sábado, 19 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy sábado, 19 de octubre de 2024

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 19 de octubre de 2024.Este artículo, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, es una reseña del libro La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, de Eva Illouz. (Madrid, Katz, 2023) publicado por el politólogo Iván Garzón Vallejo en Revista de Libros el 25/09/2024. La segunda de las entradas es un archivo del blog de tal día como hoy de 2020, sobre un cuento de Ray Bradbury; les ruego se fijen en la fecha que se cita en el cuento. La tercera es un poema de Luis de Villena, que comienza con este verso: Me acerqué a ella. De cierto, todo parecía pobre y gastado. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt













De la vida emocional del populismo

 







Este artículo es una reseña del libro La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, de Eva Illouz. Madrid, Katz, 2023) publicado por el politólogo Iván Garzón Vallejo en Revista de Libros el 25/09/2024.

Un lúcido ajuste de cuentas con su identidad israelí: así podría resumirse el último trabajo de Eva Illouz, La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia (Madrid: Katz, 2023), un libro tan oportuno como demoledor. Oportuno, porque aunque se terminó de escribir unos meses antes del feroz ataque de la organización terrorista Hamás en suelo israelí el 7 de octubre de 2023 (tanto la editorial Suhrkamp como Katz Editores lo publicaron el mismo año), dicho acontecimiento no le ha quitado vigencia a ninguna de sus páginas. Y demoledor, porque disecciona el modo como la derecha israelí en general y Benjamín Netanyahu en particular han envenenado las pasiones políticas de su pueblo frente a los árabes instrumentalizando la identidad judía y atizando un conflicto que cada día se antoja más interminable.

El gusano del fascismo en la manzana de la democracia. El libro se enmarca en la abundante literatura reciente que advierte sobre la configuración de un nuevo fascismo en los países occidentales a partir del reciente ascenso de partidos, movimientos y líderes de ultraderecha. En este sentido, Illouz recupera la admonición formulada por Theodor W. Adorno en 1967 de que aunque oficialmente el fascismo colapsó con el fin de la Segunda Guerra Mundial, «las condiciones para los movimientos fascistas (…) seguían activas en la sociedad» (p. 11). Para uno de los fundadores de la Escuela de Frankfurt, la culpable de ello era la tendencia a la concentración de capital, lo que genera a su vez desclasamiento y degradación de unas capas sociales burguesas. Así las cosas, concluye Illouz, el fascismo no es un accidente de la historia ni una aberración, sino que funciona dentro de la democracia y es contiguo a ella: es como un gusano metido en la manzana que pudre la fruta desde adentro y es invisible al ojo desnudo, una suerte de pulsión colectiva, no un régimen político únicamente.

Sin embargo, el objeto del libro no es el fascismo. sino el populismo, entendido como vector de emociones tribales y como preludio del fascismo. Y aunque la radiografía política de «Bibi» Netanyahu es contundente, este no es un libro sobre Netanyahu: en cierto sentido, el líder del Likud es el pretexto que utiliza Illouz para advertir del modus discursandi de sus homólogos Trump, Orbán, Le Pen y compañía, y que a un lector agudo le servirá también de marco hermenéutico de gobernantes del otro polo del espectro político. En este contexto, las emociones son entendidas como antídoto de problemas reales pero también como placebo de imaginarios sociales creados por las élites. El caso de Israel lo ilustra, y por ello su estudio contiene una dosis de universalismo. «El argumento de este libro utiliza el tríptico de (Dani) Filc como punto de partida; no pretende tanto explicar el populismo, sino más bien describirlo a través del prisma de las emociones. Sostiene que el autoritarismo y el nacionalismo conservador descansan sobre cuatro emociones: el autoritarismo se legitima a través del miedo, y el nacionalismo conservador (una visión de la nación basada en las tradiciones y el rechazo al extraño) se apoya en el asco, el resentimiento y un amor cuidadosamente cultivado por el propio país» (p. 28).

