domingo, 30 de noviembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY DOMINGO, 30 DE NOVIEMBRE DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 30 de noviembre de 2025. Hoy solo publico las habituales y diarias viñetas de humor del blog, duplicadas en su número. Espero que puedan disculparme. Volveremos a vernos mañana, lunes, si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt












DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DEL BLOG DE HOY DOMINGO, 30 DE NOVIEMBRE DE 2025

 






































sábado, 29 de noviembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 29 DE NOVIEMBRE

 






Obligados por la violencia y el dolor, el recuerdo y la justicia nos comprometen a todos, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy. De Rosalía a Nick Cave, pasando por las últimas novedades cinematográficas o ensayísticas, resignificando símbolos litúrgicos y rescatando atributos de calado religioso, una corriente renovada de espiritualidad recorre el mundo; no busca «salvar almas», pero sí sosegarlas y ayudarlas a encontrar su sentido, puede leerse en la segunda entrada del día. En 1943, The Saturday Evening Post publicó en su portada el cuadro de Norman Rockwell “Libertad de la necesidad”, se dice en la tercera de hoy, y pronto se convirtió en un símbolo icónico del Día de Acción de Gracias. Quizá muchas personas se estremecieran hace unos días, comienza diciéndose en el archivo del blog de tal día como hoy de hace ocho años, viendo en directo el suicidio del exgeneral bosnio-croata Slobodan Praljak en plena sesión del Tribunal Penal Internacional de La Haya, tras escuchar la sentencia que le condenaba por los crímenes cometidos en la Guerra de los Balcanes. El poema del día, en la cuarta, es de un eminente poeta español, nacido en 1958, que comienza con estos versos: Y qué decir de ti,/amiga mía,/compañera de curso en la Universidad/y más tarde serpiente vigilada/en las conversaciones. Y la última entrada del día, como siempre, son las viñetas de humor. Volveremos a vernos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. Y como decía Sócrates: ἡμεῖς ἀπιοῦμεν. HArendt














DESPUÉS DEL TERRORISMO: ENTRE LA MEMORIA Y LA REPARACIÓN

 








Obligados por la violencia y el dolor, el recuerdo y la justicia nos comprometen a todos, escribe en El País (28/11/2025) la historiadora Lilith Verstrynge Revuelta. En los viernes de un estudiante universitario siempre hay un diálogo interior entre la responsabilidad y el deseo, comienza diciedo. No salir y estudiar hasta tarde, o salir con amigos a escuchar un concierto de música entre el Marais y Oberkampf. Esa era la cuestión aquel día. Se acercaba peligrosamente la mitad de noviembre y, esta vez, ganó la responsabilidad. Una decisión aparentemente sin importancia fue decisiva. No podía ni imaginar de qué manera quedaría grabada en mi memoria. Era 13 de noviembre de 2015. Pocas horas después, París se llenó de ruido y de miedo. Hubo estallidos, sirenas constantes, gente corriendo desorientada… El caos y el terror se apoderaron de la noche.

Solamente habían pasado diez meses desde el atentado contra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y la posterior ola de solidaridad internacional. Dos atentados en menos de un año. Después del tiroteo, recuerdo que Le Monde publicó un mapa que mostraba, casi en tiempo real, la huida de los terroristas atravesando la ciudad. Las autoridades decretaron el estado de emergencia. Toda esa noche, como relató una víctima del Bataclan, parecía una película de terror, en la que “podían volver a dispararnos en cualquier momento”. En total, se notificaron 130 muertos y más de 350 heridos. La población quedó confinada en sus casas, pero incluso en medio de aquella pesadilla hubo personas que abrieron sus puertas a quienes lo necesitaban.

No soy ninguna excepción. Diez años más viejos, un 84% de los franceses recuerda con exactitud dónde estaba y qué hacía en ese fatídico instante. Durante la última década, cientos de psicólogos, sociólogos y neurocientíficos del programa público de investigación 13 de noviembre han entrevistado a más de mil personas para comprender los mecanismos de construcción de la memoria colectiva y de qué manera se relaciona con la individual. Víctimas directas, familiares, personal de emergencias, policías y ciudadanos franceses en general han explicado mirando a cámara sus recuerdos, sus sentimientos, y las secuelas físicas y psíquicas que arrastran…

El programa ha demostrado que los acontecimientos traumáticos se almacenan en la memoria con una nitidez fotográfica, y, al mismo tiempo, se simplifican con el tiempo hasta la falsificación. La mediatización del tiroteo del Bataclan, las imágenes que circularon en redes de cientos de jóvenes gritando a oscuras, huyendo malheridos o pidiendo cobijo en los portales cercanos opacaron la explosión del Estadio de Francia. Así como las Torres gemelas en los ataques del 11-S borraron de nuestros recuerdos los ataques del Pentágono y de Pensilvania, el Bataclán se convirtió en el elemento que concentra la memoria social del 13 de noviembre de 2015.

Cuando tiene lugar un atentado terrorista de semejante brutalidad nuestro mundo se desestabiliza y nuestras certezas más básicas se vienen abajo. Y somos animales de costumbres. A la mañana siguiente recuerdo las calles vacías y las miradas de desconfianza, despegadas de móviles y periódicos. Desgraciadamente, aquel día todo era posible. La memoria colectiva cumple una función casi biológica al ayudarnos a restablecer el sentido y devolvernos la seguridad de que el sol volverá a salir por el mismo sitio. Por esa razón, los Estados organizan duelos y conmemoraciones públicas y levantan monumentos para las víctimas. No solo para rendir homenaje a quienes han sufrido en sus propias carnes los atentados y reparar, aunque sea simbólicamente, su dolor sino también para volver a dar consistencia a nuestro mundo.

La justicia se hizo esperar. El juicio solo llegó en 2021. Duró nueve meses y se convirtió en uno de los juicios penales más largos de la historia de Francia. Más de 1.800 víctimas pudieron ser escuchadas y fueron parte activa en el proceso. La sentencia para el único superviviente del comando terrorista, Salah Abdeslam, fue condenatoria: cadena perpetua sin posibilidad de revisión. Por dura que sea la condena, la reparación íntima y colectiva nunca es suficiente. Este pasado jueves, volvieron las ceremonias por el décimo aniversario. La concentración se produjo en la plaza de la República y en la de Saint-Gervais, donde se produjo en 1918 el bombardeo más mortífero sobre civiles en suelo francés durante la Primera Guerra Mundial. De este modo, París inscribía la memoria colectiva del Bataclán en la tradición nacional de resistencia. Sin embargo, los jueces no tienen el monopolio de la justicia, ni el ciudadano de a pie el de la memoria. Hay otro punto de fuga en el que convergen la reparación íntima y la memoria colectiva, que ha irrumpido en el debate francés en los últimos días: la justicia restaurativa. Salah Abdeslam accedió, justo antes del décimo aniversario, a sentarse con víctimas del atentado cara a cara. La justicia restaurativa no busca sustituir el propio proceso penal, pero sí complementarlo. Prioriza la reparación del daño a la víctima y la comunidad, y la responsabilización del agresor. Este concepto, desarrollado en la década de los setenta, recogido por la Organización de Naciones Unidas y con cada vez más arraigo en Europa, ha abierto una discusión entre las víctimas.

Quienes optan por acogerse a esta posibilidad siguen necesitando cerrar sus heridas, y aspiran a que poner rostro al terror y comprender sus motivaciones sirvan a tal fin. No todos, sin embargo, se han mostrado dispuestos a recorrer ese camino. Por ejemplo, Laurent Sourisseau, director de Charlie Hebdo herido en el atentado contra la revista, lo ha calificado de “proceso perverso”. Según el periodista, la justicia restaurativa debe reservarse a los delitos del derecho común y aplicarlo a casos como el de Salah Abdeslam, un “islamista puro”, solo servirá para banalizar el terrorismo yihadista.

Es indudable que, en este caso, falta uno de los objetivos fundamentales de la perspectiva restaurativa, que no es otro que la reintegración social del delincuente. Pero, quizás por ello, se pone aún más de manifiesto el otro: la reparación íntima y la restauración simbólica del vínculo social, roto en mil pedazos la noche del 13 de noviembre de 2015. A diferencia de lo que sucedió en los atentados contra Charlie Hebdo, en los cuales el objetivo eran aparentemente unos pocos valientes que defendían la libertad de expresión con coraje, en el Bataclan los terroristas mostraron que las víctimas éramos potencialmente todos aquellos que compartimos un modo de vida. ¿Quién es nadie para negarle a una víctima su derecho a mirar a los ojos a quien le arrebató lo más querido?

El tiempo pasa y las formas de recordar son múltiples. Están quienes se acercan cada año al Bataclan, quienes no soportan pasar por delante, quienes se refugian en el silencio. La reparación siempre será fragmentaria, nunca será del todo satisfactoria. Pero, al mismo tiempo, obligados por los tiros y el dolor, recordamos, como pueblo francés, que la memoria y la justicia nos comprometen a todos.

Quizás el milagro está en encontrarnos en la normalidad en el momento de la plena excepción. Danielle, una vecina del barrio que se acercó el lunes siguiente a dejar unas rosas en la puerta del Bataclan, lo consiguió. Se emocionó al ver dos ejemplares del libro de Hemingway París era una fiesta y afirmó “Paris sigue en pie. Ahora más que nunca necesitamos libertad, igualdad y fraternidad.” Tuvimos la suerte de que una cámara grabara su mensaje, y por eso hoy también forma parte de nuestro patrimonio colectivo.













EL REBROTE DE LA ESPIRITUALIDAD

 








De Rosalía a Nick Cave, pasando por las últimas novedades cinematográficas o ensayísticas, resignificando símbolos litúrgicos y rescatando atributos de calado religioso, una corriente renovada de espiritualidad recorre el mundo; no busca «salvar almas», pero sí sosegarlas y ayudarlas a encontrar su sentido, comenta en la revista Ethic (27/11/2025) la escritora Esther Peñas. Un sencillo hábito de monja, blanco (no pardo, azul o negro: blanco, símbolo de pureza e indisociable de la representación de lo divino), comienza diciendo, con la consabida toca cubriéndole el pelo; brazos que rodean el torso, por dentro de la indumentaria, ceñidos al tejido, y un rostro arrebatado, en pura transverberación, palabra exacta para el éxtasis místico, en el que la llama celestial atraviesa el corazón del devoto. La cubierta del último trabajo discográfico de Rosalía es una suerte de catalizador de una oleada espiritual que lame el paso de una sociedad que se creía inmune a cualquier alternativa al materialismo. Lux, dieciocho temas cantados en catorces idiomas. Lux, que acaso apunta al Ego sum lux mundi, «yo soy la luz del mundo», que san Juan pone en boca de Jesús en su evangelio. En un mundo desfallecido por la emergencia climática, el feísmo, la desfachatez política y la falta generalizada de pudor; un mundo descreído y maltrecho por crisis interminables de múltiples naturalezas, presidido por el ruido, la productividad, las pantallas, la prisa, saturado de estímulos que prenden la ansiedad y tan promiscuo, pareciera haberse encontrado esa grieta a la que cantaba Leonard Cohen en su tema «Anthem», esa grieta por la que entra la luz. Una corriente renovada de espiritualidad nos procura la lumbre y el recogimiento suficientes para encontrar un sentido. A la vida, claro. La propia y la común.

El disco de Rosalía es el ejemplo más reciente. Acaso habría que recordar las palabras del papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro, en 2013, cuando exclamó a los jóvenes aquello de «¡Hagan lío! ¡Quiero lío en las diócesis, quiero que la iglesia salga a la calle!». La religión no ha dejado de estar presente, con su devenir ciclotímico en cuanto a fervor popular. Basta pensar en las retransmisiones televisivas de la Semana Santa (en especial la que celebró Bergoglio durante la pandemia, cuya radical belleza parecía rodada por el mismísimo Sorrentino), los días festivos que jalonan el calendario, el Día de Difuntos, los insistentes ensayos de Agamben o Recalcatti, las películas de Scorsese o la música góspel que arrecia cada vez que el año expira, como haciendo memoria de que hay que tomar conciencia, por citar un ramillete improvisado de ejemplos.

Pero es una espiritualidad mayúscula la que asoma por los tragaluces más inverosímiles. La espiritualidad sin credo necesario, que tiene que ver con una condición ética (y estética) de estar en el mundo, que contempla aspectos como el amor, la compasión, el perdón y cierta celebración de lo inútil, en tanto el compromiso por aquello que no tiene valor de cambio: los afectos, el mundo sensible. Una suerte de elegancia existencial. Una espiritualidad que rescata las virtudes, que convierten en virtuoso a quien las practica, desplazando a los valores (que no dejan de ser un término bursátil sin adjetivo posible). Una espiritual que se ocupa del alma. «El alma es padre y madre de todas las dificultades no resueltas que lanzamos en dirección al cielo», escribió Jung en sus Memorias, uno de los pensadores que más profundizó en esta práctica, la espiritualidad, que trata de equilibrar la razón instrumental-analítica con la razón sensible, la del corazón, en su decir.

La espiritualidad es lo que nos permite enraizarnos a la Tierra, a los otros, al otro, a uno mismo. La espiritualidad convoca la esperanza, no como certeza de que algo saldrá bien, sino como la certeza de que la vida tiene sentido.

Ahí tenemos Byung-Chul Han, reciente Premio Princesa de Asturias de la Comunicación y Humanidades, hablando de la importancia de la oración. Él acude a la Eucaristía y anima al resto a cultivar la espiritualidad en el rezo. No es causal que su último ensayo lleve por título Sobre Dios: pensar con Simone Weill, donde profundiza en el pensamiento de esta judía (después católica) que hizo de la espiritualidad su recorrido vital, proponiendo el vacío, el silencio y la trascendencia como antídoto a una era marcada por la hiperconectividad, hiperactividad e hiperconsumismo.

De Simone Weill habla también la escritora Begoña Gómez en su libro Místicas, de ella y de beguinas (mujeres laicas que convivían en comunidades religiosas) como Margarita Porete, en un ensayo que indaga sobre una experiencia (la de la plenitud con el todo) que procede de lo religioso pero que se encuentra por otras vías. «Mística salvaje», término acuñado por el francés Hulin, refiere ese tipo de vivencias espirituales no sujetas a credo alguno.

El Nobel de Literatura Jon Fosse también nos interpela desde esta vertiente en su texto Misterio y fe, en una conversación con el teólogo Eskil Skjeldal (para Kafka, nos recuerda, «escribir era como rezar»). Asimismo, el británico Simon Critchley acaba de publicar su ensayo Misticismo, donde recala en figuras de la talla de Juliana de Norwich (antecedente directo del arte abstracto, según Victoria Cirlot, quien también ha escrito sobre el asunto), el Maestro Eckart («para la persona que ha aprendido a soltarse y dejar ser, nada puede volver a interponerse en su camino», escribió en uno de sus sermones ese altísimo dominico) o santa Teresa de Jesús (¿por qué usurparle el tratamiento religioso?).

Nick Cave, un incómodo católico, habla con frecuencia de su constante búsqueda espiritual. Su disco Wild God, «Dios salvaje», está entreverado de citas bíblicas y referencias espirituales, como ya hiciera en su anterior trabajo Seven Psalms. En otro orden de cosas, Rigoberta Bandini se convirtió en «Jesucrista Superstar» y las británicas The last Dinner Party enarbolan el Agnus Dei como símbolo de su rock barroco.

Si en la película La llamada, Los Javis rodaron un musical en el que lo religioso permitía habitar el mundo de otro modo más puro, intenso (también naif) y espiritual, en Los domingos, Alauda Ruíz de Azúa nos presenta una muchacha cuya felicidad y deseo es convertirse en monja de clausura. Los conventos, como los monasterios, conservan lo que escasea fuera de ellos, como sucede en El juego de los abalorios, de Hesse: silencio, recogimiento, fraternidad, quietud, júbilo.

Si antaño significarse como creyente o espiritual implicaba un mohín de recelo, pareciera que hacerlo hoy es sinónimo de resistencia. Aunque los últimos datos hablen de una sutil subida entre los jóvenes de la práctica religiosa en países como España, Reino Unido e Italia, lo cierto es que es la espiritualidad, más ajena a jerarquías, principios de autoridad, preceptos de obligado cumplimiento, más dúctil a las necesidades de cada cual, quien regresa y resurge y rebrota con hambre de adeptos. Tal vez tuviera razón George Steiner cuando hablaba de esa implacable «nostalgia de Dios», en tanto que trascendencia inherente en la cultura y, sobre todo, en el lenguaje.






















GRATITUD Y PENSAMIENTOS EN EL DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

 








Amigos, en 1943, The Saturday Evening Post publicó en su portada el cuadro de Norman Rockwell “Libertad de la necesidad”, reproducido arriba, escribe en Substack (27/11/2025) el economista y profesor de la Universidad de California en B berkeley, Robert Reich. Pronto se convirtió en un símbolo icónico del Día de Acción de Gracias, comienza diciendo, aunque era un símbolo de la clase media blanca. Fue la tercera de una serie de pinturas "Cuatro Libertades" de Rockwell, en respuesta a las Cuatro Libertades que Roosevelt había establecido en su Discurso sobre el Estado de la Unión de 1941: libertad de expresión, libertad de culto, libertad frente a la miseria y libertad frente al miedo.

Ese mismo Saturday Evening Post publicó un ensayo complementario del poeta y activista filipino-estadounidense Carlos Bulosan, también titulado "Libertad de la miseria". En él, Bulosan escribió sobre su vida como trabajador agrícola inmigrante amenazado por la intolerancia y el autoritarismo, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.

He aquí un extracto: No damos por sentada la democracia. La sentimos crecer en nuestro trabajo conjunto: millones de nosotros trabajando por un propósito común. Si nos llevó varias décadas de sacrificios llegar a esta fe, es porque nos llevó todo ese tiempo saber qué parte de Estados Unidos es nuestra.

Nuestra fe ha sido sacudida muchas veces, y ahora está en tela de juicio. Nuestra fe es algo vivo, y puede ser lisiada o encadenada. Puede ser asesinada al negarnos suficiente comida o ropa, al destruir nuestras personalidades y mantenernos en constante temor. A menos que estemos bien preparados, los poderes de las tinieblas tendrán buenas razones para sorprendernos y pisotear nuestras vidas...

Aunque difundan mentiras sobre nosotros, el estilo de vida que apreciamos no ha muerto. El sueño americano solo está oculto, y volverá a abrirse camino y crecer.

También reconocemos las fuerzas que han estado tratando de falsificar la historia estadounidense, las fuerzas que llevan a muchos estadounidenses a un rincón del compromiso con aquellos que quieren distorsionar los ideales de los hombres que murieron por la libertad”.

Por ser inmigrante y organizador sindical, Bulosan fue vigilado en secreto por el FBI. En la década de 1950, durante la era McCarthy, fue acusado de comunista y considerado una amenaza para la nación por sus críticas al trato que los empleadores estadounidenses daban a sus trabajadores. Censurado y aislado, Bulosan murió solo y empobrecido en 1956, a los 44 años.

Hoy, muchos tenemos la fortuna de compartir una cena de Acción de Gracias con nuestros seres queridos. A pesar de toda la oscuridad que nos rodea —a pesar de Trump y el odio y el miedo que ha sembrado—, nuestros seres queridos y la comunidad que nos rodea nos dan aliento y fuerza.

Pero es importante recordar a quienes en Estados Unidos viven en la miseria y el miedo. Millones de personas en este país, incluyendo un gran número de niños, carecen de vivienda y pasan hambre. Millones de inmigrantes en Estados Unidos viven con miedo.

Espero de corazón que mis misivas diarias les den aliento y fuerza. Espero que les ayuden a ver que no están solos, que sus sentimientos de indignación, desorientación y consternación son ampliamente compartidos. Y que les ayuden a saber que, juntos, podemos y vamos a poner fin a este cataclismo.

Les estoy enormemente agradecido por aceptar estas publicaciones diarias, por ofrecer comentarios reflexivos sobre ellas y por compartirlas con otros. Su apoyo y ánimo me dan fuerza.

También estoy agradecido por su activismo y su negativa a perder la esperanza en estos días oscuros.

Mis mejores deseos para usted y los suyos en este Día de Acción de Gracias de 2025.

En respetuosa memoria de Carlos Bulosan, poeta, organizador y luchador por la democracia.















DEL ARCHIVO DEL BLOG. LOS BALCANES EN LA HAYA. PENÚLTIMO ACTO. PUBLICADO EL 09/12/2017

 







Quizá muchas personas se estremecieran hace unos días viendo en directo el suicidio del exgeneral bosnio-croata Slobodan Praljak en plena sesión del Tribunal Penal Internacional de La Haya, tras escuchar la sentencia que le condenaba por los crímenes cometidos en la Guerra de los Balcanes. Confieso sin pudor que a mí la escena me dejó frío: un criminal de guerra más, un cobarde más, que como el mariscal nazi Hermann Göring, prefirió quitarse de en medio a asumir ante el mundo la responsabilidad de sus actos y pagar por ellos la pena impuesta.

El profesor Francisco de Borja Lasheras, director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, que después de servir en la Representación Permanente de España ante la OSCE pasó varios años en los Balcanes Occidentales como experto en las misiones de la OSCE en Bosnia y Herzegovina, escribía ayer en el diario El Mundo sobre el juicio y la sentencia del Tribunal Penal Internacional de La Haya a Ratko Mladic y Slobodan Praljak, y sobre sus recuerdos personales de su estancia en los escenarios de aquella guerra.

Solo he visto a Ratko Mladic en la televisión y el ordenador, pero conozco bien su legado en Bosnia oriental, comienza diciendo. Viví un par de años a principios de esta década en la municipalidad de Foca, en el Alto Valle del río Drina, fronterizo entre Bosnia, Montenegro y Serbia. Mladic nació por allí, en Kalinovik, un pueblucho apartado en las altiplanicies de Treskavica. Es una región de montes, cañones y nieblas, muy aislada, sobre todo en invierno. Más allá de su magnífica naturaleza salvaje, el Valle del Drina es conocido porque durante la guerra de Bosnia (1992-95), cuando casi todas las cámaras miraban al sitiado Sarajevo, en poblaciones como Gorazde, Visegrad, Srebrenica o la propia Foca se llevó a cabo gran parte de la limpieza étnica de bosnios musulmanes y otros crímenes dantescos.

Yo llegué al Valle algo más de una década después para trabajar en derechos humanos con la OSCE, con un mandato que buscaba contribuir a enmendar ese legado de Mladic y otros. Más allá de los grafitis en su apoyo que solía ver en callejuelas y ruinas, el General serbo-bosnio juega un papel importante como héroe en el imaginario local y ciertos sectores políticos y sociales en Serbia. Leyendo la reciente sentencia del Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia, dos momentos concretos me vienen a la cabeza: cuando le arrestaron y nuestro trabajo en fosas comunes (sus fosas, esto es).

En mayo de 2011 la policía arrestó por fin a Mladic en Lazarevo (Serbia). Al igual que su mentor político, Radovan Karadzic, detenido en Belgrado en 2008, Mladic había vivido clandestinamente desde fines de los 90, protegido por el Estado profundo serbio. Aunque la noticia corrió como la pólvora por todo el mundo, esa mañana reinaba un pesado silencio en Foca. Orwell, en Homenaje a Cataluña, desmitifica el vivir de cerca momentos históricos así porque "los detalles físicos prevalecen sobre todo lo demás y no hay tiempo para elocuentes análisis de la situación, hechos a cientos de millas de allí". En nuestra pequeña oficina, a hora y media de Sarajevo y algo menos de tres en invierno, no hubo épica. Nos preocupaban la manifestación nacionalista esa tarde a favor de Mladic y nuestra propia seguridad física. El personal local no quería significarse con sus vecinos y ser vistos como OSCE, o sea, OTAN y por tanto Occidente. La manifestación fue multitudinaria para una ciudad pequeña como Foca. En primera fila iban muchos de esos hombres ociosos semi-gansteriles que me cruzaba a diario en cafés y bares. Enarbolaban orgullosos banderas serbias y de las unidades paramilitares que sembraron el terror entre los bosnios musulmanes. Pero también había muchas señoras de mediana edad y abuelas de aspecto bondadoso, las babushkas de Balcanes, ese día con el semblante agrio. Alzaban iconos ortodoxos y retratos de Mladic, mezclando así religión y el mito del héroe nacional. Muchos niños del pueblo correteaban alrededor, alborozados, disfrutando de un momento festivo para ellos. La manifestación terminó en el monumento al ejército serbo-bosnio de Mladic (VRS), en un solar donde hasta 1992 había casas de musulmanes. Durante un par de años después, las calles y farolas de la zona se llenaron de retratos de Mladic. Supongo que los habrán vuelto a colocar.

El segundo recuerdo son las horas pasadas supervisando procesos de exhumación de fosas comunes que siguen apareciendo por el Drina, en bosques, sótanos urbanos, zanjas junto a carreteras rurales, etc. En esa parte del país, los restos pertenecían a bosnios musulmanes o croatas ejecutados por el VRS; paramilitares vinculados a ese Estado profundo serbio y el submundo criminal, como la Guardia Voluntaria Serbia, más conocida como los Tigres de Zeljko Raznatovic (alias Arkan, asesinado en Belgrado en 2000), o las Águilas Blancas del líder ultranacionalista serbio Vojislav Seselj, además de vecinos comunes y policías de la zona. En las horas en coche de un lado a otro del Valle, alguno de mis acompañantes serbo-bosnios, contrariado por nuestra labor, solía frivolizar con las violaciones sistemáticas a musulmanas en Foca y chasqueaba la lengua. Insinuaba, contra toda evidencia, que no habían tenido lugar. 

Mladic nunca regresará al Drina en vida. La sentencia le condena a cadena perpetua, entre otros cargos, por el genocidio de Srebrenica, crímenes contra la humanidad y otros crímenes de guerra, como los cometidos en el sitio de Sarajevo. El Tribunal afirma que los actos de mando de Mladic fueron instrumentales para tales crímenes: sin ellos, no hubieran tenido lugar de esa forma. La jurisprudencia de La Haya confirma que Mladic, Karadzic y otros eran parte de lo que denomina una estructura criminal dirigida a la limpieza étnica y, en su caso, exterminio de musulmanes y croatas de regiones colindantes con Serbia. Un crimen continuado que incluyó el genocidio de Srebrenica de unos 8000 musulmanes, en pocos días de ese julio de 1995. La Haya, en un fundamento cuestionado, no atribuye tal carácter genocida a la limpieza étnica y otros crímenes cometidos en otras poblaciones del Drina como Foca, donde se estima que unos 2.000 musulmanes fueron asesinados. La prueba de genocidio en Derecho Internacional es muy elevada. En cualquier caso, esta empresa criminal era parte del proyecto ultranacionalista de una Gran Serbia y la responsabilidad -para algunos, principal- alcanza al Belgrado de Slobodan Milosevic. Su aparato de seguridad diseñó antes de la guerra lo que se ha conocido como el plan RAM, una estrategia para crear regiones homogéneas serbias en Bosnia y Croacia a través del armamento de grupos de defensa serbios, el sostenimiento del VRS y la pseudorrepública serbia de Karadzic, etc. Asimismo, el otro, y a menudo gran olvidado, crimen continuado contra Bosnia fue el proyecto de la Gran Croacia do Drine (hasta el Drina), encarnado en la pseudorrepública de Herceg Bosna. Uno de sus líderes, el general Slobodan Praljak, se ha hecho famoso la semana pasada al cometer un suicidio televisado, en plena lectura de la sentencia condenatoria. Detrás de este otro proyecto criminal estuvo la Croacia de Franjo Tudjman, quien negociaba con Milosevic la división de Bosnia a la vez que le hacía la guerra. Al igual que el líder serbio, Tudjman hubiera debido terminar en La Haya si la muerte no le hubiera alcanzado antes.

Años después, ya en la cómoda distancia que debería permitir analizar hechos históricos, me sigue costando profundizar mucho en figuras como Mladic. Quizás no hay mucho que profundizar y eso es lo más terrible de todo -otra forma de la banalidad del mal de que hablaba Hannah Arendt-. Veo al envejecido Mladic, en otra de sus bravuconadas, gritarle patéticamente al sosegado pero firme juez Alphons Orie: "Vi niste sud!" (¡No es un tribunal!). Veo a Praljak bramar que él tampoco es un criminal de guerra mientras ingiere el veneno. Con estas escenas de tragicomedia se cierra el telón del Tribunal de La Haya, que deja un legado amargo en los Balcanes. Estas sentencias son necesarias y pienso en las víctimas que conocí. Pero no hay justicia completa posible y a gusto de todos. 

Además, tanto el resultado como la lógica de estas empresas criminales siguen latentes en la región. Políticos de Croacia, que hoy están en la UE, han lamentado la sentencia de Praljak y otros criminales, mientras siguen interfiriendo en los asuntos de Bosnia, que teóricamente avanza renqueante hacia la UE. Milorad Dodik, el líder de la Republika Sprska que crearon Milosevic, Karadzic & co. y consagraron los acuerdos de Dayton, niega el genocidio de Srebrenica y alienta el revisionismo histórico, en auge en la era de la posverdad. Otros crímenes contra la población serbia de la región siguen sin respuesta. En Foca han reconstruido algunas de las mezquitas destruidas, pero quedan pocos musulmanes para atender a la llamada a la oración, pregrabada, del muecín. Terminada la fase de La Haya, y es el momento para una difícil reconciliación que equilibre justicia y memoria histórica. Quizás sea pedir demasiado y, como en otros casos, haya que encomendarse al paso del tiempo y a nuevas generaciones que puedan empezar de cero. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, DEFENSA DE LA POLÍTICA, DE LUIS GARCÍA MONTERO

 







DEFENSA DE LA POLÍTICA




Y qué decir de ti,


amiga mía,


compañera de curso en la Universidad


y más tarde serpiente vigilada


en las conversaciones,


igual que una epidemia por las calles.


Y qué decir,


sino que te conozco desde hace muchos años


y vivo de tu parte.


 


Cuando me arrastro solitario


por los extremos de mi vida,


da gusto coincidir,


hablar contigo,


porque después de las preguntas


y las lamentaciones,


el recuerdo es también palabra nueva,


y cambiar, decidir o sentirme yo mismo


no llega a confundirse con las ascuas


de un asunto penoso.


Tú que sabes reír, guardar silencio


o retorcer canciones al final de una noche,


nunca me fallas si te necesito.


 


Yo sé que te preocupa tu futuro


y que debes ahorrar en tiempos de imprudencia.


Por eso te defiendo de los calumniadores.


Cuando somos corruptos te llamamos corrupta.


Nuestra pobre avaricia tarda poco


en acusarte de avarienta,


y nada es más obsceno


que mentir en tu nombre


para después llamarte mentirosa,


a ti, mujer de mala fama,


que solo has intentado quedar bien,


abrazar a la gente


en una fiesta rota.


 


No se puede decir que con nosotros


las manos de la vida modelaran


una historia de amor.


Nos conocemos demasiado.


Pero es verdad que alguna noche,


con las excusas de la soledad,


subimos juntos a tu habitación


y nos necesitamos.


 


Siempre me excita descubrir


la luz de mi inocencia en tu inocencia,


esa luz que apagamos


para buscar el resplandor,


lo que hay de entrega tímida


y de primera vez


en nuestro abrazo.


 


Y cuando los domingos santifican


la mañana orgullosa de este país de súbditos,


me gusta pasear


entre el rumor de las miradas.


Los que viven tranquilos pueden ver en tus ojos


la primavera de mi oscuridad,


y el color conmovido


de un mundo que no duerme.




LUIS GARCÍA MONTERO (1958)

poeta español