domingo, 16 de octubre de 2022

De la izquierda y el placer





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la izquierda y el placer. Porque como dice en ella el filósofo político y catedrático de universidad Daniel Innerarity, el gozo del que el progresismo hace bien en desconfiar es aquel vinculado al abuso, a la ausencia de límites, según la definición clásica de la propiedad que otorga al propietario el derecho de hacer lo que quiera con ella. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






La izquierda y el placer
DANIEL INNERARITY
12 oct 2022 - El País


La confrontación política se juega hoy básicamente en el terreno de los afectos. Las narrativas dominantes no son tanto teorías como aspiraciones emocionales. En este espacio parece estar triunfando el relato según el cual la izquierda es moralista, prohibicionista, nos quiere infelices, mientras que la derecha nos dejaría disfrutar haciendo lo que queramos. Obviamente, este relato es falaz, pero los relatos no son teorías científicas sino estados de ánimo que terminan imponiéndose y resultan más decisivos para configurar la opinión pública que cualquier evidencia. La izquierda contraataca acusando de negacionistas a quienes parecen olvidar la gravedad de las crisis que tenemos que afrontar. Esa acusación es tan correcta como estéril porque no se trata de un fenómeno con pretensiones de validez científica sino de un estado de ánimo colectivo que recoge el hartazgo ante la larga lista de prohibiciones que parecen la única receta para resolver los problemas sociales, desde la pandemia a la crisis energética.
Aquí tendríamos una posible respuesta a la pregunta acerca de las razones de que una parte de los trabajadores vote a la derecha o por qué la acción de gobierno volcada en la protección de los más vulnerables no es recompensada en las encuestas o en las urnas. Los cambios de ciclo no se producen por cálculos precisos o razonamientos sofisticados, sino por motivos que tienen que ver con el estado de ánimo, como el cansancio, el miedo o el pesimismo. La izquierda solo podrá hacerse valer en un escenario que no le es muy favorable si acierta a modificar sus términos emocionales.
La alta estimación que buena parte de la izquierda muestra hacia el sacrificio como motor de transformación histórica tiene su cumbre en aquella célebre afirmación de Marx de que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. La vergüenza ha sido, de hecho, un sentimiento positivo y transformador cuando se ha convertido en testimonio, como hemos visto recientemente en la ruptura del silencio por parte de las víctimas de abusos sexuales. El problema es que la reiteración de este tipo de discursos lo tiñe todo de negatividad: no se habla más que de malas experiencias, de quejas, la narrativa política es de abnegación y la acción de gobierno se traduce en un catálogo de prohibiciones. Frente a esto, un discurso positivo por parte de cierta derecha puede ser irresponsable, pero traslada un mensaje que encuentra resonancia en tantos abatidos por las crisis que atravesamos.
Esta visión sacrificial de la historia tiene además sus limitaciones. De entrada, no toda humillación pone en marcha un proceso de emancipación; hay una humillación que paraliza e individualiza, que se convierte en cólera improductiva o en simple tristeza de la que no se sigue nada operativo contra la iniquidad del mundo. Hay también una dialéctica muy elemental en esta concepción del cambio social; la historia pone de manifiesto que, con mucha frecuencia, la represión no es el preámbulo de la liberación sino de una mayor represión. Convertir “las contradicciones del capitalismo” en el presagio de su desaparición es pura superchería. En su libro El día en que el triunfo alcancemos, José Andrés Torres Mora ha dedicado unas páginas gloriosas a desmentir esa expectativa de que el sufrimiento sea el medio a través del cual se realizan los ideales políticos: profundizar en el sufrimiento no suele alumbrar necesariamente un régimen en el que el