lunes, 22 de diciembre de 2025

DEL ARCHIVO DEL BLOG: DE LA NAVIDAD DE UNA CREYENTE. PUBLICADO EL 22/12/2024

 






Mi hijo mayor tuvo esta semana su primera duda teológica. Dando un paseo nos encontramos con varias ventanas decoradas con estandartes del niño Jesús que le llamaron la atención, así que le recordé que estaban ahí porque en Navidad celebramos que Dios ha nacido. Sin soltarme la mano y desde abajo ―ojalá se pudieran guardar esas miradas―, frunció el ceño y me respondió que no, que Dios no había nacido. Que quien había nacido era Jesús, comenta en El País [Nuestro Dios anduvo en pañales, 21/12/2024] la escritora Ana Iris Simón.

Tenía dos opciones: intentar explicarle la Santísima Trinidad a un niño de tres años o pasar por alto lo que acababa de ocurrir y decirle “¡mira, un perro con abrigo!”, táctica que utilizo cuando no me conviene el cariz que está tomando alguna situación. Opté por la primera y, como bien pude, le expliqué que Jesús era el hijo de Dios y Dios encarnado, pero él seguía poniendo pegas. Su argumento final fue que Cristo no podía ser Dios porque era un bebé, y comprendí que el germen de su arrianismo igual no era la incomprensión de la Santísima Trinidad sino que Dios pudiera andar por ahí en pañales. Para mi hijo, que le cuenta a todo el que se preste a escucharle que él ya va al colegio y que su seño se llama Nerea, los bebés son el escalón más bajo de la sociedad, así que, ¿cómo iba a ser Dios uno de ellos?

Esa misma tarde leí una columna de Sergio C. Fanjul en la que exponía dos cuestiones: cómo el capitalismo ha fagocitado el sentido de la Navidad y las consecuencias de la secularización en las generaciones más jóvenes. “Nunca imaginé que iba a requerir tanto esfuerzo que mi hija conociese la antes ubicua figura de Cristo. Más bien pensaba que tendría que protegerla del adoctrinamiento”, confesaba, en la línea de otro artículo en el que Sergio del Molino contaba: “Nunca pensé que me fuera a preocupar algo así, pero sin una cierta familiaridad con el catolicismo (...) casi toda la cultura occidental se vuelve incomprensible”. Cabe preguntarles qué solución proponen. Si es la del laicismo ―relegar la educación religiosa al ámbito privado―, la brecha cultural entre clases se acrecentará, pues, en una sociedad secularizada como la nuestra, sólo los hijos de las clases ilustradas acabarán sabiendo decodificar su propia cultura.

Pero, volviendo a la columna navideña de Fanjul, en ella no daba el paso de relacionar la propuesta económica del liberalismo ―el hedonismo consumista― con la antropológica ―la muerte de Dios, el laicismo, el desencantamiento del mundo―. No sólo los mercaderes han expulsado a Cristo de su cumpleaños; también lo han hecho quienes se empeñan en borrar su nombre y su huella, los de los belenes laicos y el felices fiestas en nombre de la inclusión, que no parecen plantearse que para integrar a alguien a una cultura antes hay que tenerla.

Fanjul no tiene fe, pero eso no le impide entristecerse al observar que casi nadie se acuerda de Cristo en Navidad. Y yo, que no es que empezara a creer en Dios sino a dejar de negar su existencia hace unos años, tengo que decirle que no se preocupe. Que no somos pocos los que, como canta Pablo Martínez, estos días celebramos ese escándalo para los poderosos que es que Dios anduviera en pañales. Que no naciera en un palacio lleno de oro sino en un pesebre. Que se presentara ante nosotros sin cetro, con la fragilidad y la ternura de un recién nacido, señalándonos así el camino. No somos pocos y he de confesarles, aunque los datos me contradigan, que creo que cada día seremos más. Porque es del frío de donde surge la necesidad de una lumbre. Feliz Navidad.












DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, CUENTO DE NAVIDAD. EL POETA MALDITO DE COAYACÁN, DE NATALIO GRUESO

 






CUENTO DE NAVIDAD. EL POETA MALDITO DE COYOACÁN



Y por fin sucedió. Yo sabía que tarde o temprano acabaría pasando, que era sólo cuestión de tiempo. Estaba preparado para todo, para aceptar que fuese un mendigo ilustrado, una dama de alcurnia arruinada o algún estudiante sin posibles. De hecho, esta era la opción que me parecía más probable. Pero resultó que no, que era una chica de una belleza tan limpia que ni mi disparatada imaginación hubiera sido capaz de concebir en las largas noches de humo e insomnio.


El plan era el siguiente: me sentaba a la mesa de un café o en la terraza de un bar de paso, preferiblemente en chaflán, y dejaba abandonado un libro de poemas. Ese libro era mi posesión más valiosa, no porque costara mucho dinero, sino porque lo había escrito yo y era el único ejemplar existente. Tenía, por tanto, el valor de lo único. Poesía en carne viva, poesía desangrada –me gustaba decir- porque embarcados en los versos iban de polizón las pavesas de una vida destartalada. Ese tipo de cursiladas decían mis poemas.


Entonces pagaba el café, me levantaba de la mesa, y dejaba olvidado el libro, con la misma desidia con la que se abandonan en verano a los perros en las gasolineras, o a la ropa que ya no está de moda en el fondo de los cajones del armario. Buscaba un lugar discreto desde el que pudiera observar sin ser visto, cazador al acecho de la presa, esperando que apareciese alguien que se llevase el libro. Pero nada, no había manera, a nadie interesaba.


Había hecho experimentos con guantes, bufandas, paraguas o sombreros, y les aseguro que ninguno de ellos tardaba mucho en desaparecer. Incluso objetos más extraños, un exprimidor de zumo, por ejemplo, una tostadora usada, una raqueta de tenis descordada o una armónica desafinada. Y todo volaba. El gesto del nuevo dueño del objeto, del hurtador ocasional, siempre era el mismo, lo tomaba entre sus manos, miraba a uno y otro lado –quién sabe si buscando al verdadero propietario o asegurándose de que nadie lo viera- y se llevaba el inesperado regalo. Unos lo hacían con disimulo. Otros con descaro. A unos se les notaba que les costaba, que lo estaban pasando mal. Otros, en cambio, disfrutaban. A veces un camarero eficiente y honrado llegaba antes y rompía el encanto, llevándose tras la barra del bar el objeto olvidado, esperando a que el descuidado volviera a reclamarlo. A veces un camarero eficiente y poco honrado se lo llevaba directamente a su casa.


Nunca fallaba, al cabo de unos minutos no quedaba sobre la mesa ni la propina. Sólo había una excepción, mi libro de poemas, que a nadie parecía importarle. Pero yo no desfallecía, sabía que algún día ocurriría, que no podía ser el único ser de la tierra que se alimentaba de belleza y melancolía, que un alma gemela a la mía debía existir en algún lugar, y que el azar, que es bastante soberbio y caprichoso, aún no había querido juntarnos.


Y el día había llegado. Y a juzgar por aquel rostro angelical y por las manos de acariciar, la espera había merecido la pena. La seguí calle arriba, hasta Insurgentes, imaginando cómo sería su voz, cómo sus labios, imaginando cómo sería su risa, cómo sus abrazos. Caminaba rápido, con la agilidad y el desparpajo que da la juventud, ignorante de la artrosis que castiga a las caderas y rodillas de los que pasamos de la media centuria.


Me pareció extranjera, no me pregunten por qué. Quizás por la piel blanquísima, o por el corte de pelo, a lo garçon, dejando desnuda la nuca. O quizás porque los seres tan hermosos no pueden ser de este mundo, al menos del mundo en el que yo vivía, y antes que alienígena hube de conceder que fuera forastera.