Israel, laboratorio de una democracia populista. Entre las muchas bondades de este trabajo quisiera destacar acá tres de ellas.

Primero, el caso de estudio. La reflexión sobre las emociones políticas arrastra la sospecha de ser imprecisa o antojadiza. Al fin y al cabo, una explicación de la ira, el miedo o el amor –por mencionar algunas–, no puede presumir del detalle empírico de los estudios conductuales o de las teorías de la acción racional o colectiva. Por eso, el enfoque de Illouz es muy ilustrativo del potencial comparativo del estudio de las emociones, pues al tomar como caso de estudio un país concreto y el modo como cuatro emociones se han instalado en el discurso político, las prácticas sociales y las creencias de actores sociales (según el testimonio de rabinos, colonos y activistas a los que entrevistó), esta socióloga nacida en Marruecos, de nacionalidad franco-israelí y residente en Jerusalén, está sugiriendo también una ruta a seguir: rastrear las emociones tal y como las experimentan los líderes políticos, religiosos y sociales. Al mismo tiempo, aterriza las emociones poniéndolas en un plano explicativo tan relevante como las ideas y los comportamientos, destacando, como no podría ser de otro modo, su potencial explosivo, pues «solo las emociones tienen el poder multiforme de negar la evidencia empírica, dar forma a la motivación, desbordar el propio interés y responder a situaciones sociales concretas» (p. 17).

Segundo, el método. Los estudios de caso ponen de relieve las circunstancias particulares de su unidad de análisis y permiten hacer comparaciones con objetos análogos. La autora toma Israel como laboratorio del populismo contemporáneo y describe las disfuncionalidades de su democracia desde su nacimiento como Estado en 1948 ―la relación hostil con sus vecinos, su excesivo aparato militar, el compromiso militarista de sus ciudadanos, el discurso securitista de sus élites, su «estado de emergencia» constitucional mantenido desde su creación― así como la forma en que estas estructuras, instituciones y dimensiones materiales son moldeadas por una cultura política dirigida por sus élites políticas, especialmente por el partido Likud. «Los sentimientos analizados en este libro tienen varias cosas en común: todos son el resultado de la manipulación de los políticos, de la explotación del miedo, la desconfianza, la ira y el ressentiment de la gente corriente en favor de los objetivos y estrategias de actores políticos sin escrúpulos» (p. 175). Hay que decir que si bien Illouz dedica un capítulo a cada emoción, el miedo tiene un notorio predominio en la retórica populista del país, toda vez que «el miedo, tanto imaginado como real, es una potente herramienta política […] Es el comandante en jefe de todas las emociones. Por lo tanto, quien domina el miedo con credibilidad será capaz de dominar la arena política» (p. 51). Particular mención merece el modo como a través de testimonios de israelíes se evidencia el asco que estos sienten hacia los palestinos por considerarlos sucios y malolientes.

Y tercero, la crítica. Aunque Eva Illouz proviene de la tradición marxista, en este libro se ubica en un liberalismo igualitario que, bebiendo de la herencia filosófica rawlsiana, reivindica políticas que morigeren las desigualdades y promuevan una vida digna para todos. La propuesta sobre la fraternidad y la compasión como emociones características de una sociedad decente es buen ejemplo de ello, y si bien guarda algunos paralelismos con los trabajos de Martha Nussbaum sobre las emociones (aunque Illouz toma distancia de su lectura del amor), se enmarca en una tradición intelectual enriquecida por Hannah Arendt, Leo Strauss, Eric Voegelin y Michael Walzer entre otros, judíos liberales ―de izquierda o de derecha― que han hecho un significativo aporte a la teoría política contemporánea. A mediados del siglo XX, estos autores y otros como George Sabine y Sheldon Wolin, no solo contribuyeron a la rehabilitación de la reflexión filosófico política cuando la soberbia de los enfoques conductistas y cuantitativos habían decretado su prematura «muerte» o cuando menos su inutilidad epistémica, sino que desarrollaron un acervo imprescindible para comprender la democracia, la política, el Estado, la igualdad, la moral pública y la libertad. Hoy en día, cuando este último concepto y la teoría del liberalismo político y económico han sido progresivamente monopolizados por un sector político e intelectual que lo utiliza como parapeto doctrinal de intereses gremiales, reaccionarios o filofascistas, es refrescante encontrar una lectura igualitaria, reformista y mordaz como la de Eva Illouz, que reivindica lo mejor del espíritu humanista y cosmopolita de la tradición liberal.

En este sentido, no es casualidad que a la crítica del populismo de Netanyahu, del nacionalismo judío y del sionismo ―por haber pasado de ser un movimiento emancipador a convertirse en una ideología nacionalista instrumentalizada por el Estado― subyazca una profunda sensibilidad moral liberal: «Nuestras sociedades tienen víctimas reales (refugiados, pobres, víctimas del racismo, niños y mujeres sujetos a una violencia cotidiana). Pero si las principales reivindicaciones morales del liberalismo son utilizadas y recuperadas por los enemigos del liberalismo, parece que este lenguaje se ha vaciado y que ya no puede representar eficazmente a los oprimidos» (p. 134). Finalmente, aunque Illouz explica y documenta el modo como el miedo, el asco, el resentimiento y el amor han intoxicado la vida pública de Israel, su propuesta es anteponer a los mismos unas emociones políticas de otro signo, que reflejen una sensibilidad moral liberal: «La compasión y la fraternidad son candidatos mucho mejores para las emociones constitutivas de una buena sociedad civil, porque ambas emociones presuponen la extrañeza y diversidad radical de aquellos a quienes tienen como objeto» (p. 180).

En síntesis, La vida emocional del populismo es una guía certera para identificar las emociones políticas que envenenan nuestra convivencia cívica y democrática. Pero es también un manifiesto por una sociedad decente, más necesario que nunca si se quiere comprender de qué se alimenta el voraz Leviatán militar que día a día descarga su poderío sobre Gaza. Iván Garzón Vallejo es profesor universitario y escritor. Su último libro es El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla, Crítica 2022/Ril editores 2023.














[ARCHIVO DEL BLOG] Cuentos para adultos: Hoy, con La última noche del mundo, de Ray Bradbury (19/10/2020)










El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros. 
Continúo hoy la serie Cuentos para adultos con el titulado La última noche del mundo, de Ray Bradbury (1920-2012) escritor estadounidense de misterio del género fantástico, terror y ciencia ficción, principalmente conocido por su obra Crónicas marcianas (1950)​ y la novela distópica Fahrenheit 451. Se consideraba a sí mismo «un narrador de cuentos con propósitos morales». Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica desconcertante, ya que reflejan la convicción de Bradbury de que el destino de la humanidad es «recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad». Les dejo con su relato.




LA ÚLTIMA NOCHE DEL MUNDO
por 
Ray Bradbury



¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo?
-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?
-Sí, en serio.
-No sé. No lo he pensado.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado.
-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
-¡No lo dirás en serio!
El hombre asintió.
-¿Una guerra?
El hombre sacudió la cabeza.
-¿No la bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?
-No.
-¿Una guerra bacteriológica?
-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Solo, digamos, un libro que se cierra.
-Me parece que no entiendo.
-No. Y yo tampoco, realmente. Solo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y solo una cierta paz -miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un sueño anoche”. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
-¿Era el mismo sueño?
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-¿Y todos habían soñado?
-Todos. El mismo sueño, exactamente.
-¿Crees que será cierto?
-Sí, nunca estuve más seguro.
-¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.
Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.
-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer.
-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?
-Creo tener una razón.
-¿La que tenían todos en la oficina?
La mujer asintió.
-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era solo una coincidencia -la mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario -el hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?
-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
En el vestíbulo las niñas se reían.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.
-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.
-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto ustedes tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?
-No se puede hacer otra cosa.
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.
-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso… como siempre.
El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café.
-¿Por qué crees que será esta noche?
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra.
-Eso también lo explica, en parte.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.
-No sé… -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?
-¿Lo sabrán también las chicas?
-No, naturalmente que no.
El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.
-Bueno -dijo el hombre al fin.
Besó a su mujer durante un rato.
-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer.
-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.
-Creo que no.
Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas.
-Las sábanas son tan limpias y frescas…
-Estoy cansada.
-Todos estamos cansados.
Se metieron en la cama.
-Un momento -dijo la mujer.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.
-Me había olvidado de cerrar los grifos.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.
-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.
-Buenas noches -dijo la mujer.

FIN





Quizá sea esta noche... Mañana lo sabremos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












El poema de cada día. Hoy, Emmy Hennings: Un crepúsculo, de Luis Antonio de Villena (1951)

 







EMMY HENNINGS: UN CREPÚSCULO


Me acerqué a ella. De cierto, todo parecía pobre y gastado,

pero manso asimismo. La casita pequeña frente al paisaje,

sus ojos plenos de pequeñas arrugas…

Desde aquí no oí la guerra, pero sabía que muchos sufrían.

¿Alguien escapa al sufrir?

Dígame, Emmy, ¿no recuerda sus años de juventud

pese a la pobreza, a la dificultad, a la ocasional prostitución?

Acaso eso no debí decirlo.

Querido, yo lo digo. Yo misma. No se incomode.

¿Quiere más zumo de manzana?

No echo nada de menos. Todo se va y se rompe

empezando por nosotros mismos.

Somos ceniza en vientos salvajes.

Ball estudiaba el cristianismo primitivo.

Yo amo también a esos santos bizantinos que desdeñaban la vida.

¿Cielo, dice? A mis años me resulta ingenuo.

Mire cómo se va la luz, esos tonos morados hacia las montañas…

Éter, morfina, cabarés, lesbianas. La vida.

No me gusta recordar mis novelas, aunque

las trazaría de nuevo. Usted es joven, Luis, joven.

Yo solo espero deshacerme en Dios, ser nada en Dios.

Como no haber nacido.

Nadie sabe para qué sirven el dolor y la desdicha,

pero ya ve, querido, usted me ha buscado

porque yo sufrí, amé, gocé, malgasté, perdí,

y nunca dejé de ser excepcionalmente desdichada…

¿Tendrá algún mérito haber vivido?

Era malva todo: un paisaje de la Suiza italiana.


Luis Antonio de Villena (1951)

Poeta español









De las viñetas de humor de hoy sábado, 19 de octubre de 2024

 
























viernes, 18 de octubre de 2024

De las entradas del blog de hoy viernes, 18 de octubre de 2024

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 18 de octubre de 2024. La primera de las entradas del blog de hoy es una transcripción de las palabras pronunciadas por Javier Cercas en el Hotel Intercontinental de Barcelona antes de la cena de los intervinientes en el foro World in Progress Barcelona, organizado por el Grupo Prisa, EL PAÍS y la Cadena SER, sobre la necesidad de la prensa de contar siempre la verdad. La segunda de las entradas del día, un archivo del blog de octubre de 2018, es una invitación a la lectura: Leer. Leer sin ganas. Leer por aburrimiento. Leer para no hacer ruido. Leer para dejar que tu padre duerma la siesta. Leer porque no te dejan poner la tele. Leer porque ya nadie quiere contarte un cuento. Leer porque te han castigado sin salir... La tercera es un poema de una poetisa canaria contemporánea que comienza con estos versos: "Mi primera memoria: el punto más bajo de la casa. El hueco a ras de suelo del armario de los juguetes, donde poso una muñeca desnuda que no dice mamá, que no dice papá". Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










De la necesidad de contar siempre la verdad

 





Este texto es una transcripción de las palabras pronunciadas por el escritor y académico de la RAE, Javier Cercas, en el Hotel Intercontinental de Barcelona antes de la cena de los intervinientes en el foro World in Progress Barcelona, organizado por el Grupo Prisa, EL PAÍS y la Cadena SER, sobre la necesidad de la prensa de contar siempre la verdad.

Joseph Oughourlian me ha pedido que diga unas palabras sobre la cuestión palpitante, sobre uno de los temas candentes de nuestro tiempo, en España y en todas partes: me refiero a la desinformación, a los bulos, a las mentiras. Desde luego, puede parecer paradójico —y tal vez lo sea— que se lo haya pedido a un novelista, es decir, a alguien dedicado sobre todo a escribir ficciones; porque, aunque las ficciones no son exactamente mentiras, la verdad es que se parecen bastante a las mentiras. La prueba es que, en latín, el verbo “mentiri” significa al mismo tiempo mentir e inventar. Hay en la Poética de Horacio un verso en elogio de Homero que dice así: Atque ita mentitur sic veris falsa reminiscet; lo que más o menos significa: “Y así miente (o así inventa) mezclando lo falso con lo verdadero”. En la literatura, en la ficción, el resultado de esa mezcla es una verdad, eso que llamamos verdad literaria, o verosimilitud; en cambio, en el periodismo, o en la historia, el resultado de esa mezcla es una mentira. Y de este asunto quería hablarles hoy.

Como ustedes saben —al menos lo saben los españoles aquí presentes—, el gobierno español ha lanzado un Plan de Acción por la Democracia, o de regeneración, parte del cual consiste en algunas medidas para combatir eso: la desinformación, los bulos, las mentiras. La respuesta a este plan por parte de los medios de comunicación —también los del grupo Prisa— ha sido reticente, una reticencia más o menos enfática. Es natural y saludable: cuando el poder se lanza a legislar sobre la verdad y la mentira, conviene ponerse en guardia. “La verdad os hará libres”, dice el Evangelio; lo cual significa que las mentiras nos hacen esclavos. Y el poder, cualquier poder —incluido el poder democrático—, no es que quiera necesariamente esclavos, pero sí quiere gente obediente, gente que dice Sí y no gente que dice No, gente crítica. De modo que la reticencia es lógica. Aunque también es lógico que el gobierno, en parte por razones locales —incluso personales—, pero en parte también siguiendo una directiva de la Unión Europea, intente regular una situación nueva, que no solo atañe a los medios de comunicación, sino que nos atañe a todos.

Mucha gente tiene la impresión de que en nuestros días se cuentan más mentiras que nunca; yo no creo que eso sea verdad —mentiras, y muchas, se han contado siempre y en todas partes, no digamos en política—. Lo que sí creo es que hoy la mentira posee mayor capacidad de difusión que nunca, gracias a las nuevas tecnologías: a internet, a las redes sociales, a la inteligencia artificial. También creo que este hecho tiene consecuencias inquietantes. La primera, la más visible y la más devastadora, es el descrédito de la verdad —por momentos la verdad parece que ya no importa, que es una cosa cursi, anticuada y moralista— y la extensión cancerígena de lo que podríamos llamar la política del cinismo… De joven viví varios años en los Estados Unidos, y nunca imaginé que un personaje como Donald Trump pudiese llegar a la presidencia de ese país. Nunca. Por lo demás, recuerden que algunos de los hitos fundamentales del nacionalpopulismo —ese movimiento que arrancó o se consolidó en todo Occidente tras la crisis de 2008 y que en mi opinión no es fascismo, aunque tenga algunos rasgos del fascismo y hasta pueda considerarse como una máscara posmoderna del fascismo y sea en cierto modo más peligroso que el fascismo: al fin y al cabo, el fascismo ya sabemos lo que fue y cómo derrotarlo, mientras que al nacionalpopulismo todavía no lo conocemos del todo y sigue vivo—, algunos hitos fundamentales de ese movimiento, como digo, estuvieron acompañados o precedidos por auténticos diluvios de mentiras, a menudo generosamente difundidas por el conocido altruismo del señor Putin: la llegada de Donald Trump al poder, sin ir más lejos, o el Brexit, o simplemente la crisis catalana de 2017, que fue la peor manifestación del nacionalpopulismo en nuestro país, la más aguda y la más peligrosa.