sufrimiento cambie de bando, sino la perogrullada de que sufran todavía más los que ya sufrían antes. Lo de “enseñar al pueblo a asustarse de sí mismo a fin de infundirle ánimo” es mera retórica panfletaria de aquel joven Marx que pretendía criticar a Hegel. Contra sus intenciones, el lenguaje negativo de la crítica puede servir para afianzar el abatimiento. Con esta concepción sacrificial de la transformación social se comunica una concepción del cuerpo como receptáculo de las injusticias sociales, el abuso, la dominación, el control, como si despreciara el cuerpo gozoso y su potencia de emancipación.
La izquierda rousseauniana parece haberse impuesto a la izquierda volteriana, contribuyendo así a un crear un campo de antagonismo que puede resultarle muy desfavorable. La izquierda manda, regula y prohíbe, mientras la derecha reivindica una vida más despreocupada y espontánea. Una se preocupa por la vida buena, mientras la otra se dedica a la buena vida. En la trifulca política son los límites al aire acondicionado, el consumo de carne o la corrección del lenguaje, frente a las terrazas, la ciudad iluminada y la desregulación. En medio de este marco es inevitable que la izquierda parezca cursi y moralizadora, que para amplios sectores de la población no esté consiguiendo aparecer como mejor, sino simplemente como más mandona. ¿Habremos de concluir que el sufrimiento es el único método que conoce la izquierda y que la derecha tiene el monopolio del placer? ¿Explicaría esto la diferente valoración que la opinión pública hace de la diversión de unos y de otros, de las fiestas de Boris Johnson y de Sanna Marin? Al margen de otras diferencias relevantes, puede que esa distinta calificación se deba a que asociamos a la derecha con el disfrute y a la izquierda con el sacrificio, por lo que en un caso no vemos ninguna incoherencia y en el otro sí.
No superará la izquierda este antagonismo que le es tan desventajoso mientras no formule una idea diferente del placer, al que ha venido considerando como algo individualista y burgués. En un marco dominado por el consumo, el placer solo aparece como un principio de confirmación del orden social. Pero la izquierda podría pensar el placer como un placer consciente de sus límites y que encuentra su autenticidad e intensidad en el compartir. No cualquier placer equivaldría a imposición o conformismo, sino aquel placer corto de vista, rudo, que desconoce el gozo del respeto y el disfrute compartido; el placer del que la izquierda hace bien en desconfiar es el placer vinculado al abuso, a la ausencia de límites, según aquella definición clásica de la propiedad que otorga al propietario el derecho de hacer lo que quiera con ella (el derecho de “usar y abusar”), una disposición absoluta y exclusiva, sean las riquezas naturales, pero también los cuerpos de las mujeres.
En la vieja idea de suprimir la propiedad privada lo más valioso no era la vacua pretensión de una propiedad colectiva que es completamente irreal, sino la apelación a un modo diferente de poseer. El placer de los cuerpos puede entenderse como una apropiación recíproca que no carece de límites, fundamentalmente el señalado por la idea del consentimiento. No se trata de que las cosas carezcan de dueño, sino de que no haya formas de propiedad que impliquen una dominación directa sobre otros o aquella dominación indirecta que supondría desentenderse de los efectos que el abuso de lo propio puede tener sobre los otros. El consentimiento sexual y la ecología tienen en común ser formas de entender el placer como realidades compartidas, entre las personas y entre las generaciones.
Es posible pensar de otro modo el placer y la propiedad, como gozo compartido. Lo común es un modo de apropiación que se pone como límite el abuso. Los placeres pueden aumentar cuando se comparten de manera igualitaria. Gozar en la igualdad, la satisfacción de formar parte de una sociedad justa son formas de placer que podrían ser una alternativa positiva a su reducción individualista.




















 



sábado, 15 de octubre de 2022

De las distintas percepciones de la vista y el corazón

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de las percepciones distintas de la vista y el corazón, porque como dice en ella el politólogo y catedrático universitario Víctor Lapuente, nuestras sociedades tienen crecientemente unos ojos que no sienten y un corazón que no ve, y la izquierda tiene mejor corazón, pero la derecha mejor vista. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






El Fary de la derecha
VÍCTOR LAPUENTE
11 OCT 2022 - El País


El guía de la nueva derecha no es Trump, sino El Fary. Para la corriente de pensamiento que nutre a Vox, pero también para algunos (y algunas) en el PP, la izquierda es lo mismo que el hombre que llevaba la bolsa de la compra y el carrito del niño era para El Fary: “Blandengue”. Frente al pétreo estoicismo de quienes toman cañas en una pandemia, no ven pobres en las calles y piden a los familiares de los fallecidos en las residencias de Madrid y a los descendientes de los abandonados en las cunetas de la Guerra Civil que pasen página, la izquierda es quejica. La empatía con los que padecen es una debilidad, una fisura en la armadura moral que todos deberíamos llevar bien puesta.
En parte, la derecha es farysta por genética. Las personas con una ideología conservadora son algo menos sensibles al dolor ajeno que las de izquierdas. No son peores seres humanos —mirar con superioridad moral a los de derechas es tan absurdo como hacerlo con los de izquierdas—, sino que tienen otros pilares éticos. Son más leales a la comunidad, a la tradición y a la justicia entendida como proporcionalidad. Pero, si nos vemos obligados a compararlos y aun a riesgo de simplificar, diríamos que la gente de izquierdas tiende a ser moralmente más compasiva y, la de derechas, moralmente más completa. Los de izquierdas son más empáticos, pero también más ciegos a otras consideraciones más allá del sufrimiento del prójimo. La izquierda tiene mejor corazón, pero la derecha mejor vista.
Esa diferencia lleva milenios entre nosotros, pero sólo ahora la palpamos con fuerza. Porque, hasta hace poco, la derecha democrática quería domar sus instintos, evitando caer en el tribalismo insolidario. Luchando contra su naturaleza, el “conservadurismo compasivo” condujo a la democracia cristiana europea a crear un Estado de bienestar tan poderoso como el socialdemócrata y a los republicanos americanos a mantener los impuestos altos. Ahora, la derecha se ha abandonado completamente a sus impulsos. Sus políticos hablan al hígado de los votantes, buscando despertar el miedo y enterrar la misericordia.
Algo simétrico pasa en la izquierda, cada día más cegada por la justicia social y más alejada, en sus opiniones sobre cohesión y diversidad social, de la media ciudadana. Nuestras sociedades tienen crecientemente unos ojos que no sienten y un corazón que no ve.




















De la guerra de Ucrania que va para largo

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la necesidad de prepararse para una larga guerra en Ucrania, porque como dice en ella el director del European Council on Foreign Relations (ECFR), Mark Leonard, la decisión de Putin de movilizar a 300.000 reservistas y el apoyo internacional obtenido en Samarcanda indican que el Kremlin se prepara para un conflicto de desgaste. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Hay que prepararse para una guerra larga
MARK LEONARD
10 OCT 2022 - El País