Llevaba mi libro en las manos, madre de Dios, ni siquiera lo había guardado en su bolso. En un semáforo lo hojeó. Se detuvieron los coches, supongo que porque el disco se tornó rojo, aunque yo quise creer que los conductores lo hicieron en cuanto la vieron, una mujer capaz de parar el tráfico. La lluvia, que al verla quiso regarla, comenzó a caer, remojando de paso mis ideas. No les he contado que esa misma mañana había tonteado con el suicidio, harto de quemar los días sin obtener recompensa alguna. Pero aquella chica, el ángel que por fin apreció mi poesía, lo había cambiado todo, y ahora no tenía más horizonte que conocerla, seducirla y enamorarla. Alguien que roba libros de poesía tiene que entenderme –pensaba- y tras comprenderme, quizás, algún día, amarme. Hasta recuperé las ganas de escribir, pensando que debía regalarle el cuento más hermoso del mundo.


Todas esas cosas pasaban por mi cabeza, bajo el agua de la lluvia, la misma que impulsó a mi ángel a subirse a un taxi y desaparecer, cuando apenas estaba a unos pocos pasos de ella. La llamé a gritos, ángel mío, ángel mío, pero el coche ya había arrancado. Busqué desesperado otro taxi, pero ninguno apareció. Y allí, en la avenida que comenzaba a teñirse con las luces de los autos que anunciaban la llegada de la noche, empezando a calarme hasta los huesos faltos de calcio, la perdí.


 


A partir de ese día mi vida no tuvo otro sentido que buscarla. Volví por la terraza del café, con la esperanza de encontrarla con una taza en la mano a la vera de una ventana. Incluso le pregunté al camarero, describiéndole con detalle su belleza, convencido de que era imposible que alguien que hubiera tenido la dicha de contemplarla no la recordara. Pero nadie fue capaz de decirme nada, ni una pista, ni un indicio, oscuridad absoluta.


Y la lluvia siguió lavando las calles y los parques, alimentando a los árboles. Un otoño que dio la alternativa al invierno más frío que recuerdo, y eso que hacía calor. Las luces de colores de los escaparates invitaban a comprar lo que no necesitabas. Era Navidad, y la felicidad había sido instaurada por decreto. Pero yo siempre he sido de natural rebelde, objetor de leyes absurdas, y lejos de ver la bonhomía de Santa Claus, para mis adentros pensaba que el mundo estaba gobernado por un Mr. Scrooge implacable que no te daba dinero ni para las medicinas del niño.


Volví a las andadas, a las drogas y al alcohol, a la absenta y al vino barato, a comer macarrones de madrugada, al vacío de la cama. Hasta que una noche, harto de cenar soledad, salí a la calle a buscar refugio entre los brazos de una princesa de esas de ocasión a tanto la hora. La encontré en una callecita recoleta, esquina con Bucareli. Un tercer piso sin ascensor, pasamanos de madera, escalones de piedra, y luz la justa. Espere aquí, me dijo la madame, ¿tarjeta o efectivo? Pagué mi propio regalo de Navidad en billetes de varios colores, y ese arco iris de papel moneda me llevó hasta una habitación oscura y lóbrega en la que entró el sol en cuanto apareció ella, mi ángel, con su pelo corto, a lo garçon, que dejaba su nuca desnuda, sólo que ahora lo que quedaba al desnudo era todo su cuerpo de diosa.


Lloré. Lo confieso. Lloré. Pero no de emoción y alegría, sino de pena y tristeza. Busqué con la mirada mi libro de poemas, el que se había llevado mi alma gemela, y allí estaba, en la mesa. Pero no sobre ella, abierto como debería, mostrando endecasílabos sin pudor, sino bajo ella. Mi ángel no había robado mi libro para leerlo, sino para forrar una pata coja de la mesa sobre la que me dijo, con marcado acento extranjero, que dejara mi ropa. No pude evitar la súbita arcada. Me miró sorprendida, estupefacta, ¿qué le ocurre, señor? Nada, respondí. Y como había entrado me fui. Nunca se pagó tanto por tan poco.


Contra todo pronóstico decidí seguir viviendo. Volví al café que hacía chaflán, pedí un mezcal, pagué la cuenta, y dejé sobre la mesa unas cuartillas garabateadas a mano con la esperanza de que, ya que a nadie le gustaba mi poesía, al menos le gustase mi prosa. Así que si está leyendo la historia de este poeta maldito residente en la colonia Coyoacán, en el Distrito Federal, será porque algún alma gemela la rescató de su destino: la papelera. Yo la dejé allí, con la misma fe con la que los náufragos escriben sus mensajes en una botella lanzada al mar. Y si este cuento llegó a sus manos será porque, al final, de forma misteriosa y por improbable que parezca, todo salió bien. Quién sabe, quizás eso sea lo que los optimistas llaman el espíritu de la Navidad.



NATALIO GRUESO (1970)

autor teatral español





















DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DEL BLOG DE HOY LUNES, 22 DE DICIEMBRE DE 2025

 



























domingo, 21 de diciembre de 2025

Salutationes linguis patriae meae. Hodie, die XXI Decembris, lingua Latina

 






Bonum mane et felicem diem Dominicum omnibus. Hodie, die XXI Decembris, anno MMXV (MMDCCLXXVIII ab Urbe condita), hora tertia et secunda post meridiem tempore Insularum Canariarum, hiems incipit. Quinque dies adhuc et erit Natalis Domini. Felix hiems; et illa transibit, sicut omnia in vita transibunt. Et ver veniet. Conemur esse felices sine nimia immoratione in natura vitae fugaci: Omnia transeunt et nihil mutatur, quia fatum nostrum est transire. (Machado, iterum). Fruere vita: nulla alia est. Et quaeso estote felices. Usque ad crastinum, si Domina Fortuna, semper inconstans, permittit. Oscula. Harendt












DESPUÉS DE CASI UN AÑO DE TRUMP II: ¿DE QUÉ SE TRATA REALMENTE? ESPECIAL 2 DE HOY DOMINGO, 21 DE DICIEMBRE DE 2025

 






La elección fundamental es la democracia, el estado de derecho, la justicia social y la igualdad de derechos políticos versus el nacionalismo cristiano masculino blanco, escribe en Substack (19/12/2025) Robert Reich, profesor en la Universidad de California en Berkeley.

19 de diciembre de 2025

Amigos, hoy, tras casi un año del segundo régimen de Trump, quiero hablar sobre el desafío que Trump y su régimen representan para el propósito moral de Estados Unidos. La mejor manera de abordar el tema es, creo, plantear algunas preguntas sobre lo que ha estado sucediendo y luego ofrecer una respuesta a todas ellas.

Preguntas:

— ¿Por qué la última Estrategia de Seguridad Nacional de Trump, publicada este mes, no hace distinción entre despotismo y democracia?

— ¿Por qué Trump abandona Europa y se pone del lado de Putin en el asunto de Ucrania?

— ¿Por qué Trump también se muestra atento con el príncipe heredero de Arabia Saudita, MBS, con Viktor Orban de Hungría y con Benjamin Netanyahu?

— ¿Por qué el régimen de Trump está tan empeñado en detener o deportar a personas indocumentadas en Estados Unidos que no han cometido ningún delito y han sido miembros productivos de sus comunidades durante años?

— ¿Por qué el régimen de Trump prohíbe el ingreso a Estados Unidos a personas cuyos países de origen son predominantemente musulmanes o cuyos habitantes tienen mayoritariamente piel negra o morena?

— ¿Por qué el régimen de Trump permitió que Andrew y Tristan Tate —arrestados en Rumania en 2023 acusados ​​de trata de personas, violación y formación de un grupo criminal organizado para explotar sexualmente a mujeres— vengan a Estados Unidos?

— ¿Por qué el régimen de Trump admite en Estados Unidos a sudafricanos blancos como refugiados, pero no a personas negras o morenas que están en grave peligro en todo el mundo?

— ¿Por qué el régimen de Trump ha tomado medidas enérgicas contra las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión en las universidades, el sector público y el sector privado?

— ¿Por qué Trump ha perseguido o intimidado a tantas mujeres de color que ocupan o han ocupado recientemente puestos de poder en Estados Unidos?

Responda a todas las anteriores:

Trump y su entorno no están interesados ​​en proteger los ideales democráticos estadounidenses de sus enemigos globales. Rechazan el progreso que Estados Unidos y el resto del antiguo "mundo libre" han logrado en el avance de la democracia, el Estado de derecho, la justicia social y los derechos humanos.

El mundo que buscan es el de la supremacía blanca, el dominio masculino, la superioridad de la tradición judeocristiana sobre todos los demás credos y el nacionalismo que prioriza a Estados Unidos.

El nacionalismo cristiano masculino blanco se centra en el poder. Busca otorgar a los hombres cristianos blancos poder sobre las personas negras y morenas, sobre las mujeres, sobre las personas no judeocristianas, sobre las personas nacidas fuera de Estados Unidos y sobre cualquiera que no se ajuste perfectamente a la estructura y los roles de una familia tradicional.

El nacionalismo cristiano masculino blanco tiene más en común con Vladimir Putin, que condena a las personas LGBTQ+ y se burla de los derechos humanos; con Arabia Saudita, que confina a las mujeres a un estatus de segunda clase y asesina a los críticos del régimen; y con Viktor Orban, que ve a los inmigrantes musulmanes como amenazas directas a los valores cristianos de Europa, que con los aliados tradicionales de Estados Unidos.

Así pues, cuando Trump y su régimen se refieren a la "seguridad nacional" de Estados Unidos, no se refieren a la seguridad contra regímenes autoritarios que ignoran la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos. Su visión de la "seguridad nacional" se refiere a la seguridad contra fuerzas —tanto dentro como fuera de Estados Unidos— que defienden la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos (que describen con desdén como "woke" o "diversidad, equidad e inclusión"), en lugar del nacionalismo cristiano masculino blanco.

El nacionalismo cristiano masculino blanco es un retroceso al mundo anterior a que la Ilustración del siglo XVIII se arraigara en Occidente; anterior a que los ideales fundamentales expresados ​​en la Declaración de Independencia, la Constitución y la Declaración de Derechos sirvieran de faro a Estados Unidos y al mundo; anterior a que Thomas Paine escribiera Los derechos del hombre.

Estados Unidos no siempre ha estado a la altura de estos ideales fundamentales de la Ilustración, pero al menos se ha esforzado por afrontar sus deficiencias y superar sus hipocresías morales. Luchó en una terrible guerra civil que puso fin a la lacra de la esclavitud. Extendió el derecho al voto a las mujeres. Promulgó las Leyes de Derechos Civiles y de Derecho al Voto para garantizar la igualdad de derechos políticos a las personas negras y morenas. Se comprometió con la igualdad de derechos en el matrimonio.

Nuestro sistema de derechos se ha basado en una cultura cívica que exige respeto mutuo, adhesión a los principios igualitarios consagrados en la Constitución y la Declaración de Derechos, rechazo a la intolerancia y al odio, dedicación a la libertad y la justicia y una profunda sospecha del poder centralizado, ya sea en el gobierno o en la economía.

Después de casi un año del segundo mandato de Trump —aún más violento y extremo que el primero— el desafío moral que él y su régimen plantean al alma de esta nación se ha vuelto claro: la pérdida de nuestros ideales fundamentales, el deterioro de nuestros principios fundadores y la abdicación de la autoridad moral de Estados Unidos en el mundo. ¿Qué opinas?













DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DEL BLOG. ESPECIAL 1 DE HOY DOMINGO, 21 DE DICIEMBRE DE 2025