viernes, 2 de febrero de 2024

De la virtud y la necesidad

 






Hola, buenos días de nuevo a todos, y feliz viernes. El político, escribe en El País el filósofo Antonio Valdecantos, debería representar al ciudadano que duda en lugar de intentar convencer a sus electores de que tomar una decisión exige desacreditar todas las razones que se oponen a ella. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. harendt.blogspot.com







La virtud y la necesidad
ANTONIO VALDECANTOS
29 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Es consabida la queja de quien votó a disgusto: “He tenido que taparme la nariz”, dirá de manera sarcástica. Por regla general, lo anterior se considera una desdicha, pues se supone que habría que votar siempre con entusiasmo y orgullo o, por lo menos, con suficiente convencimiento. Una democracia que exija combatir el sentido del olfato no resulta, en efecto, muy ejemplar. Pero habría que preguntarse si esta suposición es tan natural como parece. ¿Y si el votar con mal sabor de boca no fuera una anomalía? ¿De verdad es tan normal votar sonriendo y con las manos limpias? Confesémoslo: algunos electores somos incapaces de identificarnos con un partido y de entregarnos a él en cuerpo y alma, con todas nuestras pasiones y todo nuestro juicio, durante mucho tiempo seguido. Eso no significa, sin embargo, que nos desentendamos de la política. Al contrario: es porque creemos entenderla por lo que no estamos inclinados a esas prácticas, que nos parecen una pesadilla y que quizá expresen la esencia del populismo.
En la política (como en la vida en general) todo tiene la forma de una confusa mezcla de males y bienes y, por admirables que los segundos lleguen a ser, nunca debería olvidarse su inquietante proximidad a los primeros ni su frecuente dependencia de ellos. Muchos electores dubitativos, escépticos y tibios estaríamos mejor representados por políticos que mostraran estas mismas cualidades. Nos gustaría, por ejemplo, que, si un partido puede gobernar, pero tiene que hacerlo sin mayoría y buscando aliados, no eligiese a cualquiera para este fin. Declinar la ocupación del poder (un privilegio de políticos nobles) puede resultar más apropiado que gobernar bajo cierta clase de condiciones, igual que, para el ciudadano particular, abstenerse de votar o hacerlo en blanco puede ser, llegado el caso, la elección más digna. Lo anterior no implica hacer del desistimiento un hábito, aunque sí invita a advertir que, cuando las manos del gobernante no huelen a rosas, lo peor es atribuirles el aroma de un perfume que no existe. Seguramente es preferible no mancharse pero, en caso de hacerlo, nada mejora cambiando de manera ventajista el significado de las palabras.
¿Qué decir de un elector que ha estado a punto de abstenerse y que, habiendo decidido finalmente votar a cierto partido, se olvida de todas sus dudas y dice haber descubierto inmensas virtudes en su elección, la cual pasa a ser tenida por un hecho afortunado y por una ocasión histórica? ¿De verdad cuesta tanto trabajo hacer algo con reservas y sin perder consciencia de que no todo se hizo bien? ¿O es que en la vida solo puede hacerse aquello que produce un orgullo estridente? Lo peor de esta clase de conductas son las exageradas pasiones sobrevenidas que sustituyen a la duda. Hice esto a regañadientes, se pensará aunque no se diga, pero me resulta incómodo reconocerlo, así que me convenzo de que lo hice sin reservas y —cosa tan insensata como frecuente— paso a entusiasmarme realmente con lo hecho.
La actuación recién descrita no es quizá la más gloriosa que pueda emprender un elector lúcido, y a quien aspira a gobernar le ocurre lo mismo cuando dice hacer de la necesidad virtud. Quien gobierna como consecuencia de una decisión que ha exigido sacrificar bienes importantes no debería olvidar tales sacrificios ni declarar que no lo fueron. En general es muy raro, en la política y fuera de ella, actuar sin reserva alguna, y convencerse de que lo normal es lo contrario equivale a inventar una humanidad que no existe y, sobre todo, que no es deseable que exista. Poner en claro qué cosas poco honorables ha habido que hacer para lograr algo debería ser un imperativo para todos, políticos o no. La necesidad no es casi nunca virtuosa ni debe aspirar a serlo; a ella, desde luego, le basta con ser necesaria, y quien la adorna con atribuciones de virtud adultera el significado de esta última palabra, la cual pasa a aplicarse a continuación a cualquier cosa que a uno le convenga.
El político debería esforzarse por representar al ciudadano que duda y que sabe que apenas nada está justificado del todo, en lugar de pervertir a sus electores convenciéndolos de que tomar una decisión exige desacreditar todas las razones que se oponen a ella y persuadirse de que uno no tuvo dudas nunca. En realidad, los políticos y quienes no lo somos nos parecemos bastante en esto: una vez que hacemos algo, no nos gusta que se nos muestren al desnudo ciertos fundamentos de lo que hemos hecho. A veces nos acostumbramos a no verlos y otras a darlos por buenos y justos. Pero no se sabe si es peor lo primero o lo segundo, ni en la vida en general ni en la política en particular. Antonio Valdecantos es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.






