Un fantasma nuclear recorre Europa, otra vez. El presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó la movilización de unos 300.000 reservistas y anunció que usará “todos los medios disponibles” para defender a Rusia, a lo que añadió: “no es una fanfarronada”. Una veterana figura de la política europea me hizo notar que este coqueteo con el abismo nuclear es una invitación a desempolvar viejos volúmenes sobre la Guerra Fría, como On Thermonuclear War, de Herman Kahn.
Es verdad que, en medio de la euforia que siguió a las últimas victorias ucranias en el campo de batalla, algunos comentaristas muestran un cauto optimismo respecto de que Ucrania pueda ganar la guerra en la primera mitad del año entrante. Pero las últimas acciones de Putin hacen pensar que Rusia se está preparando para una larga guerra de desgaste. Además de subir el tono de sus amenazas, Putin también abordó dos importantes asimetrías que habían caracterizado al conflicto hasta ahora. La primera es la divergencia entre la “operación especial” de Rusia y la respuesta unitaria de toda la sociedad ucrania. Puede que desplegar 300.000 soldados más no baste para conquistar Kiev o para ocupar Ucrania, pero mantendrá a Rusia en la partida.
La otra asimetría es en el nivel del apoyo internacional. Ucrania habría desaparecido del mapa hace muchos meses si no hubiera recibido miles de millones de dólares en equipamiento militar, apoyo de inteligencia y ayuda económica de Europa y Estados Unidos. A Rusia, en cambio, le costó mucho conseguir algún apoyo externo significativo. Pero en la reciente Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Samarcanda, Putin tuvo ocasión de ponerse al día con otros asistentes, como los presidentes de China, Xi Jinping; de Turquía, Recep Tayyip Erdogan; de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, y de Irán, Ebrahim Raisi.
El principal aliado de Putin es Xi, que no ha dejado de darle apoyo. Según conversaciones recientes que mantuve con académicos chinos, Pekín ve la situación en Ucrania como una “guerra por delegación” en el contexto de su incipiente guerra fría con Estados Unidos. Una enseñanza importante de la Guerra Fría original es que cuando las dos partes en un conflicto a través de intermediarios reciben apoyo suficiente para mantenerse a flote, ninguna de las dos termina venciendo a la otra. Aunque este hecho ha servido a los ucranios para pedir envíos continuos de armas a Occidente, también puede motivar una ampliación del apoyo práctico que China provee a Rusia (en concreto, camiones y semiconductores).
Si el conflicto se orientara en esa dirección, ya sabemos el resultado. La gente de Corea, Vietnam, Guatemala, Afganistán, Angola y muchos otros lugares pueden dar testimonio de los horrores de las guerras por delegación que se prolongan durante años o incluso décadas, bañando en sangre a los países afectados, paralizando sus economías y dejando sin un futuro a las generaciones jóvenes.
Aun así, en lo inmediato, Occidente debe mostrar que no se deja acobardar por las amenazas de escalada de Putin. Como han mostrado mis colegas en el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales (ECFR, por sus siglas en inglés), Europa puede soportar una guerra prolongada si adopta un plan integral para proveer a Ucrania de tres elementos clave: equipamiento militar, garantías de seguridad y apoyo económico.
En relación con el primer pilar, el ECFR ideó un “plan Leopard” para la provisión a Ucrania de los vehículos blindados que necesita con urgencia, y bosquejó ideas concretas para ir suministrándole más tecnología occidental conforme su viejo inventario soviético se vaya agotando. Pero además de una planificación y ejecución esmerada, el plan demandará dinero. Dado que el Ejército de Ucrania es más grande que la Bundeswehr (las Fuerzas Armadas alemanas, la mayor fuerza terrestre de la Unión Europea), y que sus brigadas blindadas superan en número a las del Reino Unido, Francia y Alemania combinados, calculamos que proveer los equipos militares necesarios costará unos 100.000 millones de euros (97.000 millones de dólares).
En segundo lugar, para aceptar un acuerdo que ponga fin a la guerra, Ucrania necesitará garantías de seguridad a largo plazo creíbles. En este sentido, mis colegas han elaborado un marco que comprende garantías formales de apoyo, mecanismos de consulta, promesas de suministro y amenazas de sanciones. Este marco se deberá aplicar solamente a los territorios que estén bajo control total de Ucrania, para que la dirigencia ucrania pueda aceptar un acuerdo sin necesidad de hacer concesiones sobre territorios que sigan ocupados.
Finalmente, el apoyo económico debe incluir no solo los costos de la reconstrucción del país y de su preparación para la integración con la UE, sino también las necesidades continuas del Estado ucranio en el día a día. Ahora mismo, los ingresos fiscales solo cubren el 40% del gasto público, con lo que queda un déficit de financiación de 5.000 millones de dólares mensuales.
El mayor desafío será mantener el apoyo político y la solidaridad de Europa, sobre todo conforme sigan creciendo los costos de una larga guerra. Según algunas de nuestras estimaciones, proveer a Ucrania el apoyo descrito puede costar más de 700.000 millones de euros. Esto supera el monto del plan de recuperación pospandemia de la UE, que ya se consideró revolucionario siendo para todos los Estados miembros. Obtener el mismo nivel de apoyo para un único Estado y de fuera del bloque demandará un liderazgo político heroico.
Además, el invierno traerá consigo un aumento de la factura energética y del costo de alojamiento de los refugiados ucranios. Ya han caído Gobiernos en Italia y Bulgaria, y se percibe un avance de la ultraderecha en el contexto de una nueva oleada populista. Las autoridades europeas tendrán que preparar a sus poblaciones para una guerra larga y continuar al mismo tiempo con la búsqueda de soluciones. Sin dejar de demostrar su compromiso duradero con la lucha ucrania, debe estructurar el apoyo en modos que mantengan abierta la puerta a un eventual acuerdo. Uno de los peores escenarios imaginables sería una guerra por delegación interminable.




















jueves, 13 de octubre de 2022

De la ley Trans

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy es doble y va de la Ley 15/2022, más conocida como ley Trans, de la que la escritora Nuria Labari se pronuncia, entendiendo que cualquier persona puede elegir ser quien desee, y no cabe que ninguna institución tenga más poder que el propio individuo en una elección que es exclusivamente una deliberación íntima, y la también escritora Laura Freixas se manifiesta en contra, por considerar que los efectos negativos de este tipo de iniciativas, que deberían llamarse “de libre elección de sexo legal”, pues esa es su disposición fundamental, no se limitan a los problemas médicos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





