En la mitología griega, Talía (Θάλεια) era una de las dos musas del teatro, la que inspiraba la comedia y la poesía bucólica o pastoril. Divinidad de carácter rural, se la representaba generalmente como una joven risueña, de aspecto vivaracho y mirada burlona, llevando en sus manos una máscara cómica como su principal atributo y, a veces, un cayado de pastor, una corona de hiedra en la cabeza como símbolo de la inmortalidad y calzada de borceguíes o sandalias. Era hija de Zeus y Mnemósine, y madre, con Apolo, de los Coribantes.
Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los grecolatinos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.Continúo con esta entrada la nueva sección de Un clásico de vez en cuando dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia Metamorfosis o El Asno de oro, de Apuleyo, que pueden leer en el enlace de más abajo. Disfrútenla.
Apuleyo (123-180 d.C.), fue el escritor romano más importante del siglo II, admirado tanto en vida como por la posteridad. Era un bereber romanizado, que nació en la ciudad de Numidia, en la actual Argelia. Su padre era un magistrado provincial del que heredó una cuantiosa fortuna. Estudió primero en Cartago, donde conoció las retóricas griega y latina, y luego en Atenas, donde se familiarizó con la filosofía platónica. Se interesó además por la filosofía, la religión, la ciencia y la retórica.
La Metamorfosis de Apuleyo, más conocida como El asno de oro, es la única novela latina que ha llegado completa hasta nosotros. Escrita en el siglo II d. C., era adaptación de un original griego cuyo autor fuera posiblemente Lucio de Pratae. El texto griego se perdió, pero existe una historia similar de autor desconocido que probablemente sea un epítome del texto de Lucio de Pratae, antiguamente atribuido a Luciano de Samosata, contemporáneo de Apuleyo.
El texto prefigura la novela picaresca por episodios, cultivada por Quevedo, Rabelais, Bocaccio, Voltaire, Defoe y muchos otros. Es una obra imaginativa, irreverente y entretenida que consigna las ridículas aventuras de Lucio, joven viril obsesionado con la magia. Su entusiasmo desmedido lo lleva a verse transformado accidentalmente en asno. Bajo esta forma, Lucio, miembro de la aristocracia romana, se ve forzado a ser testigo y víctima de las miserias de los esclavos y desposeídos, reducidos —al igual que él— a poco más que bestias de carga debido a su explotación a manos de ricos terratenientes.
El asno de oro es la única obra de literatura greco-romana antigua en examinar de primera mano la terrible condición de las clases bajas. Sin embargo, a pesar de la seriedad del tema que aborda, la novela no deja de ser imaginativa, ingeniosa, y a menudo sexualmente explícita. El estilo de Apuleyo es tan ameno como sus historias, pues a pesar de no ser romano de nacimiento, fue un maestro de la prosa latina capaz de jugar con el ritmo y la rima del idioma como si fuera el propio. En el último capítulo el estilo cambia abruptamente. En su desesperación, Lucio solicita ayuda divina y es escuchado por la diosa Isis. Con su ayuda logra volver a su forma humana, para luego transformarse en un iniciado y dedicar su vida a los misterios y el culto de Isis y Osiris. El humor de los capítulos anteriores da paso a un estilo igualmente poderoso y casi poético que retrata las experiencias religiosas de Lucio. El significado de este capítulo aún da lugar a debates sobre sus posibles significados en relación con la totalidad de la novela. El libro puede considerarse como un testamento al estilo de Isaías. Los primeros diez capítulos están llenos de complicaciones y placeres de esclavos; pero sólo en el último, al descubrir la religión, el protagonista logra recuperar el placer divino y desechar los placeres de la carne. En ese sentido, la novela puede ser vista como una autobiografía, cuya culminación sería la el descrubrimiento de la experiencia religiosa del autor, pero también como una sátira cuyo capítulo final sería la despiadada crítica de la religión.
Mosaico romano representando la obra de Apuleyo
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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