sábado, 3 de septiembre de 2022

Del pasado y el futuro de la derecha

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del futuro y el pasado de la derecha, porque como dice en ella el catedrático de Ciencia Política, Víctor Lapuente, estamos en la antesala de un cambio sistémico entre quienes se decantan por el amor y el odio al capitalismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Futuro y pasado de la derecha
VÍCTOR LAPUENTE
30 AGO 2022 - El País

¿Qué políticos dicen que las grandes tecnológicas son “malévolas”, “corruptas” y “enemigas de nuestra civilización”? ¿Quiénes consideran que las multinacionales “no son nuestro aliado” y ven a sus ejecutivos como contrarios ideológicos que conspiran para “destruir nuestra forma de vida”? ¿Quiénes han iniciado una cruzada de amenazas y regulaciones contra las gigantescas Disney o BlackRock? Fácil. Alberto Garzón o Irene Montero. Quizás Yolanda Díaz. Y Pablo Iglesias, claro.
Pues no. Son distinguidos republicanos, como los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, o aspirantes a serlo, como J. D. Vance. Su partido, al frente de una tendencia que engulle a las derechas de otros países (como Francia), se está volviendo anticapitalista.
La izquierda cree que es mera hipocresía: aunque los políticos de derechas usen una retórica contra las grandes corporaciones, sus políticas las favorecen. Pero, ¿por qué ahora? Tradicionalmente, el discurso probusiness les ha funcionado bien a los conservadores, de Ronald Reagan a Isabel Díaz Ayuso. ¿Y por qué renunciar a las siempre suculentas donaciones de empresarios multimillonarios?
Estamos en la antesala de un cambio sistémico en la política. Derechas e izquierdas están intercambiando su amor y odio por el capitalismo. Mirado con perspectiva, no es una mutación excepcional, sino un retorno a la norma, a la divisoria primigenia de la primera democracia moderna entre los partidarios del poder local (los jeffersonianos) y los del Gobierno federal (los hamiltonianos). De estas raíces crecieron dos tallos opuestos, dos filosofías incompatibles, no solo sobre la política, sino sobre la propia naturaleza de la verdad. Los jeffersonianos priorizan la cultura de un lugar (apego a la Biblia o a las libras y onzas) y los hamiltonianos, la razón universal (adherencia a los derechos humanos o a la tecnocracia del Fondo Monetario Internacional). Los jeffersonianos temen lo que el antimonopolista Louis Brandeis llamó la “maldición de ser grande”, los problemas que generan las corporaciones, o los gobiernos, descomunales. Y las derechas de hoy están retornando a este particularismo jeffersoniano.
Mientras, las izquierdas abrazan de nuevo el universalismo hamiltoniano, y muchos de los altermundistas que se manifestaban en Seattle o Génova son ahora declarados globalistas. Bienvenidos a la contienda del futuro, y el pasado, por el corazón de las democracias.



















viernes, 2 de septiembre de 2022

De la realidad social del catolicismo


 



Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la realidad social del catolicismo, al que como dice en ella el filósofo Bernat Castany, escarnecer como si fuera una realidad unánimemente retrógrada sin comprender que se halla atravesado por numerosas tensiones, no va a favorecer que surjan en él las voces críticas que contribuyan a renovarlo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Un ángulo muerto
BERNAT CASTANY PRADO
29 AGO 2022 - El País

El término “laico”, del griego laos, “pueblo”, significaba en un principio “popular” y designaba a aquellos que no pertenecían a ninguna institución eclesiástica. Sólo después de que las guerras de religión desgarrasen países como Francia o Inglaterra, pasó a designar el proyecto político de apartar los sentimientos religiosos de la esfera pública. Pero en aquellos países en los que el catolicismo se impuso sin problemas, la Contrarreforma reprimió el laicismo, defendido por los humanistas. Muchos de los cuales, por cierto, eran cristianos.
Subrayo este hecho, porque es un error habitual confundir el laicismo con el anticlericalismo y el ateísmo, y el anticlericalismo y el ateísmo con el progresismo. Primero, el ateísmo es, malgré moi, una convicción “teológica”, de modo que intentar imponerla como “religión de Estado” supondría atentar contra el laicismo. Segundo, el anticlericalismo es la crítica a la oficialidad religiosa, blandida muchas veces en nombre de una religiosidad más auténtica, como fue el caso de la Teología de la Liberación. Tercero, existe un cristianismo progresista, así como también existe un progresismo cuya actitud de menosprecio o burla hacia los creyentes es contraria a la libertad y la tolerancia que dice perseguir.
Desgraciadamente, este tipo de confusiones son habituales en algunos sectores de la izquierda. Es cierto que, además de sus errores históricos, en las últimas décadas, la Iglesia oficial ha dado, como tantas otras instituciones o movimientos, un giro reaccionario. Pero escarnecer al catolicismo como una realidad unánimemente retrógrada o corrupta sin atender al hecho de que se halla atravesado, como toda comunidad, por numerosas tensiones, no va a favorecer que surjan en él las voces críticas que contribuyan a renovarlo, ni que se abran en los demás los oídos que escuchen lo que estas también tienen que aportar. Al contrario, provocará en todas partes un repliegue identitario, que acallará voces y cerrará oídos, para entregarle todo el protagonismo a los fanáticos.
Lo cual no sólo supone un error político, por atentar contra uno de los valores fundamentales de la democracia como es el laicismo, sino también un fallo estratégico, ya que arroja a un gran número de creyentes al vacío político interestelar. Por eso, en las cuestiones religiosas (y probablemente también en las nacionales), lo mejor sería, como recomendaba Cervantes, “que cada uno meta la mano en su pecho”. Y que no la saque más que para ayudar a aquellos que, dejando a un lado las diferencias accesorias, apuntan desde otras posiciones a unos mismos objetivos fundamentales. Se trata, en fin, de hacer que resuciten los ángulos muertos.



















jueves, 1 de septiembre de 2022

De los mitos tecnológicos

 

Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los mitos de la tecnología, porque como dice en ella la escritora Marta Peyrano, toda tecnología lo suficientemente centralizada es susceptible de convertirse en un arma de destrucción, explotación o colonización masiva. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







No vienen a salvarnos
MARTA PEIRANO
26 AGO 2022 - El País

Está a punto de ocurrir: la energía limpia, la máquina que reduce el efecto invernadero, la vacuna contra el envejecimiento, la inteligencia artificial general. Al mismo tiempo, es el fin de la abundancia, de la democracia y de la despreocupación. Un buen día, despertaremos y ya no habrá que dejar de fumar, de comer grasas saturadas o de poner el aire acondicionado por encima de 24ºC. O quizá no habrá agua, derechos civiles o calefacción. Parecen relatos antagónicos pero perfectamente compatibles. Para que Jeff Bezos suba al espacio, un millón y medio de trabajadores de Amazon tienen que malvivir. Para que Mark Zuckerberg encienda su metaverso, millones de europeos pondrán la lavadora de noche una vez por semana. No podemos renunciar al progreso, pero podemos dejar de hornear.
“No hay otra alternativa”, fue el lema de Margaret Thatcher para imponer la desregulación, la era del ultraliberalismo económico y el imperio de los combustibles fósiles. “No hay otra alternativa”, nos repiten en Davos, en las últimas cumbres climáticas y en la televisión. Un milagro tecnológico salvará el mundo en el último minuto porque ya no queda tiempo y porque somos demasiado vagos, estúpidos o egoístas para hacer otra cosa. O demasiado insignificantes. Cualquier cosa que hagamos será pequeña y ridícula en comparación.
“La mentira que alimenta la utopía del tecnocapitalismo es que sólo existe una manera de hacer big data, inteligencia artificial o computación en nube”, decía Evgeny Morozov en un ensayo reciente, “y es la manera que ha descubierto y perfeccionado Silicon Valley”. Esa mentira no sólo miente, sino que está devorando el resto de alternativas, secuestrando sus recursos y ninguneando su potencial. El fin de la abundancia podría ser el principio del fin de la democracia o el principio de una nueva era de responsabilidad radical. Pero despreciamos la acción colectiva, en incremento y local capaz de generar soberanía desde las instituciones de los barrios porque nos parecen pequeñas y tontas. Es más inteligente esperar que la máquina de explotación de datos, vigilancia masiva y desinformación se transforme en un arca donde cabremos todos en lugar de profundizar la injusticia y triplicar la desigualdad.
Toda tecnología lo suficientemente centralizada es susceptible de convertirse en un arma de destrucción, explotación o colonización masiva. Somos niños esperando que los adultos cojan el volante y resuelvan la situación, pero los adultos son Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates y Elon Musk y no vienen a salvarnos. Para que su futuro exista, el nuestro tiene que desaparecer.






Y ahora, las viñetas...
















miércoles, 31 de agosto de 2022

De nuestras identidades sociales

 

Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va sobre la construcción de nuestras identidades sociales, que como dice en ella la filóloga Lola Pons, para quienes las construyen sobre el odio al prójimo, necesitan encontrar marcas identificatorias, y si no las hallan, se las construyen en torno a algo tan simple y tan cambiante como una denominación. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Cómo se apellida un nazi
LOLA PONS RODRÍGUEZ
26 AGO 2022 - El País

El castellano Selemoh ha-Levi, hijo de Simeón ha-Levi, era el rabino mayor de la comunidad judía burgalesa a finales del siglo XIV. Con cerca de 40 años se convirtió al cristianismo, abandonó la kipá, se colocó la mitra y ejerció como obispo de Cartagena y de Burgos. Al convertirse, se cambió el nombre y empezó a llamarse (así lo conocemos hoy) Pablo de Santa María. La nueva elección onomástica era muy motivada: adoptó el nombre del converso más insigne, Pablo de Tarso, y un apellido de santoral.
Los apellidos como Santamaría, que evocan a santos, se llaman técnicamente hagiónimos y son frecuentísimos en la lengua española. Muchas veces remiten a lugares (hagiotopónimos) que a su vez tienen nombres de iglesias con advocaciones religiosas: unos santos están más bien escondidos dentro de la evolución fonética (Santander desde Sancti Emetherii, Santillana desde Sancta Iuliana), otros resultan claramente reconocibles (San Francisco, Santo Domingo...). Hay cientos de apellidos de santos en nuestros registros; obviamente, no todos remontan a judíos conversos, pero sí consta cierto hábito de los judíos españoles a adoptar esa clase de hagiónimos al abrazar una nueva identidad religiosa: en el mismo siglo XV de los Santamaría burgaleses, el médico aragonés Yosef ha-Lorquí se hizo llamar Jerónimo de Santa Fe; los Santángel, por su parte, fueron otra relevante familia de judeoconversos.
También los lugares cambian deliberadamente de nombre. El pueblo burgalés Castrillo Mota de Judíos se llama así desde 2014, fecha en que sus habitantes, en torno a medio centenar, decidieron olvidar el nombre previo Castrillo Matajudíos por lo hiriente de su connotación. Argüían los vecinos, además, que el viejo nombre del pueblo, constatado al menos hasta el siglo XVII, era “Mota de Judíos” y que alguien, empeñado en sacar pecho y acentuar el carácter de cristiano viejo, lo cambió con mala fortuna a Matajudíos. Lo cierto es que tanto mota (colina en terreno llano) como mata (porción de terreno arbolado) son formantes muy comunes en nuestra toponimia, y aluden a accidentes del terreno y la vegetación, pero con el cambio de topónimo esta localidad se quitaba de encima la aparente resonancia antisemita de un nombre que, paradójicamente, afectaba a un pueblo con una fundamentada tradición judía en sus orígenes: la historia verifica un asentamiento de judíos en la zona huidos de la comunidad hebrea de Castrojeriz.
Sorprende que a esta población burgalesa se desplacen colectivos nazis a hacer pintadas (cambiando mota por mata) y a quemar contenedores. Leyendo la noticia que hace unos días este periódico publicaba sobre el último episodio de vandalismo nazi sufrido por los ciudadanos de Castrillo Mota de Judíos, me preguntaba cómo se apellida un nazi, si alguno de esos bestias que se dirigen al pueblo burgalés para deshonrar su historia y sus decisiones tendrá apellidos de resonancia judía entre sus antepasados y si se los cambiaría o atentaría contra su propia historia; me preguntaba cuántos de los ancestros de estos quemacontenedores usaron kipá y vivieron en aljamas, en qué clase de pureza absurda puede creer alguien que, como español, no es otra cosa que la suma mezclada de identidades, conversiones, migraciones y destierros.
El proceso es el inverso al que, a miles de kilómetros de Burgos, le ocurre a un escarabajo cuyo hábitat se concentra en unas escasas cuevas húmedas de Eslovenia: un escarabajo ciego, depredador de los otros animales más pequeños que pueblan su hábitat. Esta especie de escarabajo, ignota para quienes como yo no nos dedicamos a la biología o a estudiar coleópteros ciegos cavernícolas, está en peligro de extinción por su nombre: se llama Anophthalmus hitleri, o sea, an-ophthalmus (sin ojos) de Hitler. La bautizó así el entomólogo austriaco Oskar Scheibel en 1933, en homenaje a Adolf Hitler, entonces recién elegido canciller alemán. Feliz y olvidado en su cueva húmeda, lo que ha puesto a este pobre escarabajo en peligro de extinción es algo tan superficial (y desafortunado) como su reciente nombre, porque el hecho de llevarlo lo ha convertido en un insecto codiciado para quienes, con muy dudosos principios y aficiones, gustan de coleccionar todo lo relativo a Hitler y están sustrayendo al escarabajo del hábitat esloveno en el que vive.
Es llamativo, y sería tierno si no estuviésemos hablando de nazismo, que estos vándalos le den tantísima trascendencia a un nombre. Quien construye su identidad sociopolítica sobre el odio al prójimo necesita encontrar marcas identificatorias, y si no las halla, se las construye en torno a algo tan simple y tan cambiante como una denominación. Imagino que, cuando no se tiene muy claro a quién dirigir el odio o la admiración, la vía más fácil para una mente simple es denostar o adorar aquello que de la manera más primaria y superficial pueda sugerirle un nombre. Pero ya es triste que lo más coherente con tu ideología sea perseguir un escarabajo o cambiar por a la o del nombre de una aldea.






Y ahora, la viñetas...