La ‘ley trans’ que nos cambiará la vida
NURIA LABARI
07 OCT 2022 - El País
En una narración literaria hay que distinguir siempre entre lo que se dice y lo que se cuenta. En una ley también. De lo que dice la ley trans se ha discutido mucho (muchísimo de hecho), tanto que hace tiempo que dejó de importar lo que se cuenta. Una de las cosas que dice la ley es que en España todas las personas tenemos derecho a la libre autodeterminación de género. Es decir, que una persona pueda cambiar el nombre y el sexo en el DNI solo por su voluntad, sin necesidad de informes médicos y años de hormonación como hasta ahora. Sobre este punto se ha discutido casi tanto como se ha desinformado, aunque hoy ya sabemos que la autodeterminación no hará perder ningún derecho a ninguna mujer, como tampoco permitirá eludir una condena por violencia machista a ningún hombre.
Sin embargo, creo que se ha insistido, celebrado y agradecido poco (a quienes se han dejado la identidad y la vida durante años para llegar hasta aquí) lo que cuenta esta ley, lo que explica de nosotros como individuos, como sociedad y como país. Y lo que cuenta es que todas las personas podemos elegir ser quienes deseemos ser y que ninguna institución puede tener más poder que el propio individuo en una elección que es y solo puede ser una deliberación íntima. Y en este sentido, la ley trans no solo supone un paso de gigante para el colectivo LGTBI, sino para todas las personas que desarrollamos nuestra identidad en este país.
Hasta ahora lo trans venía funcionado como un tabú en España y en todo el mundo, como el fantasma de lo monstruoso, símbolo perfecto de todo lo que debe ser marginado y excluido cuando no encaja dentro de los límites de las estructuras convencionales y de poder. Tanto es así, que lo trans ha sido a menudo símbolo del mal y del pecado, una frontera imaginaria capaz de separar el bien del mal, lo enfermo de lo sano. Entenderán a qué me refiero si recuerdan conmigo una mítica película de terror psicológico, El silencio de los corderos. Aquella donde había un psicópata muy malo, Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), que ayudaba a dar caza a otro aún peor. Un asesino terrible símbolo del mal en la tierra y de la psique más enferma posible. Perseguimos durante toda la película al monstruo de la mano de la agente del FBI Clarice Starling (Jodie Foster) para llegar a un desenlace donde por fin le atrapamos a la vez que entendemos el origen mismo del mal. Así, en una de las imágenes finales, el cruel asesino se mira al espejo mientras se maquilla y baila ante el espectador como una especie de demonio pop antes de mostrar a cámara un pubis donde el pene y los testículos han sido escondidos. Y ahí es donde se espera que el espectador lo entienda todo. El asesino es transexual, un enfermo, alguien capaz de matar para diseñar un traje hecho con la suave piel de mujeres muertas.
Pues bien, este tipo de “explicaciones” formarán parte de un pasado oscuro en la España que estamos construyendo. Una capaz de defender con la ley en la mano que no hay nada monstruoso en elegir quienes queremos ser y menos aún en transitar o modificar nuestra identidad (ni la de género ni cualquier otra). Porque al ser la identidad trans el tabú más profundo de nuestra cultura y la frontera más íntima de todas, sucede que quienes han impulsado, defendido y padecido las consecuencias de convertir esta ley en realidad nos están cambiado la vida a todas las personas, seamos o no trans. Porque a lo largo de la vida, todas, todos y todes vamos a ser, en algún momento, seres en transición. Y la nueva ley cuenta (más allá de lo que dice) que todo tránsito es legítimo y que merece ser respetado y cuidado. En este sentido, la nueva ley ampara a los inmigrantes que cambian de país y de costumbres, a todas las personas que intentan subirse a un ascensor social para convertirse en otras, a aquellas que desean transitar de la soltería al matrimonio, a todos los cuerpos que deciden con valentía cruzar la frontera de la maternidad, a quienes necesitan decir adiós a la familia que un día formaron, a aquellas personas que el mercado ha convertido en “paradas” después de años de duro trabajo, a quienes transitan por la compleja senda de la jubilación, a quienes se asoman al abismo de un duelo o al precipicio que puede suponer un gran éxito.
Las personas transitamos las fronteras de nuestra identidad muchas veces en la vida y a menudo lo hacemos con miedo o con vergüenza. Y, dado que durante muchos años no ha habido mayor vergüenza que la de ser una persona trans, resulta que su liberación es de alguna manera símbolo e impulso de la del resto. Porque rasgar el tabú trans es como rasgar la venda inmensa que impide respirar cualquier herida de la identidad. Por eso, conviene recordar que esta ley no ha sido fácil y que ha supuesto el sacrificio de muchas personas que han quedado extenuadas y maltratadas no solo por el hecho de ser quienes son, sino por luchar para mejorar la vida del resto. Se pagan precios muy altos por intentar cambiar el mundo. Pero hoy celebramos que hay personas dispuestas a asumir ese carga y ese riesgo. Y no, esta ley no hará que haya más personas confundidas respecto de su identidad de género. Vivimos en la era del tránsito y la frontera: ninguna ley puede cambiar eso. Sin embargo, es responsabilidad de la ley trabajar para que elegir quienes queremos ser nos deje de doler de una vez por todas.





La ‘ley trans’ y los ‘detrans’
LAURA FREIXAS
07 OCT 2022 - El País


Un gran escándalo médico se avecina: “uno de los mayores de todos los tiempos”, profetiza Tom Goodhead, el abogado cuyo bufete prepara una demanda colectiva contra la clínica Tavistock. ¿El motivo? Los demandantes, unos mil, habían acudido a la Unidad de Identidad de Género de Tavistock, la única del sistema británico de salud pública. Allí fueron diagnosticados como trans y alentados a transicionar médicamente. Se hormonaron para tener barba o pechos, se sometieron a mastectomías, histerectomías, castraciones… Ahora constatan que su vida, lejos de mejorar, ha empeorado. Sufren esterilidad, menopausia precoz, anorgasmia, depresión por haberse amputado miembros sanos.
Ya en 2020, las autoridades habían encargado una investigación independiente. Querían entender el vertiginoso aumento (1.460% más de chicos, 5.337% más de chicas, en menos de una década) del número de menores diagnosticados como trans. La respuesta fue que el personal sanitario “se sentía presionado” para emitir ese diagnóstico, sin explorar otras posibles causas del malestar de sus pacientes. De resultas del informe, las autoridades han decidido clausurar la Unidad de Identidad de Género de Tavistock.
Poco se ha seguido ese asunto en España. Y sin embargo, debería preocuparnos, pues el Proyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI —alias ley trans— que está ahora en las Cortes repite los errores británicos. Señaladamente, la presión sobre las/os terapeutas: los artículos 75.4 y 76.3 amenazan con sanciones de hasta 150.000 euros a quien practique o promocione “terapias de aversión”, que la ley define, no por sus métodos, sino por su finalidad: “modificar la identidad sexual” del paciente, aun con su consentimiento.
“Identidad sexual”: con el concepto clave hemos topado. El artículo 3.h) del proyecto de ley la define como “la vivencia interna e individual del sexo tal y como cada persona la siente y autodefine, pudiendo o no corresponder con el sexo asignado al nacer”, y le da prioridad sobre el sexo biológico. Artículo 38.1: “Toda persona de nacionalidad española mayor de dieciséis años podrá solicitar al Registro Civil la rectificación de la mención registral relativa al sexo”, la cual deberá concederse sin exigir ningún “informe médico o psicológico” ni “modificación de apariencia o función corporal” (art. 39.3).
Aunque el proyecto de ley no especifica si esa “rectificación” debe obedecer a alguna finalidad, suponemos que se trata de adecuar el sexo legal a esa “identidad sexual” que “cada persona autodefine”. Pero ¿cómo puede definirse cualquier cosa sin referirse a significados socialmente compartidos? Si “mujer es quien se siente mujer”, pero “mujer” no es un sexo, ni siquiera su apariencia, ¿qué siente quien se siente mujer?
La respuesta nos llega por la puerta de atrás. La encontramos, por ejemplo, en los protocolos educativos de comunidades autónomas que, desarrollando sus propias leyes trans, instan al profesorado a detectar a alumnas/os trans con criterios como: “en niños, tendencia a rechazar los juegos y actividades típicamente masculinos; en niñas, resistencia a vestir ropas típicamente femeninas” (protocolo de Baleares). Un cuento infantil editado por la asociación de familias de menores trans Chrysallis (En la piel de Daniel) lo deja aún más claro con la historia de Berta, una niña que “se quita las horquillas, se pinta bigote con acuarela de bote, en Navidad se viste de vaquero, en Carnaval, de bombero”… “No le gusta el rosa” y “salta de alegría cuando mete un gol”... ¿Conclusión de Chrysallis? “¡Berta es un niño! ¡Es Daniel!”.
Blanco y en botella. Bajo una apariencia moderna y transgresora, las leyes trans refuerzan los clichés sexistas: los niños juegan al fútbol, las niñas a muñecas. De paso, se cuela también la homofobia: la Berta marimacho, posiblemente atraída por las niñas, se redefine como un correcto Daniel heterosexual.
Todos deseamos que las personas trans lleven la mejor vida posible. Pero la manera de conseguirlo no es evidente. De entrada, habría que preguntarse qué significa “trans” —un término paraguas que recubre vivencias muy dispares, desde someterse a múltiples operaciones hasta cambiarse solamente el pronombre— y quién, con qué criterio, decide que esa que antes era mujer es ahora (¿o siempre fue?) hombre, o viceversa. En Suecia, el estreno de un documental sobre las secuelas de las transiciones (The trans train, 2019) provocó que el número de menores que se declaraban trans disminuyera brusca y drásticamente. ¿Se puede, entonces, sostener la idea, eje del proyecto de ley, de una “identidad sexual” innata, inalterable, impermeable a las influencias exteriores? Si fuera cierta, el fenómeno de la detransición no existiría.
No es fácil saber cuántas personas interrumpen o intentan revertir su transición. Hay poco seguimiento médico, y el malestar de esos “detrans” —y el ostracismo que sufren por parte de la comunidad trans— no les anima a darse a conocer. Pero es sintomático que el número de usuarios del foro Reddit dedicado a la detransición no deje de crecer: a día de hoy, son más de 38.000.
La respuesta estándar del transactivismo a tales casos es que los detransicionadores “no eran verdaderos trans”. Como todo lo relativo al escurridizo concepto de “identidad sexual”, es una afirmación dudosa: ¿en base a qué puede calificarse de verdadera o falsa una “vivencia interna autodefinida”? Y aun si se pudiera, ¿qué terapeuta va a osar cuestionarla, con la espada de Damocles de una sanción de 150.000 euros sobre su cabeza? Por cierto, no se entiende que los mismos que ponen el grito en el cielo, con toda la razón, ante cualquier agresión homófoba o tránsfoba, sean tan insensibles a la desesperación y la ira de los detransicionadores, cuyas voces se oyen cada día más en internet. La ley trans no prevé nada para ellos.
Los efectos negativos de las llamadas “leyes trans”, pero que deberían llamarse “de libre elección de sexo legal”, pues esa es su disposición fundamental, no se limitan a los problemas médicos. Los hay jurídicos, derivados de algo tan insólito como que una “vivencia interna autodefinida” confiera derechos. En el resto de nuestro sistema legal, se requieren comprobaciones objetivas: el derecho a jubilarse lo tienen quienes cumplen cierta edad —y lo demuestran—, pues lo contrario sería injusto para quienes trabajan. La ley trans permitiría, en cambio, a una persona con cuerpo masculino competir en la categoría femenina o cumplir pena en una cárcel de mujeres solo con afirmar que se siente mujer.
Estas consecuencias de la ley no aparecen en seguida: van saliendo a la luz a medida que el nuevo paradigma se asienta y se generaliza, como ha pasado en el Reino Unido. Es significativo que el apoyo de la ciudadanía británica a la posibilidad de cambiar legalmente de sexo haya caído de 53 a 32 % en solamente dos años (The Times, 22-9-22). En España, la creciente conciencia de todos estos problemas ha hecho surgir en poco tiempo varias asociaciones críticas con el proyecto de ley: feministas (Contra el borrado de las mujeres), de docentes (Dofemco), de madres (Amanda), sanitarias (Sanitarias feministas)…
El Gobierno hace oídos sordos. Ha pedido que el proyecto de ley se tramite por vía de urgencia, escamoteando así el debate. Pero el clamor que exige luz y taquígrafos cada día es más difícil de ignorar. Como dice el hashtag: #QuieroExplicarLeyTransEnElCongreso. Escuchen a la sociedad civil, Señorías.