lunes, 8 de junio de 2009

Europa: ¿y ahora, qué?




(El País, 10/06/09)




Nunca discuto, ni siquiera conmigo mismo, los resultados electorales. Me gustarán mucho, más, menos, o nada, y podrán hacerse todos los ejercicios "a toro pasado" que se quieran para explicarlos, pero son los que son, y punto. A mi me enrabietaba mucho la pedante y presuntuosa pose del ex coordinador general de Izquierda Unida, Julio Anguita, un estalinista de corte joseantoniano, que cada vez que perdía unas elecciones (y las perdió todas) lo achacaba a que el pueblo era ignorante y no entendía el claro mensaje que su formación y él transmitían. Bueno, descansé en paz políticamente el gran prócer de la nación.

La democracia se basa en la ficción de que el pueblo, titular de la soberanía, nunca se equivoca cuando vota. Más o menos con matices, lo que decía Rousseau a finales del siglo XVIII. Es verdad. El pueblo nunca puede equivocarse cuando vota. Si ponemos en duda esta aseveración, ponemos en duda los fundamentos del sistema democrático. Se pueden equivocar los gobiernos, los líderes, los partidos, los ciudadanos individuales; el pueblo en su conjunto, nunca.

Ya tenemos nuevo Parlamento europeo. Elegido por un porcentaje ínfimo de la ciudadanía, pero resulta difícil de creer que quién haya tenido deseos e intención de votar no haya podido hacerlo. Así que, no hay más cera que la que arde, dice el refrán. ¿Y ahora, qué?

Lo primero es la constitución del Parlamento, y lo siguiente, la elección y nombramiento de un nuevo presidente de la Comisión. Hace unos minutos oía por una emisora de radio a uno de los portavoces del grupo popular europeo decir que ellos desean que el nuevo presidente, sea el que sea (presumiblemente el inicuo Durao Barroso, que repetiría mandato) cuente con el respaldo del grupo socialista europeo, y ambos están relativamente cómodos, con un mediocre como él, así que tiene muchas posibilidades de repetir. Y después, la elección del resto de los comisarios, que suele ser la instancia en la que el Parlamento pone más carne en el asador...

En la prensa del día después leo dos reflexiones de tono muy distinto sobre los retos que debe afrontar el nuevo parlamento. La primera del francés Jean Pisani-Ferry, economista y director del Centro Bruegel de Investigación y Debate de Políticas Económicas Europeas, de marcado carácter económico. La segunda del español, José Ignacio Torreblanca, profesor de Ciencia política en la UNED, con un matiz mucho más político. Ambas se complementan y ofrecen una lectura bastante completa de la labor que espera a los nuevos representantes de los ciudadanos europeos. Espero que las disfruten. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)





Parlamento europeo (Estrasburgo)




"CONSEJOS A LOS EURODIPUTADOS", por Jean Pisani-Ferry
EL PAÍS - Opinión - 08-06-2009

Tras una campaña tan gris, uno se siente tentado a aconsejar a los nuevos parlamentarios europeos que se limiten a tomar iniciativas modestas. Dan ganas de decirles que, ya que no han despertado el interés de los ciudadanos por las grandes cuestiones, deberían dedicarse a las pequeñas, como la estandarización de los cargadores de los teléfonos móviles o el etiquetado de los productos alimentarios (y procurar no revisar la composición del vino rosado). La legitimidad, al fin y al cabo, también se construye de abajo arriba.

Pero no van a poder dedicarse a labores sencillas. En los cinco próximos años, la Unión Europea ha de superar una prueba triple.

La primera es económica. Cuando los Estados se empeñan en respaldar a un sector u otro de la industria o en ayudar a tal o cual empresa, el mercado único europeo se descoyunta. Los bancos, que hasta ayer eran defensores acérrimos de la internacionalización, se han dado cuenta de hasta qué punto depende su supervivencia del apoyo presupuestario nacional. De mejor o peor gana, muchos se han replegado a sus bases, y los que continúan compitiendo en el mercado europeo lo hacen en unas condiciones distorsionadas debido a que los apoyos nacionales no están armonizados. Las pruebas de solidez que se supone que determinan el estado de salud de las compañías financieras no se realizan a nivel europeo, sino a nivel nacional. Los resultados, sin duda, serán difícilmente comparables de un país a otro. Y a este mismo nivel se tratan los problemas de la industria automovilística, con el objetivo prioritario, confesado o no, de mantener el empleo dentro de las fronteras de cada país, y en detrimento de los vecinos. Éste fue el caso de PSA y Renault ayer, de las filiales de GM hoy, y lo será también mañana de muchas otras empresas.

Es evidente que no hay nada que obligue a tratar estos problemas a nivel nacional. En el decenio de 1980, la reestructuración de la industria siderúrgica se dirigió, en gran medida, desde Bruselas, en un momento en el que el reto, en lo que a puestos de trabajo se refiere, era tan fuerte como hoy y en el que, pese a la CECA, la integración económica estaba menos avanzada.

Europa corre hoy el riesgo de echar por tierra uno de sus grandes éxitos y una de sus grandes bazas en la mundialización.

Y es aquí donde empieza la segunda prueba, política ahora. A mediados de los años ochenta, respondiendo a una iniciativa de Jacques Delors, los federalistas que querían construir Europa firmaron una alianza con los liberales que querían demoler el Estado. Esta alianza funcionó hasta los primeros años del decenio de 2000: ambas partes se proponían, por motivos opuestos, arremeter contra el Estado-nación, y cada cual se servía de la otra para alcanzar sus propios objetivos. Posteriormente, la alianza se desequilibró al deshincharse el proyecto federalista, y desde entonces la construcción europea ha ido tomando visos de empresa liberal. Ahora el contexto es de replanteamiento de los modelos liberales y de reevaluación del papel del Estado.

La respuesta reside en la reconstrucción de las regulaciones públicas a nivel europeo. Se trata, por ejemplo, de la supervisión financiera y bancaria y todo lo que ello implica. Pero los partidarios de las soluciones europeas tendrán que enfrentarse a las resistencias conjuntas de los defensores de la soberanía de los Estados nacionales y de los liberales. Necesitarán imaginación y talento, porque no está garantizado que su proyecto vaya a encontrar una alianza política que lo respalde.

La tercera prueba es funcional. Ha quedado demostrado que en momentos de crisis la Unión Europea es una gestora bastante mediocre. A excepción del Banco Central, sus instituciones siguieron viviendo durante mucho tiempo al mismo ritmo que antes a la crisis. En el peor momento del pánico bancario, fue la presidencia francesa la que orquestó la respuesta, una respuesta en gran medida ad hoc. Frente a la crisis de Europa central, las instituciones se paralizaron.

Hay que decir, en descargo de la Unión, que no se creó para gestionar las crisis. Mientras que los Estados nacionales se construyeron para hacer la guerra y la mayoría conserva todavía una capacidad de decisión en tiempo real, la Unión se fundó sobre las bases del derecho y del rechazo de la decisión discrecional. Pero el ritmo y el carácter imprevisible de la secuencia de acontecimientos han provocado que la Unión se encuentre hoy más en falso de lo que lo ha estado nunca.

La solución en este caso consiste en completar el proceso de gobernanza. Tenemos una gobernanza para los tiempos de calma, basada en la regla; pero necesitamos también una gobernanza para los tiempos de crisis que permita tomar iniciativas en periodos excepcionales. En parte, no es sino una cuestión de talante: por ejemplo, aunque no contara con los medios legislativos, el eurogrupo que reúne a los ministros de Hacienda de la zona euro tenía la posibilidad de tomar iniciativas. Pero para eso hace falta un cambio de actitud.

No es, pues, modestia, sino audacia, lo que hay que aconsejar a los parlamentarios que se incorporan al Parlamento Europeo, así como, en breve, a los nuevos comisarios. Audacia. El etiquetado puede esperar, la Historia, no.





El presidente de la Comisión, Durao Barroso




"ELECCIONES EUROPEAS: EL DRAMA EUROPEO", por José I. Torreblanca
EL PAÍS - Internacional - 08-06-2009

Compartirán conmigo la satisfacción por la alta calidad del debate europeo que hemos podido mantener estos días. Gracias a la campaña y a los debates tengo una idea mucho más precisa de lo que va a pasar con Turquía, si finalmente será miembro o no, o de cuándo entrarán todos esos pequeños países de los Balcanes que están llamando a nuestra puerta. También tengo más clara la respuesta de Europa a la crisis económica, superando lo que hasta ahora no ha sido más que una cacofonía de planes de estímulo nacionales. Me inquietaba antes de comenzar la campaña si Europa tenía la voluntad de convertirse en un actor realmente global, capaz de sumar sus enormes recursos políticos, diplomáticos y militares en defensa de sus valores e intereses, pero ahora sé que vamos en la buena dirección. Y cómo no, estoy agradecido porque hayamos hablado de dónde trazar los límites entre liberalización y regulación, porque eso tiene consecuencias importantísimas sobre la economía, el empleo o la viabilidad de nuestros estados del bienestar. Lo más importante: que las elecciones no sólo han ayudado a que conozcamos con precisión cuál es la agenda europea para los próximos cinco años, sino que, a la vez, han ofrecido una oportunidad para que los europeos nos identifiquemos con nuestro sistema político. Fin de la ironía.

Como se habrán dado cuenta, las elecciones europeas son un desastre narrativo: llevan años pidiendo a gritos un guionista, aunque más bien lo que necesitan es un productor. Aquí no hay planteamiento, nudo ni desenlace, ni final feliz, ni continuará, ni siquiera aquel invento de Hitchcock llamado MacGuffin que servía para crear tensión dramática. Como los partidos políticos europeos se resisten a designar de antemano a sus candidatos para presidente de la Comisión, ni siquiera tenemos verdaderos protagonistas. Por tanto, mientras que todos los cabezas de lista nacionales son secundarios, los verdaderos protagonistas se mueven entre bambalinas para lograr el voto que importa: el de los Gobiernos nacionales. Así que sin saber cómo ni por qué, un día nos despertaremos con la noticia de que Barroso será renovado como presidente de la Comisión y otro con que (crucemos los dedos) Blair será presidente del Consejo. Fin de la historia y fundido en negro.

¿Qué explica esta especie de masoquismo electoral que nos infligimos los europeístas? Hay una analogía poderosa que tiene que ver con los teclados de nuestros ordenadores. Seguramente sabrán que la distribución de las teclas en nuestros ordenadores es una herencia de las necesidades de las viejas máquinas de escribir. Las teclas de mayor uso fueron asignadas a los dedos débiles de la mano izquierda con el fin de obligarnos a escribir despacio en unas máquinas basadas en martillos que tenían que volver a su posición original. Si escribías rápido, te atascabas.

A Europa le pasa algo parecido. Al igual que somos víctimas de un teclado diseñado para escribir despacio, los europeos somos víctimas de un sistema político específicamente diseñado para ser aburrido. De hecho, esto tiene su lógica, ya que el concepto europeo de diversión (dos guerras mundiales y varias decenas de millones de muertos sólo en el siglo pasado) no ha sido históricamente algo de lo que sentirse muy orgulloso que digamos. Por eso, hay quien dice que lo mejor que puede hacer Europa por el mundo, y por sí misma, es ser aburrida. Añaden, de forma provocadora, que los que quieren romper con el consenso y buscar una mayor politización (haciendo, por ejemplo, elecciones de verdad con candidatos de verdad y partidos de verdad) pueden poner en peligro el proyecto europeo.

Así que, como era de esperar, las elecciones europeas se han dilucidado en clave nacional, no europea. Como no se elige gobierno, se trata de elecciones de segundo orden, lo cual permite a los votantes quedarse en casa a sabiendas de que el resultado no les afectará o mandar señales de descontento a sus partidos.

Por las mismas razones, a los partidos políticos les resulta de todo punto racional enfocar las elecciones como una validación o un castigo a los Gobiernos que ejercen el poder. Eso explica que los partidos recurran a temas no europeos para galvanizar a los votantes y que, de acuerdo con sus encuestas y manuales de campaña, enfoquen la campaña sobre aquello que más creen les va a beneficiar. Así, creyendo que la polarización ideológica le beneficia, el PSOE ha optado por resaltar las diferencias entre valores de izquierda y de derecha mientras que, por su parte, el PP ha optado por intentar capitalizar la crisis económica. Quien haya ganado o perdido, desde luego no lo ha hecho por la calidad de sus propuestas europeas.

Como todo el mundo sabe, se necesitan dos para bailar un tango. Europa no está mal, incluso tiene un himno bonito, pero que en el fondo no se puede bailar. Su drama es haber renunciado al drama. Por tanto, si las elecciones europeas no les han entusiasmado, no es culpa suya, de verdad.




Entrada núm. 1165 (.../...)

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