Pero, en fin, todo esto es más o menos sabido; lo que yo quería subrayar hoy es otra cosa.

De entrada, debo decir que a mí los bulos, las mentiras puras, no me preocupan demasiado; no creo que sean nuestro principal enemigo. Miren, a mí me mataron hace poco. Ya me habían matado otras veces, pero esta vez me mataron muy bien, en X. Allí colgaron un tuit —o como se llame ahora— con el logo de mi editorial en el que se decía que yo había fallecido y anunciaban para más tarde otros detalles. Un asesinato brillante, ya digo, muy persuasivo, perpetrado por un sujeto que al parecer ya había matado antes a J. K. Rowling, al papa Benedicto o a Kazuo Ishiguro. Lo cierto es que el bulo se difundió a toda velocidad y que, aunque yo no uso redes sociales, me enteré en seguida. Pero no pasó nada, en un visto y no visto el asunto se había resuelto: mi editorial puso un tuit desmintiendo mi muerte y anunciando que me encontraba bien, y yo mismo aparecí en Radio Nacional de España diciendo lo mismo que había dicho Mark Twain en una ocasión parecida: que las noticias de mi muerte eran francamente exageradas. Y eso fue todo. En menos de un día la mentira estaba desactivada.

Así que, pese a ser un problema, los bulos, insisto, no son el principal problema: casi siempre se pueden desmontar con facilidad. El principal problema no son las mentiras puras: son las medias verdades, las mentiras mezcladas con verdades, las mentiras que albergan un granito de verdad y que tienen por lo tanto el sabor de la verdad. Esas son las peores mentiras, las mentiras realmente peligrosas. Y los periodistas, lo sepan o no lo sepan, se enfrentan a diario a ellas. En cuanto a mí, que no soy periodista, solo cobré del todo conciencia del problema hace unos años, mientras escribía un libro titulado El impostor, una novela sin ficción que trata sobre un personaje real a quien Mario Vargas Llosa llamó el mayor impostor de la historia; con razón: para mí es el Leo Messi, el Lamine Yamal de la impostura. Se trata de un hombre, ya fallecido, que durante años se hizo pasar por antiguo deportado en los campos de concentración nazis, que presidió la principal asociación de deportados españoles en los campos nazis y que gozó de un éxito fabuloso con sus mentiras: hablaba en los colegios, en las universidades y en los medios de comunicación, llegó a hablar en nombre de los deportados españoles en el Parlamento español, y en todas partes se presentaba también como un luchador antifranquista, como un héroe de la guerra civil etc.; este hombre se convirtió, en fin, en un auténtico héroe civil, en una rock-star de la memoria histórica, como lo llamo en el libro…

Pues bien, en un momento determinado, mientras escribía sobre él, caí en la cuenta de que parte importante de su éxito desorbitado se debía a que todas sus mentiras estaban amasadas con verdades, a que detrás de sus grandes mentiras siempre había pequeñas verdades. Por ejemplo: él decía que había estado confinado en un campo nazi durante la Segunda Guerra Mundial (el campo de Flossembürg, en Baviera), y no era verdad; pero sí era verdad que durante la guerra había estado en la Alemania nazi, solo que no era verdad que había estado allí como militante antifascista —igual que lo estuvieron los casi 9.000 españoles recluidos en los campos nazis, casi todos antiguos combatientes republicanos en la guerra civil—, sino que había estado allí como trabajador voluntario: como ustedes saben, durante la Segunda Guerra Mundial Franco mandó varios contingentes de trabajadores voluntarios a Alemania para contribuir al esfuerzo de guerra nazi. Y no, no era verdad que este hombre —Enric Marco, se llamaba— hubiera sido prisionero en un campo nazi; pero sí era verdad que había conocido, durante un período de tiempo muy breve, una prisión nazi, solo que no lo habían encerrado en ella por oponerse al nazismo, sino por culpa de un simple e imprudente comentario derrotista…. Siempre era así: siempre había verdades que daban el sabor de la verdad a sus mentiras.

Marco aseguraba que, durante la dictadura franquista, había vivido de manera clandestina en España por culpa de su oposición al régimen; y era verdad que durante años había vivido de forma clandestina o semiclandestina, pero no era verdad que la culpa de ello la tuviera su oposición al franquismo, que había sido nula: en realidad, había vivido en la clandestinidad por haber cometido pequeños hurtos, porque había sido un ladronzuelo, un delincuente común fugado de la justicia. Insisto: Marco, el mentiroso magistral, casi nunca contaba mentiras puras; al contrario: apenas había una sola de sus mentiras que no contuviera algún fragmento de verdad. Y esas mentiras son el gran problema.

Antes decía que en nuestro tiempo la mentira posee mayor poder de difusión que nunca; eso significa, añado ahora, que el periodismo es más necesario que nunca, solo que ejercerlo es tal vez más difícil que nunca, entre otras razones porque ya no basta con contar la verdad: además, hay que desmontar las mentiras, sobre todo esas mentiras entreveradas de verdades, que son las más ponzoñosas. El gran problema es ese, en definitiva: que la verdad es más cara, más compleja, más difícil de explicar y a menudo más impopular que la mentira; y que la mentira es más barata, más sencilla, más fácil de explicar y casi siempre más impopular que la mentira: es más popular contar que uno fue un deportado en los campos nazis que contar que fue un trabajador voluntario en la Alemania nazi; es más bonito contar que uno fue un combatiente antifranquista que contar que fue un simple ratero. Tal vez contar la verdad sea hoy más difícil que nunca, pero es tan necesario como siempre.

Acabo ya. No quiero hacerlo, sin embargo, sin decir algo que me importa mucho decir, que ya he dicho en otros lugares y que por esa razón —y porque ya soy demasiado viejo para callarme lo que pienso— me siento obligado a repetir aquí. Llevo casi treinta años escribiendo en EL PAÍS —no soy un empleado, soy un simple colaborador que, encima, apenas ha pisado un par de veces la redacción—. Todos ustedes saben que este es el periódico más influyente y más leído no solo de España, sino de nuestra lengua; pero quizá no todos sepan —pienso en los invitados extranjeros— que EL PAÍS es indisociable de la democracia española. Siempre lo fue: EL PAÍS nació con la democracia, al año siguiente de la muerte de Franco; EL PAÍS se ganó sus títulos de nobleza democrática la noche del 23 de febrero, cuando un grupo de militares golpistas secuestró el Parlamento español y este periódico fue el primero en salir a la calle, a las diez de la noche, tres horas y media después del inicio del golpe, cuando el gobierno y todos los diputados seguían retenidos por los golpistas, y lo hizo con un titular a toda página que quienes vivimos aquel momento no olvidaremos: “EL PAÍS, con la Constitución”; y EL PAÍS ha seguido siendo hasta hoy un baluarte de la democracia española. Lo ha sido, ante todo, por el trabajo diario de sus periodistas; pero no solo por eso. Mi amigo el escritor mexicano Juan Villoro, que conoce muy bien España, me dijo una vez: “El debate político-intelectual, en España, pasa por las páginas de EL PAÍS”. Creo que no se equivoca. Durante el último año o año y medio hemos vivido en España una tensión política considerable, con debates durísimos, con una polarización política extrema, y EL PAÍS ha sido el único periódico nacional —esto no es una opinión: es un hecho— que no solo ha tolerado en sus páginas la defensa de ideas contrarias a su propia línea editorial, sino que —doy fe de ello— las ha fomentado. Esa capacidad para acoger en su seno puntos de vista contrapuestos —a veces, radicalmente contrapuestos— es para mí una de las máximas virtudes de un periódico, y tal vez la demostración más palmaria de su fortaleza. Ruego a los periodistas de EL PAÍS que no interpreten estas palabras como un elogio o un halago; son exactamente lo contrario: una exigencia, un desafío. Lo que acabo de describir es, con todos los altibajos y matices que se quiera, lo que ha ocurrido en este periódico durante los últimos cincuenta años; también es lo que debería seguir ocurriendo, como mínimo, durante los próximos cincuenta. La democracia no solo se defiende batallando a diario por la verdad; también se defiende con el debate y la controversia de ideas, que es otra forma de batallar por la verdad. Javier Cercas es escritor y académico de la RAE.










[ARCHIVO DEL BLOG] Leer, leer, leer... Publicado el 06/10/2018.












Leer. Leer sin ganas. Leer por aburrimiento. Leer para no hacer ruido. Leer para dejar que tu padre duerma la siesta. Leer porque no te dejan poner la tele. Leer porque ya nadie quiere contarte un cuento. Leer porque te han castigado sin salir. Leer porque estás en la cama con fiebre. Leer porque estás solo. Leer porque imitas a tus hermanos mayores. Leer porque lo hace tu madre. Leer libros para niños. Leer novelas que no te dejan leer. Leer hasta que te apagan la luz. Leer sin leer, pensando en otra cosa. Leer en la biblioteca. Leer todos los libros de la biblioteca infantil. Leer porque tu hermana lee en la cama de al lado. Leer libros de Tintín en casa de tu abuelo. Reír porque tu tía llora con una novela. Llorar porque te da pena el abominable hombre de las nieves. Leer y leer y leer cinco líneas sobre sexo. Leerlas y leerlas una vez más. Leer porque quieres estar solo. Leer porque te sientes solo. Leer porque te crees distinto. Leer para encontrar almas gemelas. Leer aquello que aún no has vivido. Leer para llenarte la cabeza de pájaros. Leer para presumir. Decir que has leído un libro que no has leído. Resumir libros en literatura que no has leído. Sacar buenas notas en literatura haciendo resúmenes de libros que no has terminado. Leer para imitar lo que que has leído. Leer para fardar. Leer para ligar. Leer para consolarte de un abandono. Leer por falta de planes. Leer por falta de amor. Leer porque se ha ido con otra. Leer para que no digan. Leer mientras esperas. Leer sentado en el wáter. Leer para dormirte. Leer para poder hablar con él. Leer el libro que él te recomendó. Leer para sorprenderle. Leer por puro gusto. Leer por vaguería. Leer porque no te gustan los deportes. Leer porque no tienes un duro. Leer para olvidar. Leer para recordar. Leer para aprender. Leer un coñazo impresionante. Leer un libro que no quieres que se acabe. Leer el libro de un amigo. Leer todos los libros de un hombre que te gusta. Leerle el pensamiento. Leer el libro que él está leyendo. Leer el libro que él querrá leer después. Leerle a tu hijo. Leerle hasta que se quede dormido. Leerle hasta que te quedas dormida. Leerle el Tintín que tú leíste. Leerle cuando se muere el Abominable Hombre de las Nieves. Leerle y consolarle luego su llanto inconsolable. Leerle para que aprenda a estar solo. Leerle para volver a vivir la infancia. Leerle por gusto. Ver cómo un hijo lee. Releer. Leer sólo lo que te gusta. Leer sólo aquello que te emocione. Leer por amor. Leer a su lado. Este artículo lo publicó en su blog "Don de gentes", hace justamente diez años, mi amiga, la escritora Elvira Lindo. No ha perdido un ápice de actualidad. Al contrario. Leer, ahora debería convertirse en una obligación, no solo moral, sino cívica, si queremos salvarnos... Disfrútenlo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt