jueves, 27 de marzo de 2025

De la inteligencia artificial y la estupidez humana

 







La inteligencia artificial, cruzada con la estupidez natural, es materia explosiva; Hemos caído en la trampa y nadie sabe cómo volver atrás ni cómo seguir avanzando, dice en El País [Las noches blanca, 23/03/2025] la escritora Lidia Jorge.

¡Oh, bendito sueño! A menudo, cuando más desdichado me sentía, me sumía en el descanso, y los sueños me sosegaban hasta el arrobamiento (Mary Shelley)

1. El pasado 11 de marzo, tuve el placer de conversar con Rosa Montero, moderadas por Daniel Peña, en la Fundación Ramón Areces de Madrid. Personalmente, animada por el intercambio de impresiones que mantuvimos en torno al tema Libros que cambian nuestras vidas, me reafirmé en la idea de que los escritores nos dividimos en dos grupos: los escritores ancla y los escritores antena. Los primeros son aquellos que se nutren de las profundidades de la vida y de la cultura, crean basándose en los ciclos largos de la historia y son condescendientes con el presente porque conocen la ondulación del tiempo como categoría modeladora. Son, por ejemplo, Marguerite Yourcenar y W. G. Sebald. Los escritores antena son aquellos que viven siguiendo la vibración del momento, se sienten vinculados a los hechos de la vida política y social cotidiana, olfatean el aire, presienten las tormentas, aciertan y se engañan en público, crean sus fábulas derivándolas de la transfiguración del presente, inventan y emiten juicios basándose en los ciclos breves de la historia. Las dos escritoras que moderó Daniel Peña pertenecen, sin lugar a dudas, a esta segunda categoría.

2. No es de extrañar, por lo tanto, que el diálogo terminara con el tema estrella del momento, los caminos cada vez más determinantes de la inteligencia artificial. Tomó la palabra Rosa Montero, que acaba de publicar su cuarta novela, el cierre de la serie en torno a la detective Bruna Husky, Animales difíciles, cuyo tema es precisamente ese: qué quedará de la humanidad cuando los cíborgs pueblen la Tierra. En la novela, la visión de Rosa Montero termina siendo optimista, y la protagonista tecnohumana, ahora una “androide débil”, termina incluso haciendo el amor con el inspector Paul Lizard, y en ese vínculo donde se siente la vibración de la relación común entre simples hijos de Adán y Eva nos deja entrever que, aunque perdidos en la conciencia de la inmensidad del cosmos y de la cultura transhumana, seguirán sucediendo cosas, más allá de 2111, semejantes a las que ocurren en nuestras vidas corrientes. Sin embargo, en la explicación en vivo que dio Rosa Montero sobre el tema, fueron surgiendo monstruos posibles, y en cierta manera, con su bagaje de lecturas de ciencia ficción, su mensaje terminó siendo de miedo y advertencia. De advertencia de que, si la humanidad carece de medida ética y deontológica, podría cumplirse el mensaje que Nick Bostrom presta a Rosa Montero, como epígrafe de su libro sobre Bruna Husky: “Crear algo más inteligente que tú es un error evolutivo básico”.

3. Pero la literatura no es un poder totalmente desarmado; contiene una sabiduría de naturaleza indefinida que desborda los límites de lo demostrable y avanza con propuestas que no pueden encontrarse por otros medios. En momentos de crisis aguda, cuando los escritores parecen pájaros escondidos durante una tormenta, nos estremecen como las sacudidas del mundo y formulan a ciegas fábulas de advertencia. A veces son las imágenes las que salvan por sí mismas. Por eso, en un anticipo de un futuro próximo, en el que las máquinas pensantes lleguen a sustituirnos, dotándose a sí mismas del impulso del creador autónomo, es interesante volver al poema seminal de Emily Dickinson sobre la dimensión del cerebro humano, imposible de cartografiar: “El cerebro es más ancho que el cielo; / ponlos juntos / y uno contendrá al otro / con facilidad, y a ti, además”.

Conviene conservar nuestra autoestima como especie. Con todo, ante las inquietantes señales que esboza la autora de Animales difíciles, no podemos dejar de pensar que, por desgracia, el desarrollo de la inteligencia artificial se ve incrementado por considerables dosis de estupidez natural. La inteligencia artificial, el más probable de los futuribles, cruzada con la estupidez natural, arcaica, como en la cueva del troglodita, es materia explosiva. Esta es la trampa en la que hemos caído y nadie sabe cómo volver atrás ni cómo seguir avanzando.