[ARCHIVO DEL BLOG] Hombres de blanco, hombres de negro; o la vida sin matices. [Publicada el 03/02/2014]











Bastantes de los 67 años y 360 días de mi vida han sido de "vida pública"; de bajo nivel, pero pública. Pública en el sentido que da al termino la pensadora Hannah Arendt, de manifestación en el ágora, de relación y actividad más allá de la vida propia y familiar con los "otros", los ajenos, los contrarios, los que no son íntimos. Durante todo ese tiempo de vida pública siempre creo haber manifestado un rechazo explícito, aunque nunca airado, por los "mayúsculas", es decir, por las personas que hablan en "mayúsculas", que pronuncian con mayúsculas, y con énfasis, palabras como "Dios, Patria, Nación, Justicia, Libertad, Enemigo, Estado, Amigo, Unidad, Derecho, Nosotros, Yo", etc., etc., etc...
Tuve un compañero de actividades "públicas" que gustaba siempre de decir que el mundo, y los que en él habitan, o son "café" o son "leche"; así, sin matices: todo pureza inmaculada o mal absoluto; o blanco o negro, sin más. A eso, en filosofía, se le conoce con el nombre de maniqueísmo. A mi me gusta decir que el mundo, y las personas que lo habitan, somos mayoritariamente "café con leche", que tenemos matices; que son los matices, precisamente los matices, los que marcan la diferencia, los que nos distinguen, los que otorgan la gracia, lo mejor del mundo... ¡Ah!, y que conste: a mi el café me gusta solo, cortado, con leche, caliente, tibio, frio, ..., pero con azúcar. Igual que el mundo y sus gentes.
Un ejercicio descarado de maniqueísmo, más o menos, es lo que se ha dicho y oído estos días en la Conferencia Nacional del Partido Popular celebrada en Valladolid, que se resume en algo tan simplificador como echar la culpa de todos los males habidos y por haber a los socialistas, con Rubalcaba a la cabeza, y autoproclamarse ellos mismos como profetas y salvadores de la nueva España de prosperidad y felicidad a las que nos encaminamos gracias a sus ímprobos esfuerzos. ¡Qué Dios nos pesque confesados si lo consiguen!...
Va a hacer justamente cinco años, Félix Ovejero Lucas, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona, escribió un artículo titulado "Y además se comen a los niños crudos": "La vida -dice en él-, como bien sabemos, es compleja. Está instalada en el matiz. Como en el poema de Borges, somos un yo plural de sombra única. Conozco -añade- investigadores honestos, amantes de la verdad y entregados al estudio de nobles principios, que en su trato con los demás mienten más que hablan. Uno no se casaría con ellos, pero estaría encantado de escribir un libro a dos manos. Entre los alemanes que arriesgaban sus vidas por rescatar a los judíos no faltaban los golfos irrecuperables. ¿Tenemos que dudar de las teorías de los científicos estadounidenses porque el 40% de ellos creen en Dios y le rezan?. Describir a los otros como la encarnación de todos los males -concluye- incapacita para entender la realidad; simplificar -dice- no es pensar claro, sino evitarse la fatiga de pensar".
A pesar del tiempo transcurrido desde que lo escribió -y de las alusiones que contiene a la situación política de esas fechas- se lee todavía con fruición. Se lo recomiendo encarecidamente; y después de leerlo, saquen ustedes sus propias conclusiones sobre si el mundo es blanco, negro, o lleno de matices..., grises. Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt














jueves, 1 de febrero de 2024

Del miedo al odio en un paso

 






Hola, buenos días de nuevo a todos, y feliz jueves. Somos una especie jibarizada que vive dentro de un teléfono, copulando consigo misma en una piscina de ‘bytes’ cada vez más grande y más áspera, comenta en El País la escritora Leila Guerriero, a la vista de lo que dice, parece difícil no darle la razón. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com










Efemérides: del miedo al odio en un paso
LEILA GUERRIERO
27 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Me dice G. que hizo mucho frío en París cuando estuvo allí hace unas semanas. G. es un artista inmenso y el frío oscuro de París me recuerda a algunos de sus cuadros acechados por la hondura desesperada del invierno. No sé qué rumias del pensamiento me llevaron del frío de París al frío de la indiferencia. Mi mente caníbal, supongo, siempre buscando qué comer. Hace muy poco se cumplieron dos años desde que el 19 de enero de 2022 el fotógrafo francés René Robert, autor de algunos de los retratos más emblemáticos del flamenco español, se cayó en la calle, perdió la conciencia y permaneció allí, en una zona muy concurrida, a dos cuadras de la Place de la République, entre una óptica y una tienda de vinos, congelándose durante nueve horas. Nadie le prestó atención a ese bulto penoso, a ese hombre cuyo aspecto debió ser muy parecido al de un vagabundo, hasta que al día siguiente una mujer que vivía en la calle dio aviso a los servicios de emergencia. Robert, de 84 años, ya había muerto. En julio de ese mismo año, en la ciudad de Civitanova Marche, Italia, el vendedor ambulante nigeriano Alika Ogorchukwu fue asesinado en una calle céntrica por el italiano Filippo Claudio Ferlazzo. Ferlazzo golpeó a Ogorchukwu hasta derribarlo, se sentó a horcajadas sobre él y lo mató a la vista de todos. Hay un video en la web donde puede repasarse la matanza. La pandemia, decían los románticos, nos haría más humanos. Somos, en cambio, una especie jibarizada que vive dentro de un teléfono, copulando consigo misma en una piscina de bytes cada vez más grande y más áspera. Estas dos muertes no tienen mucho en común, pero las une la frase del escritor turco Hakan Günday: “Si consigo vender el miedo puedo vender el odio en cinco minutos, el racismo en tres minutos y, de propina, toda la cantidad de discriminación que quiera”. Leila Guerriero es escritora.







































[ARCHIVO DEL BLOG] Utilizar al niño y la doncella. [Publicada el 14/01/2020]











Cuando una sociedad teme por sí misma, dos figuras, el Niño y la Doncella, comienzan a dibujarse en su horizonte. Una sociedad madura debería desconfiar de cualquier causa que un niño o una doncella avalen, no porque la causa merezca menos atención, sino por el recurso irracional al que señalan, afirma la filosofa Amelia Varcárcel en el A vuelapluma de hoy martes.
"Un ser humano puede equivocarse; la humanidad, no” -comienza diciendo Valcárcel-. Esa es una sentencia que se escribe de vez en cuando y goza de regular asentimiento. Ahí va otra: “Nadie obra contra su propio interés”. Se podrían acumular más, pero sirvan de cumplido ejemplo de la confianza racionalista que nos acompaña desde la modernidad. Cierto que hace más de un siglo abundante que Freud socavó esa seguridad y confort racionalistas en la acciones individuales y colectivas. Apuntó hacia islas sombrías donde ni la razón ni el cálculo llegaban. Pero lo suyo fue una desconfianza que planeó y no tocó fondo. No al menos hasta que un extraño discípulo no propuso una buena explicación de la irracionalidad humana de base. Allí donde el maestro veía simplemente elementos pasionales binarios e indestructibles, en esa misma zona de la mente, Carl Jung encontró un bosque plagado de árboles oscuros, inmemoriales e igualmente eternos. Los llamó arquetipos.
La infancia es relativamente reciente. De hecho, no hemos sabido representarla bien hasta hace pocos siglos. La infancia como categoría especial de la vida. Ahí está la obra inmensa de Philippe Ariès para recordarlo. Pero de siempre la hemos conocido bien por su contrario. La infancia es lo opuesto y complementario de la vejez. Algo nos sonará. El año nuevo es un niño y el que se va un anciano canoso que apenas puede con su larga barba. Ese niño es, por serlo, bienvenido. En el niño que nace se saluda al futuro, pero porque también se le teme. Digamos que está por descifrar. Es el último retoño del árbol indestructible. Lo sabemos reconocer al Niño. Y también a otro arquetipo, la Doncella. A veces van juntos. Si él es el futuro, incierto, esperanzado y temible a la vez, ella es la víctima perfecta. La Doncella evoca su aniquilamiento que propicia a los dioses esquivos. Pues bien, ante casos de flagrante miedo al futuro ambos reaparecen. Cuando una sociedad teme por sí misma o, más aún, se representa el Fin, entonces ambas figuras comienzan a dibujarse en su horizonte.
Estos emblemas, el Niño y la Doncella, muchas veces van juntos en nuestra iconografía subliminal. Allí donde la nostalgia del salvador puede volverse insoportable, si no aparece él, se presenta ella, la perfecta e impecable víctima. La Doncella será llevada al altar o a la tumba del héroe para sacrificarla en unos casos, o bien, divinamente inspirada, levantará tras de sí a un ejército de nuevo cuño que se aprestará a vencer con el tributo de su sangre al antiguo árbol del destino. Niños hemos visto en las manifestaciones, y hace de esto cierto tiempo, que se convierten en imágenes necesarias, en emblemas. Se les pone por delante. Evidentemente no han ido a la cabecera por su propio pie, sino que alguien los ha situado allí para que cumplan una función. Es un caso flagrante de recurso al arquetipo. El problema es que permitimos que ocurra. Una sociedad madura debería desconfiar de cualquier causa que el Niño o la Doncella avalen, no porque la causa merezca menos atención, sino por el recurso irracional al que señalan. Pero no sólo lo toleramos, sino que últimamente se devalúan: salen en manifestaciones, Parlamentos, procesiones y hasta en las verbenas. Nos cuentan, nos riñen, nos avisan, nos cantan. Mañana y noche.
¿Por qué lo toleramos? Aclaro: por qué lo toleramos las sociedades abiertas. Las sociedades que suponemos herederas de las ideas claras y distintas, de la crítica justa y perseverante a los ladridos emotivos del hipotálamo. Cuando delante va el futuro o la víctima perfecta, lo sabemos reconocer muy bien. Y, con todo, propiciamos el circo. Porque que nada hay de bueno en él, también nos consta. Los débiles o quienes peligran nunca deben ir en cabeza. Sabemos que nadie con auténtico sentimiento paternal pone a sus hijos por delante, sino que las madres y los padres se ponen ellos por delante. Ese es el buen orden. El otro es el camino abisal del emblema y sus tormentosos tiempos.
No me pregunto siquiera por la responsabilidad moral que estamos contrayendo con lo que propiciamos, sino por su sobreentendido. Tampoco pretendo no tomar cuenta de que tenemos pasiones, ciertamente, pero solíamos pensar que no debemos dejarles libre el espacio público relevante. Vivimos bajo el azote de la retórica. Me preocupa simplemente el desgaste. Alguien con no demasiadas luces o definitivamente idiota está manoseando tanto el asunto que agotará el recurso. Estas figuras son enormes, pero son de vidrio. Exhibirlas tan a menudo es insensato".
A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt