viernes, 24 de marzo de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] La Luna: 20 de julio de 1969. [Publicada 20/07/2008]










"Houston, aquí Base Tranquilidad. El Águila ha alunizado". Eran exactamente las 20:17:40 UTC (la hora de Canarias) del día 20 de julio de 1969. El módulo lunar del Apolo 11, tripulado por Neil Amstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, se había posado en la Luna. A las 2:59 (UTC) del 21 de julio, Amstrong pisa la Luna. Poco después le sigue Aldrin.
A la hora del regreso dejan sobre la superficie lunar una placa en inglés que dice: "Aquí, unos hombres procedentes del planeta Tierra, pisaron por vez primera la Luna en julio de 1969. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad".
Hoy hace 39 años. Yo lo vi por televisión, sentado junto a mi madre en el suelo de la sala de estar de su casa en Madrid. No dormí esa noche. A las 9 de la mañana de ese día entraba de guardia en el Palacio de Buenavista de la plaza de Cibeles de Madrid, la sede del Ministerio del Ejército (ahora del Cuartel General del Ejército) donde cumplía mi servicio militar.
Nunca olvidaré esa noche... No dejen de ver las fotos y videos que se reproducen en los "enlaces externos" de la página electrónica que reseño (http://es.wikipedia.org/wiki/Apolo_11). Y sean felices. Yo, esa noche mágica de julio, lo fui hasta el llanto... HArendt












jueves, 23 de marzo de 2023

De las inseguridades

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va de las inseguridades. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









Todo siempre en el aire
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
18 MAR 2023 - El País
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Un libro es una partitura, y el lector es el intérprete que la toca con un grado variable de entrega y acierto, no el espectador pasivo que escucha en la butaca. La partitura de los mejores libros se mantiene inalterada, pero cada vez que el intéprete lector vuelve a ella le añade nuevos matices, subraya énfasis y descubre tesoros escondidos en los que ahora se fija porque ha ido madurando en su vida y en su virtuosismo de lector, y porque el libro que perdura es un espejo de los tiempos que cambian. Por eso hay libros, como hay músicas, que lo acompañan a uno a lo largo de toda la vida, ofreciéndole la seguridad y el amparo de lo ya muy bien conocido, pero sobre todo la estimulación de una sorpresa inagotable. Va a hacer veinte años, cuando llegaban a nosotros las imágenes de los prisioneros iraquíes torturados por soldados americanos en la cárcel de Abu Ghraib, yo estaba leyendo Don Quijote de la Mancha, y en un pasaje ya leído muchas veces, el de la desastrosa liberación de los galeotes, encontré una frase en la que hasta entonces no me había fijado: “No es bien que los hombres honrados se hagan verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Esas palabras escritas a principios del siglo XVII eran el mejor pie de foto para aquellas imágenes de hombres desnudos, torturados, humillados, arrastrados como en traíllas de perros por militares tan ajenos a toda decencia humana que posaban felices mientras pisoteaban a sus víctimas.
Unas palabras de Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta las llevo en mi memoria como una consigna: “la inseguridad, única cosa constante entre nosotros”. Pero me doy cuenta de que su sentido se ha modificado para mí en los últimos tiempos. Durante muchos años encontré que reflejaban la vida pública española, casi tan desnortada y convulsa como en la época en que sucede la novela: el reinado del pobre Amadeo de Saboya, el disparate de la I República, con su rosario de nobles idealistas ineptos —que al menos tuvieron el arrojo de abolir la esclavitud—, el revival borbónico y beato de la Restauración. La inseguridad, un siglo más tarde, seguía siendo “la única cosa constante entre nosotros”. Era una sucesión de noches de insomnio que a muchos de nosotros nos marcaron para siempre la conciencia civil: la noche de la agonía final y la muerte de Franco; la noche de la matanza de los abogados laboralistas en el despacho de la calle Atocha en enero de 1977; la noche en la que estuvieron secuestrados al mismo tiempo, por dos bandas criminales distintas, el presidente del Consejo de Estado, Antonio María Oriol, y el del Consejo Supremo de Justicia Militar, teniente general Villaescusa; y la otra noche más sombría de todas, y también más grotesca, la del 23 de febrero de 1981.
El “nosotros” de la frase de Galdós nos aludía personalmente a cada uno; abarcaba la multitud tantas veces inerme de los demócratas, los conjurados contra la intolerancia y la violencia, contra el oscurantismo de las tradiciones españolas, los partidarios del progreso y la justicia social, del imperio de la ley, de la apertura al mundo, a la Europa de la que nos separaba un muro tan áspero cuando éramos muy jóvenes. La inseguridad constante, como el atraso, nos parecía una desgracia española, y aunque nos habíamos alejado de los esencialismos rancios de generaciones anteriores, teníamos muchas veces la sensación de que pudiera tratarse de una desgracia incurable. Pasaban los años y la vida institucional se iba afianzando, gracias en gran parte a las valiosas certezas de nuestra pertenencia europea, pero había una inseguridad que seguía siendo constante entre nosotros, la de los patriotas del amonal, la pistola y la capucha, las capuchas de vergudos racialmente coronadas por boinas ancestrales. Las noches y días angustiosos que terminaron con la infame ejecución a sangre fría de Miguel Ángel Blanco nos dejaron, además del luto y la rabia, el abatimiento de lo que no parecía que tuviera remedio, nuestra inseguridad constante, el espejismo de una normalidad civilizada que era común en otros países y que a nosotros se nos vedaba.
Salíamos fuera y todo nos parecía mucho más ordenado. Salíamos con nuestro apocamiento de personas poco viajadas, con un sordo complejo que nos hacía ver en otros países exactamente aquello que nos faltaba a nosotros, como Galdós cuando se paseaba por Europa con Emilia Pardo Bazán disfrutando a conciencia y con envidia de la estabilidad parlamentaria y la puntualidad de los trenes, del confort de los hoteles modernos y la pasión erótica a salvo de miradas censoras españolas. Europeos de nacimiento, oreados en las temporadas de Erasmus y en la facilidad de los vuelos baratos y la ausencia de fronteras, nuestros hijos no han heredado nuestro apocamiento, pero han conocido desde muy jóvenes una forma de inseguridad más constante y quizás más aguda que la nuestra, porque ahora se ha vuelto universal. En la adolescencia o al final de la infancia vivieron el impacto del atentado contra las Torres Gemelas, y después los años del terrorismo islámico, y empezaron a llegar a la edad adulta con el derrumbe de 2008. La inseguridad ha sido la cosa más constante en sus vidas. Nosotros al menos tuvimos algunos asideros, trabajos estables, viviendas propias que incluso con sueldos modestos podíamos pagar, entornos no continuamente agitados por el vértigo del consumo y de la tecnología, perspectivas de porvenir no ensombrecidas por la amenaza cierta de los trastornos climáticos.
Para nosotros el mundo tenía dimensiones más abarcables. Nuestras calamidades sucedían a una escala casera, y nuestra historia parecía mantenerse al margen de la historia universal. Hasta los peores asesinos podían vivir en el mismo pueblo que sus víctimas, y haber ido de niños a las mismas escuelas. Ahora el mundo en el que nuestros hijos empiezan a sustituirnos no ofrece lugares en los que refugiarse, ni siquiera en los que proyectar esos planes de huida en los que a veces nos entreteníamos nosotros. La instantaneidad sin fronteras de las comunicaciones es también la de las catástrofes. La prodigiosa eficiencia de las innovaciones tecnológicas es inseparable de su fragilidad aterradora. Basta perder el móvil para que la vida entera quede paralizada y en suspenso. Unos forajidos informáticos que no se sabe desde dónde actúan logran sabotear un gran hospital en Barcelona. Un virus empeiza a proliferar en un mercado de animales vivos (o en un laboratorio) en una ciudad china de diez millones de habitantes cuyo nombre no has oído nunca y unas semanas más tarde estás muriéndote sin ayuda de nadie en una habitación sellada, en una residencia de ancianos de la periferia desoladora de Madrid. Un caza militar ruso derriba por azar con el ala un dron americano sobre el mar Negro y a continuación se desata una escalada automática de alarmas que no se sabe hasta dónde puede llegar. Unos ejecutivos codiciosos en un banco de segunda fila de California se enredan en sus operaciones financieras de tahúres y al día siguiente se extiende por medio mundo el pánico y cualquier persona puede perder los ahorros de toda su vida, y todo el sistema económico puede quedar trastornado de nuevo. Macizos monolitos de seguridad financiera como los bancos suizos, con sus cámaras acorazadas subterráneas y sus cuentas numeradas para supermillonarios resulta que también pueden disolverse “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Ahora hasta el final memorable de ese poema de Góngora se convierte en un aviso urgente sobre la inseguridad de los tiempos.






























[ARCHIVO DEL BLOG] Verano del 67: Amor, guerra y lecturas. [Publicada el 21/06/2012]








Los creyentes denominan divina providencia a lo que nosotros llamamos, sencillamente, azar. De todas maneras, creyentes o no creyentes, no hace falta ser un experto en física cuántica para darse cuenta de que el azar rige todas las facetas de la existencia, de la humana y de la del universo en su conjunto. De ahí la frase que sirve de frontispicio a este blog bajo la imagen de la diosa Minerva.
Los veranos de 1967 y 1977 han quedado marcados indeleblemente en mi existencia por tres hechos: una guerra, una boda y un libro. No los cito por orden cronológico sino por lo que significaron en mi vida.
El primero, mi boda, a finales del mes de junio de ese año, con la que aún hoy sigue siendo mi esposa y madre de mis hijas, a los dos meses y veintiún días de conocernos. Ha sido, es y seguirá siendo la mujer de mi vida. Todavía no nos hemos arrepentido.
El segundo, ha pasado a la historia como la Guerra de los Seis Días. Enfrentó a Israel y una coalición de estados árabes formada por Egipto, Jordania, Iraq y Siria, entre los días 5 y 10 de junio. Seguí sus vicisitudes con especial emoción, en parte por que estaba en edad de ser movilizado militarmente si el enfrentamiento bélico hubiera ido a mayores e implicado a más contendientes, pero sobre todo porque era decidido partidario de uno de los dos bandos contendientes. Sus consecuencias marcaron la región hasta hoy mismo.
El tercero, fue la lectura de una novela, diez años después, de la escritora israelí  Yael Dayán. Me impactó profundamente, y me crean o no, y de ahí mi apelación inicial al azar, la reencuentro en un rincón perdido de mi casa a los treinta y cinco años de haberla leído, el mismo día en que celebramos mi esposa y yo el cuarenta y cinco aniversario de nuestra boda. Y, encima, está escrita por una israelí.
La novela se titula "La muerte tenía dos hijos" (Plaza y Janés, Barcelona, 1977). Su autora, Yael Dayán (1939), es hija del mítico Jefe del Estado Mayor del ejército israelí, el general Moshé Dayán (1915-1981). Dayán fue el artífice indiscutible de la victoria de las armas de su país en la Guerra de los Seis Días. Posterior ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores de Israel, fue, sin embargo, un decidido partidario de la devolución incondicional de los territorios ocupados en esa guerra a Egipto, Jordania y Siria.
La leímos al unísono mi mujer y yo recordando conmocionados los acontecimientos vividos diez años antes. Sin duda alguna fue un libro que nos dejó una profunda huella. De él hemos hablado a menudo a lo largo de todos los años transcurridos desde entonces, aunque lo dábamos por perdido para siempre en alguno de los continuos trasvases de libros de la biblioteca familiar entre Maspalomas y Las Palmas.
La novela transcurre en el Israel de mediados de los años 60. Está centrada en las reflexiones, soliloquios y recuerdos del protagonista, Daniel, un joven soldado israelí de origen polaco, evacuado a Israel siendo un niño aún, desde Europa, al finalizar la II Guerra Mundial. Reflexiones, recuerdos y soliloquios, que preceden al reencuentro del mismo con su padre, del que no sabía nada desde que fuera separado de él y de su hermano menor en un campo de concentración nazi, y ahora internado en trance de muerte en un hospital de Israel. Es en esos momentos de reencuentro entre padre e hijo, en el que el protagonista rememora angustiado la horrible herida que le ha atenazado durante todos los años transcurridos desde el momento en que su padre se vio obligado a elegir entre su vida y la de su hermano. 
No me resisto a reproducir los  párrafos finales del primer capítulo, en el que cobra sentido el título de la novela: "No lloraste cuando vinieron por tí. Cogiste a los muchachos de la mano, y cuando el más pequeño te preguntó como podría saber su madre dónde estaría, le dijiste que ya se enteraría y que no llorara.
Después llegó aquel día de invierno. Se te apartó de la fila con los dos muchachos y fuisteis llevados a un patio que había detrás de los barracones.
Llevabas de la mano a tu hijo mayor, el cual, a su vez, daba la suya al más pequeño, y tú seguías vistiendo tu mejor traje, como si fueras a dar un paseo por el parque Lazienki. Los oficiales iban armados y te dijeron que te detuvieras. Todos hablabais "yiddish" en casa, deforma que pudiste entender su alemán cuando te dijeron lo encantadores que eran tus hijos. Tú les devolviste su sonrisa -la sonrisa estaba llena de horror- y acariciaste la cabeza de Shmuel, que era el que tenías más cerca.
Te dijeron que eran encantadores y que tú deberías hacer la elección.
¿Entendiste realmente lo que querían decir? Les dijiste que no. Te replicaron que no había tiempo que perder. Debías elegir el que había de ser fusilado y te quedarías con el otro.
Tú no podías creerlo. ¿Cómo es posible creer una cosa así? Sin embargo era un cerebro humano el que había inventado tan sencilla tortura y te habían dado una oportunidad. ¿Que pasó en aquel momento por tu corazón? ¿Qué podías hacer? Te separaste de los muchachos, te cubriste la cara con las manos y te pusiste a gritar. Te dijeron que se llevarían a los dos, a menos que te decidieses, y cuando te volviste a mirarlos -fue cuestión de segundos- ya nunca volviste a ser el mismo hombre. Estabas temblando y eras Abraham, y eras Dios. Podías dar o quitar una vida y te agarraste a Shmuel, que estaba llorando y que no podía mirar a su hermano, que no hizo nada por acercarse a ti, o por hablar, o por comprender, mientras tú te volvías de espaldas.
¿Por qué no me besaste entonces, padre?
¿Creíste que me iban a matar allí inmediatamente? ¿Fue por esto por lo que te apresuraste?
Aquellos hombres, entre charlas y risas, se me llevaron, y me dieron una barrita de chocolate".
Como complemento de la entrada les invito a ver los tres vídeos elaborados por el canal televisivo Historia sobre la "Guerra de los Seis Días" que he incorporado a la misma. Espero que les resulten interesantes.
Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt. 













miércoles, 22 de marzo de 2023

De la pregunta sobre quién soy yo

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del genetista Javier Sampedro, va de la pregunta sobre quién soy yo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Un mapa de ti mismo
JAVIER SAMPEDRO
16 MAR 2023 - El País
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¿Dónde estás? No me refiero a en qué ciudad o en qué línea de metro, sino a dónde está eso que llamas yo, a qué lugar ocupa en tu cuerpo tu sentido de existir, de percibir el mundo, de pensar sobre él. Déjame adivinarlo: está en algún lugar detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. Así lo sentimos todos. Pero eso es solo porque la luz nos entra por los ojos y el sonido por las orejas. Imagina ahora que un cirujano maligno te extrae el cerebro y lo mete en una pecera conservando todas sus conexiones con tus ojos, tus oídos y demás. Puestos a imaginar, supón que estás ahí de pie, mirando tu propio cerebro sumergido en la pecera. ¿Dónde está ahora tu yo? Seguramente estará en la pecera, ¿no? Eso es lo que te dice todo lo que sabes de neurología, sea mucho o poco. Pero no es lo que tú sientes. Tú crees seguir estando detrás de tus ojos y entre tus dos orejas. ¿O no? El filósofo Daniel Dennett planteó algo parecido en los años noventa, pero no lo encuentro.
Estos días hemos conocido un avance asombroso de la neurociencia, el mapa completo del cerebro de una larva de mosca, con sus 3.016 neuronas y las 548.000 conexiones (sinapsis) que forman entre ellas. Eso es 30 millones de veces menos que un cerebro humano, pero con toda su modestia debe ser capaz de permitir a la larva orientarse hacia la luz, guiarse por el olor hacia un alimento y recordar dónde está cuando tiene que volver a él, o para evitar un peligro. No es una pieza suelta de software, sino un sistema integrado y autoconsistente que organiza el comportamiento de un individuo autónomo. Toda esa complejidad vital debe forzosamente estar ahí, en el mapa completo de las neuronas y sus sinapsis (el conectoma) que han dibujado los científicos de Cambridge.
La mala noticia es que todavía no sabemos leer el mapa. Es muy probable que todos los datos necesarios para entender el comportamiento de la larva estén ya ahí, delante de nuestros ojos. Pero la información no basta. Necesitamos convertirla en conocimiento. Leer el genoma humano, decía Sydney Brenner, es un logro comparable a llevar un hombre a la Luna, pero falta lo más difícil, que es traerle de vuelta. En su metáfora, traerle de vuelta significa entender el genoma, capturarlo, aprender a leerlo. Lo que ocurría con el genoma vuelve a ocurrir con el conectoma: que necesitamos convertir la información en conocimiento.
Pero Brenner era radical. Lo cierto es que entenderlo todo hasta su mismísimo núcleo lógico no es necesario para empezar a utilizarlo. Y el tamaño del organismo investigado crecerá con seguridad en el futuro, porque no hay ningún problema de principio. Es cuestión de inversión. Cartografiar el cerebro del ratón puede llevar 15 años y mil millones de dólares, y para la especie humana habría que multiplicar esas cifras por algún factor desconocido.
Pero algún día estaremos de pie contemplando el mapa de nuestro propio cerebro, con sus 86.000 millones de neuronas y todas las sinapsis entre ellas, y nos volveremos a preguntar como en la parábola de la pecera: ¿dónde estoy yo? La razón te dirá que tú eres ese mapa inextricable de neuronas y sinapsis, nodos y nexos, pero tú seguirás estando detrás de tus ojos y entre tus dos orejas, ¿no?






























[ARCHIVO DEL BLOG] Historias de la República. [Publicada el 19/10/2009]










La Historia, notaria del pasado, sigue gozando de respetable salud. Y eso que hace ya 2500 años que dos griegos ilustres, mediado el siglo IV a.C. la iniciaran como disciplina científica: Heródoto, con su "Historia" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996), y Tucídides, con su "Historia de la Guerra del Peloponeso" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1997), hermosas lecturas que recomiendo con énfasis especial.
De esa misma respetable salud sigue gozando la historia de la Guerra Civil Española de 1936-1939, y por extensión, la de la II República española (1931-1939). Uno de los historiadores que más y mejor ha escrito sobre la guerra civil española ha sido el profesor e hispanista norteamericano Gabriel Jackson (1921), y entre los españoles, el economista, diplomático e historiador Ángel Viñas (1941), catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
Al profesor Viñas le conocí, aunque no tuve el place de tratarle personalmente, durante su paso por la UNED, en el tiempo en que yo cursaba la licenciatura de Geografía e Historia en dicha universidad, a mediados de los 80, y en el Congreso Internacional sobre "La oposición al régimen de Franco", organizado en Madrid, también por la UNED, en 1988, bajo la dirección de los profesores Tuñón de Lara y Javier Tusell, al que asistí como alumno becario. Le recuerdo con su sempiterna corbata de pajarita (prenda típica y casi de uniformidad oficial del profesorado de la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey (Estados Unidos); la Universidad de Albert Einstein, y perdónenme la digresión, los cinematográficos y televisivos, respectivamente, doctores Indiana Jones y House).
De él reseñé en este mismo blog, en mi entrada "Falsos mitos", del uno de septiembre pasado, un artículo suyo de ese mismo día en El País, titulado "Un tiempo de sangre y fuego", sobre algunas de las falsedades creadas por la historia en torno al pacto Stalin-Hitler, que diera paso poco más tarde a la II Guerra Mundial.
Y en este mes de octubre, en la prestigiosa, y para mi imprescindible lectura mensual Revista de Libros en su número 154, el profesor Gabriel Jackson publica una extensa y documentada recensión bajo el elogioso título de "Una trilogía histórica magistral" de los tres últimos libros del profesor Ángel Viñas: "La soledad de la República"; "El escudo de la República", y "El honor de la República", todos ellos editados por Crítica, Barcelona.
Dice el profesor Jackson que los tres libros reseñados constituyen, sin ninguna duda, los estudios archivísticos más detallados y más exhaustivamente documentados de las reacciones diplomáticas y militares al estallido de la Guerra Civil española; y también de los esfuerzos de los sucesivos gobiernos republicanos para vencer la hostilidad político-económica de las grandes potencias democráticas –Inglaterra, Francia y Estados Unidos– y contrarrestar la masiva ayuda militar ofrecida desde el principio por Italia, Alemania y Portugal a las fuerzas comandadas por el general Franco.
En pos de su investigación documental, añade, el autor ha viajado a París, Londres, Moscú y a muchos otros lugares específicos en que se encuentran archivos relevantes. Ha proporcionado detalladas notas al pie para todas sus interpretaciones controvertidas. Ha preparado una lista de los acrónimos de docenas de archivos, preparado una bibliografía ingente, ofrecido al lector una extensa lista de dramatis personae y aportado copias de documentos importantes. Para conseguir su objetivo crítico e historiográfico ha citado, y refutado, cientos de contundentes afirmaciones de personas e instituciones que aparecen citadas con sus nombres.
En los párrafos finales de su comentario, el profesor Jackson dice que ha intentado señalar lo que le parecen énfasis ocasionales que distraen de la tarea principal, y que han ocupado mucho espacio porque quería que el lector conociera los juicios del autor más que simplemente las valoraciones que el reseñista hacía de esos juicios, pero que ello no ha de entenderse en absoluto como una evaluación negativa. Nadie, añade, ha rastreado los archivos más exhaustivamente que Viñas, que nadie ha estado más dispuesto que él a compartir información, o se ha mostrado más deseoso de comparar interpretaciones con colegas.
Como conclusión de la reseña, el historiador e hispanista norteamericano manifiesta que esta trilogía publicada por el profesor Viñas se mantendrá como una combinación excepcionalmente rica de historias basadas en archivos y de debates que cuestionan deliberadamente ideas establecidas en la lucha por alcanzar un entendimiento objetivo de la Guerra Civil española.
Desde el momento en que leí el artículo de Gabriel Jackson en "Revista de Libros" pensé que debería traerlo hasta mi blog, no, evidentemente, por lo que yo pudiera decir al respecto, salvo manifestar mi admiración y respeto por tan ilustre historiador, sino por hacerles partícipes a ustedes del placer de su lectura. Mi más sincero agradecimiento al profesor Gabriel Jackson y a la editora de "Revista de Libros" por haberme dado permiso para reproducir su artículo en mi Blog. Es un honor y un enorme placer para mi. Espero que les resulte interesante. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt