribución americana: "La Constitución dice lo que el Tribunal Constitucional dice en cada momento que dice"; una fórmula sencilla de explicación compleja... 
Contra la opinión generalizada, y no digamos la de la Excma. Sra. Condesa de Murillo, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, yo tengo un buen concepto de conjunto de la labor desarrollada por nuestro Tribunal Constitucional en sus más de treinta años de existencia, como máximo y último intérprete de la Constitución. Reconozco que contribuye a ello el afecto, admiración y respeto que siento por dos de sus exmagistrados; por un lado, hacia la figura de Francisco Tomás y Valiente, catedrático de Historia del Derecho, expresidente del Tribunal, asesinado por ETA, cuyos textos académicos tanto me ayudaron cuando  estudiaba Derecho y Ciencias Políticas; por otro, la de Elisa Pérez Vera, catedrática de Derecho Internacional Privado y exrectora de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, a la que me une, aparte de admiración y respeto, una relación personal de amistad de muchos años con la que me honro especialmente. 
Los orígenes de la justicia constitucional podemos rastrearlos en dos latitudes y momentos distintos: en los Estados Unidos de América a raíz de la famosa sentencia "Marbury contra Madison" pronunciada por el juez Marshall en 1803; en Europa, a mediados de los años 20 del pasado siglo a partir de la también famosa polémica entre dos juristas, el austríaco Hans Kelsen y el alemán Carl Schimtt, sobre "quién debería ser el guardián de la Constitución". Ya he escrito en varias ocasiones sobre ellas así que no insisto en el asunto y remito al lector interesado a poner la expresión "Tribunal Constitucional" en el buscador del blog. 
En pura teoría la labor de un Tribunal Constitucional parece sencilla: "basta comparar el artículo de la Constitución que se invoca con el estatuto, (norma o  derecho) que se recusa y decidir si éste cuadra con aquél". Tan simple solución la formuló el juez Roberts, en 1936, en su sentencia "Los Estados Unidos contra Butler". citada por Ivo D, Duchacek en su libro "Mapas del poder. Política constitucional comparada" (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1976). 
En lo que se refiere a los males que aquejan a nuestro Tribunal Constitucional parece que hay un consenso generalizado en que son principalmente tres: 1) El procedimiento de designación de sus magistrados; 2) las numerosos recursos a los que tiene que hacer frente; y 3) la inexcusable dilación en la resolución de muchos de esos recursos. Se ha escrito tanto al respecto que me voy a limitar a comentar y traer ante ustedes dos de los más recientes artículos publicados al respecto, ambos en el diario El País. El primero de ellos se debe al profesor  Pablo Salvador Coderch, catedrático de Derecho Civil en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, titulado "Cinco propuestas para el Tribunal Constitucional"  con fecha 12 de julio pasado. El segundo al profesor Francisco Rubio Llorente, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, titulado "Los males del Constitucional", con fecha 10 de agosto. 
Las propuestas del profesor Coderch para mejorar la efectividad del Tribunal Constitucional son sencillas y no excesivamente costosas (en un momento en que la "economía" lo ordena y supedita todo). Una de ellas, es el traslado de la sede del Tribunal a una pequeña ciudad de provincias, alejada de la nociva influencia de los poderes políticos sitos en Madrid (él propone, a título de ejemplo, las de Segovia o Jaén); otra, la ampliación del mandato de los magistrados a doce años; la tercera, la modificación del procedimiento de designación, para que sean las Cortes Generales las únicas involucradas en el mismo, fijando una edad máxima para su jubilación; la cuarta, que los magistrados se esfuercen en redactar sus sentencias personalmente, y no a través y con la intermediación de los funcionarios del Tribunal, en forma sencilla y entendible para legos; y la última, que el Tribunal y sus miembros asuman que no están necesariamente en posesión de la verdad y "filtren la solidez y credibilidad científica de los expertos que las partes o el Estado mismo presentan en apoyo de sus pretensiones". Como nada de lo expuesto por mí les exime de la satisfacción de la lectura del artículo del profesor Coderch a él les remito. El segundo artículo que comento, el del profesor Rubio Llorente, que cita el anterior del profesor Coderch en su apoyo, centra sus críticas al Constitucional en los mismos o similares defectos denunciados por éste: el estilo de las sentencias, que califica de oscuro y farragoso, y cita como ejemplos de claridad expositiva a seguir las del Tribunal Supremo norteamericano que define como "de altos vuelos e intención suasoria", o el del francés, que le parecen como "amaneradas pero de gran precisión técnica". Como Coderch, también se queja de la demora insoportable del Tribunal a la hora de dictar sus sentencias, y cree que una presidencia de mandato más amplio, seis años por ejemplo, y con funciones más amplias en la dirección de sus trabajos, podría coadyuvar a su mejora, y en todo caso, proponiendo que las sentencias se voten antes de su redacción. De nuevo coincide con él en la necesidad de acabar con la escandalosa práctica del regateo político para nombrar a los magistrados, aunque a diferencia del anterior, cree que puede resolverse sin necesidad de una reforma constitucional. La última de sus propuestas, la más polémica, y en su opinión, "la raíz última de los males del Tribunal se encuentra -dice- en el uso que las minorías parlamentarias hacen del recurso de inconstitucionalidad para continuar allí el debate político. De ahí su afán por contar con magistrados sensibles a sus planteamientos, cuantos más mejor, y de ahí también la visión que nuestra sociedad tiene de él como órgano político, una especie de tercera Cámara. Y como no cabe esperar que nuestros políticos utilicen con mesura un instrumento del que se pueden servir en sus interminables querellas, lo único que cabe hacer es eliminarlo. Es una institución -añade- que no existe fuera del ámbito de influencia alemana, que en teoría desequilibra a favor de la jurisdicción constitucional el delicado equilibrio entre ella y la democracia, pero que en la práctica conduce a politizarla. Claro es que esta supresión requiere la reforma de la Constitución y por lo tanto tampoco se hará", concluye  desesperanzadamente. 
Me sumo a lo expuesto por tan ilustres profesores y juristas, aunque mi opinión carezca de toda relevancia al respecto. Espero que ambos artículos les resulten de interés, al igual que el vídeo de origen académico que subí hace unos días al blog sobre las funciones, competencias y composición del Tribunal Constitucional español. Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt