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domingo, 15 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Nomenclátor urbano, estulticia e hipocresía





Las actuales sociedades pretenden ser impolutas y que lo sea su callejero, lo cual es imposible mientras se sigan utilizando nombres de personas, dice el escritor Javier Marías (1951) en su artículo de ayer en El País Semanal, titulado Jueces de los difuntos. No puedo más que darle la razón. La revisión del nomenclátor de las calles de nuestros pueblos y ciudades más parece en la mayor parte de las ocasiones un ejercicio de estulticia e hipocresía que de homenaje a los propuestos. 

Parece que los políticos no tengan otra cosa que hacer que cambiar los nombres de las calles y retirar estatuas, placas y monumentos, comienza diciendo Marías. Mientras algunas ciudades se degradan día a día (el centro de Madrid está aún más asqueroso que bajo Gallardón y Botella, que ya es decir), los munícipes y sus asesores las desatienden y se entretienen con ociosidades diversivas, es decir, maniobras llamativas con las que disimulan sus gestiones pésimas y sus frecuentes cacicadas. En España hay larga tradición con este juego. Durante la República se cambiaron nombres, más aún durante la Guerra, el franquismo fue una apoteosis (hasta se cargó los cines y cafeterías “extranjerizantes”, el Royalty pasó a ser el Colón, etc), y durante la Transición, más discretamente, se recuperaron algunas antiguas denominaciones (por fortuna, Príncipe de Vergara volvió a ser esa calle y no la del nefasto General Mola, conspicuo compinche de Franco).

Pero ahora, sin que haya variado el régimen democrático, a ciertos políticos y a ciertas gentes les ha dado un ataque de pureza con el asunto, y no sólo aquí, sino en los Estados Unidos y en Francia, y no digamos en Sabadell, donde un pseudohistoriador considera a todo español impuro y ha propuesto suprimir del callejero a Machado, Quevedo, Calderón, Lope, Larra y no sé cuántos impostores más, a unos por “franquistas”, a otros por “anticatalanes” y a otros simplemente por “castellanos”. Huelga decir que entre los primeros, con anacrónico rigor, contaba a Góngora, Lope y Quevedo. Pero, más allá de este lerdo y xenófobo individuo y de su lerdo y xenófobo Ayuntamiento que le encargó el proyecto, hemos entrado en una dinámica tan absurda como imparable. Las actuales sociedades pretenden ser impolutas (cuando no lo son en modo alguno) y que lo sea su callejero, lo cual es imposible mientras se sigan utilizando nombres de personas. Una cosa es que haya calles y plazas dedicadas a asesinos como Franco y sus generales, Hitler y sus secuaces o Stalin y los suyos. Se trata de individuos que lo único notable que hicieron fue sus crímenes. Pero hay otra mucha gente compleja o ambigua, imperfecta, a la que se rinde homenaje por lo bueno que hizo y a pesar de lo malo. Se tiende estúpidamente, además, a juzgar todas las épocas por los criterios de hoy, como si los muertos de pasados siglos hubieran debido tener la clarividencia de saber qué sería lo justo y correcto en el XXI. Alguien que en el XVII o en el XVIII poseía esclavos no era por fuerza un desalmado absoluto, como sí lo es quien hoy los posee o los que pregonan la esclavitud, el Daesh. ¿Que en el XVIII había ya algunos abolicionistas (Laurence Sterne uno de ellos)? Sí, pero se los contaba con los dedos de las manos. En Francia se habla de retirarle todo honor a Colbert, que cometió pecados, pero también fue un Ministro extraordinario y un valedor de las artes y las ciencias. Si nos pusiéramos a analizar con minucia las vidas de cada cual (no ya de políticos y militares, sino de escritores y artistas, en principio más sosegados), nunca encontraríamos a nadie sin tacha. Téngase en cuenta, además, que desde hace décadas el hobby de los biógrafos es “descubrir” lacras, escándalos y turbiedades en sus biografiados. Este era machista, aquel abandonó a su mujer, el otro maltrató o acomplejó a sus hijos; Neruda y Alberti escribieron loas a Stalin, D’Annunzio fue mussoliniano una época, Lampedusa era aristócrata, Heidegger simpatizó con el nazismo, Ridruejo fue falangista, Cortázar y Vargas Llosa apoyaron la dictadura de Castro un tiempo, García Márquez hasta su último día, Sartre no se inmutó ante los asesinatos en masa de Mao, Pla y Cunqueiro estuvieron conformes con Franco. Pero si todos esos escritores tienen calles en algún sitio, no es por esos lamparones, sino pese a ellos y porque además lograron buenos versos o prosas o filosofías. Y algunos rectificaron a tiempo y abjuraron de sus errores.

Si se hurga en lo personal, estamos perdidos. Quizá el mejor poeta del siglo XX, T. S. Eliot, se portó dudosamente con su primera mujer, Vivien. No digamos el detestado Ted Hughes con las dos suyas. Si alguien los homenajea no elogia esos comportamientos, sino sus respectivas grandes obras y el bien que con ellas han hecho. En mi viejo libro Vidas escritas recorría brevemente las de veintitantos autores, entre ellos Faulkner, Conan Doyle, Conrad y Stevenson, Emily Brontë, Mann, Joyce, Rimbaud, Henry James, Lowry y Nabokov. La mayoría fueron calamitosos, algunos desaprensivos, muchos egoístas y unos cuantos fatuos hasta decir basta. ¿Y qué? No se los honra por eso. Si uno observa al microscopio a los benefactores de la humanidad, como Fleming, probablemente encontrará alguna mancha. Como la tienen, a buen seguro, cuantos hoy, erigidos en arrogantes jueces de los difuntos, se empeñan en “limpiar” sus callejeros y sus estatuas. Desde que tengo memoria, no recuerdo una sociedad tan hipócrita y puritana como la actual, ni tan sesgada. Más vale que recurra a los números para distinguir las calles, o a la antigua usanza inofensiva: Cedaceros, Curtidores, Milaneses, ya saben. Éstas, en Madrid, aún existen, concluye diciendo.



Puerta del Sol, Madrid



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

lunes, 24 de octubre de 2016

[A vuelapluma] ¡Pobre Madrid!, o Carmena ha perdido el norte





Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer...

[...]

En vano busqué a la princesa 
que estaba triste de esperar. 
La vida es dura. Amarga y pesa. 
¡Ya no hay princesa que cantar!

Canción de otoño en primavera, Rubén Darío


Tantos años esperando a que la derecha perdiera Madrid, para esto... Lo dice el escritor y académico Javier Marías en su columna de El País de ayer domingo. Y una vez más tengo que darle la razón. Quizá podría aplicar a mis sentimientos por Madrid las dos estrofas de Rubén Darío que me sirven de introducción.

Quiero a Madrid con toda mi alma. Allí viví entre los cuatro y los veintiún años, quizá la época más feliz de mi vida, la de la niñez y la primera juventud. Allí vivieron y murieron mis padres, mis abuelos, mis hermanos. Allí volví innumerables veces desde Canarias por motivos familiares, de estudio, profesionales y de vacaciones. En el último año en dos ocasiones por tristes motivos familiares. Y no reconocí el Madrid de mi niñez ni de mi juventud ni de mis visitas posteriores, sino que me encontré con un Madrid sucio, descuidado, inhabitable, aunque sus millones de visitantes parezcan acreditar lo contrario. 

Cuando Manuela Carmena se hizo con la alcaldía de Madrid me alegré sinceramente: ¡Por fin nos quitábamos de encima la casposa derecha que la gobernaba como si fuera un predio personal... No tengo la menor duda que de haber vivido en Madrid hubiera votado por ella. Por esa princesa, Madrid, triste de esperar, como decía Darío. Pero todo ha sido un sueño: ya no hay princesa a la cual cantar. 

La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, contaba el periodista Juan José Mateo en El País del pasado día 20, ha advertido este jueves sobre "la profunda crisis" que, a su juicio, viven los partidos como instrumentos que puedan resolver las necesidades de los ciudadanos y ha señalado que "el mundo de la democracia representativa se está acabando". La regidora, que ha intervenido en el ciclo Sociedad civil y cambio global, organizado por la Universidad Autónoma de Madrid y El País, apuesta por resolver los retos de las grandes urbes con una política "que identifica gestionar con cuidar" y con consultas ciudadanas. O lo que es lo mismo a golpe de plebiscitos. 

Carmena, cuenta Juan José Mateo, que llegó a la alcaldía de la capital de España como cabeza de lista de Ahora Madrid, una coalición electoral que integra a Podemos, siempre ha marcado distancias con la formación de Pablo Iglesias. Pero este jueves, durante un diálogo con la periodista Pepa Bueno en el ciclo Sociedad civil y cambio global, ha subrayado tanto sus críticas a la estructura de los partidos ("te despersonalizan") como el diagnóstico de que estos viven una profunda crisis.

“El mundo de la democracia representativa se está acabando”, ha afirmado. "Los partidos políticos te despersonalizan, son una gran trampa, no te puedes someter a una serie de imperativos y consignas", ha dicho la juez sobre su inmersión en el mundo de la política. "Los partidos políticos están en crisis", ha recalcado. "El camino va por el empoderamiento personal, por el poder del individuo", ha seguido. Y ha añadido: "Estamos empezando una gran revolución, como todos los momentos nuevos, con contradicciones y ruptura de costuras. Estamos en una crisis profunda. Me da mucho miedo que esa crisis profunda pueda generar mucha desesperanza si no hay líderes políticos extraordinariamente inteligentes y que podamos vivir momentos difíciles. El futuro de la izquierda tiene que tener una consideración muy fuerte de las personalidades individuales de los colectivos. Una especie de masa que una".

¿Cómo afronta Carmena el cambio de paradigma?, se pregunta el periodista. Madrid celebrará entre el 15 de diciembre y el 15 de febrero las votaciones sobre dos propuestas realizadas por los madrileños. Las consultas ciudadanas, no vinculantes, decidirán si la capital tiene un billete integrado para su transporte público (metro y autobús) y medidas para combatir la contaminación atmosférica. También está previsto que los ciudadanos decidan con qué proyecto arquitectónico reforma Madrid su emblemática Plaza de España.

Carmena, sigue diciendo, que aspira a peatonalizar la Gran Vía antes de que termine su mandato, en 2019, ha estrechado lazos con Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Anne Hidalgo, de París. Las tres regidoras reivindican una nueva forma de hacer política para afrontar los retos de las grandes urbes europeas. Las tres coinciden en pedir más competencias para los Ayuntamientos, en materia de educación o en la gestión de los permisos de asilo para los refugiados. Y las tres, según Carmena, aportan un rasgo distintivo a la política: "La cultura de las mujeres, que son las que han luchado más por la vida, lo doméstico y lo cotidiano. Me identifico con la política de la gestión de los cuidados. Identificar gestionar con cuidar".

Parece difícil oponerse seriamente a algunas de esas proposiciones, salvo por el hecho de que olvidan que por muchos experimentos sociales que hagamos no hay más democracia posible que la representativa y la de partidos. Y si esta funciona mal, que sí, que es verdad que funciona mal, mejorémosla, pero no la suprimamos, porque la otra, la de los plebiscitos continuados a la ciudadanía al margen de las instituciones, es la de Cuba, Venezuela, China o Corea del Norte. 

Javier Marías se muestra mucho más crítico que yo con la gestión de Carmena en su artículo de ayer en El País. Una sucesión de alcaldes y alcaldesas se han empeñado en destrozar Madrid, dice en él, y sumirla en el esperpento. Manuela Carmena se incorpora a la lista. Quienes lean esta página con asiduidad, dice más adelante, sabrán que llevaba más de veinte años esperando que el Ayuntamiento de Madrid lo gobernara un partido distinto del PP. Con éste, y por imposible que pareciera, todo fue siempre a peor. Era inimaginable alguien más nocivo para la ciudad que Álvarez del Manzano, hasta que vino Gallardón. Lo mismo, hasta que vino Botella. Entonces asomó en lontananza la figura de Aguirre, que podría arrasar con facilidad lo poco que sus correligionarios habían dejado sin destruir. Fue muy votada pero no lo bastante, así que por fin se hizo con las riendas (es un decir) Manuela Carmena, de otra formación. He sido prudente, he dejado pasar año y medio sin apenas opinar, confiando en ver mejoras. Al cabo de ese tiempo, no cabe sino concluir que la capital está maldita, con alcaldes y alcaldesas empeñados en destrozarla y sumirla en el esperpento, procedan de donde procedan.

Seguir los avatares municipales, añade, es siempre deprimente, cutre y sórdido. Pero, sin seguirlos muy de cerca, la impresión que la mayoría de los madrileños tenemos es que Carmena está ida con excesiva frecuencia; cuando no, le sale algún resabio autoritario de su época de juez halagada por sus camarillas; y, cuando no, mete la pata hasta el fondo con declaraciones demagógicas o estupefacientes. La versión benévola que corre es la siguiente: ella no sabe ni se ocupa mucho; ni siquiera conocía a los concejales que nombró (si es que los nombró ella y no se los impusieron desde Podemos, Ganemos, Ahora Madrid o como se llame la agrupación que manda); no se entera de casi nada y la manipulan sus ediles, levemente famosos por sus ideas de bombero, sus tuits desagradables o sus juicios pendientes de cuando eran meros “civiles”. Un informe interno de IU ha revelado que hay profundas divisiones en su Gobierno. Hemos sabido de algunas iniciativas demenciales, como la de crear “gestores de barrio” y “jurados vecinales”, que por suerte no salió adelante (¿se imaginan a sus vecinos dirimiendo altercados y hurtos, sin idea de la justicia y de sus garantías? Da pavor). A la Policía Municipal, que está a su servicio, la enfadó y humilló al prohibir a sus miembros celebrar en el Retiro el homenaje anual a su patrón, porque al parecer “desfilaban” y eso contravenía su carácter “no-militar”. Casi ningún madrileño estaba al tanto de esta ceremonia en un parque, luego poco podía molestar a nadie. Carmena organizó una votación popular para decidir qué hacer con la Plaza de España (a la que se podría dejar en paz), en la que participaron menos de 27.000 personas, el 1% de la población. Aun así, el Ayuntamiento dio por validada su opción, terrorífica como de Botella o Gallardón.

La sensación, sigue diciendo, es de absoluto caos, de descabezamiento, y, por supuesto, de majaderías continuas. Si ya había una tendencia municipal a ellas en todas partes, desde que gobiernan Carmena y su equipo locoide éstas se han multiplicado. Ya no hay sábado ni domingo del año en que la ciudad no sea intransitable y sus principales arterias no estén cortadas durante diez o doce horas, las centrales del día. Jornadas “peatonales”, infinitas maratones y carreras por esto o lo otro, concursos de monopatines, permanente adulación de los ciclistas fanáticos. En la última jornada reservada a las bicis, 70.000 individuos salieron a pedalear por todo el centro (siempre todo en el centro, puro exhibicionismo y ganas de fastidiar). Por muchos ciclistas que sean, no dejan de ser una minoría en una ciudad de casi tres millones, igual que los de las carreras y otras abusivas zarandajas. Es decir, se complace a las minorías más gritonas y exigentes, siempre en detrimento de la mayoría. Muchos de esa mayoría han de llegar al aeropuerto o a la estación en domingo o sábado, o ir a almorzar, y el reiterativo capricho de unos pocos les impide llevar su vida seminormal. Eso tiene el nombre de discriminación.

La suciedad, concluye diciendo, es igual o peor que con el PP, sobre todo en el centro. Papeleras y contenedores a rebosar, churretones de orina y olor a orina por doquier, suelos porquerosos, favelas cada vez más esparcidas por la Plaza Mayor y las zonas turísticas, atronadores músicos callejeros que impiden trabajar y descansar. Botella y Carmena, en este capítulo, son idénticas, como en el de los árboles que se caen y matan. En cuanto a las declaraciones, difícil elegir entre la famosa “cup of café con leche” o las recientes de la actual alcaldesa (cito de memoria): “Interiormente aplaudía a los subsaharianos que lograban saltar la verja de Melilla, y les decía: ‘Os queremos, sois los mejores”. Al hacer público su sentimiento, ya no era “interiormente”. La civil Carmena es muy dueña de tener las simpatías que quiera, y quizá coincidan con las de usted y mías. Pero lo cierto es que ahora es la regidora de una capital europea, y que estaba animando a algo ilegal, alentando a quienes saltan la verja por las bravas a continuar y venir. Si se compromete a albergar en su casa particular a cuantos lo consigan, bien está. Si no, la ex-juez ha perdido el juicio, ahora que ya no juzga, sino que ejerce un cargo público de gran responsabilidad. Madrid, capital maldita. ¡Pobre Madrid!



La fuente de la diosa Cibeles, símbolo de Madrid



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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viernes, 20 de septiembre de 2013

Placas callejeras









Quizá sea solo deformación profesional y académica; o quizá, no. Y solo sea curiosidad. En todo caso, disfruto leyendo las placas conmemorativas que me encuentro en las calles, plazas y edificios y monumentos de las ciudades que visito. Recuerdo con especial cariño algunas de París, Roma, Florencia, Barcelona... Cuando vuelvo a Madrid me encanta recordar las que tan profusamente se encuentran en el barrio de los Austrias, que fue escenario emocionado y emocionante de mis años juveniles.

Recuerdo especialmente una en la Cuesta de la Vega, en la trasera de la catedral de Nuestra Señora de La Almudena, por donde se cuenta que entró a galope el Cid en la ciudad musulmana de Magerit. Y otra, a pocos metros de allí, en la calle Mayor, que recuerda el lugar desde el que el anarquista Mateo Morral, lanzó una bomba que causó varios muertos en el cortejo nupcial del rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg. Esta última tiene un factor doblemente emotivo para mí pues ese mismo día, y a la misma hora, en un modesto templo también de Madrid, se casaban mis abuelos maternos; y por otro lado, porque se dice que la bomba para el atentado se la proporcionó a Mateo Morral el poeta, militar y político grancanario Nicolás Estévanez.

En Las Palmas, donde vivo, había hasta hace poco una -felizmente retirada- que recordaba que del caserón del parque de San Telmo donde se ubica el cuartel general de la agrupación de tropas de Gran Canaria, salió el general Franco para ponerse al frente del "glorioso alzamiento nacional". 

Hace unos años, viajando por el sur de la Península con una de mis hijas y su marido, encontramos dos que nos llamaron poderosamente la atención por motivos completamente diferentes.

Una, en la ciudad de Huelva, en la fachada de la espléndida iglesia de La Concepción, recordando el incendio y saqueo de la iglesia por la "barbarie de las hordas marxistas" en julio de 1936. No me parece mal que se recuerden esos hechos, o cualquier otro hecho histórico, pero me parece desafortunado mantener a estas alturas de los tiempos textos propios de otras épocas felizmente superadas.

Otra, en la ciudad de Sevilla, recordando que en la Taberna Las Escobas, junto a la majestuosa torre de La Giralda, y en funcionamiento desde hace siete siglos, comieron personajes como Cervantes, Lope de Vega, Becquer o Lord Byron. Nosotros también lo hicimos... Una recomendación: si pasan por allí, no dejen de pedir los pimientos rellenos de merluza... Ambas placas son historia, pero la verdad es que prefiero la segunda.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt









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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)