HIPIQUIENNE
Al escultor y ceramista Gerry Clark
Sospecho de las piezas más grandes que su puño.
El puño de mi padre que, sin amenazar,
representa volúmenes, fronteras,
las masas que no deben, que no pueden ser sólidas.
Cualquier cosa más grande ha de ser hueca,
y cualquier cosa hueca tiene que respirar.
Es lo único que sé, lo único que aprendí
de su oficio: que hay pocas cosas sólidas,
que es rara la escultura
que no contenga el eco del secreto,
que no existe cerámica en el mundo
que no respete el puño de mi padre.
Y a mil doscientos grados los ollares
de sus caballos eran de verdad,
en el infierno, vivos, respiraban
exhalando el vacío de sus cuerpos,
los secretos que habían compartido
con mi padre y que sólo
podría revelar la destrucción.
Cualquier cosa más grande que su puño
me conduce a la idea de la muerte,
al presagio ominoso de un error
de cálculo, a caballos reventando
en trincheras de fuego de Verdún:
montañas de animales que se ahogan
o que vagan igual que pensamientos
al final de un poema. Pero el puño
de mi padre, cerrado
sobre las verdes sábanas no estima
los límites de nada, si pudiéramos
hacer un molde, hacer un vaciado,
que él lo supervisara —ocho millones
de caballos murieron en la Gran Guerra casi
todos de agotamiento—.
Mi padre abre la mano y los planetas
se avergüenzan un poco de sus núcleos,
hacen fiestas los potros de Altamira,
y retumban los cráneos vacíos
de todos los guerreros de Xian,
abre la mano y vuelan
murciélagos albinos en las cuevas
del Cáucaso, chillando como alarmas
que alertan del final de la alegría.
Llega el frío, los cuerpos se contraen,
y migran los caballos hacia el sur.
El tiempo acumulado se hace sólido
y algo, en alguna parte, se fractura
porque no puede ser de otra manera,
porque es la ley del puño de mi padre.
BEN CLARK (1984)
poeta español

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