4. El problema radica en la asociación negativa entre la política retrógrada que asalta nuestras comunidades y los avances tecnológicos que nos ofrecen cada día maravillas que hasta hace poco solo parecían pertenecer al orden del delirio. Y ello permitirá todo tipo de manipulación de la realidad humana, ya sea corpórea o de pensamiento, y la subversión de lo que hasta hace poco alineábamos con el orden de la moral y la axiología, y que se encuentra ahora patas arriba.

Giuliano da Empoli ha demostrado de manera sistemática y racional en su libro Los ingenieros del caos lo que nosotros deducíamos de nuestro conocimiento empírico: me refiero al abrazo entre el poder político sintetizado en los tres emperadores, Donald Trump, Xi Jinping y Vladímir Putin, y sus estratosféricos ingenieros, tan crueles y alejados de los dolores de la humanidad como ellos, este abrazo que hace que nuestras noches de insomnio parezcan monstruosas e interminables. Mientras nos pasamos las madrugadas con los ojos clavados en la oscuridad, podemos tener la certeza de que cada uno de ellos sopesa qué parte de la gacela les reserva la caza del día siguiente. Y la gacela es simplemente la Tierra entera. Se la están repartiendo ante nuestros ojos, negociándosela como si fuera suya. Solo de esta manera podemos comprender el juego brutal al que asistimos sobre el territorio y el pueblo de Ucrania y el genocidio desenfrenado que tiene lugar ante nuestros ojos en la región de Gaza. Esto que vemos día tras día solo parece tener lateralmente algo que ver con el avance exponencial de la inteligencia artificial, pero no es así. Musk es simplemente un símbolo chabacano de ese abrazo funesto. Los otros dos, mucho más inteligentes, mantienen a sus tecnocreadores trabajando en la oscuridad.

5. Frente a lo que podría convertirse en realidad, Animales difíciles es una ágil ficción de aventuras semihumanas, con la amenaza bien dibujada, pero cautelosamente clemente en la esperanza que anuncia. La puerta de salvación que entrega al lector nos deja dormir tranquilos. Al contrario de lo que leemos en las páginas de ciertos periódicos que describen los proyectos de una nueva eugenesia concebidos por Silicon Valley, un semillero de proyectos para el Despacho Oval, que gobierna el mundo. Para mucho antes de 2111 están planeando a toda prisa que los niños sean programados según la voluntad de sus padres: hermosos, altos, atléticos, inteligentes y, naturalmente, serviles. Serán de carne y hueso, blancos, sonrosados. Querida Rosa Montero, ¿dónde hemos oído esto antes? Lídia Jorge es escritora. Su último libro publicado en España es Misericordia (La Umbría y la Solana).










[ARCHIVO DEL BLOG] La Ciudad de las Dos Coronas. Publicado el 27 de marzo de 2018












El Brexit abre una oportunidad para resolver la controversia histórica sobre el Peñón para convertirlo en eje del futuro estratégico de toda la bahía de Algeciras y en símbolo de la amistad hispano-británica, escriben en El País los profesores Alejandro del Valle, catedrático de Derecho Internacional Público de la Universidad de Cádiz, e Ignacio Molina,  profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. 
El vínculo político bilateral entre Madrid y Londres, comienzan diciendo, siempre ha estado muy por debajo de su potencial, considerando la intensa relación interpersonal y económicoempresarial entre España y Reino Unido; quizá la mayor del mundo entre dos países que no son vecinos ni comparten idioma. Pese a los muchos intereses y valores comunes, la relación solo puede calificarse como correcta y, así, Reino Unido es el único de los seis Estados miembros más grandes de la UE con quien España no ha institucionalizado una asociación. La visión tan distinta sobre la integración europea y Gibraltar explican ese perfil bajo. Paradójicamente, tras el Brexit aumentan los incentivos para que la diplomacia británica busque más complicidad con la cuarta potencia del continente. Para ello, es necesario saber gestionar (y, si es posible, resolver) la compleja controversia histórica sobre el Peñón. Un contencioso que, aparte de un fuerte simbolismo en ambos lados, contiene elementos tangibles de gran importancia para los legítimos intereses de Gibraltar, el Campo de Gibraltar, España, Reino Unido y la UE.
Desde 1964 existen constantes pronunciamientos en Naciones Unidas sobre el deber de realizar negociaciones hispano-británicas que lleven a la descolonización de este territorio no autónomo. Y desde los años ochenta se ha venido intentando crear, aunque con serios altibajos, un marco de relación para los asuntos cotidianos. Lo cierto es que nos encontramos desde hace mucho en una situación de bloqueo bilateral y multilateral. En realidad, los aspectos de cooperación transfronteriza y soberanía van tan íntimamente vinculados que cualquier incidente o propuesta en un ámbito puede fácilmente frenar cualquier avance en el otro. Y a ello se une la circunstancia del Brexit y la segura afectación futura del estatuto europeo e internacional de Gibraltar. En esta situación no es de extrañar que la oferta de cosoberanía que hizo España en 2016, que contiene elementos interesantes pero también defectos desde un punto de vista interno, se encontrase con el rechazo frontal de Londres y sobre todo de Gibraltar, que al mismo tiempo busca desesperadamente unas nuevas condiciones de supervivencia económica y jurídica para después de 2019.
Estamos, pues, ante una coyuntura crítica en la que replantear el estatuto de Gibraltar. Y, aunque en los últimos meses se ha escuchado más la posición retórica numantina del ministro principal, Fabian Picardo, no cabe duda de que se ha abierto una ventana de oportunidad para explorar alternativas a las tradicionales. En este sentido, propugnamos la exploración de una nueva avenida imaginativa, que vendría por la recuperación simbólica de la soberanía mediante la fórmula de la ciudad de las dos coronas. Se trata de constituir un territorio internacionalizado pero que permanezca en la UE, que esté completamente conectado a su entorno gaditano y que se beneficie de una relación privilegiada con España (permitiendo su incorporación aunque evitando la absorción) al tiempo que conserva la que ahora tiene con Reino Unido. Varias ideas pueden apuntarse aquí sobre este nuevo modelo.
En primer lugar, la recuperación de la ciudad perdida no tiene por qué implicar su integración en la estructura territorial española; de hecho ya hay territorios del reino de España no integrados como las islas y peñones en la costa africana (Vélez, Alhucemas, Chafarinas). Por tanto, una ciudad podría adscribirse formalmente a la corona y, en este caso, además, hacerlo mediante un tratado que estableciera su nuevo estatuto de vinculación a las coronas española y británica. La experiencia de ciertos microterritorios europeos con estatuto particularizado por razones históricas (casos de las Crown Dependencies británicas de las islas de Man, Jersey y Guernsey; de los enclaves en Suiza de la alemana Büsingen y de la italiana Campione d’Italia, o del Principado de Andorra), demuestra que pueden encontrarse fórmulas satisfactorias. No enarbolar las banderas de España y Reino Unido en los espacios oficiales podría ser una alternativa práctica si el simbolismo es el obstáculo sentimental o real para acordar las reglas de convivencia entre comunidades humanas fronterizas. Sobre todo, si ello permite además mantener ondeando la bandera europea.
En segundo lugar, el ejercicio de funciones soberanas. Si en el caso de las islas y peñones se realiza directamente por el Gobierno, en el caso de Gibraltar estas funciones —que no pueden desempeñarse por la corona— podrían consistir en la coordinación del nuevo estatuto con las autoridades británicas y de la UE. Podría decidirse, por ejemplo, mantener todo el autogobierno actual gibraltareño y crear un completo nuevo estatuto internacional en temas que requieren de urgente coordinación (como navegación, protección del medio ambiente, fiscalidad y actividades financieras) o de necesaria regulación (aduanera, tránsito fronterizo o uso del aeropuerto). Igualmente, habría que acordar entre Madrid y Londres el ejercicio de las responsabilidades en materia de relaciones exteriores y de seguridad y defensa, incluido el uso de las muy importantes bases militares aérea, naval y de inteligencia británicas radicadas en el Peñón.
En tercer lugar, un modelo que resultaría en una especie de principado en el Estrecho permitiría dar una nueva realidad de cooperación transfronteriza y una poderosa dimensión económica al hoy vulnerable Campo de Gibraltar, al quedar vinculado a la ciudad de las dos coronas y su estatuto internacional. Las perspectivas beneficiosas por ejemplo para La Línea de la Concepción, que es ciudad fronteriza única en Europa, serían revolucionarias: terrenos para empresarios de Gibraltar, economías de escala para un área portuaria en la bahía que sería líder de Europa, o un gran espacio de educación superior y cultura bilingüe e internacionalizado.
Hay instrumentos en derecho internacional y en derecho constitucional para afrontar viablemente la creación de un modelo único para el caso único, y que no resulte trasladable a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla o a las pretensiones de nuestros nacionalismos independentistas. En definitiva, se trata de explorar una vía imaginativa que permitiría para España cubrir sus objetivos históricos y sus intereses esenciales: reincorporación en el reino de la ciudad perdida y planteamiento para los españoles campogibraltareños de un futuro de convivencia y prosperidad. Gibraltar conseguiría seguir en la UE, superar el molesto estigma de la descolonización, disfrutar de todos los derechos que le otorgase la doble ciudadanía británica y española y multiplicar su potencial de crecimiento. Y, por último, la relación bilateral Madrid-Londres en el post-Brexit no solo arrancaría sin el lastre de una controversia histórica, sino que se reforzaría con un vínculo institucional al máximo nivel. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Cuando ella pasa, de Fernando Pessoa

 







CUANDO ELLA PASA


Sentado junto a la ventana,
A través de los cristales, empañados por la nieve,
Veo su adorable imagen, la de ella, mientras
Pasa… pasa… pasa de largo…

Sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo:-
Una criatura menos en este mundo
Y un ángel más en el cielo.

Sentado junto a la Ventana,
A través de los cristales, empañados por la nieve,
Pienso que Veo su imagen, la de ella,
Que no pasa ahora que no pasa de largo.



FERNANDO PESSOA (1888-1935)

 poeta portugués










De las viñetas de humor del blog de hoy jueves, 27 de marzo de 2025

 





































miércoles, 26 de marzo de 2025

De las entradas del blog de hoy miércoles, 26 de marzo de 2025. Día de la UNED, mi "alma mater"

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 26 de marzo de 2025. El pacifismo fue una revolución cultural y debe ser tenido en cuenta, pero no puede convertirse en una plataforma política, porque como dice el escritor Antonio Scurati en la primera de las entradas del blog de hoy, ¿quién librará nuestras próximas guerras?, o mejor dicho, ¿quién librará nuestras próximas guerras en nuestro lugar?. La segunda entrada de hoy es un archivo del blog del 30 de marzo de 2018 que hablaba de la muerte de Dios en un artículo escrito por el teólogo Juan José Tamayo en el que los dioses del Mercado, del Patriarcado y del Fundamentalismo eran las nuevas metamorfosis de la creencia en el Ser Superior. El poema del día, en la tercera entrada es del poeta Alberto Manzano, lleva el título de Dedos, y comienza con estos versos: No pienso discutir con Dios/por una tontería así./No pienso discutir con Él/sobre la utilidad de los dedos de los pies. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














Del nulo espíritu guerrero de los europeos

 







El pacifismo fue una revolución cultural y debe ser tenido en cuenta, pero no puede convertirse en una plataforma política, escribe en El País [¿Dónde están los guerreros de Europa?, 21/03/2025] el escritor Antonio Scurati.

¿Quién librará nuestras próximas guerras? O, mejor dicho, ¿quién librará nuestras próximas guerras en nuestro lugar?, comienza preguntándose Scurati. Hacía tiempo que la cuestión planeaba sobre nosotros —ignorada, descartada, reprimida—, pero se ha vuelto apremiante después de la traición de Donald Trump. Porque sobre este punto no cabe la menor duda: el 47º presidente de los Estados Unidos de América es un traidor a sus amigos, a sus aliados y, sobre todo, a los valores seculares de su nación.

Ahora se discute a diario sobre la necesidad de una “defensa común europea”, sobre el aumento de las inversiones en gasto militar e incluso sobre la posibilidad de desplegar nuestros soldados a lo largo de la ensangrentada frontera entre Rusia y Ucrania. Se debaten los problemas que dificultan la obtención de una autonomía, cuando no de una imposible independencia, en la defensa militar de Europa ante posibles agresiones futuras, por desgracia cada vez más verosímiles (y ya en curso). Los obstáculos son muchos, enormes y variados: son de carácter militar-industrial, económico, tecnológico, estratégico y, sobre todo, de carácter político.

Este debate, aunque necesario, se obstina en hacer caso omiso de la principal deficiencia de Europa a la hora de librar una guerra defensiva de forma autónoma: la falta de guerreros. Como ha demostrado, por desgracia y trágicamente, la reciente carnicería en Ucrania (y en Oriente próximo), incluso las guerras tecnológicamente más avanzadas requieren guerreros. Y nosotros, los europeos occidentales, no los tenemos, no lo somos, no lo somos ya.

No me refiero solo a la escasez de soldados operativos, por grave que sea: según el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, la defensa de la frontera ucrania requeriría el despliegue de 200.000 efectivos, pero la UE apenas podría desplegar 60.000 en tres turnos de 20.000. Me refiero a la desvanecida combatividad de pueblos que llevan ocho décadas en paz, demográficamente envejecidos y profundamente gentrificados. Para librar una guerra, aunque solo sea defensiva, se necesitan armas adecuadas, pero sigue ahí, obstinada, intratable, terrible, también la necesidad de hombres jóvenes (y de mujeres, si se quiere) capaces, preparados y dispuestos a utilizarlas. Es decir, hombres decididos a matar y morir.

El dato más útil para medir nuestra ineptitud ante esta tarea no son los efectivos de nuestros ejércitos. Es el número de muertos: estimaciones fiables calculan que durante los tres años de conflicto en Ucrania han caído aproximadamente 300.000 combatientes y tres veces más resultaron heridos, a menudo de gravedad. Casi toda la población de Milán diezmada por la guerra. ¿Somos capaces de concebirlo? No, no lo somos. Va más allá de nuestra imaginación, precisamente porque ya no somos guerreros. ¿Qué ha sido de todos esos soldados? James Sheehan se lo pregunta en un libro en el que indaga en la transformación de Europa de campo de batalla devastado a sociedad próspera y pacífica que desvió todos sus recursos materiales y morales del warfare [hacer la guerra] al welfare [hacer el bienestar]. La formulación más precisa de la pregunta, sin embargo, es esta: ¿qué ha sido de todos esos guerreros?

En nuestra milenaria trayectoria, la guerra no ha sido, de hecho, solo un oficio, una constante trágica, un instrumento de poder, ha sido el arte (el conjunto de técnicas, métodos, inventos y talentos) que ha impulsado la historia de Europa y, al unísono, la narrativa que ha definido la identidad de los europeos. A lo largo de los siglos, esta tierra nuestra ha sido un promontorio euroasiático poblada por guerreros feroces, formidables, orgullosos y victoriosos. De todas las invenciones europeas que han dado forma al mundo moderno, las de ámbito bélico (tecnológicas, tácticas y culturales) han sido probablemente las más efectivas e influyentes. Pero las guerras de nuestros antepasados europeos no supusieron solo el dominio de la fuerza, fueron también ocasiones de génesis del sentido: desde Maratón hasta el Piave, los europeos combatieron (y vivieron) fieles a cómo esperaban que se narrara su combate (y su vida). Desde Homero hasta Ernst Jünger, nuestra civilización concibió el combate armado frontal, mortífero y decisivo como su fundamento mismo, porque en la guerra heroica radicaba la experiencia plenaria, el acontecimiento fatídico, el momento de la verdad en el que se generaron las formas de la política y los valores de la sociedad, se decidieron los destinos individuales y colectivos.

El apocalipsis en dos partes de las guerras mundiales extirpó esta milenaria tradición. La ruptura con ella fue a su vez radical y violenta. Ya con la devastadora experiencia de las trincheras en la Gran Guerra, por primera vez en milenios de historia, los conceptos de gloria, honor y coraje perdieron todo significado cuando el hombre europeo llegó a la conclusión de que no había nada en el mundo por lo que valiera la pena morir. De repente, como escribió Blaise Cendrars, “Dios estaba ausente de los campos de batalla”.

Nació entonces la novela pacifista, novedad absoluta en el panorama de las creaciones humanas. La hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, desencadenada por el regurgito belicista del fascismo, hizo aún más profunda y definitiva esa zanja que nos separa de nuestra historia ancestral. El resultado fue una profunda mutación, que podemos denominar antropológica, de las estructuras de la experiencia humana y de la organización social. La revelación final del sinsentido de la guerra dejó en nuestra conciencia la marca de una reticencia irónica, de un desencanto melancólico con el mundo.

No fue solo decadencia. Fue un salto en la civilización. Las grandes conquistas europeas, y solo europeas, de la segunda posguerra (el derecho a la salud y a la educación para todos, la superación del racismo y del machismo, el desarrollo de una conciencia pacifista y ecologista, por citar solo algunas) jalonan nuestro avance regresivo hacia formas de vida que extienden a todas las edades los cuidados amorosos reservados a la infancia o incluso los privilegios embrionarios de la protección y la alimentación. Esa es la civilización: el gran útero externo. Así es como nos volvemos humanos: dejando la dureza fuera, pero poniéndola como centinela en la puerta. Al repudiar la guerra, no solo nos hemos vuelto imbeles, nos hemos vuelto mejores. Nos lo recuerda y lo confirma el obsceno espectáculo de despreciable brutalidad exhibida frente el mundo entero por el presidente de los Estados Unidos de América. Ante su presencia vivimos un momento de intensa clarificación existencial, redescubrimos el orgullo de ser europeos, de no ser como él.

El hecho es que ya no somos guerreros. El pacifismo fue una revolución cultural y debe ser meditado y respetado, pero no puede convertirse nunca en una plataforma política. Por todas estas razones, el inminente octogésimo aniversario de la Liberación del nazifascismo, tras habernos hecho asumir de una vez por todas el repudio a toda guerra agresiva, nacionalista e imperialista, debería ser un paso crucial para que Europa redescubra su espíritu combativo y, con él, el sentido de la lucha. Nosotros, los europeos occidentales, fuimos entonces guerreros por última vez. La resistencia antifascista nos recuerda por qué repudiamos la guerra, pero también nos enseña las razones para prepararnos, si es necesario, para librarla. Antonio Scurati es escritor. Autor de la serie de novelas sobre Mussolini M (Alfaguara). Su último libro es el ensayo Fascismo y populismo (Debate).

















[ARCHIVO DEL BLOG] La muerte de Dios. Publicado el 30/03/2018











Los dioses del Mercado, del Patriarcado y del Fundamentalismo son las nuevas metamorfosis de la creencia en el Ser Superior. Este cambio explica las tres violencias ejercidas en su nombre: la estructural, la machista y la religiosa, escribe en El País el teólogo Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.Nietzsche no fue el primero en utilizar la expresión “Dios ha muerto”. Su origen se encuentra en un texto de Lutero: “Cristo ha muerto / Cristo es Dios / Por eso Dios ha muerto”. En él se inspira Hegel en la Fenomenología del espíritu, donde afirma que Dios mismo ha muerto como manifestación del sentimiento doloroso de la conciencia infeliz. En Lecciones sobre filosofía de la religión se refiere a una canción religiosa luterana del siglo XVII en un contexto similar: “Dios mismo yace muerto / Él ha muerto en la cruz”.
Es probable que Nietzsche, hijo y nieto de pastores protestantes, la conociera e incluso la hubiera cantado en el Gottesdienst. Pero ha sido su propia formulación la que ha adquirido relevancia filosófica y ha ejercido mayor influencia en el clima sociorreligioso moderno.
Dos son los textos más significativos en los que Nietzsche hace el anuncio de la muerte de Dios. En Así hablaba Zaratustra, cuando el reformador de la antigua religión irania baja de la montaña, se encuentra con un anciano eremita que se había retirado del mundanal ruido para dedicarse exclusivamente a amar y alabar a Dios, actitud que contrasta con la de Zaratustra, que dice amar solo a los hombres. Tras alejarse de él, comenta para sus adentros: “¡Será posible! Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto”. Al llegar a la primera ciudad, encontró una muchedumbre de personas reunida en el mercado, a quienes habló de esta guisa: “En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también sus delincuentes. Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra”.
En La gaya ciencia Nietzsche relata la muerte de Dios a través de una parábola cargada de patetismo. Un hombre loco va corriendo a la plaza del mercado en pleno día con una linterna gritando sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”. El hombre se convierte en el hazmerreír de la gente allí reunida, que no se toma en serio la búsqueda angustiosa del loco y se mofa de él haciéndole preguntas en tono burlón: “¿Es que se ha perdido? […]¿Es que se ha extraviado como un niño? […]¿O se está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Emigrado?”. A lo que el loco responde: “¡Lo hemos matado nosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!”.
El loco, fuera de sí, entró en varias iglesias donde entonó su requiem aeternam deo. Cada vez que le expulsaban y le pedían explicación de su conducta, respondía: “¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios?”. Nietzsche califica el anuncio de la muerte de Dios como “el más grande de los acontecimientos recientes”, pero el loco reconoce que llega “demasiado pronto”.
¿Se ha hecho realidad el anuncio de Nietzsche? Yo creo que solo en parte. Ciertamente, se está produciendo un avance de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas y se cierne por doquier la ausencia de Dios. Pero, al mismo tiempo, asistimos a otro fenómeno: el de las diferentes metamorfosis de Dios. A modo de ejemplo voy a referirme a tres: el Dios del Mercado, el Dios del Patriarcado y el Dios del Fundamentalismo.
El Dios del Mercado. El Mercado se ha convertido en una religión “monoteísta”, que ha dado lugar al Dios-Mercado. Ya lo advirtió Walter Benjamin con gran lucidez en un artículo titulado El capitalismo como religión, donde afirma que el cristianismo, en tiempos de la Reforma, se convirtió en capitalismo y “este es un fenómeno esencialmente religioso”.
Tocar el capitalismo o simplemente mencionarlo es como tocar o cuestionar los valores más sagrados. Lo que dice Benjamin del capitalismo es aplicable hoy al neoliberalismo, que se configura como un sistema rígido de creencias y funciona como religión del Dios-Mercado, que suplanta al Dios de las religiones monoteístas. Es un Dios celoso que no admite rival, proclama que fuera del Mercado no hay salvación y se apropia de los atributos del Dios de la teodicea: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y providencia. El Dios-Mercado exige el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza y ordena matar a cuantos se resistan a darle culto.
El Dios del Patriarcado. Los atributos aplicados a Dios son en su mayoría varoniles, están vinculados a la masculinidad hegemónica y se relacionan con el poder. La masculinidad de Dios lleva derechamente a la divinización del varón. Así, el patriarcado religioso legitima el patriarcado político y social. La teóloga feminista alemana Dorothee Sölle critica las fantasías falocráticas proyectadas por los varones sobre Dios, cuestiona la adoración al poder convertido en Dios y se pregunta: “¿Por qué los seres humanos adoran a un Dios cuya cualidad más importante es el poder, cuyo interés es la sumisión, cuyo miedo es la igualdad de derechos? ¡Un Ser a quien se dirige la palabra llamándole ‘Señor’, más aún, para quien el poder no es suficiente, y los teólogos tienen que asignarle la omnipotencia! ¿Por qué vamos a adorar y amar a un ser que no sobrepasa el nivel moral de la cultura actual determinada, sino que además la estabiliza?”. En nombre del Dios del patriarcado se practica la violencia de género, que el año pasado causó más de 60.000 feminicidios.
El Dios de los Fundamentalismos. Los fundamentalismos religiosos desembocan con frecuencia en terrorismo, fenómeno que recorre la historia de la humanidad en la modalidad de guerras de religiones que se justifican apelando a un mandato divino. Tiene razón el filósofo judío Martin Buber cuando afirma que Dios es “la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mutilada, tan mancillada. Las generaciones humanas han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen: ‘Lo hacemos en nombre de Dios”. Matar en nombre de Dios es convertir a Dios en un asesino, en certera observación de José Saramago, quien lo demuestra en la novela Caín a través de un recorrido por los textos de la Biblia hebrea.
Dios bajo el asedio del Mercado, bajo el poder del Patriarcado y bajo el fuego cruzado de los Fundamentalismos. El resultado es la violencia estructural del sistema, la violencia machista y la violencia religiosa, las tres ejercidas en nombre de Dios. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







Del poema de cada día. Hoy, Dedos, de Alberto Manzano

 






DEDOS



No pienso discutir con Dios


por una tontería así.


No pienso discutir con Él


sobre la utilidad de los dedos de los pies.


 


Claro que me gusta chuparlos


uno a uno


y a veces


hasta metérmelos todos en la boca,


pero he de estar enamorado


si no, no.


 


Aunque nunca haya entendido su servicio


(salvo para agarrarse a una fuerte bajada)


para mí son la cosa más dulce del mundo.


Son el final del cielo del cuerpo de mi amada


y no pienso moverme de ahí,


por más que sea un amor imposible


voy a quedarme ahí colgado


(como al rabo de una nube)


apretando los dientes.


Es un asunto que se me escapa.



ALBERTO MANZANO (1955)

poeta español